Amar es Vencer by Madame P. Caro - HTML preview

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Elena al Padre Jalavieux.

30 de octubre.

Hemos vuelto a París, mi buen señor cura. Unas cuantas borrascas delluvia y de viento nos han hecho temer por la salud de mi padre, y hemosdejado la «Villa Sol» a la que el sol no visitaba ya casi nunca.

He tenido la sorpresa de encontrar en el mismo piso de nuestra casa unencantador cuartito decorado para mí de un modo precioso. Máximo ha sidoel encargado de arreglarlo y quien lo ha escogido todo, y no puede ustedfigurarse qué fresco, qué lindo y de qué buen gusto es. Mi cuarto tienedos ventanas a un jardinillo rodeado de altas tapias, cuya fealdad estácubierta por un tapiz de hiedra.

Estoy muy contenta de no tener ya como único punto de vista el sombríopatio en que crece la hierba entre las losas. Sobre el jardinillo hayun gran cuadro de cielo, en el que se presentó la luna a festejarme eldía de nuestra llegada. Al lado de la alcoba hay una piececita con unestante de libros y un piano; aquel es mi salón, y un poco más lejosotra pieza más grande en la que duerme doña Polidora. Le respondo austed de que estoy bien guardada, pues la buena señora no me mima,furiosa como está por el ascendiente que voy tomando en la casa.

Trabajo mucho con mi padre, y además, me hace tomar lecciones de músicay de inglés; no será culpa suya si no llego a ser una mujer como esdebido.

Sería completamente feliz si la salud de mi querido padre fuese mássólida; pero padece mucho de la gota y hay momentos en que me desesperael no poder aliviarlo.

Todas nuestras costumbres de verano han sido cambiadas. La Marquesa deOreve está todavía en Vaucresson por unos días; Máximo se ha marchadoayer a Bélgica para dar unas conferencias, y el señor Lautrec se va muypronto a no sé qué lejanas regiones, en las que parece que se estará doso tres años.

Lo echaremos de menos, porque es amable y alegre. La deGrevillois y su hija han vuelto a su cuartito de la calle de Verneuil.

Hace un momento ha llegado el señor Kisseler a darnos la bienvenida ynos ha hecho saber la grave enfermedad de un sabio, el señor Marignol,profesor del Colegio de Francia y del que Máximo es suplente. No quieromal a ese señor, al que no conozco; pero es viejo, y si su salud loobligase a jubilarse, se aseguraría el porvenir de Máximo y nosalegraríamos por él.

Máximo a su hermano.

Gante, 3 de noviembre.

Mis dos primeras conferencias han salido muy bien; he recogido no pocosaplausos y, lo que es mejor, he tenido un auditorio numeroso yentusiasta. Será una debilidad, pero lo cierto es que los aplausos, nosólo cosquillean agradablemente el amor propio del orador, sino le daningenio, animación y elocuencia; son como un trampolín desde el que selanza uno con un aumento de vigor.

Esta mañana, al abrir un periódico de Francia, he leído la muerte casirepentina de Marignol. ¡Pobre hombre! No puedo decir que lo siento, y meengañaría a mí mismo si me apiadase mucho por su defunción. Era viejo,más viejo que su edad, y su misión estaba cumplida. No había estadotierno conmigo y me interceptaba el camino con una arrogancia que lohacía poco amable. Por otra parte, hay que acabar muriéndose; es unaccidente que nos está reservado a todos, y no son acaso los que ya lohan sufrido los más dignos de compasión. Sin embargo, ese accidente dela muerte es tan definitivo e irreparable, que el placer de ver miporvenir asegurado ha sido menos vivo de lo que yo esperaba, y hesentido una especie de remordimiento por haber deseado tanto esa plaza,aunque hubiera

preferido,

seguramente,

obtenerla

por

el

abandonovoluntario del que la poseía.

Al fin han desaparecido los obstáculos entre Luciana y yo. El caminoestá allanado, pues no veo a nadie en línea para disputarme el puesto.

Cuando yo vuelva fijaremos la fecha de la boda y la anunciaremos anuestros amigos, a Lacante ante todo, y esto enturbia un poco mialegría. Se va a quedar sorprendido y su sorpresa será para mí unaacusación, pues le debía más confianza. ¿Por qué no le he hechovislumbrar, al menos, mis proyectos? ¿Me habrá quitado el valor dehablar su deseo, vagamente indicado, de darme a Elena en matrimonio?Eso, precisamente, hubiera debido obligarme.

La verdad es que nunca se ha expresado claramente sobre este asunto yque es ridículo hasta la impertinencia renunciar un honor que nadie leofrece a uno. Me digo esto para justificarme y no lo logro. Lo ciertoes que he retrocedido cobardemente ante lo que me era penoso decir, hecontado con la casualidad para salir del paso, y me encuentro ahora enun apuro cruel. Y si fuera cierto lo que supone Luciana; si Elenahubiera podido equivocarse sobre los sentimientos que me inspira, habríayo cometido una mala acción... Por fortuna no lo creo, y esto metranquiliza.

Mientras paseaba hace poco este caso de conciencia bajo las bóvedas dela gran Catedral de Amberes, al caer la tarde, me parecía ver a Elenatal como se me apareció en Quimper, en un rayo de luna, como unacriatura fantástica, como un ser de pura espiritualidad. Cuando estoylejos de ella, así es como la veo y así habrá atravesado mi vida.

Y no puedo impedirme una tristeza de cólera y de indignación al pensarque nunca seré nada para ella y que otro se apoderará un día de aquellainocencia y de aquella dulzura. Es insensato, egoísta e ingrato, tenertal pensamiento y no poder arrojarlo de mi mente. Empiezo a creer que noestoy criado para el matrimonio y que soy una especie de anfibio hechocomo ellos para flotar entre dos aguas sin hacer pie jamás en tierrafirme.

Me maldigo y me injurio de despecho por ser como soy y no poder ser deotra manera.

No valía la pena que se muriese Marignol, puesto que no me produceningún contento.