El Filibusterismo by Dr. José Rizal - HTML preview

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Sandoval que se las daba de saber francés, se habíaconvertido en una especie de intérprete para sus amigos.Sabía tanto como Tadeo pero se ayudaba del argumento publicadopor los periódicos y lo demás se lo suplía sufantasía.

—Sí, dijo, van á bailar el cancan y ella lo vaá dirigir.

Makaraig y Pecson se pusieron atentos sonriéndose deantemano. Isagani miró á otra parte, avergonzado de quePaulita asistiese á semejante espectáculo y pensaba quedebía desafiarle á Juanito Pelaez al díasiguiente.

Pero nuestros jóvenes esperaron en vano. Vino la Serpolette,una deliciosa muchacha con su gorro de algodon igualmente, provocadoray belicosa;

Hein! qui parle de Serpolette?

pregunta á las chismosas, con los brazos en jarras y airebatallador. Un caballero aplaudió y despues siguieron todos losde las butacas. Serpolette, sin dejar su actitud de buena moza,miró al que primero la aplaudió y le pagó con unasonrisa enseñando unos diminutos dientes que parecíancollarcito de perlas en un estuche de terciopelo rojo. Tadeosiguió la mirada y vió á un caballero, con unosbigotes postizos y una nariz muy larga.

—¡Voto al chápiro! dijo, ¡Irenillo!

—Sí, contestó Sandoval, le he visto dentrohablando con las actrices.

En efecto, el P. Irene que era un melómano de primer orden[170]y conocía muy bien el francés,fué enviado por el P. Salví al teatro como una especie depolicía secreta religiosa, así al menos lo decíaél á las personas que le reconocían. Y como buencrítico que no se contenta con ver las piezas de lejos, quisoexaminar de cerca á las artistas, confundióse en el grupode los admiradores y elegantes, se introdujo en el vestuario donde secuchicheaba y se hablaba un francés de necesidad, unfrancés de tienda, idioma que esmuy comprensible para la vendedora cuando el parroquiano parecedispuesto á pagar bien.

La Serpolette estaba rodeada de dos gallardos oficiales, de unmarino y un abogado, cuando le divisó rondando y metiendo entodas partes y rendijas la punta de su larga nariz como si sondease conella los misterios de la escena.

La Serpolette suspendió su charla, frunció las cejas,las levantó, abrió los labios y con la vivacidad de unaparisienne dejó á sus admiradores y se lanzó comoun torpedo contra nuestro crítico.

—Tiens, tiens, Toutou! mon lapin! exclamócogiéndole del brazo al P. Irene y sacudiéndolealegremente mientras hacía vibrar el aire de notasargentinas.

—Chut, chut! dijo el P. Irene procurando esconderse.

—Mais, comment! toi ici, grosse bête! Et moi quit’croyais

—’Fais pas d’tapage, Lily! il fautm’respecter! ’suis ici l’Pape!

A duras penas pudo el P. Irene hacerla entrar en razon. La alegreLily estaba enchantée de encontrar en Manila á unantiguo amigo que le recordaba las coulisses del teatro de laGrande Opéra. Y así fué como el P. Irene,cumpliendo á la vez con sus deberes de amistad y decrítico, iniciaba un aplauso para animarla: la Serpolette lomerecía.

Entre tanto nuestros jóvenes esperaban el cancan, Pecson sevolvía todo ojos; todo menos cancan había. Hubo unmomento en que si no llega gente de curia, se iban á pegar lasmujeres, y arrancarse los moños, azuzadas por los pícarospaisanos que esperaban, como nuestros estudiantes, ver algo másque un cancan.

Scit, scit, scit, scit, scit, scit,

Disputez-vous, battez-vous,

Scit, scit, scit, scit, scit, scit

Nous allons compter les coups.

[171]

La música cesó, se fueron los hombres, volvieron pocoá poco las mujeres y empezó entre ellas un diálogodel que nada comprendieron nuestros amigos. Estaban hablando mal de unaausente.

—¡Parecen los macanistas de la pansitería!observó Pecson en voz baja.

—¿Y el cancan? preguntó Makaraig.

—¡Están discutiendo el sitio másápropósito para bailarlo! repuso gravemente Sandoval.

—¡Parecen los macanistas de la pansitería!repitió Pecson disgustado.

Una señora, acompañada de su marido, entraba en aquelmomento y ocupaba uno de los dos palcos vacíos. Tenía elaire de una reina y miraba con desden á toda la sala como sidijese: «¡He llegado más tarde que todas vosotras,monton de cursis y provincianas, he llegado más tarde quevosotras!» En efecto personas hay que van á los teatroscomo los burros en una carrera: gana el que llega el último.Hombres muy sensatos conocemos que primero subían alpatíbulo que entraban en el teatro antes del primer acto. Peroel gozo de la dama fué de corta duracion; había visto elotro palco que continuaba vacío; frunció las cejas, y sepuso á reñir á su cara mitad armando talescándalo que muchos se impacientaron.

—¡Sst! ¡sst!

—¡Los estúpidos! ¡como si entendieran elfrancés! dijo la dama mirando con soberano desprecio átodas partes y fijándose en el palco de Juanito de dondecreyó oir partir un imprudente sst.

Juanito en efecto era culpable; desde el principio se las echaba deentender todo y se daba aires, sonriendo, riendo y aplaudiendo átiempo como si nada de lo que decían se le escapase. Y eso que no seguiaba de la mímica de los artistas porque miraba apenashácia la escena. El truhan decíamuy intencionadamente á Paulita, que, habiendo mujeresmuchísimo más hermosas, no quería cansarse mirandoá lo lejos... Paulita se ruborecía, se cubría lacara con el abanico y miraba de hurtadillas hacía donde estabaIsagani, que sin reirse ni aplaudir presenciaba distraido elespectáculo.

Paulita sintió despecho y celos; ¿se enamoraríaIsagani de aquellas provocadoras actrices? Este pensamiento la puso de[172]mal humor y apenas oyó las alabanzas quedoña Victorina prodigaba á su favorito.

Juanito desempeñaba bien su papel: á vecesmovía la cabeza en señal de disgusto y entonces seoían toses, murmullos en algunas partes;á veces sonreía, aprobaba y un segundo despues resonabanaplausos. Doña Victorina estaba encantada y hastaconcibió vagos deseos de casarse con el joven el día quedon Tiburcio se muriera. ¡Juanito sabía francés yde Espadaña no! ¡Y

empezó á hacerlezalamerías! Pero Juanito no se apercibía del cambio detáctica, atento como estaba en observar á un comerciantecatalan que estaba junto al consul suizo: Juanito que los habíavisto hablando en francés, se inspiraba en sus fisonomíasy daba soberanamente el pego.

Vinieron escenas sobre escenas, personajes sobre personajes,cómicos y ridículos como el bailli y Grenicheux, nobles ysimpáticos como el marqués y Germaine; el públicose rió mucho del bofeton de Gaspard, destinado para el cobardeGrenicheux y recibido por el grave bailli, de la peluca de ésteque vuela por los aires, del desorden y alboroto cuando cae eltelon.

—¿Y el cancan? pregunta Tadeo.

Pero el telon se levanta inmediatamente y la escena representa elmercado de criados, con tres postes cubiertos de banderolas y llevandolos anuncios de servantes, cochers y domestiques.Juanito aprovecha la ocasion y, en voz bastante alta para que le oigaPaulita y esté convencida de su saber, se dirige ádoña Victorina.

Servantes significa sirvientes, domestiques domésticos...

—¿Y en qué se diferencian los servantes de los domestiques? pregunta Paulita.

Juanito no se queda corto.

Domestiques, los que están domesticados:¿no ha observado usted como algunos tenían aire desalvajes? Esos son los servantes.

—¡Es verdad! añade doña Victorina; algunostenían muy malas maneras... y yo que creía que en Europatodos eran finos y... pero, como pasa en Francia... ¡ya loveo!

—¡Sst, sst!

Pero el apuro de Juanito cuando, llegada la hora del mercado yabierta la barrera, los criados que se alquilaban se colocaban[173]al lado de los respectivos anuncios queseñalaban su clase. Los criados, unos diez ó doce tiposrudos, vestidos de librea y llevando una ramita en la mano, se situabandebajo del anuncio domestiques.

—¡Esos son los domésticos! dice Juanito.

—A la verdad que tienen aire de recien domesticados, observadoña Victorina; ¡vamos á ver á los mediosalvajes!

Despues, la docena de muchachas, á su cabeza la alegre y vivaSerpolette, ataviadas con sus mejores trajes, llevando cada una un granramillete de flores á la cintura, risueñas, sonrientes,frescas, apetitosas, se colocan con gran desesperacion de Juanito juntoal poste de las servantes.

—¿Cómo? preguntó cándidamentePaulita; ¿son esas las salvajes que usted dice?

—No, contesta Juanito imperturbable; se han equivocado... sehan cambiado... Esos que vienen detrás.

—¿Esos que vienen con un látigo?

Juanito hace señas de que sí, con la cabeza, muyinquieto y apurado.

—¿De modo que esas mozas son los cochers?

A Juanito le ataca un golpe de tos tan violenta que provoca laimpaciencia de algunos espectadores.

—¡Fuera ese! ¡fuera el tísico! grita unavoz.

¿Tísico? ¿Llamarle tísico delante de laPaulita? Juanito quiere ver al deslenguado y hacerle tragar latísis. Y viendo que las mujeres se interponían, seenvalentonó más y le crecieron los ánimos.

Porfortuna era don Custodio el que había hecho eldiagnóstico y temiendo llamar la atencion se hacía eldesentendido escribiendo al parecer la crítica de la pieza.

—¡Si no fuera porque voy con ustedes! dice Juanitohaciendo girar los ojos como los de ciertos muñecos que mueve elpéndulo da un reloj. Y para ser más parecido, sacaba detiempo en tiempo la lengua.

Aquella noche se conquistó á los ojos de doñaVictorina la fama de valiente y pundonoroso y ella decidiódentro de su tórax casarse con él tan pronto se muera donTiburcio.

Paulita se ponía más triste cada vez, pensando en comounas muchachas que se llaman cochers podían ocupar laatencion de Isagani. Cochers le recordaba ciertas denominacionesque las colegialas usan entre sí para explicar una especie deafectos. [174]

Al fin termina el primer acto y el marqués se lleva comocriadas á Serpolette y á Germaine, el tipo de la bellezatímida de la troupe y por cochero al estúpidoGrenicheux. Una salva de aplausos los hace reaparacer cogidos de lamano los que hace cinco segundos se perseguían y se ibaná pegar, saludando aquí y allá al galantepúblico manileño y cambiando ellas miradas inteligentescon varios espectadores.

Mientras reina el pasagero tumulto, causado por los que seatropellan para ir al vestuario y felicitar á las actrices, porlos que van á saludar á las señoras en los palcos,algunos emiten su juicio sobre la pieza y los artistas.

—Indudablemente, la Serpolette es la que más vale, diceuno dándose aires de inteligente.

—Prefiero la Germaine, es una rubia ideal.

—¡Si no tiene voz!

—¿Y qué me hago con la voz?

—¡Pues, como formas, la alta!

—¡Psh! dice Ben Zayb, ninguna vale un comino, ninguna esartista.

Ben Zayb es el crítico de « El Grito de laIntegridad» y su aire desdeñoso le da muchaimportancia á los ojos de los que se contentan con tan poco.

—¡Ni la Serpolette tiene voz, ni la Germaine tienegracia, ni eso es música ni es arte ni es nada!

termina conmarcado desden.

Para echárselas de gran crítico no hay como mostrarsedescontento de todo. La empresa no había mandado más quedos asientos á la Redaccion.

En los palcos se preguntaba quién sería eldueño del palco vacío. Aquel ganaba en chicá todos pues llegaría el último.

Sin saberse de dónde vino la especie, díjose que erade Simoun. El rumor se confirmó. Nadie había visto aljoyero en las butacas, ni en el vestuario, ni en ninguna parte.

—¡Y sin embargo le he visto esta tarde con Mr. Jouy!dijo uno.

—Y ha regalado un collar á una de las actrices...

—¿A cual de ellas? preguntan algunas curiosas.

—A la mejor de todas, ¡la que seguía con la vistasu Excelencia!

Miradas de inteligencia, guiños exclamaciones de duda, deafirmacion, frases entrecortadas. [175]

—¡Se las está echando de Monte-Cristo!observó una que se preciaba de literata.

—¡O de proveedor de la Real Casa! añadiósu adorador, celoso ya de Simoun.

En el palco de nuestros estudiantes se habían quedado Pecson,Sandoval é Isagani. Tadeo se había ido para distraerá don Custodio dándole conversacion y hablándolede sus proyectos favoritos mientras Makaraig se entrevistaba con laPepay.

—Nada, como le decía á usted, amigo Isagani,peroraba Sandoval haciendo grandes gestos y sacando una voz armoniosapara que las vecinas del palco, las hijas del rico que debíaá Tadeo, le oyesen; nada, la lengua francesa no tiene la ricasonoridad ni la varia y elegante cadencia del idioma castellano. Yo noconcibo, yo no me imagino, yo no puedo formarme una idea de losoradores franceses y dudo que los haya habido jamás y los puedahaber en el verdadero sentido de la palabra, en el estricto sentido delconcepto oradores. Porque no confundamos la palabra orador con lapalabra hablador ó charlatan. Habladores ó charlataneslos puede haber en todos los paises, en todas las regiones del mundohabitado, en medio de los fríos y secos ingleses así como entre losvivos é impresionables franceses...

Y seguía una hermosísima revista de los pueblos consus poéticos caracteres y epítetos más sonoros.Isagani asentía con la cabeza mientras pensabaen Paulita á quien había sorprendido mirándole,una mirada que hablaba y quería decir muchas cosas. Isaganiquería decifrar lo que espresaban aquellos ojos; ¡estossí que eran elocuentes y nada charlatanes!

—Y usted que es poeta, esclavo de la rima y del metro, hijo delas Musas, continuaba Sandoval haciendo un elegantísimo gestocon la mano como si saludase en el horizonte á las nuevehermanas, ¿comprende usted, puede usted figurarse cómocon un idioma tan ingrato y poco cadencioso como es el francésse puedan formar poetas de la talla gigantesca de nuestros Garcilasos,nuestros Herreras, nuestros Esproncedas y Calderones?

—Sin embargo, observa Pecson, Victor Hugo...

—Victor Hugo, amigo Pecson, Victor Hugo si es poeta es porquelo debe á España... porque es cosa averiguada, es cosa[176]fuera de toda duda, cosa admitida aun por losmismos franceses que tanta envidia tienen de España, que siVictor Hugo tiene genio, si es poeta, es porque su niñez la hapasado en Madrid, allí ha bebido las primeras impresiones,allí se ha formado su cerebro, allí se ha coloreado suimaginacion, su corazon se ha modelado y han nacido las másbellas concepciones de su mente. Y despues de todo ¿quiénes Victor Hugo? ¿Es comparable acaso con nuestrosmodernos...?

Pero la llegada de Makaraig con aire abatido y una sonrisa amarga enlos labios cortó la peroracion del orador. Makaraig teníaen las manos un papel que entregó á Sandoval sin deciruna palabra.

Sandoval leyó:

«Pichona: Tu carta ha llegado tarde; he presentado ya midictamen y ha sido aprobado. Sin embargo, como si hubiese adivinado tupensamiento, he resuelto el asunto segun el deseo de tusprotegidos.

Me iré al teatro y te esperaré á la salida.

Tu tierno palomillo,

CUSTODINING.»

—¡Qué bueno es el hombre! exclamó Tadeoenternecido.

—¿Y bien? dijo Sandoval, no veo nada malo, ¡todolo contrario!

—Sí, contestó Makaraig con su sonrisa amarga;¡resuelto favorablemente! ¡Acabo de verme con el P.Irene!

—¿Y qué dice el P. Irene? preguntóPecson.

—Lo mismo que don Custodio, ¡y el pillo todavíase atrevió á felicitarme! La comision que ha hecho suyoel dictamen del ponente, aprueba el pensamiento y felicita á losestudiantes por su patriotismo y deseo de aprender...

—¿Entonces?

—Solo que, considerando nuestras ocupaciones, y á fin,dice, de que no se malogre la idea, entiende que debe encargarse de ladireccion y ejecucion del pensamiento una de las corporacionesreligiosas, ¡en el caso de que los dominicos no quieranincorporar la academia á la Universidad! [177]

Exclamaciones de desengaño saludaron estas palabras: Isaganise levantó, pero no dijo nada.

—Y para que se vea que participamos en la direccion de laacademia, continuó Makaraig, se nos comete la cobranza de lascontribuciones y cuotas, con la obligacion de entregarlas despues altesorero que designará la corporacion encargada, el cualtesorero nos librará recibos...

—¡Cabezas de barangay entonces! observóTadeo.

—Sandoval, dijo Pecson, allí está el guante,¡á recogerlo!

—¡Puf! ese no es ningun guante, pero por el olor pareceun calcetin.

—Y lo más gracioso, continuó Makaraig, es que elP. Irene nos recomienda celebremos el hecho con un banquete óuna serenata con antorchas, ¡una manifestacion de los estudiantesen masa dando gracias á todas las personas que en el asunto hanintervenido!

—Sí, despues del palo, ¡que cantemos y demosgracias! ¡Super flumina Babylonis sedimus!

—¡Sí, un banquete como el de los presos! dijoTadeo.

—Un banquete en que estemos todos de luto y pronunciemosdiscursos fúnebres, añadió Sandoval.

—Una serenata con la Marsellesa y marchasfúnebres, propuso Isagani.

—No, señores, dijo Pecson con su risa de calavera: paracelebrar el hecho no hay como un banquete en una pansitería servido por chinos sin camisa, ¡pero sincamisa!

La idea por lo sarcástica y grotesca fué aceptada;Sandoval fué el primero en aplaudirla; hacía tiempoquería ver el interior de esos establecimientos que de nocheparecen tan alegres y animados.

Y precisamente en el momento en que la orquesta tocaba para empezarel segundo acto, nuestros jóvenes se levantaron abandonando elteatro con escándalo de toda la sala. [178]

[Índice]

XXIII

Un cadaver

Simoun en efecto no había ido al teatro.

Desde las siete de la noche había salido de casa, agitado ysombrío; sus criados le vieron entrar dos vecesacompañado de diferentes individuos; á las ocho Makaraigle encontró rondando por la calle del Hospital, cerca delconvento de Sta. Clara, á la sazon que doblaban las campanas dela iglesia; á las nueve Camaroncocido le vió otra vez enlos alrededores del teatro hablando con uno que parecíaestudiante, franquear la puerta y volver á salir y desapareceren las sombras de los árboles.

—¿Y á mi qué? volvió ádecir Camaroncocido; ¿qué saco con prevenir alpueblo?

Basilio, como decía Makaraig, tampoco había asistidoá la funcion. El pobre estudiante, desde que volvió deSan Diego para rescatar de la servidumbre á Julî, suprometida, había vuelto á sus libros, pasando el tiempoen el hospital, estudiando ó cuidando á Capitan Tiago,cuya enfermedad trataba de combatir.

El enfermo se había vuelto de un caracter insoportable; ensus malos ratos, cuando se sentía abatido por falta de dosis deopio que Basilio procuraba moderar, le acusaba, le maltrataba, leinjuriaba; Basilio sufría resignado con la conciencia de quehacía el bien á quien tanto debía, y solo enúltimo estremo cedía; satisfecha la pasion, el monstruodel vicio, Capitan Tiago se ponía de buen humor, seenternecía, le llamaba su hijo, lloriqueaba recordando losservicios del joven, lo bien que administraba sus fincas y hablaba dehacerle su heredero; Basilio sonreía amargamente y pensaba queen esta vida la complacencia con el vicio se premia mejor que elcumplimiento del deber. No pocas veces se le ocurrió dar cursolibre á la enfermedad y conducir á su bienhechor ála tumba [179]por un sendero de flores éimágenes risueñas, mejor que alargar su vida por uncamino de privaciones.

—¡Tonto de mí! se decía muchas veces; elvulgo es necio y pues lo paga...

Pero sacudía la cabeza pensando en Julî, en el estensoporvenir que tenía delante: contaba con vivir sin manchar suconciencia. Seguía el tratamiento prescrito y vigilaba.

Con todo, el enfermo iba cada día, con ligerasintermitencias, peor. Basilio que se había propuesto reducirpaulatinamente la dosis ó al menos no dejarle abusar fumandomás de lo acostumbrado, le encontraba, al volver del hospitaló de alguna visita, durmiendo el pesado sueño del opio,babeando y pálido como un cadáver. El joven no sepodía explicar de dónde le podía venir la droga;los únicos que frecuentaban la casa eran Simoun y el P. Irene,aquel venía raras veces, y éste no cesaba de recomendarlefuese severo é inexorable en el régimen y no hiciese casode los arrebatos del enfermo, pues lo principal era salvarle.

—Cumpla usted con su deber, joven, le decía, cumplausted con su deber.

Y le hacía un sermoncito sobre este tema, con tantaconviccion y entusiasmo que Basilio llegaba á sentirsimpatías por el predicador. El P. Irene prometía ademasprocurarle un buen destino, una buena provincia, y hasta le hizoentrever la posibilidad de hacerle nombrar catedrático.

Basilio,sin dejarse llevar de las ilusiones, hacía de creer ycumplía con lo que le decía la conciencia.

En aquella noche, mientras representaban Les Cloches deCorneville, Basilio estudiaba delante de una vieja mesa, ála luz de una lámpara de aceite, cuya pantalla de cristal opacosumía en media claridad su melancólico semblante. Unavieja calavera, algunos huesos humanos, y unos cuantos volúmenescuidadosamente ordenados se veían cubriendo la mesa, dondehabía ademas una palangana de agua con una esponja. Un olorá opio que se escapaba del vecino aposento, hacía pesadala atmósfera y le daba sueño, pero el joven seresistía mojándose de tiempo en tiempo las sienes y losojos, dispuesto á no dormir hasta concluir con el volumen. Eraun tomo de la Medicina Legal y Toxicología del Dr. Mata,obra que le habían prestado y debía devolver aldueño cuanto antes. El catedrático no queríaesplicar [180]menos que por aquel autor y Basilio notenía dinero bastante para comprarse la obra, pues, con elpretesto de que estaba prohibida por la censura de Manila yhabía que sobornar á muchos empleados para introducirla,los libreros pedían elevados precios. Tan absorto estaba eljoven en sus estudios que ni siquiera se había ocupado de unosfolletos que le enviaron de fuera, sin saber de donde, folletos que seocupaban de Filipinas, entre los cuales figuraban los que másllamaban la atencion en aquella época por la manera duraé insultante con que trataban á los hijos delpaís. Basilio no tenía tiempo suficiente para abrirlos,acaso le detuviera tambien el pensamiento de que no es nada agradablerecibir un insulto ó una provocacion y no tener medios dedefenderse ó contestar. La censura, en efecto, permitíalos insultos á los filipinos pero les prohibía áestos la réplica.

En medio del silencio que reinaba en la casa, turbado solo poralguno que otro debil ronquido que partía del vecino aposento,Basilio oyó pasos ligeros en las escaleras, pasos que cruzarondespues la caida dirigiéndose á donde él estaba.Levantó la cabeza, vió abrirse la puerta y con gransorpresa suya, aparecer la figura sombría del joyero Simoun.

Desde la escena de San Diego Simoun no había vuelto áver ni al joven ni á Capitan Tiago.

—¿Cómo está el enfermo? preguntóechando una rápida ojeada por el cuarto y fijándose enlos folletos que mencionamos cuyas hojas aun no estaban cortadas.

—Los latidos del corazon, imperceptibles... pulso muy debil...apetito, perdido por completo, repuso Basilio con sonrisa triste y envoz baja; suda profusamente á la madrugada...

Y viendo que Simoun, por la direccion de la cara, se fijaba en losdichos folletos y temiendo volviese á reanudar el asunto de quehablaron en el bosque, continuó:

—El organismo está saturado de veneno; de un díaá otro puede morir como herido del rayo... la causa máspequeña, un nada, una excitacion le puede matar...

—¡Como Filipinas! observó lúgubrementeSimoun.

Basilio no pudo reprimir un gesto y, decidido á no resuscitarel asunto, prosiguió como si nada hubiese oido:

—Lo que más le debilita son las pesadillas, susterrores... [181]

—¡Como el gobierno! volvió á observarSimoun.

—Hace unas noches se despertó sin luz y creyóque se había vuelto ciego; estuvo alborotando,lamentándose é insultándome, diciendo que lehabía sacado los ojos... Cuando entré con una luz metomó por el P. Irene y me llamó su salvador...

—¡Como el gobierno, exactamente!

—Anoche, prosiguió Basilio haciéndose el sordo,se levantó pidiendo su gallo, su gallo muerto hace tresaños, y tuve que presentarle una gallina, y entonces mecolmó de bendiciones y me prometió muchos miles...

En aquel momento en un reloj dieron tas diez y media.

Simoun se estremeció é interrumpió con un gestoal joven.

—Basilio, dijo en voz baja, escúcheme ustedatentamente, que los momentos son preciosos. Veo que usted no haabierto los libros que le he enviado; usted no se interesa por supais...

El joven quiso protestar.

—¡Es inútil! continuó Simoun secamente.Dentro de una hora la revolucion va á estallar á unaseñal mía, y mañana no habrá estudios, nohabrá Universidad, no habrá más que combates ymatanzas. Yo lo tengo todo dispuesto y mi éxito estáasegurado. Cuando nosotros triunfemos, todos aquellos que pudiendoservirnos no lo han hecho, serán tratados como enemigos.Basilio,

¡vengo á proponerle su muerte ó suporvenir!

—¡Mi muerte ó mi porvenir! repitió como sino comprendiese nada.

—Con el gobierno ó con nosotros, repuso Simoun; con susopresores ó con su pais. ¡Decídase usted que eltiempo urge! ¡Vengo á salvarle en vista de los recuerdosque nos ligan!

—¡Con los opresores ó con mi país!repetía en voz baja.

El joven estaba atontado; miraba al joyero con ojos donde se pintabael terror, sintió que sus estremidades se enfriaban y milconfusas ideas cruzaban por su mente; veía las callesensangrentadas, oía el tiroteo, se encontraba entre muertos yheridos y ¡singular fuerza de la aficion! se veía ásí mismo con su blusa de operador cortando piernas y estrayendobalas.

—Tengo en mis manos la voluntad del gobierno, continuóSimoun; he empeñado y gastado sus pocas fuerzas y recursos entontas espediciones, deslumbrándole con las ganancias quepodía sisar; sus cabezas están ahora en el teatrotranquilas y [182]distraidas pensando en una noche de placeres,pero ninguna volverá á reposar sobre la almohada... Tengoregimientos y hombres á mi disposicion, á unos les hehecho creer que la revolucion la ordena el General, á otros quela hacen los frailes; á algunos les he comprado con promesas,con empleos, con dinero; muchos, muchísimos obran por venganza,porque están oprimidos y porque se ven en el caso de moriró matar... ¡Cabesang Tales está abajo y me haacompañado hasta aquí! Vuelvo á repetirle,¿viene usted con nosotros ó prefiere esponerse álos resentimientos de los míos? En los momentos graves, declararseneutro es esponerse á las iras de ambos partidos enemigos.

Basilio se pasó varias veces la mano por la cara como siquisiese dispertarse de una pesadilla; sintió que su frenteestaba fría.

—¡Decídase usted! repitió Simoun.

—¿Y qué... tendría yo que hacer?preguntó con voz ahogada, quebrada, debil.

—Una cosa muy sencilla, repuso Simoun cuyo semblante seiluminó con un rayo de esperanza: como tengo que dirigir elmovimiento, no puedo distraerme en ninguna accion. Necesito que,mientras toda la atencion de la ciudad está en diferentespuntos, usted á la cabeza de un peloton fuerze las puertas delconvento de Santa Clara y saque de allí á una persona queusted, fuera de mí y de Capitan Tiago, solo puede reconocer...Usted no corre peligro alguno.

—¡María Clara! exclamó el joven.