—¿Cómo? ¿usted tambien, Basilio?preguntó.
—Venía á verle...
—¡Noble conducta! dijo Makaraig riendo; en los tiemposde calma, usted nos evita...
El cabo preguntó á Basilio por su nombre, yhojeó una lista.
—¿Estudiante de Medicina, calle de Anloague?preguntó el cabo.
Basilio se mordió los labios.
—Usted nos ahorra un viaje, añadió el cabo,poniéndole la mano sobre el hombro; ¡dése ustedpreso! [206]
—¿Cómo, yo tambien?
Makaraig soltó una carcajada.
—No se apure usted, amigo; vamos en coche, y así lecontaré la cena de anoche.
Y con un gesto muy gracioso, como si estuviese en su casa,invitó al ausiliante y al cabo á que subiesen en el cocheque les esperaba en la puerta.
—¡Al Gobierno Civil! dijo al cochero.
Basilio que ya se había recobrado, contaba á Makaraigel objeto de su visita. El rico estudiante no le dejó terminar yle estrechó la mano.
—Cuente usted conmigo, cuente usted conmigo y á lafiesta de nuestra investidura convidaremos á estosseñores, dijo señalando al cabo y al alguacil.
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XXVII
El fraile y el filipino
Vox populi, vox Dei.
Hemos dejado á Isagani arengando á sus amigos. En medio desu entusiasmo, se le acercó un capista para decirle que el P.Fernandez, uno de los catedráticos de ampliacion, lequería hablar.
Isagani se inmutó. El P. Fernandez era para él personarespetabilísima: era el uno que él esceptuabasiempre cuando de atacar á los frailes se trataba.
—Y ¿qué quiere el P. Fernandez?preguntó.
El capista se encogió de hombros; Isagani de mala gana lesiguió.
El P. Fernandez, aquel fraile que vimos en Los Baños,esperaba en su celda grave y triste, fruncidas las cejas como siestuviese meditando. Levantóse al ver entrar á Isagani,le saludó dándole la mano, y cerró la puerta;despues se puso á pasear de un estremo á otro de suaposento.
Isagani de pié esperaba á que le hablase.
—Señor Isagani, dijo al fin en voz algo emocionada;desde [207]la ventana le he oido á usted perorarporque, como tísico que soy, tengo buenos oidos, y he queridohablar con usted. A mí me han gustado siempre los jóvenesque se espresan claramente y tienen su manera propia de pensar y obrar,no me importa que sus ideas difieran de las mías. Ustedes, por loque he oido, han tenido anoche una cena, no se escuse usted...
—¡Es que yo no me escuso! interrumpióIsagani.
—Mejor que mejor, eso prueba que usted acepta la consecuenciade sus actos. Por lo demás, haría usted mal enretractarse, yo no le censuro, no hago caso de lo que anoche se hayadicho allí, yo no le recrimino, porque despues de todo, usted eslibre de decir de los dominicos lo que le parezca, usted no esdiscípulo nuestro; solo este año hemos tenido el gusto detenerle y probablemente no le tendremos ya más. No vaya ustedá creer que yo voy á invocar cuestiones de gratitud, no;no voy á perder mi tiempo en tontas vulgaridades. Le he hechollamar á usted, porque he creido que es uno de los pocosestudiantes que obran por conviccion y como á mí megustan los hombres convencidos, me dije, con el señor Isagani mevoy á explicar.
El P. Fernandez hizo una pausa y continuó sus paseos con lacabeza baja, mirando al suelo.
—Usted puede sentarse si gusta, continuó; yo tengo lacostumbre de hablar andando porque así se me vienen mejor lasideas.
Isagani siguió de pié, con la cabeza alta, esperandoque el catedrático abordase el asunto.
—Hace más de ocho años que soycatedrático, continuó el P. Fernandez paseándose,y he conocido y tratado á más de dos mil y quinientosjóvenes; les he enseñado, los he procurado educar, les heinculcado principios de justicia, de dignidad y sin embargo, en estostiempos en que tanto se murmura de nosotros, no he visto áninguno que haya tenido la audacia de sostener sus acusaciones cuandose ha encontrado delante de un fraile... ni siquiera en voz altadelante de cierta multitud... ¡Jóvenes hay quedetrás nos calumnian y delante nos besan la mano y con vilsonrisa mendigan nuestras miradas! ¡Puf! ¿Quéquiere usted que hagamos nosotros con semejantes criaturas?
—La culpa no es toda de ellos, Padre, contestó Isagani;la [208]culpa está en los que les hanenseñado á ser hipócritas, en los que tiranizan elpensamiento libre, la palabra libre. Aquí todo pensamientoindependiente, toda palabra que no sea un eco de la voluntad delpoderoso, se califica de filibusterismo y usted sabe muy bien lo queesto significa. ¡Loco el que por darse gusto de decir en voz altalo que piensa, se aventure á sufrir persecuciones!
—¿Qué persecuciones ha tenido usted que sufrir?preguntó el P. Fernandez levantando la cabeza;
¿no le hedejado á usted espresarse libremente en mi clase? Y sin embargo,usted es una escepcion que, á ser cierto lo que dice, yodebía corregir, para universalizar en lo posible la regla,¡para evitar que cunda el mal ejemplo!
Isagani se sonrió.
—Le doy á usted las gracias y no discutiré sisoy ó no una escepcion; aceptaré su calificativo para queusted acepte el mío: usted tambien es una escepcion; y comoaquí no vamos á hablar de escepciones, ni abogar pornuestras personas, al menos pienso por mí, le suplico ámi catedrático dé otro giro al asunto.
El P. Fernandez, apesar de sus principios liberales, levantóla cabeza y miró lleno de sorpresa á Isagani. Era aqueljoven más independiente aun de lo que él se creía;aunque le llamaba catedrático, en el fondo le trataba deigual á igual, puesto que se permitía insinuaciones.
Comobuen diplomático, el P. Fernandez no solo aceptó el hecho,sino que él mismo lo planteó.
—¡Enhorabuena! dijo; pero no vea usted en míá su catedrático; yo soy un fraile y usted un estudiantefilipino, ¡nada más, nada menos! y ahora le preguntoá usted ¿qué quieren de nosotros los estudiantesfilipinos?
La pregunta llegaba de sorpresa; Isagani no estaba preparado. Erauna estocada que se desliza de repente mientras hacen el muro, comodicen en la esgrima. Isagani así sorprendido, respondiópor una violenta parada como un aprendiz que se defiende:
—¡Que ustedes cumplan con su deber! dijo.
Fr. Fernandez se enderezó: la respuesta le sonóá cañonazo.
—¡Que cumplamos con nuestro deber! repitióirguiéndose; pues ¿no cumplimos con nuestro deber?¿qué deberes nos asignan ustedes? [209]
—¡Los mismos que ustedes libérrimamente se hanimpuesto al entrar en su orden y los que despues, una vez en ella, sehan querido imponer! Pero, como estudiante filipino, no me creo llamadoá examinar su conducta en relacion con sus estatutos, con elcatolicismo, con el gobierno, el pueblo filipino y la humanidad engeneral: cuestiones son esas que ustedes tienen que resolver con susfundadores, con el Papa, el gobierno, el pueblo en masa ó conDios; como estudiante filipino, me limitaré á sus deberesrespecto á nosotros. Los frailes, en general, al ser losinspectores locales de la enseñanza en provincias, y losdominicos, en particular, al monopolizar en sus manos los estudiostodos de la juventud filipina, han contraido el compromiso, ante losocho millones de habitantes, ante España y ante la humanidad, dela que nosotros formamos parte, de mejorar cada vez la semilla joven,moral y físicamente, para guiarla á su felicidad, crearun pueblo honrado, próspero, inteligente, virtuoso, noble yleal. Y ahora pregunto yo á mi vez, ¿han cumplido losfrailes con su compromiso?
—Estamos cumpliendo...
—¡Ah! P. Fernandez, interrumpió Isagani; ustedcon la mano sobre su corazon puede decir que está cumpliendo, pero con la mano sobre el corazon de la orden, sobre elcorazon de todas las órdenes, ¡no lo puede decir sinengañarse! ¡Ah, P. Fernandez! cuando me encuentro ante unapersona que estimo y respeto, prefiero ser el acusado á ser elacusador, prefiero defenderme á ofender. Pero, ya que hemosentrado en explicaciones, ¡vamos hasta el fin!¿Cómo cumplen con su deber los que en los pueblosinspeccionan la enseñanza? ¡Impidiéndola! Y los queaquí han monopolizado los estudios, los que quieren modelar lamente de la juventud, con exclusion de otros cualesquiera,¿cómo cumplen con su mision? Escatimando en lo posiblelos conocimientos, apagando todo ardor y entusiasmo, ¡rebajandotoda dignidad, único resorte del alma, é inculcando ennosotros viejas ideas, rancias nociones, falsos principiosincompatibles con la vida del progreso! ¡Ah! si, cuando se tratade alimentar á presos, de proveer á la manutencion decriminales, el gobierno propone una subasta para hallar al postor queofrezca las mejores condiciones de alimentacion, al que menos les ha dedejar perecer de hambre, [210]cuando se trata de nutrirmoralmente á todo un pueblo, nutrir á la juventud,á la parte más sana, á la que despues ha de ser elpais y el todo, el gobierno no solo no propone ninguna subasta, sinoque vincula el poder en aquel cuerpo que precisamente hace alardes deno querer la instruccion, de no querer ningun adelanto.¿Qué diríamos nosotros si el abastecedor decárceles, despues de haberse apoderado por intrigas de lacontrata, dejase luego languidecer á sus presos en la anemia,dándoles todo lo rancio y pasado, y se escusase despues diciendoque no conviene que los presos tengan buena salud, porque la buenasalud trae alegres pensamientos, porque la alegría mejora alhombre, y el hombre no debe mejorar porque le conviene al abastecedorque haya muchos criminales? ¿Qué diríamos sidespues el gobierno y el abastecedor se coaligasen porque de los diezó doce cuartos que percibe por cada criminal el uno, recibecinco el otro?
El P. Fernandez se mordía los labios.
—Esas son muy duras acusaciones, dijo, y usted traspasa loslímites de nuestra convencion.
—No, Padre; sigo tratando de la cuestion estudiantil. Losfrailes, y no digo ustedes, porque á usted no le confundo en lamasa general, los frailes de todas las órdenes se han convertidoen nuestros abastecedores intelectuales y dicen y proclaman, sin pudorninguno, ¡que no conviene que nos ilustremos porque vamos undía á declararnos libres! Esto es no querer que el preso senutra para que no se mejore y salga de la carcel. La libertad es alhombre lo que la instruccion á la inteligencia, ¡y el noquerer los frailes que la tengamos es el orígen de nuestrosdescontentos!
—¡La instruccion no se da más que al que se lamerece! contestó secamente el P. Fernandez; dárselaá hombres sin caracter y sin moralidad es prostituirla.
—Y ¿por qué hay hombres sin caracter y sinmoralidad?
El dominico se encogió de hombros.
—Defectos que se maman con la leche, que se respiran en elseno de las familias... ¿que sé yo?
—¡Ah no, P. Fernandez! exclamó impetuosamente eljoven; usted no ha querido profundizar el tema, usted no ha queridomirar al abismo por temor de encontrarse allí con la sombra desus hermanos. Lo que somos, ustedes lo han hecho. Al pueblo[211]que se tiraniza, se le obliga á serhipócrita; á aquel á quien se le niega la verdad,se le da la mentira; el que se hace tirano, engendra esclavos.¡No hay moralidad, dice usted, sea! aunque lasestadísticas podrían desmentirle porque aquí no secometen crímenes como los de muchos pueblos, cegados por sushumos de moralizadores. Pero, y sin querer ahora analizar qué eslo que constituye el caracter y por cuanto entra en lamoralidad la educacion recibida, convengo con usted en que somosdefectuosos. ¿Quién tiene la culpa de ello? ¿Oustedes que hace tres siglos y medio tienen en sus manos nuestraeducacion ó nosotros que nos plegamos á todo? si despuesde tres siglos y medio, el escultor no ha podido sacar más queuna caricatura, bien torpe debe ser.
—O bien mala la masa de que se sirve.
—Más torpe entonces aun, porque, sabiendo que es mala,no renuncia á la masa y continúa perdiendo tiempo... y nosolo es torpe, defrauda y roba, porque conociendo lo inútil de su obra,la continúa para percibir el salario... y no solo es torpe yladron, es infame, ¡porque se opone á que todo otroescultor ensaye su habilidad y vea si puede producir algo que valga lapena! ¡Celos funestos de la incapacidad!
La réplica era viva y el P. Fernandez se sintiócogido. Miró á Isagani y le pareció gigantesco,invencible, imponente, y por primera vez en su vida creyó servencido por un estudiante filipino. Se arrepintió de haberprovocado la polémica, pero era tarde. En su aprieto yencontrándose delante de tan temible adversario, buscó unbuen escudo y echó mano del gobierno.
—Ustedes nos achacan á nosotros todas las faltas porqueno ven más que nosotros que estamos cerca, dijo en acento menosarrogante; es natural, ¡no me estraña! el pueblo odia alsoldado ó al alguacil que le prende y no al juez quedictó la prision. Ustedes y nosotros estamos todos danzando alcompás de una música: si por la misma levantanel pié al mismo tiempo que nosotros, no nos culpen de ello; esla música quien dirige nuestros movimientos. ¿Creenustedes que los frailes no tenemos conciencia y no queremos el bien?¿Creen ustedes que no pensamos en vosotros, que no pensamos ennuestro deber, y que solo comemos para vivir y vivimos para reinar?¡Ojalá así fuera! Pero, como vosotros, seguimos elcompás; nos encontramos entre la espada y la pared: óustedes nos echan ó nos echa el [212]gobierno. El gobiernomanda, y quien manda, manda, ¡y cartuchera al cañon!
—De eso se puede inferir, observó Isagani con amargasonrisa, ¿que el gobierno quiere nuestra desmoralizacion?
—Oh, no, ¡yo no he querido decir eso! Lo que he queridodecir es que hay creencias, hay teorías y leyes que, dictadascon la mejor intencion, producen las más deplorablesconsecuencias. Me explicaré mejor citándole un ejemplo.Para conjurar un pequeño mal, se dictan numerosas leyes quecausan mayores males todavía: corruptissima in republicaplurimæ leges, dijo Tácito. Para evitar un caso defraude, se dictan un millon y medio de disposiciones preventivasé insultantes, que producen el efecto inmediato de despertar enel público las ganas de de eludir y burlar tales prevenciones:para hacer criminal á un pueblo no hay más que dudar desu virtud. Díctese una ley, no ya aquí, sino enEspaña y verá usted como se estudia el medio detrampearla, y es que los legisladores han olvidado el hecho de quecuanto más se esconde un objeto más se le desea ver.¿Por qué la picardía y la listura se considerangrandes cualidades en el pueblo español cuando no hay otro comoél tan noble, tan altivo y tan hidalgo? ¡Porque nuestroslegisladores, con la mejor intencion, han dudado de su nobleza, heridosu altivez y desafiado su hidalguía! ¿Quiere usted abriren España un camino en medio de rocas? Pues ponga allí uncartel imperioso prohibiendo el paso, y el pueblo, protestando contrala imposicion, dejará la carretera para trepar elpeñasco. El día que en España un legisladorprohiba la virtud é imponga el vicio, ¡al siguiente todosserán virtuosos!
El dominico hizo una pausa, y despues continuó:
—Pero, usted dirá que nos apartamos de la cuestion;vuelvo á ella... Lo que puedo decir para convencerle, es que losvicios de que ustedes adolecen, no se nos deben achacar ni ánosotros ni al gobierno; están en la imperfecta organizacion denuestra sociedad, qui multum probat, nihil probat, que se pierdepor exceso de precaucion, falta en lo necesario y sobra en losuperfluo.
—Si usted confiesa esos defectos en su sociedad, repusoIsagani, ¿por qué entonces meterse á arreglarsociedades agenas en vez de ocuparse antes de sí misma?
—Vamos alejándonos de nuestra cuestion, joven; lateoría de los hechos consumados debe aceptarse... [213]
—¡Sea! la acepto porque es un hecho y sigo preguntando:¿por qué, si su organizacion social es defectuosa, no lacambian ó al menos escuchan la voz de los que salenperjudicados?
—Todavía estamos lejos: hablábamos de lo quequieren los estudiantes de los frailes...
—Desde el instante en que los frailes se escondendetrás del gobierno, los estudiantes tienen que dirigirseá éste.
La observacion era justa; por allí no habíaescapatoria.
—Yo no soy el gobierno y no puedo responder de sus actos.¿Qué quieren los estudiantes que hagamos por ellos dentrode los límites en que estamos encerrados?
—No oponerse á la emancipacion de la enseñanza,sino favorecerla.
El dominico sacudió la cabeza.
—Sin decir mi propia opinion, eso es pedirnos el suicidio,dijo.
—Al contrario, es pedirles paso para no atropellarlos yaplastarlos.
—¡Hm! dijo el P. Fernandez parándose yquedándose pensativo. Empiezen ustedes por pedir algo que nocueste tanto, algo que cada uno de nosotros pueda conceder sinmenoscabo de su dignidad y privilegios, porque si podemos entendernosy vivir en paz,¿á qué los odios, á qué lasdesconfianzas?
—Descendemos entonces á detalles...
—Sí, porque si tocamos á los cimientos,echaremos abajo el edificio.
—Vayamos pues á los detalles, dejemos la esfera de losprincipios, repuso Isagani sonriendo; y sin decir tambien mi propiaopinion—y aquí acentuó el joven lafrase—los estudiantes cesarían en su actitud y sesuavizarían ciertas asperezas si los profesores supiesentratarlos mejor de lo que hasta ahora han hecho... Esto está ensus manos.
—¿Qué? preguntó el dominico;¿tienen los alumnos alguna queja de mi conducta?
—Padre, nos hemos convenido desde un principio en no hablar nide usted ni de mí. Hablamos en general: los estudiantes, tras deno sacar gran provecho de los años pasados en las clases, suelenmuchos dejar allí girones de su dignidad, si no toda. [214]
El P. Fernandez se mordió los labios.
—Nadie les obliga á estudiar; los campos noestán cultivados, observó secamente.
—Sí, que algo les obliga á estudiar,replicó en el mismo tono Isagani mirando cara á cara aldominico. Aparte del deber de cada uno de buscar su perfeccion, hay eldeseo inato en el hombre de cultivar su inteligencia, deseo aquímás poderoso cuanto más reprimido; y el que da su oro ysu vida al Estado, tiene derecho á exigirle que le dé laluz para ganar mejor su oro y conservar mejor su vida. Sí,Padre; hay algo que les obliga, y ese algo es el mismo gobierno, sonustedes mismos que se burlan sin compasion del indio no instruido y leniegan sus derechos, fundándose en que es ignorante.¡Ustedes le desnudan y luego se burlan de susvergüenzas!
El P. Fernandez no contestó; siguió paseándosepero febrilmente, como muy excitado.
—¡Usted dice que los campos no están cultivados!continuó Isagani en otro tono, despues de una breve pausa; noentremos ahora á analizar el por qué, porque nosiríamos lejos; pero, usted, P.
Fernandez, usted, profesor,usted, hombre de ciencia, usted quiere un pueblo de braceros,
¡delabradores! ¿Es para usted el labrador el estado perfectoá que puede llegar el hombre en su evolucion? ¿O es quequiere usted la ciencia para sí y el trabajo para losdemás?
—No, yo quiero la ciencia para el que se la merezca, para elque la sepa guardar, contestó; cuando los estudiantes denpruebas de amarla; cuando se vean jóvenes convencidos,jóvenes que sepan defender su dignidad y hacerla respetar,habrá ciencia, ¡habrá entonces profesoresconsiderados! ¡Si hay profesores que abusan es porque hay alumnosque condescienden!
—Cuando haya profesores, ¡habrá estudiantes!
—Empiezen ustedes por trasformarse, que son los que tienennecesidad de cambio, y nosotros seguiremos.
—Sí, dijo Isagani con risa amarga; ¡que empecemosporque por nuestro lado está la dificultad!
Bien sabe usted loque le espera al alumno que se pone delante de un profesor: ustedmismo, con todo su amor á la justicia, con todos sus buenossentimientos, ha estado conteniéndose á duras penascuando yo le decía amargas verdades, ¡usted mismo, P.Fernandez! [215]¿Qué bienes ha sacado el que entrenosotros quiso sembrar otras ideas? Y ¿qué males hanllovido sobre usted porque quiso ser bueno y cumplir con su deber?
—Señor Isagani, dijo el dominico, tendiéndole lamano; aunque parezca que de esta conversacion nada prácticoresulta, sin embargo algo se ha ganado; hablaré á mishermanos de lo que usted me ha dicho y espero que algo se podráhacer. Solo temo que no crean en su existencia de usted...
—Lo mismo me temo, repuso Isagani, estrechando la mano deldominico; me temo que mis amigos no crean en su existencia de usted,tal como hoy se me ha presentado.
Y el joven, dando por terminada la entrevista, sedespidió.
El P. Fernandez le abrió la puerta, le siguió con losojos hasta que le vió desaparecer al doblar el corredor. Estuvooyendo mucho tiempo el ruido de sus pasos, despues entró en sucelda y esperó que apareciera en la calle. Vióle, enefecto, oyó que decía á un compañero que lepreguntaba á donde iba:
—¡Al Gobierno Civil! ¡Voy á ver lospasquines y á reunirme con los otros!
El compañero, asustado, se quedó mirándole comoquien mira á uno que se suicida y se alejó corriendo.
—¡Pobre joven! murmuró el P. Fernandez, sintiendoque sus ojos se humedecían; ¡te envidio á losjesuitas que te han educado!
El P. Fernandez se equivocaba de medio en medio; los jesuitasrenegaban de Isagani y cuando á la tarde supieron quehabía sido preso, dijeron que les comprometía.
—¡Ese joven se pierde y nos va á hacerdaño! ¡Que se sepa que de aquí no ha aprendido esasideas!
Los jesuitas no mentían, no: esas ideas solo las daDios por medio de la Naturaleza. [216]
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XXVIII
Tatakut
Ben Zayb tuvo inspiracion de profeta al sostener días pasados en superiódico que la instruccion era funesta, funestísimapara las Islas Filipinas: ahora en vista de los acontecimientos deaquel viernes de las pasquinadas, cacareaba el escritor y cantaba sutriunfo, dejando tamañito y confuso á su adversario Horatius, que se había atrevido á ridiculizarle enla seccion de Pirotecnia de la manera siguiente:
* * *
De nuestro colega El Grito:«La instruccion es funesta, ¡funestísima para lasIslas Filipinas!»
Entendido.
Hace tiempo que El Grito cree representar al pueblo filipino; ergo... como diría Fray Ibañez, si supieselatin.
Pero Fray Ibañez se vuelve musulman cuando escribe, y sabemoscomo tratan los musulmanes á la instruccion.
Testiga, como decía un real predicador, ¡labiblioteca de Alejandría!
* * *
Ahora tenía él razon, él, ¡Ben Zayb!¡Si es el único que piensa en Filipinas, el únicoque prevé los acontecimientos!En efecto, la noticia de haberse encontrado pasquines subversivos enlas puertas de la Universidad, no solo quitó el apetito ámuchos y trastornó la digestion á otros, sino que tambienpuso intranquilos á los flemáticos chinos, que no seatrevieron á sentarse en sus tiendas con una pierna recogidacomo de costumbre, por temor de que les faltase tiempo de estenderlapara echarse á correr. A las once de la mañana, aunque elsol continuaba su curso y su Excelencia, el Capitan General, noaparecía al frente de sus cohortes victoriosas, sin embargo eldesasosiego había aumentado: los frailes que solíanfrecuentar el bazar de Quiroga, no aparecían y estesíntoma presagiaba terribles cataclismos. Si el sol hubieseamanecido cuadrado y los Cristos, vestidos de pantalones, Quiroga no sehabría alarmado tanto: habría tomado al sol por[217]un liampó y á las sagradasimágenes por jugadores de chapdiquí que se quedansin camisa; pero, ¡no venir los frailes cuando precisamenteacaban de llegarle novedades!
Por encargo de un provincial amigo suyo, Quiroga prohibió laentrada en sus casas de liampó y chapdiquíá todo indio que no fuese de antiguo conocido; el futuro consulde los chinos temía se apoderasen de las cantidades queallí los miserables perdían. Despues de disponer su bazarde manera que se pudiese cerrar rápidamente en un momentoapurado, se hizo acompañar de un guardia veterano para el cortocamino que separaba su casa de la de Simoun. Quiroga encontraba aquellaocasion la más propicia para emplear los fusiles y cartuchos quetenía en su almacen, de la manera como el joyero habíaindicado: era de esperar que en los días sucesivos se operasen requisasy entonces ¡cuántos presos, cuanta gente acoquinada nodaría todas sus economías! Era el juego de losantiguos carabineros de deslizar debajo de las casas tabacos y hojas decontrabando, simular despues una requisa ¡y obligar al infelizpropietario á sobornos ó multas!
¡Solo que el artese perfeccionaba y, desestancado el tabaco, se recurría ahoraá las armas prohibidas!
Pero Simoun no quería ver á nadie é hizo deciral chino Quiroga que dejase las cosas como estaban, con lo queéste se fué á ver á don Custodio parapreguntarle si debía ó no armar su bazar, pero donCustodio tampoco recibía: estaba á la sazon estudiando unproyecto de defensa en el caso de verse sitiado. Acordóse de BenZayb para pedirle noticias, mas, al encontrarle armado hasta losdientes y sirviéndose de dos revólvers cargados como depesa-papeles, Quiroga se despidió lo más pronto que pudoy se metió en su casa, acostándose so pretesto de que sesentía mal.
A las cuatro de la tarde ya no se hablaba de simples pasquinadas. Sesusurraban rumores de inteligencias entre los estudiantes y losremontados de San Mateo; se aseguraba que en una pansiteríajuraron sorprender la cindad; se habló de barcos alemanes, fuerade la bahía, para secundar el movimiento, de un grupo dejóvenes que, so capa de protesta y españolismo, se ibaná Malakañang para ponerse á las órdenes delGeneral, y que fueron presos por descubrirse que iban armados. LaProvidencia había salvado á su Excelencia, impidiendole[218]recibir á aquellos precoces criminales,por estar á la sazon conferenciando con los Provinciales, elVice Rector y el P. Irene, comisionado por el P. Salví. Mucho de verdadhabía en estos rumores si hemos de creer al P. Irene, queá la tarde se fué á visitar á Cpn. Tiago.Segun él, ciertas personas habían aconsejado á S.E. aprovechase la ocasion para inspirar el terror y dar para siempreuna buena leccion á los filibusterillos.
—Unos cuantos afusilados, había dicho uno, unas dosdocenas de reformistas, enviados al destierro inmediatamente y en mediodel silencio de la noche, ¡apagarían para siempre loshumos de los descontentos!
—No, replicaba otro que tenía buen corazon; basta conque las tropas recorran las calles, el batallon de caballeríapor ejemplo, con el sable desenvainado; basta arrastrar algunoscañones...
¡basta eso! El pueblo es muy tímido ytodos entrarán en sus casas.
—No, no, insinuaba otro; esta es la ocasion de deshacerse delenemigo; no basta que entren en sus casas, hay que hacerlos salir, comolos malos humores, por medio de sinapismos. Si no se deciden áarmar motines, hay que excitarlos por medio de agentes provocadores...Yo soy de opinion que las tropas esten sobre las armas y se aparenteabandono é indiferencia, para que se envalentonen y ácualquier disturbio, allá encima, ¡y energía!
—El fin justifica los medios, decía otro; nuestro fines nuestra santa Religion y la integridad de la Patria.Declárese el estado de sitio, y al más pequeñodisturbio, coger á todos los ricos é ilustradosy... ¡limpiar elpaís!
—Si no llego á tiempo para aconsejar la moderacion,añadía el P. Irene,dirigiéndose á Capitan Tiago, de seguro que la sangrecorría ahora por las calles. Yo pensaba en usted, capitan...
Elpartido de los violentos no pudo conseguir mucho del General, y echabande menos á Simoun... ¡Ah! si Simoun no llega áenfermarse...
Con la prision de Basilio y la requisa que se hizo despues entre suslibros y papeles, Capitan Tiago se había puesto ya bastantemalo. Ahora venía el P. Irene á aumentar su terror conhistorias espeluznantes. Apoderóse del infeliz un miedoindecible que se manifestó primero por ligero temblor, que se[219]fué acentuando rápidamente hastano dejarle hablar. Con los ojos abiertos, la frente sudorosa, secogió del brazo del P. Irene, trató de incorporarse, perono pudo y, lanzando dos ronquidos, cayó pesadamente sobre laalmohada. Capitan Tiago tenía los ojos abiertos y babeaba:esta