Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Bécquer - HTML preview

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LA CRUZ DEL DIABLO

 

Que lo creas ó no, me importa bien poco. Mi abuelo se lo narró á mi padre; mi padre me lo ha referido á mí, y yo te lo cuento ahora, siquiera no sea mas que por pasar el rato.[1]
 ***

[Footnote 1: por pasar el rato = 'to while away the time.']

 

I

El crepúsculo comenzaba á extender sus ligeras alas de vapor sobre las pintorescas orillas del Segre,[1] cuando después de una fatigosa jornada llegamos á Bellver,[2] término de nuestro viaje.

[Footnote 1: Segre. A river of the province of Lérida in northern Spain. It rises in the Pyrenees, and joins the Ebro twenty-two miles southwest of Lérida. Its chief tributary is the Cinca. Length about 250 miles. See Century Diet.]

[Footnote 2: Bellver. A little town of some 650 inhabitants, situated in the valley of the Segre, in the diocese of Urgel, province of Lérida, Spain. Its situation is very picturesque. It contains an ancient castle.]

Bellver es una pequeña población situada á la falda de una colina, por detrás de la cual se ven elevarse, como las gradas de un colosal anfiteatro de granito, las empinadas y nebulosas crestas de los Pirineos.[1]

[Footnote 1: Pirineos = 'Pyrenees.' A mountain range which separates France from Spain, and extends from the Bay of Biscay to the Mediterranean. The highest points are about 11,000 feet. A visit to the Eastern Pyrenees from the Spanish side is much more difficult than from France, as both traveling and hotel accommodations are sadly lacking.]

Los blancos caseríos que la rodean, salpicados aquí y allá sobre una ondulante sábana de verdura, parecen á lo lejos un bando de palomas que han abatido su vuelo para apagar su sed en las aguas de la ribera.

Una pelada roca, á cuyos pies tuercen éstas su curso, y sobre cuya cima se notan aún remotos vestigios de construcción, señala la antigua línea divisoria entre el condado de Urgel[1] y el más importante de sus feudos.

[Footnote 1: el condado de Urgel = 'the earldom (or county) of Urgel.' The town of this name (2800 inhabitants) is situated on the Segre, seventy-four miles northwest of Barcelona, in the province of Lérida, Spain. It has been the see of a bishop since 840, and possesses a Gothic cathedral. The earldom was of considerable importance in the fourteenth century, Count Jaime (James) de Urgel (d. 1433) being a most dangerous claimant of the crown of Aragon.]

Á la derecha del tortuoso sendero que conduce á este punto, remontando la corriente del río, y siguiendo sus curvas y frondosas márgenes, se encuentra una cruz.

El asta y los brazos son de hierro; la redonda base en que se apoya, de mármol, y la escalinata que á ella conduce, de obscuros y mal unidos fragmentos de sillería.

La destructora acción de los años, que ha cubierto de orín el metal, ha roto y carcomido la piedra de este monumento, entre cuyas hendiduras crecen algunas plantas trepadoras que suben enredándose hasta coronarlo, mientras una vieja y corpulenta encina le sirve de dosel.

Yo había adelantado algunos minutos á mis compañeros de viaje, y deteniendo mi escuálida cabalgadura, contemplaba en silencio aquella cruz, muda y sencilla expresión de las creencias y la piedad de otros siglos.

Un mundo de ideas se agolpo á mi imaginación en aquel instante. Ideas ligerísimas, sin forma determinada, que unían entre sí, como un invisible hilo de luz, la profunda soledad de aquellos lugares, el alto silencio de la naciente noche y la vaga melancolía de mi espíritu.

Impulsado de un pensamiento religioso, espontáneo é indefinible, eché maquinalmente pie á tierra, me descubrí, y comencé á buscar en el fondo de mi memoria una de aquellas oraciones que me enseñaron cuando niño; una de aquellas oraciones que, cuando más tarde se escapan involuntarias de nuestros labios, parece que aligeran el pecho oprimido, y semejantes á las lágrimas, alivian el dolor, que también toma estas formas para evaporarse.

Ya había comenzado á murmurarla, cuando de improviso sentí que me sacudían con violencia por los hombros.

Volví la cara: un hombre estaba al lado mío.

Era uno de nuestros guías, natural del país, el cual, con una indescriptible expresión de terror pintada en el rostro, pugnaba por arrastrarme consigo y cubrir mi cabeza con el fieltro que aún tenía en mis manos.

Mi primera mirada, mitad de asombro, mitad de cólera, equivalía á una interrogación enérgica, aunque muda.

El pobre hombre, sin cejar en su empeño de alejarme de aquel sitio, contestó á ella con estas palabras, que entonces no pude comprender, pero en las que había un acento de verdad que me sobrecogió:—¡Por la memoria de su madre! ¡Por lo más sagrado que tenga en el mundo, señorito, cúbrase usted la cabeza, y aléjese más que de prisa de esta cruz! ¡Tan desesperado está usted, que no bastándole la ayuda de Dios, recurre á la del demonio!

Yo permanecí un rato mirandole en silencio. Francamente, creí que estaba loco, pero él prosiguió con igual vehemencia:

—Usted busca la frontera; pues bien, si delante de esa cruz le pide usted al cielo que le preste ayuda, las cumbres de los monies vecinos se levantarán en una sola noche hasta las estrellas invisibles, sólo porque no encontremos la raya en toda nuestra vida.

Yo no pude menos de sonreir.

—¿Se burla usted?... ¿cree acaso que esa es una cruz santa como la del porche de nuestra iglesia?...

—¿Quien lo duda?

—Pues se engaña usted de medio á medio, porque esa cruz, salvo lo que tiene de Dios, está maldita... esa cruz pertenece á un espíritu maligno, y por eso la llaman La cruz del diablo.

—¡La cruz del diablo! repetí cediendo á sus instancias, sin darme cuenta á mí mismo del involuntario temor que comenzó á apoderarse de mi espíritu, y que me rechazaba como una fuerza desconocida de aquel lugar; ¡la cruz del diablo! ¡Nunca ha herido mi imaginación una amalgama más disparatada de dos ideas tan absolutamente enemigas!... ¡Una cruz... y del diablo!!! ¡Vaya, vaya! Fuerza sera que en llegando á la población me expliques este monstruoso absurdo.

Durante este corto diálogo, nuestros camaradas, que habían picado sus cabalgaduras, se nos reunieron al pie de la cruz; yo les expliqué en breves palabras lo que acababa de suceder; monté nuevamente en mi rocín, y las campanas de la parroquia llamaban lentamente á la oración, cuando nos apeamos en lo más escondido y lóbrego de los paradores de Bellver.

 

II

Las llamas rojas y azules se enroscaban chisporroteando á lo largo del grueso tronco de encina que ardía en el ancho hogar; nuestras sombras, que se proyectaban temblando sobre los ennegrecidos muros, se empequeñecían ó tomaban formas gigantescas, según la hoguera despedía resplandores más ó menos brillantes; el vaso de saúco, ora vacío, ora lleno y no de agua, como cangilón de noria, habia dado tres veces la vuelta en derredor del círculo que formábamos junto al fuego, y todos esperaban con impaciencia la historia de La cruz del diablo, que á guisa de postres de la frugal cena que acabábamos de consumir, se nos había prometido, cuando nuestro guía tosió por dos veces, se echó al coleto un último trago de vino, limpióse con el revés de la mano la boca, y comenzó de este modo:

—Hace mucho tiempo, mucho tiempo, yo no sé cuánto, pero los moros ocupaban aún la mayor parte de España, se llamaban condes[1] nuestros reyes, y las villas y aldeas pertenecían en feudo á ciertos señores, que á su vez prestaban homenaje á otros más poderosos, cuando acaeció lo que voy á referir á ustedes.[2]

[Footnote 1: condes = 'counts,' 'earls.' The word conde comes from the Latin comes, comitem, 'companion,' and during the Roman empire in Spain was a title of honor granted to certain officers who had jurisdiction over war and peace. During the reign of the Goths it was likewise an official and not a nobiliary title. Later, with the growth of the feudal system, the counts became not merely royal officers, but hereditary rulers, with coronets and arms and an assumption of absolute authority in their counties. In some of these counties the title developed later into that of king.]

[Footnote 2: The epoch referred to is doubtless in the eleventh century before the first crusade. See p. 122, note 1.]

Concluída esta breve introducción histórica, el héroe de la fiesta guardó silencio durante algunos segundos como para coordinar sus recuerdos, y prosiguió así:

—Pues es el caso, que en aquel tiempo remote, esta villa y algunas otras formaban parte del patrimonio de un noble barón, cuyo castillo señorial se levantó por muchos siglos sobre la cresta de un peñasco que baña el Segre, del cual toma su nombre.

Aún testifican la verdad de mi relación algunas informes ruinas que, cubiertas de jaramago y musgo, se alcanzan á ver sobre su cumbre desde el camino que conduce á este pueblo.

No sé si por ventura ó desgracia quiso la suerte que este señor, á quien por crueldad detestaban sus vasallos, y por sus malas cualidades ni el rey admitía en la corte, ni sus vecinos en el hogar, se aburriese de vivir solo con su mal humor y sus ballesteros en lo alto de la roca en que sus antepasados colgaron su nido de piedra.

Devanábase noche y día los sesos en busca de alguna distracción propia de su carácter, lo cual era bastante difícil, después de haberse cansado como ya lo estaba, de mover guerra á sus vecinos, apalear á sus servidores y ahorcar á sus súbditos.

En esta ocasión cuentan las crónicas que se le ocurrió, aunque sin ejemplar, una idea feliz.

Sabiendo que los cristianos de otras poderosas naciones, se aprestaban á partir juntos en una formidable armada[1] á un país maravilloso para conquistar el sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, que los moros tenían en su poder,[2] se determinó á marchar en su seguimiento.

[Footnote 1: armada = 'fleet.' The reference is probably to the first crusade under Godfrey of Bouillon (1096–1099), which resulted in the capture of Jerusalem and the temporary establishment of a Christian kingdom in Palestine.]

[Footnote 2: que los moros tenian en su poder. See p. 35, note 4.]

Si realizó esta idea con objeto de purgar sus culpas, que no eran pocas, derramando su sangre en tan justa empresa, ó con el de transplantarse á un punto donde sus malas mañas no se conociesen, se ignora; pero la verdad del caso es que, con gran contentamiento de grandes y chicos, de vasallos y de iguales, allegó cuanto dinero pudo, redimió á sus pueblos del señorío, mediante una gruesa cantidad, y no conservando de propiedad suya más que el peñón del Segre y las cuatro torres del castillo, herencia de sus padres, desapareció de la noche á la mañana.

La comarca entera respiró en libertad durante algún tiempo, como si despertara de una pesadilla.

Ya no colgaban de los árboles de sus sotos, en vez de frutas, racimos de hombres: las muchachas del pueblo no temían al salir con su cántaro en la cabeza á tomar agua de la fuente del camino, ni los pastores llevaban sus rebaños al Segre por sendas impracticables y ocultas, temblando encontrar á cada revuelta de la trocha á los ballesteros de su muy amado señor.

Así transcurrió el espacio de tres años; la historia del mal caballero, que sólo por este nombre se le conocía, comenzaba á pertenecer al exclusivo dominio de las viejas, que en las eternas veladas del invierno las[1] relataban con voz hueca y temerosa á los asombrados chicos; las madres asustaban á los pequeñuelos incorregibles ó llorones diciendoles: ¡que viene el señor del Segre![2] cuando he aquí que no sé si un dia ó una noche, si caído del cielo ó abortado de los profundos, el temido señor apareció efectivamente, y como suele decirse, en carne y hueso, en mitad de sus antiguos vasallos.

[Footnote 1: las. See vocabulary.]

[Footnote 2: ¡que viene el señor del Segre! Compare the familiar English expression used to frighten children: "The boogy-man is coming."]

Renuncio á describir el efecto de esta agradable sorpresa. Ustedes se lo podrán figurar mejor que yo pintarlo, sólo con decirles que tornaba reclamando sus vendidos derechos, que si malo se fué, peor volvió, y si pobre y sin crédito se encontraba antes de partir á la guerra, ya no podía contar con más recursos que su despreocupación, su lanza y una media docena de aventureros tan desalmados y perdidos como su jefe.

Como era natural, los pueblos se resistieron á pagar tributes, que á tanta costa habían redimido; pero el señor puso fuego á sus heredades, á sus alquerías y á sus mieses.

Entonces apelaron á la justicia del rey; pero el señor se burlo de las cartas-leyes de los Condes soberanos;[1] las clavó en el postigo de sus torres, y colgó á los farsantes de una encina.

[Footnote 1: Condes soberanos. See p. 121, Note 1.]

Exasperados, y no encontrando otra vía de salvación, por último, se pusieron de acuerdo entre sí, se encomendaron á la Divina Providencia y tomaron las armas; pero el señor reunió á sus secuaces, llamó en su ayuda al diablo, se encaramó á su roca y se preparó á la lucha. Ésta comenzó terrible y sangrienta. Se peleaba con todas armas, en todos sitios y á todas horas, con la espada y el fuego, en la montaña y en la llanura, en el día y durante la noche.

Aquello no era pelear para vivir; era vivir para pelear.

Al cabo triunfó la causa de la justicia. Oigan ustedes cómo.

Una noche obscura, muy obscura, en que no se oía ni un rumor en la tierra ni brillaba un solo astro en el cielo, los señores de la fortaleza, engreídos por una reciente victoria, se repartían el botín, y ebrios con el vapor de los licores en mitad de la loca y estruendosa orgía, entonaban sacrílegos cantares en loor de su infernal patrono.

Como dejo dicho, nada se oía en derredor del castillo, excepto el eco de las blasfemias, que palpitaban, perdidas en el sombrío seno de la noche, como palpitan las almas de los condenados envueltas en los pliegues del huracán de los infiernos.[1]

[Footnote 1: huracán de los infiernos. The idea is taken from Dante's Inferno, v.

I came into a place mute of all light,
  Which bellows as the sea does in a tempest,
  If by opposing winds 't is combated.

The infernal hurricane that never rests
  Hurtles the spirits onward in its rapine;
  Whirling them round; and smiting, it molests them.

                Longfellow's translation

It is to this realm, where the carnal sinners are punished, that Dante relegates the lovers Paolo and Francesca da Rimini.]

Ya los descuidados centinelas habian fijado algunas veces sus ojos en la villa que reposaba silenciosa, y se habian dormido sin temor á una sorpresa, apoyados en el grueso tronco de sus lanzas, cuando he aquí que algunos aldeanos, resueltos á morir y protegidos por la sombra, comenzaron á escalar el cubierto peñón del Segre, á cuya cima tocaron á punto de la media noche.

Una vez en la cima, lo que faltaba por hacer fué obra de poco tiempo: los centinelas salvaron de un solo salto el valladar que separa al sueño de la muerte;[1] el fuego aplicado con teas de resina al puente y al rastrillo, se comunicó con la rapidez del relámpago á los muros; y los escaladores, favorecidos por la confusión y abriéndose paso entre las llamas, dieron fin con los habitantes de aquella guarida en un abrir y cerrar de ojos.

[Footnote 1: That is to say, they passed suddenly from sleep to death. Tasso uses much the same figure, when he says, in his Gerusalemme Liberata, ix. 18:

Dal sonno a la marts è un picciol varco.Small is the gulf that lies 'twixt sleep and death.]

Todos perecieron.

Cuando el cercano día comenzó á blanquear las altas copas de los enebros, humeaban aún los calcinados escombros de las desplomadas torres, y á través de sus anchas brechas, chispeando al herirla la luz y colgada de uno de los negros pilares de la sala del festín, era fácil divisar la armadura del temido jefe, cuyo cadáver, cubierto de sangre y polvo, yacía entre los desgarrados tapices y las calientes cenizas, confundido con los de sus obscuros compañeros.

El tiempo pasó; comenzaron los zarzales á rastrear por los desiertos patios, la hiedra á enredarse en los obscuros machones, y las campanillas azules á mecerse colgadas de las mismas almenas. Los desiguales soplos de la brisa, el graznido de las aves nocturnas y el rumor de los reptiles, que se deslizaban entre las altas hierbas, turbaban sólo de vez en cuando el silencio de muerte de aquel lugar maldecido; los insepultos huesos de sus antiguos moradores blanqueaban al rayo de la luna, y aún podía verse el haz de armas del señor del Segre, colgado del negro pilar de la sala del festín.

Nadie osaba tocarle; pero corrían mil fábulas acerca de aquel objeto, causa incesante de hablillas y terrores para los que le miraban llamear durante el dia, herido por la luz del sol, ó creían percibir en las altas horas de la noche el metálico son de sus piezas, que chocaban entre sí cuando las movía el viento, con un gemido prolongado y triste.

Á pesar de todos los cuentos que apropósito de la armadura se fraguaron, y que en voz baja se repetían unos á otros los habitantes de los alrededores, no pasaban de cuentos, y el único más positivo que de ellos resulto, se redujo entonces á una dosis de miedo más que regular, que cada uno de por si se esforzaba en disimular lo posible, haciendo, como decirse suele, de tripas corazón.

Si de aquí no hubiera pasado la cosa, nada se habría perdido. Pero el diablo, que á lo que parece no se encontraba satisfecho de su obra, sin duda. Con el permiso de Dios y á fin de hacer purgar á la comarca algunas culpas, volvió á tomar cartas en el asunto.

Desde este momento las fábulas, que hasta aquella epoca no pasaron de un rumor vago y sin viso alguno de verosimilitud, comenzaron á tomar consistencia y á hacerse de día en día mas probables.

En efecto, hacía algunas noches que todo el pueblo había podido observar un extraño fenómeno.

Entre las sombras, á lo lejos, ya subiendo las retorcidas cuestas del peñón del Segre, ya vagando entre las ruinas del castillo, ya cerniéndose al parecer en los aires, se veían correr, cruzarse, esconderse y tornar á aparecer para alejarse en distintas direcciones unas luces misteriosas y fantásticas cuya procedencia nadie sabía explicar.

Esto se repitió por tres ó cuatro noches durante el intervalo de un mes; y los confusos aldeanos esperaban inquietos el resultado de aquellos conciliábulos, que ciertamente no se hizo aguardar mucho, cuando tres ó cuatro alquerías incendiadas, varias reses desaparecidas y los cadáveres de algunos caminantes despeñados en los precipicios, pusieron en alarma todo el territorio en diez leguas á la redonda.

Ya no quedó duda alguna. Una banda de malhechores se albergaba en los subterráneos del castillo.

Estos, que sólo se presentaban al principio muy de tarde en tarde y en determinados puntos del bosque que, aún en el día, se dilata á lo largo de la ribera, concluyeron por ocupar casi todos los desfiladeros de las montañas, emboscarse en los caminos, saquear los valles y descender como un torrente á la llanura, donde á éste quiero á éste no quiero, no dejaban títere con cabeza.

Los asesinatos se multiplicaban; las muchachas desaparecían, y los niños eran arrancados de las cunas á pesar de los lamentos de sus madres, para servirlos[1] en diabólicos festines, en que, según la creencia general, los vasos sagrados[2] sustraídos de las profanadas iglesias servían de copas.

[Footnote 1: servirlos. The sacrifice of children has always been considered by popular superstition as an essential part in practices of black magic or in compacts with the devil.]

[Footnote 2: los vasos sagrados. The sacred vessels of the church are said to play an important part in demonolatry. The consecrated wafers too are believed to be put to improper uses.]

El terror llego á apoderarse de los ánimos en un grado tal, que al toque de oraciones nadie se aventuraba á salir de su casa, en la que no siempre se creían seguros de los bandidos del peñón.

Mas ¿quiénes eran éstos? ¿De dónde habían venido? ¿Cuál era el nombre de su misterioso jefe? He aquí el enigma que todos querían explicar y que nadie podía resolver hasta entonces, aunque se observase desde luego que la armadura del señor feudal había desaparecido del sitio que antes ocupara,[1] y posteriormente varios labradores hubiesen afirmado que el capitán de aquella desalmada gavilla marchaba á su frente, cubierto con una, que de no ser la misma, se le asemejaba en un todo.

[Footnote 1: ocupara See p. 16, note 3.]

Cuanto queda repetido, si se le despoja de esa parte de fantasía con que el miedo abulta y completa sus creaciones favoritas, nada tiene en sí de sobrenatural y extraño. ¿Qué cosa más corriente en unos bandidos que las ferocidades con que estos se distinguían, ni más natural que el apoderarse su jefe de las abandonadas armas del señor del Segre?

Sin embargo, algunas revelaciones hechas antes de morir por uno de sus secuaces, prisionero en las últimas refriegas, acabaron de colmar la medida, preocupando el ánimo de los más incrédulos. Poco más ó menos, el contenido de su confesión fué éste:—Yo, dijo, pertenezco á una noble familia. Los extravíos de mi juventud, mis locas prodigalidades y mis crímenes por último atrajeron sobre mi cabeza la cólera de mis deudos y la maldición de mi padre, que me desheredó al expirar. Hallándome solo y sin recursos de ninguna especie, el diablo sin duda debió sugerirme la idea de reunir algunos jóvenes que se encontraban en una situación idéntica á la mia, los cuales, seducidos con las promesas de un porvenir de disipación, libertad, y abundancia, no vacilaron un instante en suscribir á mis designios.

Éstos se reducían á formar una banda de jóvenes de buen humor, despreocupados y poco temerosos del peligro, que desde allí en adelante vivirían alegremente del producto de su valor y á costa del país, hasta tanto que Dios se sirviera disponer de cada uno de ellos conforme á su voluntad, según hoy á mí me sucede.

Con este objeto señalamos esta comarca para teatro de nuestras expediciones futuras, y escogimos como punto el más á proposito para nuestras reuniones el abandonado castillo del Segre, lugar seguro, no tanto por su posición fuerte y ventajosa, como por hallarse defendido contra el vulgo por las supersticiones y el miedo.

Congregados una noche bajo sus ruinosas arcadas, alrededor de una hoguera que iluminaba con su rojizo resplandor las desiertas galerías, trabóse una acalorada disputa sobre cuál de nosotros había de ser elegido jefe.

Cada uno alegó sus méritos; yo expuse mis derechos: ya los unos murmuraban entre sí con ojeadas amenazadoras; ya los otros con voces descompuestas por la embriaguez habían puesto la mano sobre el pomo de sus puñales para dirimir la cuestión, cuando de repente oímos un extraño crujir de armas, acompañado de pisadas huecas y sonantes, que de cada vez se hacían más distintas. Todos arrojamos á nuestro alrededor una inquieta mirada de desconfianza; nos pusimos de pie y desnudamos nuestros aceros, determinados á vender caras las vidas; pero no pudimos por menos de permanecer inmóviles al ver adelantarse con paso firme é igual un hombre de elevada estatura, completamente armado de la cabeza al pie y cubierto el rostro con la visera del casco, el cual, desnudando su montante, que dos hombres podrían apenas manejar, y poniéndole[1] sobre uno de los carcomidos fragmentos de las rotas arcadas, exclamó con una voz hueca y profunda, semejante al rumor de una caída de aguas subterráneas:

[Footnote 1: poniéndole. See p. 66, note 1.]

—Si alguno de vosotros se atreve á ser el primero, mientras yo habite en el castillo del Segre, que tome esa espada, signo del poder.

Todos guardamos silencio, hasta que, transcurrido el primer momento de estupor, le proclamamos á grandes voces nuestro capitán, ofreciéndole una copa de nuestro vino, la cual rehusó por señas, acaso por no descubrirse la faz, que en vano procuramos distinguir á través de las rejillas de hierro que la ocultaban á nuestros ojos.

No obstante, aquella noche pronunciamos el más formidable de los juramentos, y á la siguiente dieron principio nuestras nocturnas correrías. En ellas nuestro misterioso jefe marchaba siempre delante de todos. Ni el fuego le ataja, ni los peligros le intimidan, ni las lágrimas le conmueven: Nunca despliega sus labios; pero cuando la sangre humea en nuestras manos, como cuando los templos se derrumban calcinados por las llamas: cuando las mujeres huyen espantadas entre las ruinas, y los niños arrojan gritos de dolor, y los ancianos perecen á nuestros golpes, contesta con una carcajada de feroz alegría á los gemidos, á las imprecaciones y á los lamentos.

Jamás se desnuda de sus armas ni abate la visera de su casco después de la victoria, ni participa del festín, ni se entrega al sueño. Las espadas que le hieren se hunden entre las piezas de su armadura, y ni le causan la muerte, ni se retiran teñidas en sangre; el fuego enrojece su espaldar y su cota, y aún prosigue impávido entre las llamas, buscando nuevas víctimas; desprecia el oro, aborrece la hermosura, y no le inquieta la ambición.

Entre nosotros, unos le creen un extravagante; otros un noble arruinado, que por un resto de pudor se tapa la cara; y no falta quien se encuentra convencido de que es el mismo diablo en persona.

El autor de esas revelaciones murió con la sonrisa de la mofa en los labios y sin arrepentirse de sus culpas; varios de sus iguales le siguieron en diversas épocas al suplicio; pero el temible jefe, à quien continuamente se unían nuevos prosélitos, no cesaba en sus desastrosas empresas.

Los infelices habitantes de la comarca, cada vez mas aburridos y desesperados, no acertaban ya con la determinación que debería tomarse para concluir de un todo con aquel orden de cosas, cada día más insoportable y triste.

Inmediato á la villa, y oculto en el fondo de un espeso bosque, vivía á esta sazón, en una pequeña ermita dedicada á San Bartolomé[1] un santo hombre, de costumbres piadosas y ejemplares, á quien el pueblo tuvo siempre en olor de santidad, merced á sus saludables consejos y acertadas predicciones.

[Footnote 1: San Bartolome. See p. 29, note 2.]

Este venerable ermitaño, á cuya prudencia y proverbial sabiduría encomendaron los vecinos de Bellver la resolución de este difícil problema, después de implorar la misericordia divina por medio de su santo Patrono, que, como ustedes no ignoran, conoce al diablo muy de cerca, y en más de una ocasión le ha atado bien corto,[1] les aconsejó que se emboscasen durante la noche al pie del pedregoso camino que sube serpenteando por la roca, en cuya cima se encontraba el castillo, encargándoles al mismo tiempo que ya allí, no hiciesen uso de otras armas para aprehenderlo que de una maravillosa oración que les hizo aprender de memoria, y con la cual aseguraban las crónicas que San Bartolome habia hecho al diablo su prisionero.'

[Footnote 1: le ha atado bien corto... su prisionero. See p. 29, note 2.]

Púsose en planta el proyecto, y su resultado excedió á cuantas esperanzas se habían concebido; pues aún no iluminaba el sol del otro día la alta torre de Bellver, cuando sus habitantes, reunidos en grupos en la plaza Mayor,[1] se contaban unos á otros con aire de misterio, cómo aquella noche fuertemente atado de pies y manos y á lomos de una poderosa mula, había entrado en la población el famoso capitán de los bandidos del Segre.

[Footnote 1: la plaza Mayor. The name of the principal square of the town.]

De qué arte se valieron los acometedores de esta empresa para llevarla á término, ni nadie se lo acertaba á explicar, ni ellos mismos podían decirlo; pero el hecho era que, gracias á la oración del santo ó al valor de sus devotos, la cosa había sucedido tal como se refería.

Apenas la novedad comenzó á extenderse de boca en boca y de casa en casa, la multitud se lanzo á las calles con ruidosa algazara, y corrió á reunirse á las puertas de la prisión. La campana de la parroquia llamó á concejo, y los vecinos más respetables se juntaron en capitulo, y todos aguardaban ansiosos la hora en que el reo había de comparecer ante sus improvisados jueces.

Éstos, que se encontraban autorizados por los condes de Urgel[1] para administrarse por sí mismos pronta y severa justicia sobre aquellos malhechores, deliberaron un momento, pasado el cual, mandaron comparecer al delincuente á fin de notificarle su sentencia.

[Footnote 1: condes de Urgel. See p. 118, note 1.]

Como dejo dicho, así en la plaza Mayor, como en las calles por donde el prisionero debía atravesar para dirigirse al punto en que sus jueces se encontraban, la impaciente multitud hervía como un apiñado enjambre de abejas. Especialmente en la puerta de la cárcel, la conmoción popular tomaba cada vez mayores proporciones, y ya los animados diálogos, los sordos murmullos y los amenazadores gritos comenzaban á poner en cuidado á sus guardas, cuando afortunadamente llego la orden de sacar al reo.

Al aparecer éste bajo el macizo arco de la portada de su prisión, completamente vestido