—Sigulo, puele contalata aliendo galela con Kilisto,¿ja? Cuando mia muele, mia contalatista,
¿ja?
En otros corros se hablaba más del muerto; al menos sediscutía el traje que le iban á poner.
Capitan Tinongproponía el hábito de un franciscano; precisamentetenía él uno, viejo, raido y remendado, preciosa piezaque, segun el fraile que se lo dió de limosna en cambio detreinta y seis pesos, preservaba al cadáver de las llamas delinfierno y contó en su apoyo varias anécdotas piadosassacadas de los libros que distribuyen los curas. Capitan Tinong, aunquetenía en much aquella reliquia, estaba dispuesto ácedérsela á su íntimo amigo, á [226]quien no había podido visitar durante suenfermedad. Pero un sastre objetó con mucha razon que, pues quelas monjas le vieron á Capitan Tiago subiendo al cielo de frac,de frac tenían que vestirle aquí en la tierra y nohabía necesidad de preservativos ni impermeables; se va de fraccuando se va á un baile, á una fiesta, y no otra cosa ledebe esperar en las alturas... y ¡miren! casualmente tieneél uno hecho, que lo puede ceder por treinta y dos pesos, cuatromás barato que el hábito del franciscano, porque conCapitan Tiago no quiere él ganar nada: ¡fué suparroquiano en vida y ahora será su patron en el cielo! Pero elP. Irene, albacea y ejucutor testamentario, rechazó una y otraproposicion y mandó vistiesen al cadáver con cualquierade sus antiguos trajes, diciendo con santa uncion que Dios no se fijabaen vestiduras.
Las exequias fueron, pues, de primerísima clase. Huboresponsos en casa, en la calle, oficiaron tres frailes como si uno nopudiese bastar con tanta alma, se hicieron todos los ritos y ceremoniasposibles, y es fama que se improvisaron otras, habiendo extras como en los beneficios de los teatrillos. Aquello fué unadelicia: se quemó mucho incienso, se cantó mucho enlatin, se gastó mucha agua bendita—el P. Irene en obsequiode su amigo cantó con voz de falsete el Diesiræ, desde el coro—y los vecinos cogieron verdaderodolor de cabeza con tanto doblar á muerto.
Doña Patrocinio, la antigua rival de Cpn. Tiagoen religiosería, deseó de todas véras morirse aldía siguiente para encargar exequias aun más soberanas.La piadosa vieja no podía sufrir que aquel, que ellatenía ya para siempre vencido, al morir, resuscitase con tantapompa. Sí, deseaba morirse y le parecía escuchar lasesclamaciones de la gente que presenciará sus responsos:
—¡Esto, sí, que es entierro! ¡esto,sí, que es saber morir, doña Patrocinio! [227]
[Índice]
XXX
Julî
La muerte de Capitan Tiago y la prision de Basilio se supieronpronto en la provincia, y para honra de los sencillos habitantes de SanDiego diremos que se sintió más la última y solode ella se habló casi. Y como era de esperar, la noticiafué adoptando diferentes formas, se dieron detalles tristes,pavorosos, se explicó lo que no se comprendía, sesuplieron las lagunas con conjeturas, estas pasaron por hechosacontecidos y el fantasma así engendrado aterró ásus mismos progenitores.
En el pueblo de Tianì se decía que, cuando menos,cuando menos, el joven iba á ser deportado y muyprobablemente asesinado durante el viaje. Los timoratos y pesimistas nose contentaban con esto y hablaban de horcas y consejos de guerra;Enero era un mes fatal, en Enero fué lo de Cavite y aquellos, con ser curas, fueron ahorcados; con que un pobreBasilio sin amparo ni amistades...
—¡Yo ya le decía! suspiraba el Juez de Paz, comosi alguna vez hubiese dado un consejo á Basilio; yo ya ledecía...
—¡Era de prever! añadía hermana Penchang:entraba en la iglesia y cuando veía algo sucia el agua bendita,¡no se santiguaba! Hablaba de animalitos y enfermedades,abá, ¡castigo de Dios!
¡Merecido lo tiene!¡Como si el agua bendita pudiese trasmitir enfermedades!¡Todo lo contrario, abá!
Y contaba cómo se había curado de unaindigestion mojándose el ombligo con el agua bendita al mismotiempo que rezaba el Sanctus Deus, y recomendaba el remedioá los presentes cuando padezcan disenterías óventosidades ó reine la peste, solo que entonces deben rezar enespañol: Santo Dios
Santo fuerte
Santo inmortal
Líbranos señor de la peste
Y de todo mal.
—El remedio es infalible, pero hay que llevar el agua benditaá la parte dolorida ó enferma, decía.
Pero muchos hombres no creían en estas cosas niatribuían la prision de Basilio á castigo de Dios.Tampoco creían en insurrecciones ni en pasquines, conocido elcaracter ultrapacífico y prudente del estudiante, y prefirieronatribuirla á venganzas de frailes, por haber sacado de laservidumbre á Julî, hija de tulisan, enemigo mortal decierta poderosa corporacion. Y como tenían bastante mala idea dela moralidad de la misma corporacion y se recordaban mezquinasvenganzas, la conjetura se creyó la más probable yjustificada.
—¡Qué bien hice en echarla de mi casa!decía hermana Penchang; no quiero tener disgustos con losfrailes, así que la apuré á quebuscase dinero.
La verdad era que sentía la libertad de Julî:Julî rezaba y ayunaba por ella y si se hubiera quedado mástiempo habría hecho tambien penitencia. ¿Por qué,si los curas rezan por nosotros y Cristo muere por nuestros pecados,Julî no iba á hacer lo mismo por hermana Penchang?
Cuando las noticias llegaron á la cabaña dondevivían la pobre Julî y su abuelo, la joven tuvo necesidadde que se lo repitieran dos veces. Miró á hermanaBalî que era quien se lo decía, como sin comprenderla, sinpoder coordinar las ideas; le zumbaron los oidos, sintióopresion en el corazon y tuvo como un vago presentimiento de que aquelsuceso iba á influir desastrosamente en su porvenir. Sinembargo, quiso agarrarse á un rayo de esperanza, sonrió,creyó que hermana Balî le daba una broma, bastante pesada,pero se la perdonaba de antemano si le decía que lo era; perohermana Balî hizo una cruz con el pulgar y el índice y labesó, en prueba de que decía la verdad. Entonces la risaabandonó para siempre los labios de la joven, púsosepálida, espantosamente pálida, sintió que laabandonaban las fuerzas y, por primera vez en su vida, perdió elconocimiento desmayándose.
Cuando á fuerza de golpes, pellizcos, rociadas de agua,cruces y aplicaciones de palmas benditas volvió la joven ensí y dióse cuenta de su estado, ¡laslágrimas brotaron silenciosas de sus ojos, gota á gota,sin sollozos, sin lamentos, sin quejas! Ella pensaba en Basilio que notenía más protectores que Capitan Tiago, y que, muertoéste, se quedaba por completo [229]sin amparo y sinlibertad. En Filipinas es cosa sabida que para todo se necesitanpadrinos, desde que uno se bautiza hasta que se muere, para obtenerjusticia, sacar un pasaporte ó esplotar una industriacualquiera. Y como se decía que aquella prision obedecíaá venganzas por causa de ella y de su padre, la tristeza de lajoven, rayaba en desesperacion. Ahora le tocaba á ellalibertarle, como él lo había hecho sacándola de laservidumbre, y una voz interior le sugería la idea y presentabaá su imaginacion un horrible medio.
—¡El P. Camorra, el cura! decía la voz.
Julî se mordía los labios y quedaba sumida ensombría meditacion.
A raiz del crímen de su padre, habían presoal abuelo esperando que por aquel medio aparecería el hijo. Elúnico que le pudo dar la libertad fué el P. Camorra, y elP. Camorra se había mostrado mal satisfecho con palabras degratitud y con su franqueza ordinaria había pedidosacrificios...
Desde entonces Julî evitaba encontrarse conél, pero el cura le hacía besar la mano, la cogíade la nariz, de las mejillas, le daba bromas con guiños yriendo, riendo la pellizcaba. Julî fué la causa de lapaliza, que el buen cura administró á unos jóvenesque recorrían el barrio, dando serenata á las muchachas.Los maliciosos, al verla pasar seria y cabizbaja, decían demanera que ella oyese:
—¡Si quisiese, Cabesang Tales seríaindultado!
La joven llegaba á su casa sombría y los ojosestraviados.
Julî se había cambiado mucho; había perdido sualegría, nadie la veía sonreir, hablaba apenas y hasta alparecer tenía miedo de verse la cara. Un día la vieron enel pueblo con una gran mancha de carbon en la frente, ella quesolía ir bien arregladita y compuesta. Una vez preguntóá hermana Balî si los que se suicidaban se iban alinfierno.
—¡De seguro! contestó la mujer y le pintóel sitio como si en él hubiera estado.
Con la prision de Basilio, los sencillos y agradecidos parientespropusieron hacer toda clase de sacrificios para salvar al joven; perocomo entre todos no reunían treinta pesos, hermana Balî,como siempre, tuvo la mejor idea.
—Lo que debemos hacer es pedir un consejo al escribiente,dijo. [230]
Para aquellas pobres gentes, el escribiente del tribunal era eloráculo de Delfos para los antiguos griegos.
—Dándole un real y un tabaco, añadió, tedice todas las leyes que se te hincha la cabeza oyéndole. Sitienes un peso, te salva aunque estés al pié de la horca.Cuando á mi vecino Simon le metieron en la carcel y le dieron depalos, por no poder declarar en un robo que se cometió cerca desu casa, ¡abá! por dos reales y medio y una rosca de ajos,le sacó el escribiente. Y yo le ví á Simon queapenas podía andar y tuvo que guardar cama lo menos un mes.¡Ay! se le pudrió el trasero, ¡abá! ¡ymurió de resultas!
El consejo de hermana Balî fué admitido y la misma seencargó de hablar con el escribiente; Julî le diócuatro reales y añadió pedazos de tapa de venado que elabuelo había cazado. Tandang Selo se dedicaba de nuevo ála caza.
Pero el escribiente nada podía: el preso estaba en Manila yhasta allí no llegaba su poder.
—¡Si al menos estuviera en la cabecera,todavía!... dijo haciendo alarde de su poder.
El escribiente sabía muy bien que su poder no pasaba de loslímites de Tianì, pero le convenía conservar suprestigio y quedarse con la tapa de venado.
—Pero, os puedo dar un sabio consejo y es que vayais conJulî, al Juez de Paz. Es menester que vaya Julî.
El Juez de Paz era un hombre muy brusco, pero viendo áJulî acaso se portase menos groseramente: aquí estaba lasabiduría del consejo.
Con mucha gravedad oyó el señor Juez á hermanaBalî, que era quien tomaba la palabra, no sin mirar de cuando encuando á la joven que tenía los ojos bajos y estaba muyavergonzada. La gente diría de ella que se interesaba mucho porBasilio, la gente no se acordaba de su deuda de gratitud y de queaquella prision, segun se decía, era por causa de ella.
Despues de eructar tres ó cuatro veces, porque elseñor Juez tiene esta fea costumbre, dijo que la únicapersona que podía salvar á Basilio era el P. Camorra, en el caso de que lo quisiese—y miraba con mucha intencioná la joven.—El la aconsejaba tratase de hablar con el curaen persona.
—Ya sabeis la influencia que tiene; ha sacado á vuestroabuelo de la cárcel... Basta un informe suyo para desterrará un recien nacido ó salvar de la muerte á unahorcado. [231]
Julî no decía nada, pero hermana Balî encontrabael consejo como si lo hubiese leido en una novena: estaba dispuestaá acompañarla al convento. Precisamente ibaá tomar de limosna un escapulario mediante el cambio de cuatroreales fuertes.
Pero Julî sacudía la cabeza y no quería ir alconvento. Hermana Balî que creía adivinar elmotivo—el P. Camorra se llamaba Si cabayo por otro nombrey era muy travieso—la tranquilizaba:
—¡Nada tienes que temer! ¡si voy contigo!decía; ¿no has leido en el librito de TandangBasio dado por el cura, que las jóvenes deben ir alconvento, aun sin saberlo sus mayores, para contar lo que pasa en lacasa? ¡Abá! Aquel libro está impreso con permisodel Arzobispo, ¡abá!
Julî, impaciente y deseando cortar la conversacion,suplicó á la devota que fuese si gustaba, pero elseñor Juez observó eructando que las súplicas deuna cara joven mueven más que las de una vieja, que el cieloderramaba su rocío sobre las flores frescas en másabundancia que sobre las secas. La metáfora resultabahermosamente malvada.
Julî no contestó y ambas mujeres bajaron. En la calle,la joven se negó tenazmente á ir al convento y seretiraron á su barrio. Hermana Balî que se sentíaofendida de la falta de confianza yendo con ella, se vengabaendilgándola un largo sermon.
La verdad era que la joven no podía dar aquel paso sincondenarse á sí misma, sin que la condenen los hombres,¡sin que la condene Dios! Le habían hecho oir variasveces, con razon ó sin ella, que sihacía aquel sacrificio, indultarían á su padre, ysin embargo ella se había negado, apesar de los gritos de suconciencia recordándola su deber filial. ¿Y ahoradebía hacerlo por Basilio, por su novio? Sería caer alson de las burlas y carcajadas de toda la creacion, Basilio mismo ladespreciaría; ¡no, jamás! Primero seahorcaría ó saltaría en cualquier precipicio.
Detodos modos estaba ya condenada por ser mala hija.
La pobre Julî tuvo aun que sufrir todas las recriminaciones desus parientes que, no sabiendo nada de lo que había podido pasarentre ella y el P. Camorra, se burlaban de sus temores.
¿Acasoel P. Camorra se iba á fijar en una campesina habiendo[232]tantas en el pueblo? Y las buenas mujerescitaban nombres de solteras ricas y bonitas, más ó menosdesgraciadas. Y
entretanto ¿si le afusilan á D.Basilio?
Julî se tapaba los oidos, miraba á todas partes comobuscando una voz que hablase por ella, miraba á su abuelo; peroel abuelo estaba mudo y tenía la vista fija en su pica decazador.
Aquella noche durmió apenas. Ensueños y pesadillas, yafúnebres ya sangrientos, danzaban delante de su vista, y sedespertaba á cada momento nadando en frío sudor.Creía oir tiros, creía ver á su padre, su padreque tanto había hecho por ella, luchando en los bosques, cazadocomo un animal porque había vacilado en salvarle. Y la figuradel padre se transformaba y reconocía á Basilio,agonizando y dirigiéndola miradas de reproche. La desgraciada selevantaba, oraba, lloraba, invocaba á su madre, á lamuerte, y hubo un momento en que, rendida por el terror, á nohaber sido de noche habría corrido derecha al convento, sucedalo que suceda.
El día llegó y los tristes presentimientos, losterrores de las sombras se disiparon en parte. La luz le trajoesperanzas. Mas, las noticias de la tarde fueron terribles; sehabló de afusilados y la noche para la joven fuéespantosa. En su desesperacion decidió entregarse tan prontocomo brillase el día y matarse despues: ¡todo, menos pasarsemejantes torturas!
Pero la aurora trajo nuevas esperanzas y la joven no quiso bajar decasa, ni irse á la iglesia.
Temía ceder.
Y así pasaron algunos días: orando y maldiciendo,invocando á Dios y deseando la muerte. El día era unatregua, Julî confiaba en algun milagro; las noticias quevenían de Manila, si bien llegaban abultadas, decían quede los presos algunos habían conseguido su libertad graciasá padrinos y á influencias... Alguno tenía quesalir sacrificado, ¿quién sería? Julî seentremecía y se retiraba á su casa mordiéndose lasuñas de los dedos. Y así venía la noche en que lostemores, adquiriendo doble proporcion, parecían convertirse enrealidades. Julî temía el sueño, temíadormirse, pues su sueño era una continuada pesadilla. Miradas dereproche traspasaban sus párpados tan pronto como los cerraba,quejas y lamentos barrenaban sus oidos. Veía á su padrevagando, hambriento, sin tregua ni reposo; veía á Basilioagonizando en el camino, [233]herido de dos balazos, comohabía visto el cadáver de aquel vecino, que fuémuerto mientras le conducía la Guardia Civil. Y ella veíalas ligaduras que habían penetrado la carne, veía lasangre saliendo por la boca y oía que Basilio ledecía:—«¡Sálvame, sálvame!¡tú sola me puedes salvar!» Resonaba despues unacarcajada, volvía los ojos y veía á su padre, quela miraba con ojos llenos de reproche. Y Julî se despertaba, seincorporaba sobre su petate, se pasaba lasmanos por la frente para recoger su cabellera: ¡frío sudor,como el sudor de la muerte, la humedecía!
—¡Madre, madre! sollozaba.
Y entre tanto los que disponían tan alegremente de losdestinos de los pueblos, el que mandaba los asesinatos legales, el queviolaba la justicia y hacía uso del derecho para sostenerá la fuerza, dormían en paz.
Al fin, llegó un viajero de Manila y contó comohabían sido puestos en libertad todos los presos todos menosBasilio que no tenía protector. En Manila se decía,añadió el viajero, que el joven sería desterradoá Carolinas, habiéndole hecho firmar de antemano unapeticion en que se hacía constar que asívoluntariamente lo pedía. El viajero había visto el vaporque le iba á conducir.
Aquella noticia acabó con las vacilaciones de la joven cuyamente, por lo demás, estaba ya bastante trabajadamerced á tantas noches en vela y á sus horriblesensueños. Pálida y con los ojos estraviados, buscóá hermana Balî y, en voz que daba miedo, le dijo queestaba dispuesta y la preguntaba si la queríaacompañar.
Hermana Balî se alegró y procuró tranquilizarla,pero Julî no escuchaba y parecía que solo teníaprisa por llegar al convento. Ella se había arreglado, sehabía puesto sus mejores trajes y hasta parecía queestaba muy animada. Hablaba mucho aunque algo incoherente.
Echaron á andar. Julî iba delante y se impacientabaporque su compañera se quedaba detrás. Pero ámedida que se acercaban al pueblo, la energía nerviosa laabandonaba poco á poco, se volvía silenciosa,perdía su decision, acortaba el paso, y despues se quedabadetrás. Hermana Balî tenía que animarla.
—¡Que vamos á llegar tarde!decía.
Julî seguía pálida, con los ojos bajos, sinatreverse á levantarlos. [234]Creía que todo elmundo la miraba y la señalaban con el dedo. Un nombre infamesilbaba en sus oidos pero se hacía la sorda y continuaba sucamino. No obstante, cuando vió el convento, se detuvo yempezó á temblar.
—¡Volvamos al barrio, volvamos! suplicódeteniendo á su compañera.
Hermana Balî tuvo que cogerla del brazo y medio arrastrarla,tranquilizándola y hablándola de libros de frailes. Ellano la iba á abandonar, nada tenía que temer; el P.Camorra tenía otras cosas en la cabeza; Julî no eramás que una pobre campesina...
Pero al llegar á la puerta del convento ó casaparroquial, Julî se negó tenazmente á subir y secogió á la pared.
—¡No, no! suplicaba llena de terror; ¡oh, no, no,tened piedad!...
—Pero que tonta...
Hermana Balî la empujaba dulcemente; Julîresistía, pálida, con las facciones desencajadas.
Sumirada decía que veía delante de sí á lamuerte.
—¡Bien, volvamos si no quieres! exclamó al findespechada la buena mujer que no creía en ningun peligro real.El P. Camorra, apesar de toda su fama, no se atrevería delantede ella.
—¡Que le lleven al destierro al pobre don Basilio, quele afusilen en el camino diciendo que ha querido escaparse!añadió; cuando ya esté muerto entoncesvendrán los arrepentimientos. Por mí, yo no le deboningun favor. ¡De mí no se podrá quejar!
Aquello fué el golpe decisivo. Ante este reproche, con ira,con desesperacion, como quien se suicida, Julî cerró losojos para no ver el abismo en que se iba á lanzar y entróresuelta en el convento. Un suspiro que más parecíaestertor se escapó de sus labios. Hermana Balî lasiguió haciéndole advertencias...
A la noche se comentaban en voz baja y con mucho misterio variosacontecimientos que tuvieron lugar aquella tarde.
Una joven había saltado por la ventana del convento, cayendosobre unas piedras y matándose.
Casi al mismo tiempo, otra mujersalía por la puerta y recorría las calles gritando ychillando como una loca. Los prudentes vecinos no se atrevíaná pronunciar los nombres y muchas madres pellizcaron ásus hijas por dejar escapar palabras que podían comprometer. [235]Despues, pero mucho despues, al caer la tarde,un anciano vino de un barrio y estuvo llamando á la puerta delconvento, cerrada y guardada por sacristanes. El viejo llamaba con lospuños, con la cabeza, lanzando gritos ahogados, inarticuladoscomo los de un mudo, hasta que fué echado á palos yá empujones. Entonces se dirigió á casa delgobernadorcillo, pero le dijeron que el gobernadorcillo noestaba, que estaba en el convento; se fué al Juez de Paz, peroel Juez de Paz tampoco estaba, había sido llamado al convento;se fué al teniente mayor, tampoco estaba en el convento; sedirigió al cuartel, el teniente de la Guardia Civil estaba en elconvento... El viejo entonces se volvió á su barriollorando como un niño: sus ahullidos se oían en medio dela noche; ¡los hombres se mordían los labios, las mujeresjuntaban las manos, y los perros entraban en sus casas, medrosos, conla cola entre piernas!
—¡Ah, Dios, ah Dios! decía una pobre mujer,demacrada á fuerza de ayunar; delante de tí no hay rico,no hay pobre, no hay blanco, no hay negro... ¡tú nos harás justicia!
—Sí, le contestaba el marido; con tal que ese Dios quepredican no sea pura invencion, ¡un engaño! ¡Ellosson los primeros en no creer en él!
A las ocho de la noche, se decía que más de sietefrailes, venidos de los pueblos comarcanos, se encontraban en elconvento celebrando una junta. Al día siguiente, Tandang Selodesaparecía para siempre del barrio llevándose su pica decazador.
[Índice]
XXXI
El alto empleado
L’Espagne et sa vertu, l’Espagne et sagrandeur
Tout s’en va!
(VICTOR HUGO).
Los periódicos de Manila estaban tan ocupados por lareseña de un asesinato célebre cometido en Europa, porlos panegíricos y bombos á varios predicadores de lacapital, por el éxito cada vez más ruidoso de la operetafrancesa, que apenas podían dedicar alguno que otroartículo á las fechorías que cometía en[236]provincias una banda de tulisanes capitaneadapor un gefe terrible y feroz que se llamaba Matangláwin.Sólo, cuando el asaltado era un convento ó unespañol, entonces aparecían largos artículos dandopavorosos detalles y pidiendo el estado de sitio, enérgicasmedidas, etc., etc. Así es que tampocopudieron ocuparse de lo ocurrido en el pueblo deTianì, ni hubo una alusion ni un rumor. En círculosprivados se susurraba algo, pero todo tan confuso, tan incierto, tanpoco consistente que ni siquiera se supo el nombre de lavíctima, y los que más interés manifestaron, loolvidaron pronto, creyendo en alguna componenda con la familia óparientes ofendidos. Lo único que se supo de cierto fuéque el P. Camorra tuvo que dejar el pueblo para trasladarse á otro ó estaralgun tiempo en el convento de Manila.
—¡Pobre P. Camorra! exclamaba Ben Zaybechándoselas de generoso; ¡era tan alegre, teníatan buen corazon!
Era cierto que los estudiantes habían recobrado su libertadgracias á las instancias de sus parientes, que no perdonarongastos, regalos ni sacrificio alguno. El primero que se viólibre fué, como era de esperar, Makaraig y el último,Isagani, porque el P. Florentino no llegó á Manila sinouna semana despues de los acontecimientos. Tantos actos de clemencia levalieron al General el epíteto de clemente y misericordioso, queBen Zayb se apresuró á añadir á la largalista de sus adjetivos.
El único que no obtuvo la libertad fué el pobre Basilio,acusado ademas de tener en su poder libros prohibidos. No sabemos si sereferirían al tratado de Medicina Legal yToxicología del Dr.
Mata, ó á los variosfolletos que se le encontraron sobre asuntos de Filipinas óá ambas cosas juntas; es el caso que se dijo tambien quevendía clandestinamente obras prohibidas y sobre el infelizcayó todo el rigor de la romana de la justicia.
Contaban que á su Excelencia le habían dicho:
—Es menester que haya alguno para que quede en salvo elprestigio de la autoridad y no se diga que hemos metido mucho ruidopara nada. La autoridad ante todo. ¡Es menester que se quedealguno!
—Queda uno solo, uno que, segun el P. Irene, fué criadode Cpn. Tiago... No hay quien le reclama...
—¿Criado y estudiante? preguntó S. E.;¡pues entonces ése, que se quede ése! [237]
—Me permitirá V. E., observó el alto empleadoque se hallaba presente, por casualidad; pero me han dicho que esechico es estudiante de Medicina, sus profesores hablan bien deél... si continúa preso pierde un año, y como esteaño termina...
La intervencion del alto empleado en favor de Basilio, en vez dehacerle bien, le perjudicó. Hacía tiempo que entre elempleado y S. E. había cierta tirantez, ciertos disgustos,aumentados por dimes y diretes. S. E. se sonrió nerviosamente ycontestó:
—¿Sí? pues razon de más para quecontinúe preso; un año más de carrera, en vez dehacerle daño, le hará bien, á él y átodos los que despues caigan en sus manos. Por mucha práctica noes uno mal médico. ¡Razon de más para que se quede!¡Y luego dirán los reformistas filibusterillos quenosotros no nos cuidamos del país! añadió S. E.riendo sarcásticamente.
El alto empleado comprendió su falta y tomó ápecho la causa de Basilio.
—Pero es que ese joven me parece el más inocente detodos, repuso con cierta timidez.
—Se le han ocupado libros, contestó el secretario.
—Sí, obras de Medicina y folletos escritos porpeninsulares... aun sin cortar las hojas... y ¿qué quiereeso decir? Ademas, ese joven no ha estado en el banquete de lapansitería, ni se ha metido ennada... Como dije, es el más inocente...
—¡Mejor que mejor! exclamó alegremente S. E.;¡así el castigo resulta más saludable y ejemplarcomo que infunde más terror! Gobernar es obrar así,señor mío; hay que sacrificar muchas veces el bien de unopor el bien de muchos... Pero yo hago más: del bien de uno, sacoel bien de todos, salvo el principio de autoridad que peligra, elprestigio se respeta y se mantiene.
¡Con este acto mío corrijoerrores de propios y estraños!
Hizo un esfuerzo para contenerse el alto empleado, ydesendiéndose de las alusiones, quiso apelar á otromedio.
—Pero V. E. no teme... ¿la responsabilidad?
—¿Qué he de temer? interrumpió el Generalimpaciente; ¿no dispongo yo de poderes discrecionales?¿no puedo hacer lo que me dé la gana para el mejorgobierno de estas islas? ¿Qué tengo que temer?¿Puede acaso un criado acusarme ante los tribunales [238]ypedirme responsabilidad? ¡Ca! Y aunque dispusiera de medios,tendría antes que pasar por el Ministerio, y el Ministro...
Hízo un gesto con la mano y se echó á reir.
—El Ministro que me nombró, sabe el diablo dondeestá, ¡y se tendrá por honrado con poderme saludarcuando vuelva! El actual, á ese me le paso... y tambien se lollevará pateta... El que le sustituya se verá tan apuradocon su nuevo cargo y no se podrá ocupar de bagatelas. Yo,señor mío, no tengo más que mi conciencia,obro segun mi conciencia, mi conciencia está satisfecha, y meimportan un comino los juicios de fulano ó zutano. Miconciencia, señor mío, ¡mi conciencia!
—Sí, mi General, pero el pais...
—¡Tu tu tu tu! El pais, ¿qué tengo yo quever con el pais? ¿He contraido por ventura compromisos conél? ¿Le debo yo mi cargo? ¿Fué élquien me ha elegido?
Hubo un momento de pausa. El alto empleado tenía la cabezabaja. Despues, como si tomase una decision, la levantó,miró al General fijamente y, pálido y algo tembloroso,dijo con energía reprimida:
—¡No importa, mi General, nada importa eso! V. E. no hasido elegido por el pueblo filipino sino por España,¡razon de más para que V. E. trate bien á losfilipinos para que no puedan reprochar nada á España!¡Razon de más, mi General! V. E. al venir aquí haprometido gobernar con justicia, buscar el bien...
—¿Y no lo estoy haciendo? preguntó exasperado S.E. dando un paso; ¿no le he dicho á usted que saco delbien de uno el bien de todos? ¿Me va usted ahora á darlecciones? Si usted no comprende mis actos ¿qué culpatengo yo? ¿Le fuerzo acaso á que participe de miresponsabilidad?
—¡Sin duda que no! replicó el alto empleadoirguiéndose con altanería; ¡V. E. no me fuerza, V.E.
no me puede forzar á mí, á míá que participe de su responsabilidad! La mía laentiendo de otra manera, y porque la tengo, voy á hablar pues mehe callado por mucho tiempo. ¡Oh, no haga V.
E. esos gestosporque el que aquí haya yo venido con este ó aquel cargono quiere decir que abdique de mis derechos y me reduzca al papel de escla