Viajes por Europa y América by Gorgonio Petano y Mazariegos - HTML preview

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Breton, Hartzenbusch, Vega, Espronceda (en sus poesías y Diablo mundo) son familiares en todos los círculos literarios de la sabia Alemania: el mismo Zorrilla, que nada tiene de poeta dramático, ha visto su Don Juan Tenorio traducido y representado en toda Alemania.

Se publican unas tras otras obras magníficas sobre nuestra historia antigua y moderna, sobre nuestra literatura, sobre nuestra novela: allí se conocen tan bien como en España mismo las obras y biografías de nuestros escritores, las cifras de nuestro movimiento literario, la vida de nuestras academias, el vuelo de nuestro periodismo, nuestra filosofía.

Es admirable; yo tengo un inmenso placer al pagarlos este merecido y justo tributo de gratitud hácia su señalado amor á todo lo que es español.

Ellos, con sus poderosos medios de comunicacion, con su pujante vida de movimiento literario, ponen en circulacion universal nuestras obras, y nos hacen leer en todas partes.

A la España le toca por utilidad y gratitud aplicarse á estudiar y difundir los tesoros literarios de la Alemania, apartándose á todo escape de esa corrupcion y pobreza de la superficialidad francesa, que sin título alguno invade nuestros dominios literarios, extraviando la juventud, pervirtiendo el gusto, y cegando nuestra poderosa facundia original con manantiales de estéril trivialidad, de infecunda superchería.

Concluyo mi corto capítulo de la Alemania, recomendando los excelentes hoteles de Munich, en especial los de la gran calle de Luis: están muy bien comprendidas las necesidades del viajero, y se sirve con excelente complacencia.

Mucho deseo poder escribir muy pronto las impresiones de un viaje por toda la Alemania, nacion la mas estudiosa de Europa.

Estamos en viaje y nos trasladamos á Portugal.

#PORTUGAL.#

Lisboa, capital del lusitano reino, tan celebrada por su belleza y grandiosidad, me produjo una impresion de desencanto; no satisfizo mis esperanzas.

Yo que habia escuchado entusiastas descripciones de Lisboa; que la imaginaba pomposamente gallarda, con el arrullo del Tajo á sus piés; que á juzgar por lo que de su belleza habia leido dibujaba en mi fantasía un cuadro de Paris, desperté con disgusto de mi sueño al aspecto de la ciudad, no obstante verla por su lado mas pintoresco, desde el mar, sobre el Tajo, á sus piés, y á la luz de un hermoso sol naciente.

El capítulo sobre Portugal será corto: solo conozco Lisboa, que he visitado dos veces.

A las cinco de la mañana de un dia clarísimo del mes de julio, entró en la rada de Lisboa el vapor que desde Inglaterra me condujo.

La ciudad, acostada todavía en el silencio, ofrecióse á mi vista por el prisma mas bello que tiene.

El célebre Tajo, que un eminente poeta portugues ha cantado con tan rica inspiracion, se tiende humilde y manso á los piés de Lisboa: á juzgar por su riqueza de caudales, imita al poderoso mar en majestad, pero sus tranquilas ondas cristalinas, sin soberbia ni estruendo, confiesan su naturaleza de rio, pero de gran rio.

La ciudad, profusamente extendida, presenta un ancho lienzo de casas en forma de anfiteatro, por estar como están edificadas sobre colinas que avanzan hácia el puerto.

A la izquierda de Lisboa se distingue aunque confusamente el lindo sitio de Cintra; alcánzase tambien en lontananza el palacio de Belem y algunos otros edificios é iglesias.

La bahía es verdaderamente espaciosa y admirable: tranquilas y serenas las olas del Tajo, reflejan en sus cristales los edificios de la ciudad, que se ostenta sentada sobre promontorios, artísticamente cortados.

El interior de Lisboa ofrece poco que de notar sea: sus calles, con excepción de las modernas, bastantemente hermosas, están muy mal empedradas, contándose muchas, mas de la mitad, sin esta indispensable mejora, y en abandono completo.

Las casas, pobremente edificadas y de mezquina estatura, pues en general solo se componen de uno y dos pisos, entristecen la ciudad y la vista del viajero, que busca en vano la fisonomía de una capital de nacion.

Hay un crecidísimo número de callejuelas estrechas y poco limpias, que no harian honor á una aldea: el aspecto general de todo Lisboa no es de seguro el de una ciudad que se esmera en la policía de las calles.

La desigualdad del terreno sobre que está sentada la capital lusitana, y el poco interes que se han tomado por su nivelacion posible, hacen que el que la visita y estudia se canse y fatigue al recorrer sus tortuosas calles, en cuesta la mayor parte.

El terremoto que en el pasado siglo arruinó en su mayor parte Lisboa es causa de la absoluta carencia de monumentos y grandes edificios que hoy se nota.

Lisboa cuenta sin embargo con algunas calles de moderna construccion, con buenas casas y elegantes comercios, animadas y de buen aspecto.

Entre sus plazas principales sobresale la del Comercio; elegante, espaciosa y gallarda: frentes de hermosas casas la embellecen y adornan: en el centro se levanta sobre un pedestal la estatua de Don José: esta plaza tiene muy buena situacion, pues á sus piés está el puerto, desde el cual se ven los infinitos molinos de viento que rodean toda la ciudad y que hubieran proporcionado muchas peleas á nuestro inmortal Don Quijote si por allí se hubiera dirijido, pues son muchísimos los que á guisa de centinelas hacen la guardia á la capital, agitando sus enormes brazos, que en el verano parecen querer servir de abanicos que refresquen la atmósfera.

Yo llegué á Lisboa en julio, y ciertamente no dejó de chocarme el aspecto de las mujeres del pueblo, envueltas en sus largas capas que las cubren de piés á cabeza…. Dijéronme que era un medio de preservarse del calor, y yo, por mas que hice, no pude comprender la utilidad de semejante preservativo contra el sol y el calor.

El uso del paraguas para preservarse del sol, que mas tarde lo ví en América, donde se entiende, existe tambien en Lisboa.

Otra plaza notable tambien es la de Don Pedro: uno de sus frentes le ocupa un teatro que estaban reparando cuando yo le ví. En el centro se levanta un elegante pedestal que debe sustentar una estatua: por lo visto los portugueses han tomado el gusto de las estatuas de Lóndres, donde abundan en gran cantidad: bueno es seguir las huellas de los que en Portugal son tan escuchados.

La obra verdaderamente notable de Lisboa es el acueducto: depósito inmenso que surte á toda la ciudad de aguas potables.

Su extension es verdaderamente prodigiosa, pues cuenta cerca de tres leguas: se compone de altos arcos de piedra, con galerías de pasmosa longitud. Los trabajos prácticados para tamaño establecimiento han sido colosales, empleándose en él cuantiosas sumas.

Al entrar por su puerta principal se ofrece un elegante patio adornado de muchas columnas y estatuas: en su centro se ha construido un algibe de gran profundidad: en algunos sitios, que el terreno es sumamente desigual, los arcos que conducen las aguas son de una altura extraordinaria.

En el piso superior hay una plataforma anchísima desde la cual se domina toda la ciudad, con la vista del puerto.

Hay en Lisboa tres ó cuatro buenos hoteles entre los que merece especial mencion el de Braganza. Los cafés y establecimientos públicos son regulares: los palacios de Belem y las Necesidades parecen mas bien casas particulares.

Hay pocos y feísimos carruajes de plaza: en las fuentes públicas noté el mismo uso de las cubas de nuestros gallegos. No ví ningun templo monumental ni de arte, la ciudad no es muy animada, y su grande poblacion apénas se ve.

La vida del extranjero en Lisboa debe ser sumamente triste, si se atiende á los pocos recursos con que cuenta la ciudad: faltan caminos, no solamente de hierro, sinó de tierra. Los hilos eléctricos, mensajeros de luz que en todas las naciones se cruzan, faltan tambien en Lisboa.

No conozco detalladamente toda la ciudad, pero en todas las calles y plazas que recorrí, busqué inútilmente gabinetes literarios, no pude encontrar uno. En materia de bibliotecas, una sola tuve ocasion de visitar.

Hay en un extremo de la capital, pero dentro de su recinto todavía, un elegante paseo público, con buenos jardines y riqueza de árboles.

La parte de la ciudad que da frente al puerto es la mas pintoresca y hermosa.

Los teatros públicos son cuatro ó cinco, uno bastante bueno para la ópera italiana: la comedia portuguesa tiene su teatro, y las traducciones del frances tambien.

Las mas concurridas calles de Lisboa son las que rodean la elegante plaza del Comercio.

Portugal ha entrado de buena fe en la senda del gobierno constitucional: el ilustrado y jóven monarca que hoy ocupa el trono, impulsará no lo dudamos el progreso en la nacion lusitana: cuando las provincias se reunan con Lisboa por medio de líneas férreas, cuando la frontera de España se aproxime á Lisboa, cuando una union aduanera bien entendida la asimile á España, la capital de Portugal cobrará mucha importancia y significacion.

Hasta que ese dia llegue, nosotros hacemos votos por la prosperidad de Portugal, nacion cuyo progreso y adelantamiento deseamos sinceramente.

Y aquí, porque nada se me ocurre, porque creo que nada mas merece recordarse en este libro, termina esta ligera nota sobre la capital lusitana.

De todas las capitales que he visitado, solo he dicho lo principal, sin extenderme demasiado aunque tenia asunto.

Con Lisboa me sucede lo contrario: he procurado alargar la descripcion y no he podido; la culpa no es mia, la ciudad no me ofreció nada, mi curiosidad no se satisfizo, mis esperanzas fueron burladas.

Lisboa como capital es ménos que Turin.

#AMÉRICA.#

Para dirijirme á Rio Janeiro desde Inglaterra me embarqué en Southampton, á bordo del vapor

Great Western

[33].

La ciudad de Southampton, de la cual nada he dicho al ocuparme de Inglaterra, no merece mencion especial: es pequeña y triste: á excepción de su concurrido puerto nada ofrece de interesante al viajero.

Por eso prescindo de su descripcion, y empiezo mi viaje marítimo.

Yo no me habia embarcado nunca, pues aunque habia cruzado el canal de la Mancha sin experimentar incomodidad alguna, tan corta navegacion no merece el nombre de viaje marítimo.

Al poco tiempo de haber salido de Southampton, la niebla espesa que casi todo el año envuelve las costas de Inglaterra, cercó nuestro buque y quedamos envueltos en la neblina.

Entónces, el capitan, colocándose á la proa, mandó la operacion que ordinariamente se hace en estos casos, consistente en herir de minuto en minuto con un martillo una campana de metal, cuyos ecos anuncian la marcha del buque, con objeto de evitar un choque con cualquiera embarcacion, cosa que fácilmente sucederia sin este aviso.

Cruzamos la ria de Southampton, el golfo de Gascuña, Finisterre; pasamos por enfrente de Burdeos, y al cuarto dia de viaje llegamos á Lisboa.

El

Great Western

, vapor que me condujo, es una colosal embarcacion de 2,500 toneladas, con un puente de una extension prodigiosa y unos anchos y soberbios salones.

Salimos de Inglaterra doscientos pasajeros, y cada uno tenia cómodamente su puesto en la mesa, pues el comedor es un magnífico salon. Los camarotes, de dos camas en su mayor parte, son estrechos y poco confortables.

El trato que reciben los viajeros es bueno: á las nueve de la mañana se sirve el almuerzo, á medio dia el indispensable

lunch

ingles, que equivale á tomar las once, á las cuatro una abundante comida, inglesa por de contado, á las siete el té con pan y manteca.

De Southampton á Lisboa, todos los viajeros estuvimos en cama veinticuatro horas. El mar de Inglaterra y el golfo de Gascuña, constantemente agitados, dan al buque un movimiento continuo que no hay viajero que soporte sin incomodidad.

En Lisboa nos detuvimos doce horas, continuando despues nuestra marcha por un mar sosegado y tranquilo, llegando á las treinta y seis horas á Madera.

Esta bellísima isla que goza de un saludable clima y produce el celebrado vino que en todas las buenas mesas se sirve, merece un viaje. Ocho horas solamente descansamos en Madera, en cuyo tiempo visitamos parte de la isla, corriendo sobre los esbeltos y ligeros caballos que aguardan dispuestos y enjaezados á la orilla del mar siempre que llegan viajeros. Los alquilan por un moderado precio, y con su ayuda se goza del encanto que producen los pintorescos paisajes que por todas partes se ofrecen.

Las calles de Madera, en cuesta en su mayor parte, están á derecha é izquierda sembradas de jardines frescos y lucidos, que con sus flores embalsaman el purísimo y fresco aire que allí se respira.

La poblacion es pequeña y de corta importancia: hay dos ó tres hoteles, entre ellos uno ingles que está regularmente servido[34].

De Madera salimos para Santa Cruz de Tenerife empleando cuarenta y ocho horas.

Yo venia de recorrer paises extranjeros todos; hacía bastante tiempo que faltaba de España y tenia necesidad de hablar nuestra espléndida lengua y recordar á mi querida patria.

Mis deseos se frustraron en parte: llegamos á Santa Cruz á las ocho de la noche, y habiendo dicho el capitan que solo nos detendríamos el tiempo necesario para dejar y recojer la correspondencia, ningun viajero saltó á tierra. Yo me desquité, hablando, hasta que el buque marchó, con los españoles que vinieron á bordo en sus pequeñas lanchas cargadas de naranjas, manzanas, ciruelas y otros deliciosos frutos.

Entre las sombras de la noche, mi ávida mirada distinguia, aunque confusamente, la ciudad de Santa Cruz, que simbolizaba á mis ojos toda España, y saludándola con júbilo y emocion, la perdí de vista en el momento en que continuamos nuestro largo viaje.

De Santa Cruz de Tenerife á San Vicente, en el Cabo Verde, se emplean cuatro dias.

San Vicente, notable para mí, por ser el primer sitio del mundo donde ví lo que llaman esclavos

, seres desgraciados tan dignos como el primer hombre

libre

, es un miserable lugar que cuenta solo una docena de casas: allí tiene la Empresa de los vapores depósito de carbon de piedra: esta es la causa de detenerse en semejante sitio, de otro modo nadie se pararia.

Grupos de africanos, hombres, mujeres, niños, todos desnudos casi completamente, componen la corta poblacion de San Vicente. El alma se duele y el corazon se comprime al aspecto de semejante sitio: el clima de allí, casi abrasador, como tocando con el Africa que está, hace imposible toda vegetacion: falta tierra, aire, vida, seres humanos, todo falta allí.

El número de esclavos africanos que allí habita, no tiene por alimento mas que el maiz, y no todos. No hay viajero que al desembarcar en San Vicente no se sienta mal á la vista de semejante cuadro: inmediatamente que nuestro vapor se proveyó del carbon necesario, dejamos las islas del Cabo Verde con general contentamiento.

Al salir de San Vicente dió principio el verdadero viaje: nos engolfamos en pleno Océano, solos, en medio del poderoso Atlántico, sin mas testigos que Dios, sin otro horizonte que un círculo siempre el mismo, cerrado por todas partes por la inmensidad.

Al salir de San Vicente, se despide el viajero de la tierra que no vuelve á ver en ocho dias; el mar y el cielo son su única perspectiva en todo ese tiempo.

Hay algo de solemne y magnífico en un viaje por mar, por ese prepotente elemento que nos habla del infinito con la tremebunda voz de su cólera.

El mar, cuyos secretos permanecen en el misterio, que nuestra curiosidad no acierta á comprender, que la ciencia no explica, que nos habla con su eterno movimiento sin que podamos saber qué es lo que nos dice; el mar, digo, es soberbiamente majestuoso y grande.

El hombre, que á pesar de su pequeña talla ha obrado prodigios de gigante, ora recojiendo el rayo en su mano, ora barrenando las montañas, ya descendiendo á las entrañas de la tierra para robarla sus guardados secretos, ya escalando el cielo para ver de cerca esas lumbreras que le cubren y cuya marcha ha averiguado; el hombre, que por todas partes imprime la huella de su paso, no ha conseguido nada del mar.

El arrojo de los navegantes, á los que la industria humana ha prestado casas flotantes para cruzar las soledades del Océano; la ciencia, que una tras otra le ha suministrado al marino nuevas conquistas, con las cuales sabe donde va y por qué sitios, cuanto anda y adonde se encuentra; el vapor, que le ha facilitado marchar velozmente y en todas las épocas del año, sin tener que someterse como ántes á la poderosa ayuda de los vientos; todo en una palabra, solo ha servido para que los hombres se comuniquen, para estudiar y conocer el mundo, para grandes y poderosas conquistas, es verdad, pero no para imprimir la huella del hombre, pero no para marcarle con el sello del genio como el hombre hace con todas sus obras.

El mar, el poderoso mar, quizá demasiado soberbio, no quiere que el hombre le señale.

El hombre ha cambiado mil veces la faz de la tierra sembrando ciudades, cortando montañas, haciendo excavaciones inmensas, barrenando istmos: pues bien, la superficie del mar está hoy como al dia siguiente de haber brotado del soplo de Dios, y así estará hasta el último y postrero instante del mundo. Pasa una magnífica nave por las ondas del océano, abre un sulco, inmediatamente se avanzan nuevas olas y borran la huella; por eso gritan eternamente al rededor de un buque, se impacientan al sentirle, pero inmediatamente que pasa se lanzan á borrar sus trazas.

El océano es la imágen de la inmensidad, el espejo de Dios, la brillante prueba de su existencia.

Ocho dias estuve solo en pleno océano, sin otra cúpula que el firmamento, sin otro apoyo que el abismo.

Es arrogantemente temerario el valor del hombre que se ha

lanzado á ciegas en medio de los precipicios y las tempestades.

No hablo en manera alguna de hoy; hoy no tiene ningun mérito un viaje al rededor del mundo, hoy todo se conoce, hoy hay medios.

Me refiero á Colon, atalaya inmensa de las modernas edades que no tiene rival.

Es necesario hacer un viaje á América para llegar á comprender el heroismo de Colon; de otro modo no se entiende; y mas que el heroismo de Colon, el de nuestros valientes compatriotas que componian la tripulacion de sus tres pequeñas embarcaciones.

Sí, ellos son mas heróicos; Colon tenia el genio, el rayo de la inspiracion, la perspectiva de la gloria que le ha inmortalizado, por guia: él sabia adonde iba: los sencillos marineros que le acompañaban no, no conocian mas playas que las de España, no podian ni soñar con la existencia de otro mundo, se veian arrojados en una empresa que acobardaba á todos, que la Europa toda calificaba de locura, se vieron solos en medio de mares que nadie mas que el ojo de Dios habia visto, sin saber adonde iban ni por qué ruta: creyendo que la vuelta seria imposible y creyéndolo con razon é ignorando al propio tiempo si habria

llegada

, porque ellos nada sabian, porque entónces se ignoraba todo, porque no se sabia qué habia detras del mar. Es necesario hacer un viaje marítimo para comprender esto.

Desde San Vicente hasta Pernambuco, primera poblacion del Brasil, que del otro lado de la línea se encuentra, empleó nuestro vapor ocho dias.

La distancia que separa ámbas poblaciones es de 1,620 millas marítimas.

Nada mas grande que la salida y puesta del sol vista desde un buque en pleno océano. Semeja el astro del mundo un inmenso globo de fuego resplandeciente: no parece sino que se levanta del seno de los mares, la ilusion es completa.

El horizonte está cerrado por todas partes por un círculo de agua; allí, á bordo, en mitad del Atlántico, figúrase la imaginacion que la tierra toda está cubierta por el Océano, único elemento que se ve; de aquí el que parezca, con todas las apariencias de verdad, que el sol se levanta por la mañana del seno de las aguas, y que allí vuelve á acostarse cuando la tierra girando en el vacío ha hecho su movimiento diario al rededor de él.

En el mar no se comprende el ateismo: tampoco tiene explicacion en la tierra, no, pero el Océano, con su voz inmortal, ora hable con la soberbia cólera de la tormenta, ora con la apacible majestad de su tranquilo y eterno flujo y reflujo, siempre publica la existencia de Dios, siempre pregona su poder, siempre canta su omnipotencia, siempre habla de la eternidad, siempre explica el infinito, siempre convence de la otra vida.

Esos inmensos buques que cruzan hoy los mares, á pesar de sus gigantescas proporciones, están en el mar, en la relacion que un átomo en la materia, que un punto en el espacio. Una sola de las tremendas ondas que arrullan el Océano despedaza y convierte en astillas las mas pujantes escuadras.

Esto habla muy alto en favor del hombre, que á pesar de su pequeñez, que en el Océano se palpa mejor que en parte alguna, se lanza atrevido á sulcar sus piélagos y abismos, marchando entre tempestades y truenos, solo, en una miserable lancha, porque eso es en el Océano el mas colosal navío, una lancha; allí va el hombre, solo, pero con Dios encima de su cabeza.

Un viaje marítimo de ocho á diez dias es magnífico, sorprendente, admirable: es necesario hacerle para ver y oir á Dios, para comprender el mundo, para adivinar la inmensidad.

Pero un viaje largo no siendo marino por vocacion es monótono, fatiga, cansa.

En ocho dias pueden admirarse las bellezas de un cielo azul y transparente, visto desde el mar; el portentoso descenso del sol que sumerge su brillante cabellera en el seno de las aguas: la espantosa y dramática grandeza del mar poderosamente irritado: en una palabra, en ocho dias puede verse lo que en treinta, que fueron los que yo empleé en mi viaje, á pesar de que el vapor era el agente de nuestra marcha.

Un tiempo tan largo en el puente de un buque fatiga. Al fin de los diez ó doce primeros dias las escenas se repiten, son las mismas, las emociones ningunas, y allí donde no hay emocion, alimento mio, no hay nada, hay el prosáico fastidio.

Desde Pernambuco á Bahia empleamos cuarenta y ocho horas, y desde Bahia á Rio Janeiro cuatro dias.

La distancia que acababa de recorrer, desde Southampton á la capital del Brasil, mi primer viaje marítimo, fué de 5,155 millas, distribuidas del siguiente modo: de Rio Janeiro á Bahia, 685 millas; de Bahia á Pernambuco, 380; de Pernambuco á San Vicente, 1,620; de San Vicente á Canarias, 850; de Canarias á Madera, 265; de Madera á Lisboa, 525; y de Lisboa á Southampton, 830.

El ensayo fué bueno, tuve la suerte de no sufrir el mareo haciendo todo el viaje perfectamente bien.

#BRASIL.#

Rio Janeiro, capital del imperio del Brasil, es una ciudad de 300,000 almas; magníficamente situada y con una soberbia y pintoresca bahía, una de las mayores del mundo.

Sus calles principales son la

Rua Dereta

y la

Rua d'Ouvidor

: la primera de estas es ancha y despejada; en el centro está el edificio de la Bolsa: es calle muy concurrida y de bastante animacion; tiene buenos comercios y cafés, empieza en la plaza de Palacio y termina cerca de una iglesia cuyo nombre he olvidado.

La

Rua d'Ouvidor

es la principal calle de Rio Janeiro, por la importancia de los elegantes comercios que la adornan: es recta y desemboca en la rua Dereta, que, como ya he indicado, es de las mejores de la ciudad. Tiene un grande número de elegantes tiendas, de franceses en su mayor parte, vestidas con el lujo de los comercios de las ciudades europeas: el empedrado es de lo mas detestable que puede imaginarse, y como las lluvias son muy frecuentes, apénas puede transitarse por la citada calle.

El resto de las calles de Rio Janeiro, en general, está en un lamentable atraso, sin empedrar, descuidada su limpieza, y en estado de perfecto abandono.

Hay un gran número de plazas, entre las que descuella, por su inmensa extension, la del Teatro Provisorio

. Como carezca de grandes edificios, y no tenga proporciones, ni árboles, ni cultivo, ni adornos, solo ofrece á la vista del viajero una grande extension de terreno, que podria ser una magnífica plaza.

En uno de sus lienzos están los palacios del Senado y la Cámara de los Diputados. En el centro de otro de los frentes está el Ministerio de Negocios Extranjeros, en una modesta casa que no me atrevo á llamar palacio. Enfrente se levanta el teatro

Provisorio

, destinado á la ópera italiana.

El nombre del Teatro indica bastantemente lo que es, provisional; se construyó en un corto plazo de tiempo: ni tiene arquitectura, ni estilo, ni formas, ni pensamiento; es una obra ejecutada sin mas objeto que el de hacerla servir por poco tiempo para teatro, ínterin se construia otro, que aun no se ha empezado.

De todos modos allí se canta la ópera italiana, y es en verdad un gran recurso para Rio Janeiro: en general hay buenas compañías; el gobierno contribuye al sostenimiento del Teatro con una subvencion de ocho mil duros anuales. La compañía que cantaba en 1856 era bastante buena: las dos primas donnas, mademoiselle la Grua y madame Charton, interpretaban muy bien sus papeles, como en cualquier teatro de Europa. Despues cantó la Steffenone, que últimamente ha brillado en los Italianos de Paris cantando con grande éxito

el Trovador

.

Cuando yo salí de Rio Janeiro para regresar á Europa, estaban escriturados Tamberlik y la Dejean.

Otra de las plazas que merecen mencionarse es la del

Rosario

, espaciosa, regular, y con mas proporciones que la del

Provisorio

. Tiene cuatro fachadas de casas regulares, y en el centro han plantado algunas docenas de árboles que la completan y hermosean. En uno de sus ángulos está el Teatro de San Pedro, consagrado á la comedia: se representan en portugues, piezas traducidas del frances y del español. Estando yo en Rio Janeiro un voraz incendio consumió por la segunda vez el coliseo.

En otra plaza grande tambien, hay un jardin público, adonde acuden músicas militares los dias festivos: hay profusion de árboles y plantas tropicales, y está regularmente dispuesto, aunque falta gusto y órden.

El jardin botánico, llamado así poco modestamente, está fuera de la ciudad y á una distancia de tres cuartos de legua. El descuido mas completo y la negligencia mas desdeñosa, convencen al que le visita del poco interes que sin duda inspira á los brasileños.

Y en verdad que es una lástima, pues aparte de las dos magníficas colecciones de soberbios plátanos que le adornan, contiene una gran riqueza de plantas escojidas y muy estimadas, que brotan espontáneamente, quizá á despecho de los que cuidan el jardin. Tiene ademas una decoracion natural admirable; le circuyen como un precioso marco lienzos de pintorescas montañas, de muchos y graciosos contornos, de variedad de formas y colores.

Los paseos de Rio Janeiro, completamente innecesarios, pues los habitantes del pais no acostumbran pasear, son regulares, distinguiéndose entre todos el de

Botafogo

, situado á la orilla del mar, con árboles, fuentes, y paseo de carruajes. Es bastante bueno y muy poco concurrido. El emperador pasea todos los domingos en carruaje cruzando siempre el de Botafogo en toda su extension.

Los paseos del Acueducto, y del

Corcovado

, son muy pintorescos, en especial el último, que termina en la cresta de una alta montaña inclinada, de donde toma el nombre. Puede subirse á caballo hasta la misma cima, desde la que se alcanza un asombroso golpe de vista: el mar inmenso, las pintorescas montañas y la ciudad, se ofrecen en majestuoso conjunto al observador. Otro promontorio que embellece la Bahia es el llamado Pan de azúcar

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