Estudios Históricos del Reinado de Felipe II by Cesáreo Fernández Duro - HTML preview

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En la colección de las cartas andan revueltas,con las ahora citadas, aquéllas con que remitíaá Gil de Mesa la primera, la segunda yla tercera parte, para que se encargara de laimpresión[211],

así como las que le inspiraban elenojo de la corrección de pruebas y las demorasde cajistas. Por lo demás, aun reservandolas piezas demostrativas de que «para morderno hay colmillo de jabalí que tal navajada décomo la pluma[212], » razón sobrada tenía estando{322}satisfecho de la acogida otorgada por elpúblico á sus obras, si «no había semana queno acudieran á su posada de varias partes ápreguntar si estaban ya impresos los memoriales[213].»

«¿Qué culpa tengo yo, ponía, de que llamenpor esas calles sentencias, y doradas, aquellosaforismos de mis cartas?[214].»

«Pregúntanme si algunas cartas que andanentre las impresas con nombres de otros, sonen realidad de verdad mías ó de aquéllos. Porqueel estilo, quien quiera que leyere las unasy las otras con un poco de atención, no le juzgarádiferente, como ni una persona vestida demáscara, por mucho que se quiera disfrazar,podrá dejar de ser conoscido, yo diré francamentela verdad. Todas cuantas cartas andanen nombre de otros con las mías, son desa mipluma grosera, tal cual la que me cupo porsuerte. Lo mismo digo de cuanto anda en ellibro de las Relaciones, ó sea debajo del nombrede El Curioso ó de cualquiera otro, ó de lapluma arrojada, cual la mía vive, por muyruín, justamente[215].»

«Las cartas familiares y de amigo á amigodeclaran más el natural que el rostro propio á{323}un fisiógnomo, y así las llamó no sé quién retratodel ánimo[216].»

Han sido juzgadas con alguna variedad estascartas, bien que generalmente se reconozcasu mérito. D. Eugenio de Ochoa, que las reimprimió,pensaba que el escritor brilla másen ellas por la novedad de los pensamientos yla valentía de los giros, que por la pureza ycorrección del lenguaje[217]; Bermúdez de Castro,en el supuesto de que todos los personajesde la corte de Francia querían testimonio desu estilo y de tener que poner en prensa el ingeniopara discurrir lisonjera y graciosamentesobre fútiles consultas, alaba al escritor fácily sentencioso, moralista divagador al gusto dela época, entendiendo que por estar entoncesmenos formada la lengua francesa que la nuestra,se enriqueció con los giros que introducíael español proscripto[218].

Reconocen efectivamente la influencia literatosde esta nación[219], por más que alguno{324}piense fuera en parte debido al favor que porentonces gozaba en la corte y en la buena sociedadla lengua castellana[220], al que se debióla publicación de varias ediciones en la mismaen que las cartas habían sido escritas[221], sinperjuicio de las traducciones[222]. Ticknor estimabalas cartas por su variedad de estilo, propias,castizas y muy interesantes[223]; MorelFatio cree se deben de poner en la literaturaepistolar española al nivel de las del autor del Centón dicho de Cibdadreal[224]; no falta, sinembargo, quien las encuentre un tanto cansadas( tedious)[225].

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En más honda consideración se reconoce laexactitud con que el autor definía las cartasfamiliares: en éstas se halla su retrato moralpareciendo entre los rasgos, que si alguno excedíaal de la adulación[226], era el de la vanidad.Por ella no es mejor la colección epistolar,limpia de las fútiles misivas á que Bermúdezde Castro se refiere, que repiten unosmismos conceptos rebuscados; por ella no estádespojada de personales alabanzas, que porotro lado sirven grandemente á la pintura: ladel docto amigo á quien ruega «pase los ojospor los renglones que le han caído de la plumapara esculpir en un reló destinado á Gonzalo,su hijo[227]; » la que anuncia un anillo de dosrengleras de diamantes á su mujer[228]; la de losretratos que se manda hacer[229].

Se ha atribuído injustamente al Peregrinootra obra literaria, cuya malignidad tratandode supuestas inteligencias entre D. Juan deAustria y el Duque de Guisa ó sobre la muertedel Príncipe D. Carlos, y cuya complacenciaen describir la agonía del Rey Felipe II, podíanestimarse en consonancia con las que trazabala pluma aquélla, más temible que colmillo de jabalí.{326}La vanidad sirviera justamente para reconocercuán ajeno fué de tal escrito, si elestilo no lo dijera á primera vista. Se habla eneste libro con extrema parquedad de AntonioPérez, y él no sabía hacerlo, por mucho que sequisiera disfrazar.

La obra se titula Breve compendio y elogio dela vida de el Rey Phelipe segundo de España, porAntonio Pérez, y de ella existen varias copiasmanuscritas, habiéndolas en la Biblioteca Nacionalde París y en el Museo Británico deLondres. M. Mignet, que poseía una con otrotítulo, Vida reservada del Señor Rey Phelipe 2.º,por Antonio Pérez, no dudó que el autor fueserealmente el ex-Secretario del Rey elogiado, ytranscribió la relación de los últimos momentosdel Soberano, porque se supiera que «lamuerte no le quiso arrebatar antes de haberlehecho sentir que los príncipes y monarcas dela tierra tienen tan miserables y vergonzosassalidas de la vida como los pobres de ella. Ellale embistió al fin con una asquerosa phitiriasecon un ejército innumerable de piojos.. .[230].»

En el Catálogo de manuscritos españoles dela Biblioteca Nacional de París, formado porM.

Morel Fatio (pág. 65, núm. 178), se explicacómo el Breve compendio, atribuído á Antonio{327}Pérez, es simplemente traducción de uncapítulo del libro primero de la Histoire deFrance et des choses memorables advenues aux provincesetrangères durant sept années de paix, etc. ,par Pierre Mathieu: París, 1606, en 4.º, tomo I,páginas 35 á 148, versión española que publicóD. Antonio Valladares de Sotomayor con títulode Vida interior del Rey D. Felipe II, atribuídacomunmente al Abad de San Real, y por algunosal célebre español Antonio Pérez, su Secretariode Estado: Madrid, 1788, en 8.º

V.

La muerte del Rey de España debía de influiren el ánimo de su expatriado Ministro,mitigando cuando menos el odio personal enque principalmente se inspiraban sus acciones.Teníale además probado la experienciaque la medida de sus fuerzas no llenaba la delorgullo loco con que se creyó capaz de lucharmano á mano frente al coloso de la política;en Inglaterra como en Francia veía declinarde día en día las estrellas de su reputación ysu influencia, que formaban constelación con lade la fortuna. En esta disposición, la idea derecobrar la posicion antigua; el deseo de verel cielo de la patria y el techo del hogar, no{328}ajeno á las almas más escépticas y depravadas,se iba haciendo sentir en la suya.

Algún amigo oficioso hizo vibrar las sensacionesapoyadas con la falsa nueva de haberrecaído resolución importante por disposicióntestamentaria de D. Felipe. «Corrió voz yaviso del testamento que dejaba... con capítulotocante al descargo del alma en las cosas deAntonio Pérez... Unos referían que había dejadoorden que diesen luego libertad á la mujeré hijos; que le restituyesen toda su hacienda, yaun 8.000 ducados de renta en satisfacción delo padecido.. .[231]. »

Otros hablaban de recomendaciónespecial al Príncipe para emplear áAntonio Pérez en Flandes ó en Italia...

¿Qué razón se opondría al regreso de Pérez,influyendo en el nuevo Rey D. Francisco Gómezde Sandoval, Marqués de Denia, amigode la juventud, que le había visitado en la prisiónarrostrando la cólera del Soberano?[232]. Bien se podía saber que salió de España huyendodel enojo de su Príncipe, sin haber cometidodelito de felonía ni hecho cosa contrala corona[233]; bien se podía juzgar que si habíaservido con algún consejo ó advertimiento áreyes extraños, era obligado de las circunstancias:{329}¿no es de ley natural servir al que daamparo?[234].»

El Sr. Antonio pensaba en aquellos díasen admirable conformidad con M. Morel Fatioen los presentes; los contemporáneos eranlos que no la tenían, por más que el naturalpiadoso de Felipe III le estimulase doblementeá señalar su advenimiento con actos de clemenciay de dulzura.

Habían transcurrido seis meses sin variaciónalguna: por fin, en abril de 1599 se expidióla orden de libertad de Doña Juana Coello[235];luego la de sus hijos, con licencia dereclamar la restitución de 20.000 escudos distraídosde la renta eclesiástica que correspondíaal mayor, Gonzalo[236]; pero de AntonioPérez nadie se acordaba. Aunque la entrada delRey en Zaragoza se solemnizara con el perdónde los proscriptos, la libertad de los presos, elderribo de los padrones de infamia de los caudillosde la revolución aragonesa[237], AntonioPérez seguía exceptuado, recibiendo mortificacióny desengaño nuevo. «¡Ah! escribía, ácabo de nueve años de prisiones han soltado á{330}madre é hijos; pero se les ha mandado que nopuedan salir de España. Paresce cosa de rehenesdel tiempo de aquellos reyes moros; paresceque valgo algo, y no valgo nada[238].»

Sin desesperar por esto, acudió á los resortesejercitados del halago, del ruego y de laamenaza, tocándolos á la vez en España yFrancia. A la primera envió sentidas cartaspara el Ministro universal, entre ellas una quehabía de enseñarle los medios de conservarseen el poder, ampliando el texto de aquélla quefiguraba en su colección de las publicadas conepígrafe Á un gran privado[239].

La nueva se halla traducida al italiano porun anónimo que dice oyó elogiar en Ferrara áAntonio Pérez como uno de los maestros en elarte cortesano. Despertada su curiosidad, pudoprocurarse noticias que recopiló con el títulode Vita et qualitá di Anton Perez; y pareciéndoleque la carta era joya preciosa, no sólo procedióá traducirla, la estudió y comentó en volumende 154 fojas. Existe copia en el MuseoBritánico de Londres; otra en la BibliotecaNacional de París ( Fr-3.444), ambas con títulode Lettera di Antonio Perez scritta al Duca di{331}Lerma circa il modo che si doueno gouernare lifauoriti di Principi per conseruare la loro fortuna[240].

En lo de Francia, acudió al Condestable exponiendoque desde que estaba en el reino, conhaber tenido del Rey muchas promesas y lasprendas firmadas en Ruan, ninguna cosa se lehabía cumplido ni año había pasado en quecreciera en fortuna un dedo, sino menguado dedía en día, y no quería morir, que á los hijosy á él no les quedaba sino la vida para ver másde lo visto[241].

Acompañaba memorial al Reydiciendo:

«Que apretándole cada vez más las quejasde los suyos y los disfavores y desconsuelosaquí, sin ser de ningún servicio, le era forzosoconsignar que en promesas de príncipes, fuerade lo que toca á su honra, era de consideraciónexcusar desengaño. Decíanle los suyos no menossino que no esperase verlos en Francia,y que se resolviera á que no lo tuvieran ni pormarido, ni por padre, ni por hombre de entrañashumanas ni agradecidas á lo que habíanpadecido... Que pues aquí vivía inútil paraS. M., y el estado en que se hallaba era de{332}tanto daño si le tomaba la muerte dejándoloshijos de francés por el pan de la boca, le dieralicencia para irse á alguna ciudad neutral ádonde probar si estaba en esto el efecto deverse junto á los suyos[242].»

Algún efecto produjeron las últimas gestiones:el Conde de la Rochepot, enviado comoEmbajador á España en 1600, recibió encargode interesarse por Pérez con la eficacia queacredita el siguiente párrafo de las instrucciones:

«Cuidará particularmente de inquirir lo quepodrá hacerse en favor del Sr. Antonio Pérez,por la suerte del cual tiene gran compasión SuMajestad, pues ha llegado á la desdicha en quese encuentra por desgracia y no por malignidad.Se informará de la manera con que sontratados la mujer é hijos, intercediendo porellos á fin de conseguir que se restituyan entotalidad los bienes pertenecientes al padre yá los hijos, para que disfruten los beneficiosde la paz y de la recomendación de S. M.[243].»

Conocida la instrucción, decía la pluma incorregibledel Peregrino: «Este Rey está fuerteen no consentir á los franceses absentes gozarsus casas y bienes si á Antonio Pérez no{333}le dan su mujer, hijos y hacienda. Quizá estemismo favor dañará, pero serán gloriosos daños.Del nuevo Rey de España quiero esperarque imitará á David, por no probar los azotes desu reino por pecados ajenos[244].»

Debió de dañar en verdad, más que la recomendación,la advertencia; en nada se alteró laresolución del Ministro de dejar las cosas comoestaban, mientras que la bilis del expatriadosufría alteraciones graves al punto de obscurecerlas dotes de hombre de negocios.

«Roni me trata mal, escribía al Condestable;el Rey manda que no me mude mi pensión, yRoni no quiere: no entiendo; y si lo entendiendo,que si me faltare el pan, buscaré un amoá quien servir, y esta licencia no me la negaráel Rey[245].»

Más agrio á medida que el tiempo trascurría,volvía á decir al Condestable en 1604:

«Dijo el Rey á Roni que no me tocase enla consignación, y Roni no quiere, y há tresmeses que debo el pan que como. Pero más hahecho el Sr. Gil de Mesa hoy, que ha dicho áM. de la Varenne que, si el Rey no quiere, quehable claro y no nos traiga engañados, quebuscará Antonio Pérez un amo á quien servir.Por cierto, chico estómago tiene la corona{334}de Francia si tan pequeña partida embaraza[246].»

Sin embargo, por un resto de consideraciónó indulgencia solía Enrique IV defender algunavez á su Consejero de la malquerencia deVilleroy y de Rosny; prueba esta carta dirigidaal último:

«Antonio Pérez ha venido á darme graciaspor los tres mil escudos que se le han dado, yá suplicarme se extiendan á la cantidad decuatro mil, con el fin de que si llega á saberse enEspaña no digan que recibe menos que en losaños anteriores. Así, por satisfacer la vanidadde este hombre, os ruego se le complete la referidasuma de cuatro mil escudos[247].»

De todos modos, empeoraban la situacióncrítica del proscripto el peso de su inutilidad,la humillación del descrédito, la necesidad apremiantede la subsistencia, instándole á redoblarlas diligencias que le abrieran la puertadel destierro. En los preliminares de paz entreEspaña é Inglaterra entrevió la ocasión de descorrerpor sí mismo el cerrojo, haciendo valerservicios é influencias que parecieran grandes,y con la osadía que no le faltó nunca acometióel plan rápidamente concebido.

En la preparación hay pormenores que no{335}están suficientemente esclarecidos.

Birch[248]presumía que los artificios de la corte de España,empleados para apartarle de Enrique IV,le engañaron; que persona de la embajada deEspaña en París, garantida por la palabra deun Grande que pasaba por allí hacia Flandes, leaseguró, en el caso de renunciar á la pensiónque disfrutaba en Francia, que antes de seismeses sería reintegrado en los bienes y honoresque había tenido en su país.

Bermúdez de Castro, dando crédito en esto,como en otras cosas, al interesado, consignaque el Conde de Miranda, Presidente del Consejode Castilla, declaró explícitamente á DoñaJuana Coello que sólo dejando el servicio delRey de Francia podría abrigar esperanzas deacomodar satisfactoriamente los asuntos. Coneste conocimiento fué Antonio Pérez á visitaral Embajador D.

Baltasar de Zúñiga, quienno sólo aprobó los consejos del Conde, sino queinformó al Peregrino de los despachos del Duquede Lerma, en los mismos términos concebidos[249].

Hay pruebas fehacientes de la inexactitud detal relato: podrían muy bien, los que de veras seinteresaban por la suerte del emigrado, hacerleindicación de no ser su proceder el más á propósito{336}para alcanzar el olvido de los anteriores;porque ello es que al tiempo mismo enque solicitaba con empeño y amenaza lo quecreía pertenecerle, pasaba por Consejero oficialdel Rey de Francia; continuaba siendo confidentesecreto del de Inglaterra, dando á losEmbajadores Winwood y Parry avisos queellos transmitían al Secretario de Estado Cecil[250], y seguía reuniendo en su casa el foco dela conspiración de los refugiados enemigos deEspaña. Podría también

ser

cierto

que

las

personasá

quienes

Antonio

Perez

demandaba

recomendaciónalimentaran vagamente sus esperanzas,por no tener parte en el desengaño; todocabe menos la idea de que hubiera persona queintencionadamente se propusiera agravar unestado que inspiraba conmiseración.

Bermúdez de Castro agrega que con la intervencióndel Condestable de Castilla, del Embajadorde Venecia, del Cardenal Legado, sepresentó á Enrique IV, exponiendo humildementesu situación y suplicándole que, alzandolos juramentos, admitiese la renuncia de lapensión que gozaba. Oyóle con calma el Rey ypreguntóle si había reflexionado maduramente;hízole mil ofertas para que no le dejase, y prometió{337}pagarle el sueldo en secreto si juzgabaque argüía infamia el público socorro. Aunquecon agradecimiento y respetuosa cortesía semantuvo firme Antonio Pérez en su resolución,é irritado el Monarca del desaire, declaró alEmbajador de España que el Ministro emigradonada tenía ya que ver con su servicio[251].

M. Mignet no ha encontrado indicio queacredite este incidente más que los anteriores,ni en la Colección Birch se justifica tampoco:hay, como se verá, documentos que en una partelo contradicen.

Para apartarse de París, donde se ponía enduda su lealtad y la sinceridad de sus deseos(continúa diciendo Bermúdez de Castro), pensómarcharse á Venecia, entendiéndose con elNuncio y con el cambista Alejandro Teregli;pero renunció á este plan, porque se movierontratos para que se presentase en San Juan deLuz á una entrevista con los comisionados delSanto Oficio. Deshecho también este proyecto,determinó retirarse á Inglaterra á esperar susuerte á la sombra de sus antiguos protectores[252].

Lo de Venecia es evidentemente fantasía deaquéllas que continuamente inventaba el autorde las Relaciones; no lo es menos el retiro pensado{338}en Inglaterra. ¡Protectores allí! Despuésde la desgracia y suplicio del Conde de Essex,seguido de la muerte de Antonio Bacon, en1601, no le quedaban más que enemigos. Asíno pensaba en arrimo ni sombra que le cobijaraen las islas, sino en puente que desde ellasle pasara á la corte de España. Con el EmbajadorZúñiga y con el Condestable de Castilla,contaba á ciencia cierta que habían de encarecerel valor de su intervención en el tratadode paces, porque se le acordara siquieradomiciliarse en Flandes al lado del segundo;por el lado del Embajador de Inglaterra, TomásParry, se había provisto de cartas paraCecil.

Completamente equivocado el Sr. Bermúdezde Castro, acaba el episodio explicando que aldespedirse Antonio Pérez de Enrique IV recibiólecon suma frialdad, pues sospechaba queiba á Londres con misión secreta del Soberanoespañol para concertar, de acuerdo con el Condestablede Castilla, la paz entre ambos reinos(!), que en vano le protestó Manuel Don Lopela verdad: no se desengañó hasta más tarde[253].

Enrique IV sabía positivamente ser la intenciónde su ex-Consejero insinuarse con el ReyJacobo I, penetrar sus disposiciones y comunicarlas{339}al Condestable D. Juan de Velasco, quepodría sacar partido en beneficio de las negociaciones.Tan lo sabía, que lo advirtió anticipadamenteen carta personal á su Embajadoren Londres, Conde de Beaumont, escribiendoesta frase: «Cree hacerse el necesario y meparece que se equivoca[254]; » y antes lo habíaadvertido su Ministro de Estado M. de Villeroydiciendo: «Cuidado con Antonio Pérez, quenos ha informado de su marcha, no vaya ásorprender, como se promete, á los cortesanosy á las damas con las lisonjas y adulaciones decostumbre, y dé á entender con motivo de laspaces que ha prestado servicio de tal naturaleza,que merece ser reintegrado en los bienesy honores que tuvo. No he visto jamásen hombre impudencia, vanidad y desenfadocomo los suyos... tened cuenta con todo loque haga y diga, hasta en las menores cosas,porque da contento al Rey saberlo, y me encargaos lo recomiende[255].»

Los despachos atestiguan que el conocimientode la persona era tan exacto como elde las intenciones. No menos le conocían enInglaterra.{340}

Antes de desembarcar en la isla, recibiócarta del Conde de Devonshire haciéndole saberque el Rey no le acordaba licencia de entraren sus Estados por tener de él muy mala opinióny merecer á lord Cecil odio y desprecio[256]. Nohabía motivo para tenerse por lisonjeado; nose dió tampoco por entendido: con la atrevidainconsideración genial puso pie en tierra, avanzandohasta Canterbury, desde cuya ciudadescribió al Rey larga carta en latín, manifestandola extrañeza que le había causado recibiruna orden inusitada en vez de los favoresque se le habían hecho esperar.

Invocaba laautoridad del Embajador Parry, que le habíadado cartas, diciendo: «Por eso me dirijo áV. M. y apelo á su justicia, poniendo por delantesu nombre y palabra para que se sirvaexaminar con prudencia, pesar y decidir si elpunto á que han llegado las cosas, según la leynatural, conviene á la Majestad real y es debidoá un extranjero no desconocido en el mundoy que se ha fiado en tal palabra. Si porotro lado puede servir mi persona de obstáculoen los negocios que actualmente se tratan, puesen tal caso, aunque yo no sea un Jonás que{341}haga alborotar la mar y los otros elementos,me retiraré á cualquier rincón del reino bajoel favor y protección de V. M., que lo consentirá,para que las gentes no se admiren y quieransaber por qué sólo se niega á Antonio Pérezlo que á ningún desterrado ni á ningúnfugitivo en un reino libre y poderoso[257].»

La epístola produjo en Jacobo paroxismo decólera; mesándose la barba[258] tildó de animalá su Embajador en París[259] y reiteró la ordenque Pérez tuvo que cumplir, volviendo corridoal continente á saber que sin su agencia ni concursose había firmado el tratado de paz enLondres en agosto de aquel año, 1604.

«Los ingleses nos han devuelto algo incivilmenteá Antonio Pérez, escribía Villeroy alConde de Beaumont. Ahora pide al Rey, delimosna, la pensión de 12.000 libras que ledaba S. M. antes de marchar; pero le conocemosy estimamos en lo que merece, como ahíy acaso más. Viene contando que Cecil le hajugado esta pasada, de acuerdo con el Embajadorde España, por la amistad que tuvo conel Conde de Essex: lo cierto es que la adversidad{342}no le ha enseñado á ser más cauto y prudenteque el auje[260].»

No perdió momento Pérez, como Villeroyrefiere, en el ensayo de reconquistar el terrenoperdido en Francia; por intermisión del Condestabley embajada de Manuel Don Lopequiso justificar el viaje por aventura arriesgadade necesidad, de la que volvía postradocon gran calentura. Empezaba por pedir alRey, con la disculpa, mandara le admitieran enel Convento de San Denis, para que si muriesetuviera cerca la sepultura, y por final ponía:«Con esta prueba, Syre, que he hecho por mimujer é hijos, habré cumplido con ellos y conestas obligaciones generales y cristianas; y siá poco más que les daré de término, que nopasarán de dos ó tres meses, para ver si melos quieren dar, con que habré cumplido contodo, yo me resolveré á morir siervo de V. M.en sus reinos, sin dejarme engañar más[261].»

Manuel Don Lope estaba encargado de encaminarla insinuación á favor de memorandumtrazado por la pluma del hábil intrigante, sinolvidar la amenaza de buscar otro amo, testimoniode la penetración de Villeroy[262].

{343}

Sin perjuicio de estas diligencias, cumplíarealmente el Sr. Antonio la indicación puestaen la carta á Enrique IV de intentar otra pruebaen España, que sería la última. Comunicadoel proyecto con D. Juan de Velasco, ofrecíaformalmente al Embajador de España servirde espía, utilizando las relaciones que teníaen Francia, y comunicar los secretos de lapolítica de esta nación, estableciendo, por másseguridad, su residencia en Besançon ó enConstanza, siempre que se le dieran 150 escudosal mes. D. Baltasar de Zúñiga se procuróinformaciones, tuvo varias conferencias conel pretendiente y hubo de dar curso á la proposición,remitiéndola, con despacho suyo, alDuque de Lerma, que la puso en trámite secretodel Consejo de Estado.

En tanto, no parece que logró Pérez la celdagratuita en San Dionisio[263] ni en otro Conventode Bernardos[264], volviendo á París albarrio de San Lázaro[265], vendidos los cochesy mobiliario para subsistir. Pudiera dar lomismo por perdida la ilusión de pasar los Pirineosá tener conocimiento de lo que en lacorte de España ocurría. En despacho al EmbajadorD. Baltasar de Zúñiga, de Valladolid{344}á 10 de junio de 1604, decía el Rey DonFelipe:

«Cuanto á lo que os dijo el Rey por ManuelDon Lope, será acertado que pase en disimulación,pues la calidad de su delito no permiteotra cosa, y así daréis allá la salida que mejoros pareciere[266].»

Es decir, que Enrique IV mostraba por unemigrado de la causa de Antonio Pérez uninterés que no era ya extensivo á éste, y queconsiderado sin remisión el delito del subalterno,necesariamente se había de tener en Españaigual, si no mayor rigor, con el jefe. De loprimero es confirmación el proyecto de tratadodefinitivo de paz entregado en 31 de agostodel propio año á M. Emery de