Escenas Montañesas by José María de Pereda - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

1872.

FOOTNOTES:

[Footnote 16: La profecía se ha cumplido este año. En el jardín de lacalle de Vargas se acaba de construir un Circo ecuestre; pero los bailesse han trasladado al espacioso salón del Casino

el Sardinero.

(Nota del A. en 1885.)

]

EL FIN DE UNA RAZA

I

Nos despedimos de él diez y seis años ha, y ya era viejo entonces. IbaMuelle arriba, descollando su gigantesca arboladura sobre un enjambre depescadoras y granujas que le rodeaban. Gemían unas, suspiraban otras, yse secaban los ojos muy á menudo con la orilla del delantal, ó con eldorso de la mano, mientras hormigueaban entre ellas los muchachos con elescozor de la curiosidad. Hablaba él con todos sin mirar á nadie,forjando los secos razonamientos á empellones, como si derribara laspalabras de sus hombros y les diera el acento con los puños. Quien sólole viera y no le escuchara, tomárale por fiero capataz de un rebaño deesclavos, y no por el paño de lágrimas de aquella turba de afligidos.

En tanto, cerca del promontorio de San Marín balanceábase un buque delEstado, arrojando de sus entrañas de hierro, entre sordos mugidos,espesa columna de humo que el fresco Nordeste impelía hacia la ciudad,como si fuera el adiós fervoroso con que se despedían de ella, y decuanto en ella dejaban, quizá para siempre, agrupados junto á la borda,los valientes pescadores santanderinos, arrancados de sus hogares por laúltima

leva

.

Yo la describí entonces con sus menores detalles, y los nombres de sushéroes llegaron más allá de las fronteras de su tierra patria, no porvirtud del artista que trazó el cuadro, sino por la importancia delsujeto de él. Pero de todos aquellos nombres, ninguno sonó tan reciocomo el de Tremontorio

, el arisco y hercúleo marinero del Cabildo deAbajo, curtido por todos los climas y batido por todos los mares delmundo. Esta preeminencia, y alguna razón de arte, que se expondrá ensitio conveniente de este cuadro, me obligan á trazarle para que sepa elcurioso lector qué fué de aquel castizo personaje desde que, en laapuntada solemne ocasión, se separó de él el último de los granujas quele habían rodeado, y solo y triste y refunfuñando, comenzó á subirlentamente los carcomidos é inseguros peldaños de la escalera de sucasa.

Al llegar al fementido buhardillón en que le conocimos, trancó la puertapor dentro, sentóse con dificultad sobre un casi invisible taburete depino, cargó la pipa, encendióla, chupó; y cuando espesas nubes de humole envolvían la cabeza, la dejó caer entre sus nervudas, angulosas ycurtidas manos, después de afirmar los codos sobre las rodillas. Asípermaneció largo rato, oyendo los alaridos que de vez en cuando lanzabala mujer del Tuerto en el buhardillón contiguo. Luego notó que lellamaban, y gruñó al conocer la voz; pero, aunque de muy mala gana,alzóse del banquillo y salió al balcón. En el de la otra buhardilla leesperaba la mujer del Tuerto, con los párpados hechos ascuas, las greñassobre los ojos, la cara embadurnada con la pringue de las manos disueltaen lágrimas, en mangas de camisa, desceñido el refajo y mediodescubierto el enjuto seno.

Al ver á Tremontorio, comenzó á gemir y á echar por la boca preguntas yexclamaciones á torrentes, mientras revolvía el bardal de su cabelleracon las puntas de los trémulos y crispados dedos de sus manos.

—¿Se fué el venturao de Dios?… ¡Mariduco de mis entrañas!…¿Lloraba, tío Miguel?… ¿Sa alcordó anguna vez de mí?… ¡Dígamelo, tíoTremontorio, que se me está partiendo el alma de pura congoja!…

¿Irámuy lejos?… ¿Volverá?… ¿Tardará mucho?… ¡Ay de mí, probe!…¡Sola me dejó y sin arrimo!…

¡Hasta el de las inocentes criaturas mefalta!… ¡Las que parí, tío Miguel; las que crié á mis pechos! ¡Me lashan arrancao de casa!… ¡Bien sé yo quién!… ¡Bien sé yo por qué!…¡Pero al otro mundo no ha de ir á pagarlo la muy sinvergüenza, cuenteray borrachona!…

Y en esto miraba al balcón de su suegra, echando todo el desaliñadobusto fuera de la balaustrada.

Tremontorio no hacía más que contemplarlapor debajo de sus cejas grises, pero, ¡qué celajes

de su mirada! No ladulcificó el viejo marinero cuando la sardinera volvió á encararse conél; antes bien, cargó de nubes el ya tempestuoso cariz de su entrecejo,y por toda respuesta á tantas preguntas y declamaciones, largó á suvecina, á quemarropa, con la voz de un cañonazo, esta sola palabra:

—¡Bribona!

En seguida viró en redondo, con la calma y la solemnidad de un navío detres puentes; se encerró en su guarida, tendióse sobre el jergón, y asíle cogió la noche.

También había vuelto del Muelle el tío Bolina, y encerrado estaba encasa con su mujer y sus nietezuelos, desnudos, sucios y medioatolondrados desde la despedida de su padre, el atribulado Tuerto.

Al ver la sardinera que por aquel día no había modo de reñir con nadiedesde el balcón, encerróse también en su caverna; sacó de un escondrijouna botella de aguardiente, bebióse cerca de la mitad; y cuando losvapores de aquel veneno comenzaron á adormecerla, acercóse balbuciente ycon paso mal seguro á la sucia y fementida cama, y en ella se desplomó,revolcándose allí como cerdo en su pocilga.

II

Cambié de observatorio, por razones que no le importan un rábano allector, y durante tres años nada supe de estos personajes. Un día mellevaron mis recuerdos y mis inclinaciones á visitar la calle en que loshabía conocido. Busqué con afán la casa que habitaron; pero no di conella. En su lugar se alzaba otra flamante, con balcones de hierro yvidrieras con cortinillas. Ni rastros quedaban allí de la gente que yoiba buscando.

Pregunté por ella á un antiguo convecino, y me dió estasnoticias solas: Al año de marcharse el Tuerto, que aún andaba en la Armada, murió deviejo su padre, el tío Bolina; y la viuda de éste, seis meses después,de soledad … y también de vieja. Entonces recogió la sardinera sushijos, y desapareció con ellos de la casa y de la calle. Cuando yaTremontorio juzgaba excesiva la soledad de su buhardillón, pues lavecindad de Bolina era una necesidad para su alma, aunque él creía otracosa, antojósele al propietario derribar la casa y construir otra capazde más lucidos inquilinos; con lo cual, el célibe pescador trasladó suspenates á una bodega de la calle del Arrabal, donde vivía desde entoces,dedicando, como de costumbre, á hacer redes primorosas, todo el tiempoque le dejaba libre la lancha en que tenía una

soldada

.

Andando los meses, volví á verle en el Muelle, unas veces con el cestode los aparejos al brazo y el sueste

en la cabeza, de vuelta de lamar; y otras arrimado á las jambas de una puerta, silencioso yencorvado, como esas cariátides de la Arquitectura que sostienen bóvedascon las espaldas. Y no le vi más en mucho tiempo.

Ocurrió por entonces en España uno de esos acontecimientos que hacenraya en la historia de los pueblos; marejadas de fondo, como diríaTremontorio, cuyas ondas, bajo un cielo sereno, sin saberse en dóndenacen, son más impetuosas á medida que caminan; y llegan á la costa, ybaten sus peñascos, y no hay entre ellos cueva, ni boquete, niescondrijo donde la furia no meta su desgreñada cabeza con pavorosoestruendo, ni puerto tan seguro que no reciba sus espumas y sientaestremecerse el limpio cristal de sus aguas. Así se hizo sentir lafuerza de aquel acontecimiento excepcional, hasta en los hogares másapartados del calor de la política y de las pasiones de partido.

En otra parte he hablado yo del desdeñoso estoicismo de los mareantes deSantander enfrente de la maravillosa transformación que veníaverificándose en esta ciudad, así en lo moral como en lo material.

Elempuje de este vértigo reformista derribaba sus apiñadas viviendas ysecaba los fondeaderos tradicionales de sus lanchas; pues se echaban alhombro los pobres harapos de su ajuar, buscaban otro agujero en quemeterse con ellos y un nuevo sitio en que fondear sus embarcaciones, sinvolver la vista atrás, ni dárseles una higa por todo el ruido y aparatode la nueva civilización que los iba acorralando poco á poco. Para ellosno había en el mundo cosa seria y bien ordenada sino la mar, y la mar lahabía hecho Dios con el exclusivo objeto de que pescaran en ella losmatriculados. Esta mar, es decir, cuanto de ella abarca la vista de unmarinero desde la punta de Cabo Mayor; sus celajes, sus pescados, susbrisas y sus tormentas; las

costeras

del besugo, del bonito, de lasardina; los asuntos del Cabildo; el escaso valer del otro

(jamás huboavenencia entre el de

Arriba y

el de

Abajo

), y lo poco más quepudiera relacionarse con estos particulares, eran el mundo de estashonradas gentes.

Todo lo restante no valía á sus ojos una

sula

. Fueradel gremio, no conocían á nadie en el pueblo; y de las diversas clases ycategorías de éste, sólo citaban alguna que otra vez, pero como quienhabla de cosas del otro mundo, á los comerciantes del Muelle

. Asívivían apegados, desde tiempo inmemorial, á lo exclusivamente suyo

: yen usos, traje, acento, y hasta lengua, fueron siempre en Santander loque el peñasco en la mar: bello para el artista; un estorbo para losmúltiples fines de las humanas ambiciones.

En tal estado de virginidad recibió esta gente las primeras noticias delacontecimiento de que íbamos hablando. No hay para qué decir que no hizomaldito el caso de él. Pero cuando, abiertas las válvulas á todos lospareceres y á todas las ideas, fué llegada la hora de echarse cada cual,á campo-travieso, en busca de terreno para alzar una cátedra en él, ¿qué

doctor

, por corto que fuera de alcances, no había de descubrir, á laprimera mirada, el mejor de los terrenos para aquellos fines en la pura,tradicional, primitiva sencillez de la clase marinera? Así fué que,lloviendo sobre ella apóstoles de la flamante doctrina, comenzó áreblandecerse al son de tantos himnos y jaculatorias, y acabó porquedar encantada sin saber de qué, como el hombre de las selvas al oirlas melodías de una flauta. Desde entonces se lanzó, con la pasión delos niños en libertad, á balbucir palabras, que no entendía, del nuevovocabulario político; á las manifestaciones

públicas; al

club

y álas urnas electorales, siendo muy de advertir que en este entusiasmoiban siempre delante las hembras, las cuales hubieran llegado á emularlas glorias de las calceteras

de Robespierre, si las circunstancias lohubieran exigido. Jamás se ha visto una transformación más radical ni enmenos tiempo.

Sin embargo, no hubo medio de meter el diente á Tremontorio. Estabafondeado á dos anclas en su puerto natural, y no había fuerzas humanasque le sacaran de allí.

—¡Á pedricar al limbo, tiña, que está lleno de inocentes!—decía á loscatequistas que se atrevían á hablarle

… desde lejos.—¡Pero á mí!…Yo ya sé que si quiero comer tengo que jalar del remo y jugarme la vidaen la mar seis veces á la semana…. ¡Allí sus quisiera yo ver, tiña!

Si se le replicaba que precisamente para mejorar las condiciones deloficio era para lo que se le quería atraer al partido, añadía hecho unveneno:

—Pamemas, tiña; que si tan bueno fuera lo que tenéis á la mano, no vosacordarais de ofrecérmelo á mí; sus lo guardarais para vusotros,retiña…. ¡Si soy

mule

viejo!… ¡no vus canséis en calarme lasereña!

Y no mordía la

ujana

, el muy ladino.

En éstas y otras, presentósele un día el Tuerto con las manos en losbolsillos y la cara hecha un vinagre.

—¿De onde vienes, tiña?—le preguntó el viejo mareante, abrazando concariño, pero muy admirado, al aparecido.

—Del departamento—respondió el Tuerto.

—¡Del departamento! ¿Pues no mandaste carta de allá, hace ocho días,para mí á Patuca, que sabe leer y escrebir?

—Cierto.

—Pus ná me decías entonces de venir tan aína. ¿Cómo es eso, tiña?

—Porque al otro día de escribirle á usté se prenunció la gente de lafreata.

—¡Tiña! ¿Y tú también?

—No, señor…; pero me vi revuelto en la tremolina, sin saber cómo.

—¿Y á cuántos prenunciaos colgaron de las gavias?

—Á denguno.

—¡Retiña! ¿Cuándo se vió eso?… ¿Y serás capaz de venirte sinlicencia?

—No, señor; traigo un pase.

—Pos ¿quién te le dió, cuando debieron haberte leído la sentencia demuerte?

—Un cabo de cañón y un terrestre de mucha soflama que mandaban allí.

—¿Y el señor comendante y los oficiales?

—Harto tuvieron que hacer con tomar puerto en la cámara, después detumbar á media docena de prenunciaos.

—Pero, retiña, ¿cómo no te ahorcaron al saltar á tierra?

—Porque se tuvo por bueno el pase que me dieron á bordo, firmado por elterrestre.

—¿Y eres tú capaz de tomar cosa anguna de un terreste que se mete ámandar en una freata de guerra?

—¡Pero si no había otro remedio, puño!; y además, yo era ya cumplido, yde un día á otro tenían que despacharme.

—¡Con su cuenta y razón, tiña; no de ese modo!… ¡Un terrestre! ¡Á la Ferrolana

pudo haberse atracado él á repartir licencias cuando dábamosla vuelta al mundo! ¡Bien saben ellos ónde se meten!… ¡Harto será,tiña, que no te güelvan á llamar; porque la ley es ley, y el que la hacela paga, si no es hoy, mañana!

—Pues, puño, con golverme por onde vine…. Así como así, pa ver lo queyo acabo de ver, morirse es mejor, cuanti más golver al servicio.

—¿Qué vistes, hombre?

—¡Lo último, puño; lo último que me quedaba que ver! Y créalo, tíoTremontorio: más me apesaumbra esto, que el venir con el pase delterrestre.

—Pero ¿qué vistes?

—¡Pásmese, hombre! Ahora mesmo, al pasar por el Muelle, he visto á lami mujer vestida de comedianta, con un gorro á modo de pimiento, unacasulluca con estrellas, y un pendón lleno de letreros, y más de uncentenar de babiecas detrás de ella echando vivas yo no sé á qué.

—Eso es de todos los días, hijo; y no te pasmara si hubieras visto loque yo voy viendo. Pero no tiene ella la culpa, tiña; que si no lapagaran por eso, no lo hiciera.

—¡Tarascona!…; la he de romper los pocos huesos que la dejé sanos….

Pero, ¿y los hijos, tío Tremontorio? ¿Qué será de ellos con esa madre?

Quiero ir ahora mismo á su casa para recogerlos.

—¿Á su casa, tiña? ¿Ónde está ella? ¿Sabe naide si tiene casa la tumujer?

—¿Pus ónde duerme, puño?

—Onde le coge la

cafetera

, hijo; con el ite de que no la suelta dendeque anda con esa arbolaura por las calles.

—¿Y los hijos?

—Los hijos, si no hay quien por caridá los recoja á las puertas delMuelle por la noche, allí se la pasan á la timperie…. Bien sé yo,tiña, quién los quita el hambre y los da abrigo muchas veces; pero unono puede estar en todas partes, ni ellos acuden á uno siempre quedebieran…. Porque, retiña, la verdá es que se han hecho ya á labribia; y por el carís que traen, van á hacer buena á su madre.

El Tuerto no quiso oir más, y salió de la bodega de Tremontorio, echandollamas por los torcidos ojos y maldiciones por la boca.

III

Creía el valiente veterano de la

Ferrolana

que, aunque contrabajillos, lograría irse haciendo á los nuevos resabios del gremio, yvivir en paz, si no á gusto, los pocos años que le quedaban de vida; ypor conseguido lo daba ya, cuando cayó sobre sus anchas espaldas el pesoinsoportable de un infortunio con que jamás había soñado. Este golpe demuerte fué la abolición de las matrículas y la supresión de loscabildos, decretadas por el Gobierno imperante.

Creyó volverse loco con la noticia, y tardó muchos días en tragarla porcierta. Cuando no pudo negarla, no le cabía en su casa, y se largaba ála ajena, ó al Muelle, á desahogar la ira con el primer camarada quehallaba á sus alcances.

—No hay otro remedio que tragarlo, tío Tremontorio—le decían otrospescadores un tanto desengañados; pues cuando pidieron, por extrañassugestiones, la abolición de las matrículas con el fin de verse libresde las levas, nadie les dijo, ni ellos lo cavilaron, que al desprendersede una carga tan pesada, perdían, en consecuencia, el monopolio del mary del puerto, que era la recompensa de ella.

—¡Que no hay otro remedio!—exclamaba Tremontorio, haciendo crujir lospuños.—¡Eso lo veremos, tiña!

¿Quién lo ha mandao?

—El gubierno de arriba.

—¿Quiénes son esos gubiernos pa meterse en la hacienda de losmareantes? ¿Qué saben ellos de cosas de la mar?

—El que manda, manda, tío Tremontorio.

—¡No en mi casa, tiña!

—Pues la ley es ley ahora y siempre.

—¡Por eso mesmo: á la ley me agarro, y viva la de nusotros!

—Pero una ley mata á otra, y la nueva es la que vale.

—En lo terrestre, pase; pero no en lo de la mar!

—Pero, hombre, y dempués de bien desaminao, ¿qué vale too ello? Yaunque valiera, si nos quitan las levas….

—¡Las levas … retiña! Siempre las tenéis delante de los ojos paespantarvos el sueño…. Dos me cogieron á mí, y vos digo que no me pesaahora que salí de ellas…. Más debiera espantarvos esto otro…. Si,señor, tiña; y ciegos sois si no lo habéis visto bien claro. Con esaorden de arriba, se dice

«abro la puerta á la mar…»; y allá voy yo, yallá vas tú…, y allá van ellos

, ¡tiña!…; porque detrás de nusotrospodrá ir, con la ley en la mano, el raquero del Puntal, el chalupero delas Presas y toos los tiñosos de la costa de la badía…. Y esto no loaguanto yo, retiña; que la mar se hizo pa los hombres que deben andar enella y han andao siempre, ¿Ónde se ha visto que la gente del muergo

sea quién pa dir conmigo á la pesca de altura?… Ves digo que notendréis vergüenza si vos dejáis igualar por esa grumetería…. ¡Posdígote al respetive de lo de los cabildos! ¿Qué semos ya los mareantessin ellos? ¿Aónde vas tú? ¿Aónde voy yo, que valgamos dos luciatos

?Quiere decirse, tiña, que, de hoy palante, tanto da ser callealtero comode nusotros…; toos seremos unos…. ¡Pa ellos estaba, retiña!

—Too eso está muy bueno; pero considere que está escrito en ley alláarriba, y que de na sirve lo que nusotros estipulemos acá abajo.

—Ya verás si sirve, tiña. Por de plonto, sepan esos gubiernos que Tremontorio no güelve más á la mar con esa ley.

Y no volvió el testarudo veterano. Las redes le dieron para casa y pan,y el canon de su lancha para compaño. Pero advirtió, andando el tiempo,que, á pesar de la nueva ley, la mar no había sido profanada por los

anfibios

de la costa de la bahía; y como además se aburría muchoestando siempre en tierra, y la mar le jalaba

como de cosa propia,resolvióse á estudiar el punto más á fondo, por si podían conciliarse sutesón y sus deseos. La nueva ley abolía, es cierto, la antiguamatrícula; pero exigía, en cambio, una inscripción que daba á losinscritos privilegios parecidos á los que tuvieron los matriculados; yen cuanto á los cabildos, también quedaba algo, á modo de gremio, parasustituirlos.

No le llenó el ojo nada de esto á Tremontorio, pero, al cabo, era algoque ponía centinelas á la puerta de la mar; y como además le ponderaronmucho las

ventajas

sus compañeros de fatigas, y él tenía grandesdeseos de conformarse, conformóse, aunque á regañadientes, y volvió á sulancha.

Para entonces, los diez años corridos desde que le conocimos en la Laleva

, ya sesentón habían hecho honda mella en su persona. Estaba másencorvado, más flaco, algo trémulo, y con la greña, las patillas y lascejas enteramente blancas, muy ásperas y muy largas. Pero su vestido,como su carácter, era el de siempre: el mismo gorro catalán, la mismacamisa de bayeta verde sobre la de estopa interior, los mismos calzonespardos de ancha campana y amarrados á la cintura con una correa, y losmismos zapatos, sin tacones y sin lustre, sobre el pie desnudo.

Consigno este dato, porque á la sazón no era ya este traje elcaracterístico del oficio. En los años pasados desde el consabidoacontecimiento, la gente marinera había ido confundiéndose en todo conla terrestre, así en ideas como en hábitos y costumbres. Lo cual nodejaba de exasperar á Tremontorio, y dábale á menudo ocasión de fulminarsus embreados apóstrofes sobre los pinturines

pescadores que caían porsu banda.

En una de estas ocasiones le vi yo en el Muelle. Estaba hecho unatempestad, en medio de un grupo heterogéneo y abigarrado, aunque secomponía exclusivamente de marineros. La verdad es que, siendoTremontorio el único que se hallaba en carácter allí, y, como sidijéramos, en su propia casa, parecía el intruso y el pegadizo entretantos degenerados.

—Ya se ve, tiña—decía cuando yo pasaba, y por eso me detuve áescuchar:—dende que vais al voto y á esos pedriques con el señoríopudiente, y andáis tan empavesaos, ¿que vus ha de paicer este patachecarbonero? Pus, tiña, de mi madera sois, con toa esa fantesía; y el másó el menos de trapo, no le hace al casco tener los fondos mejores…. Nibarrunto que de ayer acá vos haya caído denguna herencia de repente, paecharvos tanta guinda…. Onde se ve la gente es en la mar, ¡retiña!; ¡yque se diga muy recio si en más de tres duros y medio[17] que ya cuento,le he pedido á anguno remolque allí!

Replicóle uno que «el andar bien portao no quitaba fuerza ni valor á lapresona».

—¡Taday, niquitrefe!—díjole Tremontorio con el mayor desprecio.—Sisois valientes entoavía y jaláis del remo como yo, es porque lo habéismamao, y allá vos queda…. Eso es del cabildo de abajo, sépastelobien…. ¡Retiña, qué gracia!… Pero que vos dé otro tanto la vida quetraéis…. ¡Surbia vos dará!

—Y lo que usté no guipa, porque ya está fuera decombate—respondiéronle en son de zumba.

—¡Pintura, digo yo á eso!—replicó el veterano con muchoretintín;—aunque bien desaminao el ite de ese particular, ¿qué tenéisya que recibir de naide? ¿Qué vus falta? Vusotros, el relós de plata;vusotros, la bota fina; vusotros, el camisolín de plegues; vusotros, lacachucha de rasolís

…. Pus ya, retiña, por poco más, echarvos elbastón y la casaca, y dirvos al Suizo con los señores del Muelle, átomar chocolate con esponjao y leer los boletines de arriba…. Lasrentas no han de faltarvos pa sostener el señorío, porque ya tenéis unaración de hambre y otra de necesidá…. ¡Retiña con la piojera de tresgavias!

Dijo, miró con ira á los zumbones que le rodeaban, y rompió el cerco,bamboleándose al andar, como buque de mucho porte que toma la barraseguro de llegar al puerto.

FOOTNOTES:

[Footnote 17: Más de setenta años.]

IV

Amaneció un día con el viento al Sur, casi en calma: el cielo, sonrosadocon algunas nubes aturbonadas; la bahía, como un espejo; la mar, como unlago; la temperatura, á placer; el campo, verde y fragante; las flores,meciéndose sobre los tallos; los árboles, entreabriendo sus hinchadasyemas y asomando por ellas las tiernas esmaltadas hojas, que seestremecían y se desplegaban al sentir por primera vez el calor de losrayos del sol vivificante; la sonora voz de las campanas de todos lostemplos, llenando de armonías el espacio; y el movimiento y lacirculación, interrumpidos por la solemnidad de los días anteriores,restableciéndose bulliciosos en todas las arterias de la población.

—¡Hermoso día!—exclamaban las gentes de tierra, encaminándose ácontinuar los suspendidos negocios, ó frotándose las manos á la puertadel almacén, ó contemplando la naturaleza desde las entreabiertasvidrieras del gabinete. Y el fervoroso cristiano que volvía del templo,lleno su corazón de místicos regocijos; y el célibe egoísta que,empuñando el

roten

, se desperezaba á la puerta de su casa, dispuesto áemprender el higiénico paseo extramuros; y el labrador afanoso quearreaba la yunta y dirigía el arado para abrir el primer surco en suheredad; y el bracero menesteroso … cada cual, á su manera, saludabacon himnos del corazón aquel inolvidable Sábado de Gloria

de 1878.

Así llegó el sol á la mitad de su carrera, y el afán de los hombres aldescanso del mediodía. Entonces se alzaron súbitamente remolinos depolvo en las calles de la ciudad; azotó la cara de los transeuntes unaráfaga de viento húmedo y frío; oyóse el chasquido de algunas vidrierassacudidas contra la pared; cubrió los cerros del Oeste un veloachubascado; nublóse repentinamente el sol; tomó la bahía un colorverdoso con fajas blanquecinas y rizadas, y comenzó á estrellarse contralas fachadas traseras de la población una lluvia gruesa y fría.

—Un

galernazo

—dijo la gente con mucho sosiego.—Después del Sur, erade esperar.

Y el que tenía qué, se puso á comer; y el que había comido ya, se tendióá dormir la siesta ó á chupar el clásico cigarro delante de una taza decafé.

Según la gente de tierra, no había ocurrido hasta entonces cosa que nofuera en Santander muy natural y corriente; y en verdad que no era paradejar pálido á nadie la rotura de algunos vidrios, unos cuantos paraguasvueltos del revés, tal cual sombrero arrancado de su correspondientecabeza, y alguna que otra falda encaramada más arriba de loacostumbrado.

Y, sin embargo, uno de aquellos instantes, pasados casi inadvertidamentepara la gente de la ciudad, había producido, á la vista de ella, comoquien dice, el desastre más espantoso que registran los cántabrosanales.

Noticias de él fueron los alaridos que comenzaron á oírse luego por lascalles, entre la gente marinera; madres clamando por sus hijos; esposaspor sus maridos; hijos por sus padres; hermanas por sus hermanos.Aquello era una desolación, y sus clamores atravesaban el alma como unpuñal. Corrían los desventurados pálidos los rostros y los ojos sinlágrimas, porque para los grandes dolores no existe el consuelo deellas, buscando en los ojos de los demás una respuesta que nadie podíadarles, y el contristado espectador se agregaba á ellos y los seguíacomo si el mismo infortunio le empujara. El rumbo de tan tristescortejos era el Muelle, donde había ya una muchedumbre con los ojosclavados en la boca del puerto. El temporal había cesado casi porcompleto en tierra, y de la mar sólo se veía una parte de su furia,estrellándose espumosa y rugiente sobre las tristes Quebrantas

.Conocíase una parte del desastre: lo que de él habían presenciado lospescadores de tres lanchas, únicas que hasta aquella hora habían logradovolver al puerto. Citábanse nombres y se pintaban escenas de horror y deheroísmo. Las lanchas habían llegado medio anegadas; sus tripulantes,con la palidez de la muerte en el semblante, mudos y consternados, conlas ropas ceñidas al cuerpo, empapadas en agua; muchos de ellos, con elhercúleo torso desnudo. No les aterraba solamente la idea del peligro enque se habían hallado, pues de otros no menores habían salido con serenoespíritu, sino el cuadro de muerte y desolación que habían contempladosus ojos entre la furia de la galerna.

Hablábase mucho en los apretados corrillos; oíanse los lamentos de losque ya nada esperaban y de los que temían, y no falt