El Cocinero de Su Majestad-Memorias del Tiempo de Felipe III by Manuel Fernández y González - HTML preview

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—Pronunciad, pronunciad sin temor el nombre de esa señora—dijoDorotea—; no es la comedianta, no es la mujerperdida quien os lo pregunta, no es tampoco la mujer celosa;es vuestra hermana, vuestra buena hermana, que porqueos ama, ama á la mujer que os ama y es también hermanasuya; decidme su nombre.

—Doña Clara Soldevilla—contestó don Juan con acentoopaco.

—¡Ah, la famosa menina de la reina! Famosa por su virtudy por su hermosura...

pero no se decía que esa señora fuesecasada... no os extrañe que yo la conozca; yo trato á la gentemás principal de España; mi retrete en el teatro y mi casa,están frecuentados por lo más rico, por lo más noble; comodelante de mí se habla sin empacho, he oído hablar muchode doña Clara, ponderan su hermosura, y al mismo tiemposu desdén para con todo el mundo. Dicen que el rey—Doroteabajó la voz—

dicen que el rey ha amado á doña Clara;que ha tenido empeño; que ha enviado á Nápoles al coronelIgnacio Soldevilla, para dejarla más aislada; pero que, á pesarde esto, el rey se ha llevado chasco. A tal altura ha llegadola virtud de vuestra esposa, que la llamaron la meninade nieve; ¡oh, me alegro mucho!... Cuando esa señora se hacasado con vos debe amaros mucho, muchísimo, con toda sualma, con todo su corazón, con todo su deseo. Debéis haberlavuelto loca, don Juan; es la única mujer que conozco dignade vos, y me alegro... ¡oh, sí, me alegro!... Y la amo porqueos ama y me alegraré de tener una ocasión en que demostrarladignamente mi amor.

—¡Oh! No os comprendo Dorotea... yo creía...

—Habéis creído mal... yo no podía casarme con vos; yono podía daros esa suma de encantos, de nobleza, de dignidadque os ha dado vuestra esposa; yo era, yo soy una mujerperdida para el amor; lo he conocido al conoceros... alamaros he comprendido que no debía ser para vos lo quehe sido para otros... quería ser más... quería ser...

vuestrahermana... vuestra hermana del corazón... oíd... no vendréisá mi casa... no...

eso se sabría... creerían que yo era vuestraquerida... lo sabría vuestra esposa, porque conoce á muchasgentes, y entre esas gentes, que son como todas, las hay sinduda que se gozan en la desgracia ajena... esto es odioso,pero es verdad; por recatadamente que viniérais á verme,alguien os vería... ya lo creo... os sentirían mis criados... ymis criados... lo dirían, porque los criados lo dicen todo...no, no debéis, no podéis venir á mi casa, porque no podéis,no debéis herir el corazón de vuestra esposa.

—¿Qué hay en vuestras palabras, Dorotea, que las hacepara mí agudas y afiladas como un puñal?

—Hay, que no me conocéis bien: hay vuestro recelo...¡creéis que yo estoy ofendida de vos!

—Debéis estarlo.

—Lo estaría si os hubiéseis casado con otra mujer.

—Una mujer que ama no cede á ninguna su amor.

—No, su amor no; pero si ama de veras, si ella no puedehacer la felicidad del hombre amado, se alegra de que otramujer la haga; la ama porque ella es la paz del corazón delhombre á quien ama.

—Tenéis mucho ingenio.

—Si le tengo está en mi corazón.

—Entre tanto me prohibís que venga á vuestra casa.

—¿Y para qué queréis venir?

—¡Dorotea! yo no sé lo que pasa por mí; yo estoy loco.

—¡Loco! sí... debéis estarlo... loco de felicidad.

—No, no; loco de desesperación.

—¿Y por qué? ¿no sois afortunado? la mujer más pura ymás hermosa y más codiciada de la corte os ama. La comediantaque á todos enamora, que á todos desespera, y quetiene buen corazón, es... vuestra hermana. Ella os da en suhermosura, más de lo que puede soñar el enamorado másloco; en su amor un cielo; yo os doy mi alma dolorida ytriste, mi pobre alma desterrada y sedienta; os amo contoda esa alma desventurada, y sólo tengo ojos y corazón yoídos para vos. ¿Qué más queréis?

—¡Yo no os conocía! vos habéis amargado mi felicidad.

—¡Que he amargado yo...! ¡que puedo yo amargar vuestravida! ¡oh! ¡no me lo digáis, no! ¡eso me desesperaría! ¡esono puede ser! ¡eso no es!

—Yo no podía comprender... no, no podía comprenderque de repente, á primera vista, pudiese el corazón interesarsede tal modo...

—¡Ah! decidme... me interesa conocer vuestro corazón.¿Vais á ser franco y leal conmigo?

—Os lo prometo.

—Decidme: ¿qué efecto os causó doña Clara Soldevilla laprimera vez que la vísteis?

—No lo sé.

—¡Pero experimentaríais algo al verla!

—Un deslumbramiento, una ofuscación, un no sé qué...luego... luego la casualidad me puso junto á ella... y mi almaentera fué suya... no, mi alma entera, no... ha quedado enella un lugar para vos...

—No, no sois franco... ¿os inspiró deseo doña Clara?

—No.

—¡Ah! no os inspiró deseo; ¿y deseásteis volver á verla?

—Deseé... deseé tenerla siempre á mi lado, vivir en su vida.

—Y no sobrevino el deseo...

—No.

—¿Y os habéis casado...?

—Con el alma llena de felicidad.

—¿Y la habéis hecho vuestra, con transporte, enloquecido?

—No, con miedo...

—¡Con miedo!

—Sí, con miedo por vos.

—¡Ah! ¡yo! ¡siempre yo!

—La posesión de doña Clara no podía hacer que yo olvidara,que yo arrojara de mí esta fascinación poderosa queme causáis...

—Ya que hemos llegado á mí, decidme, decidme, ¿qué impresióncausé en vos?

—La impresión ardiente de una hermosura divina; yo nohabía visto unos ojos que tuviesen la hermosura, el poder,el dulce fuego que hay en vuestros ojos... y luego vuestrosojos, al arrojar sobre mí su primera mirada, exhalaron instantáneamenteuna mirada de sorpresa, y luego una miradade atención, y luego una mirada que me dijo claro, claro,como me lo podrían decir vuestros labios: soy tuya, tuya,cuando quieras, tuya toda, cuerpo y alma, corazón y vida...pude engañarme; pero yo leí eso sin quererlo en vuestrosojos, lo leyó mi alma, y mis ojos debieron deciros lo mismo...

—Sí, sí; ¿y no os han dicho lo mismo los ojos de doñaClara?

—¡Ah, sí, sí!, pero al decirme sus ojos soy tuya, había enellos alegría, confianza.

—¡Pureza! ¡decidlo de una vez! ¡y en los míos debió dehaber dolor, vergüenza!

—¡Dorotea! ¿por qué os he visto?

—¡Por qué! porque Dios es bondadoso y justo, porqueDios sabía que mi alma estaba sedienta de amor y en vosme lo ha dado.

—Y á mí me ha dado en vos un remordimiento.

—No, no lo creáis; escuchad: doña Clara me hace un granbien; doña Clara hace imposible el que yo me arroje envuestros brazos; de la única manera que puedo ser feliz essufriendo por vos, teniendo celos... viendo que vos los tenéis.

—¿Qué decís?..

—Oíd... mi primera mirada de amor para vos, fué unamirada impura, ¿sabéis por qué?... por que vi en vuestrosojos el alma que yo anhelaba encontrar; porque vi en vosuna hermosura que me enlanguidecía, que absorbía missentidos, que llenaba mi corazón; sentí un dolor agudo,porque, como doña Clara, no podía deciros: eres mi primeroy último amante... ya lo sabéis.. yo, que hubiera sido vuestracuando vos hubiérais querido, no lo seré nunca...

—¿Y si no me hubiese casado?...

—Si no os hubiérais casado... sí, vuestra... vuestra; por lomismo me alegro de vuestro casamiento... me alegro de eseimposible puesto entre los dos.

—Pero sois desgraciada... ó no me amáis como decís...

—Os amo más... mucho más... ¿no notáis que cuandoestoy á vuestro lado soy feliz?

—¡Asoman las lágrimas á vuestros ojos!

—Puede ser... puede ser... sí, es verdad; que queréis...¡soy tan infeliz!—Y la pobre Dorotea se desplomó, lloró y secubrió el rostro con las manos.

—¿Y queréis que no tenga remordimientos?

—No los tengáis.

—¡Os he hecho desgraciada, sin poderlo evitar!...

—¿La amábais?...

—Debéis aborrecerla... y ella...

—¡Ella! ¿sabéis lo que ella haría conmigo? si os ama comoyo creo, como indudablemente os ama, me mataría...

—Como vos la mataríais á ella...

—Yo... yo... ¡Dios mío! yo no... no... porque sería matarosá vos... sí, mataros...

estáis loco por ella... y yo no quieromataros... no... de ningún modo... no quiero que sufráis...

—Nos encontramos en una situación muy difícil... muygrave.

—No... suframos cada cual... pero no sufráis más de loque inevitablemente debáis sufrir, porque ya no tiene remedio...no agravéis el mal, llevándole á vuestra casa...

novengáis á la mía.

—No habéis podido sostener vuestra serenidad; habéisllorado; el castillo de vuestra firmeza se ha venido á tierra...el verme unido á otra os mata... y eso... eso me rompe elcorazón.

—Eso ya no tiene remedio; doña Clara os ha inspiradoese amor puro, noble, intenso, ese amor del alma del que yohubiera querido ser digna; doña Clara es para vos vuestrahermana, más que vuestra hermana, porque es vuestraamante. Yo soy para vos ese demonio tentador que embriaga,que no se puede apartar de la memoria, que no merece seramado y que no se ama, pero que se desea, que se deseacon una sed insoportable, que hace arder nuestra cabeza enuna fiebre dolorosa, y gemir nuestro pecho que respira mal,que está dolorido... y al mismo tiempo soy para vos la pobremujer que ningún mal os ha hecho, á quien veis sufrirde una manera desesperada, cuyas lágrimas no podéis secar,cuyo corazón no podéis dilatar, cuya agonía no podéis curar;un deseo vehemente... una compasión profunda... eso eslo que yo inspiro... ¡amo! ¡amor! ¡oh!

—¡Me estáis desgarrando el alma, Dorotea!—exclamó dolorosamentedon Juan.

—Lo siento, y esto me hace más desgraciada; daría yoporque me olvidárais mi eternidad.

—Escuchadme—dijo don Juan tomando á Dorotea unamano que ardía y que al sentir la mano del joven tembló.

—Decid.

—Cerremos los ojos á todo. Lo sucedido no tiene remedio.Olvidáos de que me he unido á doña Clara.

—No puedo olvidarme... por ella misma... por vos.

—No os entiendo.

—No debéis venir á mi casa, os lo repito.

—¡Ah! ¡vos os vengáis!

—Justo sería; pero no me vengo, no me puedo vengar. Medomináis, no me pertenezco, porque os pertenezco entera,porque soy lo que vos queréis que sea.

—¡Dorotea! ¿conque pretendíais engañarme?

—Mentía al hablaros de... de qué sé yo... porque no meacuerdo de lo que os he dicho que no sea mi amor, y mi humildadá vos, que sois dueño de mi alma y de mi voluntad...pero esto no impide el que comprenda que vos olvidáis,arrastrado por mí...

lo que no debéis olvidar... yo no puedoolvidarme de vuestra felicidad... yo que os amo, no puedoexponerla... por eso os digo que no vengáis á mi casa... esnecesario que vuestra esposa no lo sepa... no por mí... sinopor ella misma... por vos... si viniérais...

lo sabría... si lo supiera...¡Oh, si se viese engañada!... ¡Si los celos la extraviaran...si en un momento de despecho quiere vengarse dándooscelos por celos... infamia por infamia!...

Don Juan se levantó como herido por una punta envenenada.

—Es necesario evitar que eso suceda; pero nos volveremosá ver... sí, nos volveremos á ver... siempre que podamos,sin causar sospechas; en lugar retirado, donde nadienos vea, donde nadie nos conozca; yo... guardaré vuestrosecreto... no os hablaré jamás de ella... no me hablaréis deella vos... nos veremos mientras vos queráis que nos veamos...después... después... si me abandonáis... yo os veré...iré cubierta con mi manto á la iglesia donde vos vayáis...cuando represente, si estáis en el teatro, yo os haré conocersin que nadie lo conozca, que represento para vos; mi pensamientoserá siempre vuestro... os lo juro... pero ahora idos.Habéis estado demasiado tiempo. Una recién casada encuentrasiempre largas las horas que está separada de sumarido.

—¡Ah!

—¿Queréis que sea menos desgraciada, don Juan?

—¡Que si quiero! ¿y me lo preguntáis?

—Pues bien; sed feliz...

—No os comprendo.

—En doña Clara tenéis el alma, tenéis esa dulce y castacompañera, el ángel del hogar; no llevéis á vuestra casa latristeza; en mí tenéis la mujer que enloquece, la mujer queembriaga; no traigáis á mis brazos el remordimiento; resignémonosá nuestra suerte. No sufráis por mí, porque cuando yoconozca que no sufrís, que sois completamente feliz, yo serémenos desgraciada.

—No sé qué contestaros; no sé qué deciros...

—Yo sí, yo sé lo que os tengo que decir... ¡os amo! ¡osamo! más que ayer, más á cada momento; ¡os amo! ¡mueropor vos! ¡pero idos! volved tranquilo á vuestra casa...

yo osavisaré... y nos veremos.

Don Juan hizo un esfuerzo y salió.

Dorotea se quedó mirando de una manera imposible dehacer apreciar á la puerta por donde había salido el joven,y no reparó en que apenas aquél había desaparecido, el bufónhabía abierto las vidrieras de la alcoba, había adelantadoen silencio, y se había sentado en la alfombra á los piesde Dorotea.

No había querido salir por la puerta de escape, y lo habíaoído todo.

—¡Eres mujer perdida!—dijo con voz ronca.

Al sonido de la voz del tío Manolillo, Dorotea dejó demirar á la puerta, y miró al bufón.

La ansiosa, la profunda mirada de éste, la estremeció.

—Sí, soy una mujer despreciable—dijo contestando á laspalabras del bufón.

—No; no he querido decir eso—dijo el tío Manolillo—.Quiero decir que te has perdido. No has sabido empezar ávengarte... á vengarte de una manera horrible.

—¿Qué hubierais hecho vos en mi lugar?

—¿Qué hubiera yo hecho?—exclamó el bufón sonriendode una manera espantosa, y dejando ver su blanca dentaduraque se entrechocaba.

¿Qué hubiera hecho yo?

Y se encogió, se dilató su pecho, y lanzó un aliento querugía, poderoso, ardiente, indicio de la horrible lucha queconmovía su alma destrozada.

—Sí, sí—dijo impaciente Dorotea.

—¿Yo? ¿qué hubiera hecho yo? ¡dar mal por mal y con creces,con horribles creces!

primero... en el primer momento seme ocurrió matar... cuando me hieren, lo primero que se meocurre es matar; pero después... la reflexión, la calma,.. ¡matar!¡hacer morir!

¡es decir, exterminar! ¡no, no! ¡es poco! yocreía que tenías más alma... y tienes el alma débil... no hassabido sacrificarte para sacrificarle... para sacrificarla áella...

—¡Oh! ¡ella! ¡ella! pensar que ella le posee por completo,delante del mundo, con la frente alta, siendo su orgullo...

—Tienes que contentarte con matarla... y esto es poco,muy poco.

—¿Pero qué hubiérais vos hecho?

—Le he estado observando desde allí, temblaba, temblabaestremecido de deseo...

sus ojos devoraban tus ojos, sefijaban en tu cuello, en tu seno... sufría... está loco por ti...no te ama... tiene hambre de ti y nada más.

—¡Eso es mentira!

—¡Pobre loca! porque ella le ama, porque le ama con todasu alma, cree que él... ¡él!

lo más puro que él siente por ti,es lástima... y eso es humillante...

—¿Pero qué queríais que hubiera hecho?

—¡Qué! mantenerme firme, hacerle comprender, aunquefuera mentira, que te importaba poco que se hubiera casado...empezaste muy bien... yo estaba diciendo allí, detrásde los cristales... ¡qué buena cómica es mi hija!... ¡qué pobrehombre es ese don Juan! ¡pero luego lo has echado todo á perder,le has dejado ver tu desesperación, y se gozaba en ellasin saberlo! ¡oh! ¡qué felicidad tan incomprendida es paraalgunos hombres, magullar á una pobre mujer como el gatoque magulla á un ratón! ¡Oh! ¡cuán felices, cuán felices sonalgunos hombres, y qué poco merecen su felicidad!

La excitación febril del tío Manolillo asustó á Dorotea, laasustó por don Juan; comprendió que debía engañar albufón.

—Veamos qué hubiérais vos hecho mejor, qué he debidoyo hacer.

—Oye: el hambre pasa cuando se satisface, pero cuandono, se irrita; el que muere de hambre... el que muere de hambre,no niega nada al que le ofrece un pedazo de pan.

—Seguid, seguid, me parece adivinaros; veamos si me heengañado.

—Tú irás misteriosamente á ver á ese hombre. Debes ir.Yo te buscaré el lugar.

—¡Ah! no, no—dijo Dorotea.

—Bien, no insisto... no quieres ser expiada... no quieressermones... bien, mejor...

buscarás un lugar retirado: lo embellecerás,lo perfumarás, enloquecerás en él con tu donJuan; te resignarás á todo, lo olvidarás todo, porque le amascon el amor más humilde del mundo; tu don Juan, esperaráimpaciente los primeros días la hora de verte; le será muycómodo lograr tus amores sin que lo sienta la tierra, sin quepueda tener celos su doña Clara; después, á medida quevaya pasando el tiempo, le parecerás menos hermosa, y esperarácon menos impaciencia la hora de verte; luego irápor ir, por lástima, te hará esperar, después le esperarás envano algunos días, y te volverás á tu casa, humillada, desesperada,celosa, al fin y al cabo te abandonará, hastiadode ti...

—¡Oh!

—Matarás á doña Clara; puedes matarla... pero esa no esla venganza que tú necesitas...

—Seguid—dijo Dorotea, con el alma helada, por decirloasí—. Decidme, ¿de qué otro modo más horrible me puedovengar?

—¿De qué otro modo? Oye: procura buscar un retiro ápropósito; el lujo, las pinturas, los perfumes, todo esto favoreceá una mujer y la hace más hermosa, cuando es tan hermosacomo tú; vístete, además, como te vistes cuando quieresque el público te aplauda sólo al verte: los hombros desnudos,los brazos desnudos; perlas en el cuello; diamantes en losbrazos, y en la cabeza flores; una corona de flores es lo mejorque puede llevar una mujer hermosa; allí, en aquel hermosogabinete, más hermosa tú por tu atavío, una cena exquisita;vinos... pero tú no bebas... no bebas...

conténtate conarrojar sobre él la doble embriaguez de tu hermosura y delicores... y en medio de todo esto... desespérale, irrítale, háblalecontinuamente de su mujer... llámale tu hermano...llegará un día en que no podrá sufrir más, un día en que,loco, no podrá negarte nada... en que podrás dictarle condiciones.

—¡Y esas condiciones!

—¡Esas condiciones! ser suya cuando sea tuyo.

—¿Y cómo?

—¡Cómo! abandonando á su mujer... siendo tu amante delantede todo el mundo...

llevándote á todas partes...

—¡Oh!

—Entonces habrás matado su felicidad; doña Clara Soldevilla,la conozco bien... te obligará á huir... pero él... él...te seguirá... ella... ella... puede ser que no sea tan honrada...si llegas á herirlos en el alma... porque se aman... ¡se aman!no necesitas más venganza... te habrás vengado horriblemente.

—¡Pero si él quería seguir viniendo á mi casa!—exclamóla Dorotea.

—Y tú has cometido la imprudencia de decirle que el venirá tu casa podía robarle la paz de la suya... tú no quieresvengarte.

—Os juro que me vengaré; que me vengaré de una maneracruel.

El bufón movió la cabeza en un ademán de duda, de incredulidad.

—Sí, me vengaré—insistió ella.

—¿Y cómo?

—Ya lo veréis.

—No... adivino.

—Yo haré de modo que en su vida me olvidará.

—¡Don Francisco de Quevedo!—dijo á la puerta anunciandoCasilda.

—¡Ah! ¡ese hombre! ¡ese hombre!—exclamó el bufón.

—Dejadme sola con él—dijo Dorotea.

El bufón salió por la alcoba.

Dorotea le siguió.

—¡Ah! no quieres que te escuche—dijo dolorosamente elbufón—; pues bien, adiós.

Y salió por la puerta de escape de la alcoba.

Después volvió á la sala.

Ya estaba en ella Quevedo.

CAPÍTULO LV

QUEVEDO, VISTO POR UNO DE SUS LADOS

El buen ingenio llevaba sobre sí las señales de la ruda actividadá que se había visto sentenciado desde su llegada áMadrid.

Sus ojos estaban un tanto hundidos, su nariz parecía másafilada; la blanca golilla de su cuello estaba más de un tantoajada, su traje descuidado y todo él descuadernado y lánguidoque no había más que pedir.

Había movido el brasero y se calentaba y se restregabalas manos.

Cuando apareció Dorotea, don Francisco la miró con sumagravedad.

La comedianta adelantó, se detuvo junto á Quevedo y lemiró intensamente.

Mea culpa—dijo don Francisco.

—Lo que quiere decir en castellano, que vos tenéis la culpade todo lo que me sucede.

—Trasladáis el latín al romance con grande licencia. Yono tengo la culpa de lo que os pasa.

—¿Pues quién trajo aquí á ese hombre?

—¿Y tengo yo la culpa de que os hayáis derretido comocera? Allá os las compongáis.

—¿Os acordáis de lo que me dijísteis ayer en aquellataberna?

—Os confieso que estoy tan manoseado, tan traído, tancansado, tan sin sueño y tan con hambre, tan calado y tanfrío, tan asendereado y lastimoso, que no tengo memoria, nisiento más que los huesos que me duelen, las ropas que memojan, los ojos que se me cierran, el estómago que pide másque cien frailes, y los pies que me chillan. Esto sin contar lacabeza, que se me anda. Si mi amigo Miguel de Cervantesviviese, juro á Dios, que al ver lo que me pasa, había de escribirun libro intitulado «Trabajos de don Francisco», quele había de dar más fama que el Ingenioso Hidalgo.

—Sin embargo, noto que no se os ha cansado la lengua.

—¡Ah, lengua mía! quemarála yo, si no me doliera, paraque no tuviese que hacerme arrepentir.

—¡Ah! conocéis que habéis hablado mal—dijo la Doroteasentándose—, y que vuestras malas palabras han hecho muchodaño.

—¿Y quién había de creer que ese don Juan era un milagroy una fortuna insolente?

¿Quién había de esperar lo queha sucedido? Cuando os digo que estoy atónito, y espantadoy medroso, y que de mí mismo recelo, y que ya no séqué decir, ni qué pensar, ni por dónde salir...

—Menos lo sé yo.

—¿Sabéis las novedades que han ocurrido?

—Sé que es hijo del duque de Osuna y que se ha casado.

—¿Quién os lo ha dicho?

—¡El mismo!

—¡Ha estado aquí! No me espanta, esperado me lo había...¡horror! recién casado y...

—¿No es verdad que eso es terrible...?

—Lo peor será que vos seáis tan loca como él.

—No puedo remediarlo. La última desgracia que podríasucederme sería no verle.

—¡Pobre Dorotea! debéis haber pecado mucho.

—¡Yo! ¡bah! yo no he hecho tanto como debería haberhecho; yo no he hecho mal á nadie.

—¿Amáis mucho á don Juan?

—No debía amarle.

—No acabaremos nunca. Os pregunto...

—Y bien, le amo.

—¿Y pensáis disputársele á su mujer?

—No.

—Hacéis bien; lo demás sería indigno de vos.

—Vos habéis venido para algo, don Francisco.

—Ciertamente, he venido á que me deis de almorzar.

—¡Casilda! un almuerzo abundante—dijo Dorotea en elmomento en que se presentó la doncella.

—Sois un ángel, á quien es lástima hayan cortado las alas,pero me tenéis cuidadoso.

—¡Cuidadoso!

—Estáis demasiado tranquila después de lo que os hasucedido.

—¿Y qué queréis que haga?

—Que no hagáis nada.

—¿Y qué hago con esta aflicción que se me ha metido enel alma?

—Gozarla.

—¡Gozarla! decís—¡gozar los celos, la desesperación, larabia!

—¡Ah! ¡todavía no sois bastante desdichada!

—¿No?

—No, porque no gozáis en la desdicha.

—¡Decís unas cosas, don Francisco!

—La desgracia es no sentir, tener el corazón de corcho, yla cabeza de hielo; vivir por necesidad, por aquello de quepor cien mil y más razones es necesario vivir. ¡Ah!

cuandonada os interese en el mundo, cuando nada hostigue vuestropensamiento, cuando todo os importe nada, cuando no penséisen nada, cuando comáis por no morir y durmáis porque se cierren vuestros ojos; cuando os hayáis convertidoen un pedazo de carne insensible á todo, que obra como unamáquina; cuando el amor y las locuras de los otros os denhastío, cuando no os encontréis bien en ninguna parte,cuando vuestra alma haya muerto, entonces, entonces si quepodéis llamaros desgraciada. No sentir es no ver, no ver esno vivir, no vivir es el sufrimiento mayor. Pero ahora que osabrasa la vida, ahora que soñáis, que lucháis, que esperáis,que lloráis, que os agitáis, ahora más que nunca vivís; hayalgo en el mundo que os deslumbra, que os atrae, que oshace gozar el gran placer del sufrimiento. ¡Vos sois muyfeliz!

—¡Oh! ¡y qué felicidad tan horrible!

—Pero siempre es una felicidad. Yo quisiera padecer.

—¿Cómo, no padecéis?

—Padezco, el que no padezco; pero dadme licencia, veoá vuestros criados que adelantan con la mesa. Y traen dosservicios. ¿No habéis almorzado vos?

—No por cierto.

—Habéis hecho mal; con el estómago frío, la cabeza estádébil y vaga y se pierde.

Almorzad, almorzad conmigo, ydespués de almorzar ya veréis cómo pensáis de otro modo.

—Sí, sí, es preciso—dijo Dorotea—y aunque sólo fuerapor probar...

—Observo que en el estado en que nos vemos necesitamosmás vino, una botella es poco.

—Traed, traed más vino; cuatro botellas...—dijo Dorotea.

—¿De qué?—repuso Casilda.

—Puesto que tenéis bodega, que venga, si hay, Jerez—dijoQuevedo.

—Háilo y muy rico—dijo Casilda.

—Pues cuatro botellas, virtud sirviente; búscalas de lasque estén más empolvadas, y si tienen telarañas, mejor. ¿Yqué haces tú ahí?—añadió don Francisco dirigiéndose áPedro, que estaba detrás de la mesa con una servilleta en elbrazo.—La señora y yo necesitamos estar solos.

Pedro salió.

—Os voy á hacer el plato—dijo Quevedo dirigiéndose áDorotea—; este jamón de Granada es sumamente confortante;se ceba con