Escenas Montañesas by José María de Pereda - HTML preview

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1869.

LOS BAILES CAMPESTRES

En una ocasión, hallándose en la romería de San Juan, ó en la de SanPedro, ó en la de San Roque, ó en la de Santiago, ó en la de losMártires, pues la crónica no lo fija bien; hallándose, digo, en una deestas romerías más de nueve petimetres santanderinos, y no menos de diezdamiselas de copete, y hallándose más que regularmente aburridos, locual es de necesidad en una romería mientras en ella no se hace otracosa que ver, oir y brujulear, resolvieron los primeros proponer á lassegundas, con las respetuosas salvedades de costumbre, un honestoentretenimiento que, ajustándose en lo posible al carácter del sitio yde la ocasión, fuese digno de las distinguidas personas que se aburrían.Las pudibundas jóvenes aceptaron la propuesta en cuanto al fin. Por loque hace al modo; los atentísimos galanes, después de discurrir brevesinstantes, no hallaron, así por razón de honestidad como por razón desitio, causa, etc., nada más á propósito que un baile improvisado. Lasmujeres de entonces, como las de ahora, juzgaban de buena fe que no eraun abuso de lenguaje, ó cuando menos, un error de observación, la honestidad

, del baile; y no dudaron un instante en aceptar elpropuesto, con tal que fuese por lo fino

, y no al grosero estilo delos populares, como los que tenían delante y formaban el principalobjeto de la romería; exigencia que manifiesta bien claro, que también,en el concepto de aquellas escrupulosas beldades, las cabriolas yescarceos, según que se ejecuten de abajo arriba (more plebeyo)

ó deacá para allá y en derredor

(more aristocrático)

, son pecaminosos ygroseros, ó edificantes y solemnes…. Digo, pues, que se aceptó laproposición del baile con la restricción consabida, y añado que losproponentes se adhirieron á ella con tanta mayor decisión, cuanto que, áfuer de

señores

, nunca entró en sus ánimos bailar de otra manera. Actocontinuo se procedió á la ejecución del pensamiento. Para teatro de lafiesta se eligió una pradera separada de la romería por un regato, ó porun seto transparente, pues sobre este punto tampoco están las crónicasmuy de acuerdo, y para orquesta se ajustaron, por horas, un violinista yun gaitero trashumantes, de los muchos que había en la romería, y acasolos únicos que á la sazón se hallaban desocupados. No estaban lossedicientes músicos muy diestros en materia de aires señoriles, peroeran muy amables y pacientes los obsequiosos petimetres; y á fuerza depiafes y silbidos, lograron enseñar al violinista el wals de laspatatas

. No así al gaitero, que era de suyo más torpe; pero, en cambio,sabía tocar el

«Ay, ay, ay, mutillac»

, el cual aire se aceptó pararigodón, baile que ni de oídas conocía el violinista. Adquiridos tanindispensables elementos, dióse principio, á las seis de la tarde, á ladistinguida diversión, con no poca sorpresa y hasta admiración de lagente menuda, que invadió bien pronto la pradera, formando ancho yrespetuoso círculo alrededor de los danzantes. Por aquel entonces aún nose conocía en España la polka, y el

baile de los señores

no solamenteno se había aclimatado entre la gente del pueblo, sino que aun entre losseñores mismos eran limitadísimos los aptos para un lance improvisadocomo el que se refiere. Y por cierto que debía de haber algo deignominia en ser de los ineptos, porque es cosa averiguada que, antes deconfesarse tal uno de ellos,

córam pópulo

, deslizábase rápido, yprimero se dejaba descuartizar que presentarse á media legua del baile.

El de que voy hablando concluyó al anochecer; y como fué tan grato álos que en él tomaron parte, hablaron éstos del asunto en la ciudad,cundió su fama en paseos y salones, y, por si iban mal dadas,aprendieron á bailar los jóvenes que aún no sabían, y los que sabíanmal, se perfeccionaron. Los que pasaban por núcleo de la elegancia ydaban el tono en el pueblo, tomaron el lance todavía más por lo serio, yconvencidos de que con el aspecto que la cosa presentaba se hacíaindispensable su concurrencia en bien de la culta sociedad, queoficialmente parecía aceptar la innovación, no dudaron en hacer unsacrificio, comprometiendo, desde luego, hasta cuatro músicos deprofesión para la próxima romería.

Á la cual concurrió el

señorío

en doble número que á las anteriores,llevado de la tentación de la orquesta, con cuya salsa, y la buenadisposición en que se hallaban los ánimos, se hizo una pepitoria debailoteo que tuvo que ver.

Tanto, que en la siguiente romería hubo hasta seis músicos y venticincoparejas de primera fuerza.

Y así creciendo siempre la fama y el éxito de los bailes campestres,llegaron á hacerse de primera necesidad en todas las romerías próximas ála ciudad, y á tal altura permanecieron durante algunos años.

Al cabo de ellos, notóse que la afluencia de curiosos era sobradamentenumerosa; se temió, no sin fundamento, un atropello feroz en el casoprobable de una paliza popular; vióse, con justificable desagrado, queel gremio de modistas y de costureras, aprovechándose de los perdidosecos de la orquesta, bailaba también á su compás en un prado inmediato;y, por último, se observó con indignación que más de una pareja de aquelcampo, intrusándose á la descuidada en el vecino, danzaban en él despuéscon una familiaridad que rayaba en provocación.

Á todo esto, la polka había atravesado ya la frontera, y se establecíaentre nosotros, no como un huésped, sino como un conquistador.Recordarán ustedes que había sombreros á la polka, y pantalones á lapolka, enaguas á la polka y hasta natillas á la polka. Los chicos latarareaban en la calle, y las fregonas la piafaban en la fuente;vinieron maestros de allende el Pirineo que la enseñaban en veintelecciones, y las tomaban con avidez la jóvenes distinguidas y loshombres elegantes. Con aquella conquista famosa los salones de bailesufrieron una transformación radical; porque la polka no era un baile,sino todo un sistema, toda una época. No se olvide que en la polkaprimitiva

había su poco de dislocación, mucho contoneo, y que hasta seexigían, para bailarla en regla, tacones de metal en las botas. De modoque bailar la polka era dar un espectáculo, punto más curioso que el quedar pudieran la Güy Stephan ó la Petra Cámara. Pero este espectáculo, sibien en los salones de la ciudad era de

buen tono

ante una escogida yculta concurrencia, delante de un populacho grosero y sobre la yerba deun prado de Cueto ó de Miranda, se prestaba á mil inconvenientes, elmenor de los cuales era el ridículo.

Por eso, y por las observaciones y peligros que más atrás apunté, losseñores bailarines de las romerías determinaron amparar su diversiónfavorita con un muro sólido y elevado, contra la curiosidad irreverentede la muchedumbre.

Y hete aquí que junto al campo de la romería se alquiló una huerta dealtas tapias, y se sorrapeó una parte de ella, y se puso á la puerta unhombre con orden terminante de no dejar entrar á nadie que no fuesepresentado ó acompañado por alguno de los señores

que mandaban allí

.

Con esta garantía de seguridad y de independencia, los bailes campestresadquirieron nuevo vigor, y los autores de tan saludable pensamientomerecieron bien de la culta sociedad santanderina.

Pasaron así algunos años, y los elegantes directores de la ya populardiversión veraniega, cediendo á los rigores del tiempo, que en su marchainalterable todo lo agosta, lo arruga y lo encanece, tuvieron queabandonar como actores aquel teatro, y limitarse al papel más cómodo,aunque menos deleitoso, de espectadores.

La generación que se presentó á sucederlos en el cargo que dejaban,considerando, á la primera ojeada, que celebrándose algunas romerías ámucha distancia de la población, era preciso, para volver con elcrespúsculo á casa, suspender el baile apenas empezado, ó empezarle conlos garbanzos aún entre los dientes; considerando además que para lasseñoras, rendidas de brincar, era demasiado largo y penoso y hastapeligroso, el camino por las callejas de San Juan y San Pedro, yconsiderando otras varias circunstancias no menos graves, y, por último,que la gente del buen tono

nada tenía que ver con las rosquillas,cazuelas de guisado,

perés

y otros groseros excesos de las romerías.

Decretó que en adelante los bailes campestres, respetando, enhorabuena,como motivo de ellos, las romerías, tendrían lugar, por las de San Juan,San Pedro y San Roque, en las huertas de la Atalaya, y por las deSantiago y los Mártires, en las de Miranda. Y así se hizo con granéxito y por largo tiempo.

Este período de los bailes campestres, que pudiera llamarse su edadmedia

, bien merece una especial mención. Entonces entré yo en escena;quiero decir que empecé á bailar en ellos. Y lo advierto, no tanto pormotivar la historia que, á fuer de agradecido, voy á hacer, cuantoporque tengan más fuerza de verdad los detalles que apunte.

Y sucedía entonces que una comisión, nombrada por elección de la quecesaba, formaba una lista con los nombres de las personas que juzgabadignas de tan señalada honra. Esta lista se presentaba á cada uno de losinscritos en ella, quien ponía al margen de su nombre su conformidad, áno tener luto reciente, ó estar enfermo de gravedad. La primera vez quese me buscó á mí con tal objeto, creí desmayarme de emoción; y con manotrémula escribí en el correspondiente lugar del catálogo un SÍ tan gordocomo dos ciruelas. Y no extrañe nadie el suceso. Tenía diez y nueveaños, precisamente la edad, entonces, en que sentándole á uno mal losjuegos y entretenimientos de los muchachos, no podía, sin embargo,entrar en la esfera de acción de los hombres; y así, sin saber á quézona arrimarse, porque en ambas estorbaba, le aquejaba cada pesadumbreque le partía. Además, en las listas de socios para los bailes de campono figuraba sino lo escogido de la juventud del pueblo, según elcriterio de la comisión; de manera, que verse llamado por ella en lancessemejantes, era la declaración solemne y oficial, no solamente de quesalía uno de la categoría de chiquillo y entraba en la de mozo, sino enla de mozo distinguido

, activo y útil. No era uno

masa

, no eravulgo. Con tan honrosa credencial, estaba yo autorizado para saludar enel paseo á las señoritas más encopetadas, para tomar sorbete en el salónprincipal del Suizo, para codearme con los hombres elegantes, y, sobretodo, para entrar sin obstáculo en los círculos cuyas puertas secerraban, por razón de lustre

, á la inmensa mayoría de misconciudadanos. ¿Era esto costal de paja? Queda, pues, bien justificadami emoción al poner el primer

donde le puse.

El mismo corredor de las listas nos entregaba la víspera del baile unacredencial de socio y tres billetes de convite, impresos en cartulina,con letras de oro, y rubricados por la comisión. Distribuídos éstos conlas más exquisitas precauciones, á fin de que los objetos de nuestrasatenciones no fuesen indignos de la dignidad de la fiesta, llegábase unocon la credencial á la huerta de Aspeazu, ó á la de mi amigo Mazarrasa;y allí estaba lo bueno; es decir, un gran cuadro de terreno al airelibre, cuidadosamente sorrapeado y regado; dos docenas de farolillos devidrio y hoja de lata, fijos sobre otros tantos mangos de cabretón, quele circuían; ocho ó diez músicos agrupados en un ángulo, y el mismísimorepartidor, que guardaba la puerta y recibía los billetes.

Nada digo dela concurrencia, porque ya se sabe que era lo más selecto de lapoblación. Pues bien, todo ello junto no nos costaba al día siguientemás de tres pesetas á cada socio. ¡Con tan liviano presupuesto seprocuraba á la florida juventud santanderina el más apetitoso deleite decuantos ofrecérsele podían!

Saboreándole como un niño un caramelo, con temor de que se acabase,consumía cada baile de los cuatro ó cinco que se le daban en todo elverano; de modo que era una pena que desgarraba el alma ver en talesocasiones aproximarse la noche.

Si ésta se presentaba serena y despejada, menos mal, porque se encendíanlos farolillos y continuaba la danza otra hora más; pero si Cabarga seencapotaba y era la brisa húmeda, síntomas infalibles de lluviainmediata, daba la comisión las órdenes oportunas á los músicos, despuésde tomar las de las señoras; y allí nos tenían ustedes bajando áSantander, al compás de un pasodoble, cada uno con su cada una,ofreciéndoles aquí la mano para saltar una zanja, y allá el pañuelo parasacudir el polvo…. ¡Y era de ver, si llovía, cómo las delicadassílfides, sacando fuerzas de flaqueza, arremetían con el lodo,cubriéndose el busto con la falda del vestido! ¡Y era hasta de admiraraquella procesión de blancas enaguas, iluminadas apenas por la mortecinaluz de los veinticuatro faroles que enarbolaban los más obsequiososacompañantes, á guisa de maceros ó reyes de armas, en sus diestras!

«¡Aquí de don Quijote!», pensaba yo una noche que tal sucedía. «¿Quéhiciera con nosotros el valeroso manchego, si en esta guisa nos hallara?¿No arremetería furioso contra esta muchedumbre, tomándola por escuadrónde fantasmas, ó por sarta de disciplinantes? ¿Creería, si se lo jurasen,que erais, entre tanto barro y azotadas, como vais, por la cellisca, lasmás mimadas flores del hermoso jardín de la Montaña?»

Si al llegar á la población no había llovido ni cabía temor de quelloviera ya, hacía alto la comitiva en la Alameda chica, ó en el Muelle,frente al Suizo; y en cualquiera de estos dos sitios continuaba la danzahasta las once…. Y cuidado con reirse, jóvenes pizpiretas de hoy, queempezáis á bailar á la hora en que, rendidos, lo dejábamos nosotros; queaún no soy viejo, y, sin embargo, bailé en dos ocasiones y en distintosaños (¡Dios me lo perdone!) delante de la Capitanía del Puerto; lo cualquiere decir que, si no vosotras, algunas de vuestras hermanas mesirvieron allí de pareja; ¡allí, sobre las mismas losas en que searrastran las narrias y se celebran los cabildos de los mareantes deAbajo, y se bergan las barricas de aceite!

Pero estos inconvenientes, á pesar de justificarlos la costumbre, nopodían menos de obrar de una manera desagradable en el ánimo de loshombres llamados á fomentarla y á perfeccionarla en lo posible. Así fuéque un día, dándose á pensar muy seriamente sobre el asunto, concluyeroncon este fundadísimo razonamiento: «Toda vez que no formamos ya parte delas masas, y somos independientes, y nada tenemos que ver con lasfiestas de la muchedumbre, ¿por qué hemos de dar nuestros bailesprecisamente en días de romería? Y si, prescindiendo, como debemosprescindir, de esta causa, elegimos los que más nos acomoden del veranopara bailar, ¿por qué no hemos de hacerlo á la puerta de casa y con todatranquilidad?»—Y aquellos infatigables reformadores columbraron alpunto en el barrio de Santa Lucía, la huerta de Noriega; en la cualhuerta había un juego de bolos, y el cual juego de bolos estaba rodeadode un cobertizo de tablas, á modo de pesebrera; y exclamaron:—

Voi-cinotr'affaire

, es decir, aquí está lo que necesitamos: amparo contra elrelente y la lluvia, proximidad al hogar de cada uno, é independenciaabsoluta. Para corresponder á este esfuerzo, los demás socios secomprometieron á serlo, por lo menos, de cuatro bailes en cadatemporada, lográndose de este modo que en la primera se diesen seis, delos cuales el menos favorecido se acabó á las once, porque habíaempezado á las ocho, por aquello de que estaba á la puerta de casa.Cubrióse, para alguno de ellos, el salón-bolera con un pabellón ó bóvedade rústicas guirnaldas; y con esta mejora y otras análogas, pasó lacuota individual por encima de cinco pesetas.

Al siguiente año se alumbró la huerta con gas; y como á sus fulgores seveía muy claro, presentáronse las damas, muy compuestas, á las nueve; noempezaron á bailar hasta las diez; las más rendidas lo dejaron á lasdoce…, y subió la cuota á treinta reales.

Estos despilfarros puede decirse que señalan el comienzo de la eramoderna

de los bailes campestres de Santander.

Entretanto, las costureras, que habían venido siguiéndolos desde losprados de San Juan hasta las huertas del Alta, y rindiéndoles culto ásus propias expensas, prescindieron también del motivo de las romeríaspara bailar, y también se bajaron á la población para bailar mástranquilas, y pujaron el alquiler de la mismísima huerta de Santa Lucía,y no hallaron sosiego hasta que lograron bailar en ella con el mismo gasy el propio decorado de las señoras, aunque en distintos días.

Éste y otros disgustos análogos pusieron á los provocados en lanecesidad de hacer un esfuerzo heroico…, y le hicieron á fe mía.

Media docena de esos hombres de buen gusto, que á todo van á un bailemás que á bailar, se hicieron las siguientes reflexiones: «Que la pasiónde la danza tiene hondas raíces en la buena sociedad de este pueblo, esinnegable: nosotros la hemos visto bailar sobre el húmedo retoño de laspraderas, entre las coles y cebollinos de las huertas, sobre losguijarros de la Alameda y sobre los adoquines del Muelle; derretirse lossesos bajo un sol africano á las cuatro de la tarde, por llegar á lascinco á la romería y bailar en ella hasta las siete, volver después, alcrespúsculo, medio á tientas, por callejas y senderos, y aliquando

meterse en barro hasta las corvas…, y siempre impávidas, y siemprepidiendo

¡más!

Esta devoción raya en fanatismo, y está exigiendo ágritos un templo que vamos á proporcionarle nosotros, sin miedo de quenos falte nunca el concurso de los fieles para sostener el culto.»

Y alguno de aquellos hombres, con un desprendimiento digno de sucarácter, anticipó una cantidad efectiva, en la cual los duros entrabanpor miles. Adquiriéronse terrenos y plantas y arbustos al efecto, yvinieron jardineros de

extranjis

, que cobran caro, eso sí, pero quebordan cuanto ejecutan en el arte

; y allá van candelabros, y allá vansurtidores, y canastillas, y glorietas, y toldos y diabladuras

.Arreglado el salón al gusto de los más flamantes modelos, redactóse unaconstitución fundamental; elevóse, según ella, á doce el número debailes en cada verano, y el de los de compromiso para cada socio, y lacuota de éstos á dos duros por cada uno de aquéllos, y se prohibió laentrada en el salón, en noches de fiesta, á toda persona del pueblo quese hubiese negado á ser suscriptor. Imprimióse una lista con los nombresde más de doscientas personas barbadas que aceptaron las bases citadas,y otras que no necesito citar, y, por último, encomendóse laadministración y casi dirección de todo este laberinto, á la Guantería

, acto que, por sí solo, daba la vida, el calor y laperdurabilidad á aquel cuerpo tan bizarramente construído.

Como vivo y elocuente testimonio de la exactitud de mis ponderaciones,ahí está, entre las dos Alamedas, enfrente del antiguo

Reganche

, ycada día más frondoso, más cultivado, más pulido, más bello, el famosojardín, ó salón de Bailes de Campo

, delicia de los madrileños, yasombro de los castellanos de Amusco y Becerril, que nos visitan durantela estación de los baños de mar.

Las fiestas que en él se celebran no afectan ya peculiar yexclusivamente á un grupo determinado de personas: son otros tantosacontecimientos que preocupan, agitan y remueven á las tres cuartaspartes de la población: á la una, porque es la que baila allí; á laotra, porque va á ver bailar, ó á pasearse por los jardines, ó á cenaren el ambigú; y á la otra, porque … juzguen ustedes: la otra tiene quesubdividirse en tres grupos: el destino del primero es situarse en lacalle de Vargas, frente á la puerta del salón, donde se pasa dos horas,á pie firme, como un soldado ruso, escuchando la música y contemplandoel alumbrado del local; el segundo se coloca en la Alameda chica pararevistar escrupulosamente los trajes de las señoras que van á bailar; yel tercero, se encierra en casa para en un caso de apuro, disculpar aldía siguiente, con un supuesto dolor de cabeza, su ausencia del baile,que en rigor, fué motivada por la falta de un vestido, ó de un billetede invitación, ó de ambas cosas.

Entre la gente que baila y brujulea, se halla la gran mayoría de losforasteros que á la sazón residen en la ciudad; con lo cual queda dichoque el salón campestre, en los quince años que cuenta de vida, hasevisto hollado por los pies más insignes que en aristocracia, belleza,política, ciencias, artes, literatura, armas … y tauromaquia, haproducido y sostiene el suelo español. Y por si tanta honra parecieseescasa al lector, quiero que sepa que también regias plantas de dosdinastías se han deslizado sobre el polvo de aquel rústico pavimento. ¿Áqué decir más en abono de sus timbres de nobleza

?

De su crédito en la plaza, pregúntese á Romea, Teodora Lamadrid, Arjona,la Ristori y otras celebridades escénicas. Todas ellas, al buscar en eldomingo, día clásico de huelga y despilfarro en los laboriosos pueblosde provincias; al buscar, repito, en el domingo el desquite de lasflojedades de entrada de toda la semana, se han hallado con el bailecampestre que les arrebataba, en masa, la concurrencia más cara, másabundante y más lujosa, es decir, el alma del negocio. Por eso, antesque con el público, estos artistas insignes dieron últimamente en lafeliz ocurrencia de ponerse de acuerdo con la junta directiva del baile,que, en honor de la verdad, casi siempre ha accedido á respetar losdías festivos, dejándolos para dar culto á Talía y Melpómene, visto quela saltarina Terpsícore no se ha de ver desairada aunque toque á funciónen noche de Difuntos.

Sobre este pueblo ha llovido en pocos años cuantas plagas sonimaginables: crisis económicas que han reducido á polvo en una nochefortunas tradicionales; epidemias asoladoras que han diezmado lasfamilias y cubierto de luto á la población. Todo en ella ha cambiado deaspecto á los rudos embates de la calamidad, todo … menos los bailescampestres, que entre las ruinas del comercio y la melancolía del luto,se les ha visto retoñar al verano siguiente más concurridos, másruidosos y más animados que nunca. Sin embargo, el mismo público quegime y se lamenta durante el invierno, es el que baila en el verano.¡Inescrutables misterios de la humanidad, que yo respeto y admiro!

Por eso los tales bailes son la única curiosidad que podemos ofrecer yaen Santander á los forasteros que nos visitan durante el estío; el únicoaliciente, el mejor cebo.

Y en verdad que es muy justificable el afán con que le tragan los unos,y la especie de orgullo con que se le brindan los otros. Nuestro salóncampestre, en una noche de baile, es una cosa encantadora; aquelconjunto de bellezas, así humanas como rústicas y de artificio; aquelenjambre de mujeres hechiceras, arrastrando el lujo y la vaporosidad desus trajes y prendidos entre el otro lujo exuberante de la vegetación, ámedia noche, á la luz misteriosa que producen los destellos del gasquebrándose en el verde follaje de los árboles; los ecos de la invisibleorquesta, el ambiente, la…. Vamos, que tiene aquello algo defantástico que no se comprende bien á no contemplarlo.

Los famosos jardines parisienses de

Mabille

son muchos más espléndidosque los de la calle de Vargas; el lujo de las mujeres que en aquéllosbailan, quizá es más deslumbrante que el de las que asisten á éstos;pero ¡qué diferencia entre el efecto que en el ánimo produce lacontemplación de uno y de otro cuadro! Lo primero que lamenta un hombrehonrado en Mabille, al ver aquellas beldades, hez de la sociedad,verdaderos sepulcros blanqueados, entregarse á los más repugnantesalardes de impudor, entre las frenéticas dislocaciones del obsceno

cancán

, es que á tanto y tan asqueroso vicio se haya erigido un templotan hermoso; y como consecuencia de tan oportuna lamentación, échase unoá considerar lo que aquello sería y el apacible deleite que ofrecierasi, en lugar de las turbas de impúdicas artificiales bellezas que sesubastan allí, haciendo, para lograrlo mejor, una repugnante gimnasia,lo poblaran mujeres honradas y de buena educación.

Pues bien, este deseo se cumple hoy en Santander por una rarísimaexcepción entre todos los pueblos de España. En algunos de ellos, y pormotivos extraordinarios, se ha visto bailar en el campo á la gente del

buen tono

, una vez, dos, tres … las que ustedes quieran; perorepetirse estos bailes con tal éxito y de manera que la repetición hayallegado á crear una necesidad pública, una costumbre característica yade toda una clase social, precisamente la más remilgada y escrupulosa,gloria es que, por extraño privilegio, corresponde á Santander.

—Y ¿por qué?—me han preguntado al notarlo más de un forastero.

—¿Por qué vuela el ave?; ¿por qué corre el gamo?—les he respondidoyo;—y ¿por qué se dan los dátiles en Berbería, y las naranjas enMurcia, y el arroz en Valencia? Pues por causas análogas, por razonesidénticas

se dan

aquí los bailes campestres, como en ninguna otraparte; y en vano se afanarán ustedes por aclimatarlos en sus respectivospaíses, como fuera ocioso que nos empeñáramos nosotros en propagar enéste la palmera, el guayabo … ó las academias. Los bailes campestresgerminan y se desarrollan aquí espontáneamente, como la hiedra y los

poleos

, y viven y se reproducen, á pesar de todos los pesares, y sonun artículo veraniego de primera necesidad, un

rasgo

peculiarísimo queforma parte de nuestro carácter, un detalle de nuestro tipo, como, enconcepto de los señores de Madril

que nos conocen

de oídas

, lassardinas, las narrias, los cuévanos y las amas de leche.

Deben, pues, desechar su pesadumbre aquellos seres pusilánimes que temenque llegue un día en que el salón-jardín de la calle de Vargas cese enel destino que hoy tan gloriosamente cumple. En todo caso, si ese templose destruyese, pues condición es de toda humana obra el ser efímera yperecedera, otro tan suntuoso se alzaría de contado para sustituirle: yolo fío[16]. Sin teatro y sin escuelas podríamos vivir;

¡pero sin

bailescampestres

!… ¡Horror!