Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Bécquer - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

 

LA CORZA BLANCA

 

I

En un pequeño lugar[1] de Aragón,[1] y allá por los años de mil trescientos y pico, vivía retirado en su torre señorial un famoso caballero llamado don Dionís, el cual, después de haber servido á su rey[3] en la guerra contra infieles, descansaba á la sazón, entregado al alegre ejercicio de la caza, de las rudas fatigas de los combates.

[Footnote 1: un pequeño lugar. Veratón, a feudal town in the neighborhood of the Moncayo (see p. 8, note 1). Population (1900), 484.]

[Footnote 2: Aragón. "An ancient kingdom, now a captaincy-general of Spain, capital Saragossa, bounded by France on the north, by Catalonia on the east, by Valencia on the south, and by New Castile, Old Castile, and Navarre on the west, comprising the provinces of Huesca, Saragossa, and Teruel. It is traversed by mountains and intersected by the Ebro. During the middle ages it was one of the two chief Christian powers in the peninsula. In 1035 it became a kingdom; was united to Catalonia in 1137; rose to great influence through its acquisitions in the thirteenth and fourteenth centuries of Valencia, the Balearic Islands, Sardinia, and the Sicilies; and was united with Castile in 1479 through the marriage of Ferdinand of Aragon with Isabella of Castile." Century Dict.]

[Footnote 3: The kings who reigned in Aragon during the fourteenth century were as follows: Jaime II el Justo (1291–1327), Alfonso IV el Benigno (1327–1336), Pedro IV el Ceremonioso (1336–1387), Juan I el Cazador (1387–1395), and Martín (1395–1410).]

Aconteció una vez á este caballero, hallándose en su favorita diversión acompañado de su hija, cuya belleza singular y extraordinaria blancura le habían granjeado el sobrenombre de la Azucena, que como se les entrase á más andar el día engolfados en perseguir á una res en el monte de su feudo, tuvo que acogerse, durante las horas de la siesta, á una cañada por donde corría un riachuelo, saltando de roca en roca con un ruido manso y agradable.

Haría[1] cosa de unas dos horas que don Dionís se encontraba en aquel delicioso lugar, recostado sobre la menuda grama á la sombra de una chopera, departiendo amigablemente con sus monteros sobre las peripecias del día, y refiriéndose unos á otros las aventuras más ó menos curiosas que en su vida de cazador les habían acontecido, cuando por lo alto de la más empinada ladera y á través de los alternados murmullos del viento que agitaba las hojas de los árboles, comenzó á percibirse, cada vez más cerca, el sonido de una esquililla semejante á la del guión de un rebano.

[Footnote 1: Haría = 'it must have been.' See p. 5, note 2, and p. 42, note 1.]

En efecto, era así, pues á poco de haberse oído la esquililla, empezaron á saltar por entre las apiñadas matas de cantueso y tomillo, y á descender á la orilla opuesta del riachuelo, hasta unos cien corderos, blancos como la nieve, detrás de los cuales, con su caperuza calada para libertarse la cabeza de los perpendiculares rayos del sol, y su atillo al hombro en la punta de un palo, apareció el zagal que los conducía.

—Á propósito de aventuras extraordinarias, exclamó al verle uno de los monteros de don Dionís, dirigiéndose á su señor: ahí tenéis á Esteban el zagal, que de algún tiempo á esta parte anda más tonto que lo que naturalmente lo hizo Dios, que no es poco, y el cual puede haceros pasar un rato divertido refiriendo la causa de sus continuos sustos.

—¿Pues qué le acontece á ese pobre diablo? exclamó don Dionís con aire de curiosidad picada.

—¡Friolera! añadió el montero en tono de zumba: es el caso, que sin haber nacido en Viernes Santo[1] ni estar señalado con la cruz,[2] ni hallarse en relaciones con el demonic, á lo que se puede colegir de sus hábitos de cristiano viejo, se encuentra sin saber cómo ni por dónde, dotado de la facultad más maravillosa que ha poseído hombre alguno, á no ser Salomón,[3] de quien se dice que sabía hasta el lenguaje de los pájaros.

[Footnote 1: Viernes Santo = 'Good Friday,' the Friday of Holy Week, anniversary of the death of Jesus Christ. Friday has long been considered an unlucky day, and Good Friday, in spite of its name, has been regarded by popular superstition as a fatal day. One born on that day might have particular aptitude for witchcraft.]

[Footnote 2: señalado con la cruz = 'marked with the cross.' The reference here is doubtless to a birth-mark in the form of a cross, which would indicate a special aptitude for thaumaturgy or occultism. This might take the form of Christian mysticism, as in the case of St. Leo, who is said to have been "marked all over with red crosses" at birth (see Brewer, Dictionary of Miracles, Phila., 1884, p. 425), or the less orthodox form of magic, as is suggested here.]

[Footnote 3: Salomón = 'Solomon.' "A famous king of Israel, 993–953 B.C. (Duncker), son of David and Bathsheba.... The name of Solomon, who was supposed to have possessed extraordinary magical powers, plays an important part in Eastern and thence in European legends," Century Dict. "His wisdom enabled him (as legend informs us) to interpret the speech of beasts and birds, a gift shared afterwards, it was said, by his descendant Hillel (Koran, sura 37, Ewald, Gesch. Isr., iii, 407)." M'Clintock and Strong, Cyclopedia of Biblical, Theological, and Ecclesiastical Literature, N.Y., 1880, vol. ix, p. 871.]

—¿Y á qué se refiere esa facultad maravillosa?

—Se refiere, prosiguió el montero, á que, según él afirma, y lo jura y perjura por todo lo más sagrado del mundo, los ciervos que discurren por estos montes, se han dado de ojo para no dejarle en paz, siendo lo más gracioso del caso, que en más de una ocasión les ha sorprendido concertando entre sí las burlas que han de hacerle, y después que estas burlas se han llevado á término, ha oído las ruidosas carcajadas con que las celebran.

Mientras esto decía el montero, Constanza, que así se llamaba la hermosa hija de don Dionís, se había aproximado al grupo de los cazadores, y como demostrase su curiosidad por conocer la extraordinaria historia de Esteban, uno de éstos se adelantó hasta el sitio en donde el zagal daba de beber á su ganado, y le condujo á presencia de su señor, que para disipar la turbación y el visible encogimiento del pobre mozo, se apresuro á saludarle por su nombre, acompañando el saludo con una bondadosa sonrisa.

Era Esteban un muchacho de diecinueve á veinte años, fornido, con la cabeza pequeña y hundida entre los hombros, los ojos pequeños y azules, la mirada incierta y torpe como la de los albinos, la nariz roma, los labios gruesos y entreabiertos, la frente calzada, la tez blanca pero ennegrecida por el sol, y el cabello que le caía en parte sobre los ojos y parte alrededor de la cara, en guedejas ásperas y rojas semejantes á las crines de un rocín colorado.

Esto, sobre poco mas ó menos, era Esteban en cuanto al físico; respecto á su moral, podía asegurarse sin temor de ser desmentido ni por él ni por ninguna de las personas que le conocían, que era perfectamente simple, aunque un tanto suspicaz y malicioso como buen rústico.

Una vez el zagal repuesto de su turbación, le dirigió de nuevo la palabra don Dionís, y con el tono más serio del mundo, y fingiendo un extraordinario interés por conocer los detalles del suceso á que su montero se había referido, le hizo una multitud de preguntas, á las que Esteban comenzó á contestar de una manera evasiva, como deseando evitar explicaciones sobre el asunto.

Estrechado, sin embargo, por las interrogaciones de su señor y por los ruegos de Constanza, que parecía la más curiosa é interesada en que el pastor refiriese sus estupendas aventuras, decidióse éste á hablar, mas no sin que antes dirigiese á su alrededor una mirada de desconfianza, como temiendo ser oído por otras personas que las que allí estaban presentes, y de rascarse tres ó cuatro veces la cabeza tratando de reunir sus recuerdos ó hilvanar su discurso, que al fin comenzo dó esta manera:

—Es el caso, señor, que según me dijo un preste de Tarazona,[1] al que acudí no ha mucho, para consultar mis dudas, con el diablo no sirven juegos, sino punto en boca, buenas y muchas oraciones á San Bartolomé,[2] que es quien le conoce las cosquillas, y dejarle andar; que Dios, que es justo y está allá arriba, proveerá á todo. Firme en esta idea, había decidido no volver á decir palabra sobre el asunto á nadie, ni por nada; pero lo haré hoy por satisfacer vuestra curiosidad, y á fe á fe que después de todo, si el diablo me lo toma en cuenta, y torna á molestarme en castigo de mi indiscreción, buenos Evangelios llevo cosidos á la pellica, y con su ayuda creo que, como otras veces no me será inútil el garrote.

[Footnote 1: Tarazona. A venerable town of some 8800 inhabitants situated on the river Queiles, northeast of the Moncayo (see p. 8, note 1) and northwest of the town of Borja.]

[Footnote 2: San Bartolomé—'St. Bartholomew,' one of the twelve apostles, deemed by some to be identical with Nathanael. "Little is known of his work. According to tradition he preached in various parts of Asia, and was flayed alive and then crucified, head downward, at Albanopolis in Armenia. His memory is celebrated in the Roman Catholic church on August 24." Century Dict. In popular superstition St. Bartholomew is supposed to have had particular power over the devil, and prayers to this saint are thought to be specially efficacious against the wiles of the evil one. For a detailed account of St. Bartholomew's power over the devil, see Jacobi a Voragine, Legenda Aurea (Th. Graesse), Lipsiae, MDCCCL, cap. cxxiii, pp. 540–544.]

—Pero, vamos, exclamó don Dionís, impaciente al escuchar las digresiones del zagal, que amenazaban no concluir nunca; déjate de rodeos y ve derecho al asunto.

—Á él voy, contestó con calma Esteban, que después de dar una gran voz acompañada de un silbido para que se agruparan los corderos, que no perdía de vista y comenzaban[1] á desparramarse por el monte, torno á rascarse la cabeza y prosiguió así:

[Footnote 1: que no perdía de vista y comenzaban. Compare the use of the relative in this phrase with that to which attention has been called on p. 10, note 1.]

—Por una parte vuestras continuas excursiones, y por otra el dale que le das de los cazadores furtivos, que ya con trampa ó con ballesta no dejan res á vida en veinte jornadas al contorno, habían no hace mucho agotado la caza en estos montes, hasta el extremo de no encontrarse un venado en ellos ni por un ojo de la cara.

Hablaba yo de esto mismo en el lugar, sentado en el porche de la iglesia, donde después de acabada la misa del domingo solía reunirme con algunos peones de los que labran la tierra de Veratón,[1] cuando algunos de ellos me dijeron:

[Footnote 1: Veratón. See p. 25, note 1.]

—Pues, hombre, no sé en qué consista el que tú no los topes, pues de nosotros podemos asegurarte que no bajamos una vez á las hazas que no nos encontremos rastro, y hace tres ó cuatro días, sin ir más lejos, una manada, que á juzgar por las huellas debía componerse de más de veinte, le segaron antes de tiempo una pieza de trigo al santero de la Virgen del Romeral.[1]

[Footnote 1: la Virgen del Romeral. A hermitage in the locality.]

—¿Y hacia qué sitio seguía el rastro? pregunté á los peones, con animo de ver si topaba con la tropa.

—Hacia la cañada de los cantuesos, me contestaron.

No eché en saco roto la advertencia: aquella noche misma fuí á apostarme entre los chopos. Durante toda ella estuve oyendo por acá y por allá, tan pronto lejos como cerca, el bramido de los ciervos que se llamaban unos á otros, y de vez en cuando sentía moverse el ramaje á mis espaldas; pero por más que me hice todo ojos, la verdad es que no pude distinguir á ninguno.

No obstante, al romper el día, cuando llevé los corderos al agua, á la orilla de este río, como obra de dos tiros de honda del sitio en que nos hallamos, y en una umbría de chopos, donde ni á la hora de siesta se desliza un rayo de sol, encontré huellas recientes de los ciervos, algunas ramas desgajadas, la corriente un poco turbia, y lo que es más particular, entre el rastro de las reses las breves huellas de unos pies[1] pequeñitos como la mitad de la palma de mi mano, sin ponderación alguna.

[Footnote 1: pies. Human feet are of course referred to here.]

Al decir esto, el mozo, instintivamente y al parecer buscando un punto de comparación, dirigió la vista hacia el pie de Constanza, que asomaba por debajo del brial, calzado de un precioso chapín de tafilete amarillo; pero como al par de Esteban bajasen también los ojos don Dionís y algunos de los monteros que le rodeaban, la hermosa niña se apresuró á esconderlos, exclamando con el tono más natural del mundo:

—¡Oh, no! por desgracia no los tengo yo tan pequeñitos, pues de ese tamaño sólo se encuentran en las hadas; cuya historia nos refieren los trovadores.[1]

[Footnote 1: trovadores = 'troubadours.' "A class of early poets who first appeared in Provence, France. The troubadours were considered the inventors of a species of lyrical poetry, characterized by an almost entire devotion to the subject of chivalric love, and generally very complicated in regard to meter and rhyme. They fourished from the eleventh to the latter part of the thirteenth century, principally in the south of France, Catalonia, Aragon, and northern Italy." Century Dict. Belief in the marvelous, and hence in fairies, likewise characterized these poets.]

—Pues no paró aquí la cosa, continuó el zagal, cuando Constanza hubo concluido; sino que otra vez, habiéndome colocado en otro escondite por donde indudablemente habían de pasar los ciervos para dirigirse á la cañada, allá al filo de la media noche me rindió un poco el sueño, aunque no tanto que no abriese los ojos en el mismo punto en que creí percibir que las ramas se movían á mi alrededor. Abrí los ojos según dejo dicho: me incorporé con sumo cuidado, y poniendo atención á aquel confuso murmullo que cada vez sonaba más próximo, oí en las ráfagas del aire, como gritos y cantares extraños, carcajadas y tres ó cuatro voces distintas que hablaban entre sí con un ruido y una algarabía semejante al de las muchachas del lugar, cuando riendo y bromeando por el camino, vuelven en bandadas de la fuente con sus cántaros á la cabeza.

Según colegía de la proximidad de las voces y del cercano chasquido de las ramas que crujían al romperse para dar paso á aquella turba de locuelas, iban á salir de la espesura á un pequeño rellano que formaba el monte en el sitio donde yo estaba oculto, cuando enteramente á mis espaldas, tan cerca ó más que me encuentro de vosotros, oí una nueva voz fresca, delgada y vibrante, que dijo ... creedlo, señores, esto es tan seguro como que me he de morir ... dijo ... claro y distintamente estas propias palabras:

¡Por aquí, por aquí, compañeras,
  que está ahí el bruto de Esteban!

Al llegar á este punto de la relación del zagal, los circunstantes no pudieron ya contener por más tiempo la risa, que hacía largo rato les retozaba en los ojos, y dando rienda á su buen humor, prorrumpieron en una carcajada estrepitosa. De los primeros en comenzar á reir y de los últimos en dejarlo, fueron don Dionís, que á pesar de su fingida circunspección no pudo por menos de tomar parte en el general regocijo, y su hija Constanza, la cual cada vez que miraba á Esteban todo suspenso y confuso, tornaba á reirse como una loca hasta el punto de saltarle las lágrimas á los ojos.

El zagal, por su parte, aunque sin atender al efecto que su narración había producido, parecía todo turbado é inquieto; y mientras los señores reían á sabor de sus inocentadas, él tornaba la vista á un lado y á otro con visibles muestras de temor y como queriendo descubrir algo á través de los cruzados troncos de los árboles.

—¿Qué es eso, Esteban, qué te sucede? le preguntó uno de los monteros notando la creciente ínquietud del pobre mozo, que ya fijaba sus espantadas pupilas en la hija risueña de don Dionís, ya las volvía á su alrededor con una expresión asombrada y estúpida.

—Me sucede una cosa muy extraña, exclamó Esteban. Cuando después de escuchar las palabras que dejo referidas, me incorporé con prontitud para sorprender á la persona que las había pronunciado, una corza blanca como la nieve salió de entre las mismas matas en donde yo estaba oculto, y dando unos saltos enormes por cima de los carrascales y los lentiscos, se alejó seguida de una tropa de corzas de su color natural, y así estas como la blanca que las iba guiando, no arrojaban bramidos al huir, sino que se reían con unas carcajadas, cuyo eco juraría que aún me está soñando en los oídos en este momento.

—¡Bah!... ¡bah!... Esteban, exclamó don Dionís con aire burlón, sigue los consejos del preste de Tarazona; no hables de tus encuentros con los corzos amigos de burlas, no sea que haga el diablo que al fin pierdas el poco juicio que tienes; y pues ya estás provisto de los Evangelios y sabes las oraciones de San Bartolomé, vuélvete á tus corderos, que comienzan á desbandarse por la cañada. Si los espíritus malignos tornan á incomodarte, ya sabes el remedio: Pater Noster[1] y garrotazo.

[Footnote 1: Pater Noster. The first words of the Lord's Prayer in Latin.]

El zagal, después de guardarse en el zurrón un medio pan blanco y un trozo de came de jabalí, y en el estomago un valiente trago de vino que le dió por orden de su señor uno de los palafreneros, despidióse de don Dionís y su hija, y apenas anduvo cuatro pasos, comenzó á voltear la honda para reunir á pedradas los corderos.

Como á esta sazón notase don Dionís que entre unas y otras las horas del calor eran ya pasadas y el vientecillo de la tarde comenzaba á mover las hojas de los chopos y á refrescar los campos, dió orden á su comitiva para que aderezasen las caballerías que andaban paciendo sueltas por el inmediato soto; y cuando todo estuvo á punto, hizo seña á los unos para que soltasen las traíllas, y á los otros para que tocasen las trompas, y saliendo en tropel de la chopera, prosiguió adelante la interrumpida caza.

 

II

Entre los monteros de don Dionís habla uno llamado Garcés, hijo de un antiguo servidor de la familia, y por tanto el más querido de sus señores.

Garcés tenía poco más ó menos la edad de Constanza, y desde muy niño habíase acostumbrado á prevenir el menor de sus deseos, y á adivinar y satisfacer el más leve de sus antojos.

Por su mano se entretenía en afilar en los ratos de ocio las agudas saetas de su ballesta de marfil; él domaba los potros que había de montar su señora; él ejercitaba en los ardides de la caza á sus lebreles favoritos y amaestraba á sus halcones, á los cuales compraba en las ferias de Castilla[1] caperuzas rojas bordadas de oro.

[Footnote 1: Castilla = 'Castile.' An old kingdom of Spain, in the northern and central part of the peninsula. The kingdoms of Castile and Leon, after several unions and separations, were finally united under Ferdinand III in 1230. Isabella of Castile married Ferdinand of Aragon in 1469, and in 1479 the two kingdoms of Castile and Aragon were united.]

Para con los otros monteros, los pajes y la gente menuda del servicio de don Dionís, la exquisita solicitud de Garcés y el aprecio con que sus señores le distinguían, habíanle valido una especie de general animadversión, y al decir de los envidiosos, en todos aquellos cuidados con que se adelantaba á prevenir los caprichos de su señora revelábase su carácter adulador y rastrero. No faltaban, sin embargo, algunos que, más avisados ó maliciosos, creyeron sorprender en la asiduidad del solícito mancebo algunos Señales de mal disimulado amor.

Si en efecto era así, el oculto cariño de Garcés tenia más que sobrada disculpa en la incomparable hermosura de Constanza. Hubiérase necesitado un pecho de roca y un corazón de hielo para permanecer impasible un día y otro al lado de aquella mujer singular por su belleza y sus raros atractivos.

La Azucena del Moncayo[1] llamábanla en veinte leguas á la redonda, y bien merecía este sobrenombre, porque era tan airosa, tan blanca y tan rubia que, como á las azucenas, parecía que Dios la había hecho de nieve y oro.

[Footnote 1: Moncayo. See p. 8, note 1]

Y sin embargo, entre los señores comarcanos murmurábase que la hermosa castellana de Veratón[1] no era tan limpia de sangre como bella, y que á pesar de sus trenzas rubias y su tez de alabastro, había tenído por madre una gitana. Lo de cierto que pudiera haber en estas murmuraciones, nadie pudo nunca decirlo, porque la verdad era que don Dionís tuvo una vida bastante azarosa en su juventud, y después de combatir largo tiempo bajo la conducta del monarca aragonés,[2] del cual recabó entre otras mercedes el feudo del Moncayo,[3] marchóse á Palestina,[4] en donde anduvo errante algunos años, para volver por último á encerrarse en su castillo de Veratón,[5] con una hija pequeña, nacida sin duda en aquellos países remotos. El único que hubiera podido decir algo acerca del misterioso origen de Constanza, pues acompañó a don Dionís en sus lejanas peregrinaciones, era el padre de Garcés, y éste había ya muerto hacía bastante tiempo, sin decir una sola palabra sobre el asunto ni á su propio hijo, que varias veces y con muestras de grande interés, se lo habia preguntado.

[Footnote 1: Veratón. See p. 25, note 1.]

[Footnote 2: monarca aragonés. See p. 25, note 3.]

[Footnote 3: Moncayo. See p. 8, note 1]

[Footnote 4: Palestina = 'Palestine.' A territory in the southern part of Syria. Chief city Jerusalem. "It passed under Mohammedan rule about 636, was held by the Christians temporarily during the Crusades [seventh and last under St. Louis 1270–1272], and since 1516 has been in the possession of the Turkish government." Century Dict.]

[Footnote 5: Veratón. See p. 25, note 1.]

El carácter, tan pronto retraído y melancólico como bullicioso y alegre de Constanza, la extraña exaltación de sus ideas, sus extravagantes caprichos, sus nunca vistas costumbres, hasta la particularidad de tener los ojos y las cejas negras como la noche, siendo blanca y rubia como el oro, habían contribuido á dar pábulo á las hablillas de sus convecinos, y aun el mismo Garcés, que tan intimamente la trataba, había llegado á persuadirse que su señora era algo especial y no se parecía á las demás mujeres.

Presente á la relación de Esteban, como los otros monteros, Garcés fue acaso el único que oyó con verdadera curiosidad los pormenores de su increible aventura, y si bien no pudo menos de sonreir cuando el zagal repitió las palabras de la corza blanca, desde que abandonó el soto en que habían sesteado comenzó á revolver en su mente las más absurdas imaginaciones.

No cabe duda que todo eso del hablar las corzas es pura aprensión de Esteban, que es un completo mentecato, decía entre sí el joven montero, mientras que jinete en un poderoso alazán, seguía paso á paso el palafrén de Constanza, la cual también parecia mostrarse un tanto distraída y silenciosa, y retirada del tropel de los cazadores, apenas tomaba parte en la fiesta. ¿Pero quien dice que en lo que refiere ese simple no existirá algo de verdad? prosiguio pensando el mancebo. Cosas más extrañas hemos visto en el mundo, y una corza blanca bien puede haberla, puesto que si se ha de dar crédito á las cántigas del país, San Huberto,[1] patrón de los cazadores, tenía una. ¡Oh, si yo pudiese coger viva una corza blanca para ofrecérsela á mi señora!

[Footnote 1: San Huberto = 'St. Hubert.' The patron saint of hunters; died about 727. His memory is celebrated by the church November 3. Legend says that he was the son of a nobleman of Aquitaine, and a keen hunter; and that once when he was engaged in the chase on Good Friday, in the forest of Ardennes, a stag appeared to him having a shining crucifix between its antlers. He heard a warning voice and was converted, entered the chnrch, and became bishop of Maestricht and Liège. See the Encyclopedia Americano. The rôle of the deer in mythology, however, is not usually so beneficent, and "the antelope, the gazelle, and the stag generally, instead of helping the hero, involve him rather in perplexity and peril. This mythical subject is amplified in numerous Hindoo legends." See de Gubernatis, Zoölogical Mythology, London, 1872, vol. ii, p. 84 and following. La Biche au Bois (The Hind of the Woods) of Mme. d'Aulnoy is a story that offers some striking resemblances to La Corza Blanca of Becquer. A beautiful princess is transformed by a wicked fairy into a white hind, which form she is allowed to quit at certain hours of the day. One day, while still in the form of the hind, she is pursued by her lover and wounded by an arrow. However, a release from the enchantment and a happy marriage end the sufferings of the heroine. In this Spanish tale the transformation is voluntary, which fact gives to Constanza the traits of a witch. In Wordsworth's beautiful poem The White Doe of Rylstone we find the doe divested of all the elements of witchcraft, and in its solicitude for the gentle and bereft Lady Emily it is likened symbolically

To the grief of her soul that doth come and go
  In the beautiful form of this innocent Doe:
  Which, though seemingly doomed in its breast to sustain
  A softened remembrance of sorrow and pain,
  Is spotless, and holy, and gentle, and bright;
  And glides o'er the earth like an angel of light.]

Asi pensando y discurriendo pasó Garcés la tarde, y cuando ya el sol comenzó á esconderse por detras de las vecinas lomas y don Dionís mando volver grupas á su gente para tornar al castillo, separóse sin ser notado de la comitiva y echo en busca del zagal por lo más espeso é intrincado del monte.

La noche había cerrado casi por completo cuando don Dionís llegaba á las puertas de su castillo. Acto continuo dispusiéronle una frugal colación, y sentóse con su hija á la mesa.

—Y Garcés ¿dónde esta? preguntó Constanza notando que su montero no se encontraba allí para servirla como tenía de costumbre.

—No sabemos, se apresuraron á contestar los otros servidores; desapareció de entre nosotros cerca de la cañada, y esta es la hora en que todavía no le hemos visto.

En este punto llegó Garcés todo sofocado, cubierta aún de sudor la frente, pero con la cara más regocijada y satisfecha que pudiera imaginarse.

—Perdonadme, señora, exclamó, dirigiéndose á Constanza; perdonadme si he faltado un momento á mi obligación; pero allá de donde vengo á todo el correr de mi caballo, como aquí, sólo me, ocupaba en serviros.

—¿En servirme? repitió Constanza; no comprendo lo que quieres decir.

—Sí, señora; en serviros, repitió el joven, pues he averiguado que es verdad que la corza blanca existe. Á mas de Esteban, lo dan por seguro otros varios pastores, que juran haberla visto más de una vez, y con ayuda de los cuales espero en Dios y en mi patrón San Huberto que antes de tres días, viva ó muerta, os la traeré al castillo.

—¡Bah!... ¡Bah!... exclamo Constanza con aire de zumba, mientras hacían coro á sus palabras las risas más ó menos disimuladas de los circunstantes; déjate de cacerías nocturnas y de corzas blancas: mira que el diablo ha dado en la flor de tentar á los simples, y si te empeñas en andarle á los talones, va á dar que reir contigo como con el pobre Esteban.

—Señora, interrumpió Garcés con voz entrecortada y disimulando en lo posible la cólera que le producía el burlón regocijo de sus companeros, yo no me he visto nunca con el diablo, y por consiguiente, no sé todavía como las gasta; pero conmigo os juro que todo podrá hacer menos dar que reir, porque el uso de ese privilegio sólo en vos sé tolerarlo.

Constanza conoció el efecto que su burla había producido en el enamorado joven; pero deseando apurar su paciencia hasta lo último, tornó á decir en el mismo tono:

—¿Y si al dispararla te saluda con alguna risa del género de la que oyó Esteban, ó se te ríe en la nariz, y al escuchar sus sobrenaturales carcajadas se te cae la ballesta de las manos, y antes de reponerte del susto ya ha desaparecido la corza blanca más ligera que un relámpago?

—¡Oh! exclamó Garcés, en cuanto á eso estad segura que como yo la topase á tiro de ballesta, aunque me hiciese más monos que un juglar, aunque me hablara, no ya en romance, sino en latín como el abad de Munilla,[1] no se iba[2] sin un arpón en el cuerpo.

[Footnote 1: Munilla. A town of 1170 inhabitants situated in the province of Logroño to the west of the town of Arnedillo on the Cidacos. Munilla was a place of considerable importance at the time in which the events of this story are supposed to have occurred.]

[Footnote 2: no se iba = 'it would not escape.' See p. 108, note 3]

En este punto del diálogo, terció don Dionís, y con una desesperante gravedad á través de la que se adivinaba toda la ironía de sus palabras, comenzó á dar