«Yo difiero de tan autorizado parecer, y opino que reconocen dos causasprincipales los males de que todos nos quejamos, a saber: la ignoranciay la política de gobierno de Vives. No hay escuelas. ¿Y cuáles son losresultados? Los robos frecuentes a la luz del día, los asesinatos sincausa ni provocación, los pleitos interminables, las injusticiasnotorias, la prostitución de las mujeres, el desorden social. Lapolítica de gobierno de Vives es también causa de corrupción y extravíossin término ni paralelo en el mundo. Se pudren los presos en la cárcel yno se castiga a los grandes delincuentes. Tampoco se averigua sino raravez el origen de los crímenes más atroces, gracias, si alguna se atrapaa los malhechores. ¿Quién ha matado a Tondá?
—¡Cómo! exclamó don Cándido, interrumpiendo al Alcalde.
¿Han muerto aTondá?
—Ayer tarde le abrieron el vientre de una cuchillada.
—¿Tiene V. S.[57] los pormenores del lamentable suceso?
—No, señor. Anoche se me comunicó la noticia en el teatro,extrajudicialmente. Se dice sólo que el matador fue un negro prófugo aquien él trató de prender.
—Tengo motivos para sospechar que el asesino ha sido mi cocinero. Díaspasados encargó mi mujer su captura a Tondá...
—No tendría nada de extraño, prosiguió el Alcalde. En caso que leprendan, caso dudoso en estos tiempos que corren, me tomo la libertad dedarle a Vd. un consejo: entregue el esclavo a la noxa...
—¿A la qué señor don Fernando?
—A la noxa, digo.
—Estamos. ¿Mas quién es esa dama?
—Natural es que no lo sepa Vd., puesto que no ha estudiado leyes. Seentiende en derecho entregar el esclavo a la noxa, al acto de larenuncia del dominio directo que sobre él tiene el amo, en favor deltribunal de justicia que le juzga por el delito o daño cometido. PierdeVd., de este modo un negro que cuando más y mucho vale en buena venta500 pesos; pero ahorra Vd. los costos y las costas del proceso, loscuales suelen montar al doble de esa suma, si el amo se hace parte en eljuicio. Sábese que si no se le unta la mano al juez pedáneo, levanta unasumaria negra contra el reo. Luego hay que hacer lo mismo con elescribano que da fe, con el oficial de causas que provee a veces a suantojo, con el fiscal que acusa y no quiere trabajar de balde, con eljuez, con el asesor, etcétera, etcétera.
—¿Pleitos yo, señor don Fernando? No en mis días. Valdría mejorcolgarse de un farol.
—Hace Vd. bien... Pero volviendo a la pretensión... ¿Decía Vd.?
—Decía, señor Alcalde, repuso don Cándido cual si saliera de un sueño,que una mozuela trae loco a mi hijo Leonardo, le seduce y encanta consus mañas y no le deja concluir sus estudios de abogado...
—Vamos por partes, dijo O'Reilly con calma. ¿Cómo se llama laseductora?
—Cecilia Valdés, contestó tímidamente el querellante.
—Bueno. ¿Qué casta de mujer es ésa?
—No entiendo.
—Quiero decir: ¿es joven o de edad mediana? ¿Casada o soltera? ¿Bonitao fea? ¿Blanca o de color? Todo esto es fuerza que sepamos antes deproceder a la graduación del tanto de culpa y a la aplicación de la penaque en justicia le quepa.
—Diré a V. S., señor Alcalde, con lealtad cuanto sé en el particular,dijo Gamboa titubeando y con las orejas encendidas de la vergüenza. Lachica es joven, bastante joven, como que apenas contará 18 años de edad.No ha sido casada; tampoco, a lo que entiendo, puede calificársela defea, más bien de bonita, de real moza, diría. Es pobre, sí, pobre,pobrecita, y de color, aunque pasará por blanca donde quiera que noconozcan sus antecedentes...
—Muy bien, perfectamente, replicó el Alcalde pensativo. Se conoce queestá Vd. enterado del caso. Así me gusta. Ya podremos juzgar con plenoconocimiento... Sólo ocurre un vacío, llamémosla duda, a saber: ¿conoceVd. los hechos que expone, por sí mismo o por referencia de tercerapersona?
—Unos conozco por mí mismo, otros, digamos, por inferencia.
—Entendámonos. En primer lugar, diga Vd. si sabe con quién vive lajoven.
—Ahora, supongo que con alguna amiga suya.
—Nada de suposiciones, señor don Cándido. ¿Le consta a Vd.? ¿Sí o no?
—No, señor, no me consta, lo infiero.
—Eso me gusta. En esta clase de negocios la franqueza es lo primero. Alabogado y al juez hay que hablarles como se le habla al confesor, con elcorazón en la mano. Y antes, ¿con quién vivía la pardita?
—Con la abuela.
—¿Viven sus padres? ¿Tiene parientes, allegados, protectores en suma,alguien que haga por ella? Siendo tan linda, como Vd.
dice, bueno essaber todo eso, averiguarlo en tiempo.
—Poco ha murió la abuela. La madre (añadió balbuciente y más enrojecidoque nunca), la madre... Verdaderamente no sé a estas horas si vive o simuere. De cualquier modo, de nada le valdría si viviera. En cuanto alpadre... ella no le tiene conocido... Es hija de la Real Casa Cuna.¿Está V. S.?
—Bien. ¿Conoció Vd. a la abuela de persona?
—Sí, señor, la conocí, aunque nunca tuve trato íntimo con ella.
Seríalargo de referir y ajeno de este lugar el detenerme en detalles. Meconsta, sin embargo, que para mujer de color (era parda) llevó vidaejemplar, que practicaba la virtud, que se confesaba y comulgaba amenudo, que criaba a la nieta en el santo temor de Dios, que la vigilabaestrechamente, y, sobre todo, que no la consentía holgorios, devaneoscon mozuelos ni cortejos de ventana.
—Luego la muchacha de que se trata es bien criada, de vida honesta y noha dado aún qué decir.
—Así es la verdad; sólo que, como de raza híbrida, no hay que fiarmucho en su virtud. Es mulatilla y ya se sabe que hija de gata, ratonesmata, y que por do salta la cabra, salta la que la mama.
—Bien dicho. Confesemos que nuestros refranes encierran gran fondo desabiduría. Confesemos también que nuestras mulatas, generalmentehablando, son frágiles por naturaleza y por el deseo, ingénito en lascriaturas humanas, de ascender o mejorar de condición. Y he aquí laclave para descifrar el por qué de su afición a los blancos y de suesquivez para con los hombres de su propia raza. A bien que hablo conpersona que debe entenderme. Nadie como Vd. que, por su larga residenciaen el país, ya se ha aplatanado, habrá tenido mejores oportunidades deobservar la idiosincrasia de nuestra clase de color libre. Pero unaregla general, una fuerte presunción, una teoría, por plausible ybrillante que parezca, sobre la índole o aficiones de éstas o de esotrasgentes, no constituye hecho, no denuncia delito, siquiera cuasi-delito,que es lo que penan las leyes y juzgan y castigan los tribunales dejusticia.
«Resumamos. Comparece Vd. ante mí, el Alcalde Mayor, en queja contra laValdés a quien acusa Vd. del cuasi delito de seducción y distraccióninferido a su primogénito de Vd., que se halla aun bajo la patriapotestad. Por ende, pide Vd. se lance un mandamiento de prisión contrala seductora, y que, sin oírla, se la castigue, privándola de sulibertad. De acuerdo. Hasta aquí no hay irregularidad aparente, laquerella está fundada en derecho y Vd. le tiene excelente para noconsentir en que una pelandusca extravíe y pervierta a su hijo, muchomás cuando sigue una carrera tan honrosa y noble como es la de la toga.Aplaudo la vigilancia y severidad de principios que Vd. mantiene.
—Me confunde V. S., exclamó don Cándido, contento por la vuelta que, alparecer, tomaba su pretensión. No merezco esos elogios. ¡Ca! No losmerezco ni por cien leguas.
—Pero (continuó con seriedad el Alcalde) como juez recto y deconciencia, demando las pruebas del delito; espero que el actor hagabuena la acusación, interrogo para conocer los antecedentes yconsecuencias del reo, y lejos de provocar una sumaria condenatoria,obtengo la más brillante declaración absolutoria. Permítame Vd., señordon Cándido, que le diga con la franqueza que me caracteriza que Vd.mismo, llevado sin duda del amor innato a la verdad y a la justicia,abona la conducta de la acusada, hace cumplido elogio de su carácter, yla vindica de toda imputación o mala fama; atándome las manos, porsupuesto, para proceder en justicia.
Abrumado don Cándido por la salida inesperada del juez, durante un buenespacio de tiempo no atinó a decir palabra, sólo a estrujarse los dedose inclinar la cabeza. Luego dijo en voz tímida y confusa:
—Por mi madre, señor Alcalde, que nunca pude pensar fuese tan seria lacosa. ¡Vaya que si lo es! ¡Pues no estaba yo engañado! De medio a medio.Y suponía que no había más sino llegar y besar. O ¿no es que V. S. tomael asunto por donde más quema, cual si dijéramos, a punta de lanza? Noestoy seguro, lo pienso nada más, señor don Fernando.
—Aun cuando sea siempre cosa seria (dijo el Alcalde con su acostumbradaecuanimidad), el lanzar mandamiento de prisión contra un individuocualquiera que sólo se sospecha haber cometido un delito, no es eso loque me detiene en el caso presente; me detiene el hecho de que Vd. mismocon su franca declaración me ha quitado el asidero de que se podríaechar mano para proceder con las apariencias de legalidad. Deme Vd.
elasidero y le sirvo de la mejor gana, no obstante que sé le voy a causardisgusto al amigo Leonardo, contribuyendo al plagio de su amiga.
—¡Maldito asidero! dijo don Cándido para sí. ¿Pues no se aparece a lahora nona? Luego añadió alto: Tratárase de tablas sin nudos ni alabeos,señor don Fernando, o de ladrillos sin caliches, o de tejas sin marras,y me tendría V. S. más listo que un gerifalte. ¿Qué se me alcanza a míde asideros judiciales? Ni jota. ¿Por qué V. S. que sabe tanto, no le daun corte al negocio y me saca del atolladero?
—Porque no sería eso legal, ni quedarían cubiertas las apariencias, alo menos en el fuero interno del juez. La sugestión debe venir de Vd.Estaba entretanto pensando, señor don Cándido, suponga Vd. que doy ordende arresto, que Vd. prende a la muchacha, que la mete en la cárcel ologra Vd. esconderla por algún tiempo. ¿Ha meditado Vd. en lasconsecuencias?
—¡Consecuencias! repitió el hacendado sorprendido. A fe que no hepensado en ello. Ni me ocurre que me traiga consecuencias el paso... amenos que haya un tonto que salga a su defensa.
—Precisamente, porque creo que le sobrarán los defensores, digo lo quedigo.
—Pues, ¿no he dicho a V. S. que es pobre, oscura, desconocida,huérfana, sola en el mundo...?
—También me ha dicho Vd. de ella dos cosas que valen más que el dinero,el nacimiento, el parentesco y las buenas relaciones: me contraigo a sujuventud y a su belleza. Recuerde Vd. las palabras de Cervantes; vienenaquí de molde: «que también la hermosura tiene fuerza de despertar lacaridad dormida». Con tales adminículos no estará ella nunca sola en elmundo.
—Contra esa sentencia de don Quijote, hay esta otra que no sé de quiénes: «Santo que no es visto, no es adorado». Dígolo, porque si logroatraparla, cuenta V. S. con que la pondré donde no la vean ni lospájaros.
—Repito a Vd. que la cosa no es tan fácil como parece a primera vista.Ni ¿dónde la pondría Vd. que nadie la oyese, la viese, la compadeciese yla amparase? Leonardo, si está de veras enamorado de ella, será elprimero en declararse su campeón, la buscará, la encontrará y lasalvará, mal que les pese a sus captores. ¿No sería, por tanto, másderecho, más cuerdo y puesto en razón, que se deje quieta a la muchachaen su casa y no provoque un conflicto? Quizás él la corteje porpasatiempo, por capricho o porque no ha tropezado con otra que le gustemás.
¿Qué sabemos?
—Lo que yo me sé de memoria, señor don Fernando, es que mi hijo es muyterco, tan terco como un vizcaíno, y que aunque no sea más que porterquedad, todavía comete una locura y trae una desgracia a la familia.
—¡Desgracia! repitió el Alcalde admirado. No lo concibo.
Dice Vd. quela chica es bien criada, de estado honesto, linda, que puede pasar porblanca, ¿qué mayor desgracia podría sobrevenirle a Vd., a la familia, aLeonardo, en una palabra, si olvidado de sí mismo, cegado por la pasión,en un momento de extravío toma por esposa a la Valdés?
—¿Por esposa dice V. S.? exclamó don Cándido con ademán fiero y tonoresuelto. Antes que tal haga, por Dios vivo que le desnuco de untrancazo. No, no, yo se lo aseguro a V. S., él no se casará con laValdés.
—¿Cuál es, entonces, la desgracia que Vd. tanto teme?
—Para hablarle en plata, señor don Fernando, no recelo, ni me pasa porla cabeza, que mi hijo lleve su fatuidad hasta el punto de tomar poresposa a la Valdés; lo que temo, lo que miro como una gran desgraciapara la familia es que se la eche de querida.
Estas mulatas son eldiablo.
—¿Conque no es otra la desgracia a que Vd. alude? preguntó el Alcaldesonriendo. Mírese el asunto bajo el punto de vista que se quiera, o yosoy muy obtuso que no alcanzo a descubrir el lado malo, o no es, ni hasido nunca, causa original de desgracia para una familia, sea cual fueresu posición social, el que uno de los hijos solteros se eche de queridaa una moza de la clase inferior a la suya. Si no fuese así, señor donCándido, ¿qué familia sería feliz en la tierra? Todas tendrían quelamentar igual o peor desgracia. En todo país de esclavos no es uno nielevado el tipo de la moralidad; las costumbres tienden, al contrario, ala laxitud, y reinan, además, ideas raras, tergiversadas, monstruosas,por decirlo así, respecto al honor y a la virtud de las mujeres.Especialmente no se cree, ni se espera tampoco, que las de la razamezclada sean capaces de guardar recato, de ser honestas o esposaslegítimas de nadie. En concepto del vulgo, nacen predestinadas paraconcubinas de los hombres de raza superior. Tal, en efecto, parece quees su destino. Gracias, pues, debe Vd. dar a Dios de que no se le hayametido en la cabeza a su hijo de Vd., que parece ser testarudo yvoluntarioso, el enredarse con una negrita. Esa sí que sería unadesgracia para la familia. Ahora bien, señor don Cándido, ¿por qué noprohíbe Vd.
a Leonardo que visite a la Valdés? Esto lo hallo más fácil ypuesto en razón, sobre todo, no tan ocasionado a escándalo. El culpablees él que la solicita y persigue, no ella que se está quieta en su casa.Y aquí entre nos, amigo don Cándido, tiene todos los visos de unainjusticia que Vd. pretenda el castigo de la víctima y la absolución delvictimario.
—El error nace de que V. S. supone inocente a la Valdés.
—¿Qué pruebas hay para suponer lo contrario?
—Varias. Entre otras, la de habérsela avisado que desistiera de esosamores.
—¿Por medio de quién se la avisó?
—Por medio de la abuela.
—¿En nombre de quién?
—En... mi nombre.
—¿Y ella no hizo caso?
—¡Qué había de hacer la muy pizpireta! Peor la ha hecho desde entonces.
—La ha hecho divinamente.
—¡Cómo! ¿La apoya V. S. en su maldad?
—No tal, no la apoyo, le hago la justicia de creer que ama bien ymucho, y opino que en los negocios del corazón no mandan las abuelas, nilos padres de los amantes. Nada: es preciso darle un corte a esteasunto. Prohíbale Vd. a Leonardo que visite a la Valdés. ¿No es Vd. supadre? ¿No tiene Vd. autoridad sobre él?
¿Sí? Prohibición absoluta; nomás visitas a la Valdés, y asunto concluido.
Quedose estupefacto don Cándido.
—¡Eh! Aquí te quiero ver, escopeta, pensó él. Vea Vd.; las mismísimaspreguntas que yo esperaba;—«¿No es Vd. su padre?
¿No tiene Vd.autoridad sobre su hijo?» Y es que tenía preparada una respuesta. Se hamarchado. Sí, échale un galgo. Cabeza de chorlito, chorlito, chorlito...
—Señor don Fernando, añadió resueltamente, cortando de pronto elmonólogo. Carezco de palabras para explicarme con la debida claridad,pero trataré de darme a entender. La prohibición que V. S. aconsejano... puede hacerse...
—¿No sería impertinencia el preguntar?...
—Me expongo a que me desobedezca el muchacho.
—¿Es posible?
—Cierto. Sabe V. S., sin duda, cómo son las madres criollas con sushijos, principalmente con el primogénito, como sucede en mi caso. Elvarón es la idolatría de Rosa. De tanto mimarle le tiene perdido, hechoun badulaque, un camueso, irrespetuoso con los mayores y desobedienteconmigo. Su madre, sin embargo, se ha tragado que es un ángel, unapaloma sin hiel; no cree nada malo de él, y no consiente que nadie,incluso yo, le toque a un pelo de la ropa. Por mí ya estaría en un barcode guerra aguantando chicote. Apuradamente, no le da el naipe para losestudios; y quiere la madre hacerle abogado, doctor de la Universidad,oidor de la Audiencia de Puerto Príncipe. ¡Qué sé yo cuánto más! En vanola digo que, con nuestro caudal y el título de Casa Gamboa que espero deun día a otro de Madrid, nuestro hijo no tiene necesidad de quebrarse lacabeza con los libros. Aunque no sepa ni el cristus, ha de hacer papelen el mundo. Pero ella está empeñada en hacerle hombre de letras menudasy se saldrá con ello, o... revienta. Yo le digo, primero que tu hijollegue a abogado a doctor y oidor, tiene que hacerse Bachiller. Losexámenes son en abril, y el mozo, por seguir tras la mozuela, no abre unlibro de derecho, no asiste a las clases.
Luego, quisiéramos casarle, sumadre y yo, este mismo año, con una señorita muy virtuosa y agraciada,hija de un paisano y antiguo amigo mío. Quizás sienta la cabeza y sededica a la administración de nuestros cuantiosos bienes. Ya vamos paraviejos mi mujer y yo, mañana o esotro día morimos los dos, que somoshijos de la muerte. ¿Quién entonces tomará el timón?
El, que es hombre,no ninguna de sus hermanas, débiles mujeres y solteras aún. ¿Comprendeahora V. S. cuál no será nuestra desgracia si nuestro primogénito, elhijo que ha de llevar el nombre de la familia, el título de nobleza, laadministración de los bienes, etc., no estudia, no se recibe deBachiller, no se casa con la señorita con quien está comprometido, einfatuado con la Valdés se la echa de querida? Sin el auxilio de V. S.,en estas circunstancias aflictivas, ¿qué serán de la paz y de lafelicidad de mi familia?
—Pues hablara para mañana, señor don Cándido, exclamó el Alcalde. ¿Porqué no hizo uso Vd. de esos argumentos desde el principio? El último,sobre todo, no tiene réplica, lleva el convencimiento al ánimo másreacio y frío. Me doy por vencido, y desde este punto me tiene Vd. a susórdenes. ¿Qué quiere Vd.
que haga con la Valdés?
Extraña y honda impresión produjeron en el rico hacendado las últimaspalabras del Alcalde. Parado y cariacontecido se quedó por largo rato,incapaz de bullir ni de hablar. ¿Qué le pasaba? Había realizado elobjeto de su solicitud. ¿Qué más podía apetecer? ¿Se había arrepentidode la pretensión?
¿Empezaba a sentir el peso de la responsabilidad quese iba a echar encima? ¿Dudaba del buen éxito de la medida?
¿Sentíacausarle gran pesar al hijo? ¿Hacerle grave injusticia a la moza? ¿Temíaahora al escándalo? No es fácil explicarlo. El mismo, si le hubiesenpreguntado, no habría podido dar cuenta de sus sentimientos.
Como notase el Alcalde su perplejidad, repitió la anterior pregunta conmayor énfasis.
—No sé, respondió don Cándido a espacio; no sé verdaderamente. Lo quees en la cárcel... lo pensaría mucho.
Sería demasiado para la pobremuchacha. Estaba pensando que en mi potrero de Hoyo Colorado... ElMayoral es casado, con hijos pequeños, y ese punto dista buen trecho;pero se ofrecen varias dificultades, grandes, insuperables. No, no, talvez convendría más ponerla en el ingenio de un amigo mío que ya conoce ala chica y está enterado... Aquí cerca: en Jaimanita. El también escasado... entrado en años. Incapaz... ¿Qué cree V. S.?
—Yo no creo nada, señor don Cándido; Vd. es el que debe pensar yresolver. A mí me toca dar la orden de arresto tan luego como se me pidaen toda forma.
—¿Qué quiere decir V. S. «con toda forma»?
—Quiero decir, espero que la parte interesada me presente la queja porescrito.
—¿Pues no ha oído V. S. mi queja en toda forma?
—No basta eso, es preciso reducirla a escrito.
—¿Y tendría que firmarse?
—Por supuesto.
—Que me emplumen si me había pasado por la mente que se exigían tantosrequisitos... ¿No podría hacerse la cosa de otra manera,extrajudicialmente? Le tengo miedo a las formalidades judiciales.
—En esta clase de delitos no se puede proceder de oficio. Para que Vd.vea que deseo servirle, voy a indicarle un medio.
—Veamos. V. S. sabe de estas cosas más que yo.
—¿En qué barrio reside la Valdés?
—En el del Ángel.
—¿Conoce Vd. al Comisario?
—Sí, señor. Entiendo que es Cantalapiedra.
—El mismo. Ahora bien. Véale Vd., preséntele la queja y dígale que mepase un oficio comprensivo del caso. El sabe cómo se redactan esosdocumentos.
—Bien, le veré hoy mismo; ¿mas no habría modo de evitar que aparecierami nombre?
—No importa, hombre, replicó O'Reilly casi enfadado. La cosa no pasaráde nosotros tres. Al oficio le doy yo carpetazo apenas lo leo; alComisario se le tapa la boca y se le estimula a obrar con discreción ycelo poniéndole unas cuantas amarillas en la mano, y Vd., sabido setiene que al buen callar llaman Sancho.
—Entiendo. ¿Dónde ponemos a la chica?
—Eso corre de mi cuenta. Será en un lugar donde no corra peligro suhonestidad ni su persona, al mismo tiempo que esté segura y nadie puedaextraerla sin mi permiso, o el de Vd.
—No será en la cárcel.
—No, de seguro que ahí no.
—Menos en Paula.
—Tampoco en Paula, y por obvias razones. En fin, la pondré en lasRecogidas, en el barrio de San Isidro, bien recomendada a la madre.
—Está bien. Ahí no entran mozuelos, supongo.
—No, que yo sepa. Tal vez uno que otro empleado. Ahora bien, ¿porcuánto tiempo se la encierra?
—Por seis meses.
—Corriente: por seis meses.
—A ver. Pienso que será mejor un año. Largo tiempo es; pero mi hijo nose recibirá de Bachiller hasta abril y no se casará hasta noviembre. Sí,por un año...
—Hecho. En cuanto a mí, concluyó diciendo el Alcalde con solemnidad, lode menos es el término del encierro, lo demás es la sinrazón, latropelía, la arbitrariedad que se comete con esa muchacha. EntiéndaloVd., don Cándido, no hago esto por consideraciones a Vd., con cuyaamistad me honro, hágolo por respeto a las frases finales de su anteriorperoración, «por la paz y la felicidad de la familia», cosas para mísagradas.
CAPÍTULO VI
Querer
estorbar
el
paso
a
dos
que
se
quieren
bien,
es
echarle
leña
al
fuego
y sentarse a verlo arder.
Canción popular
A pretexto de tener que sacar a cierto amigo de un compromiso de honor,logró Leonardo que su bonísima madre le hiciese un préstamo irredimiblede cincuenta onzas de oro, de su caja particular.
Con este dinerillo se apresuró el joven a tomar en alquiler una pequeñacasa en la calle de Las Damas, y con la misma premura se ocupó delajuar. Nada olvidó; ni se hizo de las cosas que creyó necesarias en unsolo establecimiento central, que no los había entonces en La Habana.Para ello visitó los baratillos de la Plaza Vieja; las ferreterías de lacalle de Mercaderes; las hojalaterías de la de San Ignacio; las loceríasde la de Riela o Muralla; una mueblería de segunda mano de la de SanIsidro y otros más cercanos a su nueva casa.
Cosa extraña en verdad que este mozo, viva encarnación de la pereza, lavolubilidad y el egoísmo, en un momento dado desplegase la actividad, ladelicadeza, el tino y la inteligencia de la hacendosa y más consumadaama de llaves. Pero era que le movía una pasión desaforada y que leinspiraba la imagen hechicera de la joven cuya ruina había decidido enlos recesos más oscuros de su corazón salaz.
Completados estos arreglos y altamente satisfecho de su obra, salió unatardecita del ventoso marzo, cerró la puerta, se metió la ponderosallave de hierro en la faltriquera de la casaca, y a paso ligero,palpitándole el corazón más de lo usual, fue en busca del ave rara quedecía adornar con su bello plumaje aquella jaula y convertirla en unparaíso con sus trinos de amor.
Pero en vez del ave rara, tras la cual corría en alas del deseo, seencontró con una especie de arpía, con Nemesia, parada y fría en mediode la sala de la casa, en el callejón de la Bomba, cual estatua dellorona en el cementerio. Reprimió él cuanto le fue dable su disgusto, yse esforzó en ser más amable y fino con la compañera y amiga de Cecilia.
—¿Qué dice mi mulata santa?, la preguntó haciéndola una rendidacortesía.
—Esta mulata no dice nada porque no es santa, contestó ella sinmoverse.
—Entonces diré yo, agregó Leonardo risueño.
—El caballero puede decir lo que guste.
—¿Tienes tú hoy el moño tuerto?, preguntó el joven examinándole la carade cerca.
—No más que ayer ni que otras veces.
—Nene, ésa es grilla, y si la pisan chilla. Tienes la cara más seriaque un chico de especias.[58]
—Alabo la penetración del caballero.
—Sobre que pasa de castaño oscuro.
—No siempre está la marea para tafetanes. (Quiso decir la Magdalena).
—Habla, canta claro, mulata de mis culpas, añadió alto Leonardo paraque le oyese Cecilia si estaba en el aposento inmediato. No me gustanlos tapujos.
—Ni a mí tampoco, repuso Nemesia.
—En fin, Nene, si tu enfurruñamiento es conmigo, desembucha,desembucha. Mientras más pronto mejor, porque temo más tu enojo que auna espada desnuda.
—No se le conoce al caballero, pues hace lo que hace.
—¿Y qué hago yo?
—¿Me lo pregunta a mí? Meta la mano en su pecho.
—La meto hasta el codo y nada me revela, al menos contra ti.
—Contra mí no, contra Dios y la Virgen, que miran al caballero desde elcielo.
—¿Hablas de veras? Ni que hubiera yo cometido un gran pecado sinsaberlo.
—Así parece cuando acabado de hacer lo que ha hecho, se presenta elcaballero en esta casa tan fresco como si no hubiera rompido un plato.