Un paseo por Paris, retratos al natural
UN PASEO POR PARIS
RETRATOS AL NATURAL
POR
DON ROQUE BARCIA.
MADRID, 1863. IMPRENTA DE MANUEL GALIANO. Plaza de los Ministerios, 2.
ADVERTENCIA.
Después de las infinitas sandeces y extravagancias con que los delvecino imperio acostumbran á pasar ratos tan frecuentes de buen humor ácosta de nuestro país, apenas se concibe que no haya habido algunescritor español que dijera de ellos tantas verdades, cuantas son lasmentiras que ellos han dicho de nosotros.
Lo más que han hecho ciertos celosos escritores nacionales, ha sidovindicarnos de aquellas ingeniosas imposturas, de aquellos novelescosdespropósitos, como quien repele una invasión extraña; pero ninguno (quesepamos) ha hecho una expedición á sus tierras, con ánimo deliberado dever y de decir lo que por allí pasa, porque algo que merezca la pena deverse y de decirse debe pasar.
Esto es lo que, con escasísimos recursos y muy endebles fuerzas, vamos áhacer nosotros.
Ellos han venido á nuestra casa. Nosotros irémos á la suya, aunque hayuna diferencia capitalísima en el pensamiento y en la intencion con queellos han venido, y nosotros vamos.
Ellos han venido á oler y fisgar, para decir luego entre los suyos, nolo que han visto, sino lo que han soñado, ó lo que han querido soñarpara escribir una novela y producir un efecto cómico, á expensas de lahonra de un pueblo noble y generoso, brusco quizá, inculto tal vez, perogeneroso y confiado; tan generoso y tan confiado, que recibe con palmasy olivas á los que le insultan.
Nosotros irémos á oler y fisgar, para decir sencilla y buenamente lo quehemos olido y fisgado. Si es malo para ellos, que tengan paciencia; sies bueno, con su pan se lo coman, y nosotros procurarémos comer tambienlo que podamos, porque lo bueno es pan que debe comer todo el mundo.
Ellos han venido á burlarse.
Nosotros irémos á estudiar.
Ellos han sido novelistas.
Nosotros serémos historiadores.
Ellos han dicho la pura mentira, si es que hay mentiras puras.
Nosotros dirémos la pura verdad; la verdad sin dimes ni diretes, á labuena de Dios, á la pata la llana
, como dice la gente por estas buenastierras de
Morería
.
Las mil y una noches
que ellos han contado de nosotros, repugnan detal modo á la evidencia de los hechos, que si no pusieran el nombre denuestro asaeteado país, los mismos españoles no conoceriamos que sehablaba de España. Los mismos españoles creeriamos que se nos hacia ladescripcion de cómo viven algunas tribus de la Polinesia ó de lasMolucas.
Lo que nosotros dirémos de los franceses será un retrato tan al natural,un retrato tan candorosamente
parecido, que no habrá persona, por pocoinstruida que esté en materia de caractéres nacionales, que no eche dever por instinto que hablamos de Francia, aunque nosotros supusiéramosque la escena pasaba en la Nigricia. Todo eso tendrémos á nuestro favor:pagarémos deudas antiguas, dando verdades á trueque de embustes,agradeciendo y recomendando lo que juzguemos que debamos recomendar yagradecer.
Sufra, pues, el civilizadísimo Paris, el tan culto y refinado Paris, elParis tan sutil, tan impalpable y tan vaporoso; sufra, decimos, que un
tosco africano
se le entre por las puertas, sin decir tú ni mú, nisaco de paja, y le desdoble ciertos pliegues, y le adivine ciertascuitas, y le ponga el dedo en ciertas llagas, y quite la tierra deciertas sepulturas, y descubra ciertos cadáveres.
Lo vamos á decir con vergüenza; pero lo vamos á decir. Tenemos miedo, loque se llama miedo, de vernos en Paris. Nos parece (y lo hemos anotadoen nuestra cartera de viaje como un suceso previsto y corriente) queaquel coloso nos va á confundir con una mirada, si es que no se dignaaplastarnos con un pié; y que aún cuando tenga la indulgencia de noaplastarnos ó de no confundirnos, no vamos á saber por dónde entrar, nipor dónde salir en aquel laberinto formidable; de todo lo cualresultará que tendrémos que volvernos á nuestra humilde casa con lostiestos en la cabeza.
Presumimos que nos va á suceder lo que á los monos de poco tiempo: sesuben al árbol para coger cocos, y las más de las veces son aplastadospor la misma fruta que quieren coger.
Pero, en fin, lector mio, pecho al agua; vamos al maravilloso yestupendo Paris, á ese Paris que tantas veces habrá sonado en tusorejas, en tu pensamiento, en tu corazon, en tu fantasía … sobre todoen tu conciencia y en tu bolsillo. La ignorancia es muy atrevida, y losuplirá todo. ¡Buen ánimo, lector! ¡vamos á Paris!
Si vale juzgar por el plan que nos hemos formado anticipadamente, estosestudios comprenderán las siguientes séries.
PARIS MORAL, PARIS CURIOSO, CONSIDERACIONES Y DESPEDIDA.
El PARIS CURIOSO comprenderá una reseña histórica de Paris, monumentos,estadística y hechos notables, con una descripcion diaria de lasimpresiones que allí recibamos, y que trascribirémos al papel con la másescrupulosa fidelidad.
A falta de otro mérito superior, la presente obra será notable por laexpresion ingénua con que será escrita.
Si hay algun aliño en lo queescribamos, será el que buenamente salga á nuestro encuentro. Nosotrosno hemos de buscar otra cosa que procurar decir, en la forma más fácil,lo que veamos, lo que sintamos y lo que pensemos.
INTRODUCCIÓN.
¡Paris, fábula del mundo, fábula de tí propio; palacio por fuera,sepulcro por dentro, salve!
Hace un mes que estamos en Paris mi mujer y yo. En este mes de noviciadoy de aprendizaje, ¡cuántas cosas nos han sucedido! ¡cuántas sorpresashemos llevado! Mi compañera y yo no hemos podido sacudir todavía lainevitable ofuscacion de las primeras impresiones, y estamos comosordos, y nos miramos con cierta expresion alelada. ¡Qué ruido! ¡Quétropel! ¡Qué infierno! Madrid no es más que un barrio de esta confusa yturbulenta Babilonia; no es más que un lienzo de este interminablepanorama de sombras chinescas.
Pero la narracion de las aventuras que nos han sucedido durante estemes, (¡qué mes, Dios mio!) toca al PARIS CURIOSO, y no debemos alterarel sistema que nos hemos propuesto seguir. Aquí sólo hablarémos delPARIS MORAL, cuyo punto nos ha parecido conveniente tocar ante todo,correspondiendo á lo que de nosotros exige una necesidad de nuestropaís. Francia tiende á absorbernos en todos sentidos, tambien en sentidomoral, y no nos conformamos de ningun modo con que nos absorba enciertas tendencias, ahora que sabemos y presenciamos lo que no sabiamosni presenciábamos antes.
Nos explicamos, con más ó menos dificultad, que nos ponga la ley con susfigurines, con sus modas, con sus jabones, sus pomadas, sus esencias ysus juguetes: nos explicamos sin violencia que nos ponga la ley con susgraciosísimos diges, con sus elegantísimas bicocas, con sus poéticosrelumbrones, con sus cultísimas frivolidades: nos explicamos, gimiendo óno gimiendo, que nos domine con sus tejidos, con sus ácidos, con susinstrumentos, con sus libros, con sus novelas, con sus dramas, hasta consu idioma: todo eso podemos explicarlo; pero no nos podemos explicar quedeba ser nuestra dictadora en punto á costumbres. Contra semejanteconato se levanta airado nuestro corazon. No reconocemos ese dominio, noadmitimos esa tutela, no concedemos esa supremacía, por más que laorganizacion exterior de las cosas nos deslumbre; por más que la carapostiza de que todos los hechos se revisten aquí, haga que confundamosel inocente arrullo de la tórtola con el canto agorero de la corneja.Aquí hay una cosa particular, indefinible, múltiple, casi infinita: unacosa que está en todas partes, que todo lo llena, que todo lo anima, queá todo de su forma y su rostro, como nuestro pié de su forma propia ánuestra pisada.
Hay una cosa que nosotros llamamos
el palaustrefrancés
. Los franceses tienen un
palaustre
, con el cual adoban yalisan tan admirablemente la exterioridad de las cosas, la parte que seve, lo que está por fuera, lo que produce en nuestros sentidos y ennuestra fantasía el primer efecto dramático: preparan tan
deliciosamente
las cosas con unos cuantos golpes de su portentosopalaustre, que aquí casi todo parece arte, cuando real y verdaderamentecasi todo es un simple artificio. Traigamos á Paris cualquier cosa, unafruslería cualquiera, de España, de Italia, de Inglaterra, de Rusia, deTurquía, del Mogol; démosla á un francés, dejemos que el francés lalleve á su casa; que allí la componga, que la aliñe, que la lave lacara con su palaustre
, y es bien seguro que la fruslería extranjeraserá en Paris una especie de mágia. Por dentro será fruslería, elinterior estará vacío,
el precioso busto no tendrá seso
, como dice lafábula, pero lo de fuera será un encanto. ¡Qué hechizo tan particular,qué inspiracion tan asombrosa, qué talento tan admirable hay aquí, parahacer ver que es algo lo que no es nada!
Quizá no lo habrémos meditadobastante; tal vez no conocemos lo necesario este inmenso laboratorio,esta inmensa química; acaso serémos injustos y agresivos con estasociedad que nos asombra, como podria asombrarnos una fantásticaaparicion; suplicamos al pueblo francés que nos perdone; pero vamos ámanifestar una idea, que hemos concebido más de una vez, que hemosconcebido muchas veces, bajo la influencia de hechos análogos, lo cualprueba al menos que nuestra idea no es el resultado de una excepcion.Cuando el espectador rie siempre, ó siempre llora, algo hace el actorpara producir aquella risa ó aquel llanto. Hé aquí nuestra idea. Creemosque el dominio que Paris ejerce, creemos que ese espíritu en alas delcual visita todo el globo; ese reinado que tiene un trono en tantospueblos; esa culta y privilegiada tiranía con que está pesando sobre elmundo de hoy; creemos que esa mañosa red que tiene extendida sobre todala tierra, no es tanto la obra de su ciencia, de su arte, de suindustria y de su comercio, como la de su prodigiosa habilidad en dar álas cosas una segunda cara, una cara postiza,
la cara francesa
: esdecir, una mano que cubre la cara de carne con una máscara de carton.Creemos que la supremacía que hoy alcanza, el universal señorío de quecon más ó menos razon está tan orgulloso, no lo debe tanto á lascreaciones de su genio, como al artificio de su palaustre. Otro crea,otro hace, otro descubre, otro saca del caos del pensamiento lasustancia impalpable de la idea, el gérmen divino. Esta idea arranca,esta idea camina por el mundo, Paris la llama, la acaricia, la pule, lacompone, la ajusta, la viste: es decir, coge su mezcla maravillosa,empuña su palaustre mágico … ¡oh portento! ¡Ved como brilla ahora loque poco antes era oscuro! ¡Ved qué gracioso, qué bonito, qué juguetones, lo que poco antes era duro, severo, grave! Antes era una cosa; loque el arte ó la naturaleza queria que fuese; ahora es una
monería
; loque Paris ha querido que sea. Dios y el hombre tienen un taller. Paristiene otro; el taller de Paris. El escudo de armas de estaimportantísima ciudad, debia representar un monarca que empuña porcetro un palaustre
. Volvemos á pedir uno y mil perdones al puebloparisiense, imploramos humildemente su indulgencia, en justo pago de ladeslumbradora hospitalidad que nos ofrece; pero hemos dejado nuestrapobre España para decirla, no lo que soñemos, sino lo que creamos, y esoes lo que creemos al pié de la letra.
Pues volviendo á la cuestion moral, hemos descubierto que el palaustrefrancés
anda tambien alisando la cara de las costumbres, y que más alláde esa cara lisa y graciosa, abajo, en lo hondo de la fábrica, hayciertas escorias que el palaustre no puede quitar, porque el palaustreno quita nada, lo compone todo. Y nosotros, rudos y aviesos españoles,no queremos esas composturas francesas. Aunque la cara no esté tanbonita, preferimos que el interior no esté tan podrido, y dando lasgracias encima, regalamos á nuestros vecinos la escoria que está dentroy la cara graciosa que está fuera.
Excusamos advertir que no nos duele que seamos llevados por un espírituextranjero, sino que seamos llevados sin razon. Cuando la razon media,cuando la religion universal de lo bueno y de lo justo nos hacehermanos, no vemos extranjeros, sino hombres. La idea del hombre noshace grandes, generosos, magnánimos, inmensos, por decirlo así, y nodebemos pagar á aquella noble idea siendo egoistas. ¡No! No marcamosfronteras á los hechos universales, como lo son todos los que serefieren al bien humano. No ponemos límites á ese bien, como no damospatria al ambiente, á la tierra, al calórico, á los celajes.
Unpatriotismo exagerado, es al mismo tiempo una ridiculez, unasupersticion y una imbecilidad. Nos pondrémos de parte de España en estecaso, porque cuando un hecho particular quiere absorber á otro hechoparticular, no podemos menos de declararnos á favor de aquel que recibela agresion injusta, especialmente cuando este hecho corre unido al amory a la veneracion que nos merecen las cenizas de nuestros padres, Antesque cuestion de país, es cuestion de verdad. Es cuestion de patriatambien; seriamos hipócritas si lo negásemos; pero este respeto vienedespues, como un hombre está despues de la humanidad, como la narracionde un solo hecho está despues de toda la historia.
Tal es el pensamiento con que vamos á tratar esta delicada materia, ydeclarado así, quedamos tranquilos y con el valor suficiente para decircuanto nos dicten nuestras convicciones. Pero no faltará quien diga: ¿áqué tantas ceremonias y escrúpulos con esos hombres aturdidos ydesleales, que hablan al mundo de nuestro país, como si hablasen de unahorda de la Nueva Zelanda?
No, señores: la infantil ligereza con que nuestros vecinos hablan denosotros; esa ligereza que es tan nativa en ellos, y que se les debeperdonar por ser un achaque de raza, una verdadera enfermedad detemperamento y dé carácter; ese chistoso
sans façon
con que nuestrosvecinos dicen las mayores sandeces con la formalidad más pomposa y másentusiasta; esa especialidad francesa que consiste en hablar de laniñería más grande que se ocurre á hombre, con la mayor magnificencia yesplendidez del mundo;
ese curiosísimo secreto
de nuestros vecinos,no nos autoriza para insultar á una nacion. Nosotros sentiriamosremordimiento si entrásemos en el exámen de esta sociedad con unaintencion egoista. ¡No! Por respetos al pueblo francés, por decoro ánuestro país, por nuestro propio honor, como escritores públicos, noharémos lo que hacen los franceses, con lo cual probarémos, que si nosomos tan refinadamente cultos, somos al menos más clásicamentecristianos. La naturaleza lleva en sí cierta cosa bravía de buenaíndole, una virtud salvaje, pero candorosa y original, y esta ventajatenemos los bárbaros.
Esta série comprenderá los siguientes capítulos:
1.º Moralidad de los franceses con relacion á la ley.
2.º Con relacion á la opinion.
3.º Con relacion á las costumbres.
4.º Con relacion al trato civil.
5.º Con relacion á la industria y al comercio.
6.º Con relacion al arte.
7.º Con relacion á la familia.
8.º Con relacion á cosas que verá el curioso lector.
UN PASEO POR PARIS.
I.
=Moralidad de Paris con relacion á la ley=.
Llegamos á Paris á las tres de la tarde, y no faltaba mucho paraoscurecer, cuando entrábamos en un hotel, llamado de los Extranjeros, átiro de pistola de los magníficos bulevares. Comimos luego en un lujosoy
aéreo Restaurant
, situado en la Plaza de la Bolsa, cuyo dueño sellama como jamás olvidaré, Champeaux
. Ignoro si este nombre puedetener para los oídos franceses alguna poesía; pero sé muy bien que es unnombre célebre, prosáica y dolorosamente célebre para mi afligidobolsillo, como verá el lector en el PARIS CURIOSO.
A las diez salimos del famoso
Restaurant-Champeaux
, y por señas que mimujer y yo caminábamos sin decirnos oste ni moste. ¿Por qué talsilencio?
Preguntará tal vez algun curioso. ¡Ay, lector, lector denuestra alma! Ordinariamente no hablamos, despues que somos …sorprendidos. La escena del
Restaurant
nos dejó mudos. De vuelta, porfin, en nuestro hotel, quiso mi mujer acostarse y notó con hartaestrañeza que los dos balcones de nuestra habitacion no tenian maderas,y que á una de las vidrieras faltaba el pestillo. Es decir, notó conextrañeza que dormir allí era dormir en medio de la calle, á públicasubasta, como decimos por allá. Se trataba de un piso entresuelo muybajo, no habia puerta en los balcones que daban á la calle, uno de loscierros de cristales carecia de pestillo…. ¿Cómo era posible que mimujer, la más medrosa de las mujeres, se resignara á pegar los ojos enun cuarto, expuesto al antojo del primer transeunte?
Llamo al
garçon
, y le digo que se habian olvidado sin duda de ponerlas maderas á los balcones, y que una de las vidrieras no cerraba. El
garçon
se sonrió compasivamente. Hace cuarenta años, me dijo, que estehotel existe; tal como está hoy estuvo siempre, y todavía no se cuentaque haya sucedido la menor tentativa de robo.
¡Bah! no tenga usted miedo. (¡N'ayez pas peur, allez!
) Y diciendo estose marchaba.
—Oiga usted, le grité con resolucion: ¿es decir, que nos hemos dequedar de este modo?
—El amo responde de lo que suceda.
—Perdone usted; el amo no puede responder de que me degüellen, y siesto aconteciera, me importaria muy poco que su amo respondiese.
El garçon soltó una carcajada con el mayor aplomo, cual si creyera queyo queria tener con él un rato de solaz, y desapareció como un cohete.
Referí á mi mujer lo sucedido, y mi mujer determinó pasar, la nochecerca de los cristales, reservándose mudar de habitacion al diasiguiente.
Yo calculé que la sinrazon no estaba en el amo del hotel, sino ennosotros. Esto es una costumbre del país, costumbre que no tiene aquípeligro alguno: ¿por qué prestar oídos al temor infundado de unextranjero, en cuya nacion se vive de otro modo?
¿Por qué presumir que nosotros dos estimamos más nuestros bienes ynuestras vidas, que los centenares de hombres que diariamente sehospedan en este mismo hotel? ¿Por qué presumir que el amo habia deexponerse á perder los muchos objetos de valor que decoran nuestravivienda? ¿Por qué presumir que un establecimiento tan importante, podiaaceptar el riesgo de desacreditarse en una hora, supuesto un robo ó unasesinato?
Yo preferiria que estos balcones tuviesen maderas; preferiria que lostranseuntes no tuvieran la tentacion contínua de ver dos balcones á sudisposicion, dos balcones que pueden tocarse con la mano; pero visto queesto es aquí un hecho normal, me parece tan extravagante y tan ridículoquerer otra cosa, como lo seria en Constantinopla el pretender que cadacasa no fuese un palacio encantado.
En fin, mi mujer se acostó, por obediencia, y no cerró los ojos hastaque observó que estaba muy entrado el dia. Pero luego que nos habituamosá la vida nueva, tanto el dinero como los relojes quedaban sobre la mesaó sobre el armario, casi á la vista del que pasara por la calle.Excusado fuera decir que nadie vino á desposeernos ni á matarnos.
Hemos atravesado varias veces todo Paris: jamás hemos tenido noticia deun robo á mano armada, de un asesinato, de un tumulto de ningunaespecie. Sólo hemos presenciado una riña entre dos hombres en la callede Buenavista
(Beauregard)
, disturbio que duró un momento y que notuvo consecuencias desagradables. Trato, pesos, medidas, comestibles,todo se ajusta perfectamente á la ley.
Estudiado Paris en otras tendencias, apenas se concibe, ó se concibecomo concebimos un prodigio, la existencia de ese escrupuloso nivelentre la conducta social del que obedece, y la voluntad del que manda.Este nivel es evidente, y sólo la ignorancia, la preocupacion ó el odiopueden desconocerlo.
Hemos estudiado con el mayor esmero esta faz de la civilizacionparisiense, y debemos decir que muy rara vez hemos visto que unamanifestacion pública del individuo, esté en discordancia con elprecepto de la sociedad: es decir, con las leyes escritas.
No falta quien haya atribuido este resultado á la vigilancia de lapolicía; pero esta manera de juzgar no es la que más revela unconocimiento sazonado de las cosas.
La policía, como todo hecho represivo, podrá evitar casos particulares,accidentes de localidad y de hora; no producir un caso general, unánime,con rarísimas excepciones. Aquí es una disposicion general de los ánimosy de las costumbres no herir la propiedad, en cuanto esta propiedad estágarantida por una proclamacion formal de la ley.
Para que esta disposicion de los ánimos y de las costumbres fueseresultado de la vigilancia de la policía, fuera menester que cadaindividuo tuviera un vigilante tan unido á él como el pié á su huella,lo cual nos llevaria á suponer la existencia de tantos espías comociudadanos. Esto es absurdo.
Cuando un pueblo es tan inmoral que cada uno de sus hijos necesita unespía para no ser asesino ó ladron, no hay fuerzas humanas que impidanque el individuo de aquella sociedad sea ladron ó asesino. El espía nopuede hacer otra cosa que añadir á la suma un guarismo nuevo. Elciudadano criminal tendria necesidad de un cómplice: este cómplice seriasu propio guardian, la policía, el espionaje. El espionaje, pues, sóloserviria para dar autoridad á los crímenes, ó para sucumbir en la lucha.Sí, la policía tendria que ser cómplice, ó robada y asesinada por elladron y por el asesino.
¿Quién lo duda? Cuando un cáncer se apodera de todo nuestro cuerpo¿dónde encontrareis carne sana que oponer á la carne cancerosa? Si elcáncer está en todas partes, si hay que cortarlo todo, ¿en qué puntoconcebís la vida? ¿De qué manera concebís la vida en una carne que debecortarse?
Esto no puede ser, y no pudiendo ser en ningun país del mundo, no hayrazon para que sea en Paris. No, no es la policía. Policía hay enAustria, y la criminalidad es incomparablemente mayor. La Inglaterramantiene hoy menos policía que el imperio francés, y la Inglaterra es unpaís más morigerado que Francia. Menos policía tiene Bélgica, muchamenos, y las costumbres de aquel país son bastante mejores que las delpueblo que examino. En caso parecido se encuentran la Holanda, algunosEstados alemanes, las Ciudades Libres y la Suiza.
Cerdeña tiene menos policía que Nápoles, y Nápoles es más criminal que Cerdeña en una proporcion fabulosa.
No, la policía es un hecho puramente exterior, y de este orígen nopueden provenir las altas razones morales, religiosas, políticas yeconómicas, que marcan los grados de sociabilidad en todos los pueblosde la tierra, sociabilidad que es el gran círculo donde todos los hechoshumanos se contienen, las costumbres tambien.
No; la represion hace lo que una argolla. La argolla no tiene la virtudde convertir á los malvados. La argolla no es un poder humano, un podermoral; mata, no educa.
Pues ¿de dónde procede la religiosidad del pueblo francés en atemperarseal precepto público? Sobre esto dirémos despues unas cuantas palabras.Ahora no hacemos más que exponer hechos, y el hecho es que aquellareligiosidad exterior se manifiesta de una manera incuestionable. Vamosahora á ver las cosas de otro modo.
II.
=Moralidad de Paris con relacion á la opinion=.
Esta moralidad es tan escrupulosa como la que se observa con respecto álas leyes, aunque proviene de causas distintas.
¡Cuántas manifestaciones engañosas! ¡Cuánta observacion, cuánto deseo ycuánta buena fe se necesitan para penetrar en el interior de estelaberinto, y ver los hechos como son en sí!
¿Nos dejamos un paraguas, un pañuelo, un bolsillo, en algun café,tienda, quizá teatro? Pues volvamos y allí estará.
¡Moralidad asombrosa! se exclama.
Poco á poco, amigos mios. No niego que esto es preferible á vernosasaltados por una partida de beduinos ó de turcomanos, pero nosotros nosguardarémos muy bien de llamarlo virtud. Le llamarémos habilidad;virtud, no. ¿Por qué no? Vamos á explicarnos; pero, lector mio, con tuvénia, hablarémos en adelante en singular.
Yo tengo una tienda, un café, un teatro, una fonda. Sin el favor de laopinion pública, esto es, sin crédito exterior, sin probidad aparente,sin esa probidad que sale á la calle vestida de colorea muy vivos, comolos payasos, para que la gente se pare á verlos: sin la moralidad de laopinion en un gran centro de competencia, claro es que me arruino.
¿Pues qué hago? Agenciar dia y noche aquel favor, aquella condicionnecesaria para que yo adelante y goce; mejor dicho, procurarme sindescanso aquella mercancía indispensable para que sea un mercader feliz.
¿Vale más mi crédito que un paraguas, un pañuelo, un bolsillo, unbillete? Pues tome usted el billete, el bolsillo, el paraguas. ¿Vale másmi mercancía que la de usted? Pues tome usted su mercancía.
Pero si el bolsillo contuviera bastantes monedas para asegurar de unavez mi fortuna; si el billete fuera un talon contra el Banco de Lóndres,y representara una cantidad que hiciera imposible la ruina; si lamercancía de la tienda, del café ó de la fonda, valiese menos que la delbolsillo ó el billete de usted, ¿cree usted que el hombre moral de Parisdejaria de ajustar la cuenta por los dedos; cree usted que dejaria deanotar en el libro de entrada la partida mayor?
No niego que habrá muchas y honrosas excepciones: no condeno laintencion virtuosa de uno ó mil individuos. Hablo de la temperaturageneral que, en mi juicio, tiene aquí la conciencia.
Esta verdad se descubre más fácilmente en los cocheros. La ley ofreceuna recompensa pecuniaria, y en otros casos una mencion honorífica, alconductor de un carruaje público que presente en las oficinas de lapolicía los objetos olvidados en su carruaje. Los objetos devueltos eneste año suman un valor de 43.000
duros.
Pero ¿qué sucede en realidad? ¿Que sentido tienen estos alardes depureza y de abnegacion ante la moral verdadera, ante la emocion íntimadel alma, esa emocion que siente el bien, y que tiene bastante consentirlo, como mi corazón ama la belleza, y tiene bastante con amarla?¿Qué significan esos 43.000 duros devueltos á la policía de esta ciudad?
Significan lo siguiente; y cuidado que no hablo de memoria, sino porexperiencia.
Si el objeto olvidado no valia la pena de que la policía premiase al cochero honrado
, el cochero honrado hizo noche de aquel objeto.
Si el objeto valia mucho mas que la recompensa pecuniaria ó la mencionhonorífica, el objeto no pareció tampoco.
¿Pues qué objetos son los que parecen? Parecen aquellos que no valenmenos ni más que el premio ó la mencion; no parecen más mercancías quelas que convienen al negocio.
Al volver una tarde de Passy, tomamos un coche cerca de las barreras delarco del Triunfo; era de dos asientos, y un amigo que nos acompañabatuvo la bondad de subirse al pescante, mientras que mi mujer y yoocupábamos el interior del carruaje.
No hacia diez horas que nos habiamos comprado un sobretodo de goma,forrado de merino, y que podia usarse tanto para las lluvias como paraservir de sobretodo.
Llegamos al hotel de Buenavista; subimos; á poco notamos que el amigo sehabia dejado el sobretodo en el pescante; el cochero no pareció pornuestro hotel, ni el sobretodo pareció tampoco por las oficinas de lapolicía. Me consta, porque estuve á saberlo, contra la voluntad delinteresado, que se hubiera creído en pecado mortal si un sobretodo leobligara á mover un pié ó á despegar un labio.
En fin, depuradas las cosas en el crisol de la verdad, la virtud deParis con respecto á la opinion pública, seria una hipocresía, unfraude, un dolo, si no fuera un comercio hábil, una industria queparticipa de cierto hechizo para explotar al hechizado; ¡
palaustretambien
!