Un Paseo por París Retratos al Natural by Roque Barcia - HTML preview

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, sin ensayarse para esteejercicio, como se ensayan los alcides para equilibrarse sobre lamaroma. Pero tal vez no tengo razon. El genio francés, esa estéticafabulosa que inspiró al artífice del zapato, la forma casi aérea quetiene, habrá inspirado del mismo modo á las mujeres la habilidad deusarlos sin riesgo. Es una especialidad de este temperamento,

un génerode este país

.

Al ver el calzado parisiense en estos hermosos escaparates, no he podidomenos de decirme repetidamente: si una mujer tuviera el pié como es elzapato que aquí miro, ¿qué nombre daríamos á aquel pié?

seguramente lollamariamos fenómeno, aborto, extravagancia.

Hé aquí la industria francesa: á fuerza de ser delicada, sutil,vaporosa, es una industria fenomenal. La diosa Vénus salió de Chipre,viajó por el mundo, y se hizo idolatrar aquí en la elaboracion de lamateria.

Tratar de hacer algo en Paris, es tratar de hacer una Vénus, unídolo, una melodía. Alguna vez esta melodía deja escozores en el oído;acaso esto sucede más de alguna vez; pero la melodía brotó, se operó elprodigio; ¿qué significa lo demás? ¡

Siempre el palaustre

!

Excusado fuera entrar ahora en consideraciones sérias para demostrar lasignificacion que esto tiene en el órden de las ideas morales.

En el calzado que hemos visto, está sacrificada la realidad á lailusion, lo mas á lo menos; es decir, está sacrificada la verdad á lamentira, la naturaleza al artificio, el pié al zapato, las mujeres alpié. Repito que es una idolatría como otra cualquiera, y no necesitodecir si la idolatría es ó no inmoral.

Hablar de la industria equivale á hablar del comercio. Un día pasábamospor la calle de Richelieu y vimos un magnífico chal bordado de oro. Yotenia gana de saber su precio, así como de ver el arreglo interior delalmacen, y propuso á mi mujer que entráramos. Nos resolvimos por fin, yal penetrar en un portal, que más bien anunciaba la casa de un noble queel almacen de un comerciante, vimos dos lacayos vestidos de librea.Naturalmente, creimos que aquellos dos lacayos esperaban á sus señores,á quienes suponiamos ocupados en hacer compras. Creiamos mal. Los doscentinelas heráldicos que allí encontramos, eran dos lacayos de la casa;la librea al servicio de la mercancía; el blason feudal dando crédito ála materia francesa.

El ridículo es tambien crédito, cuando el créditonace de una ridiculez.

Los dos lacayos nos hicieron una marcada cortesía, procurando nodeslucir la gravedad y el tono erguido de sus cuellos, decorados por lasindispensables corbatas blancas. Nosotros contestamos al saludo como siquisiéramos decirles: ¿qué teneis que ver con nosotros? O como decimosen castellano: ¿quién os ha dado velas para este entierro?

Pero los dos vigías, venciendo valerosamente nuestro desden, seaproximaron á nosotros y nos suplicaron que les dijésemos el fin que nosllevaba. Yo tuve un momento dé vacilacion, casi de resistencia; iba ya ádecirles que nada tenia que arreglar con sus señores, cuando principié ácomprender.

—¿No es esta la entrada del almacen en donde está expuesto un chalbordado de oro?

—Sí señor.

—Pues deseamos ver ese chal y saber su precio.

Uno de los lacayos tiró inmediatamente de una campanilla, y nos rogóque pasáramos á otro piso. Subimos dos rellanos de una escaleraelegantemente alfombrada, y ya vimos en el piso principal á un caballeroque nos esperaba. Este caballero nos volvió á preguntar qué queriamos, yoído que hubo nuestra respuesta, tira del cordon de otra campanilla,enviándonos al piso segundo. ¿En que acabará esto?

Mi mujer y yo nos creiamos en el teatro de la Opera cómica.

Llegamos al piso segundo, en cuyo rellano nos aguardaba un tercero endiscordia, y cerca del umbral de la puerta una señora de mediana edad,vestida con sencillez y gusto.

Nos explicamos en pocas palabras, entramos en un elegantísimo salon, yantes de tres segundos, teniamos delante un chal como el que habiamosvisto en el escaparate.

El caballero y la señora nos observaban como si quisieran, entrar en elsecreto de nuestra voluntad, de nuestras ideas, más que todo en elsecreto de nuestros bolsillos, y yo me reputé obligado á valerme de unamentira. ¿Cómo no mentir en un país, cuya astuta mirada taladra hastalos huesos, como ciertos ácidos corrosivos?

Nosotros habiamos salido de casa para almorzar: íbamos, pues, en trajede almuerzo, y nuestro aliño no podia sostener con honra la aspiracionde comprar chales de cinco mil y pico de francos; ó sea una cantidadcasi superior á la que nosotros teniamos en Paris.

Tuve que decirles que un noble de la Habana me habia dado el encargo decomprar algunos artículos de lujo, con el objeto de disponer el regalode boda para una de sus hijas. Mi mujer llevaba el sombrero de camino,eramos extranjeros, yo tenia cierto color árabe ó americano, el color delos hijos de un clima meridional; despues de cuatro ó cinco dias deviaje en estío: en fin, notaron que cubria mi cabeza un sombrero dejipijapa, la

etimología

de este sombrero era evidente, y la ilusionfué tan completa como era evidente el orígen de mi sombrero. Noscreyeron de lleno americanos, y de la Habana por añadidura.

Favor del cielo! No bien oyó aquella señora que traia encargos de unnoble de la Habana, y que se trataba de un regalo de boda, cuando empezóá desdoblar blondas y encajes, empedrando nuestras orejas de miles defrancos. Ahora cogia una riquísima manteleta, se la ponia sobre loshombros y daba una vuelta majestuosa por todo el gracioso salon; despuesechaba mano á un velo y volvia á pasear, dando á su cabeza y á su talletodo el aire posible para producir el efecto artístico; luego tocó elturno al chal dorado, y dejaba caer la espalda hacia atrás, con el finsin duda de que la punta del pañuelo lamiera la alfombra, y formara asíalguna honda de buen gusto y algun reflejo deslumbrador. En esto acudeel caballero que se habia ausentado, y empieza á desdoblar ante nuestrosojos una preciosa coleccion de pañuelos de India y de Persia, adobándolacon la salsa de los tantos y cuantos millares de francos.

Antes nos creiamos en el teatro de la Opera cómica; ahora creiamosasistir á un juego de manos ó cosa semejante. Nosotros deslizábamos decuando en cuando una mirada hacia la puerta, como si quisiéramos decir:¿Cuándo nos verémos en la calle? Estábamos sudando como pollos.

La situacion se hizo ya tan embarazosa, que ni mi mujer ni yo sabiamosqué hacer. Al cabo, tuve que pretextar una ocupacion apremiante,balbuceando alguna frase de admiracion y de complacencia; pero no nosdejaron ir sin recabarnos la promesa de que volveriamos despacio paratener una noticia más cabal del surtido del establecimiento, y poderhacer con más acierto los encargos del noble de la Habana.

Nosotros nos rendimos, capitulamos á su sabor, tomamos dos tarjetas conorlas y dorados, y nos dimos en cuerpo y alma á bajar la escalera.

¿Cuándo estaremos en la calle? me decia mi mujer. ¡Jesus qué calor!Estoy sofocada. Yo no hacia más que oir; estaba ocupado enteramente enbajar, en el ánsia de salir á la calle y de tomar el fresco.

Llegamos al portal, los lacayos nos cobijaron con una mirada maestra; novieron bulto ni cosa alguna que lo valiese; se convencieron de que nadahabiamos comprado, de que habiamos sido inútiles á sus señores

, de quela librea habia sido nula, y creyeron prudente ó estratégico retirar elsaludo.

¡Gracias á Dios! Ya estamos en la calle de Richelieu. Comparada la calleal salon de donde salimos, podemos decir que estamos en el reino de laverdad. ¡Oh delicia!

¡Qué objeto tan curioso es estudiar á un pueblo en estas minuciosidadesque tanto significan, aunque no sea sino porque jamás engañan! Retratarcon este pincel, es retratar al natural, y por eso he dado este título ámis pobres apuntes.

¿Pero por qué sucede que despues de un lance semejante, nos invadeprimero la risa y despues la tristeza?

Esto sucede, porque la verdad nodeja nada impune, porque no existe una evidencia más infalible que laley moral. Esta ley nos castiga, castiga al hombre, castiga su pecado, y¿quién no baja la cabeza ante el castigo?

¿Quién no dobla la espaldabajo el peso de los azotes?

El comercio de Paris, lo digo otra vez, es lo que la industria:fantasmagoría, aparato, altas novedades

; es el zapato aéreo en otrosentido;

palaustre tambien

.

Encargo al extranjero que nunca se llegue á comprar un objeto que lleveeste rótulo: FANTAISIE

(fantasía), sino tiene marcado el valor. Cuandoesto no sucede, el comerciante parisiense se creerá autorizado

paraexigir el doble ó triple de lo que vale, porque la FANTASÍA, nombre queaquí quiere decir ingenio, invencion, maravilla, prodigio

, no estásujeta á tarifa alguna. Se trata de vender una creacion ingeniosa, y elingenio no tiene límites: lo que no tiene límites no tiene precio, y deaquí la infinita elasticidad del cálculo francés. ¡Pobre del extranjeroque olvide este encargo ó que tome á empresa el echarla de generoso!

Voy á terminar este ligerísimo bosquejo, haciendo notar una rareza queme ha herido de una manera singularísima.

Todos saben que Francia es un pueblo dotado de ciertos instintos deigualdad política, igualdad que tiene tantos monumentos en su historia,que tanto trabaja su espíritu, que no deja de tener alguna formapráctica en la constitucion social y en las costumbres; hasta en elestablecimiento del imperio. No obstante, la industria y el comercio deeste país son enteramente aristocráticos.

Por el contrario, todos saben que la desigualdad gerárquica, la castasocial, es en Inglaterra un principio tan indiscutible y sagrado como uncapítulo de dogma. Sin embargo, la industria y el comercio de Inglaterrason enteramente democráticos.

Paris, el demócrata, viste á los ricos de casi toda Europa, y de unagran parte de América.

Lóndres, el magnate, viste á los pobres de casi todo el globo.

El pobre busca al rico: este es Paris.

El rico busca al pobre: este es Lóndres.

No hay contradiccion. Hay habilidad. Tratándose del otro lado delestrecho, hay más: habilidad y lógica

; esto es,

habilidad inglesa

,un miasma atmosférico que no tiene igual en el espacio, desde el cielo ála tierra, desde la tierra hasta el abismo. Estoy deseando ir á Lóndres,para poder establecer una comparacion concienzuda entre estos dosgrandes centros, que son sin disputa los dos pueblos más influyentes denuestro siglo, y los dos primeros rivales de la tierra.

VI.

=Moralidad de Paris con relacion al arte=.

Ante todo, tengo que poner en su lugar una opinion que juzgo importante.

En el arte moderno francés hallo cierto arranque social, que ha abiertouna grande era á la literatura, y que con el tiempo empujará al artehácia su expresion más trascendental, al menos más en armonía con elespíritu de nuestra época. Este es un hecho capitalísimo; es un gérmenque puede modificar maravillosamente el porvenir, y fuera injusto negarsus esperanzas al trabajo del hombre francés. Pero como en estecapítulo no juzgo el elemento social del arte, sino que lo consideroúnicamente en su relacion con las ideas morales, me parece que bastaesta salvedad.

El exámen de todas las obras artísticas de este pueblo, necesitaria lavida laboriosa de más de un escritor, y el espacio de muchos volúmenes.Dejo, pues, aparte el fardo inmenso de demasías, de licencias, decrímenes, hasta de obscenidades, de que el teatro y la novela se hanhecho órgano en este país tantas veces, con un talento tan singular, yme concretaré á un pasaje de un libro que han leido todos, que todosconocen, de que la Francia está inundada, de que están inundadas laEuropa y la América. Hablo del

Montecristo

: hablo de ese libroterrible, que hace de este mundo un sopor, una cueva encantada, unbrevaje oriental, una

bellísima diablura

. Ciertas gentes se hanempeñado en hacer ver que la diablura puede ser bella, que las brujaspueden ser artistas. Hablo de esa nueva caballería andante, más ridículay más absurda que la del mismo Amadís de Gaula; esa caballería en que nohay de real y positivo sino el trastorno y el escarnio de las virtudesmás sagradas del hombre.

Estamos en la escena en que un hijo aconseja á su padre con la mayorformalidad…. (Imposible parece que Dios nos haya dado formalidad paratales cosas. En este sentido, nuestra razon tiene misterios quehorrorizan, como tiene el abismo cavidades que nos espantan.) Decia que un hijo aconseja á su padre que

se debe matar

. ¿Por qué?Porque es comerciante, ha experimentado un revés en sus intereses, estátocando la necesidad de una bancarota, y este descalabro le infamará áél y á sus hijos. Pero ¿no hay remedio? Sí; el hijo se lo ofrece, se lopropone, se lo aconseja, se lo exige. El remedio … ES MATARSE.Matándose, se habilita el banquero, el hombre muere honrado, y el padrelega esta honradez á su familia. ¿No es bastante? ¿Debe el pobre viejodudar? ¿No dice bien el hijo? ¿No tiene razon Alejandro Dumas?

Hijo desdichado, hijo á quien el cielo no dió conciencia, sino parahacerte probar el placer tremendo de desgarrarla, como no dió organismoá la lombriz sino para hacerla probar el placer asqueroso de revolcarsedentro del cieno; hijo desdichado, ven acá y oye á un hombre que notiene el genio de Alejandro Dumas, pero que tiene más corazon, que tienemás genio; porque no hay genio fuera del sentimiento de la verdad y dela virtud, porque no hay belleza fuera del sentimiento que busca elbien.

No, no hay genio en la lombriz. Alejandro Dumas nos llamaafricanos á los españoles; enhorabuena.

Preferimos ser tan bárbaros áser tan

cultos

. No queremos ser tan civilizados como él, ni como tú,hijo infame y bastardo.

Hijo desdichado, ven acá y oye. Tu padre te ha dado la vida: ¿eres túquien ahora le aconseja que levante el brazo contra la suya?

De su amor recibiste tu primer amor: ¿eres tú quien ahora pones en sumano un puñal?

Si tu padre cae en la bancarota, tú vas á vivir infamado: ¿eres tú quienquiere que se mate para evitar tu infamia? ¿Eres tú quien crees que tuegoismo vale más que la vida del que te ha consagrado su existencia?

¡Pero oye aún! Si tú crees que la desgracia de tu padre te va á dejarsin honra, si lo crees así, si de ello estás convencido, ¿por qué noeres tú el suicida? Responde, hijo cobarde, ¿por qué no eres tú quiencoge el puñal?

¿Por qué tu padre ha de ser víctima de una opinion tuya,de un juicio tuyo? ¿Por qué ha de ser el caballero andante de tus ideasromancescas?

¡Pero oye todavía! ¿Quién te ha dicho que un banquero se infama, porqueun infortunio que él no puede evitar le hace caer en la ruina? ¿Quién teha dicho que no hay honradez en el infortunio? ¿Quién te lleva á ver unaprostitucion en la desgracia? ¿Quién te ha dicho que Dios no se venga dehombres como tú, dando al dolor una esperanza, un deseo, un suspiroferviente, una corona, una santidad? ¿Quién te ha dicho, responde, quela Providencia no ha dado poesía al lamento amoroso y casto de latórtola?

Tu padre se arruina. ¡Y qué! ¿No hizo esa fortuna en otro tiempo? ¿Teniaquizá alguna escritura en que la eternidad le prometia amparar susbuques ó sus billetes?

Hoy pierde lo que ganó ayer. ¿Quién te ha dicho que la pérdida, como laganancia, es otra cosa que un accidente en la vida de un comerciante? Ypor un accidente de la vida, ¿buscas un puñal contra la vida?

¿Quieressacrificar el cielo á un celaje? ¿Quieres sacrificar el mar á una ola?¡Ay! Á la gota de sangre que cae de un dedo, ¿quieres sacrificar elcorazon? Á la lágrima que cae de los ojos, á este soplo del aroma húmedode nuestra alma, ¿quieres sacrificar el alma toda?

Hijo desdichado, si tu destino es quemar tu conciencia y tu corazon,quémalos, en silencio, ocúltate como se oculta el mago ó el hechiceropara dar cabo á sus maniobras; escóndete; pero no te valgas de la luzpara quemar la conciencia del mundo, vertiendo esas chispas en un libro.

Despues de esto ¿qué extraño tiene lo que se ve en el drama Antony

,del mismo Dumas? ¿Qué extraño tiene que Antony penetre en la alcoba conuna señora casada, en el momento de caer el telon, mientras que los ojosdel público, atravesando aquel telon, ven la obscenidad convertida enfiesta, en declamacion y poesía, en bella-arte, en teatro? Despues queun hijo aconseja á su padre que coja un puñal y lo bañe en sangre de susvenas (sea cual fuere el motivo) ¿qué extraño tiene que el oído delpúblico, pasando á través del telon, oiga la respiracion convulsiva ytorpe del adulterio? ¿Qué mayor adulterio que el parricidio?

Pero esto se lee, esto gusta, esto recorre el mundo, esto hace fortuna,reputacion, gloria … en España tambien. ¡Qué desventura!

Pero ¿podrás negarle, se me dice, la habilidad en la ejecucion? ¿Podrásnegarle su belleza en la forma?

¿Podreis negar á los lagartos, respondo yo, la belleza de su piel verde?¿Podreis negársela á los cocodrilos?

¿Podreis negar á la culebra la ricavariedad de sus brillantes y sedosas escamas?

¿Esa es vuestra belleza? ¿Ese es vuestro arte? ¿Por qué no haceis de uncocodrilo un actor? ¿Por qué no haceis de una serpiente una actriz?

Basta de esto, mis queridos lectores. Tapémonos ambas orejas, contra elgraznido áspero y soez de ese cuervo que dice al mundo: oid en migraznido el gorgeo dulce y apasionado de la calandria y del ruiseñor.

El arte francés, generalmente hablando, lleva en sí el trastorno másradical y más profundo de las ideas morales; el trastorno propio de unasociedad que, á precio de ruido y de oro, embrolla sin escrúpulo lasverdades más venerandas del entendimiento y de la conciencia.

Oropel, luces, relumbrones, escenas cáusticas, contrastes imposibles,aventuras maravillosas y disparatadas, alarmantes; pero que cautivan,que seducen, que nos arrastran á despecho nuestro; sobre todo,

lavar lacara de las cosas, mover el palaustre

; hé aquí la expresion másconstante y más universal del arte francés. La idea que más domina en elescritor de Paris, es la de hacer de modo que á los lectores de sus novelas

se les haya de dar un par de sangrías, aún antes de concluirla tremenda lectura. Si quisiéramos citar ejemplos en comprobacion deesta verdad, necesitariamos escribir centenares de tomos, como ya dije.

Acato la rica erudicion de un Thiers, de un Littré, de un Guizot; acatola vastísima ciencia del eminente Augusto Conte; acato la hechiceraliteratura de un Chateaubriand, de un De Lamartine, de un Balzac, de unaCotin, de un Víctor Hugo; acato y amo la poesía fácil, ingénua,encantadora del inspirado Beranger; acato el valeroso y fecundo arte, elpincel arrebatador del inmenso Horacio Vernet; acato con profundaveneracion á ese gran hombre, que ha dejado de ser pintor en el mundopara ser monarca de los espléndidos salones de Versalles; acato á eseHoracio Vernet, al humilde y modesto artista, que es más que Luis XIV enlas régias salas de aquel opulento y maravilloso palacio; acato á esosgenios de la Francia; no es mi ánimo negar que la Francia tenga susgenios; pero estúdiese aquí el organismo que el arte tiene; estúdiensecon detencion y con cuidado sus manifestaciones generales, lasmanifestaciones del pueblo francés, y no podrá menos de llegarse á laconviccion más completa de la rigorosa exactitud de nuestros retratos.

Pero ¿y esos genios de que acabas de hablar? ¿Esos genios, como todoslos genios del mundo, contesto yo, no son la sociedad francesa; losgenios no tocan al pueblo en donde nacen; un don del cielo no tiene otracuna que el espacio que coge todo el cielo. El genio del hombre es comola luz de los astros: su pueblo es el orbe, la creacion entera, la obradel principio supremo, la patria de Dios.

Y aún á propósito de esos mismos genios, podriamos decir algo; algo queprobaria incontestablemente la verdad de mis opiniones. El carácter deraza, el bautismo de nacionalidad, esa especie de limo que la nacion endonde nacemos y vivimos pega á nuestra alma y á nuestras costumbres: esaherencia de pueblo y de familia es un hecho tan poderoso y taninevitable, que si estudiamos con el necesario talento la forma exteriordel arte de Thiers, de Guizot, de Chateaubriand, de Balzac, de DeLamartine, de Víctor Hugo, de madama Cottin, del mismo Horacio, de eseilustre pintor que tanto admiro; aún de Beranger, de ese nobilísimopoeta que tanto venero; hasta si pasamos á la ciencia del inagotableAugusto Conté, de ese coloso que tanto me asombra: si estudiamos laforma exterior del arte de esos genios; si nuestro espíritu tuviera elojo penetrante que se necesita para distinguir ciertos colores, ciertostintes, ciertas sombras confusas y remotas: más claro, cierto hábilrelumbron, cierto viso dramático, cierta cara lavada por el

palaustrefrancés

; si tuviéramos la necesaria habilidad para descubrir esosdelicadísimos detalles, juraría por mi alma, que aún en el arte deaquellos grandes hombres encontraríamos la hechicería francesa

. Noexceptúo ni á Bossuet, ni á Fenelon, ni á Condillac, ni á Bordaloue, nial severo y tajante Rousseau.

No hablo de un hombre muy extraordinario ymuy célebre; un hombre que ha logrado más fama que todo un pueblo; nohablo de Voltaire. Voltaire, como Diderot y casi todos los de lamemorable Enciclopedia, es un perfectísimo francés: francés en alma ycuerpo; en pensamiento y obra; en juicio y palabra.

No exceptúo á nadie, ni al mismo preceptista y mirado Boileau.

VII.

=Moralidad de Paris con relacion á la familia=.

Se ha dicho que los lazos de la familia están relajados en Francia. Estaopinion que seria una calumnia tratándose del pueblo francés, no deja deser cierta tratándose de la ciudad de Paris.

Desde luego se observa que está ciudad está sembrada por todas partes de restaurants

(no quiero españolizar este nombre), de establecimientosde caldo, de pastelerías, de rotisseries

(no lo quiero españolizartampoco) y de tabernas. En todos estos puntos se come. ¿Por qué tantosestablecimientos de esta clase? ¿Se alimentan todos con la poblacionforastera? No. La mayor parte se sostiene con la poblacion de Paris,porque en un gran número de las casas de Paris no se enciende lumbre entodo el dia.

Estoy convencido de que si se juntaran todos los hoteles y todos losestablecimientos en donde se come en esta ciudad, formarian unapoblacion bastante mayor que la córte de España.

Es una curiosidad sorprendente para el extranjero, recorrer estas callesde diez á once de la mañana y de cinco á seis de la tarde, ir mirando áderecha é izquierda, y ver la mesa interminable á que asiste unapoblacion de millon y medio de almas.

Si el extranjero no saliera á la calle más que en las horas indicadas,tendria harto motivo para decir despues en su tierra que Paris era unainmensa fonda. Recorriéndolo á una hora cualquiera, tendrá motivos paradecir que, llegada la hora de comer, esta ciudad es una inmensa tribuerrante.

Lo declaro sin escozor. El que está acostumbrado al consuelo de lafamilia, al rescoldo del hogar paterno: el que está acostumbrado á verel humo de la chimenea en que se calentó desde niño, no puede menos deexperimentar una mala impresion al ver hacinados tantos hombres; hombresque van allí para no mirarse ni entenderse; que van allí á comer casimaquinalmente; que comen como quien se da á una tarea mecánica, comoquien cumple

el jornal de la comida

, para acudir despues á otrojornal, semejantes á las palomas silvestres que van al sembrado parallenarse el buche, y levantan luego las alas hacia donde la Providencialas lleve.

Este hábito lleva en sí cierto principio de desmoralizacion. Me hefijado mucho en esta faz del pueblo que examino, y noto realmente queaquel hábito imprime una arruga en su fisonomía.

Estudiemoscuidadosamente todas las caras que se nos ofrecen en tropel; reparemosbien en todas las figuras que pasan por este gran lienzo de sombraschinescas, y no advertiremos generalmente ese aire de atencion íntima yafectuosa, propio del que dice:

me esperan en mi casa; como á tal horacon mi familia

.

Esto quiere decir: la sociedad me ha dado un templo para que la consagreun culto especialisimo y preferente. Este templo es mi hogar, donde meaguardan los que me procrearon y nacieron conmigo. Mi culto me llama;voy á ser ministro en el sacerdocio de la familia.

Si esto es preocupacion, confieso con orgullo que soy preocupado, y losoy, no únicamente por conviccion, sino por voluntad y por sentimiento.Esto me hace sentir bien; amo y admiro en esos instintos y en esoshábitos una belleza humana, una melodía que llena mi ser, y en vanoquerria desimpresionarme, en vano pretendería que mi corazón perdiera laley que lo hace latir.

Quitad al hombre la familia, quitad á la familia su inteligenciaarmoniosa, su consorcio interior, su necesidad más moralizadora y másprofunda; haced eso, y despedazareis al mundo.

He dicho que la costumbre parisiense lleva en sí un principio deinmoralidad, y para dar una nocion de que esto es así, bastará presentarun ejemplo.

Supongamos que una hija vive con su padre; supongamos que sigueasistiéndole más ó menos tiempo despues de la época en que ha entrado enla mayor edad, y en que por lo mismo no está sujeta á la autoridadpaterna para ciertos y respetables fines sociales. Pues bien, aquí es unhecho que no escandaliza el que esa hija demande á su padre ante eljuez, para reclamarle el salario que merece por haberle asistido,poniéndose en lugar de una criada. Si este hecho escandaliza, Paris hatenido y tiene que presenciar más de un escándalo, porque aquel hecho noes invencion mía. Se ha repetido más de una vez, y acerca de ello puedoalegar el testimonio de más de una persona digna de fe.

Cada cual se explicará á su modo la rebelion de la hija demandando alpadre ante la ley, para que no la ame como hija, sino para que la paguecomo criada; pero á mí me subleva semejante atentado contra las leyesdel respeto, del amor, de la sangre. Mis sienes laten convulsivamentecuando creo ver á una mujer que se acerca a la sociedad, que andapreguntando el nombre del juez, que le pide auxilio, que le implora …¿con qué fin?

Con el fin de que allí comparezca como reo el hombredesgraciado que la dió la existencia. Él dió la existencia á su hija; suhija le dió su afecto y su cuidado; ahora es delincuente ante aquelcuidado y aquel afecto.

¿Qué es esto sino borrar el santo cariño de la hija, bajo el egoísmogrosero é impío de la sierva? ¿Qué es esto sino borrar el sacramentoprovidencial del padre, bajo la crueldad idiota del salario?

¿Cómo representarnos la figura de esa mujer ante la justicia, sinorepresentándonos una mujer vestida de luto, que baja los ojos, quetiembla, que no puede hablar y que despues se muere de dolor?

¿Cómoconcebimos la idea de esa hija que arrastra serena la mirada aturdida desu padre; que le pide, que le provoca, que le acusa, que le denominausurpador de su trabajo: cómo concebir la idea de esa hija, repito, sinconcebir la idea de una sierpe ó de un tigre?

¡Dios me libre de ser juez, con la condicion de escuchar semejantedemanda!

¡Dios me libre de ser padre, con la condicion de tener semejante hija!Es seguro que maldecirla, como Jeremias, el momento en que habia nacido;momento que llevaba dentro de sí la profanacion de dar á la tierra unahuella que es un abismo horrible.

De la aglomeracion de guarismos vienen las grandes combinaciones; de losgrandes choques brotan las grandes chispas, y en este sentido tengo queconformarme con los grandes centros de poblacion, de actividad, decreaciones. Pero aparte esta necesidad trascendente de las grandesmasas, ¡cuánto más natural, más definida, más espontánea, es la vida delas pequeñas poblaciones!

La emocion poética tiene en cada hombre su temperamento particular, yeste temperamento es una gran razon que cada uno debe tener en cuenta alquerer explicarse sus opiniones.

Yo creo que no me engaño al opinar así, porque es indecible el placerreligioso que siento cuando descubro un caserío ó una aldea, perdidaentre árboles ó arbustos, ó entre las sombras indecisas de la tarde. Nosé por qué, desearia haber nacido allí; desearia que allí se conservaranmis cenizas. No sé por qué lo experimento, pero sé que lo experimento;la poesía que cada cual lleva en su alma, despierta en mí aquellaemocion,