Amar es Vencer by Madame P. Caro - HTML preview

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Elena al Padre Jalavieux.

Mi padre lleva muchos días enfermo y con alternativas que nunca lellevan a la convalecencia. Estoy angustiada.

Hoy, cuando salía de mi cuarto para ir a instalarme al lado de mi padre,me he encontrado con Máximo. Le dí la mano, y él la retuvo en las suyasy me dijo en tono de reproche:

—¿Por qué huye usted de mí? Hace un mes que no encuentro medio dehablarla.

—Ya sabe usted que el cuidado de mi padre ocupa todo mi tiempo.

—¿Está solo en este momento?

—Están con él los Marqueses de Oreve.

—Entonces no hay sitio para mí y debo marcharme, a no ser que ustedtenga la indulgencia de hacerme quedar.

—Quédese, se lo ruego.

Se sentó al lado del escritorio, y yo en la sillita baja que siempreocupo junto al sillón de mi padre.

—Hoy hace un mes, sufrí una gran decepción; ya sabe usted lo que quierodecir y en qué forma brutal se hizo la luz. Hubiera sido menos cruelpara mí el oír la verdad de su boca de usted.

—¡Era imposible!

—No discuto sus razones, Elena; aunque sospecho que fue su indiferenciade usted lo que les dio tanta fuerza.

Me callé y no revelé ni por una seña mis verdaderos sentimientos.

—Si hablo de esto—continuó,—puede usted creer que no es para quelamente mi suerte, que es más bien grotesca.

—¿Por qué?

—Porque es ridículo ser engañado.

—¿Cómo no serlo cuando se ama?

Máximo respondió tristemente:

—¿Quién sabe si no empieza uno por engañarse a sí mismo?...

Pero no hequerido hablar con usted para disertar sobre psicología sentimental,sino para pedirle perdón.

—¿Ha sospechado usted de mí, verdad?—dije sonriendo.—

Así debía ser,pues las apariencias estaban contra mí.

—Y le importaba a usted poco, confiéselo.

—No tan poco, puesto que tuve una gran pena. Pero el ser inocente meconsolaba.

—Es usted, sencillamente, un ángel. Elena, esto es lo que queríadecirle.

No pude menos de echarme a reír.

—Hace usted mal de reírse de un pobre diablo escaso de hipérboles...¿Me guarda usted rencor?

—¿Por ser escaso de hipérboles?

—Por haber sospechado de usted.

—Le había a usted perdonado antes de estar justificada, y no tengomérito ahora mostrándome magnánima... ¿Quiere usted entrar a ver a mipadre?

Máximo se levantó.

—Voy a ahuyentar a los de Oreve...

No los ahuyentó, y mi padre estaba muy fatigado por la noche, a causa delas visitas que había recibido.

Pero él dice que lo distraen de sus dolores.

Máximo a su hermano.

23 de diciembre.

Lacante está muy en peligro. La gota amenaza subir al corazón y vivimosen una perpetua alarma.

Ayer me hizo llamar y me dijo:

—No se engañe usted, amigo mío, sobre lo que voy a pedirle, pues no esnada que pueda restringir su libertad ni un modo indirecto deencadenarlo. Estoy muy malo, lo sé, y no me disimulo el rápido desenlacede mi enfermedad, cuya marcha es demasiado conocida para poderequivocarse. Tengo, pues, que prever con firmeza mi próximadesaparición... No se aflija usted, amigo mío... Harto sabe usted queeste accidente de la muerte es inevitable y que lamentarse por esa leyde la Naturaleza es tan vano como lo sería el llorar diariamente cuandoviene la noche.

He cumplido sesenta y ocho años, he pasado del términomedio de las vidas humanas, y no tengo derecho a quejarme. Si estuviesesolo en el mundo, encontraría muy oportuno el despedirme de él antes desufrir una disminución notable de mis facultades; pero tengo a estapobre niña, esta rosa de invierno brotada en un tronco viejo y carcomidoy que ha embalsado mis últimos días. Muerto yo, se queda sin familia ymuy joven aún para vivir sola con un ama de gobierno. Podría confiárselaa la Marquesa de Oreve, que aceptaría el legado, pero hayincompatibilidad de costumbres y de principios entre la Marquesa yElena, y yo quiero que mi hija siga siendo lo que es, una almaexcelentemente recta y un corazón puro. Me gusta también que seareligiosa, pues el creer en lo ideal es una gracia en las mujeres, yDios es, después de todo, la concepción más alta del ideal. Además, lareligión es una fuerza y Elena tendrá necesidad de ella... He pensado enun convento; pero, después de la libertad y la dulzura de la vida defamilia, el convento es un refugio demasiado austero. He aquí, pues, loque quiero pedir a usted: ¿Cree usted que su hermano y su amable señoraconsentirían en recoger y querer a mi huerfanita, en aconsejarla yguiarla en la elección de un marido y en reemplazar, en fin, a lospadres que ha perdido? Respóndame usted con toda franqueza, amigo mío.

A pesar de la emoción que me oprimía la garganta, respondí sin vacilarque aceptaría esa misión. No me ha ocurrido un solo instante dudar de tubondad ni de la de Marta. Sin embargo, para tranquilizar a Lacante,envíame en seguida una aceptación formal.