Tradiciones Peruanas by Ricardo Palma - HTML preview

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Torino,

hasta

al

gigante

Goliath

le

rebanamos

la

cabeza

hablamos

de

a

Cristo,

y

un

piropo

le

echa

a

una

dama

el

último

galopo.

¡La

diferencia

es

nada!

¿Ganamos o perdemos, camarada?

Basta de digresión y adelante con los faroles.

Años llevaba ya nuestra macuita en pacífica posesión de un trono tanreal como el de la reina Pintiquiniestra. Pero ¡mire usted lo que es laenvidia!

Como nadie alcanzaba a hacer competencia a la acreditada mazamorrería de mama Salomé, otra del gremio levantó la especie de que la terranovaera bruja, y que para hacer apetitoso su manjar meneaba la olla, ¡quéasco!, con una canilla de muerto, canilla de judío, por añadidura.

¿Bruja dijiste? ¡A la Inquisición con ella! Y la pobre negra, convicta yconfesa (con auxilio de la polea) de malas artes, fué sacada a lavergüenza pública, con pregonero delante y zurrador detrás, mediodesnuda y montada en un burro flaco.

Y diz que lo es frío o calor bien pudo tener; pero lo que es vergüenza,ni el canto de una uña, pues en la piel no se le notó la menor señal desonrojo.

Entendido está que la Inquisición se echó sobre el último maravedí de lamazamorrera, y que los terranovas la negaron obediencia y ladestituyeron. Barrunto que entre ellos sería caso de vacancia laacusación de brujería. No conozco el artículo constitucional de losterranovas; pero me gusta, y ya lo quisiera ver incrustado en el códigopolítico de mi tierra, en que tachas peores no fueron nunca pretextopara tamaño desaire.

Mama Salomé, reina de mojiganga o de mentirijillas, no se parecía alos soberanos de verdad, que cuando sus vasallos los echan del tronopoco menos que a puntapiés, se van orondos a comer el pan del extranjeroy engordan que es una maravilla, y hablan a tontas y locas de que Diosconsiente, pero no para siempre, y que como hay viñas, han de volver aempuñar el pandero.

Mama Salomé no intentó siquiera una revolucioncilla de mala muerte; seechó a dar y cavar en la ingratitud y felonía de los suyos, y a talgrado se le melancolizó el ánimo, que sin más ni más se la llevó Pateta.

II

DE CÓMO LA MUERTE DE UNA REINA INFLUYÓ EN LA VIDA DE UN

REY

Mama Salomé dejaba un hijo, libre como ella y mocetón de quince años,el cual se juró a sí mismo, para cuando tuviese edad, vengar en lasociedad el ultraje hecho a su madre encorozándola por bruja, y a la vezcastigar a los terranovas por la rebeldía contra su reina.

Cuentan que un día, sin que hubiese llegado el galeón de Cádiz trayendonoticia de la muerte del rey o de un príncipe de la sangre, ni fallecidoen Lima magnate alguno, civil o eclesiástico, las campanas de laCatedral principiaron a doblar solemnemente, siguiendo su ejemplo las delas infinitas torres que tiene la ciudad. Las gentes se echaban a lascalles preguntando quién era el muerto, y la autoridad misma no sabíaqué responder.

Interrogados los campaneros, contestaban, y con razón, que ellos notenían para qué meterse en averiguaciones, estándoles prevenido querepitiesen todo y por todo el toque de la matriz.

Llamado ante elarzobispo el campanero de la Catedral, dijo:

—Ilustrísimo señor: los mandamientos rezan «honrar padre y madre». Laque me envió al mundo murió en el hospital esta mañana, y yo, que notengo más prebenda que la torre, honro a mi madre haciendo gemir a miscamparas.

Mutatis mutandis, puede decirse que el hijo de Salomé pensaba como elcampanero de marras, proponiéndose honrar con crímenes la memoria de sumadre.

Gozaba Lima de aparente tranquilidad, pues ya se empezaba a sentir en laatmósfera olor a chamusquina revolucionaria, cuando de pronto cundiógrave alarma, y a fe que había sobrado motivo para ella. Tratábase nadamenos que de la aparición de una fuerte cuadrilla de bandoleros, que, nocontentos con cometer en despoblado mil y un estropicios, penetraban denoche en la ciudad, realizaban robos y se retiraban tan frescos comoquien no quiebra un plato ni cosa que lo valga. En diversas ocasionessalieron las partidas de campo con orden de exterminarlos; pero losbandidos se batían tan en regla, que sus perseguidores se veían forzadosa volver grupas, regresando maltrechos y con algunas bajas a la ciudad.

Rara era la incursión de los bandoleros a la capital en que no sellevasen cautivo algún terranova, que pocos días después devolvían bienazotado y con la cabeza al rape. Con las mujeres terranovas hacíantambién lo mismo, y algo más. Una noche hallábase la reina de regodeo enla casa de la cofradía, cuando de improviso se presentaron los de lacuadrilla, azotaron a su majestad, y cometieron con ella desaguisadostales que volando, volando y en pocos días la llevaron al panteón. Eltrono quedó vacante, no habiendo quien lo codiciase por miedo a lasconsecuencias; lo que ocasionó el desprestigio de la tribu y diópreponderancia a las otras cofradías, partidarias entusiastas del Reydel Monte, título con que era conocido el negro hijo de mama Salomé,capitán de la falange maldita.

Contribuían a dar cierta popularidad al Rey del Monte las mentiras yverdades que sobre él se contaban. Sólo los ricos eran víctimas de susrobos, y su parte de botín la repartía entre los pobres; no había jineteque lo superase, y en cuanto a su valor y hazañas, referíanse de éltantas historias que a la postre el pueblo empezó a mirarlo como apersonaje de leyenda.

Tan grande fué el terror que el famoso bandido llegó a inspirar, que losmás poderosos hacendados, para verse libres de un ataque, se hicieronsus feudatarios, pagándole cada mes una contribución en dinero y víverespara sostenimiento de la banda.

En vano mandó el virrey colocar en los caminos postes con cartelesofreciendo cuatro mil pesos por la cabeza del Rey del Monte. Y pasabanmeses y corrían años, y convencida la autoridad de que empleando lafuerza no podría atrapar al muy pícaro, que siempre se escabullía de lacelada mejor dispuesta, resolvió recurrir a la traición.

Nada más traicionero que el amor. Una Dalila de azabache se comprometióa entregar maniatados al nuevo Sansón y a sus principales filisteos.

Pasando por alto detalles desnudos de interés, diremos que una noche,hallándose el Rey del Monte entre la espesura de un bosque, acompañadode su coima y de cuatro o seis de los suyos, Dalila cuidó deembriagarlos, y a una hora concertada de antemano penetraron en elbosque los soldados.

El Rey del Monte despertó al ruido, se lanzó sobre su trabuco, apuntóy el arma no dio fuego. Entonces, adivinando instintivamente que lamujer lo había traicionado, tomó el trabuco por el cañón y lo dejó caerpesadamente sobre la infeliz, que se desplomó con el cráneo destrozado.

III

MAÑUCO EL PARLAMPÁN

Si hubo hombre en Lima con reputación de bonus vir o de pobre diablo,ése fué sin disputa el negro Mañuco.

Llamábanlo el Parlampán porque en las corridas de toros se presentabavestido de monigote en la mojiganga o cuadrilla de parlampanes, ydesempeñábase con tanto gracejo que se había conquistado no pocapopulachería.

Una tarde se exhibió en el redondel llevando dentro del cuerpo másaguardiente del acostumbrado, cogiólo el toro, y en una camillalleváronle al hospital.

Vino el cirujano, reconoció la herida, meneó la cabeza murmurando malorum, y tras el cirujano se acercó a la covacha el capellán, y oyóen confesión a Mañuco.

Vivió aún el infeliz cuarenta y ocho horas, y mientras tuvo alientos nocesaba de gritar:

—Señores, llévense de mi consejo: tranca y cerrojo..., nada decerraduras..., la mejor no vale un pucho..., para toda chapa hayllave..., tranca y cerrojo, y echarse a dormir a pierna suelta...

Tanto repetía el consejo, que el ecónomo del hospital de San Andréspensó que aquello no era hijo del delirio, sino grito de la conciencia,y fuése al alcalde del barrio con el cuento. Este hurgó lo suficientepara sacar en claro que Mañuco el Parlampán había sido pájaro decuenta, y tan diestro en el manejo de la ganzúa que con él no habíachapa segura, siquiera tuviese cien pestillos.

Item, descubrió laautoridad que el honrado Mañuco era el brazo derecho del Rey delMonte para los robos domésticos.

Ya lo saben ustedes, lectores míos: tranca cerrojo.

Concluyamos ahora con su majestad el Rey.

IV

DONDE SE VE QUE PARA TODO AQUILES HAY UN HOMERO

Inmenso era el gentío que ocupaba la Plaza mayor de Lima en la mañanadel 13 de octubre de 1815.

Todos querían conocer a un bandido que robaba por amor al arte,repartiendo entre los pobres aquello de que despojaba a los ricos.

El Rey del Monte y tres de sus compañeros estaban condenados a muertede horca.

La ene de palo se alzaba fatídica en el sitio de costumbre, frente alcallejón de Petateros.

El virrey Abascal, que había recibido varios avisos de que grupos delpueblo se preparaban a armar un motín para libertar al sentenciado,rodeó la plaza con tropas reales y milicias cívicas.

La excitación no pasó de oleadas y refunfuños, y el verdugo Pancho Salesllenó tranquilamente sus funciones.

Al día siguiente se vendía al precio de un real de plata un chabacanoromance, en que se relataban con exageración gongorina las proezas delahorcado. Del mérito del romance encomiástico bastará a dar una ideaeste fragmento: Más

que

Rey,

Cid

de

los

montes

fué

por

su

arrojo

tremendo,

por

fortunado

en

la

lidia,

por

generoso

y

mañero;

Roldan

de

tez

africana,

desafiador

de

mil

riesgos,

no

le

rindieron

bravuras,

sino a dides le rindieron.

Por supuesto, que el poeta agotó la edición y pescó buenos cuartos.

TRES CUESTIONES HISTORICAS SOBRE PIZARRO

¿SUPO O NO SUPO ESCRIBIR? ¿FUÉ O NO FUÉ MARQUÉS DE LOS

ATAVILLOS? ¿CUÁLFUÉ Y DÓNDE ESTÁ SU GONFALÓN DE

GUERRA?

I

Variadísimas y contradictorias son las opiniones históricas sobre siPizarro supo o no escribir, y cronistas sesudos y minuciosos aseveranque ni aun conoció la O por redonda. Así se ha generalizado la anécdotade que estando Atahualpa en la prisión de Cajamarca, uno de los soldadosque lo custodiaban le escribió en la uña la palabra Dios. Elprisionero mostraba lo escrito a cuantos le visitaban, y hallando quetodos, excepto Pizarro, acertaban a descifrar de corrido los signos,tuvo desde ese instante en menos al jefe de la conquista, y lo consideróinferior al último de los españoles. Deducen de aquí malignos oapasionados escritores que don Francisco se sintió lastimado en su amorpropio, y que por tan pueril quisquilla se vengó del Inca haciéndoledegollar.

Duro se nos hace creer que quien hombreándose con lo más granado de lanobleza española, pues alanceó toros en presencia de la reina doña Juanay de su corte, adquiriendo por su gallardía y destreza de picador famatan imperecedera como la que años más tarde se conquistara por sushazañas en el Perú; duro es, repetimos, concebir que hubiera sidoindolente hasta el punto de ignorar el abecedario, tanto más, cuanto quePizarro aunque soldado rudo, supo estimar y distinguir a los hombres deletras.

Además, en el siglo del emperador Carlos V no se descuidaba tanto comoen los anteriores la instrucción. No se sostenía ya que eso de saberleer y escribir era propio de segundones y de frailes, y empezaba acausar risa la fórmula empleada por los Reyes Católicos en el pergaminocon que agraciaban a los nobles a quienes hacían la merced de nombrarayudas de Cámara, título tanto o más codiciado que el hábito de lasórdenes de Santiago, Montesa, Alcántara y Calatrava. Una de las frasesmás curiosas y que, dígase lo que se quiera en contrario, encierra muchode ofensivo a la dignidad del hombre, era la siguiente: «Y por cuantovos (Perico de los Palotes) nos habéis probado no saber leer niescribir y ser expedito en el manejo de la aguja, hemos venido ennombraros ayuda de nuestra real Cámara, etc.».

Pedro Sancho y Francisco de Jerez, secretarios de Pizarro, antes queAntonio Picado desempeñara tal empleo, han dejado algunas noticias sobresu jefe; y de ellas, lejos de resultar la sospecha de tan supremaignorancia, aparece que el gobernador leyó cartas.

No obstante, refiere Montesinos en sus Anales del Perú que en 1525 sepropuso Pizarro aprender a leer, que su empeño fué estéril, y quecontentóse sólo en aprender a firmar. Reíase de esto Almagro, y agregabaque firmar sin saber leer era lo mismo que recibir una herida sin poderdarla.

Tratándose de Almagro el Viejo es punto históricamente comprobado que nosupo leer.

Lo que sí está para nosotros fuera de duda, como lo está para el ilustreQuintana, es que don Francisco Pizarro no supo escribir, por mucho quela opinión de sus contemporáneos no ande uniforme en este punto.Bastarla para probarlo tener a la vista el contrato de compañíacelebrado en Panamá, a 10 de marzo de 1525, entre el clérigo Luque,Pizarro y Almagro, que concluye literalmente así: «Y porque no sabenfirmar el dicho capitán Francisco Pizarro y Diego de Almagro, firmaronpor ellos en el registro de esta carta Juan de Panés y Alvaro delQuiro».

Un historiador del pasado siglo dice:

«En el archivo eclesiástico de Lima he encontrado varias cédulas einstrumentos firmados del marqués (en gallarda letra), los que mostré avarias personas, cotejando unas firmas con otras, admirado de lasaudacias de la calumnia con que intentaron sus enemigos desdorarlo yapocarlo, vengando así contra este gran capitán las pasiones propias yheredadas».

En oposición a éste, Zárate y otros cronistas dicen que Pizarro sólosabía hacer dos rúbricas, y que en medio de ellas, el secretario poníaestas palabras: El marqués Francisco Pizarro.

Los documentos que de Pizarro he visto en la Biblioteca de Lima, secciónde manuscritos, tienen todos las dos rúbricas. En unos se lee Franxo. Piçarro, y en muy pocos El marqués. En el ArchivoNacional y en el del Cabildo existen también varios de estos autógrafos.

Poniendo término a la cuestión de si Pizarro supo o no firmar me decidopor la negativa, y he aquí la razón más concluyente que para ello tengo:

En el Archivo General de Indias, establecido en la que fué Casa deContratación en Sevilla, hay varias cartas en las que, como en losdocumentos que poseemos en Lima, se reconoce, hasta por el menosentendido en paleografía, que la letra de la firma es, a veces, de lamisma mano del pendolista o amanuense que escribió el cuerpo deldocumento. «Pero si duda cupiese—

añade un distinguido escritorbonaerense, don Vicente Quesada, que en 1874 visitó el Archivo deIndias—, he visto en una información, en la cual Pizarro declara comotestigo, que el escribano da fe de que, después de prestada ladeclaración, la señaló con las señales que acostumbraba hacer,mientras que da fe en otras declaraciones de que los testigos las firman a su presencia».

II

Don Francisco Pizarro no fué marqués de los Atavillos ni marqués de lasCharcas, como con variedad lo llaman muchísimos escritores. No haydocumento oficial alguno con que se puedan comprobar estos títulos, niel mismo Pizarro, en el encabezamiento de órdenes y bandos, usó otrodictado que éste: El marqués.

En apoyo de nuestra creencia, citaremos las palabras de Gonzalo Pizarrocuando, prisionero de Gasca, lo reconvino éste por su rebeldía eingratitud para con el rey, que tanto había distinguido y honrado a donFrancisco:—La merced que su majestad hizo a mi hermano fué solamenteel título y nombre de marqués, sin darle estado alguno, y si no díganmecuál es.

El blasón y armas del marqués Pizarro era el siguiente: Escudo puesto amantel: en la primera parte, en oro, águila negra, columnas y aguas; yen rojo, castillo de oro, orla de ocho lobos, en oro; en la segundaparte, puesto a mantel en rojo, castillo de oro con una corona; y enplata, león rojo con una F, y debajo, en plata, león rojo; en la partebaja, campo de plata, once cabezas de indios y la del medio coronada;orla total con cadenas y ocho grifos, en oro; al timbre, coronel demarqués.

En una carta que con fecha 10 de octubre de 1537 dirigió Carlos V aPizarro, se leen estos conceptos que vigorizan nuestra afirmación:«Entretanto os llamaréis marqués, como os lo escribo, que, por no saberel nombre que tendrá la tierra que en repartimiento se os dará, no seenvía dicho título»; y como hasta la llegada de Vaca de Castro no sehabían determinado por la corona las tierras y vasallos queconstituirían el marquesado, es claro que don Francisco no fué sinomarqués a secas, o marqués sin marquesado, como dijo su hermano Gonzalo.

Sabido es que Pizarro tuvo en doña Angelina, hija de Atahualpa, un niñoa quien se bautizó con el nombre de Francisco, el que murió antes decumplir quince años. En doña Inés Huaylas o Yupanqui, hija deManco-Capac, tuvo una niña, doña Francisca, la cual casó en España enprimeras nupcias con su tío Hernando, y después con don Pedro Arias.

Por cédula real, y sin que hubiera mediado matrimonio con doña Angelinao doña Inés, fueron declarados legítimos los hijos de Pizarro. Si éstehubiera tenido tal título de marqués de los Atavillos, habríanloheredado sus descendientes. Fué casi un siglo después, en 1628, cuandodon Juan Fernando Pizarro, nieto de doña Francisca, obtuvo del rey eltítulo de marqués de la Conquista.

Piferrer, en su Nobiliario español, dice que, según los genealogistas,era muy antiguo e ilustre el linaje de los Pizarros; que algunos de eseapellido se distinguieron con Pelayo en Covadonga, y que luego susdescendientes se avecindaron en Aragón, Navarra y Extremadura. Yconcluye estampando que las armas del linaje de los Pizarro son: «escudode oro y un pino con piñas de oro, acompañado de dos lobos empinantes almismo y de dos pizarras al pie del trono». Estos genealogistas se laspintan para inventar abolengos y entroncamientos. ¡Para el tonto quecrea en los muy embusteros!

III

Acerca de la bandera de Pizarro hay también un error que me propongodesvanecer.

Jurada en 1821 la Independencia del Perú, el Cabildo de Lima pasó algeneralísimo don José de San Martín un oficio, por el cual la ciudad lehacía el obsequio del estandarte de Pizarro.

Poco antes de morir enBoulogne, este prohombre de la revolución americana hizo testamento,devolviendo a Lima la obsequiada bandera. En efecto, los albaceashicieron formal entrega de la preciosa reliquia a nuestro representanteen París, y éste cuidó de remitirla al gobierno del Perú en una caja muybien acondicionada. Fué esto en los días de la fugaz administración delgeneral Pezet, y entonces tuvimos ocasión de ver el clásico estandartedepositado en uno de los salones del Ministerio de RelacionesExteriores. A la caída de este gobierno, el 6 de noviembre de 1865, elpopulacho saqueó varias de las oficinas de palacio, y desapareció labandera, que acaso fué despedazada por algún rabioso que se imaginaríaver en ella un comprobante de las calumnias que, por entonces, inventóel espíritu de partido para derrocar al presidente Pezet, vencedor enlos campos de Junín y Ayacucho, y a quien acusaban sus enemigospolíticos de connivencias criminales con España, para someternuevamente el país al yugo de la antigua metrópoli.

Las turbas no reaccionan ni discuten, y mientras más absurda sea laespecie más fácil aceptación encuentra.

La bandera que nosotros vimos tenía, no las armas de España, sino lasque Carlos V acordó a la ciudad por real cédula de 7 de diciembre de1537. Las armas de Lima eran: un escudo en campo azul con tres coronasregias en triángulo, y encima de ellas una estrella de oro cuyas puntastocaban las coronas. Por orla, en campo colorado, se leía este mote enletras de oro: Hoc signum vere regum est. Por timbre y divisa doságuilas negras con corona de oro, una J y una K (primeras letras de Karolus y Juana, los monarcas), y encima de estas letras unaestrella de oro. Esta bandera era la que el alférez real por juro deheredad, paseaba el día 5 de enero, en las procesiones de Corpus y SantaRosa, proclamación de soberano, y otros actos de igual solemnidad.

El pueblo de Lima dió impropiamente en llamar a ese estandarte labandera de Pizarro, y su examen aceptó que ése fué el pendón de guerraque los españoles trajeron para la conquista.

Y pasando sin refutarse degeneración en generación, el error se hizo tradicional e histórico.

Ocupémonos ahora del verdadero estandarte de Pizarro.

Después del suplicio de Atahualpa, se encaminó al Cuzco don FranciscoPizarro, y creemos que fué el 16 de noviembre de 1533 cuando verificó suentrada triunfal en la augusta capital de los Incas.

El estandarte que en esa ocasión llevaba su alférez Jerónimo de Aliagaera de la forma que la gente de iglesia llama gonfalón.

En una de suscaras, de damasco color grana, estaban bordadas las armas de Carlos V; yen la opuesta, que era de color blanco según unos, o amarillo segúnotros, se veía pintado el apóstol Santiago en actitud de combate sobreun caballo blanco, con escudo, coraza y casco de plumeros o airones,luciendo cruz roja en el pecho y una espada en la mano derecha.

Cuando Pizarro salió del Cuzco (para pasar al valle de Jauja y fundar laciudad de Lima) no lo hizo en son de guerra, y dejó depositada subandera o gonfalón en el templo del Sol, convertido ya en catedralcristiana. Durante las luchas civiles de los conquistadores, nialmagristas, ni gonzalistas, ni gironistas, ni realistas se atrevieron allevarlo a los combates, y permaneció como objeto sagrado en un altar.Allí, en 1825, un mes después de la batalla de Ayacucho, lo encontró elgeneral Sucre; éste lo envió a Bogotá, y el gobierno inmediatamente loremitió a Bolívar, quien lo regaló a la municipalidad de Caracas, dondeactualmente se conserva. Ignoramos si tres siglos y medio de fechahabrán bastado para convertir en hilachas el emblema marcial de laconquista.

FIN

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