Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Bécquer - HTML preview

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CREED EN DIOS

CÁNTIGA PROVENZAL

 

Yo fuí el verdadero Teobaldo de Montagut, barón de Fortcastell.[1] Noble ó villano, señor ó pechero, tú, cualquiera que seas, que te detienes un instante al borde de mi sepultura, cree en Dios, como yo he creído, y ruégale por mí.

[Footnote 1: Teobaldo de Montagut, barón de Fortcastell. The name of Teobaldo, does not figure in mediaeval Catalonia, nor the barony of Fortcastell. This inscription is probably a literary fiction.]

 

I

Nobles aventureros, que puesta la lanza en la cuja, caída la visera del casco y jinetes sobre un corcel poderoso, recorréis la tierra sin más patrimonio que vuestro nombre clarísimo y vuestro montante, buscando honra y prez en la profesión de las armas; si al atravesar el quebrado valle de Montagut [Foonote: 1] os han sorprendido en él la tormenta y la noche, y habéis encontrado un refugio en las ruinas del monasterio que aún se ve en su fondo, oidme.

[Footnote 1: Montagut. The mountains of Montagut, which rise to a height of 3125 teet, are situated in the province of Tarragona, Spain.]

 

II

Pastores, que seguís con lento paso vuestras ovejas que pacen derramadas por las colinas y las llanuras; si al conducirlas al borde del transparente riachuelo que corre, forcejea y salta por entre los peñascos del valle de Montagut en el rigor del verano, y en una siesta de fuego habéis encontrado la sombra y el reposo al pie de las derruídas arcadas del monasterio, cuyos musgosos pilares besan las ondas, oidme.

 

III

Niñas de las cercanas aldeas, lírios silvestres que crecéis felices al abrigo de vuestra humildad; si en la mañana del santo Patrono de estos lugares, al bajar al valle de Montagut á coger tréboles y margaritas con que embellecer su retablo, venciendo el temor que os inspira el sombrío monasterio que se alza en sus peñas, habéis penetrado en su claustro mudo y desierto para vagar entre sus abandonadas tumbas, á cuyos bordes crecen las margaritas más dobles y los jacintos más azules, oidme.

 

IV

Tú, noble caballero, tal vez al resplandor de un relámpago; tú, pastor errante, calcinado por los rayos del sol; tú, en fin, hermosa niña, cubierta aún con gotas de rocío semejantes á lágrimas, todas habréis visto en aquel santo lugar una tumba, una tumba humilde. Antes la componían una piedra tosca y una cruz de palo; la cruz ha desaparecido, y sólo queda la piedra. En esa tumba, cuya inscripción es el mote de mi canto, reposa en paz el último barón de Fortcastell, Teobaldo de Montagut,[1] del cual voy á referiros la peregrina historia.

[Footnote 1: Teobaldo de Montagut. See p, 140, note I.]

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I

Cuando la noble condesa de Montagut estaba en cinta de su primogénito Teobaldo, tuvo un ensueño misterioso y terrible. Acaso un aviso de Dios; tal vez una vana fantasía, que el tiempo realizó más adelante. Soñó que en su seno engendraba una serpiente, una serpiente monstruosa que, arrojando agudos silbidos, y ora arrastrándose entre la menuda hierba, ora replegándose sobre sí misma para saltar, huyó de su vista, escondiéndose al fin entre unas zarzas.

—¡Allí está! ¡allí está! gritaba la condesa en su horrible pesadilla, señalando á sus servidores la zarza en que se había escondido el asqueroso reptil.

Cuando sus servidores llegaron presurosos al punto que la noble dama, inmóvil y presa de un profundo terror, les señalaba aún con el dedo, una blanca paloma se levantó de entre las breñas y se remontó á las nubes.

La serpiente había desaparecido.

 

II

Teobaldo vino al mundo, su madre murió al darlo á luz, su padre pereció algunos años después en una emboscada, peleando como bueno contra los enemigos de Dios.[1]

[Footnote 1: los enemigos de Dios. The Moors are meant here.]

Desde este punto la juventud del primogénito de Fortcastell sólo puede compararse á un huracán. Por donde pasaba se veía señalando su camino un rastro de lágrimas y de sangre. Ahorcaba á sus pecheros, se batía con sus iguales, perseguía á las doncellas, daba de palos á los monjes, y en sus blasfemias y juramentos ni dejaba Santo en paz ni cosa sagrada que no maldijese.

 

III

Un día en que salió de caza, y que, como era su costumbre, hizo entrar á guarecerse de la lluvia á toda su endiablada comitiva de pajes licenciosos, arqueros desalmados y siervos envilecidos, con perros, caballos y gerifaltes, en la iglesia de una aldea de sus dominios, un venerable sacerdote, arrostrando su cólera y sin temer los violentos arranques de su carácter impetuoso, le conjuro en nombre del cielo y llevando una hostia consagrada en sus manos, á que abandonase aquel lugar y fuese á pie y con un bordón de romero á pedir al Papa la absolución de sus culpas.

—¡Déjame en paz, viejo loco! exclamó Teobaldo al oirle; déjame en paz; ó ya que no he encontrado una sola pieza durante el día, te suelto mis perros y te cazo como á un jabalí para distraerme.

 

IV

Teobaldo era hombre de hacer lo que decía. El sacerdote, sin embargo, se limitó á contestarle:—Haz lo que quieras, pero ten presente que hay un Dios que castiga y perdona, y que si muero á tus manos borrará mis culpas del libro de su indignación, para escribir tu nombre y hacerte expiar tu crimen.

—¡Un Dios que castiga y perdona! prorrumpió el sacrílego barón con una carcajada. Vo no creo en Dios, y para darte una prueba voy á cumplirte lo que te he prometido; porque aunque poco rezador, soy amigo de no faltar á mis palabras. ¡Raimundo! ¡Gerardo! ¡Pedro! Azuzad la jauría, dadme el venablo, tocad el alali en vuestras trompas, que vamos á darle caza á este imbécil, aunque se suba á los retablos de sus altares.

 

V

Ya después de dudar un instante y á una nueva orden de su señor, comenzaban los pajes á desatar los lebreles, que aturdían la iglesia con sus ladridos; ya el barón había armado su ballesta riendo con una risa de Satanás, y el venerable sacerdote, murmurando una plegaria, elevaba sus ojos al cielo y esperaba tranquilo la muerte, cuando se oyó fuera del sagrado recinto una vocería horrible, bramidos de trompas que hacían señales de ojeo, y gritos de ¡Al jabali!—¡Por Zas breñas!—¡Hacia el monte! Teobaldo, al anuncio de la deseada res, corrió á las puertas del santuario, ebrio de alegría; tras él fueron sus servidores, y con sus servidores los caballos y los lebreles.

 

VI

—¡Por dónde va el jabalí? preguntó el barón subiendo á su corcel, sin apoyarse en el estribo ni desarmar la ballesta.—Por la cañada que se extiende al pie de esas colinas, le respondieron. Sin escuchar la última palabra, el impetuoso cazador hundió su acicate de oro en el ijar del caballo, que partió al escape. Tras él partieron todos.

Los habitantes de la aldea, que fueron los primeros en dar la voz de alarma, y que al aproximarse el terrible animal se habían guarecido en sus chozas, asomaron tímidamente la cabeza á los quicios de sus ventanas; y cuando vieron desaparecer la infernal comitiva por entre el follaje de la espesura, se santiguaron en silencio.

 

VII

Teobaldo iba delante de todos. Su corcel, más ligero ó más castigado que los de sus servidores, seguía tan de cerca á la res, que dos ó tres veces, dejándole la brida sobre el cuello al fogoso bruto, se había empinado sobre los estribos, y echádose al hombro la ballesta para herirlo. Pero el jabalí, al que sólo divisaba á intervalos entre los espesos matorrales, tomaba á desaparecer de su vista para mostrársele de nuevo fuera del alcance de su armas.

Así corrió muchas horas, atravesó las cañadas del valle y el pedregoso lecho del río, é internándose en un bosque inmenso, se perdió entre sus sombrías revueltas, siempre fijos los ojos en la codiciada res, siempre creyendo alcanzarla, siempre viéndose burlado por su agilidad maravillosa.

 

VIII

Por último, pudo encontrar una ocasión propicia; tendió el brazo y voló la saeta, que fué á clavarse temblando en el lomo del terrible animal, que dió un salto y un espantoso bufido.—¡Muerto está! exclama con un grito de alegría el cazador, volviendo á hundir por la centésima vez el acicate en el sangriento ijar de su caballo; ¡muerto está! en balde huye. El rastro de la sangre que arroja marca su camino. Y esto diciendo, comenzó á hacer en la bocina la señal del triunfo para que la oyesen sus servidores.

En aquel instante el corcel se detuvo, flaquearon sus piernas, un ligero temblor agitó sus contraídos músculos, cayó al suelo desplomado, arrojando por la hinchada nariz cubierta de espuma un caño de sangre.

Había muerto de fatiga, había muerto cuando la carrera del herido jabalí comenzaba á acortarse; cuando bastaba un solo esfuerzo más para alcanzarlo.

 

IX

Pintar la ira del colérico Teobaldo, sería imposible. Repetir sus maldiciones y sus blasfemias, sólo repetirlas, fuera escandaloso é impío. Llamó á grandes voces á sus servidores, y únicamente le contestó el eco en aquellas inmensas soledades, y se arrancó los cabellos y se mesó las barbas, presa de la más espantosa desesperación.—Le seguiré á la carrera, aun cuando haya de reventarme, exclamo al fin, armando de nuevo su ballesta y disponiéndose á seguir á la res; pero en aquel momento sintió ruido á sus espaldas; se entreabrieron las ramas de la espesura, y se presentó á sus ojos un paje que traía del diestro un corcel negro como la noche.

—El cielo me lo envía, dijo el cazador, lanzándose sobre sus lomos ágil como un gamo. El paje, que era delgado, muy delgado, y amarillo como la muerte, se sonrió de una manera extraña al presentarle la brida.

 

X

El caballo relinchó con una fuerza que hizo estremecer el bosque, dió un bote increíble, un bote en que se levantó más de diez varas del suelo, y el aire comenzó á zumbar en los oídos del jinete, como zumba una piedra arrojada por la honda. Había partido al escape; pero á un escape tan rápido, que temeroso de perder los estribos y caer á tierra turbado por el vértigo, tuvo que cerrar los ojos y agarrarse con ambas manos á sus[1] flotantes crines.

[Footnote 1: sus. The antecedent is logically, but not grammatically evident.]

Y sin agitar sus riendas, sin herirle con el acicate ni animarlo con la voz, el corcel corría, corría sin detenerse. ¿Cuanto tiempo corrió Teobaldo con él, sin saber por donde, sintiendo que las ramas le abofeteaban el rostro al pasar, y los zarzales desgarraban sus vestidos, y el viento silbaba á su alrededor? Nadie lo sabe.

 

XI

Cuando recobrando el ánimo, abrió los ojos un instante para arrojar en torno suyo una mirada inquieta, se encontró lejos, muy lejos de Montagut, y en unos lugares, para él completamente extraños. El corcel corría, corría sin detenerse, y árboles, rocas, castillos y aldeas pasaban á su lado como una exhalación. Nuevos y nuevos horizontes se abrían ante su vista; horizontes que se borraban para dejar lugar á otros más y más desconocidos. Valles angostos, erizados de colosales fragmentos de granito que las tempestades habian arrancado de la cumbre de las montañas, alegres campiñas, cubiertas de un tapiz de verdura y sembradas de blancos caseríos; desiertos sin límites, donde hervían las arenas calcinadas por los rayos de un sol de fuego; vastas soledades, llanuras inmensas, regiones de eternas nieves, donde los gigantescos témpanos asemejaban, destacándose sobre un cielo gris y obscuro, blancos fantasmas que extendían sus brazos para asirle por los cabellos al pasar; todo esto, y mil y mil otras cosas que yo no podré deciros, vió en su fantástica carrera, hasta tanto que envuelto en una niebla obscura; dejó de percibir el ruido que producían los cascos del caballo al herir la tierra.

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I

Nobles caballeros, sencillos pastores, hermosas niñas que escucháis mi relato, si os maravilla lo que os cuento, no creáis que es una fábula tejida á mi antojo para sorprender vuestra credulidad; de boca en boca ha llegado hasta mí esta tradición, y la leyenda del sepulcro[1] que aún subsiste en el monasterio de Montagut, es un testimonio irrecusable de la veracidad de mis palabras.

[Footnote 1: la leyenda del sepulcro. See p. 140, note 1.]

Creed, pues, lo que he dicho, y creed lo que aún me resta por decir, que es tan cierto como lo anterior, aunque más maravilloso. Yo podré acaso adornar con algunas galas de la poesía el desnudo esqueleto de esta sencilla y terrible historia, pero nunca me apartaré un punto de la verdad á sabiendas.

 

II

Cuando Teobaldo dejó de percibir las pisadas de su corcel y se sintió lanzado en el vacío, no pudo reprimir un involuntario estremecimiento de terror. Hasta entonces había creído que los objetos que se representaban á sus ojos eran fantasmas de su imaginación, turbada por el vértigo, y que su corcel corría desbocado, es verdad, pero corría, sin salir del término de su señorío. Ya no le quedaba duda de que era el juguete de un poder sobrenatural que le arrastraba sin que supiese á dónde, á través de aquellas nieblas obscuras, de aquellas nubes de formas caprichosas y fantásticas, en cuyo seno, que se iluminaba á veces con el resplandor de un relámpago, creía distinguir las hirvientes centellas, próximas á desprenderse.

El corcel corría, ó mejor dicho nadaba en aquel océano de vapores caliginosos y encendidos, y las maravillas del cielo ro comenzaron á desplegarse unas tras otras ante los espantados ojos de su jinete.

 

III

Cabalgando sobre las nubes, vestidos de luengas túnicas con orlas de fuego, suelta al huracán la encendida cabellera, y blandiendo sus espadas que relampagueaban arrojando chispas de cárdena luz, vio á los ángeles, ministros de la cólera del Señor, cruzar como un formidable ejército sobre alas de la tempestad.

Y subió más alto, y creyó divisar á lo lejos las tormentosas nubes semejantes á un mar de lava, y oyó mugir el trueno á sus pies como muge el océano azotando la roca desde cuya cima le contempla el atónito peregrino.

 

IV

Y vió el arcángel, blanco como la nieve, que sentado sobre un inmenso globo de cristal,[1] lo dirige por el espacio en las noches serenas, como un bajel de plata sobre la superficie de un lago azul.

[Footnote 1: globo de cristal. The moon. Longfellow thus translates Dante's description of the sphere of the moon in canto II of the Paradiso:

It seemed to me a cloud encompassed us,
Luminous, dense, consolidate and bright
As adamant on which the sun is striking.
Into itself did the eternal pearl
Receive us...]

Y vió el sol volteando encendido sobre ejes de oro en una atmósfera de colores y de fuego, y en su foco á los ígneos espíritus[1] que habitan incólumes entre las llamas, y desde su ardiente seno entonan al Criador himnos de alegría.

[Footnote 1: ígneos espíritus. These are not elemental spirits (see p.47, note 1), but are either angelic beings of a fiery nature, or the spirits of the blessed in the sphere of the sun, of whom Dante speaks as follows:

Lights many saw, vivid and triumphant,
  Make us a center and themselves a circle,
  More sweet in voice than luminous in aspect,

Within the court of Heaven, whence I return,
  Are many jewels found, so fair and precious
  They cannot be transported from the realm;

And of them was the singing of these lights.
               
Dante's Paradiso, canto X, Longfellow's translation.]

Vió los hilos de luz imperceptibles que atan los hombres á las estrellas,[1] y vió el arco íris, echado como un puente colosal sobre el abismo que separa al primer cielo del segundo.[2]

[Footnote 1: A reference doubtless to the power of the stars to influence the destiny of man, with which subject astrology concerns itself. Compare—

That which Timasus argues of the soul
  Doth not resemble that which here is seen,
  Because it seems that as he speaks he thinks.

He says the soul unto its star returns,
  Believing it to have been severed thence
  Whenever nature gave it as a form.

Perhaps his doctrine is of other guise
  Than the words sound, and possibly may be
  With meaning that is not to be derided.

If he doth mean that to these wheels return
  The honor of their influence and the blame,
  Perhaps his bow doth hit upon some truth.

O glorious stars, O light impregnated
  With mighty virtue, from which I acknowledge
  All my genius, whatso'er it be.

                Idem, canto's IV and XXII.]

[Footnote 2: primer cielo, segundo. Belief in a series of heavenly spheres, such as Dante describes, has characterized most mystical philosophies.]

 

V

Por una escala[1] misteriosa vió bajar las almas á la tierra; vió bajar muchas, y subir pocas.[2] Cada una de aquellas almas inocentes iba acompañada de un arcángel purísimo que le cubría con la sombra de sus alas. Los que tornaban solos, tornaban en silencio y con lágrimas en los ojos; los que no, subían cantando como suben las alondras en las mañanas de Abril?[3]

[Footnote 1: escala. Dante mentions a similar stairway in canto XXII of the Paradiso, and intimates that the vision of it is disclosed only to true mystics.

He thereupon: "Brother, thy high desire
  In the remotest sphere shall be fulfilled,
  Where are fulfilled all others and my own.

There perfect is, and ripened, and complete,
  Every desire; within that one alone
  Is every part where it has always been;

For it is not in space, nor turns on poles,
  And unto it our stairway reaches up,
  thus from out thy sight it steals away.

Up to that height the Patriarch Jacob saw it
  Extending its supernal part, whst time
  So thronged with angels it appeared to him.

But to ascend it now no one uplifts
  His feet from off the earth...."

                Longfellow's translation.]

[Footnote 2: pocas. Because, in comparison with the number of souls born into earthly bodies, but few escape the snares of evil and rise again to their original state of innocence.]

[Footnote 3: Though the idea is somewhat different, there is a certain parallelism in the picture evoked by the closing verses of Rossetti's poem "The Blessed Damozel." The Damozel is represented as waiting for her lover on the ramparts of heaven.

She gazed and listened and then said,
  Less sad of speech than mild,—

"All this is when he comes." She ceased.
  The light thrilled towards her, fill'd

With angels in strong level flight.
  Her eyes prayed, and she smiled.

(I saw her smile.) But soon their path
  Was vague in distant spheres:

And then she cast her arms along
  The golden barriers,

And laid her face between her hands,
  And wept. (I heard her tears.)]

Después las tinieblas rosadas y azules que flotaban en el espacio, como cortinas de gasa transparente, se rasgaron como el día de gloria[1] se rasga en nuestros templos el velo de los altares, y el paraíso de los justos se ofreció á sus miradas deslumbrador y magnifico.[2]

[Footnote 1: el día de gloria. Called also Sábado de gloria, 'Holy Saturday.' "During the last two weeks of Lent, the pictures and statues throughout the Catholic Church are covered by a purple cloth and uncovered on Holy Saturday. In parts of Spain this unveiling is effected suddenly by rending them with a spear or lance, so as to reveal all the pictures and statues at the same time." Hence the comparison.]

[Footnote 2: Read Dante's description in canto XXXII of the Paradiso]

 

VI

Allí estaban los santos profetas que habréis visto groseramente esculpidos en las portadas de piedra de nuestras catedrales; allí las vírgenes luminosas,[1] que intenta en vano copiar de sus sueños el pintor en los vidrios de colores de las ojivas; allí los querubines,[2] con sus largas y flotantes vestidura? y sus nimbos de oro, como los de las tablas de los altares; allí, en fin, coronada de estrellas, vestida de luz, rodeada de todas las jerarquías celestes, y hermosa sobre toda ponderación, Nuestra Señora de Monserrat,[3] la Madre de Dios, la Reina de los arcángeles, el amparo de los pecadores y el consuelo de los afligidos.[4]

[Footnote 1: las vírgenes luminosas. Virgin is "one of the titles and grades given by the church, by which are distinguished the choirs of sainted women who have preserved their integrity and purity." Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano. Compare—

... de humildes y penitentes confesores, y de aquel coro-más blanco que la
nieve, de
vírgenes purísimas.

                Rivadeneira.

... los estados de los mártires, confesores y vírgenes cantaron unos los
triunfos de los otros.

                P. Martín de Roa.

By luminosas is suggested the halo of light that surrounds them, proceeding from their own sanctity and represented in the stained-glass windows.]

[Footnote 2: querubines. Read Dante's description of the heavenly hierarchy in canto XXVIII of the Paradiso. See also p. 47, note 1.]

[Footnote 3: Nuestra Señora de Monserrat = 'Our Lady of Montserrat,' the Virgin as venerated in the famous monastery of this name. "The monastery owes its foundation to the miraculous image of the Virgin, the handiwork of Luke the Apostle, which was brought to Barcelona in the year of our Lord 50, by St. Peter himself. At the time of the Moorish invasion, in 717, the Goths hid it in the hill, where it remained until 880, when Some shepherds were attracted to the spot by heavenly lightd, etc., whereupon Gondemar Bishop of Vique (guided also by a sweet smell) found the image in a cave. Accompanied by his clergy, the good bishop set out on his return to Manresa carrying the holy image with him, but on reaching a certain spot the Virgin obstinately refused to proceed farther; thereupon a small chapel was built over her, where she remained 160 years. The spot where the image first refused to move is still marked by a cross with an appropriate inscription.... A chapel where the image now rests was founded in 1592, and later opened by Philip II in person." Ford, Handbook for Travellers in Spain. The monastery is one of the most picturesquely situated in all Christendom. It stands high up upon the jagged mountain Mons Serratus, or Montserrat, which gives to the monastery its name. See p. 54, note 2.]

[Footnote 4: Compare—

And at that center, with their wings expanded,
  More than a thousand jubilant Angels saw I,
  Each differing in effolgence and in kind.

I saw there at their sports and at their songs
  A Beauty[*] smiling, which the gladness was
  Within the eyes of all the other saints;

And if I had in speaking as much wealth
  As in imagining, I should not dare
  To attempt the smallest part of its delight.

[Footnote *:
The Virgin]

                Dante's Paradiso, canto XXXI, Longfellow's Translation.]

Mas allá el paraíso de los justos, más allá el trono donde se asienta la Virgen Maria.[1] El ánimo de Teobaldo se sobrecogió temeroso, y un hondo pavor se apoderó de su alma. La eterna soledad, el eterno silencio viven en aquellas regiones, que conducen al misterioso santuario del Señor. De cuando en cuando azotaba su frente una ráfaga de aire, frío como la hoja de un puñal, que crispaba sus cabellos de horror y penetraba hasta la médula de sus huesos; ráfagas semejantes a las que anunciaban á los profetas la aproximación del espíritu divino.[2] Al fin llegó á un punto donde creyó percibir un rumor sordo, que pudiera compararse al zumbido lejano de un enjambre de abejas, cuando, en las tardes del otoño, revolotean en derredor de las últimas flores.

[Footnote 1: Is there confusion here between the Virgin Mary and the Virgin of Montserrat, or is the throne her ementioned vacant?]

[Footnote 2: Compare "And, behold, the Lord passed by, and a great and strong wind rent the mountains, and brake in pieces the rocks before the Lord; but the Lord was not in the wind: and after the wind an earthquake; but the Lord was not in the earthquake: and after the earthquake a fire; but the Lord was not in the fire: and after the fire a still small voice. And it was so, when Elijah heard it, that he wrapped his face in his mantle, and went out, and stood in the entering in of the cave." I Kings, xix, part of verses 11–13. "And I looked, and, behold, a whirlwind came out of the north, a great cloud, and a fire.... And when I saw it, I fell upon my face, and I heard a voice of one that spake." Ezekiel, i. 4 and 28.]

 

VIII

Atravesaba esa fantástica región adonde van todos los acentos de la tierra, los sonidos que decimos que se desvanecen, las palabras que juzgamos que se pierden en el aire, los lamentos que creemos que nadie oye.

Aquí, en un círculo armónico,[1] flotan las plegarias de los niños, las, oraciones de las vírgenes, los salmos de los piadosos eremitas, las peticiones de los humildes, las castas palabras de los limpios de corazón, las resignadas quejas de los que padecen, los ayes de los que sufren y los himnos de los que esperan. Teobaldo oyó entre aquellas voces que palpitaban aún en el éter luminoso, la voz de su santa madre, que pedía á Dios por él; pero no oyó la suya.

[Footnote 1: círculo armónico = 'melodious circle.' A rhythmic circling accompanied by song is characteristic of all of the heavenly choirs in Dante's Paradiso. Compare—

Soon as the blessed flame had taken up
  The final word to give it utterance
  Began the holy millstone to revolve,

And in its gyre had not turned wholly round,
  Before another in a ring enclosed it,
  And motion joined to motion, song to song;

Song that as greatly doth transcend our muses,
  Our Sirens, in those dulcet clarions,
  As primal splendor that which is reflected.

                canto XII, Longfellow's translation.

As by a greater gladness urged and drawn
  They who are dancing in a ring sometimes
  Uplift their voices and their motions quicken;

So, at that orison devout and prompt,
  The holy circles a new joy displayed
  In their revolving and their wondrous Son