Amar es Vencer by Madame P. Caro - HTML preview

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Elena al Padre Jalavieux.

Octubre.

He leído, releído y meditado su carta de usted, mi buen señor cura, afin de hacer entrar en mí el espíritu que la ha dictado y que quiero quesea mi regla de conducta: «No discutir jamás las cuestiones de fe...»¡Cómo me agrada esto! La paz, la modestia del silencio... «Afirmarvalientemente mi fe cuando se presente la ocasión, sin tratar deimponérsela a los demás.» También esto me gusta extraordinariamente.

Pero, señor cura, «hacer amar la fe haciendo amar en mí las virtudes quele debo...» ¡Señor! ¡Virtudes! Yo, tan débil, y que no tengo más queinstintos ora buenos, ora malos y casi siempre infinitamente medianos...

Eso es mostrarme con el dedo toda mi impotencia. Me conozco bien y séque cedo al primer movimiento y que no pienso en resistir hasta que elmal está hecho. También lo sabe usted que me conoce mejor que yo misma,puesto que es más imparcial.

Esto me recuerda una de la mayores humillaciones de mi vida, un día enque mi pobre tía me sorprendió encaramada en una silla delante de lachimenea del comedor, con la nariz pegada al tremó, que tenía reflejosverdes, para verme más de cerca. Mi tía se indignó enormemente y mellevó, toda temblorosa, hasta la sacristía, donde estaba ustedescribiendo en un gran librote. Le contó a usted mi crimen y creo quehabló de propensiones hereditarias, palabras que oía yo por primera vezy que me dieron un miedo atroz, pues me creí atacada de algunaenfermedad mortal. Recuerdo qué bueno fue usted, señor cura, y cuánto lequise desde aquel día. «Mi querida señora, le dijo usted; hay unprecepto de la Sabiduría, que dice: Conócete a ti mismo. Elena haempezado el inventario por el exterior; después llegará a lo principal.»Y me dio usted un cachetito en la mejilla. Era yo muy niña, pues teníaseis años; pero siento aún en el carrillo la dulzura de aquel cachetitoconsolador.

Mi padre está ahora mejor y ha vuelto a todas sus costumbres de trabajo,a sus estudios y a sus lecturas.

He ganado en esta crisis, que tanto me atormentó, una intimidad másestrecha con él; me permite que le lea y encuentra que lo hago bien ycon inteligencia. Observe usted esto, señor cura; mi padre, que sabe loque se dice, asegura que leo con inteligencia. En otro tiempo me acusabausted de leer a escape y sin enterarme de lo que leía... Pero era que(ahora puedo decirlo) los libros de edificación, las meditaciones, lossermones y las controversias, me aburrían cruelmente. No me gustaba nadamás que la vida de los santos, con tal que no fuesen muy largas niatestadas de notas. Me parece que, en esas hermosas historias de almasenamoradas de lo divino, la precisión pedantesca y el exceso dedocumentos son un contrasentido, o en todo caso, una torpe maniobra quenos sujeta a la tierra cuando quisiéramos remontar el vuelo y subir a lomás alto. Espero que no se escandalizará usted y que me perdonará laligereza y el mal gusto de mi entendimiento.

Mi padre lleva su bondad hasta tomarme por su secretaria, y entoncesescribo al dictado u hojeo los libros necesarios para su trabajo y lemarco o le copio los párrafos que necesita. Y no puede usted figurarselo agradable y gloriosa que encuentro así la vida.

Lo mejor de todo es que, ahora, hablamos con más frecuencia y másíntimamente, y que cada día lo quiero más.