Estudios Históricos del Reinado de Felipe II by Cesáreo Fernández Duro - HTML preview

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Bermúdez de Castro confundió al funcionariocon el Duque de Chartres: era el Comendadorde Chaste, vencido en la isla Tercerapor D. Alvaro de Bazán, que por entonces andaba{278}en proyectos de expedición corsaria, porsu cuenta, á las Indias[116]; así podían serle demucha utilidad la presencia y las noticias delviajero; mas éste se aburría en una ciudad enque apenas pudo saber algo de Flandes quecomunicar á su buen amigo al otro lado delCanal, y queriendo trasladarse á Ruan ( Rouen),le acompañó por el camino el referido gobernador,llevando escolta de 50 caballos[117].

Halló en el Duque de Montpensier, que regíala plaza, acogida no menos grata que enDieppe; el Príncipe le salió al encuentro con100 caballos; le sentó á su mesa, procurandohacerle agradable la estancia, como el Rey selo mandaba, y confirmando las palabras tuvoPérez carta datada en Lyon á 26 de agosto enque el mismo Rey le daba bienvenida.

«Como pienso ponerme en camino, decía,no quiero tengáis la molestia de pasar adelante,sino que me esperéis en Rouen. Hoy mismoescribo á mi primo el Duque de Montpensierque os dispense las consideraciones merecidaspor vuestras virtudes, que yo siempre oshe de dispensar.

Sin embargo, si preferís ir áParís, lo dejo á vuestra decisión: allí encontraréisen tal caso á mi primo el Príncipe deConti, al Sr. de Schomberg y á los de mi Consejo,{279}que tienen prevención de recibiros y acojeroscomo lo haría yo mismo.» Consolábaleá seguida del accidente mortal ocurrido al pobreD. Martín de Lanuza, recomendando seconformara con la voluntad de Dios, en la seguridadde que la suya no había de faltarlenunca[118].

Satisfecho podía estar el Peregrino si no nublaraun tanto los auspicios favorables la diligenciadel Sr. Gil de Mesa en comunicarlenuevas de otro género. Habíale mostrado elMinistro Villeroy avisos de Flandes de andarpor París el señor de la Pinilla de Aragón, dequien se decía haber tomado 6.000 ducados deoro á cuenta de la vida del fugitivo, yendo ensu compañía un fraile y un criado. Por otraparte, le anunciaban, con referencia al gobernadordel Havre, que cuando él (Pérez) marchóá Inglaterra, un inglés llamado Burle propusoal dicho gobernador ganarse 100.000 ducadossi entregaba vivo al pasajero, ó 50.000 si queríadarlo muerto; proposición que rechazó indignado.

Estas confidencias, nada á propósito paratranquilizar el ánimo en quien no le tenía muygrande, templaron el deseo de encaminarse áParís, mientras no lo hiciera un cuerpo de tropa{280}mandado por M. D'Incarville. El mismoDuque de Montpensier le aconsejó esperar estaocasión, y aun agregó á la tropa varios oficialesdel Rey que le dieran particular escolta.

Llegado á la capital el 10 de septiembre, levisitaron los señores del Consejo de Estado,confirmando las órdenes que del Rey tenían recibidaspara velar, sobre todo, por la seguridad.Preguntaron si conocía al señor de la Pinilla; ycomo la respuesta fuera afirmativa, le propusieronalojamiento en la Bastilla, por ser lugarfuerte en que había perennemente guardia desoldados; pero si no le agradaba la mansión,estaban dispuestos á poner en la casa que eligieracuatro guardias del Rey, que le custodiarandía y noche. Pérez optó por lo último:la visita de la Bastilla hecha el mismodía no le había satisfecho, y descansó en unaposada elegida por M.

D'Incarville. De ellaescribió al Conde de Essex los pormenores quevan referidos; agregó las noticias políticas quehabía recogido desde la separación, y contestandolas recibidas de Londres manifestó suaprobación, así relativamente á los aprestosque se iban haciendo de la expedición contraCádiz, como á los más atrasados de la jornadade Drake á las Indias. Sobre ésta en particularse extendía, tratando del partido que podíaobtenerse de los indígenas; materia dispuesta{281}á la rebelión, tanto por condición propia comopor los agravios recibidos de los españoles[119].

Ocho días después le instalaron los del Consejoen una casa muy hermosa que había pertenecidoal Duque de Mercoeur, sin que tuvieraque ocuparse de nada; los guardias ofrecidosy el cocinero ocupaban sus respectivospuestos. Hecho por su parte acatamiento á MadamaCatalina, la hermana del Rey, le llevóla Princesa en su carroza á ver la comedia,honra (escribía á Essex) que había sorprendidoá mucha gente y á él le daba alegría y satisfacción[120].

Los términos de la carta suplirían por sí solosla última confesión, según pintan las impresionesde la vanidad satisfecha; sólo queduraron poco. La epístola inmediata tratabadel complot descubierto contra su vida; de laprisión del señor de la Pinilla; de la inquietudque sentía: quisiera volver á Inglaterra, y nole vendrían mal algunos fondos[121].

El incidente de la prisión, que parecía justificarlos temores y las precauciones, requiereconsideración un tanto detenida, empezandopor la narración de Bermúdez de Castro, que{282}vale tanto como decir la que hizo la pluma deAntonio Pérez.

D. Rodrigo de Mur, señor de la Pinilla,acompañado de un criado y de un fraile vizcaíno,de nombre Mateo de Aguirre, aparecieronen París, despachados por D. Juan deIdiáquez con expreso fin de matar al ex-Secretariode D. Felipe. Tres veces en una nocheintentó D. Rodrigo penetrar en la casa del refugiado,pretextando necesidad de hablarle:otras tantas le negaron acceso los suizos deguardia, y recelosos de la insistencia le detuvieronen la última. Halláronle dos pistoletescargados cada uno con un par de balas encajadasen cera, por seguridad de la puntería, yfuera de la ciudad le esperaba el criado con loscaballos. Ante el tribunal confesó su traición,por lo que fué ajusticiado en la plaza de laGreve[122].

La exposición de M. Mignet se parece mucho,como procedente del mismo origen.

El Secretario Villeroy, lo propio que el Mariscalde la Force, tenían avisos de España[123]anunciando que el Barón de la Pinilla, el mismoque había tratado de prender á Pérez enSallent, se había puesto en camino en compañíade otros dos hombres, uno de ellos fraile{283}disfrazado de láico. Pinilla había recibido previamente600 ducados de oro[124]; hizo en Paríslos preparativos para escapar después del golpe;pero fué detenido con uno de los cómplices,logrando el fraile ponerse en salvo. Encasa de Pinilla se encontraron dos pistoletescargados con dos balas cada uno: todo lo confesóen el tormento, de modo que, meses después,fué ejecutado en la plaza de la Greve[125].

El escritor francés apoya la aseveración enel libro de las Relaciones[126], en las cartas enviadaspor el interesado al Conde de Essex[127] yen la siguiente noticia de un diario de París:

«El viernes 19 fué ajusticiado un español enla plaza de Greve de París, convicto de haberquerido matar á D. Peres, Secretario del Reyde España, que sigue á la corte, siendo bienvenido al lado de S. M., por haberle descubiertomuchos manejos del Rey de Españacontra su persona y su Estado[128].»

Las pruebas no son de aquéllas que desvanecendudas, no ya en asunto tan grave parael desdichado D. Rodrigo de Mur, para laopinión del Secretario de Estado D. Juan de{284}Idiáquez, y por ende de su amo, sino para cualquieraque interesara á la historia. Comparadasestas pruebas entre sí, ponen en claro queel señor de la Pinilla fué á la casa de Pérez,guardada por suizos; pidió á los mismos guardasentrada, é iba desarmado, pues los pistoletesen la posada se encontraron, no en lapersona. Perspicaz sería el juez que con talesindicios descubrió intento de asesinato y prevencionesde huída.

Hay más: la colección de documentos deBirch, citada por M. Mignet, contiene algunosque valen la pena de registro. Uno dice queen el momento de llegar Pérez de Inglaterra áDieppe, recibió cartas que le dirigía desde Parísel señor de la Pinilla[129]. El contenido de lascartas no se expresa, y, sin embargo, tan vagaespecie basta á la persuasión de que D. Rodrigono vino de España á París á objeto expresode encontrar á Antonio Pérez, pues que le precedió;al paso que demuestra no tener propósitode recatarse, antes de anticipar el deseo,acaso también la razón, de una entrevista.

Otro papel, escrito por el Secretario de AntonioPérez[130], refiriendo la ejecución de Pinilla,{285}consigna que hasta el momento del supliciono confesó otra cosa sino que había venido átratar con su amo; lo mismo que viene á declararL'Etoile en el Journal de Henri IV, esto es,que murió convicto.

De qué iba á tratar; cuál era la comisión quede D. Juan Idiáquez se le suponía; por qué contanta insistencia pretendía una entrevista, podráentenderse por cartas cifradas que al mismoSecretario Idiáquez envió el Encargado deNegocios de España, D. Diego de Ibarra, altener noticia inexacta de la llegada del proscripto.Decía:

«Antonio Pérez volvió de Inglaterra: no heolido lo que ha traído; pero él se topó cerca deeste lugar con el Duque de Guisa y le hablóen sus desventuras. Vea V. S. si con este hombrees menester hacer algo ó con D. Martínde Lanuza, que también anda con el Príncipede Bearne, y ha llegado á las puertas de París,y dice desea reducirse. No se me ha respondidoá lo que avisé de D.

Manuel de Portugal,que me había escrito D. Martín de Guzpide,ni al particular deste pobre hombre, quemuere de hambre, y así en ninguna de las doscosas he hecho nada. El D. Manuel está con elde Bearne, y ha dicho á personas que me lohan dicho que desea echarse á los pies de S. M.,y está aguardando respuesta de lo que de Roan{286}se escribió. Aviso de todo á V. S. por si S. M.quisiere mandar algo, lo pueda hacer á tiempo.

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»Lo que me dijo el Duque de Guisa que lehabía pasado con Antonio Pérez, no fué así:hase sabido después que está todavía en Inglaterra,y que debió de ser alguno que se valióde su nombre[131].»

Con estos hechos, mientras las pruebas delproceso no aparezcan, hay, pues, motivo pararelegar el supuesto intento de D. Rodrigo deMur, en unión con el de los irlandeses de Londresy algunos más, á la categoría de cuentosintencionados, con la presunción de que losejemplares de verdaderos atentados de la épocaservirían á la credulidad sin otro examen.

Reanudando la ilación de los sucesos, comola guerra con España no empezaba cual porallá desearan, llamó el Rey á Pérez á la ciudadde Chauny, cerca de la Fere, cuyo cerco ibaá poner, para consultarle el plan de campañapor la parte de Flandes. La marcha de los sucesosle tenía alarmado. Hízole entender elPeregrino que sin la cooperación activa de Inglaterra,sin un acuerdo que aunara los esfuerzoscontra el enemigo común, difícilmentellegaría á contrarrestar el impulso dado por{287}el Conde de Fuentes metiéndose en Picardíay ganando una tras otra las plazas de la Chapelle,Catelet y Dourlens. ¿Mas era acaso fácilconvencer á la Reina Isabel, alcanzar socorrosde ella, cuando acababa de retirar los que enviócontra los españoles de Bretaña al verlosen Brest, esto es, á las puertas de su casa?

Bien conocía Antonio Pérez la exactitud dela objeción, sintiendo en el despecho no estardebajo de tierra antes que ver á la insolente fortunade Felipe sobreponiéndole á todos los enemigos,sin que sus consejos fueran escuchadosni su residencia allí produjera fruto[132].

Debíade insistir, sin embargo, é insistía en inclinaral Rey de Francia á dar nuevos pasos que movieranla voluntad de la inglesa, de Juno, segúnla nombraba en la conversación confidencial,dando ejercicio á su prurito de aplicarsobrenombres, mientras por el lado del favoritode la Reina tiraba de los hilos de la intrigacon que se tramara la misma tela.

Enrique IV no podía desconocer la excelenciadel pensamiento ni la necesidad de acudirá realizarlo, empezando con el halago del consejeroy agente; no escaseó, en consecuencia,las honras en la palabra, ofreciendo la dispensaciónde otras más efectivas, el collar{288}de la Orden del Espíritu Santo, por ejemplo.

Godfrey Aleyn, que oyó referir á su amo enla mesa las distinciones de que había sido objeto,presumía que el Sr. Antonio las rehusaríasin más excepción que la de la Orden, yesto si podía proporcionarse las prendas quenecesariamente deben de vestirse en la ceremonia.Hubiera rogado al Conde de Essex quele ayudara al efecto, si no estuviera cohibidopor la consideración de los muchos favoresrecibidos. La celebración del Capítulo era eldía primero del año próximo; la nota de lasprendas y de su valor, pedida por curiosidadal sastre de S. M., adjunta[133].

Sirviendo Pérez á dos señores, natural eraque se creyera con derecho á seguir disfrutandode las liberalidades del uno tanto como de lasdel otro. El más cercano le tenía á su lado enpúblico; salió con él por el camino al marcharhacia la Fere, y dejándole en Chauny encomendómucho á Villeroy cuidase de su persona,acompañándole cuando hubiera de ir á SanQuintín, «porque no podía pasarse sin su compañía.»Todo esto era altamente honorífico sinduda; mas no lo que esperaba el Sr. Antonio,dándolo á entender, en ausencia del Soberano,con expresión repetida de no ser para{289}su genio el carácter de los franceses, entre losque no creía podría vivir mucho tiempo, ymenos en los mezquinos alojamientos que leseñalaban[134].

No lo dijo en balde: á los pocos días le instalabanen una de las mejores casas de la ciudad;llegaba á sus manos oferta nueva del Reyde conferirle las insignias de la orden consabida,con una plaza en el Consejo privado y lasrentas de la primera Abadía que vacara, en esperade lo cual disfrutaría desde luego pensiónde 4.000 escudos anuales[135].

Por complemento escribió el Rey al Condede Essex[136], agradeciendo infinito lo que habíahecho por Pérez, consejero digno de toda clasede miramientos, que le era muy querido yagradable. Sentía no poderle dar todo lo quedeseara y él se merecía; aseguraba, sí, que participaríade la miseria de Francia con la buenavoluntad del que la regía.

El interesado, en vista de la gracia y pensiónseñalada por el Monarca, sin pedirla él,hizo saber á Villeroy «que era perro y peregrino;pero perro peregrino en la fidelidad[137]. »{290}Casi al mismo tiempo informaba á su amigo elConde de Essex de haberse interceptado cartasde España por las cuales se venía en conocimientode los proyectos del Conde deFuentes en Flandes, así como de las miras de Nabucodonosor, que á toda prisa reunía ejércitoy armada. Desconfiando de los recursos de EnriqueIV para resistir, y aun de que en Inglaterradieran á sus enemigos la atención debida,le instigaba á despertar el espíritu público, temerosode que les ocurriera lo que á las vírgenesde la parábola del Evangelio, que se acordarontarde del aceite. El que espera siemprees vencido; de los audaces que atacan es el lauro.Si no querían oirle, determinado estaba ádespedirse de Francia y de Inglaterra á la vez,al paso que nada igualaría á su satisfacciónestando al lado de amigos buenos que con prudenciay energía siguieran sus advertencias[138].

Repetíalas sin cesar, manifestando las cartassucesivas por qué procedimientos iba convenciendoal Rey de la necesidad de entendersedirectamente con el Conde de Essex, taninteresado en sus progresos; utilizando avisosreservados de Flandes, de Venecia, de Milán,de la corte de Madrid y de la misma de Francia;teniendo que reservar á veces algunos de{291}estos últimos, pareciéndole que no le agradaríaá Enrique saber que le eran conocidos. Recibíaleel Monarca á todas horas, á solas, aunestando en la cama, no sin inconvenientes; queempezaban á manifestarse los celos de los palaciegos,y singularmente la envidia de Villeroy,por más que procurara adormecerla conlisonjas[139]. Como defensa, había manifestadoal Rey que mal podría subsistir allí si á laspersecuciones y peligros de la triste fortunase agregaba la malquerencia de sus Ministros[140]:preciso sería, á falta de mayor favory amparo, que buscara otro retiro; idea queafligió mucho á Enrique[141].

Lo que más costaba al consejero era contrarrestarel efecto de insinuaciones que partíande elevadas personas, del Secretario deEstado Villeroy entre ellas, en favor de la pazcon España, recordada á cada nueva victoriade las del Conde de Fuentes. Urgía influir enopuesto sentido con el despacho de la expedicióncontra Cádiz, mucho más habiendo llegadoá París un agente de Roberto el Diablo (SirRobert Cecil)[142].

{292}

Un incidente imprevisto estuvo á punto deponer á Pérez en apuro. Bacon abrió inadvertidamenteuna carta que Godfrey Aleyn (elcriado suyo que dió por amanuense ó secretarioal amigo español) enviaba á su padre, ydespertando su atención que estuviera escritaen cifra, interpretó lo que sigue:

Godfrey manifestaba propósito de no continuarmucho tiempo al lado de su amo, vistasla inconstancia y rareza del carácter. No pudiendosufrir sus originalidades, á pesar de hacercuanto estaba en su mano para complacerle,aprovecharía una buena oportunidad tanluego como penetrara ciertas cosas que empezabaá conocer y que podrían serle de muchoprovecho. Los trabajos de Pérez se encaminabanpor todos lados á conseguir Liga estrechay fuerte entre Francia é Inglaterra contrael Rey de España, convenciendo á las dos partesde que por tal medio lo hundirían. Procurabaal mismo tiempo, por medio de la Reina,la soltura de su mujer é hijos, detenidos enMadrid; pero tenía emulación con M. Edmondes,agente especial del Conde de Essex, estorbándoseuno al otro: el Rey empezaba ácansarse de las singularidades de Pérez, y losmás de los hombres con que esperaba contarle enseñaban ya los dientes.

Se vino á descubrir por esta misiva que habiendo{293}aprendido Godfrey al lado del señorAntonio lo que valía un secreto, tomaba copiade las cartas más importantes que se enviabanal Conde de Essex, y hacía que fueran á manosdel Rey de Escocia por conducto de suEmbajador en París. Essex, muy alarmado,previno incontinenti al corresponsal, dándoletiempo de poner remedio, que fué el de sutáctica probada. Anunció al Rey otra tenebrosatraza de los Faraones de Egipto, enderezadaá perderle con la invención de cartasque pusieran en duda su lealtad, su amor, suadhesión, etc. Después, manifestando á Godfreyque era preciso enviar al Conde una clavenueva de escritura, comisión delicada queno quería fiar á otra persona, le despachó paraInglaterra, donde en el acto de poner el piele echaron mano, encerrándole en la prisiónde Clink[143]. Le sustituyó Edward Yates, hombrede toda confianza, pagado como el otropor el Conde, y exclusivamente destinado átransmitir los despachos secretos que importaraná éste ó á la Reina[144].

Hay que dejar aquí en suspenso los manejossecretos, hasta referir someramente losefectos que producían en la política.

La Reina de Inglaterra, siguiendo los consejos{294}de los Cecil, padre é hijo, contrariossiempre á los del Conde de Essex, había negadoá Enrique IV la cooperación activa en laguerra, y este Rey insinuó por medio de Embajadorespecial que, no contando más que conlos recursos propios, se vería en la precisión deaceptar paz honrosa con España. Isabel, inquietacon las ventajas que en Francia ibaconsiguiendo el Conde de Fuentes, recibió ladeclaración con doble sentimiento, y comisionóinmediatamente á Sir Henri Unton paraque con carácter de Embajador sondeara enParís la verdadera disposición del Rey, haciéndoleconocer la necesidad en que se veíael Gobierno de Inglaterra de proveer á la propiaseguridad, amenazada en aquella isla y enIrlanda.

Si Enrique IV se inclinaba en realidadá entenderse con Felipe II, el Embajador debíaprocurar impedirlo con ofrecimiento dealianza y auxilio efectivo: si en la indicaciónno había más que amenaza, ninguna modificaciónse haría en la marcha de las relaciones;pero á estas instrucciones oficiales opuso lassuyas particulares el Conde de Essex, segurode verlas cumplidas, por lo mucho que SirUnton le debía; y contrariamente á lo que elSecretario de Estado le mandaba, había desostener al Soberano de Francia en la afirmaciónde no continuar la guerra sin ayuda, aunque{295}en público y como Embajador diera á entenderlo contrario.

Al mismo tiempo había de escribir Pérezcartas que se mostrarían á la Reina, para quela coincidencia de sus informes y los del Embajadorinfluyera en el ánimo de Isabel.

Lasinstrucciones del Conde decían: «Antonio meescribirá, en carta que pueda enseñarse, quela llegada de Sir Unton ha empeorado los negocios,y me preguntará por qué, conociendoel carácter del Rey de Francia y los asuntosdel reino, no me he opuesto al envío del Embajador.Añadirá temores de que se haya dejadoavanzar al Rey hasta un punto de que no puedaya retroceder[145].»

Sir Henri Unton desempeñó perfectamentesu papel; el Rey conferenció con Pérez, cuyascartas completaron en Inglaterra el efecto delos despachos del Embajador[146].

Empezaba en esto el año de 1596 con descontentodel Peregrino, que vino á mudar enpena, la falsa nueva de la muerte de DoñaJuana Coello, su mujer. Un caballero de la Cámarade D. Felipe escribió á Génova dícese que se propagó de seguida por cosa cierta.. .[147]. {296}Antonio Pérez mostró gran sentimiento, escribiendoexpresamente para el Conde de Essexnecrología latina[148],

y otra castellana más extensadestinada al público[149], por muestra dela inmensidad del infortunio. Gil de Mesa fuéen su nombre á noticiar á la Princesa Catalinade Borbón, al Rey, á Villeroy la resolución deabandonar el mundo, entrando en religión;propósito que parecía muy bien al Secretariode Estado. Probablemente por vez primera seofrecía con sinceridad á secundarle con su influenciapara entrar en situación en que podríahacer su fortuna y la de sus amigos. No menosexpresiva Madama de Borbón, prometió solicitarde su hermano una mitra ó un capelo quele proporcionaran dignidad en el estado religioso;por último, el Rey, después de enviarcon pésame á M. D'Incarville, le hacía saberque iban á extenderse las cédulas de nombramientode Consejero real, asignándole la sextaplaza; otra de inclusión en la lista de los quehabían de recibir la Orden del Espíritu Santo,más la de Gentilhombre de Cámara en favorde Gil de Mesa[150].

Como reflejo de la situación del ánimo, recrecido{297}el odio con la progresión de la desgracia,hacía para Essex estudio de los sucesospolíticos cuya fuerza obligaba al Rey á inclinarsecada vez más á la paz. Instigábale másque nunca á que hiciera entender secretamenteá Isabel el peligro gravísimo que amagaba. ElPapa trabajaba con vehemencia; el Duque deSaboya no era obstáculo; la llegada á Españade la flota de galeones consentía el refuerzo deejército y armada. ¡Qué letargo el de Francia;qué negligencia en Inglaterra; qué dolor nohaber interceptado los tesoros de las Indias,siguiendo el plan que él mismo entregó á laReina! Sucumbiría en la empresa con la seguridadde no haberse equivocado; y como losoprimidos infunden compasión y los engañadosrisa, quería más ser objeto de piedad quede ridículo[151].

Trabajo le costaba discurrir sobre la cegueradel Gobierno inglés, desacertado en todo;el Embajador Sir Henri Unton, cortés en invitarleá su mesa, se reservaba de él y no sedaba maña para influir con Enrique. ¡Ah! noquerían ayudarle en la guerra contra la bestiasalvaje que se proponía trastornar los fundamentosde la tierra y la fe de los hombres... no sabían{298}gastar dinero sin dolor... tiempo llegaría delamentarlo[152].

Por mortificación mayor sabía, gracias á losbuenos oficios de D. Cristóbal, el hijo menordel Prior de Ocrato, que un agente español enNantes decía sin reserva que había de morirantes de un mes, siendo cosa notoria que un D. Rodrigo de Martilos ( sic) le asesinaría, comotambién al Rey de Francia. Por absurdoque el aviso debiera parecer, reprodujo enAntonio Pérez una de aquellas crisis temerosasalimentadas por la suspicacia del carácter.Se creía blanco de la enemiga de los Guisaspor haber sacado á luz en las Relaciones losproyectos de confederación que formaron conD. Juan de Austria; presumía que la envidiade Villeroy le armara alguna celada, llevandola desconfianza al límite de entender que Gilde Mesa, su alter ego, le espiaba y vendía alRey, y que éste, para alcanzar arreglo ventajosocon España, entregaría á D. Felipe lapersona de su fugitivo secretario[153].

Exasperado, insufrible en el trato, encerradoen la casa de Coucy, negándose á ir conEnrique IV á la Fere, con pretexto de unacaída sobre el hielo, desataba la lengua contra{299}la informalidad de los franceses, que al parecerpretendían hacer con él lo que con un limón,que se arroja después de exprimido, ámás de entorpecer sus asuntos y retrasar elpago de la pensión que le habían señalado[154]. De no cambiar de sistema y seguir poniendo áprueba su paciencia, amenazaba con volverseá Inglaterra, donde viviría con dignidad y sinpeligro, ó á cualquier parte, á comer carbón,antes que ser juguete de franceses, con ofertasque rechazaba con más grandeza que le eranhechas[155].

Si conferenciaba con el Embajador inglés, lasquejas y las amenazas eran de otra naturaleza:entonces el lugar de retiro era Florencia ú Holanda[156];pero de cualquier modo, ni hablabacon sordos ni dejaba de pensar en el alcancede lo que decía. El Embajador transmitía lasextravagancias, pero se allanaba á pagarle lasdeudas. Enrique IV no sufría con paciencia laslibertades que se iba tomando el español ensu presencia, enviándole no obstante la visitade Villeroy, y aun la de su médico cuando pretextóla dolencia de la caída[157]. El Rey se le{300}quejaba de que tuviera á Inglaterra más afectoque á Francia; pedíale con abrazos y besos queno le dejara, asegurando que en ninguna parteestaría más seguro que á su lad