Viajes por Europa y América by Gorgonio Petano y Mazariegos - HTML preview

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La iglesia es una soberbia creación gótica, en toda la pureza de su imponente gallardía: Westminster es, sin duda alguna, uno de los mejores templos que he visto. En frente está el famoso Parlamento, magnífico y colosal edificio, gótico todo, purísimo, admirable.

La fachada que mira al rio, cuyas aguas le lamen humildemente, es rica de arte y decoracion. Las obras que se han hecho y continuan haciéndose, son prodigiosas; van gastados millones de libras esterlinas. Las dos torres colosales y altísimas, una de las cuales está concluida, colocadas como están formando un lienzo, el que da frente á la Abadía, son por sí solas dos monumentos de arte, admirables y magníficos, llenos de un riquísimo manto de adornos góticos, del mas delicado trabajo.

Esto solo las torres; despues, el edificio es colosal, augusto, sorprendente. Para entrar en él, el primer salon bajo que se cruza, es el mismo en que fué juzgado Cárlos I°, el mismo en que se reunia el largo Parlamento, el mismo que Cromwell desocupó de la manera que todos saben.

Es un soberbio salon, cubierto de labores de arte y con una lindísima techumbre. Al cruzarle en toda su extension se presenta una escalera, al fin de la cual se ofrece un saloncito de forma circular; á la derecha, la cámara de los lores, á la izquierda, la de los comunes.

Las dos son pequeñas, pero magníficas: mucha semejanza con el coro de una iglesia católica: soberbias maderas, profusion de molduras y dorados, gusto sajon-gótico.

El interior de las cámaras, en medio de una sesion, es un espectáculo curiosísimo. Excepto el que habla, todos tienen sus sombreros puestos, túmbanse en los cojines, muchos duermen cómodamente, otros hablan; la tribuna destinada para el público es pequeña: todo es lo mismo en Inglaterra, formas, apénas se da participación al pueblo en las sesiones de las cámaras: en el centro del salon y sobre una mesa, está la corona y el cetro de la Albion; el canciller, ó presidente, viste un traje ridículamente extraño: cubre su cabeza la histórica peluca blanca con que se vienen adornando los presidentes desde el orígen del Parlamento.

La sala de sesiones de la cámara de los Comunes es mayor que la de los Lores: ámbas están elegantemente vestidas con el ornamento gótico mas escojido. Frente al Parlamento hay una estatua del célebre Canning.

La moda de las estatuas ha llevado á los ingleses hasta el extremo: Wellington, que sin la oportuna ayuda de los prusianos, es derrotado en Waterlóo: Wellington, que vuelto á Lóndres despues de esta batalla, se ha dormido al compas de los vítores que le han dirijido, sin cuidarse para nada del ejército ingles, cuya organizacion por él descuidada ha producido los desastres de Oriente, ese Wellington, digo, tiene en Lóndres tres ó cuatro estatuas, cinco ó seis calles con su nombre, y otros tantos squares

ó plazas, en donde se lee Wellington.

Todos los extremos se tocan: en nuestra España las escaseamos hasta el punto de negárselas á muchos que las merecen: en Inglaterra las prodigan hasta el abuso.

El sentimiento monárquico tambien, ó al ménos su apariencia, se halla escrito por todas partes en Lóndres: aparte de los infinitos establecimientos nacionales, que allí se llaman reales

, todos los carruajes públicos llevan una corona, y debajo escrito Victoria reina

.

En el paseo de Hyde-Park, no puede entrar en carruaje mas que la aristocracia; los coches de alquiler, siquiera conduzcan al hombre mas virtuoso é ilustre del mundo, no tienen entrada en el paseo … juzguen esto los que declaman tan alto en loor de esa nacion….

Entre las plazas de Lóndres que merecen ser vistas, descuellan las de Trafalgar y Waterloo: ámbas son grandísimas, con soberbios edificios, y sus correspondientes estatuas de Nelson y Wellington.

La Cité, que por sí sola es una verdadera ciudad, llama poderosamente la atencion del viajero: ella encierra en su seno la Bolsa, el Banco, el Correo, San Pablo y mil otros establecimientos de giro mercantil, que hacen de su recinto el punto mas animado del globo sin duda alguna.

A una de sus calles sale el puente de Lóndres[19], cubierto eternamente por encima de carruajes y peatones: por debajo, de vapores. A la izquierda del fin del puente está el embarcadero de la línea de hierro de Paris, Southampton y otras seis ó siete.

El centro de la Cité necesita verse para llegar á comprender la posibilidad de un movimiento tan enorme: millares de carruajes cubren el suelo en todas direcciones, es imposible cruzar de un lado de la calle á otro; solo marchando con estraordinaria precaucion se libra uno de ser atropellado; no por la torpeza de los cocheros, que sea dicho con verdad tienen mas destreza que en parte alguna, sino por el increible número de coches que en círculo y en confuso torbellino se confunden y aprietan.

El lord corregidor es el rey de la Cité; para entrar en su recinto la reina, necesita la venia de aquel funcionario: los polizontes de la Cité se diferencian de los de Lóndres en los vivos de las mangas: á propósito de policía, recuerdo que solo para el Támesis hay en Lóndres una policía especial.

Los ómnibus que circulan por la Cité como por toda la capital de Inglaterra, son como diligencias: de trecho en trecho y á horas precisas renuevan los tiros; eso solo prueba las distancias de la colosal London.

Lo que seguramente posee Inglaterra de mas valor, es sin duda alguna el famoso palacio de cristal. Ni Lóndres, ni todas las provincias del Reino-unido, tienen cosa mas admirable: es un monumento prodigioso, es la realizacion brillante de una grande idea, es un título de gloria, es una página de oro.

Para ir á visitar el famoso templo de la industria, hay trenes de diez en diez minutos: la travesía se hace en un cuarto de hora poco mas. El embarcadero parte del centro de un barrio, y los vagones vuelan por encima de los tejados al tiempo de salir: la vista de Lóndres desde los carruajes en semejante momento, ofrece algo de curioso y de nuevo que no puede ménos de llamar la atencion.

Al llegar al palacio, se presentan al viajero dilatados y espléndidos jardines, que son como la alfombra que se tiende al pié del edificio: fuentes y estanques en abundancia hermosean el lienzo que la vegetacion ofrece, siempre lozana en Inglaterra.

Cerrando el cuadro se levanta el majestuoso palacio, todo de cristal, soberbio y admirable. Tres grandes y anchas rampas, con graderías y estatuas de piedra y mármol, dan entrada al pié del palacio. Tres cuerpos colosales forman el frente; cierran los flancos otros nuevos, recientemente levantados.

El palacio tiene, ademas del bajo, otros tres pisos. Abundan en profusa riqueza los espléndidos salones, entre los que descuellan el del patio de los leones de la Alhambra, fielmente copiado. El salon egipcio, con decoracion pura de jeroglíficos y estatuaria egipcia: el asiático, con pomposa elegancia, y otros muchos de que yo no me acuerdo.

Dentro del palacio, y en medio de los salones, hay lo que en Paris he visto copiado, fuentes abundosas y elegantes, árboles de todos los climas, flores en profusion.

Las infinitas columnas que mantienen el palacio, todo de cristal, y que parece sustentado en los aires, son de hierro, esbeltas, finas, elegantes. La brillante claridad de todo el edificio, como de cristal que son sus lienzos, el perfume de las flores que en sus salones crecen, el canto de los abundantes pájaros que allí viven, la rica decoracion que viste todo, el murmullo de las copiosas fuentes que brotan en medio de los salones, la vista de la campiña, que sin obstaculo alguno se ofrece por todas partes, rodeando el edificio, todo este conjunto reunido, me causó una gratísima emocion.

Al pié del edificio una banda militar ejecuta todos los sábados escogidas piezas de música. Inútil es añadir que para que nada falte, dentro del palacio hay un hotel, abundantemente surtido, con su correspondiente cocina inglesa.

Los palacios que la Reina tiene en Lóndres no valen ciertamente la pena: son buenos edificios, cercados de elegantísimos parques, con ganados y estanques, como el de Whitehall cerca de la Abadía, pero no son monumentales. Los lores tienen muy buenos hoteles casi todos en squares

, plazas que son fragantes bosques de árboles y jardines, que por todo Lóndres se encuentran.

La torre de Lóndres, célebre por las catástrofes de que ha sido templo, solo á traves del prisma histórico de los recuerdos, ofrece interes. Hállase situada á la izquierda del puente de Lóndres, desde el cual se goza un magnífico panorama, con una ciudad á cada lado del rio, con vapores elegantes que sin cesar cruzan, con templos y palacios en abundancia á derecha é izquierda, con Richmond al fin de un lado, y con la torre de Lóndres al otro.

Lóndres es solo agradable para los ingleses: así como Paris es la ciudad de todos los extranjeros del mundo, la capital inglesa no puede gustar mas que á los hijos del pais. La sociedad es la mas difícil é innaccesible: si un extranjero no es

introducido

no hará una sola relacion aunque permanezca un año, pero una vez introducido

, la sociedad es agradable y fácil. La cocina inglesa, que no todos los extranjeros aman, es la única que hay, porque escasean los hoteles y restaurants de Paris, y escaseando hay que someterse.

El carácter de la ciudad es serio y grave, los domingos horriblemente tristes, solo el comercio, y nada mas que el comercio, constituye la vida inglesa: aunque hay teatros y diversiones, excepto los domingos, es inútil buscar la alegría, no se halla en parte alguna: es difícil, sino imposible, comer á gusto del individuo: en una palabra, Lóndres no hace nada por los extranjeros; Paris, todo: en la capital de Francia encuentra el viajero la realizacion de todos sus gustos, su manera de vivir; en la capital inglesa, es preciso plegarse al ajeno estilo, renunciar á lo conocido y agradable: en Paris se olvida uno si ha salido de su patria, en Lóndres nunca se deja de ser extranjero.

La razon se explica fácilmente: son dos pueblos antípodas en todo: hábitos, antecedentes, carácter, modo de vivir, todo diferente, todo distinto: esto en cuanto á los extranjeros en general: yo de mí sé decir que aunque en Lóndres recorrí y gusté cuantos placeres ofrece la capital, aunque viví en una buena casa, y estuve constantemente obsequiado, salí de su recinto no con pena, como me sucede al abandonar Paris, sino sin trabajo: contento, sí, muy contento, de haber visitado la curiosa capital de los ingleses, satisfecho del viaje que juzgo necesario para el que quiere estudiar la sociedad inglesa, pero sin el sentimiento mas pequeño, sin violencia alguna.

Lóndres, en 1856, ha dado al mundo un espectáculo repugnante: la propiedad y la vida amenazadas é inseguras; los ciudadanos, en medio de las calles, apaleados; los robos y los insultos hechos de dia en medio de la metrópoli; los caminos todos de los alrededores de Lóndres cubiertos de mendigos, que se ocupaban en acometer y maltratar á las mujeres desvalidas.

Esto en cuanto á la seguridad individual: la higiene pública ha tenido los enemigos siguientes: aparte de sus nieblas, frios y lluvias, se han adulterado en Lóndres, segun datos oficiales, todos los artículos alimenticios. Estos mismos géneros se han vendido con pesos falsos, de suerte, que ademas de falsearse con perjuicio de la salud pública todos los artículos de primera necesidad, se vendian con pesos y medidas falsas … esto no necesita comentarios, y estos hechos son oficiales, publicados por el gobierno ingles, para enseñanza de los que atribuyen á Lóndres una civilizacion pujante, avanzada y llena de vida.

Con respecto á la moral pública, los tribunales de Lóndres se han ocupado en 1856 de un inmenso número de procesos que traducen una corrupcion general de costumbres.

Las cárceles han recibido un contingente extraordinario, cuyo número desconsuela; se han cometido robos escandalosos por empleados públicos, así como por agentes de compañías de caminos de hierro; los nombres de Robbson Redpath, y otros, cuyos actos criminales tanto han escandalizado á la moral pública; las catástrofes de Dean Paul, Sadler y otros; los suicidios, los actos de embriaguez; los 36,000 obreros que pasearon las calles de Lóndres, hambrientos, miserables, sin trabajo; los 1,200 millones de libras esterlinas gastados en la guerra de Oriente, que han aumentado enormemente la deuda pública, que como una losa de mármol pesa sobre la Inglaterra, todos estos acontecimientos reunidos forman un conjunto poco envidiable para un pueblo que se llama libre y civilizado.

Los divorcios, que ultrajando la moral y el pudor, se

arreglan con dinero

, rebajando la dignidad humana y escarneciendo á la mujer, son otro cuadro tremendo que ningun pueblo debiera ofrecer á la consideracion pública.

Lo que ha salvado hasta hoy á la sociedad inglesa, el timbre mas alto que tienen, su gran dote, es el respeto que todos los ingleses profesan á la ley, y su acendrado amor patrio. Sin estas dos condiciones, en especial la primera, la revolucion hubiera llamado ya imponente á las puertas de Inglaterra, y la sociedad entera se hubiera conmovido hasta en sus cimientos.

En 1856, nacieron en Lóndres 44,159 niños, y 42,674 niñas: fallecieron del sexo masculino 28,894

personas, y 26,892 del femenino; el número total de habitantes que contaba Lóndres en diciembre del mismo año, era de 2,616,246, cifra crecidísima, y la mayor de todas las capitales de Europa.

Segun una memoria publicada en Lóndres en enero de 1857, las personas que viajaron por el Támesis en todo el año de 1856 fueron en número de cuatro millones. Esta crecidísima cifra, que parecerá exagerada al que no ha visitado Lóndres, no sorprende en modo alguno al que ha visto el número extraordinario de vapores que durante todo el dia cruzan el Támesis, conduciendo generalmente cada uno cuantas personas cojen sobre los puentes.

Marchan con gran velocidad, y al pasar por debajo de los puentes del rio, bajan instantáneamente sus chimeneas sin detener la marcha, volviendo á levantarlas inmediatamente despues de cruzar el arco por donde atraviesan.

El golpe de vista que ofrece el Támesis, en un dia claro del mes de julio, es magnífico y grande: el rio imponente y anchísimo, con sus magníficos puentes, y surcado por innumerables vapores; y cercando el rio, por ámbas riberas, dos grandes lienzos de palacios, iglesias, monumentos: es un admirable sitio de recreo la vista del Támesis.

Los establecimientos penales de Lóndres, que hace pocos años se hallaban en un estado lamentable, han recibido últimamente grandes mejoras, y su situacion actual es digna de ser estudiada por los viajeros.

Cuéntanse en Lóndres diferentes bibliotecas públicas perfectamente organizadas y servidas: los museos de historia natural, escultura, artes y pintura, son dignos de visitarse con detenimiento por las riquezas que contienen: en el de pinturas hay obras portentosas que admirar de las diferentes escuelas que conocemos.

Otra de las grandes conquistas que el pueblo ingles ha hecho desde que está gobernado constitucionalmente, es el respeto que se profesa á la seguridad individual.

Es magnífico y admirable; y al consignarlo aquí, tengo una verdadera satisfaccion, y desearia que los demas gobiernos de Europa imitaran en este punto á la Inglaterra. Lo mismo se puede decir de sus sabias leyes sobre imprenta, institucion alta, augusta y civilizadora, á la que deben los pueblos cuanto bueno poseen, tribuna pública de la sociedad, defensora de los oprimidos; sí, la Inglaterra ha comprendido mejor que nadie el gran poder de la imprenta, por eso le acata y le respeta, por eso la prensa inglesa es libre.

¡Ojalá lo sean pronto todas las prensas de Europa!

Manchester, Liverpool y Southampton, son las ciudades que conozco de Inglaterra ademas de Lóndres.

Una vez que ya hemos escrito todo lo que de la capital de Inglaterra nos ha llamado la atencion, vamos á apuntar unas breves noticias relativas á las ciudades industriales arriba mencionadas.

Liverpool, que en muy pocos años ha aumentado su poblacion de un modo fabuloso, y que en la senda de los adelantos fabriles marcha con paso resuelto y en continuo progreso, cuenta hoy con una poblacion de 250,000 habitantes.

Sus líneas férreas, que la ponen en rápida comunicacion con Lóndres, Manchester, y otros muchos puntos, aumentan su importancia. La ciudad es grande y hermosa; pertenece al condado de Lancaster; su situacion favorable, como punto intermedio entre Irlanda é Inglaterra, la proporciona grandes ventajas comerciales.

El rio Mersey baña sus alrededores, y la inmensa fabricacion que ocupa la actividad industrial de la ciudad, engrandece todos los dias su importancia y significacion.

Hay hoteles excelentes, bastantes edificios de consideracion y algunas calles muy buenas.

Lo que el viajero debe visitar en Liverpool, como en todas las poblaciones industriales de la Albion, son los establecimientos fabriles, verdaderos centros del poder ingles, teatros de su grandeza, monumentos de su civilizacion.

La mecánica con todos sus prodigiosos adelantos, la industria, con sus progresos, el órden admirable que reina, los productos que ofrecen, todo es digno de ser visto, todo merece estudiarse.

Los alrededores de Liverpool son tambien deliciosos, y para recorrerlos hay mucha facilidad, valen la pena de ser vistos.

De Liverpool me dirijí á Manchester, perteneciente como Liverpool al condado de Lancaster, y centro principal de la industria; cuenta con una poblacion de 200,000 almas, cuando hace un siglo era una pequeña é insignificante ciudad de cuarto órden.

La industria, floreciente y poderosa como en Liverpool, es la que ha dado tan rápido vuelo á la ciudad.

Está situada sobre el rio Irwell, y cuenta con mas de trescientas máquinas de vapor, cuyo crecidísimo número parece increible: funcionan en Manchester mas de 30,000 telares, y prestan vida y movimiento á su actividad prodigiosa. Sus líneas férreas á Liverpool, Lóndres y otros puntos aumentan todos los dias su riqueza.

De esta ciudad, diré lo mismo que de Liverpool, que es preciso visitar los establecimientos fabriles con preferencia á todo; son en Inglaterra las grandes obras nacionales, los monumentos.

Tiene Manchester edificios majestuosos, hoteles, paseos, hermosas calles, y una animacion industrial pujante. Tambien son dignos de visitarse, como en Liverpool, los deliciosos alrededores de la ciudad.

Si el extranjero tiene intencion de permanecer bastante tiempo en Manchester ó cualquiera otra ciudad de Inglaterra, necesita absolutamente, si no quiere aburrirse, hacerse presentar á algun club

, único medio de conocer la sociedad y de distraerse en algun modo. Una vez presentado lo pasará bien.

Como Manchester es visitado por muchos extranjeros, y como su fabricacion y comercio le prestan mucha importancia, hay bastante animacion en sus calles y paseos: los hoteles son regulares; cuéntanse muy pocos edificios notables, como arte.

Y aquí terminan nuestros ligeros apuntes sobre Manchester y Liverpool. De Southampton hablaré despues; ahora nos trasladamos á

Italia

.

#ITALIA#.

El viaje á Italia le hice desde Suiza. Salí de la capital federal en la diligencia de Lucerna, travesía corta y deliciosa que se verifica en once horas. Llegado á Lucerna me trasladé á Fluelen por el lago de los Cuatro Cantones.

Nada mas poético, nada mas agradable que cruzar la distancia intermedia entre Lucerna y Fluelen: el tiempo que se emplea es el de dos horas y media.

Los pequeños vapores que viajan de un punto á otro, ofrecen comodidad y aseo.

Al comenzar la travesía, el viajero contempla admirado las encumbradas montañas de Riggi y Pilato, coronadas de nieve, que esconden su cabeza en las nubes. A medida que el vapor avanza, surcando las azuladas ondas del lago, que rodean montañas de córtes y perfiles caprichosos, los recuerdos históricos de Guillermo Tell van presentándose á la vista, el interes crece y se dispierta, la travesía se hace corta y agradable.

Recuérdase con placer que en ese mismo lago se libró el ilustre Tell de los sicarios de Gesler que preso le conducian á Lucerna, despues del tremendo castigo á que le condenó el tirano, obligándole á tirar sobre la cabeza de su hijo.

Los sitios todos que recorrió Tell ínterin permaneció escondido; la capilla donde los fundadores de la Suiza se congregaron, todos esos recuerdos agradables renacen en el ánimo del viajero con toda la fuerza y verdad de un acontecimiento de la víspera.

Las cordilleras de montañas que en forma de graciosos anfiteatros rodean el lago, el cielo que se refleja en las olas, la armonía del conjunto, todo habla al alma.

A las dos horas y media estábamos en Fluelen[20].

Al llegar á este último punto, tomé billete hasta Milan, y como Fluelen se encuentra al mismo pié de los Alpes, por el lado de San Gotardo, cuya carrera era la que yo seguia, empezamos desde el momento á subir.

La diligencia nos condujo por una admirable y soberbia carretera hasta llegar á una legua del San Gotardo, convento que, como el de San Bernardo, se halla situado en la cima de los Alpes.

Solo víéndolo, puede uno formarse idea exacta de lo que voy á referir: el que no ha hecho ese camino duda.

Desde Fluelen hasta el Hospital, sitio en que tuvimos que abandonar la diligencia, para marchar del modo que mas adelante diré, subimos constantemente las infinitas pendientes de esos centenares de montañas que puestas las unas sobre las otras forman lo que llamamos Alpes.

Cascadas estupendamente atronadoras y magníficas que descienden impetuosas de lo alto de los Alpes; rios tormentosos, que corren gritando entre peñascos, salpicados de espuma, blanquísima como la plata; precipicios de mayor extension que la que puede medir el ojo humano; puentes como el del Diablo, perfectamente designado con ese nombre, por debajo del cual ruge con la poderosa voz de su cólera el impetuosísimo Reuss, que rompe entre piedras, con un espantoso ruido; abismos de profundidad espantosa; montañas de nieve del grueso de veinte y tres varas que amagan desplomarse: todo esto, reunido, forma el camino desde Fluelen hasta el Hospital.

Al llegar á este punto tuvimos que dejar la diligencia, porque la nieve, no limitándose como ántes á cubrir los costados, llenaba la carretera.

Seis pequeños cajones de madera, llamados trineos, sin ruedas, sin cubierta, de media vara de altos, y lo mismo de anchos, fueron los encargados de recibir á todos los que veníamos en la diligencia. En cada cajoncito, nos colocamos dos viajeros, en otros nuestros equipajes; y cada cajoncito, arrastrado por un caballo, empezó á resbalar con trabajo por aquella carreta henchida de nieve.

A derecha é izquierda lienzos de grandísimo espesor de nieve congelada amenazaban cubrirnos de un momento á otro: cuatrocientos hombres con hachas, tendidos á lo largo del camino, iban abriéndonos paso.

Antes que se me olvide, voy á consignar el efecto de aquella inmensa blancura; deslumhra, y no puede soportarse: todos los hombres que allí trabajan tienen anteojos verdes: nosotros tuvimos precision de mirar siempre á un punto fijo, á la ropa de nuestros gabanes negros.

Rodando con dificultad, con precipicios espantosos á los lados, incómodos en los estrechos cajones, llegamos á la cima de los Alpes, á una altura de que solo víéndolo se cree possible llegar; tanto habíamos subido.

Allí, sobre la cima, se levanta el San Gotardo, muchas veces ya cubierto por la nieve, y vuelto á reedificar; solo quedan dos monjes: la casa estaba casi toda cubierta de nieve, era en el mes de junio….

En diciembre nadie pasa, ni los pájaros. No hay voces bastantemente entusiastas con que pregonar la grandeza de los Alpes: el Océano como los Alpes dan la idea del infinito, traducen Dios, inspiran el recojimiento. ¡Bien haya mi viaje á Italia, que tan grande emocion me produjo con la presencia de sus Alpes!

Una vez allí era preciso bajar, por supuesto en los mismos vehículos: rodando lentamente y con un exquisito cuidado, fuimos descendiendo por un estrechísimo sendero, por encima de la carretera, pero con un fondo de treinta varas de nieve.

Una tras otra bajamos doce colosales montañas, creyendo encontrar en cada falda la suspirada llanura:

¡vana esperanza! para descender de aquella prodigiosa elevacion, donde están las fuentes del Rin, del Tesino, del Reuss, y de otros muchos rios, lo cual solo prueba la tremenda altura que será, era necesario bajar, bajar, y bajar siempre.

Puedo asegurar que no sentí ningun frio á pesar de aquella temperatura, las emociones me mantuvieron el calor: nada mas portentoso que semejante viaje; pueden con gusto aceptarse los riesgos que se corren, á trueque de verlo una vez.

Millares de cascadas blanquísimas, valles inmensos atestados de nieve, rios que se despeñan, montañas de córtes y perfiles sorprendentes, rios que corren por debajo de una espesa y petrificada capa de nieve; una carretera portentosamente soberbia, que basta para inmortalizar al ingeniero que la dirijió por en medio de aquellos altísimos montes de nieve eterna; todo es admirable, todo es grandioso, todo es sublime.

A as seis horas de tan penosísimo y espuesto viaje, y con gran contentamiento de todos, encontramos la diligencia que nos esperaba. Ocupamos nuestros respectivos asientos, y despues de seis horas, siempre bajando, llegamos á Bellinzona, capital del Tesino[21], donde descansamos una hora.

Todo el camino es admirable: de Bellinzona á la frontera de Italia se encuentra el Lago Mayor, con sus cristalinas y azuladas ondas: la campiña está bien cultivada, recuerdo que el víñedo está plantado con mucho gusto, abrazadas las vides, formando pabellones.

En todos los pueblos del canton del Tesino, se ven en las paredes imágenes de santos, en especial de la Virgen. Como pueblo italiano que es, en todo se ve la mano del clero: aunque forma parte de la Confederacion Helvética, conserva toda la fisonomía italiana.

El dia 1° de junio, á medio dia, llegué á la frontera lombarda, sitio llamado

Ponte Chiasso.

Al momento ví los austríacos que tanto debian hacerme sufrir en el resto del viaje por Italia, con sus medidas sobre pasaportes.

Me bastó ver su dominacion en Venecia y Lombardía para sentir y llorar la suerte de Italia. En fin, sigo mi viaje; de otro modo, escribiria muy largo contra los austríacos.

Registraron minuciosamente los equipajes, ojearon los

pasaportes, los embadurnaron con sellos y visas, y seguimos en la diligencia.

A los quince minutos de la frontera, se presenta el célebre lago de Como

, lindísimo y poético como todos los lagos, que tanto me encantan.

La campiña de

Como

es riquísima, semeja un paraíso: todo está cultivado, y la vegetacion mas hermosa engalana todos los términos. Muchos y elegantes palacios se levantan al rededor del delicioso lago: muchos y elegantes jardines completan el cuadro de

Como

.

Chocóme y me gustó ver la mantilla española en la mayor parte de las mujeres: la peina que en Valencia llevan las mujeres del pueblo adornaba tambien las cabezas de las italianas.

Como

es un lugar encantador: desde allí seguimos á

Camerlata

, que está tocando, y allí tomamos el camino de hierro hasta Milan, pasando por Monza, donde estaba Radetzky.

El tiempo que se emplea desde Camerlata á Milan, es el de una hora poco mas: el movimiento es desigual é incómodo, la nivelacion no está bien hecha: los coches son buenos, soberbia la campiña.

Los vagones, en Milan y Venecia, tienen todos puertas de comunicacion entre sí: no se ha hecho para comodidad del público: es para dar paso á la policía, que recorre todo el tren, pidiendo y recojiendo los pasaportes: dan un documento con el cual se recoje en Milan. Le preguntan al viajero á que hotel va á hospedarse, cuanto tiempo piensa permanecer, etc., etc., etc.

No quiero dejar correr la pluma porque la paciencia se acaba.

Entré en Milan el dos de junio hospedá