Tormento by Benito Pérez Galdós - HTML preview

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—¿Quién lo será más?

—Bueno, soy egoísta... y tú una piedra—manifestó él exaltándose—. Sí,eres una piedra, un pedazo de hielo. Vale más ser criminal queinsensible; y de mí te puedo decir que prefiero ir al infierno a ir allimbo.

La joven discurría los medios de llevar la conversación a otro terreno.Su espíritu se compartía entre el arrepentimiento de haber hecho aquellavisita (achacando este mal paso a su debilidad bondadosa), y elpropósito de decir a Polo: «Sí, váyase, váyase en buen hora aesa isla del África y déjeme en paz». Pero su misma falta de carácter leimpedía ser tan cruel y explícita... ¡Problema insoluble el suyo, dadoel temple tenaz y vehemente de aquel hombre!... Los sentimientos deAmparito hacia él habían venido a ser los más contrarios a laincomprensible fragilidad de que provenía su desdicha; eran sentimientosde horror hacia la persona, extrañamente mezclados con cierto respeto ala desgracia; eran lástima confundida con la repugnancia.

En el corazón tenía la desventurada joven tanta dosis de arrepentimientocomo en la conciencia, y no podía explicarse bien el error de sussentidos ni el desvarío que la arrastró a una falta con persona que alpoco tiempo le fue tan aborrecible... Mas no se atrevía a expresar estasideas por miedo a las consecuencias de su franqueza, siendo de notar quesi la caridad tuvo alguna parte en su visita, grande la tuvo tambiénaquel mismo miedo, el recelo de que su desvío exacerbara a su enemigo yle impulsase por caminos de publicidad y escándalo. Sobre todas lasconsideraciones ponía ella el interés de encubrir su terrible secreto.Pero ya que estos motivos la llevaron a aquella casa funesta, eraurgente pensar cómo salía de ella.

«Para muchos días—dijo—he dejado provisiones en la casa».

—¡Qué buena eres!—replicó Polo, volviendo a ser benigno y humilde,cual si le acometiera de nuevo la enfermedad—. Te vas, y ya me estoy yomuriendo. El mejor día, si no emigro, me verás pidiendo limosna por esascalles. Mi pobreza, hija, se va acumulando a interés compuesto... Lasuerte será que me moriré antes.

Amparo tuvo ya entre sus labios esta observación: «¿por qué noenmendarse y procurar recibir otra vez las licencias para ganarse lavida en la iglesia?». Pero tanto le repugnaba la intromisión decualquier idea religiosa en aquel tristísimo orden de ideas, que setragó la frase. Todo recuerdo de cosas eclesiásticas, toda alusión oreferencia a ellas la hacían temblar con escalofríos, como si lepusieran un silicio de hielo.

Entonces era cuando su conciencia sealborotaba más, cuando su sangre ardía y cuando el corazón parecíasubírsele a la garganta, cortándole el aliento. Apartando aquellasideas, habló así:

—No hay que ver las cosas tan negras. Y ahora me acuerdo... usted...

Hasta entonces había hablado en impersonal; mas obligada a emplear unpronombre, antes se hubiera cortado la lengua que pronunciar un .

«Usted tiene deudores...».

—Sí... y de ellos voy cobrando poco a poco. Pero ya se va agotando esamina.

—Yo conozco un deudor que podrá socorrerle a usted, devolviéndole unamínima parte de los beneficios que ha recibido...

Lo decía de tal manera, que Polo comprendió al instante.

«No seas tonta. Me enfadaré contigo...».

—Es el caso que...—dijo Tormento revolviendo con su mano en el huecodel manguito—. Yo había pensado al venir aquí... No es esto pagar unadeuda, pues si fuera a pagar...

La infeliz no sabía encontrar la fórmula, que deseaba fuese lo másdelicada posible, y por querer emplear la más sutil y discreta, usó lamás necia de todas, diciendo, al poner un billete sobre la mesa:

«Si más tuviera, más daría».

—Dios mío, ¡qué tonta eres!...

—Vamos, que no está usted tan sobrado de recursos... Y me enfadaré deveras si se empeña en ser Quijote.

A D. Pedro le repugnaba el recibir una limosna; pero lo que esta teníade prueba de confianza acalló sus escrúpulos.

«Si yo pudiera ser tan generosa como deseo—indicó ella, dando un gransuspiro y acordándose, con nuevas angustias, de la procedencia de aqueldinero—, no consentiría que pasara escaseces ninguna persona que a míme ha favorecido en días muy malos. Cuando murió mi padre, ¿quién nossocorrió?, ¿quién costeó el entierro?

Y después, cuando nosvimos tan mal, ¿quién vendió su ropa para que no nos faltara quécomer?».

—Cállate, tonta; eso no hace al caso. Cuando tengo la suerte de hacerun beneficio no quiero que me lo recuerden más, no quiero que me lonombren, y mira tú lo que soy, me gustaría que la persona favorecida loolvidase. Yo soy así.

Mientras esto decía él, ella sentía mil turbaciones, dudas y escrúpuloshorribles. Sus sentimientos caritativos no podían manifestarsetranquilos, temerosos de hacer traición a algo muy respetable que habíallegado a tener lugar de preferencia en su mente.

¡Extrañas simpatías las del espíritu! Como se comunica el fuego de uncuerpo combustible a otro que está cercano, las zozobras del almaprenden y se propagan fácilmente si encuentran materia en qué cebarse,materia preparada. Así la turbación que removía el espíritu de laEmperadora se propagó, como un incendio que corre, al de D. Pedro, elcual se vio súbitamente acometido de punzantes sospechas. Púsose de uncolor tal, qué no habría pincel que lo reprodujera, como no se empapaseen la tinta lívida del relámpago; y mascando una cosa amarga, dijolentamente esta frase:

«Muy rica estás...».

Bien sabía ella interpretar la ironía que el ex-capellánempleaba alguna vez para manifestar sus ideas. Comprendió la sospecha,supo leer aquella coloración de luz eléctrica y aquel mirar indagador, yse hizo la distraída, afectando recoger y limpiar el manguito que sehabía caído al suelo. Tan amante de la verdad era ella, que abría dadodías de vida por poderla decir claramente; ¿pero cómo decirla, SantoDios? Y la verdad se removía cariñosa en su interior, diciéndole: dime... ¿pero cómo y con qué palabras? Por todo lo que encierra elmundo no saldría de su boca la verdad aquella. Y

siéndole tanaborrecible la mentira, no había más remedio que soltar una, y gorda.Polo le facilitó el embuste, diciendo: «¿Trabajáis mucho?».

—Sí, sí... Hemos hecho una obra... Hace un mes que yo vengo ahorrando yguardando todo lo que puedo, escondiendo el dinero, porque Refugio, silo coge, me lo gasta todo.

Y se levantó, decidida a marcharse, más que por el deseo de salir,porque no se volviese a hablar del asunto.

Otra mentira. Dijo que Rosalía de Bringas le había encargado ir sinfalta aquella tarde para sacar los niños a paseo. ¡Pues se pondría pocofuriosa la tal señora... con aquel genio!...

Inútiles fueron los esfuerzos de él por retenerla. Por fin se escapó.Bajando la escalera sentía un descanso, un alivio tan grande, comocuando se despierta de un sueño febril.

«Ya no me llamo Tormento, ya recobro mi nombre—decía para sí, andandomuy a prisa—. No volveré más aunque se hunda el mundo. Procuraré novolver a ser débil; sí, débil, porque esa es mi culpa mayor, ser buena ytener mucho miedo... Esto se acabó. Suceda lo que quiera, no le verémás... Pero si se irrita y me escribe cartas y me persigue y descubre...¡Señor, Señor, déjalo ir a esa isla de los antípodas, o llévame a mí deeste mundo!».

XVII

Al encontrarse solo, entregose D. Pedro, con abandono de hombredesocupado y sin salud, a las meditaciones propias de su tristezasedentaria, figurándose ser otro de lo que era, tener distinta condicióny estado, o por lo menos llevar vida muy diferente de la que llevaba.Este ideal trabajo de reconstruirse a sí propio, conservando su peculiarser, como metal que se derrite para buscar nueva forma en molde nuevo,ocupaba a Polo las tres cuartas partes de sus días solitarios y de susnoches sin sueño, y en rigor de verdad, le tonificaba el espíritubeneficiando también un poco el cuerpo, porque activaba las funcionesvitales. Aunque forzada y artificiosa, aquella vida, vida era.

Sepultado en el sillón, las manos cruzadas en la frente, formando comouna visera sobre los ojos, estos cerrados, se dejaba ir, sedejaba ir... de la idea a la ilusión, de la ilusión a la alucinación...Ya no era aquel desdichado señor, enfermo y triste, sino otro de muydiferente aspecto, aunque en sustancia el mismo. Iba a caballo, teníabarbas en el rostro, en la mano espada; era, en suma, un valiente yafortunado caudillo. ¿De quién y de qué? Esto sí que no se metía aaveriguarlo; pero tenía sospechas de estar conquistando un grandísimoimperio. Todo le era fácil; ganaba con un puñado de hombres batallasformidables y ¡qué batallas! A Hernán Cortés y a Napoleón les podríatratar de tú.

Después se veía festejado, aplaudido, aclamado y puesto en el cuerno dela luna. Sus ojos fieros infundían espanto al enemigo, respeto yentusiasmo a las muchedumbres, otro sentimiento más dulce a las damas.Era, en fin, el hombre más considerable de su época. A decir verdad, nosabía si el traje que llevaba era férrea armadura o el uniforme modernocon botones de cobre. Sobre punto tan importante ofrecía la imagen, enel propio pensamiento, invencible confusión. Lo que sí sabía de ciertoera que no estaba forrado su cuerpo con aquella horrible funda negra,más odiosa para él que la hopa del ajusticiado.

Y dejándose llevar, dejándose llevar, dio con su fantasía en otra parte.Mutación fue aquella que parecía cosa de teatro. Ya no era el tremebundo guerrero que andaba a caballo por barranqueras y vericuetosazuzando soldados al combate; era, por el contrario, un señor muypacífico que vivía en medio de sus haciendas, acaudillando tropas desegadores y vendimiadores, visitando sus trojes, haciendo obra en susbodegas, viendo trasquilar sus ganados y preocupándose mucho de si lavaca pariría en Abril o en Mayo. Veíase en aquella facha campesina tanlleno de contento, que le entraba duda de si sería él efectivamente ofalsificación de sí mismo. Se recreaba oyendo como resonaban sus propiascarcajadas dentro de aquella rústica sala, con anchísimo hogar de leñaardiendo, poblado el techo de chorizos y morcillas, y viendo entrar ysalir muy afanada a una guapísima y fresca señora... No se confundían,no, aquellas facciones con las de otra. ¡Y qué manera de conservarse,mejorando en vez de perder! A cada pimpollo que daba de sí, aumentandocon dichosa fecundidad la familia humana, parecía que el Cielo,entusiasmado y agradecido, le concedía un aumento de belleza. Era unaDiosa, la señora Cibeles, madraza eterna y eternamente bella... Porquenuestro visionario se veía rodeado de tan bullicioso enjambre decriaturas, que a veces no le dejaban tiempo para consagrarse a susocupaciones, y se pasaba el día enredando con ellas...

«¿En qué piensa usted?—le dijo de golpe con palabra punzantey fría, cual si le metiera una barrena por los oídos, la señoraCeledonia que se apareció delante de la mesa con las manos en lacintura—. ¿En qué piensa, pobre señor? ¿No ve que se está secando lossesos? ¿Por qué no pasea, si está bueno y sano, y no tiene sino mal decavilaciones?...».

El soñador la miró sobresaltado.

«¿Qué?... ¿estaba durmiendo? ¿No ve que si duermo de día estará en velapor las noches? Échese a la calle, y váyase a cualquier parte, hombre deDios; distráigase, aunque sea montando en el tiovivo, comiendocaracoles, bailando con las criadas o jugando a la rayuela. Está comolos chiquillos, y como a los chiquillos hay que tratarle».

D. Pedro la miró con odio. La tarde avanzaba. El rayo de sol que entrabaen la habitación al medio día, había descrito ya su círculo de costumbrealrededor de la mesa y se había retirado escurriéndose a lo largo de lapared del patio, hasta desvanecerse en las techumbres. La sala se ibaquedando oscura y fría. Destácabase Celedonia en su capacidad como laparodia de una fantasma de tragedia tan vulgar era su estampa.

—«¿Quieres irte con doscientos mil demonios y dejarme en paz, viejahorrible?»—

le dijo Polo con toda su alma.

—Vaya unos modos—replicó la sacristana riendo entre burlas yveras—. ¡Qué modo de tratar a las señoras!... Aquí donde me ve, yotambién he tenido mis quince...

—¿Tú... cuándo?

—Cuando me dio la gana... Con que a ver. ¿Qué quiere que le traiga?,¿quiere cenar?, ¿le traigo el periódico?

Hechas estas preguntas, que no tuvieron contestación, la fantasma saliódespacio, cojeando y echando por aquella boca dolorosos ayes a cada pasoque daba. D. Pedro se arrojó otra vez en el lago verdoso y cristalino encuyo fondo se veían cosas tan bellas.

Bastábale dar dos o treschapuzones para transfigurarse... Vedle convertido en un señor que sepaseaba con las manos en los bolsillos por sitios muy extraños.

Eraaquello campo y ciudad al mismo tiempo, país de inmensos talleres y deextensos llanos surcados por arados de vapor; país tan distante delnuestro, que a las doce del día dijo el buen hombre: «Ahora serán lasdoce de la noche en aquel Madrid tan antipático». Sentado luego conjoviales amigos alrededor de una mesilla, echaba tragos de espumosacerveza; cogía un periódico tan grande como sábana... ¿En qué lenguaestaba escrito? Debía de ser en inglés. Fuera inglés o no, él loentendía perfectamente leyendo esto: «Gran revolución en España; caídade la Monarquía; abolición del estado eclesiástico oficial; libertad decultos...».

«El periódico, el periódico»—gritó la espectral Celedonia poniéndoledelante un papel húmedo, con olor muy acre de tinta de imprimir.

—¡Qué casualidad!—exclamó él, encandilado, porque la luz que pusoCeledonia sobre la mesa le hería vivamente los ojos.

—¿Pero no ve que se va a consumir en ese sillón?—observó el ama dellaves—.

¿No vale más que se vaya a un café, aunque sea de los que sellaman cantantes? ¿No vale más que se ponga a bailar el zapateado? Loprimero es vivir. Márchese de jaleo y diviértase, que para lo del almatiempo habrá. Hombre bobo y sin sustancia, ya le podía dar Dios mi reumapara que supiera lo que es bueno.

Empezó el tal a leer su periódico con mucha atención. Desgraciadamentepara él, la prensa, amordazada por la previa censura, no podía ya dar alpúblico noticias alarmantes, ni hablar de las partidas de Aragón,acaudilladas por Prim, ni hacer presagios de próximos trastornos. Peroaquel periódico sabía poner entre líneas todo el ardor revolucionarioque abrasaba al país, y Polo sabía leerlo y se encantaba con la idea deun cataclismo que volviera las cosas del revés. Si él pudiese arrimar elhombro a obra tan grande, ¡con qué gusto lo haría!

La noche la pasó mejor que otras veces, y al día siguiente, en vez depermanecer clavado en el sillón, paseaba muy dispuesto por la sala,como hombre que acaricia el sabroso proyecto de echarse a la calle,en el sentido pacífico de la frase. Poco después del medio día le visitóel mejor de sus amigos, D. Juan Manuel Nones, presbítero, hombrebondadosísimo, ya muy viejo, del cual es forzoso decir algunas palabras.

Era este señor tío carnal de nuestro amigo el notario Muñoz y Nones, porquien le conocimos en época más reciente. En la que corresponde a estarelación, era ecónomo de San Lorenzo, y vivía, si no nos engaña lamemoria, en la calle de la Primavera, acompañado de un hermano seglar yde dos sobrinas, una de las cuales estaba casada.

Creo que ya se hamuerto (no la sobrina, sino el padre Nones), aunque no lo aseguro.

Tengomuy presente la fisonomía del clérigo, a quien vi muchas veces paseandopor la Ronda de Valencia con los hijos de su sobrina, y algunas cargadode una voluminosa y pesada capa pluvial en no recuerdo qué procesiones.Era delgado y enjuto, como la fruta del algarrobo, la cara tan reseca ylos carrillos tan vacíos, que cuando chupaba un cigarro parecía que losflácidos labios se le metían hasta la laringe; los ojos de ardilla,vivísimos y saltones, la estatura muy alta, con mucha energía física,ágil y dispuesto para todo; de trato llano y festivo, y costumbres tanpuras como pueden serlo las de un ángel. Sabía muchos cuentos yanécdotas mil, reales o inventadas, dicharachos de frailes, desoldados, de monjas, de cazadores, de navegantes, y de todo ello solíaesmaltar su conversación, sin excluir el género picante siempre que nolo fuera con exceso. Sabía tocar la guitarra, pero rarísima vez cogía ensus benditas manos el profano instrumento, como no fuera en un arranquede inocente jovialidad para dar gusto a sus sobrinas cuando teníanconvidados de confianza. Este hombre tan bueno revestía su sercomúnmente de formas tan estrafalarias en la conversación y en lasmaneras, que muchos no sabían distinguir en él la verdad de laextravagancia, y le tenían por menos perfecto de lo que realmente era. Un santo chiflado llamábale su sobrino.

Era extremeño. Su padre fue pastelero y él había sido soldado en sumocedad.

Estaba de guarnición en Sevilla cuando el alzamiento de Riego,y lo contaba con todos sus pelos y señales. Después formó en el cuadrocuando fusilaron a Torrijos. Había sido también un poquillo calavera,hasta que tocado en el corazón por Dios, tomó en aborrecimiento elmundo, y convencido de que todo es vanidad y humo, se ordenó.

Nunca tuvoambición en la carrera eclesiástica, y siendo ministro de Gracia yJusticia el marqués de Gerona, despreció el arcedianato de Orihuela.Curtido en humanas desdichas, sabía presenciar impávido las más atroces,y auxiliaba a los condenados a muerte, acompañándoles alcadalso. El cura Merino, los carboneros de la calle de la Esperancilla,la Bernaola, Montero, Vicenta Sobrino y otros criminales pasaron de susmanos a las del verdugo. En sus tiempos había sido gran cazador; pero yano le quedaba más que el compás. En suma, había visto Nones mucho mundo,se sabía de memoria el gran libro de la vida, conocía al dedillo toda lafilosofía de la experiencia y (¡cuántas veces lo decía!) no se asustabade nada.

Sobre Polo tenía tal ascendiente, que era quizás el único hombre quepodía sojuzgarle, como se verá en lo que sigue. Había sido Nones amigode su padre; a Pedro le conoció tamañito y se permitía tutearle yecharle ásperas reprimendas, que el desgraciado ex-capellán oía conrespeto. Luego que este le vio aquel día, y se estrecharon las manos conextremeña cordialidad, entrole al misántropo una ansiedad vivísima;deseo repentino, apremiante y avasallador de vaciar de una vez todas lascongojas de su alma en el pecho de un buen amigo. Este anhelo no lohabía sentido nunca Polo; pero aquel día, sin saber por qué, lo acometiócon tanta furia que no podía ni quería dejar de satisfacerlo alinstante. Y no se confesaba al sacerdote; se confiaba al amigo parapedirle, no la absolución, sino un sano y salvador consejo...

«D. Juan, ¿tiene usted qué hacer?... ¿No? Pues voy a retenerletoda la tarde, porque le quiero contar una cosa... una cosa larga...».

Decía esto con decisión inquebrantable. Su afán de descubrirse era másfuerte que él. Había en su alma algo que se desbordaba.

«Pues a ello—replicó Nones sentándose y sacando la petaca—. Empecemospor echar un cigarrito».

Polo declaró todo con sinceridad absoluta, no ocultando nada que lepudiera desfavorecer; habló con sencillez, con desnuda verdad, como sehabla con la propia conciencia. Oyó Nones tranquilo y severo, conatención profunda, sin hacer aspavientos, sin mostrar sorpresa, comoquien tiene por oficio oír y perdonar los mayores pecados, y luego queel otro echó la última palabra, apoyándola en un angustiado suspiro,volvió Nones a sacar la petaca y dijo con inalterable sosiego:

«Bueno, ahora me toca hablar a mí. Otro cigarrito».

XVIII

Mediano rato empleó el clérigo en dar fuego al cigarrito, en chuparlo,en soplar la ceniza... Después, sin mirar a su amigo, empezó a exponerampliamente su pensamiento con estas palabras:

«La verdad más grande que se ha dicho en el mundo es esta: Nihil novumsub sole.

Nada hay nuevo debajo del sol. Por donde se expresaque ninguna aberración humana deja de tener su precedente. El hombre essiempre el mismo y no hay más pecados hoy que ayer. La perversidad tienepoca inventiva, hijo, y si tuviéramos a mano el libro de entradas delInfierno, nos aburriríamos de leerlo; tan monótono es. Quien como yo haestado barajando por tantos años conciencias de criminales y extraviadosno se asusta de nada. Y dicho esto, vamos al remedio.

»Dos males veo en ti: el pecado enorme y la enfermedad del ánimo que hascontraído por él. El uno daña la conciencia, el otro la salud. Aentrambos hay que atacar con medicina fuerte y sencilla. Sí, Perico, sí (voz alta y robusta) es indispensable cortar por lo sano, buscar eldaño en su raíz, y ¡zas!... echarlo fuera. Si no, estás perdido. ¿Queesto te dará un gran dolor?... (voz aflautada y blanda). Pues no haymás remedio que sufrirlo. Luego vendrán los días a cicatrizarte, losdías, sí, que pasarán uno tras otro sus dedos suaves y amorosos, y cadauno te quitará un poco de dolor, hasta que se te cierre la herida. Sitienes miedo y en vez de cortar por lo sano quieres curarte concataplasmas, el mal te vencerá, llegarás a convertirte en una bestia, yserás el escándalo de la sociedad y de nuestra clase.

»Porque mira tú (voz insinuante), esas cosas, si bien se lasmira, son niñerías para el que tenga un poco de fuerza de voluntad yaprenda a dominarse. Sucumbir a una borrasca de esas es vergonzoso paracualquiera, y más aún para quien lleva encima siete varas de merinonegro. Y no hay aquello de decir (voz alta y estrepitosa), llevándoselas manos a la cabeza: '¡Dios mío, qué desgraciado soy! ¡Cómo erré lavocación!...'. Pues haberlo pensado antes, porque harto se sabe (vozmuy familiar) que en este nuestro estado no hay que pensar en boberías.¡A dónde iríamos a parar si el Sacramento se pudiera romper cuando se leantoja a un boquirrubio, y volver al mundo y dale con hoy digo misa ymañana me caso!... Nada, nada; al que le toca la china se tiene queaguantar. Es lo mismo que cuando se pone a clamar al cielo uno que se hacasado mal: 'Pues amigo, qué quiere usted... hubiéralo pensadoantes...'. ¿Y los que después de elegir una profesión encuentran que noles va bien en ella? El mundo está lleno de equivocaciones. Pues siacertáramos siempre, seríamos ángeles. Lo que yo digo; al que le toca lachina (voz sumamente pedestre y familiar), no tiene más remedio querascarse y aguantar. Con que amigo, fastidiarse, resignarse, y volversea fastidiar y a resignar».

Dijo esto enfáticamente, acompañando el gesto a la palabra. Después,inspirándose con otro par de chupadas, prosiguió su sermón:

«Aquí estamos dos amigos uno frente a otro. Hablemos de hombre a hombreprimero. Hay cosas que parecen dificilillas y peliagudas cuando no selas mira de cerca, hay sacrificios que parecen imposibles cuando no seprueba a hacerlos. Pero cuando una voluntad resuelta apechuga con ellosse ve que no son un arco de iglesia.

Amigo (voz terrible), batallasmás bravas y espantosas que las que te aconsejo han ganado otros. ¿Ycómo? Con paciencia, nada más que con paciencia. Esta virtud se cultiva,como todas, con auxilio de la fe y de la razón. Y tú puedes volver sobreti mismo y decir: 'Pues hombre, yo estoy faltando, pero faltandogravemente. Yo tengo que mirar por mi decoro, por mi salud, por misalvación; yo no soy un chiquillo'.

Créeme, una vez que hagas propósitode vencerte, llamando en tu auxilio a Dios y ayudándote de tuentendimiento, empezarás a sentir fuerzas para la gran obra y esasfuerzas crecerán como la espuma. En eso, como en lo contrario, hijito,todo es empezar. Luego que digas 'esto se acabó' (voz formidable), silo dices con propósito valiente, verás cómo cada día te nace en el almauna nueva ligadura con que atarte, y vas poco a poco sujetando lasinnúmeras extremidades de la bestia que te patalea en las entrañas. Y note digo que te des disciplinazos ni que te abras las carnes, no. Esto esbobería. Confíate a la fe, a la voluntad y al tiempo.

»¡Ah!, ¡el tiempo! (voz patética.) ¡No sabes bien los milagros quehace este caballerito! Y con los que coge talludos como tú, hace mejoresy más radicales curas.

Porque no vengas echándotelas de pollo (vozfestiva...) No tienes canas; pero el día menos pensado te llenas deellas, y vendrá este achaque, luego el otro; hoy se cae un diente,mañana la mitad del pelo; que hoy el reuma, que mañana el estómago... Yestas, amiguito, son las farmacias que usa el gran médico. Lasenfermedades del cuerpo son las medicinas de los males de la mocedad enel espíritu. Te lo dice quien ha visto mucho mundo y chubascos másgrandes que el tuyo y trapisondas más horrorosas.

Resumiendo mi consejo,amigo Perico, oye mi receta: Primero cortar por lo sano, sacrificiocompleto, extirpación de la maleza en su origen; después horas, días,meses, el agua tibia del tiempo, amigo querido. Cuando pasen algunosaños, todo habrá terminado, y te encontrarás con que ha caído sobre tucabeza la bendición de Dios, esta lluvia blanca, esta nevada que todo lotapa, emblema del olvido y de la paz».

Polo, sin decir cosa alguna, extendió sus miradas por la venerablecabeza de Nones, blanquísima y pura como el vellón del cordero de laPascua.

«Y ya que hemos hablado de hombre a hombre—prosiguió el cura en tonomás severo—, voy a despacharme a mi gusto como sacerdote.Pero antes de entrar en ello, hazme el favor de decir a esa tarasca deCeledonia que traiga una copita de vino: eso es, si la tienes, que sino, venga de agua para refrescar las predicaderas».

Traído el vino, D. Juan Manuel se fortificó con él los espíritus paraseguir su plática:

«El papel ignominioso que haces ante el mundo, pues los curas tedespreciarán por perdido, y los perdidos por cura; el atentado contra tusalud y los demás perjuicios temporales son bobería en comparación de laofensa que haces a Dios, a quien has querido engañar como a un chino...permite este modo vulgar de expresarme. Estás en pecado mortal, y siahora te murieras, te irías al Infierno tan derechito como ha entrado enmi estomago este vino que acabo de beber. En eso sí que no hay escape,hijo; en eso sí que no hay tus-tus; en eso sí que no hay quita y pon. Essolución redonda, terminante, brutal. Demasiado lo comprendes. Puesbien, desgraciado Periquillo (voz afectuosa.); hablándote como amigo,como sacerdote, como ex-cazador, como extremeño, como lo que gustes, tepregunto: '¿Quieres salvarte de la deshonra, de la muerte y de lasllamas eternas?'».

—Sí.

—¿Respondes con sinceridad?

—Sí.

—Pues si quieres curarte y salvarte, lo primero que tienesque hacer es ponerte a mi disposición, abdicar tu voluntad en la mía yhacer puntualmente todo lo que yo te mande.

—Estoy conforme.

—Bueno. Pues vas a empezar por salir de Madrid. Mi sobrino político, elmarido de Felisa, la mayor de mis sobrinas, ha comprado una gran dehesaen la provincia de Toledo, entre el Castañar y Menasalvas. Allí está él;quiere que yo vaya, pero mis huesos no están ya para traqueteos. Tú eresel que vas a empaquetarte para allá, antes hoy que mañana. Te mando,como primer remedio, al yermo; ¡pero qué yermo delicioso! Haysembradura, ganado, un poco de viña, y para que nada falte, hay tambiénun monte que ahora están descuajando en parte. Tú les ayudarás, porqueel manejo del hacha es la mejor receta contra melindres que se podríainventar. En esa finca, en ese paraíso te estarás hasta que yo te mande.Y cuidadito con las escapadas (voz familiar y expresiva; admonición conel dedo índice); cuidadito con las epístolas.

Debes hacer cuenta de quela tal persona no e