Un Paseo por París Retratos al Natural by Roque Barcia - HTML preview

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Una ventaja tiene esta hipocresía maliciosa de Paris: el rico deja entodas partes una porcion de lo que le sobra.

Ya sabe el lector las dos razones que tenia para querer salirme delrestaurant Champeaux. Una razon era de

hacienda

, porque sabia queaquello era un juego de cubiletes, que se trataba de escamotear, y quemi humildísimo y trabajadísimo bolsillo iba á ser el escamoteado. Otrarazon más poderosa indudablemente, era de sentimiento. Me repugna, merepugna, quiera Dios que me repugne siempre, verme servido porcaballeros, á quienes me es lícito injuriar con el apóstrofe de garçones

.

La presencia de dos personas que traen aún encima el polvo del camino,en un gabinete de elegancia y buen tono, no pudo menos de producir enlos asistentes cierta sensacion impregnada á la vez de lástima y deburla.

Afortunadamente mi mujer y yo conocemos bastante bien lo quevalen dos francos: con dos francos se compran unos guantes color decaña.

Nos avinimos, pues, á purgar el

delito de ser inconvenientes

, yperdonamos sin pesadumbre aquel inocente conato de la culturaparisiense.

Sobre esto dijimos algunas palabras mi mujer y yo, y los

caballerosgarçones

que nos circuian estrechamente, formando en el espejo un grupode cinco personas, una mesa y varios cubiertos, fallaron de propiaautoridad que debiamos ser italianos. En este idioma nos preguntaron quéqueriamos comer.

—Perdonen ustedes señores, no me atreví á llamarlos garçones; no somositalianos: somos gentes que querémos comer, y que agradecerémos áustedes infinito que nos traigan pronto la lista de la fonda.

—Usted perdone, respondió uno de ellos; (

pardon, monsieur

) y trajo lalista.

Pedimos poco…. ¿Cómo pedir mucho, quien pide con miedo? ¿Cómo no tenermiedo, quien se ve bloqueado de luces, fraques, corbatas blancas, yuntos aromáticos, mientras que su bolsillo baja la cabeza, y oyeestremeciéndose como el reo á quien se va á leer la sentencia? Pedimospoco, pero al fin pedimos….

Vino la cuenta, y ¡eso si! en una cuartilla de papel azul, formandoaguas, sin contar el borde dorado, leí 27

francos

. Eché mano albolsillo para pagar, y entre tanto decia para mis adentros: si yo hevenido aquí con el fin de comer, no más que de comer; ¿qué necesidadtengo de pagar un papel azul, con canto dorado y aguas inglesas? ¿Quénecesidad tengo de pagar una lista encuadernada en forma de libro, conuna cubierta magnífica? ¿Por qué he de pagar un frac que no me pongo, yuna corbata que no he tocado, y una pomada que no he olido? Pero elcubilete estaba delante, el prestidigitador detrás, yo en medio, y mis 27francos debian ser escamoteados sin recurso.

Despues de pagar, saqué un cigarro como para reponerme del ataquesufrido; pero uno de los caballeros garçones

acudió presurosodiciendo:

il n'est pas permis de fumer ici

. (No se permite fumaraquí.)

Salimos del

restaurant Champeaux

á las nueve y media.

Mi mujer me dijo: lo que nos han puesto no vale diez francos. Hazme elfavor de no volver á entrar en ninguna fonda, ni restaurant, ni almacen,ni aún taberna que huela á cosa de Champeaux

.

Yo medité un momento camino de casa, y dije á mi mujer:

—No es Paris el bárbaro: los bárbaros somos nosotros. Los bárbaros sonlos extranjeros que no conocen á Paris, y que siendo pobres se van á lamesa de los ricos: que despreciando la vanidad, van á ocupar la silla delos vanidosos: que teniendo su espíritu más alto que esa civilizacionenfermiza y servil, llaman á la puerta de los

civilizados

. Losbárbaros, somos nosotros, que en vez de buscar hombres que nos den decomer, pagamos tributo á los

caballeros garçones

y á los cubiletes debuen tono. Pero no, no eres bárbara tú que me sigues, como la sombra alcuerpo: el bárbaro soy yo. Toda barbarie se ha de pagar en este mundo,porque la ley moral es la más infalible y providente de todas las leyes:no me digas nada; ya pagué. ¡Dichosa barbarie la que no cuesta más que27 francos!

Llegamos á casa, mi mujer se acostó, yo escribí las aventurasanteriores, despues me fuí á la cama, y así terminó el dia primero.

=Dia segundo=.

Mi amargor de boca.—Jeannin, sucesor de Sellier.—Recado de la señoradel hotel.—Paseo á pié.—

Extravagancias de una cosa que en Paris sellama gusto civilizado.—Sueldo francés.—Calcetines.—

Sortija.—Chaleco.—Pipa.—Sombrero de paja.—Programa.—Rótulos.—Cocina francesa.—Fin del dia.

Me desperté á las siete de la mañana, sentí un grande amargor de boca, yno pude menos de atribuirlo al restaurant Champeaux

. En cambio el buen

Champeaux

se saborearia regaladamente con la memoria de mis pobresfrancos.

Tengo la costumbre de levantarme muy temprano, siguiendo el prudenteconsejo de Franklin. Hoy es dia excepcional; me levanto á las ochodadas. Despues de lavarme y ponerme á cubierto del frio, porque hacefrio, abro la ventana de mi gabinete y me fijo en un rótulo que distingoen la esquina de enfrente:

Jeannin, sucesor de Sellier

. Yo creínaturalmente, á mi me pareció que era naturalmente; creí, repito, que setrataba de algun personaje famoso en materia de ciencias ó artes, ytenia cierta curiosidad por adquirir noticias acerca del personaje queyo me fraguaba.

Jeannin

es lo que nosotros llamamos un tabernero. Estaespecie no dejó de causarme ciertamente extrañeza, y volví á conocer quetambien en esta ocasion no era bárbaro Paris, sino el extranjero quecondena rutinariamente lo que no es conforme á su educacion y á sushábitos.

En realidad ¿por qué una taberna no ha de ser capaz de crédito, créditoen que está cifrada la fortuna de una ó más familias? ¿Por qué untabernero no ha de llamarse sucesor de otro que alcanzó fama, famajustificada por su diligencia y probidad? Luego que las cosas pasan áser industria pública; luego que de la oficina en que se crean pasan ála oficina que se venden, ¿qué excelencia puede alegar el que vendeinstrumentos de matemáticas sobre el que vende azumbres de vino?

Nosotros llevariamos á bien que se escribiese en una enseña: Jeannin,óptico ó químico, sucesor de Sellier

, y mirariamos con cierta intencionsatírica el que se dijese: Jeannin, tabernero, sucesor de Sellier

.Creo que el vicio no está en los franceses, sino en nosotros queconfundimos el vender con el crear, la operacion del cambio con laoperacion del talento. Los franceses creen, y creen muy bien, que laventa es igual á la venta, y que tan vender es vender un Cristo de platacomo un jarron de china.

Siga el buen

Jeannin

siendo sucesor de Sellier, el cielo le dé muchossucesores afortunados, y ojalá que los taberneros de mi país hicieranconsistir su orgullo en ser depositarios de una herencia de probidad yde decoro.

El lector no llevará á mal que yo me pare en estas menudencias, yaporque estas menudencias, son faces características en donde se reflejala vida de un pueblo, ya tambien porque tengo necesidad de apreciarestas cosas, con el fin de educar mis sentimientos propios. No lo hagopor enseñar á quienes saben más que yo; sino por enseñarme y corregirmeá mí mismo.

La señora del hotel me envia á un criado con el objeto de decirme que elgabinete me cuesta siete francos todos los dias. Esto me hace ver quehay muchos

Champeaux

en Paris. Es una cosa que raya en prodigio eltalento con que está dispuesta esta sociedad, para que el extranjero sevuelva á su casa sin un cuarto.

A pesar de la prevencion con que vivo, estoy seguro de que el famoso restaurant Champeaux

no es otra cosa que el primer hilo de toda unared.

Teniendo en cuenta lo que he de gastar en carruaje, gratificacion en lavisita de sitios públicos y reservados, casa, comida, teatros,

caféscantantes

, amen de las frecuentes

eventualidades y galanterías

deParis, comienzo á sospechar que durante los tres primeros meses, mebastarán apenas ocho napoleones diarios. ¡Ay de mí!

Mi mujer y yo nos vestimos, y por la vez primera nos vemos en las callesde Paris en medio del dia, en plein jour

, como aquí se dice.

No es posible atravesar algunos de los puntos céntricos, sin encontrarsecon muchos repartidores de papeles.

El uno anuncia una liquidacion definitiva, por valor de 300 ó 400 ú 800mil francos; otro participa una rebaja de un 40 por 100, á consecuenciade disolucion de sociedad, de retiracion del comercio ó de muerte: otrova á cerrar sus salones de Invierno: otro va á franquear sus salones deEstío. Aquí hay un gabinete

perfectamente confortable

, donde se ponendientes; allí se restauran las encías; allá nos ofrecen quijadas, ónarices, ó piernas, ú ojos artificiales, todo con una baratura, unacomodidad y un buen gusto que encanta. No he visto aún ningun papeldonde se prometa estañar la vejiga, como si fuera un pedazo de hoja delata; pero no desespero de saber dónde se ponen trozos de pulmon. Aquíse pone todo, todo absolutamente, menos corazon y cabeza.

Un tabernero se revela al público de este modo:

me apresuro áparticiparos que he tenido la feliz idea (l'heureuse pensée) de formarun establecimiento vinícola (vinicole), único en Francia, donde sereisservidos como en ninguna parte, no sólo por la circunstancia de ser elempresario cosechero en grande (en gros), sino tambien por reunirtreinta ó cuarenta años de experiencia y estudio. Escribid por elcorreo.

El amo de un restaurant asegura que por 70 céntimos (22cuartos), da un almuerzo de los más convenientes

, y que el servicio sehace en vajilla de plata. Que el servicio sea en vajilla de plata, ó envajilla de zinc, poco importa: él estaba en el caso de anunciarsepomposamente, y dice que es de plata.

En el boulevard Montmartre hay un letrero enorme; en que se brindandientes por 5

francos cada uno, prévia una garantía de diez años

.

¡Dónde estará el diente al cabo de diez años, y aquel á quién se puso, yel mismo que lo puso!

La antigua casa de Michaud

(aquí todo el mundo se denomina

casa,antigua casa, casa única

), se presenta como la sola casa de Paris, quepone á nuestro arbitrio y disposicion una dentadura completa (undentier complet)

por la suma de 150 francos, reuniendo las mejorescondiciones de actividad y duracion (

de travail et de durée

).

En una de las travesías del boulevard de Beaumarchais, se ve un granrótulo, donde se promete un menjuge para hacer

salir el pelo á todo elmundo

, con el bien entendido de que no se recibe paga alguna, hastadespues de haber obtenido el resultado.

El objeto es que acuda gente; lodemás queda reservado á otro menjuge que sólo ellos conocen.

La charla

en los mercaderes es aquí un verdadero y misterioso menjuge, unaoperacion química, velada por el arte de un hechicero. Orfila era unniño de teta, como suele decirse.

En Paris no se escapa ningun bicho viviente; ni el oidium, ni laspulgas, ni las liendres, ni las chinches.

Levante los ojos el que paseapor estas espaciosas y magníficas calles, lea ciertos cuadros que estánexpuestos en los almacenes y tiendas de comestibles, y se convencerá deque sólo la negligencia en soltar unos cuantos sueldos, puede tolerar

el desacato de que haya pulgas en el mundo. ¡Cuántos millonesnecesitaria un solo individuo, si la esaltase la humorada de creer en loque le dice este pueblo volátil, adornado no obstante de tan grandesdotes, abismado no obstante bajo el peso de tantas flaquezas!

Visitemos las tiendas de pieles, y encontrarémos, perfectamentedisecados, leones, panteras, tigres, leopardos, hienas, lobos, zorras,castores; en fin, un gabinete de zoología. No he visto ratas; pero noextrañaria alzar la cabeza y darme de hocicos con una enorme culebraboa, puesta en una urna de cristal, á lo largo de un escaparate.

¡Tal es el deseo que aquí hay de llamar la atencion y causar impresionesteatrales! Seguramente no se contentan con la simple impresionartística: claro es que el sueldo

es la suprema aparicion que sevislumbra en el fondo de estas admirables sombras chinescas; pero es unsueldo particular, un sueldo francés, que necesita estudiarse mucho paracomprenderlo; que no podrá nunca comprenderse, si se estudia de un modoaislado. Es necesario poner la observacion en todas las partes de estegran todo, para que lleguemos á divisar qué clase de sueldo

es el queestá depositado en el fondo de esta inmensa urna. Aquí entra en todo,como uno de los elementos más poderosos, como la primera vitalidad delpaís, como carácter de raza, la fantasía. Aquí tiene todo un algofantástico, el sueldo tambien. Aquí todas las cosas se cobijan bajo unmanto de coquetismo, tambien el sueldo. Paris no querria, le concedoesta idealidad noble y generosa, un sueldo grosero, ignorante, idiota,no; no quiere el oro que se da por ir al teatro, con el fin de ver lasmaniobras de un hechicero, de una bruja, si las hubiera: busca siempre yen todas partes la satisfaccion de su genio artístico;

su sombrachinesca

. Fenómeno admirable en verdad. Los pueblos menos artistas pornaturaleza, son los que más se dan al arte por instinto y poreducacion. Por esto mismo los oradores suelen tener la pasion funesta dequerer ver escrito lo que hablan. Su palabra es su única belleza, y nose contentan con ser bellos. La escritura es un postizo que los afea,que los ridiculiza más de una vez, y están contentos con su fealdad y suridiculez. El genio tiene sus arcanos, como tiene el abismo cavidadesocultas, y aquí encuentro yo uno de sus arcanos más curiosos.

Todo respira aquí contra el arte, contra el arte único que conoce lahumanidad, contra esa poesía santa y sublime que nos hace sentir elbien, la verdad y el amor, bajo la relacion de la belleza; pero de unabelleza espontánea, impregnada en todo, en el ademan, en la mirada, enel movimiento, en la voz, en el cielo, en el aire, en la luz, hasta enel susurro de los árboles mecidos por la brisa. Yo no encuentro esapoesía fácil, ese arte infuso, por decirlo así, en ninguna parte de estamagnífica ciudad. Llevemos una estátua de las Tullerías ó del Luxemburgoá un paseo de Roma, y seguramente parecerá más bella, más estátua, másarte; es decir, más sentimiento, porque sentimiento es el arte, así comoverdad es la ciencia, utilidad la industria, ó justicia el derechohumano.

¡Qué espectáculo tan interesante nos ofrece un centro tal de creaciones!Aquí unos calcetines por ocho cuartos; allí una sortija de dos ó tresmil duros; ahora un chaleco hecho que se da por una peseta; despues unapipa de ocho mil reales, como la que hay en la plaza de la Bolsa, número3. Al fin de la calle de Montmartre, cerca de San Eustaquio, corbatas deseda por poco más de dos reales; en la calle de Richelieu, un sombreropor doscientos duros.

Seguramente habrá mil contrastes más raros; pero no puedo hablar sino delo que he visto en veinte y cuatro horas que vivo en Paris, y me pareceque una regular indulgencia no podria exigirme más.

He ajustado la cuenta del importe á que suben los sombreros de paja quehemos visto, segun el número anunciado en los depósitos y su preciocorriente, y resulta que no bajará de doce a catorce millones dereales.

Es verdad que no creo completamente en el anuncio de losalmacenistas, porque aquí nada es lo que parece, ni se fia tanto en labondad intrínseca de la cosa, como en su brillante manifestacion. Comoya dije, aquí todo tiende á poetizarse, aunque nada tenga una verdaderapoesía. Es menester contar, para no engañarse, con la realidad delobjeto y sus aspiraciones poéticas. El cubilete es verdad; elprestidigitador es mentira, ó si queremos llamarle verdad, habremos dellamarle verdad fantástica, verdad mentirosa, verdad en que la verdadsufre un escamoteo.

Una de las cosas más dignas de observarse en este gran horno defundicion social, es hasta qué punto agita los entendimientos: quierodecir, las imaginaciones, porque la imaginacion es el gran entendimientode los franceses, la competencia industrial y mercantil.

El mercader de ropas hechas pone á los sastres

como hoja de peregil

:el sastre viste al mercader de ropa de pascua; y no sabemos qué admirarmás, si la ironía del mercader ó la del sastre. En punto á comprar yvender, todo el mundo es poeta á su modo, literato, erudito. En elbulevar de la Poisonnière ó de San Dionisio, he visto hoy una especie deprograma en que uno se presenta como candidato á la diputacion, alegandopor título que vestirá á las mujeres mejor y más barato que ninguna casade Paris.

¿Qué mayores ventajas podeis hallar en un diputado

, dice álos electores,

que la de contentar á vuestras mujeres

? Esto no pasa deser una broma, pero es una broma de un gusto enteramente parisiense.

Pasan de quince ó veinte lienzos de pared en que hemos divisado, á unaaltura de quinto ó sexto piso, el anuncio de la

Ville de Paris

, callede Montmartre, núm. 74. Es seguro que en tales avisos ha empleado uncapital considerable.

Calcule el lector que para anunciarse en algunoslienzos de pared, ha necesitado poner andamios ó empalizadas.

No puede darse el caso de caminar por algun punto sin darse de cara conun letrero, con una enseña, con un aviso; como si el aviso fuese el aireque aquí se respira, el espíritu que todo lo mueve, el hornillo quetodo lo calienta. Nos metemos en un carruaje; allí está el rótulo deldiente, del pelo, de las píldoras, del agua prodigiosa: nos introducimosen los lugares más escusados, toda vez que sean del dominio público;allí están las píldoras ó el unto tambien. El aviso, el decir aquí hayesto ó lo otro

, es el arca predestinada donde se ha refugiado este Noécon toda su familia.

Esto parece exagerado al que no lo presencia; pero sepa el que dude, queuna de las tareas que más dan que hacer á la policía de Paris, consisteen especificar los sitios en donde no se pueden fijar anuncios, citandoel artículo del reglamento que lo prohibe. Así sucede, que lo más comúnes encontrarse con letreros que dicen:

défense d'afficher, prohibicionde fijar avisos

. De modo, que hasta la policía, queriendo evitar losrótulos, rotulea

tambien.

Y por rotulear de todos modos, hay quien se anuncia

gratis

, (graciaestraña en Paris en donde el céntimo está pegado á toda cosa, así comoel agua del bautismo corre sobre la frente del bautizado).

A orillas del Mercado Nuevo hemos visto un anuncio en que se dice conletra bastardilla: «curso gratuito de piano, calle de Argel, núm. 3,enfrente del jardin de las Tullerías.»

A la pensée.

(Al pensamiento.) Esto vi en un almacen del bulevarMontmartre (ó en sus inmediaciones), y tiré del brazo á mi mujer comotocado de una curiosidad poderosa. ¿Qué pensamiento será este? decíapara mí.

Llegamos: era una zapatería.

Al bello pensamiento. (A la belle pensée.)

Esto ví escrito en una delas cajas que están expuestas en la esquina de la calle Les fillesSaint Thomas

, y me ví asaltado del mismo conato curioso. Me aproximé,ví: era una caja de confites.

Hautes nouveautés

! (Altas novedades.) Esto leí en los cristales de unalmacen de la calle de Vivienne, y tales títulos no pueden menos desorprender. Fuimos allá, lo que nos habia cautivado el ánimo era unacoleccion de manguitos, camisolines, chambras y cofias.

Pero uno de los anuncios en que más me he fijado, acaso por su exterioridad relumbrona, por su oratoria esencialmente francesa

, esuno que hemos visto en la encrucijada que forman la calle Vivienne y lasHijas de Santo Tomás, en uno de los ángulos de la plaza de la Bolsa.Tengo el anuncio copiado en mi cartera, y casi presumo que al lector nole desagradará verlo, aunque no respondo de su completa fidelidad. Acasohay algun letrero en chimenea, rendija ó resquicio que nosotros no hemospodido divisar. Lo que desde la calle se ve, es lo siguiente:

Arriba, muy arriba:

Al palacio de cristal.—Vestidos para hombres

.

Más abajo:

Palacio de cristal

.

Más abajo:

Vestidos para hombres

.

Más abajo:

Precio fijo

.

Más abajo:

Al palacio de cristal

.

Más abajo, sobre cristales:

Precio fijo

.

Más abajo:

Vestidos para hombres

.

Esto se ve estando situado el espectador en lo interior de la Plazade la Bolsa.

Ahora situémonos en la calle Vivienne, y descubrirémos; arriba: Precio fijo

.

Más abajo:

Al palacio de cristal

.

Más abajo:

Vestidos para hombres

.

Más abajo:

Especialidad en trajes de niños_.

Sobre la puerta:

Al palacio de cristal

.

Más abajo:

Precio fijo

.

Más hácia la derecha:

Trajes hechos y á la medida

.

En otra puerta:

Al palacio de cristal

.

En los cristales:

Precio fijo

.

Más hacia la derecha:

Trajes hechos y á la medida

.

Por otra calle:

Precio fijo

.

Más abajo:

Al palacio de cristal

.

Más abajo:

Vestidos para hombres, niños y libreas

.

En los cristales:

Trajes de casa y de librea

.

En un recodo que hace la calle:

Al palacio de cristal

.

Más arriba:

Al palacio de cristal.—Vestidos para hombres y niños

.

Más abajo, en un cuadro de hoja de lata ó de metal dorado: Vestidos para hombres y trajes para niños

. Este aviso está en francés,inglés y aleman.

Sobre otra puerta:

Al palacio de cristal.—Ropas de casa

.

A la izquierda de la misma puerta:

Precio corriente de las libreas

; y mencionan diez y ocho objetos detraje, por valor de 739 francos.

A la derecha, sobre cristales:

Entrada de los obreros

.

Más á la derecha, sobre una muestra:

Entrada de los obreros

.

Despues de tomada esta nota, veo una enseña en el extremo del primerbalcon que da á la calle de las Hijas de Santo Tomás, la cual decía:

Vestidos para mujeres y niños

.

A su lado, casi en medio de dicho balcon, se ve tambien una gran placadorada alrededor y bronceada en el fondo, donde tiene las armasfrancesas, ó un trofeo semejante. En la placa se divisa este rótulo enelegantes letras cinceladas:

Comision imperial

. 1855.

Si tanto palacio, y tanto cristal, y tanto hombre, y tanto niño, y tantotraje pudiera tener realidad animada, discurra el lector si podriaformarse todo un pueblo de trajes, de niños, de hombres, de cristales yde palacios.

¿Cuánto habrá gastado esa casa en los anuncios? Digo lo que antes dijede la Ville de Paris

: es seguro que ha consumido un capital de algunacuantía.

Hemos comido en un famoso

restaurant

de la calle de Richelieu, porquees necesario ver estas celebridades (ver significa pagar), y nosvolvimos á nuestro hotel á las once dadas de la noche.

Mañana correrémos los bulevares de Montmartre, de los italianos, de lasCapuchinas, de la Magdalena; bajarémos por la calle Real, siguiendodespues la calle de Rívoli, hasta el Hotel de Ville

, y dando unvistazo á las Tullerías, Plaza de la Concordia, campos Elíseos, y arcode la Estrella, monumento suntuoso, que no cuesta á Paris menos de 39 ó40 millones de reales.

Termino este día manifestando un incidente que tiene angustiada á mimujer, y que, en verdad sea dicho, á mí no me tiene de buen humor. Desdeque he llegado á Paris, no como; no porque no tenga ganas de comer, sinoporque estas salsas me repugnan.

La cocina francesa tiene gran fama, no se la quito, no soy perito en lamateria; pero lo soy en punto á conocer mi paladar y mi estómago, y digoen

pleno Paris

, que echo muy de menos mis pichones de la plaza deHerradores, el guisado que me aliñaba mi mujer, y mi clásico vino deValdepeñas.

O los manjares no se conocen, á fuerza de aderezarlos y

embellec