Ya habían pasado tres días desde el secuestro, Tobby y Vladimir comenzaban a impacientarse al estar encerrados en un lugar oscuro y tenebroso. Los tenían encadenados a una viga de metal, apenas podían mover el tren inferior. Sólo tenían permiso de ir al baño con un máximo de tres veces por día. Les daban de comer al mediodía y a la noche, no más que eso. Se les tenía prohibido hacer escándalo, ya fuera gritando y pataleando para que los liberaran.
Los guardias eran susceptibles y por cualquier tontería perdían los estribos; era conveniente no provocarlos.
El único momento en el que no se sentían incómodos era cuando los sodomizaban los caninos, a quienes veían como clientes potenciales. Ser violados por ellos no representaba un problema para los felinos, que ya estaban acostumbrados a ser tratados como objetos sexuales. De alguna manera u otra, Tobby y Vladimir gozaban de la tortura anal cuando les tocaba el ocho.
Los rottweilers, pese a su apariencia intimidante, se portaban bien con ellos, no los lastimaban ni les mordían, sólo les dilataban
el ano como si estuviesen en prisión. Vladimir no anhelaba ofrecerse si no le pagaban dinero a cambio, comenzaba a elucubrar un plan de escape sin que Tobby se diera cuenta.
Sentado sobre un despeluchado sillón, Travis se acomodó para mirar el noticiero. Algo repentino lo dejó turulato y no supo qué pensar. En Zuferrand, apareció en primera plana la detención del multimillonario Hugh Anderssen, su compañera Daisy Miller, su pretendiente Kaylee Marsh y un coyolobo de procedencia desconocida. Además de eso, las autoridades detuvieron, por intromi-sión en la justicia, entorpecimiento de una pesquisa y coparticipa-ción en un zoocidio culposo, a cinco sospechosos más: Anthony Wilson, Gregory Prick, Johnny Swanson, Felicity Grand y Deborah Peace. Los tres fugitivos que seguían en la búsqueda eran Jack Hock, Natasha Linger y Tobby Hammock. Si bien Deborah y Felicity no estaban involucradas directamente en las fechorías de Jack, se las acusó de delito por omisión de denuncia.
—Al parecer Lisa hizo bien su trabajo —murmuró Donald, que se encontraba a pocos metros de distancia—. Nos sirvió de rajona.
—Y también Robert. Lo contacté personalmente para que la convenciera de abrir la boca. Ella jamás lo habría hecho si él no se lo pedía.
—¿Entonces ya terminamos con esto?
—Todavía no —le dijo y apagó la televisión con el control re-moto—. Tenemos un coyote y una zorra que eliminar. No tarda-rán en llegar.
—¿Tan idiotas son como para venir a buscarnos?
—Déjame que te lo muestre —le dijo y lo condujo hasta la parte de adelante, donde se encontraban custodiando los rottweilers que formaban parte del equipo de vigilancia interna.
Justo entonces sonó el timbre, los guardias abrieron el portón de entrada y se toparon con los traidores que habían estado ocupados en los planes del líder. Charles, Christopher y Keller, tres libertinos que, por dinero, se vendieron al mejor postor. Travis los compró con un millón a cada uno, aparte de ofrecerles un puesto privilegiado en el clan Z. Con la cabeza gacha y el rabo entre las patas, ingresaron al hangar con el fin de informarles sobre la inminente llegada de los enemigos.
Travis les ofreció que tomaran asiento y se pusieran cómodos, pues ya eran miembros oficiales de Zoobistias. Les suplicaron que no asesinaran a los gatos, que ellos los querían sanos y salvos. Donald les aseguró que no los matarían, siempre y cuando éstos no hiciesen algo indebido para merecer la muerte. El líder del clan no planeaba matarlos, aún no, aunque quién sabe.
Cuando Keller se dirigió al baño, que estaba al fondo a la derecha, en el camino se cruzó con Tobby y con Vladimir, quienes yacían inmovilizados junto a un poste. Se horrorizó al verlos tan maltratados, les habló para que alzaran la vista y lo miraran. Al verlo de frente, los gatos bufaron al unísono y le metieron un buen susto. Supieron al instante que él era parte del clan Z y que por su culpa los habían raptado.
—Si no nos sacas de acá ahora mismo, haremos que te arre-pientas —le advirtió Vladimir con los ojos irradiando furia—. Ni creas que te daremos el gusto de tocarnos otra vez.
—Nos traicionaste. Nos traicionaste a todos —Tobby le echó en cara, también encolerizado.
—Bajen la voz que los pueden oír los guardias —les suplicó pa-ra no meterse en problemas.
—¡¿A quién mierda le importa eso?! —Vladimir respondió—.
Tú nos metiste acá, tú nos sacas.
—La culpa fue de Jack por hacerse pasar por Travis.
—¿Y si lo sabías por qué nunca dijiste nada? —Tobby le preguntó, lo miraba de reojo.
—Yo no sabía que ustedes no lo sabían.
—Escúchame bien, infeliz —Vladimir lo amenazó—: o nos sacas de acá ahora mismo, o te obligaremos a hacerlo. No estamos jugando.
—Lo siento, pero yo nada puedo hacer para ayudarles. Si pudiera, lo haría.
Antes de que se fuera, Vladimir le clavó las uñas de los pies en la pantorrilla izquierda, lo hizo caer de un golpe, le hizo una llave de jiu jitsu con la que lo estranguló a la vieja escuela. Lo arrastró cuanto pudo hasta tenerlo a su merced, el pastor alemán no podía hacer nada para liberarse, de modo que tuvo que recurrir a otra alternativa: su navaja de defensa personal. Metió la mano en un bolsillo del pantalón, sacó el arma blanca y se la clavó en los muslos reiteradas veces hasta que lo hizo aflojar. Adolorido el gato, quedó indefenso de nuevo, Keller se impacientó y lo apuñaló en el cuello, sin darse cuenta de que podía matarlo.
—¿¡Qué fue lo que hiciste?! —Tobby le gritó.
Vladimir entró en estado de shock, empezó a largar sangre a manta, no podía respirar ni emitir palabra alguna. En menos de diez segundos, se desplomó en el suelo. El cadáver quedó ensan-grentado y el asesino aterrado. Keller nunca quiso matarlo, sólo quería que lo soltara. Le había dado muerte por equivocación al mejor amigo de Tobby. Eso era un error imperdonable.
Tobby se puso mustio por lo que había acabado de presenciar, más que nunca quería irse a la mierda. Entró en pánico y comenzó a sacudirse para zafarse, no deseaba seguir encerrado en aquel hangar ni un minuto más. Keller le pidió que se tranquilizara, que sólo se metería en problemas si hacía ruido. El pobrecito trató de aguantar las lágrimas, no pudo hacerlo, rompió en llanto y sintió pesar por el asesinato de su compañero de trabajo.
Donald se aproximó a ver qué ocurría y se encontró con un ga-to plañendo a moco tendido y otro desangrado. Increpó a Keller por ello y le dijo que, por nada del mundo, lastimara a Tobby, que él era el único que querían mantener con vida hasta que apareciesen sus amigos. El pastor le explicó que fue un accidente, que él jamás haría algo como eso, por lo que le pidió que lo perdonara.
Cuando Travis se enteró de aquel asesinato por error, contrario a lo que se esperaba, no reprendió a Keller, sólo le sugirió que se mantuviera lejos de Tobby. Christopher y Charles no podían creer que Keller había apuñalado a Vladimir, no estaban dispuestos a perdonárselo. En el momento menos esperado, iban a tomar cartas en el asunto.
El teléfono del líder sonó, recibió un mensaje de voz con la siguiente información: “Los traidores acaban de llegar. Están armados y los viene persiguiendo un ciervo en moto”. “Vaya, vaya”,
murmuró Travis luego de escuchar el mensaje que le habían enviado. “Tal parece que llegó la hora de la verdad”.
Los diez rottweilers que estaban en el interior del hangar prepararon sus armas, sus chalecos y sus tapones. Lo que les esperaba en la parte de afuera no iba a ser algo sencillo, tenían que estar bien preparados por si algo les salía mal. No había margen de error.
Travis mandó a que desencadenaran a Tobby, los pastores se aseguraron de mantenerlo protegido hasta que llegase el momento de intercambiar palabras con Jack. Una vez que se negociara el rescate, el exbotones se podía ir.
XXXV. Es hora de irse a dormir – El asesinato de los traidores
Jack y Natasha se hicieron presentes ante el hangar que le había indicado uno de los pumas que trabajaba para Arnold. Ni bien llegaron al sitio, un fuerte aroma a cigarrillo los tomó desprevenidos; no cabía duda de que ahí dentro se encontraban los antagonis-tas. Natasha tenía miedo de que las cosas se fueran al carajo, aunque pensándolo bien ya todo se había ido al carajo. El haber matado a ese ciervo de mierda en el Furtel 69 fue lo que los condenó.
Creyeron que se escaparían, que se saldrían con la suya, que podrían dejar las cosas como estaban, craso error que cometieron. El pasado había vuelto para atormentarlos.
Reminiscencias y dudas existenciales invadieron la mente de ambos, no sabían qué iba a pasar, tampoco esperaban que las cosas se arreglasen de un día para otro. No se fiaban de Travis ni de sus aliados mafiosos, lo veían con malos ojos, le tenían un poquito de miedo, no lo suficiente como para acobardarse. El zafarrancho con el clan Z era ineludible, la batalla final era perentoria. No podían dar brazo a torcer, tenían que hacerles frente a sus temores y de-
mostrar que valían algo. Habían llegado demasiado lejos, no había marcha atrás, tenían que afrontar el destino que les había tocado.
Era tarde para arrepentirse y cambiar de parecer.
Abrieron la entrada, los rottweilers fueron los primeros en salir, luego los tres pastores con Tobby, por último aparecieron Travis y Donald. Al ver a sus aliados del otro lado del bando, Jack se enfadó con ellos y los llenó de insultos. No sólo le habían dado la espalda, también lo habían decepcionado. Entre los criminales había códigos, cosas que se permitían y cosas que no se permitían, la traición era algo imperdonable. Jack se negaba a perdonar a aquellos que lo defraudaban.
Como todos los presentes estaban armados, ninguno se animaba a desenfundar el arma y lanzar el primer disparo, eso sólo pro-blematizaría la reunión. Hasta que no recibiesen una orden de arriba, los guardias no iban a disparar. Jack, por su parte, estaba al tanto de que la noche se le venía encima, ya no le importaba nada, si tenía que morir en ese sitio, dispuesto estaba a aceptarlo. Todas las cosas malas que había hecho, todos los delitos que había cometido, lo empujaron hasta ese abismo, el destino le había jugado una mala pasada y ahora estaba cosechando los frutos de sus traspiés.
Hasta ese momento nadie se había apercibido de que el área estaba siendo vigilada por integrantes del clan Felumia. Arnold quería aprovechar la confrontación de Travis con su némesis para así
sacar ventaja. Estaba dispuesto a matar al líder de Zoobistias, re-clamar el trono como soberano absoluto del crimen organizado, destruir para siempre la imagen de Doguenkaten. Ya estaba harto de aguantar perros inmundos en su territorio, lo mejor que podía hacer era someter a todos los malditos caninos a su nuevo reino, a punta de pistola por supuesto.
—No pensé que serías tan corajudo como para venir hasta mi refugio —Travis le habló a Jack y se mantuvo firme en todo momento. Menos de seis metros los separaban—. Supongo que sabrás para qué pactamos todo esto.
—Mira, Travis, hagámoslo fácil. Devuélveme a Tobby, quédate con todo el dinero que hicimos y te prometo que nunca más volverás a vernos. ¿Trato hecho?
Al escucharlo decir eso, Travis no pudo evitar desternillarse. Un pelafustán mediocre, un palurdo sin dignidad, un pobre diablo, un maldito desgraciado, le estaba proponiendo un trato después de haberse hecho pasar por él. No cabía duda de que ese coyote, o era un orate sin precedentes, o en verdad tenía osadía en exceso. A Travis nadie lo compraba, y mucho menos un don nadie que no tenía pasta ni para comprarse una casa propia. Parecía más una broma de mal gusto que una propuesta.
—Hace mucho que no me hacían reír tanto —le dijo y se secó las lágrimas—. Escúchame bien, pedazo de basura, yo soy el único que propone los tratos, a mí nadie me dice qué puedo y qué no puedo hacer. ¿Acaso no sabes quién soy?
—Es lo único que te puedo ofrecer —Jack le aseguró—. Ahora, si prefieres arreglar las cosas por las malas…
—¿Me estás amenazando, sabandija inmunda?
—Tienes treinta segundos para tomar una decisión, Travis. No habrá otra opción.
—Qué altanería la tuya. Supongo que tendré que…
En ese entonces, el ruido del caño de escape de una motocicleta de alta cilindrada se hizo notar. Estacionó en las cercanías un sujeto encapotado, con sombrero, gafas oscuras y una ametralladora en la espalda. Los cuernos se le habían caído recientemente y por eso Jack no lo reconoció al instante. Sin las astas Eric era idéntico a Rico Iglesias, hasta en la voz se le parecía. Tras estacionar la moto, el famoso detective se entrometió en la reunión, preparó el arma y pronunció lo siguiente:
—Jack, qué gusto me da verte. Al fin nos conocemos —
introdujo e hizo una breve pausa—. Supongo que esta vez no podrás salirte con la tuya.
—¿Eric? —Natasha musitó, asombrada de verlo en persona.
—¿Tú también estás con Travis? —Jack le preguntó.
—No —negó con la cabeza—. Esta vez sólo vine por ti y por tus aliados. Ni creas que te escaparás de mí. Yo no soy tan bonda-doso como Rico.
Al verlo de vuelta, Travis se acordó del dinero que le debía y que todavía no le había confirmado si iba a pagárselo o no. Diez mil pesos de aquel entones eran como cincuenta mil de ahora. Cal-culó rápido el porcentaje de la inflación durante los últimos años y concluyó que le debía más o menos lo mismo que Hugh le había pagado al sicario para que matara a George.
—Oye, Eric —lo encaró—. ¿Vas a devolverme el dinero que te presté o qué?
—En tus sueños, Travis —se lo confirmó—. Yo sólo vine por este coyote y su zorra. No me atañen tus asuntos.
—¿Así que no me devolverás el dinero que te presté? Bien, tú lo pediste. Te llenaremos el cuerpo de agujeros y luego te comere-mos entre todos.
Natasha, cansada de escuchar las gansadas que decían los demás, lanzó una granada aturdidora y el entorno sufrió los efectos de la desestabilización sonora. El sensible oído de los caninos no aguantaba semejante ruido. Jack se tiró al suelo y le disparó a Eric en las piernas, éste presionó el gatillo y disparó decenas de balas
hacia todas partes. Varias balas rebotaron, algunas impactaron en las extremidades de los rottweilers, otras impactaron en los cuerpos de los pastores. Tobby se agachó a tiempo y se cubrió para que no lo lastimaran. Una bala se le metió en el estómago antes de que alzara la mirada.
Donald y Travis sacaron sus armas y se lanzaron al ataque ni bien recuperaron la estabilidad. En ese ínterin, bombas de humo tomaron desprevenidos a los mafiosos y la cortina de gas blanco cubrió la visión de todos. Jack y Natasha corrieron en cuatro patas, tomaron a Tobby de la cola y se lo llevaron. Se alejaron del lugar tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Tenían que darse prisa y ahuecar el ala.
Eric había quedado malherido, sangraba mucho y no podía ponerse de pie. Caroline apareció para socorrerlo. Los disparos que había recibido le dejaron las piernas en la miseria. La vida del detective estaba a nada de esfumarse. La cierva tomó el arma de su hermano y prometió desquitarse. Era momento de la vendetta.
A Travis y a Donald los tomó por sorpresa una balacera proveniente de la derecha, panteras armadas los sometieron a impacto de munición. Todos los rottweilers fueron derribados, así como también los pastores. En menos de medio minuto, la escena se llenó de cadáveres caninos. Los miembros del clan Felumia se hicieron presentes y lanzaron el grito de la victoria.
Jack cargó a Tobby en sus espaldas, sintió que algo le mojaba, creyó que el gato se había atemorizado tanto que se le había afloja-do la vejiga. Al detenerse, notó que su compañero se estaba desan-grando. Una bala le había dado en el vientre, no había manera de detener la hemorragia. Natasha le advirtió que los gatos estaban tras ellos y que no podían quedarse ahí, tenían que huir. Jack se negaba a dejar atrás a su mejor amigo, amaba a Tobby con todo el corazón.
—Tobby, vas a estar bien. Te llevaremos a un sanatorio y te salvaremos —le susurró al oído—. Necesite que resistas un poco.
—Jack, me estoy muriendo —le dijo y comenzó a largar sangre por la boca—. Keller… el maldito de Keller… mató a Vladimir.
Lo mató frente a mis ojos. Ese desgraciado…
—No importa. Saldremos de esta juntos como lo hicimos la última vez. Sólo necesito que aguantes un poco.
Perros y gatos tuvieron un encontronazo en la zona, decenas, no, miles de caninos y felinos se enfrentaron en una zafacoca co-mo las de las películas de acción. Millones de balas volaban por los aires, se incrustaban en la carne de los intervinientes, caninos y felinos caían al suelo por igual. El área pronto se llenó de cadáveres. La región se convirtió en una verdadera carnicería.
Natasha oyó los pasos de alguien y preparó el arma para disparar. Una bala la tomó antes de que disparara y se desplomó en el suelo. Jack casi sufrió un ataque cardíaco cuando vio a su amada caer al piso. Un segundo disparo lo tomó a él, le perforó el hombro izquierdo. La bala era de alto calibre, por lo que el dolor era mucho mayor.
Tobby ya se había rendido, la cantidad de sangre perdida superó el límite, acabó muriendo ahí mismo. Natasha había recibido un disparo en la cabeza, un headshot, que la dejó pálida en un soplo, ni tiempo tuvo de despedirse de su novio. Quedó tendida como cualquier cuerpo sin vida.
Jack, desesperado al ver que alguien lo tenía en la mira, gritó enardecido de furia y exigió que se mostrara. Quien le había disparado a la zorra no era Eric, la responsable era Caroline. Tras ver sucumbir a su hermano a manos de un coyote traidor, se encargó de mandarlo al otro mundo ella misma. Con la ametralladora de su hermano, la cierva se hizo presente y apuntó. Disparó todas las balas que pudo, dejó al coyote hecho un colador. Lo mandó a dormir para siempre. Era la primera vez que le arrebataba la vida a alguien, se sentía mal por haber hecho el trabajo de su hermano. Al fin y a la postre, ella resultó ser más eficiente que él, que llevaba años de experiencia en eso.
Travis, Donald, los pastores alemanes, los rottweilers, los tres protagonistas y todos sus aliados al fin habían recibido el castigo que se merecían por haber cometido tantas atrocidades. La fragili-dad existencial nunca fue tan clara como esa noche, todos ellos sucumbieron ante la injusta realidad de la que formaban parte. Lo bueno de todo es que la misión de Eric sí se pudo cumplir.
Habiendo vengado la muerte de su hermano, la cierva se volteó, se alejó de los cadáveres de los protagonistas, encendió un cigarrillo, se lo fumó mientras disfrutaba la calma del momento. Al ter-minárselo, se sumergió en la espesa oscuridad de la noche y regresó al escondite en el que había estado quién sabe cuánto tiempo.
Pese a los esfuerzos por salir adelante y conseguirse una vida mejor, la zorra y el coyote no fueron conscientes de los errores cometidos en el pasado y de lo que podía provocar el haberle arrebatado la vida a un extraño. Ambos murieron juntos como habían querido, aunque nunca pensaron que la muerte llegaría tan pronto.
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