Fortunata y Jacinta: Dos Historias de Casadas by Benito Pérez Galdós - HTML preview

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—Pues tonto (avanzando hacia él), lo que yo hago es lo fácil, ¿qué mástienes que... hacerlo?

—Siéntate un ratito—dijo Moreno, haciéndolo en el sofá y dando unapalmada en el asiento—.

Más santidad que en oír siete misas, hay enpracticar las obras de misericordia, acompañando a los enfermos y dandoun ratito de conversación a quien se ha pasado toda la noche en vela.Dime una cosa. ¿Cómo llevas las obras de tu asilo?

—¿Pues no lo sabes? (sentándose). Bien. Gracias a las almascaritativas, la construcción va echado chispas. Jacinta lo ha tomado contanto calor, que hoy trabaja más que yo, y maneja el sable con un garboque me deja tamañita.

—Tienes unas amigas que valen cualquier cosa. Esta noche he pensado enti y en tus devociones. Te asombrarás si te digo que desde la madrugadase me ha metido aquí un sentimiento desconocido, algo como ganas dehacerme religioso, de pensar en Dios, de dedicarme a obras de piedad...

—¡Manolo!... (poniéndose muy seria). Si empiezas con tus bromitas, mevoy.

—No, no es broma—replicó él; y tenía en su cara tal expresión deabatimiento, que la santa se quedó como lela mirándole...

—¿Pero estás de chanza o...? Manolo, ¿en qué piensas?... ¿Qué te pasa?

—Hay horas en la vida, que parecen siglos por las mudanzas que traen.Hace un rato, verás

¡qué cosa tan extraña! Me acordé de un pobre que mepidió limosna esta mañana... Era un infeliz que tiene una piernadeforme y repugnante, llena de úlceras... Me pidió limosna y le arrojéuna moneda de cobre, diciéndole con horror: «Quítese usted de delante demí, so pillete». Pues esta noche he tenido aquí la visita de aquelhombre... Le he visto, como te estoy viendo a ti, y primero me

inspirabarepugnancia,

después

compasión,

y

acabé

por

decirle:

«¿Quieres

cambiarteconmigo?». Porque con su pierna podrida, su muleta y su libertad,disfruta él de una tranquilidad que yo no tengo. Su conciencia está comoun charco empozado en el cual no cae jamás la piedra más pequeña. ¡Pobrede mí!, cambiaría con él; cambiaría mi riqueza por su mendicidad, micorazón enfermo por su pierna inerte, y mi desasosiego por su paz. ¿Quécrees tú?

—Creo que Dios te toca en el corazón—dijo la dama guiñando los ojos, yponiendo sobre la cabeza del triste caballero su mano derecha, en lacual tenía el libro de misa y el rosario—. No tienes tú cara de bromas.Alguna procesión muy grande te anda por dentro. Y si otras veces te dala vena por decirme herejías y hacerme rabiar, no creas que te he tenidopor malo. Eres un bendito; y si vivieras siempre con nosotras y no tepasaras la vida entre protestantes y ateos, tú serías otro.

—¿Pero no sabes que me voy mañana?

—¿Te vas?, ¿de veras?—con vivo desconsuelo—.

Mal negocio. Buscando siempre la frialdad; huyendo siempre del calor dela familia.

—No, si aquí es donde no me quieren—manifestó Moreno con aire sombrío.

—¿Que no te queremos? Vaya con lo que sales... Tontín, no digasdisparates.

—Mi vida está completamente truncada y rota. No hay manera de soldarlaya... Cree que si me quisieran yo me quedaría aquí, yo sería bueno, ypor darte gusto a ti y a tus amigas, me haría muy religioso, muy amigode Dios y de la Virgen; emplearía todo mi dinero en obras de caridad,protegería la devoción...

El asombro de la santa era tan grande, que no lo podía expresar. Abríala boca, maravillada, cual si presenciara un milagro.

«Pero de veras que tú... Mira, hijo, si quieres que yo crea en eseestado de tu espíritu, es preciso que me lo pruebes...».

—¿Cómo he de probártelo?

—Vamos a ver—dijo la virgen y fundadora, con resolución—. ¿A que nohaces una cosa?

—¿A que sí la hago?—¿A que no te vienes conmigo a San Ginés?

—A que sí. Levantose para tirar de la campanilla.

«Necesito verlo para creerlo—dijo Guillermina, echando de sus ojoschispazos de alegría—.

Deja, yo llamaré a Tomás. El pobre chico no sehabrá levantado todavía».

—Creo que sí... ¡Tom!...

—Yo te haré el té... Vamos, vete vistiendo.

Aquella salida matinal le agradaba, porque rompía las tediosas rutinasde su existencia.

«Vaya que si voy a la iglesia... (disponiéndose con actividad febril). Yoiré todas las misas que quieras, y rezaré contigo... Dime, ¿no vaJacinta a esta hora a San Ginés?».

—Hombre, tan temprano no. Un poco más tarde que yo, suele ir Bárbara.

—Pues me alegro de que seamos nosotros los primeros, los másmadrugadores, los más impacientes por cumplir y santificarnos... ¡Tom!

El inglés entró, y a poco, cuando ya su amo estaba vestido, le trajo elté. Guillermina, sirviéndole el desayuno, le decía: «Abrígate bien, quelas mañanas están frescas. No sea cosa que por empezar tu vida nueva,vayas a coger una pulmonía».

—Mejor... me he convencido de que vivir es la mayor de las sandeces—ledijo él, bajando la escalera—. ¿Para qué vive uno? Para padecer. Elpobre de la pierna es el que lo pasa regularmente. Porque aquello noduele. Lleva su pierna por delante como si fuera una cosa bonita que elpúblico desea conocer.

—Hay mucha miseria—observó la dama, tomando el tema por otro lado—, ylos que tenemos qué comer nos quejamos de vicio. Mientras más padezcamosaquí, más gozaremos allá.

(El misántropo no dijo nada a esto. Seguía tan pensativo.)

«El mendigo de la pierna se irá al Cielo derechito, con su muleta, ymuchos de los ricos que andan por ahí en carretela, irán tan muellementeen ella a pasearse por los infiernos. Yo le pido a Dios que me dé la másasquerosa de las enfermedades, y... no me quiere hacer caso; siempre tansana. Paciencia; Él nos da siempre lo que nos conviene».

Tampoco a esto dijo nada Moreno. Entraron en San Ginés, y Guillermina sefue derecha a la capilla de la Soledad, a punto que empezaba la primeramisa. Mientras esta duró, la ilustre dama, aunque no apartaba suatención del Oficio, pudo advertir que su sobrino estaba tras ella,cumpliendo con todo el ritual como cualquier devoto, arrodillándose ylevantándose en las ocasiones convenientes. Pero a la segunda misaobservole distraído e inquieto. Iba de un lado para otro, examinaba losaltares y las imágenes como si estuviera en un museo. Esto la disgustó,y tal fue su incomodidad, que no se atrevió a comulgar aquel día, porqueno se encontraba con el espíritu absolutamente sereno y limpio. Ya en lacuarta misa, el caballero aquel, no sólo se distraía sino que perturbabala devoción de los fieles, pasando delante de los altares, donde sedecía misa, sin hacer la más ligera genuflexión ni reverencia. «Tendréque decirle que se vaya—pensaba la santa—. Esa no es manera de estaren la iglesia».

Hallábase Moreno contemplando una imagen yacente, encerrada en lujosaurna de cristal, cuando sintió a su lado este susurro:

«Bonita efigie ¿verdad? Es el Cristo que sacamos en la procesión delSanto Entierro».

Volviose y vio a su lado a Estupiñá, calado hasta las orejas el gorronegro de punto, señalando la imagen con gesto de cicerone.

«La mortaja de fina holanda la bordaron las señoras Micaelas, y esregalo de doña Bárbara.

Escultura soberbia... y es de movimiento, porquele clavamos en la cruz o le descendemos según conviene».

Y como el caballero no le dijese nada, Plácido se alejó rezando entredientes. Sentose en un banco, y desde entonces, sin dejar de atender asus devociones, no le quitaba ojo al señor de Moreno, sin poderexplicarse su presencia en la parroquia. «Es lo que me quedaba quever—

decía—, D. Manolo aquí... ¡él, que no tiene religión! Es que gustade ver las buenas imágenes...

Por ahí empecé yo».

Menudo réspice le echó la fundadora a su sobrino cuando salieron. «Pero,hijo, me has quitado la devoción con tus paseos por la iglesia. Ya decíayo que te habías de cansar».

—Pues tía, para primer día de curso, no puedes quejarte. Todo esempezar. Ya ves que oí una misita. ¿Qué querías? ¿Que fuera como tú? Teaseguro que me satisfizo el ensayo. Pasé un rato muy agradable, en unestado de tranquilidad que me ha hecho mucho bien. ¿Te quejas de que mepaseaba por la iglesia?... Es que cuando uno va a hacer vida nueva, legusta enterarse... Quería yo mirar bien las imágenes. Créelo; sisiguiera en Madrid, me haría amigo de todas ellas. Me gusta verlas tanhermosas, con sus ropas de lujo y sus miradas fijas en un punto. Pareceque están viendo venir algo que no acaba de venir. Las que nos miranparece que nos dicen algo cuando las miramos, y que efectivamente noshan de consolar si les pedimos algo. Comprendo el misticismo; lo veoclaro... ¡Ay!, si yo me quedara aquí...

—¿Por qué no te quedas?... ¡Qué tonto!—le dijo la santa condesconsuelo.

—¡Imposible!... me tengo que marchar... Y allá voy a estar muy triste;como si lo viera...

—Entonces... quédate. ¿Quieres que te dé una ocupación? Buena falta tehace. Te nombro sobrestante de mis obras, administrador de mis colectasy sacristán mayor de mi capilla nueva, cuando esté concluida.

Moreno se echó a reír con gana.

«¡Monaguillo mayor...! Lo aceptaría. Te juro que lo aceptaría... Meestoy volviendo enteramente infantil. ¡Monaguillo en jefe! Y yoencendería las velas, yo quitaría el polvo a las imágenes y las pondríatan guapas; ¡yo charlaría con las beatas...! No lo creerás; pero dentrode mí está naciendo algo que se compagina muy bien con ese oficiohumilde».

—Si eres tú un buenazo. La ociosidad, lo mucho que te has divertido yel esplín inglés te ponen así. Y yo te juro que te aburrirás más si novuelves a Dios tus miradas. Haz lo que yo, Manolo; dale un puntapié almundo; hazte chiquito para ser grande; bájate para subir. Tú ya no erespollo; tú no te has de casar ya. Ni te conviene el andar siempre deviaje, como una carta con el sobre mal puesto, que recorre todas lasestafetas del mundo. Mujeres, ¿para qué sirven sino de perdición? Ten uncuarto de hora de arrojo, y ofrécele a Dios lo que te queda de vida. Noes esto decir que te metas fraile: hay mil maneras de ganarse la dichaeterna. Oye lo que se me ocurre.

¿Por qué no dedicas tu dinero, tuactividad y todo tu espíritu a una obra grande y santa, no a una obrapasajera, sino a esas que quedan, para bien de la humanidad y gloria deDios? Levanta de nueva planta un buen edificio, un asilo para este o elotro fin, por ejemplo, un gran manicomio en que se recoja y cuide a lospobrecitos que han perdido la razón...

—Tú tienes la manía de los edificios, y quieres pegármela a mí...

—Es lo primero que se me ha ocurrido. ¿Te parece mala idea? Unmanicomio modelo, como los que habrás visto en el extranjero. Aquíestamos en eso muy atrasados. Harías una inmensa obra de caridad, yMadrid y España te bendecirán.

—¡Un manicomio!—dijo Moreno, sonriendo de un modo que le heló lasangre a su generosa tía—. Sí, no me parece mal. Y lo estrenaríamos túy yo...

-V-

Despidiose Guillermina a la puerta de la casa, para ir al asilo, yél subió. ¡Cosa más rara!

Apenas se cansaba al acometer la escalera.Sentíase muy bien aquella mañana, el espíritu confortado, la palpitaciónmuy adormecida, el apetito despierto. Al entrar en su casa, pidió másté, y mientras Tom se lo servía, le dijo en español:

«Mañana nos vamos. Haz el equipaje. Avisarás a Estupiñá... Que me hagael favor de venir, para que me traiga de las tiendas algunas cosillas.No puede uno ir de España a Inglaterra sin llevar a los amigos algunachuchería que tenga color local».

Luego siguió hablando consigo mismo: «Es un mareo. Si no lleva ustedpanderetas con figuras de toros, chulos u otras porquerías así, se locomen vivo. Veremos si encuentro algunas acuarelas.

También necesitomantas, moñas de toros, y trataré de encontrar algún cacharro decarácter. No hay peor calamidad que ser amigo de coleccionistas».Estupiñá, que en aquella temporada frecuentaba el trato de Moreno, porhaberle este confiado la administración de su casa de la Cava, sepresentó dispuesto a llevarle todo el contenido de las tiendas de Madridpara que escogiese.

Panderetas de las más abigarradas, abanicos yalgunos cuadritos fueron llegando sucesivamente en todo el transcursodel día, y D. Manuel escogía y pagaba. Aquello le entretuvoagradablemente, y se reía pensando en la felicidad que iba a repartirentre sus amistades londonenses. «Esta suerte de picas con el caballopisándose las tripas está pintiparada para las de Simpson, que son tanmarimachos. Esta pandereta, con la chula tocando la guitarra, para miss Newton. Si ella viera los originales, ¡qué desilusión! Estapareja del andaluz a caballo y la maja en la reja pelando la pava, parala sentimental y romancesca mistress Mitchell, que pone los ojos enblanco al hablar de España, el país del amor, del naranjo y de lasaventuras increíbles... ¡Ah!, este D. Quijote reventando a cuchilladaslos cueros de vino, para el amigo Davidson, que llama a D. Quijote donCuiste, y se las tira de hispanófilo... Bien, bien. De cacharrosestamos tal cual. Estos botijos son horribles. Toda la cerámica modernaespañola no vale dos cuartos. A ver, Plácido, ¿serías tú capaz debuscarme un vestido de torero completo?... Lo quiero para un amigo quesueña con ponérselo en un baile de trajes... Estará hecho un mamarracho.Pero a nosotros no nos importa.

¿Podrás buscármelo?».

—Pues ya lo creo—dijo Plácido, para quien no había nunca dificultadestratándose de compras—. ¿Usado o sin usar?

—Hombre, sin usar... En fin, como le encuentres...

Salió Estupiñá como si Mercurio le hubiera prestado sus aladosborceguíes, y a poco entró el doméstico, a quien su amo tenía tambiénocupado en la busca de ciertos encargos. Tom se había aficionado mucho alos toros; no perdía corrida, y entre sus amigos contaba a variaseminencias del arte del cuerno. Por esto le dio Moreno el encargo debuscarle alguna moña, de las que guardan los aficionados como veneradasreliquias, y convenía que tuviesen manchas de sangre y muchos pisotones,con señales de la trágica brega. Muy desconsolado entró el inglés,diciendo que no encontraba moñas ni aun ofreciendo por ellas un ojo dela cara.

«Mira, chico—le dijo su amo—, no te apures. Puesto que no seencuentran moñas, llevaremos otra cosa. ¿Has visto por ahí, en el Pradoy Recoletos, a un tío muy feo que lleva una cesta y en ella, puestos encañas, formando como un gran árbol, multitud de molinillos de papeldorado y plateado y de todos los colores...? ¿sabes?, ¿molinillos quedan vueltas con el viento, y que los niños compran por dos o trespeniques? Pues tráete una docena, los llevamos y decimos que esas sonlas moñas que se les ponen a los toros cuando salen a la plaza, brrrr...reventando al mundo entero con aquellos cuernos tan afilados... Y se locreen... Si conoceré yo a mi gente».

Tom se reía; pero en su interior rechazaba aquella superchería por dosmóviles de conciencia, el móvil de la rectitud inglesa y el de laformalidad del aficionado a toros. Con el fraude propuesto por su amo secometían dos graves faltas, engañar a una nación y ultrajar elrespetable arte de la Tauromaquia, el verdadero sport trágico. No séqué se decidió de esto. En tanto Rossini llenaba la casa de abanicos ypanderetas, y Moreno escogía y pagaba, entreteniéndose luego enenvolverlos en papeles y en ponerles rótulos con el nombre deldestinatario.

Había resuelto hacer muy pocas visitas de despedida, pretextando el malestado de su salud.

Después de almorzar, bajó al escritorio, y se ocupóde liquidar y poner en claro su cuenta personal. No intervenía en ningúnnegocio; y el trabajo de banca, que en otro tiempo le había gustadotanto, aburríale ya. Pero aquel día pareció que se le despertaban lasaficiones, porque habló largamente de negocios con Ruiz Ochoa,recomendándole no dejase de interesarse en alguna subasta de pastas deoro para el Banco. «Me parece que este año he de comprar algún oro...Bien podéis andar aquí con mucho pulso en eso de acuñar tanta plata,porque este metal va para abajo y ha de ir mucho más. Al precio quetienen aquí las libras, vale más expedir oro, y por mi parte, me he dellevar todo el que pueda». En esto entró Ramón Villuendas, preguntando acómo tomaban las libras, y la conversación vino a recaer sobre el mismotema. Él estaba mandando oro y más oro...

«Este pico, dádselo a Guillermina» dijo Moreno al ver, en la cuenta dealquileres de sus casas, un sobrante con que no contaba.

Entraron otras personas y se habló de muy diferentes cosas. Mientrasduró aquella conversación, pensaba Moreno si iría o no a despedirse delos de Santa Cruz. Si no iba, se ofendería quizás su padrino, y yendo,podían sobrevenirle contrariedades mayores, incluso la de arrepentirsedel viaje y aplazarlo... No había más remedio que ir. ¿Pero a qué hora?¿A la de comer? Titubeaba, y de vuelta a su casa, estuvo discurriendo unlargo rato sobre aquel problema de la hora. «Adoptado un partido—sedijo—, lo mejor será que no la vea más en carne y hueso, porque lo quees en idea, viéndola estoy a todas horas. ¡Qué chiquillo me hevuelto!... En fin, tengo tiempo de pensarlo de aquí a mañana, porque loque es hoy, no iré».

A eso de las cinco fue el misántropo a una tienda de la Plaza Mayor aver las mantas granadinas con que quería obsequiar a sus amigosingleses. Allí estuvo un cuarto de hora, y el tendero le propusomandarle con Plácido lo mejor que tenía, para que escogiese. Ya era caside noche, y valía más que el señor examinase de día el género. Así seconvino y volviose a su casa.

Al entrar en el portal sintió un golpecitoen el hombro. Era Jacinta que le pegaba un paraguazo.

Quedose el buenseñor como si le hubieran dado un tiro. Quiso hablar y no pudo. Jacintale cogió del brazo, y rebasados los primeros escalones, empezó eldiálogo.

«¿Con que al fin se va usted?».

—Al fin me arranco. Ya era tiempo...

—Pero qué, ¿se cansa usted mucho hoy...? Pues vamos despacio, másdespacio si usted quiere... ¡Ah!, ya me ha contado Guillermina que hoyestuvo usted muy santito... Así me gusta a mí la gente.

—¿Por qué no fue usted a verme?... ¡Estaba yo más salado...!

—Si no lo sabía. ¿Vuelve usted mañana?

—¿De veras que va usted a ir a verme?... ¡Cómo se reirá de mí!

—¡Reírme! ¡Qué cosas se le ocurren! Iré a tomar ejemplo.

—¿A que no va?—¿A que sí?—Pues allí me tendrá, haciéndole lacompetencia a Estupiñá...

Verá usted, verá usted... cada día más.

—¡Cada día! ¿Pero no se va usted mañana?

—Es verdad, no me acordaba... Bueno, pues no me iré.

—Eso no; le conviene a usted marcharse, y allí seguirá haciendo sunoviciado.

—Allá no vale.—¿Cómo que no vale?—Porque allá me cogen por su cuentaunas amigas protestantes que tengo, y que quiera que no, me hacenrenegar... Usted tendrá la culpa; sobre su conciencia va. ¿Conque mequedo o me voy?

—Pues con esa responsabilidad tan grande no me atrevo a aconsejarle.Haga usted lo que le parezca mejor... Vaya, por fin llegamos. ¿Se hacansado usted mucho?

—Un poquitito... pero con usted siempre contento. ¿Quiere usted volvera bajar?

—¿Otra vez?—Sí, para volver a subir... Como si quisiera usted ir alcuarto piso.

—No me lo perdonaría, si usted me acompañaba, fatigándose tanto.

Entraron, y Jacinta se metió en el cuarto de la santa. Moreno fuese alsuyo y se dejó caer en el sofá, echándose el sombrero para atrás.Pensaba descansar un ratito y pasar luego a la habitación deGuillermina. «No, no paso; no quiero verla más. ¿Para qué atormentarme?Se acabó.

Pongámosle encima una losa». Al poco rato, sintiendo queJacinta salía, acercose a la puerta con ánimo de verla. Pero no puedover nada. Como aún no habían encendido la luz del recibimiento, sólocolumbró un bulto, una sobra y pudo oír dos o tres palabras que sedijeron, al despedirse, Jacinta y la rata eclesiástica. Esta fueentonces al cuarto de su sobrino, y hallole dando vueltas en él. «¿Quétal te encuentras, catecúmeno?» le dijo con mucho cariño.

—Regular, casi bien... Espero dormir esta noche.

—Recógete temprano.—Eso pienso hacer... y mañana... Oye una cosa: ¿note ha dicho Jacinta que mañana pienso volver a San Ginés?

—No, no me lo ha dicho.—¿No te ha dicho que ella iría a verme tandevoto?

—No... no hemos hablado una palabra de ti.

—¿Ni dijo que había subido conmigo y que...?

—No... nada. Moreno sintió que la horrible pulsación de su pecho eraanegada por una onda glacial. En aquel punto tuvo que sentarse, porquele flaqueaban las piernas, y se le desvanecía la cabeza.

«Pues si quieres volver mañana, yo vendré a llamarte. Se entiende, sipasas buena noche».

—Iremos a pasar un rato—dijo Moreno de una manera lúgubre—, y aecharle a mi desesperación una hora de esparcimiento, como se le echacarne a una fiera para que no muerda.

—Si tú le pidieras al Señor... pero bien pedido... que te curara esos esplines, te los curaría...

Pídeselo, hijo; ¡pero si sabré yo lo queme digo!

—¿Qué has de saber tú?... ¿Qué has de saber lo que hay del lado de alláde la puerta negra?

—¿Ahora sales con eso?... Tú podrás haber perdido parte de la fe; perotoda no se pierde nunca. Esas cosas se dicen sin creer en ellas, porfatuidad. Con todas sus bromas, si te rascan, aparece el creyente...

—No, tonta, yo no creo en nada, en nada, en nada—le dijo Moreno conénfasis, complaciéndose en mortificarla.

—Todo sea por Dios... Entonces, ¿para qué vienes conmigo a la iglesia?

—Toma, por distraerme un rato, por verte a ti, por ver a Estupiñá,figuras raras de la humanidad, excentricidades, tipos, como todo estoque yo llevo a Londres para los aficionados a lo característico y alcolor local.

Guillermina daba suspiros. No quería incomodarse.

«Para rarezas tú...—dijo al fin echándose a reír—. A ti sí que tedebían enseñar por las ferias...

a dos reales, un real los niños ysoldados. Cree que ganaba dinero el que te expusiera».

—Con un cartelón que dijese: «se enseña aquí el hombre más desgraciadodel mundo».

—Por su culpa, por su culpa; hay que añadir eso. Ser desgraciado y novolver los ojos a Dios es lo último que me quedaba que ver. Eso es,bruto, encenágate más; hazte más materialista y más gozón, a ver si tesale la felicidad... Eres un soberbio, un tonto... Mira, sobrino, mevoy, porque si no me voy te pego con tu propio bastón.

Y él estaba tan abstraído que ni siquiera la sintió salir.

-VI-

Comió con regular apetito en compañía de su hermana y deGuillermina. Cuando concluyeron, dijo a esta que había dado orden en elescritorio de que le entregaran el sobrante de su cuenta personal, concuya noticia su puso la fundadora como unas castañuelas, y no pudiendocontener su alegría, se fue derecha a él, y le dijo: «¡Cuánto tengo queagradecer a mi querido ateo de mi alma! Sigue, sigue dándome esaspruebas de tu ateísmo, y los pobres te bendecirán... ¿Ateo tú?

¡Niaunque me lo jures lo he de creer!». Moreno se sonreía tristemente. Talentusiasmo le entró a la santa, que le dio un beso... «Toma, perdido,masón, luterano y anabaptista; ahí tienes el pago de tu limosna».

Sentíase él tan propenso a la emoción, que cuando los labios de la santatocaron su frente, le entró una leve congoja y a punto estuvo de darlo aconocer. Estrechó suavemente a la santa contra su pecho, diciéndole: «Esque lo uno no quita lo otro, y aunque yo sea incrédulo, quiero tenercontenta a mi rata eclesiástica, por lo que pudiera tronar. Supongamosque hay lo que yo creo que no hay... Podría ser... Entonces mi querida rata se pondría a roer en un rincón del cielo para hacer un agujerito,por el cual me colaría yo...».

—Y nos colaríamos todos—indicó la hermana de Moreno, gozosa, pues lehacían mucha gracia aquellas bromas.

—¡Vaya si le haré el agujerito!—dijo Guillermina—. Roe que te roe meestaré yo un rato de eternidad, y si Dios me descubre y me echa unapeluca, le diré: «Señor, es para que entre mi sobrino, que era muyateo... de jarabe de pico, se entiende; y me daba para los pobres». ElSeñor se quedará pensando un rato, y dirá: «Vaya, pues que entre sindecir nada a nadie».

A las diez estaba el misántropo en su habitación, disponiéndose paraacostarse. «¿Se te ofrece algo?» le dijo su hermana.

—No. Trataré de dormir... Mañana a estas horas estaré oyendo cantar el botijo e leche. ¡Qué aburrimiento!

—Pero, hombre, ¿qué más te da? Con no comprárselo si no te gusta... Siesa gente vive de eso, déjales vivir.

—No, si yo no me opongo a que vivan todo lo que quieran—replicó Morenocon energía—.

Lo que no quita que me cargue mucho, pero mucho, oír eltal pregón...

—Vaya por Dios... Otras cosas hay peores y se llevan con paciencia.

Después llegó Tom, y la hermana de Moreno se retiró a punto que entrabaGuillermina con la misma cantinela: «¿Quieres algo?... A ver si teduermes, que no es mal ajetreo el que vas a llevar mañana. Mira; deParís telegrafías, para que sepamos si vas bien...».

Daba algunos pasos hacia fuera y volvía: «Lo que es mañana no te llamo.Necesitas descanso.

Tiempo tienes, hijo, tiempo tienes de darte golpesde pecho. Lo primero es la salud».

—Esta noche sí que voy a dormir bien—anunció D. Manuel con esaesperanza de enfermo que es gozo empapado en melancolía—. No tengosueño aún; pero siento dentro de mí un cierto presagio de que voy adormir.

—Y yo voy a rezar porque descanses. Verás, verás tú. Mientras estésallá, rezaré tanto por ti, que te has de curar, sin saber de dónde teviene el remedio. Lo que menos pensarás tú, tontín, es que la rataeclesiástica te ha tomado por su cuenta y te está salvando sin que loadviertas. Y

cuando te sientas con alguna novedad en tu alma, y teencuentres de la noche a la mañana con todas esas máculas ateas biencuradas, dirás «¡milagro, milagro!» y no hay tal milagro, sino quetienes el padre alcalde, como se suele decir. En fin, no te quieromarear, que es tarde...

Acuéstate prontito, y duérmete de un tirón sietehoras.

Le dio varios palmetazos en los hombros, y él la vio salir condesconsuelo. Habría deseado que le acompañase algún tiempo más, pues suspalabras le producían mucho bien.

«Oye una cosa... Si quieres llamarme temprano, hazlo... Yo te prometoque mañana estaré más formal que hoy».

—Si estás despierto, entraré. Si no, no—dijo Guillermina volviendo—.Más te conviene dormir que rezar. ¿Necesitas algo? ¿Quieres agua conazúcar?

—Ya está aquí. Retírate, que tú también has de dormir. Pobrecilla, nosé cómo resistes... ¡Vaya un trabajo que te tomas!...

Iba a decir «¿y todo para qué?» pero se contuvo. Nunca le había sido tangrata la persona de su tía como aquella noche, y se sintió atraído haciaella por fuerza irresistible. Por fin se fue la santa, y a poco, Moren