Acto tercero: Aparece Inés con sus tres hijos, y cuenta llena dehorror que ha tenido un sueño, en que le pareció verlos devorados portres leones. El coro le descubre lo que se ha resuelto acerca de ella, yaumenta así su pena.
Acto cuarto: Los ministros aconsejan al rey que apresure la ejecuciónde Inés. Esta aparece ante el trono con sus hijos, pide justicia ycompasión, y cae en tierra desmayada, después que acaba sus súplicas. Elrey vacila, y dice que él se lava las manos de esta muerte, y que ladeja al arbitrio de sus ministros. El coro cuenta después la ejecuciónde su horroroso suplicio.—Hay partes en este cuarto acto dignas por suelevación y pureza del estilo trágico, y superiores á cuanto se habíaescrito hasta entonces en España en este género. En este acto cesa elinterés de la acción; y el quinto, en que el infante, al saber la muertede su esposa, prorrumpe en largas lamentaciones, es sólo una adiciónextraña y fría.
Los restos del interés, que mueve la primera tragedia de Niselastimosa, desaparecen enteramente en la segunda, titulada, como yahemos dicho, Nise laureada, puesto que su argumento, incompatible conla acción dramática, y reducido á la expiación de los asesinos de Inés,se desenvuelve deplorablemente en cinco largos actos. Para compensaresta falta de interés, el poeta emplea formas métricas más artísticasque las usadas en la primera pieza, como canciones, sonetos, octavas,tercetos, estrofas sáficas, etc., acompañadas de rimas ligadas, ecos yotros refinamientos métricos semejantes, que imprimen en el conjuntoextraño sello. En cuanto le fué posible, observó Bermúdez en ambastragedias las reglas de las griegas; pero el plan se oponía tanto á esteajuste violento, que no podía menos de sufrir ciertas transgresiones,sobre todo en las relativas á las unidades de lugar y tiempo. El coro dedoncellas de Coimbra es en ambas completamente ocioso. Créese queninguna de ellas llegó nunca á representarse.
Llevados del mismo propósito de introducir en España los antiguosmodelos clásicos, publicó Pedro Simón de Abril, casi contemporáneo delas tragedias de Bermúdez, imitaciones del Pluto de Aristófanes, de la Medea de Eurípides, y de todas las comedias de Terencio, y tradujo D.Luis Zapata el Arte poético de Horacio, y Juan Pérez de Castro la deAristóteles[295].
Opúsose de nuevo al drama popular, ya que no en el teatro, al menos enla literatura, cierta tendencia clásica y erudita, y la victoriapermaneció indecisa por entonces.
Aunque la forma dramática popularcontase con las simpatías de la nación, y predominase sola en lastablas, no era bastante, sin embargo, atendiendo á la circunstancia deque en su mayoría estaban escritas por cómicos las obras de estaespecie, para ocurrir á las necesidades del momento, y no podíancontrapesar el influjo que ejercían en el ánimo de los hombresilustrados las obras clásicas. Esta contienda se hubiera resuelto de unavez si hubiese aparecido un poeta de primer orden, que se consagrara ácualquiera de estos dos estilos, que dividían á los dramáticos deaquella época, arrastrando á la posteridad con el poder de su genio.
Noes necesario decir á cuál de ellas se hubiese inclinado. En el períodosiguiente había de aparecer este poeta; pero bastábale por ahora alteatro que hubiese hombres instruídos y de talento poético, que sedecidiesen por la forma dramática nacional.
Juan de la Cueva[296], de una familia ilustre, nació en Sevilla hacia1550, y, según parece, pasó en esta ciudad casi toda su vida. Alcanzó,sin duda, hasta el siglo XVII, pues la dedicatoria de su Ejemplarpoético al duque de Alcalá lleva la fecha de 30 de noviembre de 1606.Tales son los únicos datos biográficos, que de él se conservan. De susobras innumerables en los diversos géneros de poesías, sólo debemosmencionar la Poética ya citada, y un tomo de comedias[297].Representáronse, según indican sus epígrafes, en los años de 1579, 80 y81 en Sevilla, y después probablemente en los demás teatros de España.Presúmese que luego renunció La Cueva á la poesía dramática, ó por lomenos no se hace mención de él entre los poetas dramáticos, querivalizaron con Lope de Vega. La última obra importante, que escribió,fué un poema épico sobre la conquista de la Bética por San Fernando.
Los preceptos, que siguió en la composición de sus dramas, y que, en suconcepto, debían servir de norma al teatro español, se hallan en su Ejemplar poético.
Recuérdense las noticias, que hemos dado antesacerca de los dramas al estilo antiguo, que tan en boga estuvieron enSevilla por algún tiempo. La Cueva alaba estas obras, pero sostienetambién que la reforma, que sufre el drama, y á la cual no dejó decontribuir bastante, es un progreso necesario en el desarrollo delarte, tan útil como provechoso.
Juan de la Cueva viene á decir, que el haberse mudado las leyes de lacomedia, no proviene de que falte en España instrucción ni talentosuficiente para seguir tan antigua senda; sino que, al contrario, losespañoles intentaron ajustar esas reglas á las distintas necesidades desu época, y sacudieron la traba de encerrar tantos sucesos diversos enel espacio de un día, pues sin rebajar á los antiguos poetas, y á losgriegos y romanos, sus imitadores, sin despreciar lo mucho bueno, quehicieron, se debe confesar sin embargo, que sus comedias son cansadas, yno tan interesantes é ingeniosas como debieran; y de aquí, que cuando seaumentaron los talentos, mejoraron las artes, y se imprimió en todo másvasta forma, se abandonó también el antiguo estilo, prefiriéndole otronuevo y más adecuado á su época, como hizo Juan de Malara en sustragedias, separándose algo del rigorismo de las antiguas reglas, aunqueno falten quienes sostengan que el mismo La Cueva traspasó los límitesde la comedia, ofreciendo juntos en el teatro reyes, dioses y vilespersonajes, suprimiendo un acto de los cinco, y convirtiéndolos enjornadas. Añade luego que esto nada tiene de extraño, porque los tiemposy los gustos han cambiado; porque sus antepasados hicieron también lomismo; porque no puede negarse que la comedia ha ganado en invención,ingenio, gracia y hábil disposición de sus partes, y que la moderna espreferible á la antigua por su intriga más complicada y su desenlace(arte, que desconocen los extranjeros); porque algo ha de perdonárselepor el inapreciable solaz, que ofrece, y sus divertidos chistes; porquese distingue por sus hechos históricos, y porque excede en la exposiciónideal de la vida, y excita la admiración por sus amorosos afectos. Dice,por último, que los hombres ilustrados prefieren la comedia moderna,porque su forma es más artística y más variados sus argumentos.
Esto se refiere más bien, sin duda, á la forma posterior que tuvo eldrama en tiempo de Lope de Vega, que á su desarrollo y á la parte quecupo en él nuestro poeta; y á la verdad, en cuanto á esto es inexacto yfalso, puesto que La Cueva debió conocer á los poetas sevillanos, que leprecedieron, representando en sus comedias á dioses y reyes.
La divisióndel drama en cuatro jornadas, parece haber sido invención suya.
Másimportante que ésta es otra, de que no habla en su Ejemplar poético.Débese á La Cueva (dado el caso de que no se quiera suponer que siguiólas huellas de Malara), haber arreglado y dispuesto la forma métrica delas composiciones dramáticas, admitida después generalmente con pocasmodificaciones. Sus personajes hablan en redondillas, octavas, tercetos,yambos sueltos, canciones italianas, quintillas y versos octosílabos,aunque de los últimos usa principalmente en las narraciones y en laspiezas, cuyo argumento se asemeja más á los antiguos romances populares.Si á las formas métricas dichas se añade el soneto, y si se sujetantodas á principios más constantes y sensatos, que los arbitrarios,observados á veces por nuestro poeta, tendremos la versificación de laspiezas más antiguas de Lope de Vega.
Una cualidad característica de las comedias de Juan de la Cueva, queheredó luego el teatro español posterior, es la predilección con que sedetiene en hacer largas narraciones en estilo épico, y la expresión desentimientos líricos á que propende, de tal suerte, que la dramáticaparece agobiada por las otras dos, y sus diversas partes no se hallan enrelación con el todo.
Los epígrafes, que llevan los dramas de nuestro poeta, denominados unasveces comedias y otras tragedias, y hasta su poética, no distingueteóricamente y con claridad un género de otro. Carece, sin duda, de unaregla fija, á qué atenerse, y á no dominarle sus singularespreocupaciones, hubiera confesado que todas ellas pertenecen á una solaclase. Habiendo desaparecido la leve diferencia, que separaba elespectáculo trágico del cómico, puesto que podían concurrir en una mismacomposición móviles de ambas especies, la fútil razón de que descollaramás en ellas el uno ó el otro, ó de que su desenlace fuese feliz ódesdichado, no fué ya bastante plausible para clasificar las piezas enesta ó aquella categoría.
En todas las obras de Juan de la Cueva se observa el sello de un talentopoético verdadero. De la decidida vocación de este hombre extraordinarioá la poesía, dan pruebas suficientes la riqueza de sus invenciones, elbrillo de su exposición, la entusiasta animación de sus descripciones, yel fuego y la energía de su lenguaje en la pintura de los afectos.Parece que no se conoció bien á sí mismo, cuando confesaba que se creíaprincipalmente destinado á la dramática. ¿Deberá, acaso, atribuirse á laligereza, con que escribía, las faltas capitales de sus dramas en lo queconstituye la esencia de este género de poesía? Tan desprovistas estánen general de unidad, que bien puede suprimirse la mitad de sus escenasy personajes sin que padezca detrimento el todo. Pocas veces sedescubre en ellas algo, que merezca llamarse plan; es tan arbitrario enel desarrollo y traza de la acción, que nos obliga á pensar que el mismopoeta no sabía casi nunca al empezar cuál había de ser su desenlace.
Lossucesos se amontonan unos sobre otros, y con tanta mayor complacenciasuya, cuanto son más extraordinarios y románticos, pero siempre faltalazo interno que los una entre sí. La desenfrenada fantasía del poeta leimpide caminar por el cauce, que puede acercarlo á la verdad ó á laverosimilitud; sobrepónese á todo escrúpulo para ofrecer una situacióninteresante ó de efecto, ó un diálogo brillante; por lo demás, se leimporta poco que la acción siga sus pasos regulares, ó que sean ó noconstantes los caracteres de sus personajes. Escenas notables, de esasque, separadas del conjunto, llenan plenamente y encantan á la par porla energía y elevación del estilo, no faltan en ninguna de sus piezas;pero ninguna de éstas puede llamarse drama verdadero. Las comedias Elpríncipe tirano[298], El viejo enamorado y La constancia deArcelina, carecen de plan de tal suerte, que apenas se descubre enellas el espíritu ordenador del hombre. Su argumento, rico conprofusión y variado, pasa como una sombra ante los ojos, sin dejar trassí impresión duradera. Encantamientos, apariciones de fantasmas,metamorfosis, diversos amores que se cruzan, disfraces, asesinatos ysuplicios, no faltan en ellas. Dioses, furias, espectros, diablos,figuras alegóricas, reyes, verdugos, pastores y alcahuetas formanirremisiblemente el personal de sus composiciones, y están siempredispuestos á satisfacer los caprichos del poeta, á abandonar su papel yá producir las catástrofes más violentas é infundadas. El lenguaje delos diversos personajes no es jamás distinto; los de la clase másabyecta recitan estrofas tan altisonantes como los reyes y dioses. Lairregularidad de la acción se da la mano con los cambios continuos yarbitrarios de la escena, que ya es en Sevilla, ya en las montañascimerias de la Escitia, ya en Africa ó en el reino de Colcos, sin que enestas perpetuas mudanzas varíe nunca el colorido local. No es posibledescifrar las épocas, en que se supone ocurrir tales sucesos, pues tantaes la diversidad de costumbres, y tan caprichosas y arbitrarias lasmistificaciones de la mitología.
La comedia de El infamador, y su héroe Lucino, es menos notable por sumérito, que por haber servido á Tirso de Molina, según todas lasprobabilidades, para componer su Burlador de Sevilla.
El tutor y El degollado se diferencian de las anteriores en su plan,algo más sensato.
Mejores que todas éstas, cuya acción es inventada porel poeta, son las que se fundan en sucesos históricos ó tradicionales,no tanto por estar libres de las faltas indicadas, cuanto porque lamisma índole del asunto obligaba al poeta á refrenar su fantasía.
Lamuerte de Virginia es su tragedia más regular, y la que más satisface álas exigencias del drama. Las escenas episódicas y personajes inútiles,que nunca faltan en las composiciones de La Cueva, aparecen en ésta enúltimo término, y no dañan al vivo interés que despierta la acciónprincipal. Otra pieza, sacada también de la historia romana, la Comediade la libertad de Roma, por Mucio Escévola, incurre, al contrario, entodos los defectos indicados. Los tres primeros actos, llenos de lossucesos más diversos, no tienen relación directa con el que sirve debase á la acción, que comienza verdaderamente en el cuarto, y acaba átoda prisa. La tragedia de Ayax Telamon se distingue por sus notablesbellezas, no obstante su plan descabellado; entretéjense en ella variasescenas imitadas de la de Sófocles, que lleva el mismo título, y algunasotras de Virgilio y de Ovidio; todo lo cual, prueba lo familiares queeran á nuestro poeta las obras de la antigüedad clásica. Entre losmejores dramas de Juan de la Cueva, debe contarse también la Comediadel saco de Roma y muerte de Borbón, que á pesar de hallarse muydistante de lo que entendemos hoy por la palabra drama, nos ofrece, sinembargo, una serie de cuadros animados y vigorosos, aunque sin enlacealguno entre sí.
Otras tres piezas de este poeta, de las cuales no hemos hablado hastaahora, tratan de asuntos españoles tradicionales ó históricos, y son lasmás antiguas de este género, tan manoseado después, y curiosas por lomismo[299]. Fúndanse las tres en viejos romances populares, los cualesse copian á la letra, muy oportunamente, en los diálogos. El tono épicodomina en todas ellas, y el autor no muestra gran diligencia enajustarlo á la índole dramática de la composición. Los sucesos, en nointerrumpida serie, siguen en todo el orden de los cantos populares. Suempeño en no omitir ninguna de las circunstancias, que refiere latradición, llega á tal extremo en El cerco de Zamora, que losinnumerables acontecimientos que lo forman, podrían ser desenvueltos enun ciclo entero de dramas[300]. Verdad es que no carece de pasajesinteresantes, como el desafío de D. Diego Ordóñez y de los tres hijos deArias Gonzalo, que es una obra maestra; pero cada escena es un cuadroaislado, cuya importancia en nada se disminuiría separado del conjunto.Si La Cueva hubiese siempre imitado á sus modelos, se hubiera tambiénabstenido de los extravíos á que lo arrastraba su propia imaginación, ysiempre apareciera bajo un aspecto más favorable, que aquél con que semuestra el dios Marte á la conclusión de su Bernardo del Carpio,cuando pronuncia la apología del héroe y lo ciñe con el laurel de lavictoria, ó cuando en sus Siete infantes de Lara recurre de nuevo ásus amados conjuros diabólicos. El argumento de esta última, casi igualal desenvuelto en el romance, es el siguiente: Los llamados infantes deLara, hijos de Gonzalo Bustos de Lara y de Doña Sancha, han provocadola cólera de Doña Lambra, la cual, arrastrada por ella, excita á lavenganza contra todo el linaje de su suegro á su esposo Ruy Velázquez,hermano de Doña Sancha. Ruy Velázquez realiza su deseo, entrega conastucia á Gonzalo Bustos al califa de Córdoba, y atrae á los sieteinfantes al campo de Almenara, en donde mueren á manos de los moros, consu ayo Nuño Salido. Enamórase mientras tanto de Gonzalo la bella Zaida,hermana del califa, y nace Mudarra de estos amores. Zaida teme que suamante se escape de la prisión y la abandone, y conjura, con ayuda de laencantadora Hafa, á los poderes infernales para que impidan su viaje. Elcautivo lo emprende, sin embargo, y llega á Salas felizmente. Mudarra(que no ha nacido siquiera al final del segundo acto, y que aparece enel tercero como mancebo ya crecido), se educa con arreglo á lascostumbres de los mahometanos, y al saber quién es su padre, se pone encamino para buscarlo, llega á Salas, es recibido con alegría y sebautiza. Se decide entonces á vengar la muerte de sus hermanos, mata áRuy Velázquez en singular desafío, y quema viva en su casa á DoñaLambra.
Si se examinan las piezas de La Cueva, y se comparan con las obrasdramáticas posteriores, no se puede desconocer, que, tanto sus faltascomo sus bellezas, aparecen después en éstas, aunque algo modificadas.Así consta no sólo de las imitaciones, que se hicieron de los dramas delpoeta sevillano, sino también de las de Lope de Vega y sus sucesores. Elbrillo de su forma acostumbró tanto al público á ellas, que después nogustó pieza alguna, que no ofreciese tan rica profusión de combinacionesmétricas, y la mezcla de épica y lírica, que las distinguía. Sus escenasvariadas y llenas de vida y su poético colorido lo arrastraba de talsuerte, que sólo mereció el nombre de drama un conjunto romántico yvario, una serie de situaciones sorprendentes, y hasta en el dramahistórico, como si fuese una poesía épica, se consintió tanta prolijidady tan larga serie de minuciosos cuadros. Los rasgos enérgicos que sembróLa Cueva en las inverosimilitudes, contradicciones y accesoriosantidramáticos de sus obras, sufrieron, sin duda, el natural influjo delos adelantos del arte, aunque se muestran luego, en una época posteriordel drama español, con sus caracteres propios, hasta el punto de que nocuesta mucho trabajo averiguar su procedencia. No es esto decir, que,aun sin haber existido La Cueva, no hubiese tomado el teatro español lamisma dirección (favorecido sin duda por el espíritu y por el gustonacional), sino que nuestro poeta fué el primero que abrió esta senda,no obstante su escasa cultura y sus notables faltas.
Para la historia externa del teatro, encontramos en la antigua ediciónde las comedias de La Cueva dos datos no despreciables. Aparece de ella,que entonces había en Sevilla tres diversos locales, destinados á lasrepresentaciones escénicas: el jardín de Doña Elvira, las Atarazanas(cobertizo, bajo el cual trabajaban en otro tiempo los cordeleros), y elcorral de un cierto D. Juan[301]. Los actores más célebres fueronAlonso Rodríguez, Pedro de Saldaña y Alonso de Capilla.
Es de presumir que el ejemplo de La Cueva animó á otros poetassevillanos de este tiempo á consagrarse al teatro, aunque no seconserven sus obras, excepto dos poco importantes de Joaquín Romero deCepeda, tituladas la Comedia Salvaje y la ComediaMetamorfosea[302]. Rojas habla también de Berrio, el primero querepresentó en el teatro combates de moros y cristianos, del comendadorVega (autor de Laura), de Francisco de la Cueva[303] ( El belloAdonis) y de Loyola ( Comedia de Audalla); aunque sin dar noticiaalguna del lugar de su nacimiento y del carácter de sus obras, lo cuales tanto más sensible, cuanto que no hay otros datos que aclarennuestras dudas.
En este tiempo, según dice Rojas, era costumbre que losciegos cantasen en las representaciones romances y letras; entre lascuatro jornadas se hacían tres entremeses, y cuando á la conclusiónhabía baile, salía el público muy contento.
CAPÍTULO X.
Andrés, Rey de Artieda.—Cristóbal de Virués.—López Pinciano,sobre el drama español.
ÁS duradera memoria dejaron algunos poetas de Valencia, que cultivaronla poesía dramática poco después de Juan de la Cueva. Valencia, que,juntamente con Sevilla, fué la ciudad más rica y populosa de la antiguaEspaña, estaba hacía tiempo en posesión de un teatro fijo, parecido alde Madrid, y llamado el corral de la Olivera.
No se sabe, sin embargo,que ningún poeta importante compusiera comedias para representarlas enél, hasta que en el año de 1580, ó poco después, aparecieron dosingenios, estimulados acaso por el ejemplo de Juan de la Cueva, loscuales acometieron la empresa de naturalizar en ella un género máselevado de poesía.
El primero de estos dos escritores, llenos de talento, dignos tambiénde alabanza por sus obras en otros géneros literarios, es Micer Rey deArtieda, infanzón de Aragón, nacido, según unos, en Valencia, en el añode 1549, ó, según otros, en Zaragoza[304].
Consagrado al estudio desdesus primeros años, recibió á los diez y siete el grado de doctor; enseñólargo tiempo en Valencia astronomía; entró después en el serviciomilitar, asistiendo á las funciones de guerra más importantes de laépoca, como al levantamiento del sitio de Chipre y á la batalla deLepanto, y distinguiéndose en ellas hasta alcanzar el grado decapitán[305]. Parece que pasó en Valencia la última mitad de su vida,pues se encuentra en ella desde el año de 1591 al de 1613, en que murió,figurando entre los miembros de la Academia poética de los Nocturnos.Pocas obras de las muchas que compuso, se han conservado por laimprenta, contándose entre las primeras una tragedia titulada Losamantes (Valencia, 1581), única, que existe, de sus innumerablesdramas ( Amadís de Gaula, El príncipe vicioso, Los encantos deMerlín), de que habla Rodríguez ( Bibl. Val. , página 58)[306]. Toda laestructura de esta pieza descubre claramente la escuela de La Cueva,aunque haya en ella más tendencia á la regularidad, y una forma trágicamás pura. La historia de los amantes de Teruel, tan patética y popularen España, que sirvió después á Tirso de Molina y á Montalván[307],forma su base, y la vigorosa pintura de los afectos y la profundidad delsentimiento de toda ella, dan prueba del eminente talento poético de suautor. Y que su ingenio era esencialmente dramático, se revela en eldesarrollo de la acción, que, corriendo por estrecho cauce, se ve librede episodios, que retarden su curso, y en las pinceladas enérgicas, conque distingue á los caracteres. Merece especial alabanza la sobriedad ymoderación del autor, en nada semejante á la exageración y groserocolorido, que empezaba ya á dominar en el teatro. Por esta razón debemosmirar á Los amantes de Artieda como á una de las obras más notablesde la literatura dramática española de esta época, deplorando al mismotiempo la sensible pérdida de las demás obras suyas. Llama siempre laatención que algunas de estas composiciones, como Los encantos deMerlín, según testifica Rojas, gustaron mucho tiempo, y que, á pesar desu probable mérito, no hayan dejado memoria duradera; y sólo nos loexplicamos recordando, que, según se desprende de las últimas, Artiedase opuso al drama nacional, y defendió las reglas clásicas, causabastante para contribuir á la vez á que el público mirase con prevenciónal autor y á sus composiciones. Más adelante, al hablar de Lope y de susimitadores, hablaremos también de Artieda.
Hacia la misma época, en que apareció el autor citado, se publicarontambién los primeros trabajos de otro poeta de Valencia, cuya fama,según se deduce de la mención frecuente que se hace de su nombre,obscureció algún tanto la de su coetáneo.
Cristóbal de Virués[308],nacido á mediados del siglo, peleó en la batalla de Lepanto, quedescribió después como testigo presencial[309]; sirvió en las guerrasde Milán y Flandes[310], y, según parece, continuó hasta su muerte,ocurrida en el año 1610, alcanzando la efectividad de capitán. ElMonserrate (Madrid, 1588) y sus Obras trágicas y líricas (Madrid,1609) son pruebas de su talento poético, á cuyo cultivo se consagró ápesar de su agitada vida. Las últimas contienen cinco tragedias, que, sibien se imprimieron más tarde, aparecieron ya en el teatro de 1580 á1590, y formaron en él época[311]. Por ellas se sabe que lascomposiciones dramáticas se dividían ya generalmente en tres actos ójornadas, aunque parezca oponerse á este aserto el dicho de Virués,confirmado por Lope de Vega, de haber sido el primero á quien se debióesta innovación, puesto que no sólo lo contradicen Artieda y Cervantes,sino también Francisco de Avendaño, anterior á ellos[312].
Lope y Cervantes hablan en términos honoríficos del aplauso quemerecieron las obras dramáticas de Virués[313], desprendiéndose de susalabanzas que debía ser un poeta de primer orden. La crítica imparcial,sin embargo, nunca podrá darle este nombre. No puede negárseleindubitable talento; pero debemos deplorar, que, así él como La Cueva,empleasen mal sus esclarecidas dotes por falta de gusto artístico, yprodujesen poco digno de gran estima. Sus defectos se asemejan mucho áprimera vista á los del poeta sevillano, al cual se parece también porlas combinaciones métricas de sus piezas. Variedad extraña y falta deenlace en la acción, caprichos y monstruosidades sin cuento, detallestrabajados con singular esmero, y conformación imperfecta del conjunto,son sus lunares más visibles. Cuando se examinan más atentamente seobserva que no tanto provienen, como en La Cueva, de su desenfrenadafantasía, cuanto del ejemplo de su falaz modelo, y de sus nocionesinexactas acerca de lo que constituye la esencia de la tragedia.
Virués tenía sus ideas especiales acerca del arte trágico, y asíconsta, no sólo de la conformación especial de sus obras, sino tambiénde varios juicios teóricos, que se hallan en sus prólogos. Él, segúndice, quería fundir lo mejor del estilo antiguo, en lo mejor delmoderno; pero desgraciadamente tenía, al parecer, sobre ambos,principios muy erróneos. Toda su noticia de la tragedia antigua estabareducida al conocimiento de los abortos de Séneca, no de sus verdaderasfuentes, y fácil es de sospechar qué extrañas creaciones saldrían de laimitación de tales modelos. Caracteres repugnantes, crímenes horribles,escenas, que atormentan, y declamación estrepitosa constituyen lotrágico; y al mal gusto, al horror y á la barbarie acompañan deordinario las más atroces y repugnantes torpezas. Para ajustarse al arte moderno ó á la idea que el poeta había formado de él, necesitabavalerse de aventuras amorosas, intrigas, escenas burlescas, juegos demaquinaria y espectáculos teatrales de efecto; y esta mezcolanza producetal confusión, tal superabundancia de personajes y sucesos, que algunasde estas piezas pertenecen á lo más disparatado é incomprensible que seha visto jamás en el teatro español. Tan extraño desorden, casi frisandocon la caricatura, se muestra ostensiblemente en El Atila furioso,obra patibularia, sobrecargada de toda