Fortunata y Jacinta: Dos Historias de Casadas by Benito Pérez Galdós - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

Ninguna noche conciliaba el sueño antes de que diera las doce el relojde la Casa-Panadería.

Oía claramente algunas campanadas; después elsonido se apagaba alejándose, como si se balanceara en la atmósfera,para volver luego y estrellarse en los cristales de la ventana. En elestado incierto del crepúsculo cerebral, imaginaba Fortunata que elviento venía a la plaza a jugar con la hora. Cuando el reloj empezaba adarla, el viento la cogía en sus brazos y se la llevaba lejos, muylejos... Después volvía para acá, describiendo una onda grandísima, yretumbaba ¡plam!, tan fuerte como si el sonoro metal estuviera dentro dela casa. El viento pasaba con la hora en brazos por encima de la PlazaMayor y se iba hasta Palacio, y aún más allá, cual si fuera mostrando lahora por toda la Villa y diciendo a sus habitantes: «Aquí tenéis lasdoce, tan guapas». Y luego tornaba para acá, ¡plam!... ¡ay!, era laúltima. El viento entonces se largaba refunfuñando. Otras noches seentretenía la joven discurriendo que la hora de la Puerta del Sol y lahora de la Panadería se enzarzaban. Empezaba esta, y le respondía laotra. De tal modo se confundían los toques, que no conociera aquellahora ni la misma noche que la inventó.

Las doce de acá y las doce deallá eran una disputa o guirigay de campanadas. «Vamos, que también seoye la Merced... Tantísima hora, tantísima hora, y no sabe una si sonlas doce o qué...».

Para tener compañía y servicio, tomó por criada a una niña, hija de unade las placeras amigas de Segunda. Llamábase Encarnación y parecía muyformalita. Su ama le leyó la cartilla el primer día, diciéndole: «Mira,si algún sujeto que tú no conoces, por ejemplo, un señorito flaco, demal color, así un poco alborotado, te pregunta en la calle si vivo yoaquí, dices que no. No abras nunca la puerta a ninguna persona que nosea de casa. Llaman, miras, y vienes y me dices:

'Señorita, es un hombreo una mujer de estas y estas señas'. Conque fíjate bien en lo que temando.

Tu tía te habrá hecho la misma recomendación. Si no nos obedeces,¿sabes lo que hacemos? Pues cogerte y mandarte a la cárcel. Y no creasque te van a sacar: allí te estarás lo menos, lo menos, tres años ymedio».

La chica cumplía estas órdenes al pie de la letra. Un domingo llamaron.«Señorita, ahí está un hombre con barbas largas, muy aseñorado... ytiene la voz así, como respetosa». Miró Fortunata por los agujeros dela chapa. Era Ballester. «Dile que pase». Se alegraba de verle parasaber lo que ocurría en la familia, y para que le contara por quédemonios andaba suelto Maxi por esas calles.

De tan gozoso, estaba turbado el bueno del farmacéutico. Venía vestidocon los trapitos de cristianar, peinado en la peluquería, con una rayamuy bien sacada desde la frente a la nuca, y las mechas negraschorreando olorosa grasa, las botas nuevas y sombrero de copa muylustroso.

«¡Qué deseos tenía de verla a usted...! No me atrevía avenir... Pero doña Lupe me ha instado tanto para que venga, que alfin... No, no, no tema que Maximiliano descubra dónde usted está.

Haymucho cuidado para que no se entere de nada. Y eso que ahora, si vierausted, ha recobrado la razón; parece que está juiciosísimo; habla detodo con tino, y no hace ningún disparate».

Fortunata estaba algo cohibida, pues a pesar de la convicción de quehacía gala con respecto a ciertas legitimidades, le daba vergüenza de nopoder disimular ya su estado ante un amigo de la familia de Rubín. Sepuso muy colorada cuando Segismundo le dijo esto: «Doña Lupe me ha dadoun recadito para usted. Me ha encargado decirle si quiere que le avise aD. Francisco de Quevedo... Es hombre que sabe su obligación; muycuidadoso y muy hábil...».

—No sé, veremos... lo pensaré... todavía...—balbució ella cortadísima,bajando los ojos.

—¿Cómo todavía? Me ha dicho doña Lupe que será en Marzo. Estamos a 20de Febrero. No, no se descuide usted... que a lo mejor podría versesorprendida... Estas cosas deben prepararse con tiempo.

Tomando una actitud galante, añadió: «Porque yo me intereso vivamentepor usted en todas las circunstancias, en todas absolutamente. Soy elmismo Segismundo de siempre y cuando usted necesite de un amigo leal ycallado, acuérdese de mí...».

Y elevando el tono casi hasta lo patético, saltó de repente con esto:«No me vuelvo atrás de nada de lo que he dicho a usted en otrasocasiones». Como ella aparentase no interesarse en este giro de laconversación, volvió Ballester a tomar el tono fraternal de esta manera.«Me voy a permitir hablar a Quevedo. Debemos estar prevenidos... Le diréque venga a ver a usted... Es persona de confianza, y ya sabe él que notiene que decir nada al amigo Rubín».

Lo que tenía a Fortunata muy sorprendida y maravillada era el interésque mostraba hacia ella, según le dijo el regente, la viuda de Jáuregui.

«Yo no sé lo que es, amiga mía; pero la ministra, de unos días a estaparte me ha preguntado como unas seis veces si la había visto a usted...'Yo no voy—me dijo—; pero hay que mirar algo por ella, y noabandonarla como a un perro'. Por esto me decidí a venir, y ahora mealegro, porque veo que usted me ha recibido, y que continuaremos siendobuenos amigos. Quedamos en que vendrá Quevedo. Sí; preparémonos, porqueestas cosas unas veces se presentan bien y otras mal.

No le faltará austed nada. ¡Qué caramba! Hay que afrontar las situaciones, y... ¡Oh!,¡qué cabeza ésta! ¿Pues no se me olvidaba lo mejor? (metiéndose la manoen el bolsillo). La ministra me ha dado para usted este paquetito dedinero. Por fuera está escrita la cantidad: mil doscientos cincuenta ydos reales. Debe de ser lo que le corresponde a usted por réditos dealgún dinero. Para concluir: siempre que se le ofrezca a usted algunacosa, sea del orden que fuese, piensa usted un rato, y dice: '¿A quiénacudiré yo?, pues a ese tarambana de Segismundo'. Con mandarme unrecadito... Aunque yo cuidaré de venir algún domingo o los ratos quetenga libres, porque ahora, como estoy solo con Padilla, dispongo demuy poquito tiempo. Si pudiera, vendría mañana y tarde todos los días,contando con su permiso. Pero en este pícaro mundo, se llega hasta dondese puede, y el que, impulsado por el querer, va más allá del poder, caey se estrella».

Repitió sus ofrecimientos y se fue, dejando a Fortunata la impresión deque no estaba tan sola como creía, y de que el tal Segismundo era, enmedio de sus tonterías y extravagancias, un corazón generoso y leal.Mucho le extrañaba a la infeliz joven que Aurora no hubiese ido a verla,y sintió que se le olvidara, durante la visita del regente, preguntar aeste por las Samaniegas. Pero ya se lo preguntaría cuando volviese.

Con el cambio de vida y domicilio, reanudó la señora de Rubín algunasrelaciones de familia que estaban absolutamente quebrantadas, siendo denotar entre ellas la de José Izquierdo, que, empezando por ir a cenarcon su hermana y sobrina algunas noches, acabó, conforme a su genialparasitario, por estar allí todo el tiempo que tenía libre. Fortunataencontró a su tío transfigurado moralmente, con un reposo espiritual quenunca viera en él, suelto de palabra, curado de su loca ambición y deaquel negro pesimismo que le hacía renegar de su suerte a cada instante.El bueno de Platón, encontrando al fin el descanso de su vidavagabunda, se había sentado en una piedra del camino, a la sombra defrondoso árbol cargado de fruto (valga la figura) sin que nadie ledisputase el hartarse de ella. No existía por aquel entonces en Madridun modelo mejor, y los pintores se lo disputaban. Veíase Izquierdoacosado, requerido; recibía esquelas y recados a toda hora, y ledesconsolaba el no tener tres o cuatro cuerpos para servir con ellos alarte. Ni había oficio en el mundo que más le cuadrase, porque aquello noera trabajar ¡qué demonio!, era retratarse, y el que trabajaba era elpintor, poniendo en él sus cinco sentidos y mirándole como se mira a unanovia. En aquellos días de Febrero del 76, como se pusiera a hablar consu hermana y sobrina de las muchas obras que traía entre manos, noacababa. En tal estudio hacía de Pae Eterno, en el momento de estarfabricando la luz; en otro de Rey D. Jaime, a caballo, entrando enValencia. Allí de Nabucodonosor andando a cuatro patas; aquí de un tíoen pelota que le llaman Eneas, con su padre a la pela. «Pero lo mejorque estamos pintando ahora...

y que lo vamos sacando de lo fino..., esaquel paso de Hernán-Cortés cuando manda dar fuego a las judíasnaves...». Ganaba mi hombre todo lo que necesitaba, y era venturoso, yla sujeción del día la compensaba con las largas expansiones de charla ycopas que se daba de noche en algún café, convidando a los amigos. A susobrina le prestaba servicios, haciéndole cuantos encargos erancompatibles con sus tareas artísticas. Solía ella enviarle con algúnmensaje a casa de su costurera, o se valía de él para recados y compras.Más de una vez le mandó a la gran tienda de Samaniego por tela o encajespara el ajuar que estaba haciendo; pero siempre le encargaba que no ladescubriese allí, pues ya que Aurora no había ido a verla, lo quepropiamente era una falta de educación, y hablando mal y pronto, unacochinada, no quería ella tampoco aparentar que solicitaba su amistad; ysi razones tenía la Samaniega para retraerse, también ella las teníapara no rebajarse. «A fina me ganará; pero a orgullosa no».

-V-

La razón de la sinrazón

-I-

La mejoría de Maximiliano continuaba, de lo cual coligieron su tíay su hermano que la separación matrimonial había sido un gran bien, puessin duda la presencia y compañía de su mujer era lo que le sacaba dequicio. Todo aquel invierno continuó el tratamiento de las duchascircular y escocesa y el bromuro de sodio. Al principio, cuando no lesacaba a paseo Juan Pablo, sacábale su misma tía, teniendo ocasión denotar lo bien concertados que eran sus juicios.

Observaron, no obstante,que en el caletre del joven se escondía un pensamiento relativo alparadero de su consorte, y temían que este pensamiento, aunque contenidoen proporciones menudas por el renacimiento armónico de la vidacerebral, tuviera el mejor día fuerza expansiva bastante para volver atrastornar toda la máquina. Pero estos temores no se confirmaron.

EnDiciembre y Enero la mejoría fue tan notoria, que doña Lupe estabapasmada y contentísima.

En Febrero ya le permitieron salir solo, puesno se metía con nadie y se le habían acentuado considerablemente latimidez y la docilidad. Era como un retroceso a la edad en que estudiólos primeros años de su carrera, y aun parecía que se renovaban en éllas ideas de aquellos lejanos días, y con las ideas el encogimiento enel trato, la sobriedad de palabras y la falta de iniciativa.

Su vida era muy metódica; no se le permitía leer nada, ni él lointentaba tampoco, y siempre que iba a la calle, doña Lupe le fijaba lahora a que había de volver. Ni una sola vez dejó de entrar a la hora quese le mandaba. Para que tales días se pareciesen más a los de marras, elúnico gusto del joven era pasear por las calles sin rumbo fijo, a laventura, observando y pensando. Una diferencia había entre ladeambulación pasada y la presente. Aquella era nocturna y tenía algo desonambulismo o de ideación enfermiza; esta era diurna, y a causa de lasbuenas condiciones del ambiente solar en que se producía, resultaba mássana y más conforme con la higiene cerebro-espinal. En aquella, la mentetrabajaba en la ilusión, fabricando mundos vanos con la espuma que echande sí las ideas bien batidas; en esta trabajaba en la razón,entreteniéndose en ejercicios de lógica, sentando principios yobteniendo consecuencias con admirable facilidad. En fin, que en lamarcha que llevaba el proceso cerebral, le sobrevino el furor de lalógica, y se dice esto así, porque cuando pensaba algo, ponía unverdadero empeño maniático en que fuera pensado en los términos usualesde la más rigurosa dialéctica. Rechazaba de su mente con tenazrepugnancia todo lo que no fuera obra de la razón y del cálculo, nodesmintiendo esto ni en las cosas más insignificantes.

Que al poco tiempo de sentir en sí este tic del razonamiento lo aplicóal oscuro problema lógico de la ausencia de su mujer, no hay para quédecirlo. «Que vive, no tiene duda; este es un principio inconcuso que nisiquiera se discute. Ahora dilucidemos si está en Madrid o fuera deMadrid. Si se hubiera ido a otra parte, alguna vez recibiría mi tíacartas suyas. Es así que jamás llega a casa el cartero del exterior, ycuando va es para traer alguna carta de las hermanas de mi tío Jáuregui;luego... Pero propongamos la hipótesis de que dirige las cartas a otrapersona para que yo no me entere. Es inverosímil; pero propongámosla. Ental caso, ¿qué persona sería esta?

En todo rigor de lógica no puede serdoña Casta, porque la señora de Samaniego no gusta de tales papeles. Entodo rigor de lógica tiene que ser Torquemada. Pero Torquemada,anteayer, entró en el gabinete de mi tía, y yo, desde el pasillo, le oípreguntarle claramente si había sabido de la señorita... Luego,Torquemada no es. Luego, no siendo Torquemada, no hay intermediario decartas; y no habiendo intermediario de cartas, no puede habercorrespondencia; luego está en Madrid».

Quedose muy satisfecho, y después de detenerse un rato a ver unescaparate de estampas, volvió a pegar la hebra: «Podría ponerse en dudaque entre ella y mi tía haya comunicación, y en caso de que no lahubiera, el problema de su residencia seguiría como boca de lobo; peroyo sostengo que hay comunicación. Si no, ¿qué significa el papelito deapuntes que sorprendí el otro día sobre la cómoda de mi tía, y en elcual, pasando al descuido la vista, distinguí este renglón que decía: Corresponden a F. 1.252 reales? F. quiere decir ella. Luego haycomunicación entre mi tía y ella, y como esta comunicación no es postal,resulta claro, como la luz del día, que reside en Madrid».

Largos ratos se pasaba en este ejercicio de la razón. A veces se decía:«Rechacemos todo lo fantástico. No admitamos nada que no se apoye en lalógica. ¿De qué vive? ¿Vivirá honradamente? No aventuremos ningún juiciotemerario. Podrá vivir honradamente y podrá vivir de mala manera. Yollegaré a descubrir la verdad enterita, sin preguntar una palabra anadie. Pues todos callan ante mí, yo callo ante todos. Veo, oigo ypienso. Así sabré todo lo que quiero. ¡Qué hermosa es la verdad, mejordicho, estos bordes del manto de la verdad que alcanzamos a ver en latierra, porque el cuerpo del manto y el de la verdad misma no se vendesde estos barrios!... Dios mío, me asombro de lo cuerdo que estoy. Lagente me mira con lástima, como a un enfermo; pero yo, en mí, me recreoen lo sano de mis juicios. Dichoso el que piensa bien, porque él está engrande».

Entró en el café del Siglo, donde creía encontrar a su hermano; peroLeopoldo Montes le dijo que habiendo aceptado Villalonga la Dirección deBeneficencia y Sanidad, había encargado a Juan Pablo un trabajodelicadísimo y muy enojoso... cosa de poner en claro unas cuentas delazaretos; y me le tenía en la oficina de sol a sol. Allí le llevaban elcafé. No le venía mal a Juan Pablo que el director le encargase trabajosextraordinarios, pues esto significaba confianza, y tras la confianzavendría un ascenso. Hablaron de empleos y de política, diciendoMaximiliano cosas muy buenas.

Refugio, la querida de Juan Pablo, estaba aquel invierno muy mal deropa, y no iba al café del Siglo, sino al de Gallo, porque le cogíacerca (la pareja moraba en la Concepción Jerónima), y además porque lasociedad modesta que frecuentaba aquel establecimiento, permitíapresentarse en él de trapillo o con mantón y pañuelo a la cabeza.Agregábansele a Refugio algunas personas con quienes tenía amistad fácily adventicia, de esas que se contraen por vecindad de casa o de mesa decafé. Eran un portero de la Academia de la Historia con su esposa, y uncobrador municipal de puestos del mercado, con la suya o lo que fuese.Este matrimonio solía ir los domingos acompañado de toda la familia, asaber: una abuela que había sido víctima del 2 de Mayo, y sietemenores. El café se compone de dos crujías, separadas por gruesa pared ycomunicadas por un arco de fábrica; mas a pesar de esta rareza deconstrucción, que le asemeja algo a una logia masónica, el local notiene aspecto lúgubre. En la segunda sala, donde se instalaba Refugio,había siempre animación campechana y confianzuda, y como el espacio esallí tan reducido, toda la parroquia venía a formar una sola tertulia.En ella imperaba Refugio como en un salón elegante en el cual fueraestrella de la moda, Dábase mucho lustre, tomando aires de señora,alardeando de expresarse con agudeza y de decir gracias que los demásestaban en la obligación de reír. Poníase siempre en un ángulo, quetenía, por la disposición del local, honores de presidencia. Cuando Maxiiba, su cuñada le hacía sentar a su lado, y le mimaba y atendía mucho,con sentimientos compasivos y de protección familiar, permitiéndosetambién tutearle y darle consejos higiénicos. Él se dejaba querer, yapenas tomaba parte en la tertulia, como no fuera con los silogismos quementalmente hacía sobre todo lo que allí se charlaba. Una noche estabael pobre chico tomándose su café, muy callado, en la misma mesa deRefugio, cuando se fijó en dos hombres que en la próxima estaban, uno delos cuales no le era desconocido. Pensando, pensando, acertó al fin. EraPepe Izquierdo, tío de su mujer, a quien sólo había visto una vez, yendode paseo con Fortunata por las Rondas, y ella se lo presentó. Como enGallo había tanta confianza, pronto se comunicaron los de una y otramesa. Primero se hablaba de política, después de que la guerra seacabaría a fuerza de dinero, y como la política y las guerras vienen aser las fibras con que se teje la Historia, hablose de la Revoluciónfrancesa, época funesta en que, según el cobrador municipal, habían sidoguillotinadas muchas almas. Oír que se hablaba de Historia y no meterbaza, era imposible para Izquierdo; pues desde que se puso a modelo sabía que Nabucodonosor era un Rey que comía hierba; que D. Jaime entróen Valencia a caballo, y que Hernán-Cortés era un endivido muytemplado que se entretenía en quemar barcos. Los disparates que aquelhombre dijo acerca del Pronunciamiento de Francia, hicieron reír muchoa todos, particularmente al portero de la Academia de la Historia, queechaba al concurso miradas desdeñosas, no queriendo aventurar unaopinión, que habría sido lo mismo que arrojar margaritas a cerdos. Masel compañero de Platón, persona enteramente desconocida para Maxi,debía de ser uno de los sujetos más eruditos que en aquel local sehabían visto nunca, y cuando rompió a hablar, se ganó la atención delauditorio. Tenía la cara granulosa y el pescuezo como el de un pavo, conuna nuez muy grande, el pelo escobillón, y se expresaba en términos muydistintos del gárrulo lenguaje de su amigo: «Al Rey Luis XVI—dijo—, ya la Reina Doña María Antonieta les cortaron la cabeza, naturalmente,porque no querían darle libertad al pueblo. Por eso hubo, naturalmente,aquel gran pronunciamiento, y todo lo variaron, hasta los nombres de losmeses, señores, y hasta abolieron la vara de medir y pusieron el metro,y la religión también fue abolida, celebrándose las misas, naturalmente,a la diosa Razón».

Tanta sabiduría impresionó a Maxi, que al punto se desató a charlar conIdo del Sagrario, pues no era otro el docto amigo de Izquierdo, yestuvieron poniendo comentarios a los trágicos sucesos del 93. «Porquemire usted, cuando el pueblo se desmanda, los ciudadanos se venindefensos, y francamente, naturalmente, buena es la libertad; peroprimero es vivir. ¿Qué sucede? Que todos piden orden. Por consiguiente,salta el dictador, un hombre que trae una macana muy grande, y cuandoempieza a funcionar la macana, todos la bendicen. O hay lógica o no haylógica. Vino, pues, Napoleón Bonaparte, y empezó a meter en cintura aaquella gente. Y que lo hizo muy bien, y yo le aplaudo, sí señor, yo leaplaudo».

—Y yo también—dijo Maxi, con la mayor buena fe, observando que aquelhombre razonaba discretamente.

—¿Quiere esto decir que yo sea partidario de la tiranía?...—prosiguióIdo—. No señor. Me gusta la libertad; pero respetando... respetando aJuan, Pedro y Diego... y que cada uno piense como quiera, pero sindesmandarse, sin desmandarse, mirando siempre para la ley. Muchos creenque el ser liberal consiste en pegar gritos, insultar a los curas, notrabajar, pedir aboliciones y decir que mueran las autoridades. Noseñor. ¿Qué se desprende de esto? Que cuando hay libertad mal entendiday muchas aboliciones, los ricos se asustan, se van al extranjero, y nose ve una peseta por ninguna parte. No corriendo el dinero, la plazaestá mal, no se vende nada, y el bracero que tanto chillaba dando vivasa la Constitución, no tiene qué comer. Total, que yo digo siempre:«Lógica, liberales» y de aquí no me saca nadie.

«Este hombre tiene mucho talento» pensaba Rubín, apoyando conmovimientos de cabeza la aseveración de aquel sujeto.

Y cuando, al despedirse, Ido le dio su nombre, agregando que eraprofesor de primeras letras en las escuelas católicas, Maximilianodiscurrió que no estaba en armonía la humildad del empleo con el saber yla destreza dialéctica que aquel individuo mostraba.

Al siguiente día por la tarde, Maxi fue a Gallo y no estaban, de laspersonas conocidas, más que el cobrador municipal y José Izquierdo. Estehabía dejado en la silla próxima un envoltorio.

Mirolo el joven condisimulo y vio que era algo como ropa o calzado, cubierto con unpañuelo.

Tan mal hecho estaba el atadijo, que al mover la silla sedescubrió una bota elegante con caña color de café. Al verla Rubín,sintió como si le cayera una gota fría en el corazón. «Esa bota es deella... ¡ay, de ella es!... La conozco, como conozco las mías. No lalleva a componer porque está casi nueva. La lleva de muestra para que lehagan otro par. Es muy presumida en cuestiones de calzado. Le gustatener siempre tres o cuatro pares en buen uso. ¿Y por qué no las llevaella?

Porque no sale. Luego está enferma... Enferma, ¿de qué?».

-II-

Platón se despidió de su amigo, y cogió el lío diciendo quetenía que ir a la calle del Arenal.

«Justo—discurrió Maxi sin decir una palabra—.

Allí está su zapatero. Arenal, 22... Lo que me falta saber, podríaaveriguarlo siguiendo a ese bárbaro. Pero no... Con la lógica y sólo conla lógica lo averiguaré. ¿Para qué quiero esta gran cordura que ahoratengo? Con mi cabeza me gobierno yo solo».

Después, cuando entraron Ido, Refugio y otras personas, estuvo muycomunicativo, discurriendo admirablemente sobre todo lo que se trató,que fue la insurrección de Cuba, el alza de la carne, lo que se debehacer para escoger un bonito número en la lotería, la frecuencia con quese tiraba gente por el Viaducto de la calle de Segovia, el tranvía nuevoque se iba a poner y otras menudencias.

Un día de los primeros de Marzo, Maxi, al dirigirse al café, vio aIzquierdo en los soportales de la Casa-Panadería, y a punto que lesaludaba, pasó y se detuvo el cobrador municipal. Este y José cambiaronunas palabras.

«En seguida voy al café—dijo el modelo, mostrando varios paquetes asu amigo, que los miraba con curiosidad—. Subo a largar esto: Varas decinta... jabón... demonios, dátiles. Voy cargado como un santísimoburro».

Maximiliano siguió hacia el café, y observando que Platón tomaba haciala calle de Ciudad Rodrigo, miró su reloj.

—¡Dátiles!... ¡Cuántos le he comprado yo! Las golosinas la venden. Sedespepita por ellas...—

pensó el razonador, penetrando en el establecimiento,sin ver nada de lo que en él había—. Come dátiles... luego no está mala;los dátiles son muy indigestos. Y puesto que ella los come, la causa del nosalir, no es enfermedad... Luego, es otra cosa...

Y viendo entrar a Izquierdo, volvió a mirar su reloj. «Ha tardado doceminutos. Luego la casa está cerca... Doce minutos: pongamos cuatro parasubir la escalera, dos para bajarla... Y está cansado el hombre; debe deser alta la escalera... La casa está cerca. La descubriremos por lalógica. Nada de preguntas, porque no me lo dirían; ni seguir a esteanimal, porque eso no tendría mérito. Cálculo, puro cálculo...».

Izquierdo y el cobrador municipal le convidaron a unas copas; pero él noquiso aceptar, porque le repugnaba el aguardiente. Oyoles laconversación sin aparentar oírla, aunque nada interesante tenía para él,pues versó sobre si la Villa iba a suprimir tantas y tantas mulas delramo de jardines y paseos para repartirse la cebada entre losconcejales. Después el recaudador sacó a relucir no sé qué asunto defamilia, quejándose de las continuas enfermedades de su esposa, de loque Izquierdo tomó pie para decir unas cuantas barbaridades sobre lasventajas de no tener familia que mantener. «Musotros los viudos estamoscomo queremos» dijo volviéndose a Maxi y dándole un palmetazo en elhombro. El pobre muchacho hizo como que aprobaba la idea, sonriendo, ypara sí dio unas cuantas vueltas al manubrio de la lógica: «Se te haencargado que no descubras nada; se te ha dicho que tengas cuidado conlo que hablas delante de mí, dromedario, y tú, como todos, te empeñas enmeterme en la cabeza la idea de que estoy viudo. No cuentas con que micabeza es un prodigio de claridad y raciocinio. A buena parte vienes.Verás cómo destruyo tus sofismas y mentiras. Verás lo que puede elcálculo de un cerebro lleno de luz... ¡Con que yo viudo! Lo mismo que mitía, que me dijo ayer: «desde que enviudaste, pareces otro...».

Meconviene hacerles creer que me lo trago. Con mi lógica me las arregloadmirablemente y me río del mundo. ¡Qué bonita es la lógica; pero québonita! ¡Y qué hermosura tener la cabeza como la tengo ahora, libre detoda apreciación fantasmagórica, atenta a los hechos, nada más que a loshechos, para fundar en ellos un raciocinio sólido!... Pero vámonos a micasa, que mi tía me espera».

Tres días después de esto, al entrar en la botica, notó que Ballester yQuevedo hablaban, y que al verle llegar a él, se callaron súbitamente.Como había adquirido facilidad para la apreciación de los hechos, aquelse le reveló claramente. Segismundo y el comadrón trataban de algo queno querían oyese Maximiliano.

Para disimular le preguntaron a él por su salud, y a poco dijo Quevedoal farmacéutico en tono muy misterioso: «¿Ha preparado usted elcornezuelo de centeno? Basta con eso por ahora».

«Qué tal, ¿paseamos mucho, joven?—agregó en alta voz, volviendo haciaMaxi su cara de caimán, en la cual la sonrisa venía a ser como unaexpresión de ferocidad—. Vamos bien, vamos bien. Al fin podrá ustedvolver a sus ocupaciones ordinarias. Ya decía yo que en cuanto estuvierausted libre... por aquello de muerto el perro se acabó la rabia».Rubín contestó afirmativamente y con amabilidad. Después observó queBallester sacaba de un cajón un paquetito de medicamento y se lo daba alSr. de Quevedo, diciéndole: «Lléveselo usted; lo he pulverizado yo mismocon el mayor esmero. La antiespasmódica la llevaré yo». El comadrón tomóel paquete y se fue.

A poco entró doña Desdémona preguntando por su marido, y pudo observarel joven que Ballester le hizo señas, llamándole la atención sobre lapresencia de Maxi, pues la señora empezó diciendo: «¿Ha ido otra vez ala Cava?». Aquello se arregló y doña Desdémona invitole a que laacompañase a su casa, lo que él hizo de bonísima gana, remolcándola delbrazo por la escalera arriba. Conversando estuvieron largo rato, y laseñora de Quevedo le enseñaba sus jaulas de pájaros, canarias en cría,un jilguero que sacaba agua del pozo, y comía extrayendo el alpiste deuna caja, con otras curiosidades ornitológicas de que tenía llena lacasa. A la hora de comer entró Quevedo muy fatigado, diciendo: «No haynada todavía...». Y como vio allí al sobrino de doña Lupe, no dijo más.

Cuando Maximiliano se retiró, iba desarrollando en su mente la m?