Escenas Montañesas by José María de Pereda - HTML preview

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(

Continúan riñendo

.)

…………………………»

Se representó este sainete en Santander, según una nota que contiene, elaño de 1783, en el día de los santos mártires Emeterio y Celedonio, esdecir, el 30 de agosto.

Compárense las escenas que quedan extractadas de él con las que yo hereferido por mi cuenta, y véase cuán íntegro se conserva en laactualidad el ritual de la

Buena Gloria

, si es que no aparece elvigente aumentado y corregido.

De un larguísimo y soporífero prólogo que antecede al entremés, resultaque el Ilmo. Señor don Francisco Javier de Arriaza, primer Obispo deesta diócesis, empleó todos los esfuerzos de que eran capaces suautoridad y su fervor, contra tan profana ceremonia; que su sucesor hizolo mismo, y que en el púlpito los oradores más afamados trabajaron conincansable celo en la propia obra; pero que todo fué en vano.

La

Buena Gloria

, cuyo origen se ignora, pero que es antiquísimo segúnel autor del sainete, y mucho más según uno de sus personajes, quedice, al echar el dinero sobre la capa,

«Ésta es una cirimonia que

nuestros tatarabuelos

nos dejaron prevenío se observara con rispeto»;

la

Buena Gloria

, repito, continuó después en toda su escandalosasolemnidad, á despecho de sermones, de anatemas y del entremés citado;atravesó impávida épocas de tirantez é intolerancia, y sin que nada hayapodido contra ella, logró aclimatarse en la moderna atmósfera de fósforoy vapor, y aquí existen todavía en uso sus inconcebibles prácticas[10].

FOOTNOTES:

[Footnote 9: En otras copias, que yo no he visto, del mismo entremés,parece declararse ser su autor don Pedro García Diego, vista, que fué,de la real aduana de este puerto.

(

Nota del A. en la ed. de 1876

.)]

[Footnote 10: No me atrevería hoy á asegurar que se conserve enSantander esta costumbre tan arraigada como aún lo estaba cuando sepublicó este cuadro por primera vez; pero tampoco me comprometo áafirmar que se ha desterrado enteramente.

(Nota del A. en la ed. de1876.)

]

EL JÁNDALO

I

Después que lanza el invierno el penúltimo suspiro, y cuando montes y peñas de este rincón bendecido sobre campo de esmeralda pardos levantan los picos, y más clara el agua corre, y en sus cauces van los ríos, llega el espléndido mayo sobre las auras mecido, despejando el horizonte y aliviando reumatismos; tras de mayo viene junio, como siempre ha sucedido, y San Juan, según el orden que va siguiendo hace siglos, antes que junio se acabe da al pueblo su día magnífico. Todo lo cual significa, para evitar laberintos, que en San Juan vienen los jándalos y que entonces vino el mío.

Ya tocaba en el ocaso del sol el fúlgido disco, y sobre el campo cayendo leves gotas de rocío, daban vida á los maizales y al retoño ya marchito, cuando en la loma de un cerro á cierto lugar vecino, cuyo nombre no hace al caso, y por eso no le cito, un jinete apareció[11] sobre indefinible bicho, pues desde el lomo á los pechos y desde el rabo al hocico, llevaba más alamares que sustos pasa un marido. Todo un curro

era el jinete, á juzgar por su trapío: faja negra, calañés y sobre la faja un cinto con municiones de caza, pantalón ajustadísimo, marsellés con más colores que la túnica de un chino, y una escopeta, al arzón unida por verde cinto.

Al ver entre matorrales destacarse y entre espinos el escueto campanario, de su hogar místico abrigo, detuvo la lenta marcha del engalanado bicho, descubrióse la cabeza, exhaló tierno suspiro, meditó algunos instantes … y continuó su camino.

Á un cuarto de hora del pueblo detuvo otra vez el

ímpetu

de su jaco, se apeó y llamó en un ventorrillo: —¡Ah de casa!… ¡

montañés

! —¡Allá va!—¡Po janda, endino! —¡Buenas tardes.—Que mu güenas…. Pero, calle…;

¡tío Perico! —¡La Virgen me favorezca!, ¡si es Celipuco

el de

Chisco

! —El mismo que viste y calza. —Seas mil veces bien venido. ¿Y cómo va de salud?

—Mejor que quiero…; ¡pues digo!; salú … pesetas … viniendo, camará, del paraíso, como yo vengo … á patás topamos allí toiticos esos probes menesteres…. Conque toque usté esos cinco … y destranque la canilla, que yo pago ¡de lo fino!… Vaya un vaso.—Á

tu salud. —Á la de usté, tío Perico. Y mi padre ¿cómo está? —Los años,…—¡Ya!…

¡Probesiyo! ¡Si esa borona maldita es el manjar más endino cá nacío de la tierra!…; pero ende hoy, tío Perico, ha de tragar buen pan blanco, buenas hebras y buen vino; que si el probe no lo tiene, para él lo ganó su hijo. —Bien harás, que es muy honrado y anciano.—¡Cuando yo digo que ha de gastar pitifoques y calesín!…—No es preciso, para que honres á tu padre, tanto lustre; que ha vivido entre terrones, y tiene sobrado, junto á sus hijos, para ser feliz de veras, con pan, descanso y cariño. —Pos cariño y pan tendrá, y descanso…. Ya estoy frito por verle y darle un abrazo…. Ahí tiene usté por el vino, que va cerrando la noche y es oscura…. No lo digo, es la verdá, por el miedo, porque me espante el peligro, que allá, bien lo sabe Dios, más negras las he corrió; sino que…,

¡firmes, Lucero! ¿Pero no ve usté qué bicho? Es una fiera, ¡cabales!; cuanto más anda, más bríos. Misté el jierro en esta nalga: es cartujano legítimo…. Y oigasté, por lo que sea: dejo atrás, en el camino, una recua de jumentos cargaos con mis equipos. Cuando lleguen, que refresquen los mozos con un traguillo y encamine usté la recua á mi casa…. Me repito.

Clavóle los acicates en los ijares al bicho, arreglóse el calañés, escupió por el colmillo, y, entonando una

rondeña

, partió á galope tendido. —«Mucha bulla, pocas nueces; mucha paja, poco trigo»; —

murmuró desde la puerta del ventorro el tío Perico.— Aunque si lo de la recua no falta….

El mancebo es listo…. ¿Quién sabe?… Cierro y aguardo. ……………………………

Pero la recua no vino.

FOOTNOTES:

[Footnote 11: Desde que los ferrocarriles cruzan nuestra Península ypenetran en esta provincia, los jándalos no vienen á caballo, ni se vanen tardo mulo. Han perdido, por lo tanto, uno de sus más gráficosatributos.

(

Nota de la 1.ª ed. en 1864

.)]

II

Echando al aire cohetes y descerrajando tiros, y entonando macarenas coplas, á pelado grito, entró el jándalo en su pueblo entre perros y chiquillos, que de una en otra barriada, con voces y con ladridos, publicaron la venida de aquel hombre «tan riquísimo», en un instante, saliendo á la calle los vecinos á verle pasar; que el pueblo, como es notorio, ab initio

es novelero y curioso aquí y en Francia … y en Pinto. —Buen verano, caballeros….

¡Adiós, mi alma!…—Bien venido. —Compadre, jasta la vista…. —Dios te guarde.—Agur, vecino. —¡Bien llegado!—Agraesiendo, camará…, siempre su amigo; pero me aguarda mi padre…. ¡Hacerse á un laito, niños!

Y revolviendo su potro, como pudo, á cada grito, y la mano dando al uno y al otro las gracias fino, y á las mozas requebrando y atropellando chiquillos, atravesó la barriada y llegó al hogar carísimo, donde hubo besos y abrazos y todo lo consabido.

Después se sacudió el polvo con su pañuelo finísimo, guardó el caballo entre mantas («porque era una fiera el bicho, y tragándose el espacio al andar, sudaba el quilo»), anunció, como de paso, para muy luego el arribo de la consabida recua; y entre familia y amigos que á saludarle acudieron, circuló el jarro de vino, se cenó de lo mejor; y hasta que ya era por filo pasada la media noche, en loor al recién venido, duró la marimorena que, aunque inútil es decirlo, costó al jándalo los cuartos y á más de tres … el sentido.

Amaneció el nuevo día, y ya su ánimo tranquilo, abrió el jaque la maleta para mudarse el vestido; llamó ufano á la familia, y ofreció á cada individuo un regalo: un calañés á su padre; á un hermanito, una camisa de holanda (y era de algodón mezquino), y á su hermana un

rico

chal de la India (según dijo, pues era un retal menguado, de vara de pico á pico).

Todo aquello, por supuesto, eran obsequios levísimos, pues las galas que traía hasta para los amigos, las conducía «la recua que quedaba en el camino».

Pasó el día de San Juan gastando largo y tendido y luciendo, aunque el calor hacía trinar los grillos, capa de largos fiadores sobre zamarra de rizos.

Al siguiente, el pobre viejo que iba á descansar tranquilo con el amparo del jándalo, de sus retoños seguido volvió al campo, como siempre, á doblar su cuerpo rígido sobre los terrones, que le daban sustento mísero.

En tanto vagaba el jándalo, sobre su andaluz

bravío

, por callejas y senderos,

reconociendo

los sitios que poco antes frecuentara con el dalle y el rastrillo…. Porque lo había olvidado todo, todo…, hasta el oficio, y el lenguaje de su pueblo y el nombre de sus vecinos.

III

Entre fiestas pasó un mes, descuidado peregrino, corriendo de feria en feria y embaucando á sus amigos con cuentos de Andalucía y primores que había visto.

Pero, ¡ay!, al llegar agosto, tentó con ansia el bolsillo que ya protestaba lacio, y, aunque con dolor vivísimo, vendió su caballo enteco (que nunca fué más lucido) en diez duros, no cabales, al primero que le quiso, para reparar algunos siniestros apremiantísimos, pues no llegando «la recua que quedaba en el camino», su traje se clareaba á puro darle cepillo, y sus botas se torcían y no bastaba el tocino para remediar las grietas ni para prestarles brillo. Trocó el presuntuoso puro de á cuarto por el mezquino pitillo; dejó el pan blanco y el riojano negro líquido, como regalo superfluo, sólo para los domingos; y aunque chancero y zumbón y fingiéndose aburrido, iba al campo algunas veces «á enredar con el rastrillo». Mas era que el pobre viejo, formalizado, le dijo un día:—«Si todas tus rentas son las que á casa has traído, ó trabajas ó no comes, que yo del trabajo vivo.»

Tras esto llegó septiembre, y el buen jándalo, afligido, gastó la última peseta que tenía en el bolsillo; y no asomando «la recua que quedaba en el camino», remendó los pantalones, comió berzas y

respingos

, emprendió con la

tortuca

con mucha pujanza y brío, dió en levantarse á la aurora, y trabajando solícito, se dormía por la noche cansado, si no tranquilo.

Ya no habló más en caló en medio de sus vecinos, porque se burlaban todos sin piedad de aquello mismo que, oyéndolo de su boca, aplaudían cuando vino.

Eran todos sus debates sobre carros y novillos; volvió á pensar en la herba

, y á

echar cambas

… y cuartillos; llamó á la alubia

barbanzo

; dijo por vuelto

golvío

; por lo ignorado

el aquel

; en vez de boca,

bocico

; por agujero,

juriaco

, y en lugar de trajo,

trijo

. Dejó, en fin, su mixta jerga de andaluz muy corrompido, y volvió á adoptar de plano su propio lenguaje antiguo:

rézpede, ojeuto, chumpar, rejonfuño, sostuvido, escorduña, megodía, sastifecho, tresponío

…, lo más selecto y más clásico, lo más puro y más legítimo del diccionario especial de tamaños barbarismos.

Entonces ya confesó, sin ambajes ni remilgos que estuvo en Puerto Real tres años vendiendo vino y llevando garrotazos de padre y muy señor mío; que sacó seiscientos reales por todo producto líquido, después de comprar el jaco, ropa, escopeta y avíos, y que entró con una onza en su casa, el pobrecillo, y la gastó en francachelas por echársela de rico….

Y dos otoños, en fin, después de lo referido, con unos calzones pardos, un chaquetón de lo mismo, una camisa de estopa y zapatos con clavillos, salió otra vez de su pueblo montado sobre un borrico, para volver á la tierra de la viña y del olivo, á ganar otros seiscientos con los azares sabidos.

ARROZ Y GALLO MUERTO

I

Aún no se habrían extinguido las últimas chispas de la hoguera, y apenasasomaban los primeros rayos del sol sobre la cúspide de las montañasvecinas, cuando las campanas del lugar comenzaron á tocar al alba.

Sinduda el sacristán había pasado la noche con sus convecinos bailando alfulgor de la hoguera; pues de otro modo, según pública fama, no hubierasido capaz de tomar la delantera al sol para abandonar el lecho.

Comenzaba yo, entre sueños, á reparar en la tan, para mí, inusitadamúsica, y tal vez hubiera conseguido no salir con ella del plácidoletargo que me dominaba, cuando la tos, las pisadas y los gritos de mitío que entraba en la alcoba con el objeto de despertarme, ahuyentaroncompletamente el sueño que, por ser el de la aurora, es el que más megusta.

—¡Arriba, perezoso, que ya es hora!—oí gritar entre garrotazossacudidos sobre los muebles, y taconazos y patadas en el suelo.

—¡Pero, señor, si está amaneciendo!—contesté balbuciente yrestregándome los ojos.

—Eso es: será mejor levantarse al mediodía como hacéis en la ciudad….¡Fuera pereza!—añadió con una risotada, tirando de un manotazo la ropaque me cubría, á los pies de la cama.—Alza esos huesos y disponte ácelebrar á San Juan como es debido.

Estas últimas palabras me hicieron recordar que era el día de mi tío, yque por ello había llegado yo la víspera á su casa. Felicitélecordialmente, y no pude menos de admirar aquella humanidad robusta y, ápesar de los sesenta años que contaba de fecha, fresca y rebosando envida.

Estaba ya afeitado y vestido con la ropa de los domingos, traje que sinser de rigorosa elegancia, ni mucho menos, tampoco bajaba hasta elvulgar de los campesinos: ancho, fino y cómodo, como pertenecía á unseñor bien acomodado de aldea; categoría en que figura mi tío con tantoderecho como el mejor caballero de la provincia.

Cuando me hube vestido, me cogió por un brazo y se empeñó en que leacompañara á dar una vuelta por el barrio, mientras era hora dealmorzar. Dispúseme á complacerle y salimos del cuarto. La gran salaque atravesamos tenía abiertas de par en par las tres puertas de suinmenso balcón; el sol entraba ya por ellas, iluminando todo ellarguísimo y espacioso

carrejo

que terminaba en la escalera; se oía elcuchareteo y hervor de la cocina que empezaba á animarse por lasolemnidad del día, y se respiraba en toda la casa un ambiente especial,una atmósfera pura y embalsamada, que sólo se respira en el campo de laMontaña en las madrugadas de verano, al secar el sol el fresco rocíosobre las flores de las praderas.

Al llegar á la puerta de la escalera encontramos á mi tía, dignacompañera de su marido, como él robusta y fresca, descubiertos susblancos y rollizos brazos hasta cerca de los codos, y llevando un granjarro de leche, espumosa y tibia aún, en cada mano. Sonrióse gozosa yexpansiva con nosotros, saludóme cariñosa, y

velis nolis

, me hizoprobar la leche que ella misma acababa de ordeñar.

Al bajar la escalera espantamos con nuestra presencia el averío que enel ancho portal se desayunaba con el maíz que para eso habíadesparramado mi tía sobre las losas.

En el corral saltaban los terneros alrededor de sus madres, saliendo alcampo á solazarse algunas horas bajo la vigilancia de un guardián; elmastín gruñía atado aún á la cadena, pero alegre y bullicioso alvernos…, todo, en una palabra, cuanto nos rodeaba, parecía disfrutarde la belleza del día que empezaba, y de la inefable satisfacción queexperimentaba aquella familia modesta en el sexagésimo aniversario de mitío, festividad doblemente solemne, por cuanto San Juan era, á la vezque de mi tío, el patrono del lugar.

Siguiéndole yo siempre, salimos por la ancha portalada característica detodas las casas solariegas de la Montaña; entramos en una verde yentoldada calleja, y al llegar á la iglesia que estaba cerca, nossentamos en un rústico banco detrás de ella y bajo una viejísima ycopuda cajiga.

Á pocos pasos, enfrente de nosotros, estaba la taberna; y en su portal,dos reses desolladas colgadas de una gruesa viga, eran el centroalrededor del cual giraba entonces el pueblo entero, en busca de unpedazo de carne, sabroso regalo con que se celebraba entre aquella gentela fiesta del patrono.

Mi tío se entretenía en contarme la vida y milagros de cada aldeano quepasaba por delante de nosotros, saludándonos humildísimamente; provistoya de su miserable tajada, objeto de sus ahorros de un mes.

—¿Ves ese—me decía—que se tambalea sobre las piernas, y lleva lacara metida hasta las narices en un sombrero viejo, mal calzado y peorvestido? Pues es un hombre muy honrado; tiene siete hijos, y el mayor,con quien gastó la mitad de su pobreza para librarle de la cárcel en quele metieron por haber dado una paliza á su vecino, después de casado lepuso pleito y le embargó la pobre choza que le quedaba, porque no ledevolvió una corta suma el mismo día en que venció el plazo delpréstamo…. Hoy se habría muerto de hambre y de pena si yo no lehubiera dado el dinero para salir de su apuro.—Ese otro jaquetón, tanplanchado y que parece un señor, es un trapisondista capaz de pegárselaal lucero del alba.—Repara bien en esa mujer que nos ha saludado convoz melosa y sin levantar los ojos del suelo; pues es una bribonaza,chismosa, enredadora y capaz de beberse á toda su casta: apostaría unaoreja á que lleva la botella del aguardiente debajo del delantal.—¡Éstesí que es todo un hombre de bien y hacendoso! Sin tener un carro detierra suyo, se arregla tan bien con la que lleva á renta, que nunca lefalta media onza de repuesto al pico del arca: es el mejor de miscolonos.—Algo más que este otro perdido: tres años hace que no me pagaun cuarto. Murmúrase si lo gasta con una vecina…; porque también poracá hay sus gatuperios, como en la ciudad…. ¡Mira!, la muy pingona yase va detrás de él.—Éste es el señor alcalde, labrador acomodado; perono me puede ver, aunque me saluda muy fino. ¡Como no le dejo pasarciertas cosas en el ayuntamiento!… Siete pleitos he tenido con él, yle he ganado cinco.—Observa á ese que se arrima á la pared para nocaerse; va hecho un cuero de vino: es vecino mío, y le da siempre en laborrachera por pegar fuego á mi casa. Cuatro veces le he cogido con eltizón en la mano; en una de ellas estaba ya ardiendo la leñera. No le heechado á presidio, porque me da lástima de su pobre familia.—Ahí tienesdos novios convidándose á castañas…. Buena pareja, ¿eh?: hoy va latercera amonestación á misa mayor, y mañana se casan….—Mira el mastínde la cabaña, ¡gran perro!: media nalga arrancó á un muchacho que lequiso montar el otro día. Ahora va á la carnicería á ver si pesca algoque valga la pena; ¡como hay dos reses hoy!… Todos los domingos delaño se mata una sola; pero en días señalados se consumen dos…. Sifuera aguardiente…. ¡Eso sí que tiene consumo en el lugar!…

De esta manera siguió el buen señor hablándome largo rato de todo cuantoveía y recordaba, sin tregua entre uno y otro asunto, y sin dar tiempo áque le replicara yo una sola palabra.

Hago, pues, omisión de todas sus observaciones, en la inteligencia deque el lector no encontrará tanto interés en ellas como mi tío, paraquien, como buen aldeano, eran la salsa favorita.

Aproximándose la hora del desayuno, dispusímonos á volver á casa, masantes quiso mi tío darse una vuelta por la iglesia, por si sus hijashabían vestido ya al santo.

Conviene advertir que mi tío era mayordomo de San Juan, honra que venía, ab initio

, vinculada en la familia; y corría de su cuenta alumbrarletodo el año, y vestirle, y adornarle en su festividad, y buscar y pagarpredicador para este día.

Mas todo esto se hacía con su cuenta y razón; no se crea que á estesanto se le servía gratis et amore, sólo por su bienaventuranza. SanJuan era uno de los propietarios del lugar, registrado en los libros delayuntamiento como otro vecino cualquiera. Tenía dos prados de regadío,bastante buenos, que arrendados á un colono producían una renta anual dedoscientos reales, renta que cobraba su mayordomo, llevando en un libroespecial una cuenta corriente con el santo.

Pero en obsequio al administrador, debe quedar consignado: 1.°, que losdos prados del beatífico propietario, eran de una manda hecha por lapiedad de un abuelo de mi tío; y 2.°, que éste, en honor del santo,gastaba todos los años, sobre los doscientos reales que producían lasfincas, otros cuatrocientos de su bolsillo, en lo cual se creía, y conrazón, muy honrado. Y se comprende muy bien. San Juan no era para lacasa de este buen señor solamente su patrono y el del lugar, ni uno detantos bienaventurados cuya imagen se veneraba en la iglesia parroquialdel pueblo: era, además, un protector especial, un huésped constante demis parientes.

Los paños, los candeleros, las velas del altar del santo, se encontrabanen aquella casa como la ropa y el calzado de la familia, y hasta en laslistas de la colada se leía siempre, junto al renglón, por ejemplo, delos calzoncillos de mi tío, otro de los

paños

de San Juan. Cuidábasesu imagen, quitábasele á menudo el polvo, se restauraba la pintura dondequiera que se descascaraba un poco; pintábanse cada dos años y sedoraban las andas en que se le sacaba en procesión, y se esmeraban misprimas en renovarle los ramilletes de flores que le rodeaban en la urna,con la frecuencia necesaria, y en engalanarle para las grandessolemnidades; era el santo, en fin, como de la casa

, valiéndome de unafrase de mi tía.

Y hechas estas advertencias, volvamos al asunto principal.

Entramos en la iglesia. En el centro de ella, y colocado ya en laspintorescas andas, sobre una mesa, estaba San Juan con el corderito álos pies, y en la diestra la cruz con el Agnus Dei qui tollis peccatamundi

, escrito sobre la flámula ceñida á ella. Sin estos atributos,confieso que me hubiera sido imposible conocer lo que aquel aparatorepresentaba. Tales primores habían hecho mis primas con la imagen.

Hallábase ésta bajo dos arcos cruzados, en el sentido de las diagonalesde las andas, revestidos de pañuelos de seda de sobresalientes colores,y caían sobre la cabeza del Bautista multitud de relicarios,campanillas, acericos y escapularios, y no pareciéndoles, sin duda,bastante á mis primas la piel con que el escultor cubrió la desnudez dela imagen, habíanle colgado sobre los hombros un rico chal de Manila,que le llegaba hasta los pies, y colocado en la mano con que señalaba elcorderito, un pompón encarnado y verde, procedente de un chacó derealistas, cuerpo á que, en sus mocedades, había tenido mi tío la honrade pertenecer.

Mirábame éste y miraba al santo, y tornaba á mirarme después con ciertaexpresión de complacencia, mientras yo contenía á duras penas la risaque me excitaba el fatalísimo gusto de mis primas, que habían hecho, confervorosa y cándida intención, un ídolo chino de una de las imágenes máspoéticas y sencillas de nuestro culto.

Felicité, no obstante, á mi tío por su celo y esplendidez, y después dedar él algunas órdenes al sacristán relativas á la procesión, salimos dela iglesia y nos volvimos á casa.

II

Esperábannos ya alrededor de la mesa mi tía, mis dos primitas, que, enel vigor de la robustez y de la juventud, hubieran podido marear á unestoico con algo menos de rubor y con un poco más de coquetería, y elpredicador que debía hacer el panegírico del santo aquel día. Era unfranciscano exclaustrado, párroco de uno de los pueblos inmediatos, yorador de tanta fama en la comarca como pulmones.

Mi tío se honraba todos los años dándole de comer y de almorzar el díade San Juan, y sus hijas le planchaban y rizaban la soprepelliz que sevestía para predicar.

Pusiéronse encendidas como dos pimientos mis primitas al tener quecontestar á mi saludo; tendióme una gruesa, morena y áspera mano elexclaustrado, abrazando en seguida á mi tío; y todos, en grata compañía,nos sentamos á la mesa.

Sirviéronnos, primeramente, chocolate al exclaustrado y á mí, pues lafamilia se despachó á su gusto con sendas cazuelas de sopas de leche. Ydije «primeramente», porque el reverendo, después que con el últimosorbo estrepitoso, infinito, sublime, tirado al pocillo, apuró

«cuanto en el hondo cangilón había»,

acometió á las sopas de leche, haciendo en ellas él solo tanto estragocomo toda la familia junta. Después de la leche nos sirvieron vinoblanco con bizcochos, prototipo en las aldeas de digestivos yconfortantes, y cuyas virtudes se tienen en tanto, que lo mismo seadministra este agasajo á un moribundo que en una boda.

Por ello tuve, ámi pesar, que echarme al cuerpo mi ración correspondiente, puesdesairarla era, á lo que vi, la mayor ofensa que podía hacerse á larumbosa prodigalidad de mis tíos.

Concluído el almuerzo, llegó la hora de ir á misa; y al acercanos á laiglesia, fuimos acometidos por una comparsa de danzantes, bajo cuyosarcos tuvimos que pasar más de dos veces; honor tributado exclusivamenteá las notabilidades del pueblo, ó mejor dicho, á todas las personas quepodían dar algunas monedas de gratificación, en cambio de tan señaladofestejo.

Antes de la misa se llevó en solemne procesión al santo alrededor de laiglesia, teniendo mi tío el honor, en compañía del alcalde y dosregidores, de cargar con las andas. Dos mocetones, armados de escopetas,abrían la marcha haciendo fuego, y un ciego gaitero acompañaba con suronco instrumento al señor cura en sus cánticos, á los que contestabatodo el pueblo, de vez en cuando con un fervoroso

«ora pro nobis»

.

Empezada la misa, n