—Sí, se hará dentro de la semana que viene.
—¡La semana que viene! repitió el desconocidoretrocediendo: los arrabales no están preparados; esperan que elGeneral retire el decreto... ¡yo creía que se dejaba parala entrada de la cuaresma!
Simoun movió la cabeza.
—No tendremos necesidad de los arrabales, dijo: con la gentede Cabesang Tales, los excarabineros y un regimiento tenemos bastante.Más tarde, ¡acaso María Clara ya estémuerta!
¡Parta usted en seguida!
El hombre desapareció.
Plácido había asistido á esta corta entrevistay había oido todo; cuando creyó comprender algo se leerizaron los cabellos y miró á Simoun con ojosespantados. Simoun se sonreía.
—Le estraña á usted, dijo con su sonrisafría, ¿que ese indio tan mal vestido hable bien elespañol? Era un maestro de escuela que se empeñóen enseñar el español á los niños y noparó hasta que perdió su destino y fué deportadopor perturbador del orden público y por haber sido amigo deldesgraciado Ibarra. Le he sacado de la deportacion donde se dedicabaá podar cocoteros y le he hecho pirotécnico.
Volvieron á la calzada y á pié se dirigieronhácia Trozo. Delante de una casita de tabla, de aspecto alegre yaseado, había un español apoyado en una muleta, tomandola luz de la luna.
Simoun se dirigió á él; elespañol al verle procuró levantarse ahogando unquejido.
—¡Estése usted preparado! le dijo Simoun.
—¡Siempre lo estoy!
—¡Para la semana que viene!
—¿Ya?
—¡Al primer cañonazo!
Y se alejó seguido de Plácido que empezaba ápreguntarse si no soñaba.
—¿Le sorprende á usted, preguntóleSimoun, ver á un español tan joven y tan maltratado porlas enfermedades? Dos años hace era tan robusto como usted, perosus enemigos consiguieron enviarle á Balábak paratrabajar en una compañía disciplinaria yallí le tiene usted con un reumatismo y un paludismo[145]que le lleva á la tumba. El infeliz sehabía casado con una hermosísima mujer...
Y como un coche vacío pasase, Simoun lo paró y conPlácido se hizo conducir á su casa de la calle de laEscolta. En aquel momento daban los relojes de las iglesias las diez ymedia.
Dos horas despues, Plácido dejaba la casa del joyero, y gravey meditabundo seguía por la Escolta, ya casi desierta apesar delos cafés que aun continuaban bastante animados. Alguno que otrocoche pasaba rápido produciendo un ruido infernal sobre elgastado adoquinado.
Simoun desde un aposento de su casa que da al Pasig, dirigíala vista hácia la ciudad murada, que se divisaba altravés de las ventanas abiertas, con sus techos de hierrogalvanizado que la luna hacía brillar y sus torres que sedibujaban tristes, pesadas, melancólicas, en medio de la serenaatmósfera de la noche. Simoun se había quitado las gafasazules, sus cabellos blancos como un marco de plata rodeaban suenérgico semblante bronzeado, alumbrado vagamente por unalámpara, cuya luz amenazaba apagarse por falta depetróleo. Simoun, preocupado al parecer por un pensamiento, nose apercibía de que poco á poco la lámparaagonizaba y venía la oscuridad.
—Dentro de algunos días, murmuró, cuando por suscuatro costados arda esa ciudad maldita, albergue de la nulidadpresumida y de la impía esplotacion del ignorante y deldesgraciado; cuando el tumulto estalle en los arrabales y lance por lascalles aterradas mis turbas vengadoras, engendradas por la rapacidad ylos errores, entonces abriré los muros de tu prision, tearrancaré de las garras del fanatismo, y blanca paloma,¡serás el Fénix que renacerá de lascandentes cenizas...!
Una revolucion urdida por los hombres en laoscuridad me ha arrancado de tu lado; ¡otra revolucion metraerá á tus brazos, me resuscitará y esa luna,antes que llegue al apogeo de su esplendor, iluminará lasFilipinas, limpias de su repugnante basura!
Simoun se calló de repente como entrecortado. Una vozpreguntaba en el interior de su conciencia si él, Simoun, no eraparte tambien de la basura de la maldita ciudad, acaso el fermentomás deletéreo. Y como los muertos que han de resuscitaral son de la trompeta fatídica, mil fantasmas sangrientos,sombras desesperadas de hombres asesinados, mujeres deshonradas, [146]padres arrancados á sus familias, viciosestimulados y fomentados, virtudes escarnecidas, se levantaban ahora aleco de la misteriosa pregunta. Por primera vez en su carrera criminaldesde que en la Habana, por medio del vicio y del soborno, quisofabricarse un instrumento para ejecutar sus planes, un hombre sinfé, sin patriotismo y sin conciencia, por primera vez en aquellavida se rebelaba algo dentro de sí y protestaba contra susacciones. Simoun cerró los ojos, y se estuvo algun tiempoinmóvil; despues se pasó la mano por la frente, senegó á mirar en su conciencia y tuvo miedo. No, no quisoanalizarse, le faltaba valor para volver la vista hácia supasado... Faltarle el valor precisamente cuando el momento de obrar seacerca, faltarle la conviccion, ¡la fé en sí mismo!Y como los fantasmas de los infelices en cuya suerte habíaél influido, continuaban flotando delante de sus ojos como sisaliesen de la brillante superficie del río é invadiesenel aposento gritándole y tendiéndole las manos; como losreproches y los lamentos parecían que llenaban el aireoyéndose amenazas y acentos de venganza, apartó su vistade la ventana y acaso por primera vez empezó átemblar.
—No, yo debo estar enfermo, yo no debo sentirme bien,murmuró; muchos son los que me odian, los que me atribuyen sudesgracia, pero...
Y sintiendo que su frente ardía, levantóse y seacercó á la ventana para aspirar la fresca brisa de lanoche. A sus piés arrastraba el Pasig su corriente deplata, en cuya superficie brillaban perezosas las espumas, giraban,avanzaban y retrocedían siguiendo el curso de lospequeños torbellinos. La ciudad se levantaba á la otraorilla y sus negros muros aparecían fatídicos,misteriosos, perdiendo su mezquindad á la luz de la luna quetodo lo idealiza y embellece. Pero Simoun volvió áestremecerse; le pareció ver delante de sí el rostrosevero de su padre, muerto en la carcel pero muerto por hacer el bien,y el rostro de otro hombre más severo todavía, de unhombre que había dado su vida por él porque creíaque iba á procurar la regeneracion de su país.
—No, no puedo retroceder, exclamó enjugando el sudor desu frente; la obra está adelantada y su éxito me vaá justificar... Si me hubiese portado como vosotros,habría sucumbido... ¡Nada de idealismos, nada de falacesteorías! Fuego y acero al[147]cancer, castigo al vicio, ¡yrómpase despues si es malo el instrumento! No, yo he meditadobien, pero ahora tengo fiebre... mi razon vacila... es natural... si hehecho el mal es con el fin de hacer el bien y el fin salva losmedios... Lo que haré es no esponerme...
Y con el cerebro trastornado acostóse y trató deconciliar el sueño.
Plácido, á la mañana siguiente, escuchósumiso y con la sonrisa en los labios el sermon de su madre. Cuandoésta le habló de sus proyectos de interesar al procuradorde los agustinos, no protestó, ni se opuso, antes al contrario,se ofreció él mismo á hacerlo para evitarmolestias á su madre á quien suplicaba se volviese cuantoantes á la provincia, si pudiese ser, aquel mismo día.Cabesang Andang le preguntó por qué.
—Porque... porque si el procurador llega á saberque está usted aquí no lo hará sin que antes ustedle envié un regalo y algunas misas.
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XX
El Ponente
Cierto era lo que había dicho el P. Irene: la cuestion de laAcademia de castellano, tanto tiempo ha presentada, se encaminabaá una solucion. Don Custodio, el activo don Custodio, elmás activo de todos los ponentes del mundo segun Ben Zayb, seocupaba de ella y pasaba los días leyendo el espediente y sedormía sin haber podido decidir nada: se levantaba al siguiente,hacía lo mismo, volvía á dormirse y asísucesivamente. ¡Cuánto trabajaba el pobre señor, elmás activo de todos los ponentes del mundo! Quería salirdel paso dando gusto á todos, á los frailes, al altoempleado, á la condesa, al P. Irene y á sus principiosliberales. Había consultado con el señor Pasta y elseñor Pasta le dejó tonto y mareado despues deaconsejarle un millon de cosas contradictorias é imposibles;consultó con Pepay la bailarina, y Pepay la bailarina que nosabía de qué se trataba, hizo una pirueta, lepidió veinticinco pesos paraenterrar á una tía suya que acababa de morir de repentepor [148]quinta vez, ó por la quinta tíaque se le moría segun más latas explicaciones, no sinexigir que hiciese nombrar á un primo suyo que sabíaleer, escribir y tocar el violin, auxiliar de fomento, cosas todas queestaban muy lejos para inspirarle á D. Custodio una ideasalvadora.
Dos días despues de los acontecimientos de la feria deKiapò, estaba don Custodio trabajando como siempre, estudiandoel espediente sin encontrar la dichosa solucion. Pero mientras bosteza,tose, fuma y piensa en las piruetas y en las piernas de Pepay, vamosá decir algo sobre este elevado personaje para que se comprendala razon por qué el P. Sibyla le propuso para terminar tanespinoso asunto y por qué le aceptaron los del otro partido.
D. Custodio de Salazar y Sanchez de Monteredondo (a) Buena Tinta,pertenecía á esa clase de la sociedad manilense que no daun paso sin que los periódicos le cuelguen por delante y por detrás milapelativos llamándole infatigable, distinguido, celoso, activo, profundo, inteligente, conocedor, acaudalado, etc., etc., como sitemiesen se confundiese con otro del mismo nombre y apellidos, haragané ignorante. Por lo demás, mal ninguno resultaba de elloy la previa censura no se inquietaba. El Buena Tinta levenía de sus amistades con Ben Zayb, cuando éste, en lasdos ruidosísimas polémicas que sostuvo durante meses ysemanas en las columnas de los periódicos sobre si debíausarse sombrero hongo, de copa ó salakot, y sobre si el pluralde caracter debía ser carácteres y no caractéres, para robustecersus razones siempre se salía con
« cónstanos debuena tinta,» « lo sabemos de buena tinta,»etc., sabiéndose despues, porque en Manila se sabe todo, queesta buena tinta no era otro que D. Custodio de Salazar y Sanchez deMonteredondo.
Había llegado á Manila muy joven, con un buen empleoque le permitió casarse con una bella mestiza pertenecienteá una de las familias más acaudaladas de la ciudad. Comotenía talento natural, atrevimiento y mucho aplomo, supoutilizar bien la sociedad en que se encontraba y con el dinero de suesposa se dedicó á negocios, á contratas con elGobierno y el Ayuntamiento, por lo que le hicieron concejal, despuesalcalde, vocal de la Sociedad Económica de Amigos del Pais,consejero de Administracion, presidente de la Junta Administrativa deObras Pías, vocal de la Junta de laMisericordia, consiliario del [149]Banco EspañolFilipino, etc., etc., etc. Y no se crea queestos etcéteras se parecen á los que se ponen deordinario despues de una larga enumeracion de títulos: D.Custodio, con no haber visto nunca un tratado de Higiene, llegóá ser hasta vice presidente de la Junta de Sanidad de Manila,verdad es tambien que de los ocho que la componen solo uno teníaque ser médico y este uno no podía ser él.Asimismo fué vocal de la JuntaCentral de vacuna, compuesta de tres médicos y siete profanosentre estos el arzobispo y tres provinciales: fué hermano decofradías y archicofradíasy como hemos visto, vocal ponente de la Comision Superior deInstruccion Primaria que no suele funcionar, razones todas másque suficientes para que los periódicos le rodeen de adjetivosasí cuando viaja como cuando estornuda.
Apesar de tantos cargos, D. Custodio no era de los que sedormían en las sesiones contentándose, como los diputadostímidos y perezosos, con votar con la mayoría. Al revesde muchos reyes de Europa que llevan el título de rey deJerusalem, D. Custodio hacía valer su dignidad y sacaba de ellatodo el jugo que podía, fruncía mucho las cejas, ahuecabala voz, tosía las palabras y muchas veces hacía el gastode toda la sesion contando un cuento, presentando un proyecto ócombatiendo á un colega que se le había puesto entre cejay ceja. Apesar de no pasar de los cuarenta, hablaba entonces de obrarcon tiento, de dejar que se maduren las brevas, y añadía por lo bajo,¡melones!—de pensar mucho y andar con piés de plomo, de lanecesidad de conocer el pais, porque las condiciones del indio, porqueel prestigio del nombre español,porque primero eran españoles, porque la religion,etc., etc. Todavía se acuerdan enManila de un discurso suyo cuando por primera vez se propuso elalumbrado de petróleo para sustituir el antiguo de aceite decoco: en aquella inovacion, lejos de ver la muerte de la industria delaceite, solo columbró los intereses de ciertoconcejal—porque D. Custodio ve largo—y opúsose contodos los ecos de su cavidad bucal, encontrando el proyecto demasiadoprematuro y vaticinando grandes cataclismos sociales. No menoscélebre fué su oposicion á una serenatasentimental que algunos querían dar á cierto gobernadoren la víspera de su marcha: D. Custodio que estaba algoresentido por no recordamos qué desaires, supo insinuar laespecie de si el astro veniente era [150]enemigo mortal delsaliente, con lo que atemorizados los de la serenata, desistieron.
Un día, aconsejáronle volver á Españapara curarse de una enfermedad del hígado, y losperiódicos hablaron de él como de un Anteo que necesitabaponer el pié en la Madre Patria para recobrar nuevas fuerzas;mas el Anteo manileño se encontró en medio de la Corte,tamañito é insignificante. Allí él no eranadie y echaba de menos sus queridos adjetivos. No alternaba con lasprimeras fortunas, su carencia de instruccion no le daba muchaimportancia en los centros científicos y academias, y por suatraso y su política de convento, salía alelado de loscírculos, disgustado, contrariado, no sacando nada en claro sinoque allí se pegan sablazos y se juega fuerte. Echaba de menoslos sumisos criados de Manila que le sufrían todas las impertinencias,y entonces le parecían preferibles; como el invierno le pusieseentre un brasero y una pulmonía, suspiraba por el invierno deManila en que le bastaba una sencilla bufanda; en el verano le faltabala silla perezoza y el batà para abanicarle, en suma, enMadrid era él uno de tantos y, apesar de sus brillantes, letomaron una vez por un paleto que no sabe andar, y otra por un indiano, se burlaron de sus aprensiones y le tomaron el pelodescaradamente unos sablacistas por él desairados. Disgustado delos conservadores que no hacían gran caso de sus consejos, comode los gorristas que le chupaban los bolsillos, declaróse delpartido liberal volviéndose antes del año áFilipinas, si no curado del hígado, trastornado por completo ensus ideas.
Los once meses de vida de Corte, pasados entre políticos decafé, cesantes casi todos; los varios discursos pescadosaquí y allí, tal ó cual artículo deoposicion y toda aquella vida política que se absorbe en laatmósfera, desde la peluquería entre el tijeretazo y tijeretazo delFígaro que espone su programa hasta los banquetes donde sediluyen en periodos armoniosos y frases de efecto los distintos maticesde credos políticos, las divergencias, disidencias,descontentos, etc., todo aquello, á medida que se alejaba deEuropa renacía con potente sávia dentro de sí comosemilla sembrada, impedida de crecer por espeso follaje, y de talmanera que, cuando fondeó en Manila, se creyo que la ibaá regenerar y en efecto tenía los más santospropósitos y los más puros ideales.
A los primeros meses de su llegada, todo era hablar de la Corte, desus buenos amigos, de ministro Tal, ex-ministro Cual, disputado C,escritor B; no había suceso político, escándalocortesano del que no estuviese enterado en sus mínimos detalles,ni hombre público de cuya vida privada no conociese lossecretos, ni podía suceder nada que no hubiese previsto nidictarse una reforma sobre la que no le hubiesen pedido anticipadamentesu parecer y todo esto sazonado de ataques á los conservadores,con verdadera indignacion, de apologías del partido liberal, deun cuentecillo aquí, una frase allá de un grande hombre,intercalando como quien no quiere ofrecimientos y empleos querehusó por no deber nada á los conservadores. Tal era suardor en aquellos primeros días que varios de los contertuliosen el almacen de comestibles que visitaba de vez en cuando, seafiliaron al partido liberal y liberales se llamaron D. Eulogio Badana,sargento retirado de carabineros, el honrado Armendía piloto yfuribundo carlista, D.
Eusebio Picote, vista de aduanas y D. BonifacioTacon, zapatero y talabartero.
Sin embargo, los entusiasmos, faltos de aliciente y de lucha, fueronapagándose poco á poco. El no leía losperiódicos que le llegaban de España, porquevenían por paquetes y su vista le hacía bostezar; lasideas que había pescado, usadas todas, necesitaban refuerzo y noestaban allí sus oradores: y aunque en los casinos de Manila sejuega bastante y se dan bastantes sablazos como en los círculosde la Corte, no se permitía en aquellos sin embargo ningundiscurso para alimentar los ideales políticos. Pero D. Custodiono era perezoso, hacía algo más que querer, obraba, ypreviendo que iba á dejar sus huesos en Filipinas y juzgando queaquel pais era su propia esfera, dedicóle sus cuidados ycreyó liberalizarlo imaginando una serie de reformas y proyectosá cual más peregrinos. El fué quien habiendo oidoen Madrid hablar del pavimento de madera de las calles de Paris,entonces no adoptado todavía en España, propuso suaplicacion en Manila, estendiendo por las calles tablas, clavadas almodo como se ven en las casas; él fué quien lamentandolos accidentes de los vehículos de dos ruedas, para prevenirlosdiscurrió que les pusieran lo menos tres; él fuétambien quien, mientras actuaba de Vice Presidente de la Junta deSanidad, le dió por fumigarlo todo, hasta los telegramas quevenían de los puntos infestados; él fué tambienquien, compadeciendo por [152]una parte á lospresidiarios que trabajaban en medio del sol y queriendo por otraahorrar al gobierno de gastar en el equipo de los mismos, propusovestirlos con un simple taparrabo y hacerlos trabajar, en vez dedía, de noche. Se estrañaba, se ponía furioso deque sus proyectos encontrasen impugnadores, pero se consolaba conpensar que el hombre que vale enemigos tiene, y se vengaba atacando ydesechando cuantos proyectos buenos ó malos presentaban losdemás.
Como se picaba de liberal, al preguntarle qué pensaba de losindios solía responder, como quien hace un gran favor, que eranaptos para trabajos mecánicos y artes imitativas(él quería decir música, pintura yescultura), y añadía su vieja coletilla de que paraconocerlos hay que contar muchos, muchos años de pais. Sinembargo si oía que alguno sobresalía en algo que no seatrabajo mecánico ó arte imitativa, enquímica, medicina ó filosofía por ejemplo,decía: ¡Psh!
promeeete... ¡noes tonto! y estaba él seguro de que mucho de sangreespañola debía correr por las venas del tal indio,y si no lo podía encontrar apesar de toda su buena voluntad,buscaba entonces un orígen japonés: empezaba á lasazon la moda de atribuir á japoneses y áárabes, cuanto de bueno los filipinos podían tener.Para D. Custodio el kundiman, el balitaw, elkumingtang eran músicas árabes como el alfabeto delos antiguos filipinos y de ello estabaseguro aunque no conocía ni el árabe ni habíavisto aquel alfabeto.
—¡Arabe y del más puro árabe! decíaá Ben Zayb en tono que no admitía réplica; cuandomás, chino.
Y añadía con un guiño significativo:
—Nada puede ser, nada debe ser original de los indios,¿entiende usted? Yo les quiero mucho, pero nada se les debealabar pues cobran ánimos y se hacen unos desgraciados.
Otras veces decía:
—Yo amo con delirio á los indios, me he constituido ensu padre y defensor, pero es menester que cada cosa esté en sulugar. Unos han nacido para mandar y otros para servir; claroestá que esta verdad no se puede decir en voz alta, pero se lapractica sin muchas palabras. Y mire usted, el juego consiste enpequeñeces. Cuando usted quiera sujetar al pueblo,convénzale de que está sujeto; el primer día se vaá reir, el segundo va á protestar; el tercerodudará y el cuarto estará convencido. Para tener alfilipino docil, hay que repetirle día por día de que[153]lo es y convencerle de que es incapaz.¿De qué le serviría por lo demás creer enotra cosa si se hace desgraciado? Créame usted, es un acto decaridad mantener cada ser en la posicion en que está;allí está el orden, la armonía. En eso consiste la ciencia de gobernar.
Don Custodio refiriéndose á su política ya nose contentaba con la palabra arte. Y al decir gobernar estendía la mano bajándola á la altura de unhombre de rodillas, encorvado.
En cuanto á ideas religiosas preciábase de sercatólico, muy católico, ¡ah! la católicaEspaña, la tierra de María Santísima... un liberalpuede y debe ser católico donde los retrógrados se lasechan de dioses ó santos cuando menos, así como un mulatopasa por blanco en la Cafrería. Con todo, comía carnedurante la Cuaresma menos el Viernes santo, no se confesabajamás, no creía en milagros ni en la infalibilidad delPapa y cuando oía misa, se iba á la de diez óá la más corta, la misa de tropa. Aunque en Madridhabía hablado mal de las órdenes religiosas para nodesentonar del medio en que vivía, considerándolas comoanacronismos, echando pestes contra la Inquisicion y contando taló cual cuento verde ó chusco donde bailaban loshábitos ó, mejor, frailes sin hábitos, sin embargoal hablar de Filipinas que deben regirse por leyes especiales,tosía, lanzaba una mirada de inteligencia, volvíaá estender la mano á la altura misteriosa,
—Los frailes son necesarios, son un mal necesario,decía.
Y se enfurecía cuando algun indio se atrevía ádudar de los milagros ó no creía en el Papa. Todos lostormentos de la Inquisicion eran pocos para castigar semejanteosadía.
Si le objetaban que dominar ó vivir á costa de laignorancia tiene otro nombre algo mal sonante y lo castigan las leyescuando el culpable es uno solo, él se salía citando otrascolonias.
—Nosotros, decía con su voz de ceremonia,¡podemos hablar muy alto! No somos como los ingleses y holandesesque para mantener en la sumision á los pueblos se sirven dellátigo...
disponemos de otros medios más suaves,más seguros; el saludable influjo de los frailes es superior allátigo inglés...
Esta frase suya hizo fortuna y por mucho tiempo Ben Zayb la estuvoparafraseando y con él toda Manila, la Manila pensadora lacelebraba; la frase llegó hasta la Corte, se citó en elParlamento como de un liberal de larga residencia,etc., etc., etc., y los frailes,honrados con la comparacion y viendo afianzado [154]suprestigio, le enviaron arrobas de chocolate, regalo que devolvióel incorruptible don Custodio, cuya virtud inmediatamente Ben Zaybcomparó con la de Epaminondas. Y sin embargo, el Epaminondasmoderno se servía del bejuco en sus momentos de cólera,¡y lo aconsejaba!
Por aquellos días, los conventos, temerosos de quediese un dictamen favorable á la peticion de los estudiantes,repetían sus regalos y la tarde en que le vemos, estabamás apurado que nunca, pues su fama de activo secomprometía. Hacía más de quince días quetenía en su poder el espediente y aquella mañana el altoempleado, despues de alabar su celo, le había preguntado por sudictámen. Don Custodio respondió con misteriosa gravedaddando á entender que ya lo tenía terminado: el altoempleado se sonrió, y aquella sonrisa ahora le molestaba yperseguía.
Como decíamos, bostezaba y bostezaba. En uno de esosmovimientos, en el momento en que abría los ojos y cerraba laboca, se fijó en la larga fila de cartapacios rojos, colocadosórdenadamente en el magnífico estante de kamagon: aldorso de cada uno se leía en grandes letras: PROYECTOS.
Olvidóse por un momento de sus apuros y de las piruetas dePepay, para considerar ¡que todo lo que se contenía enaquellas gradas había salido de su fecunda cabeza en momentos deinspiracion!
¡Cuántas ideas originales, cuántospensamientos sublimes, cuantos medios salvadores de la miseriafilipina! ¡La inmortalidad y la gratitud del país lastenía él seguras!
Como un viejo pisaverde que descubre mohoso paquete deepístolas amatorias, levantóse don Custodio y seacercó al estante. El primer cartapacio, grueso, hinchado,pletórico, llevaba por título «PROYECTOS enproyecto.»
—¡No! murmuró; hay cosas excelentes, pero senecesitaría un año para releerlos.
El segundo, bastante voluminoso tambien, se titulaba«PROYECTOS en estudio.»—
¡No,tampoco!
Luego venían los «PROYECTOS enmaduracion...» «PROYECTOS
presentados...»«PROYECTOS rechazados...» «PROYECTOS aprobados...»
«PROYECTOS suspendidos...» Estos últimos cartapacioscontenían poca cosa, pero el último menos todavía,el de los «PROYECTOS en ejecucion.»
Don Custodio arrugó la nariz, ¿quétendrá? Ya se había olvidado [155]delo que podía haber dentro.
Una hoja de papel amarillento asomabapor entre las dos cubiertas, como si el cartapacio le sacase lalengua.
Sacólo del armario y lo abrió: era el famoso proyectode la Escuela de Artes y Oficios.
—¡Qué diantre! exclamó; pero si se hanencargado de ella los Padres Agustinos...
De repente se dió una palmada en la frente, arqueó lascejas, una espresion de triunfo se pintó en susemblante.
—¡Si tengo la solucion, c—! exclamólanzando una palabrota que no era el eureka pero que principiapor donde este termina; mi dictamen está hecho.
Y repitiendo cinco ó seis veces su peculiar eureka queazotaba el aire como alegres latigazos, radiante de júbilo sedirigió á su mesa y empezó á emborronarcuartillas.
[Índice]
XXI
Tipos manilenses
Aquella noche había gran funcion en el Teatro deVariedades.
La compañía de opereta francesa de Mr. Jouy daba suprimera funcion, Les Cloches de Corneville, é ibaá exhibir á los ojos del público su selecta troupe cuya fama venían hace días pregonando losperiódicos. Decíase que entre las actrices lashabía de hermosísima voz, pero de figura máshermosa todavía y si se ha de dar crédito ámurmuraciones, su amabilidad estaba por encima aun de la voz y lafigura.
A las siete y media de la noche ya no había billetes ni parael mismo P. Salví moribundo, y los de la entrada generalformaban larguísima cola. En la taquilla hubo alborotos, peleas,se habló de filibusterismo y de razas, pero no por eso seconsiguieron billetes. A las ocho menos cuarto se ofrecíanprecios fabulosos por un asiento de anfiteatro. El aspecto del edificioprofusamente iluminado, con plantas y flores en todas las puertas,volvía locos á los que llegaban tarde, que sedeshacían en exclamaciones y manotadas. Una numerosa muchedumbrehervía en los alrededores [156]mirando envidiosa álos que entraban, á los que llegaban temprano temerosos deperder sus asientos: risas, murmullos, espectacion saludaban álos recien venidos, que desconsolados, se reunían con loscuriosos y, ya que no podían entrar, se contentaban con verá los que entraban.
Había sin embargo uno que parecía estrañoá tanto afan, á tanta curiosidad. Era un hombre alto,delgado, que andaba lentamente arrastrando una pierna rígida.Vestía una miserable americana color decafé y un pantalon á cuadros, sucio, que modelaba susmiembros huesudos y delgados. Un sombrero hongo, artísticoá fuerza de estar roto, le cubría la enorme cabezadejando escapar unos cabellos de un gris sucio, casi rubio, largos,ensortijados en sus estremos como melenas de poeta. Lo másnotable en aquel hombre no era ni su traje, ni su cara europea sinbarba ni bigote, sino el color rojo subido de ella, color que le havalido el apodo de Camaroncocido bajo el cual se leconocía. Era un tipo raro: perteneciente á unadistinguida familia, vivía como un vagabundo, un mendigo; deraza española, se burlaba del prestigio que azotaba indiferentecon sus harapos; pasaba por ser una especie de repórter yá la verdad sus ojos grises tanto saltones, tanto fríos ymeditabundos, aparecían allí donde acontecía algopublicable. Su manera de vivir era un misterio para muchos, nadiesabía donde comía ni donde dormía: acaso tuvieraun tonel en alguna parte.
Camaroncocido no tenía en aquel momento la espresion duraé indiferente de costumbre: algo como una alegre compasion sereflejaba en su mirada. Un hombrecillo, un vejete diminuto leabordó alegremente.