Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Bécquer - HTML preview

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LOS OJOS VERDES

 

Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con este título.

Hoy, que se me ha presentado ocasión, lo he puesto con letras grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado á capriclio volar la pluma.

Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo los he visto. De seguro no los podré describir tales cuales ellos eran, luminosos, transparentes como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tempestad de verano. De todos modos, cuento con la imaginación de mis lectores para hacerme comprender en este que pudiéramos llamar boceto de un cuadro que pintaré algún dia.

 

I

—Herido va el ciervo, herido va; no hay duda. Se ve el rastro de la sangre entre las zarzas del monte, y al saltar uno de esos lentiscos han flaqueado sus piernas.... Nuestro joven señor comienza por donde otros acaban ... en cuarenta años de montero no he visto mejor golpe.... ¡Pero por San Saturio,[1] patrón de Soria![2] cortadle el paso por esas carrascas, azuzad los perros, soplad en esas trompas hasta echar los hígados, y hundidle á los corceles una cuarta de hierro en los ijares: ¿no véis que se dirige hacia la fuente de los Álamos,[3] y si la salva antes de morir podemos darle por perdido?

[Footnote 1: San Saturio. Saint Saturius was born, according to Tamayo, in 493. In 532 he withdrew from the world into a cave at the foot of a mountain bathed by the river Duero, near where now stands the town of Soria. There he lived about thirty-six years, or until 568, when he died and was buried by his faithful disciple St. Prudentius, later bishop of Tarazona, who had been a companion of the hermit during the last seven years of his life. His cave is still an object of pilgrimage, and a church has been built on the spot to the memory of the saint. See Florez, España Sagrada, Madrid, 1766, tomo vii, pp. 293–294.]

[Footnote 2: Soria. A mediaeval-looking town of 7296 inhabitants situated on a bleak plateau on the right bank of the Duero. It is the capital of a province of the same name. The old town of Numantia (captured by the Romans under P. Cornelius Scipio AEmilianus, 133 B.C.) lay about three miles to the north of the present site of Soria.]

[Footnote 3: Álamos. The choice of a grove of poplars as setting to the enchanted fount is peculiarly appropriate, as this tree belongs to the large list of those believed to have magical properties. In the south of Europe the poplar seems to have held sometimes the mythological place reserved in the north for the birch, and the people of Andalusia believe that the poplar is the most ancient of trees. (See de Gubernatis, Za Mythologie des plantes, Paris, Reinwald, 1882, p. 285.) In classical superstition the black poplar was consecrated to the goddess Proserpine, and the white poplar to Hercules. "The White Poplar was also dedicated to Time, because its leaves were constantly in motion, and, being dark on one side and light on the other, they were emblematic of night and day.... There is a tradition that the Cross of Christ was made of the wood of the White Poplar, and throughout Christendom there is a belief that the tree trembles and shivers mystically in sympathy with the ancestral tree which became accursed.... Mrs. Hemans, in her 'Wood Walk,' thus alludes to one of these old traditions:

FATHER.—Hast thou heard, my boy,
  The peasant's legend of that quivering tree?

CHILD.—No, father; doth he say the fairies dance
  Amidst its branches?

FATHER.—Oh! a cause more deep,
  More solemn far, the rustic doth assign
  To the strange restlessness of those wan leaves.
  The Cross he deems—the blessed Cross, whereon
  The meek Redeemer bow'd His head to death—
  Was formed of Aspen wood; and since that hour
  Through all its race the pale tree hath sent down
  A thrilling consciousness, a secret awe
  Making them tremulous, when not a breeze
  Disturbs the airy Thistle-down, or shakes
  The light lines from the shining gossamer."

Richard Folkard, Plant Lore, London, 1892, p. 503.]

Las cuencas del Moncayo[1] repitieron de eco en eco el bramido de las trompas, el latir de la jauría desencadenada y las voces de los pajes resonaron con nueva furia, y el confuso tropel de hombres, caballos y perros se dirigió al punto que Iñigo, el montero mayor de los marqueses de Almenar,[2] señalara,[3] como el más á propósito para cortarle el paso á la res.

[Footnote 1: El Moncayo. See p. 8, note 1.]

[Footnote 2: Marqueses de Almenar. A title taken doubtless from the little town of Almenar (650 inhabitants) situated in the province of Soria near the right bank of the Rituerto river, southwest of the Moncayo, and not far from that mountain.]

[Footnote 3: señalara. A relic of the Latin pluperfect (in -aram, -eram), popularly confounded with the imperfect subjunctive. Its use is now somewhat archaic, and is restricted to relative clauses. See Ramsey's Spanish Grammar, H. Holt & Co., 1902, § 944.]

Pero todo fué inútil. Cuando el más ágil de los lebreles llegó á las carrascas jadeante y cubiertas las fauces de espuma, ya el ciervo, rápido como una saeta, las había salvado de un solo brinco, perdiéndose entre los matorrales de una trocha, que conducía á la fuente.

—¡Alto!... ¡Alto todo el mundo! gritó Iñigo entonces; estaba de Dios que había de marcharse.

Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los lebreles dejaron refunfuñando la pista á la voz de los cazadores.

En aquel momento se reunía á la comitiva el héroe de la fiesta, Fernando de Argensola,[1] el primogénito de Almenar.

[Footnote 1: Argensola. A name familiar to students of Spanish literature from the writings of the illustrious brothers Bartolomé and Lupercio Leonardo de Argensola (sixteenth century). It is also the name of a small town of some 560 inhabitants in the province of Barcelona.]

—¿Qué haces? exclamó dirigiéndose á su montero, y en tanto, ya se pintaba el asombro en sus facciones, ya ardía la cólera en sus ojos. ¿Qué haces, imbécil? ¡Ves que la pieza está herida, que es la primera que cae por mi mano, y abandonas el rastro y la dejas perder para que vaya á morir en el fondo del bosque! ¿Crees acaso que he venido á matar ciervos para festines de lobos?

—Señor, murmuró, Iñigo entre dientes, es imposible pasar de este punto.

—¡Imposible! ¿y por qué?

—Porque esa trocha, prosiguió el montero, conduce á la fuente de los Alamos; la fuente de los Álamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente, paga caro su atrevimiento. Ya la res habrá salvado sus márgenes; ¿como la salvaréis vos sin atraer sobre vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Pieza que se refugia en esa fuente misteriosa, pieza perdida.

—¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de mis padres, y primero perderé el ánima en manos de Satanás, que permitir que se me escape ese ciervo, el único que ha herido mi venablo, la primicia de mis excursiones de cazador.... ¿Lo ves?... ¿lo ves?... Aún se distingue á intervalos desde aquí ... las piernas le faltan, su carrera se acorta; déjame... déjame... suelta esa brida, o te revuelco en el polvo.... ¿Quién sabe si no le daré lugar para que llegue á la fuente? y si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus habitadores. ¡Sus! ¡Relámpago! sus, caballo mío! si lo alcanzas, mando engarzar los diamantes de mi joyel en tu serreta de oro.

Caballo y jinete partieron como un huracán.

Iñigo los siguió con la vista hasta que se perdieron en la maleza; después volvió los ojos en derredor suyo; todos, como el, permanecían inmóviles y consternados.

El montero exclamó al fin:

—Señores, vosotros lo habéis visto; me he expuesto á morir entre los pies de su caballo por detenerle. Yo he cumplido con mi deber. Con el diablo no sirven valentías. Hasta aquí llega el montero con su ballesta; de aquí adelante, que pruebe á pasar el capellán con su hisopo.[1]

[Footnote 1: hisopo = 'aspergillum.' A brash or metallic instrument for the sprinkling of holy water. As to the efficacy of holy water against evil spirits St. Teresa of Avila (1515–1582) speaks as follows:

I have learned from frequent experience that there is nothing better (than holy water) to drive them away and to prevent them from returning: they flee at the sight of the Cross, but return. The virtue of holy water must be great indeed.

See Escritos de Santa Teresa, "Libro de su vida," capítulo 31, in the Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, Rivadeneyra, 1861, p. 94.

L'Abbé Jean Joseph Gaume has written a work, entitled l'Eau lénite au XIXe siècle (Paris, 1866), in which he also advocates the use of holy water to-day for similar purposes.]

 

II

—Tenéis la color quebrada; andáis mustio, y sombrío; ¿qué os sucede? Desde el día, que yo siempre tendré por funesto, en que llegásteis á la fuente de los Álamos en pos de la res herida, diríase que una mala bruja os ha encanijado con sus hechizos.

Ya no vais á los montes precedido de la ruidosa jauría, ni el clamor de vuestras trompas despierta sus ecos. Sólo con esas cavilaciones que os persiguen, todas las mañanas tomáis la ballesta para enderezaros á la espesura y permanecer en ella hasta que el sol se esconde. Y cuando la noche obscurece y voivéis pálido y fatigado al castillo, en balde busco en la bandolera los despojos de la caza. ¿Qué os ocupa tan largas horas lejos de los que más os quieren?

Mientras Iñigo hablaba, Fernando, absorto en sus ideas, sacaba maquinalmente astillas de su escaño de ébano con el cuchillo de monte.

Después de un largo silencio, que solo interrumpia el chirrido de la hoja al resbalarse sobre la pulimentada madera, el joven exclamó dirigiéndose á su servidor, como si no hubiera escuchado una sola de sus palabras:

—Iñigo, tú que eres viejo, tú que conoces todas las guaridas del Moncayo, que has vivido en sus faldas persiguiendo á las fieras, y en tus errantes excursiones de cazador subiste más de una vez á su cumbre, dime, ¿has encontrado por acaso una mujer que vive entre sus rocas?

—¡Una mujer! exclamó el montero con asombro y mirándole de hito en hito.

—Sí, dijo el joven; es una cosa extraña lo que me sucede, muy extraña.... Creí poder guardar ese secreto eternamente, pero no es ya posible; rebosa en mi corazón y asoma á mi semblante. Voy, pues, á revelártelo.... Tú me ayudarás á desvanecer el misterio que envuelve á esa criatura, que al parecer solo para mí existe, pues nadie la conoce, ni la ha visto, ni puede darme razón de ella.

El montero, sin despegar los labios, arrastró su banquillo hasta colocarlo junto al escaño de su señor, del que no apartaba un punto los espantados ojos. Éste, después de coordinar sus ideas, prosiguió así:

—Desde el día en que á pesar de tus funestas predicciones llegué á la fuente de los Álamos, y atravesando sus aguas recobré el ciervo que vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi alma del deseo de la soledad.

Tú no conoces aquel sitio. Mira, la fuente brota escondida en el seno de una peña, y cae resbalándose gota á gota por entre las verdes y flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna. Aquellas gotas que al desprenderse brillan como puntos de oro y suenan como las notas de un instrumento, se reunen entre los céspedes, y susurrando, susurrando con un ruido semejante al de las abejas que zumban en torno de las flores, se alejan por entre las arenas, y forman un cauce, y luchan con los obstáculos que se oponen á su camino, y se repliegan sobre sí mismas, y saltan, y huyen, y corren, unas veces con risa, otras con suspires, hasta caer en un lago. En el lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor cuando me he sentado solo y febril sobre el peñasco, á cuyos pies saltan las aguas de la fuente misteriosa para estancarse en una balsa profunda, cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde.

Todo es allí grande. La soledad con sus mil rumores desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu en su inefable melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua, parece que nos hablan los invisibles espíritus de la naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre.

Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y dirigirme al monte, no fué nunca para perderme entre sus matorrales en pos de la caza, no; iba á sentarme al borde de la fuente, á buscar en sus ondas ... no sé qué, ¡una locura! El día en que salté sobre ella con mi Relámpago[1] creí haber visto brillar en su fondo una cosa extraña ... muy extraña ... los ojos de una mujer.

[Footnote 1: Relámpago. The name of his horse, mentioned p. 17.]

Tal vez sería un rayo de sol que serpeó fugitive entre su espuma; tal vez una de esas flores que flotan entre las algas de su seno, y cuyos cálices parecen esmeraldas ... no sé: yo creí ver una mirada que se clavó en la mía; una mirada que encendió en mi pecho un deseo absurdo, irrealizable: el de encontrar una persona con unos ojos como aquellos.

En su busca fuí un día y otro á aquel sitio:

Por último, una tarde ... yo me creí juguete de un sueño ... pero no, es verdad, la[1] he hablado ya muchas veces, como te hablo á tí ahora ... una tarde encontré sentada en mi puesto, y vestida con unas ropas que llegaban hasta las aguas y flotaban sobre su haz, una mujer hermosa sobre toda ponderación. Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas brillaban como hilos de luz, y entre las pestañas volteaban inquietas unas pupilas que yo había visto... sí; porque los ojos de aquella mujer eran los ojos que yo tenía clavados en la mente; unos ojos de un color imposible; unos ojos ...

[Footnote 1: la. The Spanish Academy condemns the use of la instead of le as a feminine dative. Spanish writers, however, frequently so employ it.]

—¡Verdes! exclamó Iñigo con un acento de profundo terror, é incorporándose de un salto en su asiento.

Fernando le miró á su vez como asombrado de que concluyese lo que iba á decir, y le pregunto con una mezcla de ansiedad y de alegría:

—¿La conoces?

—¡Oh, no! dijo el montero. ¡Líbreme Dios de conocerla! Pero mis padres, al prohibirme llegar hasta esos lugares, me dijeron mil veces que el espíritu, trasgo, demonio ó mujer que habita en sus aguas, tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro, por lo que más améis en la tierra, á no volver á la fuente de los Álamos. Un día ú otro-os alcanzará su venganza, y expiaréis, muriendo, el delito de haber encenagado sus ondas.

—¡Por los que más amo!... murmuró el joven con una triste sonrisa.

—¡Sí!, prosiguió el anciano; por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor que os ha visto nacer ...

—¿Sabes tú lo que más amo en este mundo? Sabes tú por qué daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dió la vida, y todo el cariño que pueden atesorar todas las mujeres de la tierra? Por una mirada, por una sola mirada de esos ojos ... ¡Cómo podré yo dejar de buscarlos!

Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la lágrima que temblaba en los párpados de Iñigo se resbaló silenciosa por su mejilla, mientras exclamó con acento sombrío: ¡Cúmplase la voluntad del cielo!

 

III

—¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde habitas? Yo vengo un día y otro en tu busca, y ni veo el corcel que te trae á estos lugares, ni á los servidores que conducen tu litera. Rompe de una vez el misterioso velo en que te envuelves como en una noche profunda, yo te amo, y, noble ó villana, seré tuyo, tuyo siempre....

El sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras bajaban á grandes pasos, por su falda; la brisa gemía entre los álamos de la fuente, y la niebla, elevándose poco á poco de la superficie del lago, comenzaba á envolver las rocas de su margen.

Sobre una de estas rocas, sobre una que parecía próxima á desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba temblando el primogénito de Almenar, de rodillas á los pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia.

Ella era hermosa, hermosa y pálida, como una estatua de alabastro. Uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro.

Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron como para pronunciar algunas palabras, pero sólo exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos.

—¡No me respondes! exclamó Fernando al ver burlada su esperanza; ¿querrás que dé crédito á lo que de tí me han dicho? ¡Oh! No.... Háblame: yo quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer...

—Ó un demonio.... ¿Y si lo fuese?

El joven vaciló un instante; un sudor frió corrió por sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de aquella mujer, y fascinado por su brillo fosfórico, demente casí, exclamó en un arrebato de amor:

—Si lo fueses ... fe amaría ... te amaría como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más allá de ella.

—Fernando, dijo la hermosa entonces con una voz semejante á una música: yo te amo más aún que tu me amas; yo, que desciendo hasta un mortal, siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la tierra; soy una mujer digna de tí, que eres superior á los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas; incorpórea como ellas, fugaz y trasparente, hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes le premio con mi amor ... como á un mortal superior á las supersticiones del vulgo, como á un amante capaz de comprender mi cariño extraño y misterioso.

Mientras ella hablaba así, el joven, absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuerza desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca. La mujer de los ojos verdes prosiguió así:

—¿Ves, ves el limpido fondo de ese lago, ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?... Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales ... y yo ... yo te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus horas de delirio, y que no puede ofrecerte nadie.... Ven, la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino ... las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles, el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven ... ven ...

La noche comenzaba á extender sus sombras, la luna rielaba en la superficie del lago, la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la obscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas.... Ven ... ven ... estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como un conjuro. Ven ... y la mujer misteriosa le llamaba al borde del abismo, donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso ... un beso ...

Fernando dió un paso hacia ella ... otro ... y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban á su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve ... y vaciló ... y perdió pie, y cayó al agua con un rumor sordo y lúgubre.

Las aguas saltaron en chispas de luz, y se cerraron sobre su cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose, ensanchándose hasta expirar[1] en las orillas.[2]

[Footnote 1: expirar. Becquer uses incorrectly the form espirar.]

[Footnote 2: "It was a maxim both in ancient India and ancient Greece not to look at one's reflection in water.... They feared that the water-spirits would drag the person's reflection or soul under water, leaving him soulless to die. This was probably the origin of the classical story of Narcissus.... The same ancient belief lingers, in a faded form, in the English superstition that whoever sees a water-fairy must pine and die.

'Alas, the moon should ever beam
  To show what man should never see!—
  I saw a maiden on a stream,
  And fair was she!

  I staid to watch, a little space,
  Her parted lips if she would sing;
  The waters closed above her face
  With many a ring.

  I know my life will fade away,
  I know that I must vainly pine,
  For I am made of mortal clay.
  But she's divine!'"

Fraser, The Golden Bough, London, Macmillan & Co., 1900, vol. i, pp. 293–294. The object of Fernando's love was evidently an undine (see p. 43, note 1, and p. 47, note 1).]