esta señora!—¡Ah, Merceditas!... ¿Quién había de
decirme que tú?... 113
—Pues ¿y tú?—repuso la Corregidora midiéndolo
con la vista.
Y durante algunos momentos, los dos matrimonios
repitieron cien veces las mismas frases:
—¿Y tú? 113-5
—Pues ¿y tú?
—¡Vaya que tú!
—¡No que tú!
—Pero ¿cómo has podido tú?...
Etc., etc., etc. 113-10
La cosa hubiera sido interminable, si la Corregidora,
revistiéndose de dignidad, no dijese por último a D.
Eugenio:
—¡Mira, cállate tú ahora! Nuestra cuestión particular
la ventilaremos más adelante. Lo que urge en 113-15
este momento es devolver la paz al corazón del tío
Lucas: cosa muy fácil, a mi juicio; pues allí distingo
al Sr. Juan López y a Toñuelo, que están saltando por
justificar a la señá Frasquita.
—¡Yo no necesito que me justifiquen los hombres! 113-20
(respondió ésta).—Tengo dos testigos de mayor crédito,
a quienes no se dirá que he seducido ni sobornado...
—Y ¿dónde están?—preguntó el Molinero.
—Están abajo, en la puerta...
—Pues diles que suban, con permiso de esta señora. 113-25
—Las pobres no podrían subir...
—¡Ah! ¡Son dos mujeres!... ¡Vaya un testimonio
fidedigno!
—Tampoco son dos mujeres. Sólo son dos
hembras... 113-30 114
—¡Peor que peor! ¡Serán dos niñas!... Hazme
el favor de decirme sus nombres.
—La una se llama Piñona y la otra Liviana.
—¡Nuestras dos burras!—Frasquita: ¿te estás riendo
de mí? 114-5
—No: que estoy hablando muy formal. Yo puedo
probarte, con el testimonio de nuestras burras, que no
me hallaba en el molino cuando tú viste en él al señor
Corregidor.
—¡Por Dios te pido que te expliques!... 114-10
—¡Oye, Lucas!..., y muérete de vergüenza por
haber dudado de mi honradez. Mientras tú ibas esta
noche desde el Lugar a nuestra casa, yo me dirigía desde
nuestra casa al Lugar, y, por consiguiente, nos cruzamos
en el camino. Pero tú marchabas fuera de él, o, 114-15
por mejor decir, te habías detenido a echar unas yescas
en medio de un sembrado...
—¡Es verdad que me detuve!...—Continúa.
—En esto rebuznó tu borrica...
—¡Justamente!—¡Ah, qué feliz soy!... ¡Habla, 114-20
habla; que cada palabra tuya me devuelve un año de
vida!
—Y a aquel rebuzno le contestó otro en el camino...
—¡Oh! sí... sí...—¡Bendita seas! ¡Me parece
estarlo oyendo! 114-25
—Eran Liviana y Piñona, que se habían reconocido
y se saludaban como buenas amigas, mientras que nosotros
dos ni nos saludamos ni nos reconocimos...
—¡No me digas más!... ¡No me digas más!...
—Tan no nos reconocimos (continuó la señá Frasquita),
114-30 115
que los dos nos asustamos y salimos huyendo en
direcciones contrarias...—¡Conque ya ves que yo no
estaba en el molino!—Si quieres saber ahora por qué
encontraste al señor Corregidor en nuestra cama, tienta
esas ropas que llevas puestas, y que todavía estarán 115-5
húmedas, y te lo dirán mejor que yo.—¡Su Señoría se
cayó en el caz del molino, y Garduña lo desnudó y lo
acostó allí!—Si quieres saber por qué abrí la puerta...,
fue porque creí que eras tú el que se ahogaba y me llamaba
a gritos. Y, en fin, si quieres saber lo del
nombramiento...—Pero
115-10
no
tengo
más
que
decir
por
la
presente.
Cuando
estemos
solos,
te
enteraré
de
ese
y
otros particulares... que no debo referir delante de
esta señora.
—¡Todo lo que ha dicho la señá Frasquita es la pura 115-
15
verdad!—gritó el señor Juan López, deseando congraciarse
con
Doña
Mercedes,
visto
que
ella
imperaba
en el Corregimiento.
—¡Todo! ¡Todo!—añadió Toñuelo, siguiendo la
corriente de su amo. 115-20
—¡Hasta ahora..., todo!—agregó el Corregidor,
muy complacido de que las explicaciones de la navarra
no hubieran ido más lejos...
—¡Conque eres inocente! (exclamaba en tanto el
tío Lucas, rindiéndose a la evidencia).—¡Frasquita 115-25
mía, Frasquita de mi alma! ¡Perdóname la injusticia,
y deja que te dé un abrazo!...
—Esa es harina de otro costal... (contestó la Molinera,
hurtando
el
cuerpo).—Antes
de
abrazarte,
necesito oír tus explicaciones... 115-30 116
—Yo las daré por él y por mí...—dijo Doña
Mercedes.
—¡Hace una hora que las estoy esperando!—profirió
el Corregidor, tratando de erguirse.
—Pero no las daré (continuó la Corregidora, volviendo
116-5
la espalda desdeñosamente a su marido) hasta que
estos señores hayan descambiado vestimentas...; y,
aun entonces, se las daré tan sólo a quien merezca oírlas.
—Vamos... Vamos a descambiar... (díjole el murciano
116-10
a D. Eugenio, alegrándose mucho de no haberlo
asesinado, pero mirándolo todavía con un odio
verdaderamente
morisco).—¡El
traje
de
Vuestra
Señoría
me
ahoga! ¡He sido muy desgraciado mientras lo he
tenido puesto!... 116-15
—¡Porque no lo entiendes! (respondiole el Corregidor).
¡Yo
estoy,
en
cambio,
deseando
ponérmelo,
para ahorcarte a ti y a medio mundo, si no me satisfacen
las exculpaciones de mi mujer!
La Corregidora, que oyó esta palabras, tranquilizó a 116-20
la reunión con una suave sonrisa, propia de aquellos
afanados ángeles cuyo ministerio es guardar a los
hombres. 117
XXXIV
TAMBIÉN LA CORREGIDORA ES GUAPA
SALIDO que hubieron de la sala el Corregidor y el tío
Lucas, sentose de nuevo la Corregidora en el sofá;
colocó a su lado a la señá Frasquita, y, dirigiéndose a
los domésticos y ministriles que obstruían la puerta, les
dijo con afable sencillez: 117-5
—¡Vaya, muchachos!... Contad ahora vosotros a
esta excelente mujer todo lo malo que sepáis de mí.
Avanzó el cuarto estado, y diez voces quisieron hablar
a un mismo tiempo; pero el ama de leche, como la
persona que más alas tenía en la casa, impuso silencio 117-
10
a los demás, y dijo de esta manera:
—Ha de saber V., señá Frasquita, que estábamos yo
y mi Señora esta noche al cuidado de los niños, esperando
a ver si venía el amo y rezando el tercer Rosario
para hacer tiempo (pues la razón traída por Garduña 117-15
había sido que andaba el señor Corregidor detrás de
unos facinerosos muy terribles, y no era cosa de acostarse
hasta verlo entrar sin novedad), cuando sentimos
ruido de gente en la alcoba inmediata, que es donde mis
señores tienen su cama de matrimonio. Cogimos la luz, 117-
20
muertas de miedo, y fuimos a ver quién andaba en la
alcoba, cuando ¡ay, Virgen del Carmen! al entrar, vimos
que un hombre, vestido como mi señor, pero que
no era él (¡como que era su marido de V.!), trataba de 118
esconderse
debajo
de
la
cama.—« ¡Ladrones! »
principiamos
a gritar desaforadamente, y un momento después
la habitación estaba llena de gente, y los alguaciles
sacaban
arrastrando
de
su
escondite
al
fingido
Corregidor.—Mi
Señora, que, como todos, había reconocido 118-5
al tío Lucas, y que lo vio con aquel traje, temió que
hubiese matado al amo, y empezó a dar unos lamentos
que partían las piedras...—« ¡A la cárcel! ¡A la cárcel! »
decíamos
entre
tanto
los
demás.— «¡Ladrón!
¡Asesino! » era la mejor palabra que oía el tío Lucas; 118-10
y así es que estaba como un difunto, arrimado a la pared,
sin decir esta boca es mía.—Pero, viendo luego que se
lo llevaban a la cárcel, dijo... lo que voy a repetir,
aunque verdaderamente mejor sería para callado:—
«Señora,
yo no soy ladrón ni asesino: el ladrón y el 118-15
asesino... de mi honra está en mi casa, acostado con
mi mujer.»
—¡Pobre Lucas!—suspiró la señá Frasquita.
—¡Pobre
de
mí!—murmuró
la
Corregidora
tranquilamente. 118-20
—Eso dijimos todos... «¡Pobre tío Lucas y pobre
Señora!»—Porque... la verdad, señá Frasquita, ya
teníamos idea de que mi señor había puesto los ojos en
V..., y, aunque nadie se figuraba que V....
—¡Ama! (exclamó severamente la Corregidora). 118-25
¡No siga V. por ese camino!...
—Continuaré yo por el otro... (dijo un alguacil,
aprovechando aquella coyuntura para apoderarse de la
palabra).—El tío Lucas (que nos engañó de lo lindo
con su traje y su manera de andar cuando entró en la 118-
30 119
casa; tanto que todos lo tomamos por el señor Corregidor),
no había venido con muy buenas intenciones que
digamos, y si la Señora no hubiera estado levantada...,
figúrese V. lo que habría sucedido...
—¡Vamos! ¡Cállate tú también! (interrumpió la 119-5
cocinera).—¡No estás diciendo más que tonterías!—Pues,
sí, señá Frasquita: el tío Lucas, para explicar su
presencia en la alcoba de mi ama, tuvo que confesar las
intenciones que traía... ¡Por cierto que la Señora no
se pudo contener al oírlo, y le arrimó una bofetada en 119-10
medio de la boca, que le dejó la mitad de las palabras
dentro del cuerpo!—Yo misma lo llené de insultos y
denuestos, y quise sacarle los ojos... Porque ya conoce
V., señá Frasquita, que, aunque sea su marido de V.,
eso de venir con sus manos lavadas... 119-15
—¡Eres una bachillera! (gritó el portero, poniéndose
delante de la oradora).—¿Qué más hubieras querido
tú?...—En fin, señá Frasquita; óigame V. a mí, y
vamos al asunto.—La Señora hizo y dijo lo que
debía...; pero luego, calmado ya su enojo, compadeciose
119-20
del tío Lucas y paró mientes en el mal proceder
del señor Corregidor, viniendo a pronunciar estas o
parecidas palabras:—«Por infame que haya sido su
pensamiento de V., tío Lucas, y aunque nunca podré
perdonar tanta insolencia, es menester que su mujer de 119-
25
V. y mi esposo crean durante algunas horas que han
sido cogidos en sus propias redes, y que V., auxiliado
por ese disfraz, les ha devuelto afrenta por afrenta.
¡Ninguna venganza mejor podemos tomar de ellos
que este engaño, tan fácil de desvanecer cuando nos 119-
30 120
acomode!»—Adoptada
tan
graciosa
resolución,
la
Señora y el tío Lucas nos aleccionaron a todos de lo que
teníamos que hacer y decir cuando volviese Su Señoría;
y por cierto que yo le he pegado a Sebastián Garduña
tal palo en la rabadilla, que creo no se le olvidará en 120-5
mucho tiempo la noche de San Simón y San Judas!...
Cuando el portero dejó de hablar, ya hacía rato que
la Corregidora y la Molinera cuchicheaban al oído,
abrazándose y besándose a cada momento, y no pudiendo
en ocasiones contener la risa. 120-10
¡Lástima que no se oyera lo que hablaban!...—Pero
el lector se lo figurará sin gran esfuerzo: y, si no
el lector, la lectora. 121
XXXV
DECRETO IMPERIAL
REGRESARON en esto a la sala el Corregidor y el tío
Lucas, vestido cada cual con su propia ropa.
—¡Ahora me toca a mí!—entró diciendo el insigne
D. Eugenio de Zúñiga.
Y, después de dar en el suelo un par de bastonazos 121-5
como para recobrar su energía (a guisa de Anteo oficial,
que no se sentía fuerte hasta que su caña de Indias tocaba
en la tierra), díjole a la Corregidora con un énfasis
y una frescura indescriptibles:
—¡Merceditas...,
estoy
esperando
tus
121-10
explicaciones!...
Entretanto, la Molinera se había levantado y le tiraba
al tío Lucas un pellizco de paz, que le hizo ver estrellas,
mirándolo al mismo tiempo con desenojados y hechiceros
ojos. 121-15
El Corregidor, que observara aquella pantomima,
quedose hecho una pieza, sin acertar a explicarse una
reconciliación tan inmotivada.
Dirigiose, pues, de nuevo a su mujer, y le dijo, hecho
un vinagre: 121-20
—¡Señora! ¡Todos se entienden menos nosotros!
Sáqueme V. de dudas... ¡Se lo mando como marido
y como Corregidor!
Y dio otro bastonazo en el suelo. 122
—¿Conque se marcha V.? (exclamó Doña Mercedes,
acercándose a la señá Frasquita y sin hacer caso de D.
Eugenio).—Pues vaya V. descuidada, que este escándalo
no tendrá ningunas consecuencias.—¡Rosa!: alumbra
a estos señores, que dicen que se marchan...—Vaya 122-5
V. con Dios, tío Lucas.
—¡Oh... no! (gritó el de Zúñiga, interponiéndose).
¡Lo que es el tío Lucas no se marcha! ¡El tío Lucas
queda arrestado hasta que sepa yo toda la verdad!—¡Hola,
alguaciles! ¡Favor al Rey!... 122-10
Ni un solo ministro obedeció a D. Eugenio.—Todos
miraban a la Corregidora.
—¡A ver, hombre! ¡Deja el paso libre!—añadió
ésta, pasando casi sobre su marido, y despidiendo a todo
el mundo con la mayor finura; es decir, con la cabeza 122-15
ladeada, cogiéndose la falda con la punta de los dedos,
y agachándose graciosamente, hasta completar la
reverencia
que a la sazón estaba de moda, y que se llamaba
la pompa.
—Pero yo... Pero tú... Pero nosotros... Pero 122-20
aquellos...—seguía mascujando el vejete, tirándole
a su mujer del vestido y perturbando sus cortesías mejor
iniciadas.
¡Inútil afán! ¡Nadie hacía caso de Su Señoría!
Marchado que se hubieron todos, y solos ya en el salón
122-25
los desavenidos cónyuges, la Corregidora se dignó
al fin decirle a su esposo, con el acento que hubiera
empleado una Czarina de todas las Rusias para fulminar
sobre un Ministro caído la orden de perpetuo destierro
a la Siberia: 122-30 123
—Mil años que vivas, ignorarás lo que ha pasado
esta noche en mi alcoba... Si hubieras estado en ella,
como era regular, no tendrías necesidad de preguntárselo
a nadie.—Por lo que a mí toca, no hay ya, ni
habrá jamás, razón ninguna que me obligue a satisfacerte;
123-5
pues te desprecio de tal modo, que si no fueras
el padre de mis hijos, te arrojaría ahora mismo por ese
balcón, como te arrojo para siempre de mi dormitorio.—
Conque,
buenas noches, caballero.
Pronunciadas estas palabras, que Don Eugenio oyó 123-10
sin pestañear (pues lo que es a solas no se atrevía con
su mujer), la Corregidora penetró en el gabinete, y del
gabinete pasó a la alcoba, cerrando las puertas detrás
de sí; y el pobre hombre se quedó plantado en medio
de la sala, murmurando entre encías (que no entre 123-15
dientes) y con un cinismo de que no habrá habido otro
ejemplo:
—¡Pues, señor, no esperaba yo escapar tan bien!...—
¡Garduña
me buscará otra!124
XXXVI
CONCLUSIÓN, MORALEJA Y EPÍLOGO
PIABAN los pajarillos saludando el alba, cuando el tío
Lucas y la señá Frasquita salían de la Ciudad con dirección
a su molino.
Los esposos iban a pie, y delante de ellos caminaban
apareadas las dos burras. 124-5
—El domingo tienes que ir a confesar (le decía la
Molinera a su marido); pues necesitas limpiarte de
todos tus malos juicios y criminales propósitos de esta
noche...
—Has pensado muy bien... (contestó el Molinero). 124-10
Pero tú, entretanto, vas a hacerme otro favor, y es dar
a los pobres los colchones y ropa de nuestra cama, y
ponerla toda de nuevo.—¡Yo no me acuesto donde ha
sudado aquel bicho venenoso!
—¡No me lo nombres, Lucas! (replicó la señá
Frasquita).—Conque
124-15
hablemos
de
otra
cosa.
Quisiera
merecerte un segundo favor...
—Pide por esa boca...
—El verano que viene vas a llevarme a tomar los
baños del Solán de Cabras. 124-20
—¿Para qué?
—Para ver si tenemos hijos.
—¡Felicísima idea!—Te llevaré, si Dios nos da
vida. 125
Y con esto llegaron al molino, a punto que el sol, sin
haber salido todavía, doraba ya las cúspides de las
montañas.
. . . . . . . . . . .
A la tarde, con gran sorpresa de los esposos, que no
esperaban nuevas visitas de altos personajes después 125-5
de un escándalo como el de la precedente noche, concurrió
al molino más señorío que nunca. El venerable
Prelado, muchos Canónigos, el Jurisconsulto, dos Priores
de frailes y otras varias personas (que luego se
supo habían sido convocadas allí por Su Señoría
Ilustrísima)
125-10
ocuparon
materialmente
la
plazoletilla
del
emparrado.
Sólo faltaba el Corregidor.
Una vez reunida la tertulia, el señor Obispo tomó la
palabra, y dijo: que, por lo mismo que habían pasado 125-15
ciertas cosas en aquella casa, sus Canónigos y él seguirían
yendo a ella lo mismo que antes, para que ni los
honrados Molineros ni las demás personas allí presentes
participasen de la censura pública, sólo merecida por
aquel que había profanado con su torpe conducta una 125-20
reunión tan morigerada y tan honesta. Exhortó
paternalmente
a la señá Frasquita para que en lo sucesivo
fuese menos provocativa y tentadora en sus dichos y
ademanes, y procurase llevar más cubiertos los brazos
y más alto el escote del jubón: aconsejó al tío Lucas 125-25
más desinterés, mayor circunspección y menos inmodestia
en su trato con los superiores; y acabó dando la
bendición a todos y diciendo: que, como aquel día no 126
ayunaba, se comería con mucho gusto un par de racimos
de uvas.
Lo mismo opinaron todos... respecto de este último
particular..., y la parra se quedó temblando aquella
tarde.—¡En dos arrobas de uvas apreció el gasto el 126-5
Molinero!
. . . . . . . . . . .
Cerca de tres años continuaron estas sabrosas reuniones,
hasta que, contra la previsión de todo el mundo,
entraron en España los ejércitos de Napoleón y se armó
la Guerra de la Independencia. 126-10
El señor Obispo, el Magistral y el Penitenciario murieron
el año de 8, y el Abogado y los demás contertulios
en los de 9, 10, 11 y 12, por no poder sufrir la vista
de los franceses, polacos y otras alimañas que invadieron
aquella tierra ¡y que fumaban en pipa, en el presbiterio 126-
15
de las iglesias, durante la misa de la tropa!
El Corregidor, que nunca más tornó al molino, fue
destituido por un mariscal francés, y murió en la Cárcel
de Corte, por no haber querido ni un solo instante
(dicho sea en honra suya) transigir con la dominación 126-20
extranjera.
Doña Mercedes no se volvió a casar, y educó
perfectamente
a sus hijos, retirándose a la vejez a un convento,
donde acabó sus días en opinión de santa.
Garduña se hizo afrancesado. 126-25
El Sr. Juan López fue guerrillero, y mandó una partida,
y murió, lo mismo que su alguacil, en la famosa
batalla de Baza, después de haber matado muchísimos
franceses. 127
Finalmente: el tío Lucas y la señá Frasquita (aunque
no llegaron a tener hijos, a pesar de haber ido al Solán
de Cabras y de haber hecho muchos votos y rogativas)
siguieron siempre amándose del propio modo, y alcanzaron
una edad muy avanzada, viendo desaparecer el 127-5
Absolutismo en 1812 y 1820, y reaparecer en 1814 y
1823, hasta que, por último, se estableció de veras el
sistema