los
brazos
de
una
rosa,
Al que te viene á salvar.
( Con música aparece Nuestra Señora sentada en unasilla, la Luna por chapines y el Pecado debajo de los pies;el Niño sobre sus rodillas. )
SAN
JUAN.
Este
es
el
Agnus
de
Dios;
Este
quita
los
pecados
Del
mundo.
NATURALEZA.
A
sus
pies
postrados
Ya
veo
los
Orbes
dos,
Y
que
huella
con
su
planta
La
Madre
de
la
belleza
Al
Pecado
la
cabeza.
.
.
.
.
.
..
.
.
.
.
.
Niño
Sol
recién
nacido,
En
brazos
de
tal
Aurora,
Que
mi
culpa
y
yerros
dora,
Seáis
para
mí
bien
venido.
.
.
.
.
.
..
.
.
.
.
.
Sé
que
nacéis
en
Belén
A remediar mi caída.
CAPÍTULO XXI.
Luis Vélez de Guevara.—Párrafos de El diablo cojuelo, acerca delteatro.—Las comedias más notables de Vélez de Guevara.
SCASAS, en verdad, son las noticias biográficas de Luis Vélez deGuevara[38] que han llegado hasta nosotros, reducidas á lo siguiente:Nació en Ecija, en Andalucía, en el último tercio del siglo XVI[39]; pasó en Madrid la mayor parte de su vida; estuvo al principio alservicio del conde de Saldaña; desempeñó después un destino en la cortede Felipe IV, cuyo favor supo particularmente granjearse, y murió en elaño de 1644. En un escrito, impreso á fines del siglo XVI, se le nombraya entre los autores dramáticos[40]. En los últimos años de su vidacompuso diversas comedias con Calderón, Rojas y Antonio Coello. Elnúmero de las escritas por él (advirtiéndose que, sin duda, se hanperdido muchas), asciende á más de 400. Entre las demás obras suyas, esfamosa la novela que se titula El diablo cojuelo[41].
Antes de hablar de Guevara como autor dramático, creemos oportuno citaralgunos párrafos de aquella obra, en que el autor discurre burlescamenteacerca del teatro y de los poetas dramáticos de su tiempo.
El diablo cojuelo. Tranco 4.º—«A las dos de la noche oyó unastemerosas voces que repetían: ¡fuego, fuego! Despertaron á los dormidospasajeros con el sobresalto y asombro que suele causar cualquieralboroto á los que están durmiendo, y más oyendo nombrar fuego, voz quecon más terror atemoriza los ánimos más constantes, rodando unos lasescaleras para bajar más apriesa, otros saltando por las ventanas quecaían al patio de la posada, otros que por pulgas ó temor de laschinches dormían en cueros como vinagre, hechos Adanes del baratillo,poniendo manos donde habían de estar las hojas de higuera, siguiendo álos demás y acompañándolos Don Cleofás con los calzones revueltos albrazo y una alfagía, que por no encontrar la espada topó acaso en suaposento, como si en los incendios y fantasmas importase andar á palosni cuchilladas: natural socorro del miedo en las repentinas invasiones.Salió en esto el huésped, en camisa, los pies en unas empanadas defrenegal, cinchado con una faja de grana de polvo al estómago, y uncandil de garabato en la mano, diciendo que se sosegasen, que aquelruido no era de cuidado, que se volviesen á sus camas, que él pondríaremedio en ello. Apretólo Don Cleofás, como más amigo de saber que ledijese la causa de aquel alboroto, que no se había de volver á acostarsin descifrar aquel misterio. El huésped le dijo, muy severo, que era unestudiante de Madrid, que había dos ó tres meses que entró á posar en sucasa, y que era poeta de los que hacen comedias, y que había escrito dosque se las habían chillado y apedreado como viñas, y que estaba acabandode escribir la comedia de Troya abrasada, y que, sin duda, debía dehaber llegado al paso del incendio, y se convertía tanto en lo queescribía que habría dado aquellas voces; que por otras experienciaspasadas sacaba él que aquello era verdad infalible, como él decía, quepara confirmarlo subiesen con él á su aposento, y hallarían serverdadero este discurso.
»Siguieron al huésped todos, de la suerte que cada uno estaba, yentrando en el aposento del tal poeta le hallaron tendido en el suelo,despedazada la media sotana, revolcado en papeles y echando espumarajospor la boca, y pronunciando con mucho desmayo ¡fuego! ¡fuego! que casino podía echar la habla, porque se le había metido monja. Llegaron á élmuertos de risa y llenos de piedad todos, diciéndole: «Señor licenciado,vuelva en sí, y mire si quiere beber y comer algo por este desmayo.»Entonces el poeta, levantando como pudo la cabeza, y algo alborotado,dijo:
«Si es Eneas y Anquises, con los Penates y el amado Ascanio, ¿quéaguardáis aquí?
Que está ya el Ilión hecho cenizas, y Príamo, Paris yPolicena, Hécuba y Andrómaca han dado el fatal tributo á la muerte, y áElena, causa de tanto daño, llevan presa Menelao y Agamenón; y lo peores que los Mirmidones se han apoderado del tesoro troyano.» Vuelto en sujuicio, dijo el huésped que aquí no hay almidones ni toda esa tropelíade disparates que ha referido, y mucho mejor fuera llevarle á casa delNuncio, donde pudiera ser con bien justa causa mayoral de los locos, ymeterle en cura, que se le han subido los consonantes á la cabeza comotabardillo. «¡Qué bien entiende de afectos el señor huésped!» respondióel poeta incorporándose un poco más. «De afectos ni de afeites, dijo elhuésped, no quiero entender, sino de mi negocio: lo que importa es quemañana hagamos cuenta de lo que me debe de posada, y se vaya con Dios,que no quiero tener en ella quien me la alborote cada día con estaslocuras; basten las pasadas, pues comenzando á escribir recién venidoaquí la comedia del Marqués de Mantua, que zozobró y fué una de lassilbadas, fueron tantas las prevenciones de la caza y las voces que dióllamando á los perros Melcampo, Oliveros, Saltamontes, Tragavientos,etc...; y el ¡ataja! ¡ataja! y el ¡guarda el oso cerdoso y el jabalícolmilludo! que malparió una señora preñada, que pasaba del Andalucía áMadrid, del sobresalto, y en esotra del Saco de Roma, que entrambosparecieron, cual tenga la salud fué el estruendo de las cajas ytrompetas, haciendo pedazos las puertas y ventanas de este aposento átan desusadas horas como éstas, y el ¡Cierra España!
¡Santiago y áellos! y el jugar la artillería con la boca, como si hubiera ido á laescuela con un petardo ó criádose como el basilisco de Malta, que engañóel rebato á una compañía de infantería que alojaron aquella noche en micasa; de suerte que tocando al arma se hubieron de hacer á obscurasunos soldados pedazos con los otros, acudiendo al ruido medio Toledo conla justicia, echándome las puertas abajo, y amenazó hacer una de todoslos diablos, que es poeta grulla que está siempre en vela y hallaconsonante á cualquier hora de la noche y de la madrugada.»
»El poeta dijo entonces: «Mucho mayor alboroto fuera, si yo acabaraaquella comedia de que tiene V. en prenda dos jornadas por lo que ledebo, que la llamo Las tinieblas de Palestina, donde es fuerza que serompa el velo del templo en la tercera jornada, y se obscurezca el sol yla luna, y se den unas piedras con otras, y se venga abajo la fábricacelestial con truenos y relámpagos, cometas y exhalaciones, ensentimiento de su Hacedor, que por faltarme dos nombres que he de ponerá los sayones, no la he acabado.» «Ahí me dirá V., señor huésped, ¿quéfuera ello?»
«Váyase, dijo el mesonerazo, á acabarla al Calvario, aunqueno faltará en cualquiera parte que la escriba ó la represente quien lacrucifique á silbos, legumbre y desperdicio.» «Antes resucitan con miscomedias los autores, dijo el poeta: y para que conozcan todos Vds. estaverdad y admiren el estilo que llevan todas las que yo escribo, ya quese han levantado á tan buen tiempo, quiero leerles ésta.» «Y diciendo yhaciendo tomó en la mano una rima de vueltas de cartas viejas, cuyobulto se encaminaba más á pleito de tenuta que á comedia, y arqueandolas cejas y deshollinándose los bigotes, dijo leyendo el título de estasuerte:» Tragedia troyana, Astucia de Simón, Caballo griego, Amantesadúlteros y Reyes endemoniados. Sale lo primero por el patio, sin habercantado, el paladión con 4.000 griegos por lo menos, armados de punta enblanco dentro de él.» «¿Cómo, le replicó un caballero soldado deaquéllos que estaban en cueros, que parece que le habían de echar áandar en la comedia, puede toda ese máquina entrar por ningún patio nicoliseo de cuantos hay en España, ni por el del Buen Retiro, afrenta delos romanos anfiteatros, ni por una plaza de toros?» «Muy buen remedio,respondió el poeta: derribárase el corral, y dos calles junto á él, paraque quepa esta tramoya, que es la más portentosa y nueva que los teatroshan visto, que no siempre sucede hacerse una comedia como ésta; y serátanta la ganancia, que podrá muy bien á sus ancas sufrir todo estegasto. Pero, escuchen, que ya comienza la obra, y atención por mi amor.Salen por el tablado, con mucho ruido de chirimías y atabalillos,Príamo, rey de Troya, y el príncipe Paris, y Elena, muy bizarra en unpalafrén, en medio, y el Rey á la mano derecha, que siempre de estamanera guardo decoro á las personas reales, y luego tras ellos, enpalafrenes negros, de la misma suerte, 11.000 dueñas á caballo.» «Másdificultosa apariencia es esa que esotra, dijo uno de los oyentes,porque es imposible que tantas dueñas juntas se hallen.»
«Algunas seharán de pasta, dijo el poeta, y las demás se juntarán de aquí paraallí, fuera de que si se hace en la corte, ¿qué señor habrá que no envíesus dueñas prestadas para una cosa tan grande, por estar los días querepresentaré la comedia, que será por lo menos siete ú ocho meses,libres de tan cansadas sabandijas?» Hubiéronse de caer de risa losoyentes, y de una carcajada se llevaron media hora de reloj, al son delos disparates de tal poeta, y él prosiguió diciendo: «No hay quereirse, que si Dios me tiene de sus consonantes, he de rellenar el mundode comedias mías, y ha de ser Lope de Vega prodigioso monstruo español ynuevo Tostado en verso, niño de teta conmigo, y después me he de retirará escribir un poema heróico, para mi posteridad, que mis hijos ó missucesores hereden, en que tengan toda su vida que roer sílabas. Y
ahoraoigan vuesas mercedes, amagando á comenzar, el brazo derecho levantado,los versos de la comedia,» cuando todos á una voz le dijeron que lodejase para más espació, y el huésped indignado, que sabía poco defilis, le volvió á advertir que no había de estar un día más en laposada.
»La encamisada, pues, de los caballeros soldados, se puso á mediar conel huésped el caso, y Don Cleofás, sobre un arte poético de Rengifo, queestaba también corriendo borrasca entre esotros legajos por el suelo,tomó pleito homenaje al tal poeta, puestas las manos sobre losconsonantes, jurando que no escribiría más comedia de ruido, sino decapa y espada, con que quedó el huésped satisfecho, y con esto sevolvieron á sus camas, y el poeta, calzado y vestido, con su comedia enla mano, se quedó tan aturdido sobre la suya, que apostó á roncar conlos siete durmientes, á peligro de no valer la moneda cuandodespertase.»
Luis Vélez de Guevara es de los poetas más distinguidos de su época.Quizás no deba enumerarse entre los dramáticos españoles de primerorden; pero, en cambio, le corresponde entre los de segundo uno de losprimeros lugares. Pocas veces excita nuestra sorpresa ni nos admira porel insólito vuelo de su inteligencia ó de su imaginación; pero casitodos sus dramas rinden tributo al buen sentido poético sin haceresfuerzos prodigiosos, y obligándonos á confesar el mérito de obras queno pertenecen, sin embargo, á las creaciones más sublimes del arte. Laintención poética de Guevara no es, por lo común, muy profunda, ni sepropone tampoco en sus comedias producir impresión indeleble: su estilo,comparado con el de los grandes maestros, es más superficial; el fondode sus composiciones se derrama y termina en la acción de tal suerte,que no hay que buscar más allá ninguna otra poesía más honda ytranscendental; sin embargo, el poeta se mueve con soltura y desembarazoen la esfera subordinada que se ha trazado; no llena en sus dramasgrandes fines, pero alcanza siempre los que se propone y nos satisfacecon ellos. Sus cuadros de la vida real sobresalen por su verdad y porsus atrevidas é ingeniosas pinceladas; interpreta fiel y noblemente lahistoria, y su fantasía es docilísima para crear las invenciones másvariadas, sin profundizar mucho en las sinuosidades del alma; sabeimprimir en sus caracteres originalidad y vida; es agudo y graciosocuando quiere; por último, su dicción es concisa, natural y flexible, ycon frecuencia tan exenta de superfluos adornos y tan epigramática, quehay pocos dramáticos españoles que en esta parte se le asemejen.
Cervantes tiene razón en celebrar el rumbo, el tropel, el boato y lagrandeza de las comedias de Guevara. En efecto, la mayor parte (lo cualno sería de presumir, atendiendo á los párrafos copiados de El diablocojuelo), parecen escritas con el propósito de hacer grande impresión;son comedias de espectáculo, pero de la mejor especie y de las quehonran á la poesía.
Los dramas superiores de este poeta son los fundados en la historianacional. El más notable, bajo todos los aspectos que se le considere,es el titulado Si el caballo vos han muerto, y de tan rara excelencia,que puede contarse entre los sobresalientes de este género del teatroespañol. El eje ó foco de la acción es la batalla de Aljubarrota y lagenerosa hazaña de Pedro Hurtado de Mendoza, que salvó la vida al rey D.Juan I al precio de la suya, cediéndole su caballo para huir (sucesosemejante al de la historia del Gran Elector, que nuestro famoso Enriquede Kleist refiere en un episodio de su Príncipe de Hamburgo). Ladescripción de las costumbres de la nobleza española de la Edad Mediaestá hecha magistralmente, y en la exposición hay una vivacidadarrebatadora. La titulada Los hijos de la Barbuda, es parecida á laanterior, y escrita, como ella, en castellano antiguo.
En Más pesa el Rey que la sangre, se representa la historia de Guzmán el Bueno; pero de tal manera, que se mezclan y confunden lasinvenciones del poeta con algunos otros datos suministrados por latradición. El argumento de este drama, que nos ofrece muchas bellezas deprimer orden, es, en pocas palabras, el siguiente: Don Sancho elBravo, rey de Castilla, tuvo que luchar, después de la muerte de supadre D. Alfonso el Sabio, con un partido contrario, que pretendíasentar en el solio á su sobrino. Sevilla era el foco principal de laresistencia. La comedia comienza representándonos la entrada del Rey enesta ciudad, que al fin se entrega. Para solemnizar la victoria secelebra un brillante torneo, en el cual se distingue, por su valor y porsus fuerzas, Don Alonso de Guzmán, famoso ya en toda España. Terminadala fiesta, se ve al Rey rodeado de sus grandes y recibiendo loshomenajes de las personas principales de Sevilla, que, habiendo sidoadversarios suyos, son acogidos con frialdad; con Guzmán se extrema elRey más que con ningún otro, por considerarlo como al caudillo de másvalía de sus enemigos. Enfurécese sobremanera por esta causa Pedro, hijode Don Alonso de Guzmán, y mancebo de unos catorce años; pero su padre,siempre leal, no exhala la menor queja, protestando sólo ante el Rey confrases calurosas del amor y del profundo respeto que le profesa. DonSancho, dando oídos á calumniosas insinuaciones, lo destierra deSevilla y de sus cercanías. Apenas abandona Guzmán el salón regio, lesiguen los demás grandes, asegurándole que cuente con ellos; pero éljura, que, por grande que sea la injusticia con que se le trate, jamásse rebelará contra su Soberano. Don Enrique, hermano del Rey, disputacon calor por este motivo con Guzmán, separándose los dos enemistados.La escena siguiente nos representa la despedida de Guzmán y de suesposa; la honradez de este noble matrimonio, expresada con cierto sellode rudeza, así en el fondo como en la forma, característica de la época,está pintada magistralmente. Guzmán resuelve servir á su Rey en eldestierro, ofreciendo contra los africanos sus servicios á Almanzor,Príncipe moro que sitia á la sazón á Algeciras, con la condición de quelevante el cerco y retire sus tropas del territorio cristiano. Elinfante Don Enrique se refugia un día en la casa de Guzmán para evitarla cólera del Rey y huir después á Portugal. Los dos esposos acuerdanentonces entregar á Don Enrique su hijo Pedro, para que lo lleve con susparientes á la corte de Lisboa. Apenas queda sola la mujer de Guzmán, sepresenta el Rey en busca del Infante, y pronuncia algunas palabras queafligen sobremanera á tan leal señora; apodérase entonces de unalámpara, y, sin faltarle al respeto, enseña la puerta á su ilustrehuésped, alumbrándole desde la escalera. Esta escena es excelente.Guzmán llega mientras tanto á los reales de Almanzor, que se regocijaextraordinariamente de tener á su servicio al caballero cristiano másvaleroso y á su más formidable enemigo, y, aceptando la condición que sele impone, abandona el territorio español. Guzmán hace en Áfricaprodigios de valor, y su fama se extiende de tal modo, que excita laenvidia del Monarca mahometano, por cuya razón resuelve éste deshacersede él, y con tal propósito, le encarga que dé muerte á una horribleserpiente, contra la cual se han estrellado los esfuerzos y las vidas detodos sus perseguidores. El héroe sale también victorioso de esta lucha;pero abandona después al ingrato Almanzor, y regresa á su patria. En elacto tercero lo encontramos en las costas andaluzas, en donde se hareunido con su esposa, que, no pudiendo sufrir más tiempo su ausencia,se preparaba á encaminarse al África. En el intervalo de estos sucesos,los moros recomienzan la guerra contra los cristianos con nuevos bríos,y concentran todas sus fuerzas sobre Tarifa para rendirla. Guzmán lograpenetrar en la ciudad y promover el entusiasmo de los sitiados. Elhambre y las enfermedades reinan ya en la fortaleza; muere elgobernador, y Guzmán le sucede en el mando; jura entonces que, mientrasél viva, ningún infiel traspasará las puertas de Tarifa. Llega alcampamento enemigo el infante Don Enrique, huyendo de Portugal, enninguna de cuyas poblaciones lo han querido recibir por ser adversariodel rey de Castilla; su plan es pasarse al partido de los moros paratomar venganza de su hermano. El joven Pedro Guzmán, que le acompaña,ignorando sus planes, reprueba, después de conocerlos, su traidoraconducta con frases enérgicas, é intenta abandonarlo; pero Don Enriquelo detiene á la fuerza, lo carga de cadenas y lo entrega á los moros. ElInfante proyecta obligar á los sitiados á rendirse, valiéndose delmancebo cautivo. El Príncipe moro invita al viejo Guzmán á celebrar conél una entrevista; preséntase en las almenas de la plaza; traen á suhijo con sus pesadas cadenas; ¡qué escena entre el padre y el hijo alvolverse á ver!
DON
ALONSO.
¿A
dónde
Lleváis
maniatado,
Infante,
Ese
cordero
inocente,
Que
aún
apenas
balar
sabe?
INFANTE.
Al
sacrificio,
Guzmán,
Si
no
tratas
de
entregarme
A
Tarifa
antes
que
el
sol
A los antípodas baje.
Esta escena es admirable, y completamente perfecta en todas sus partes.El heroísmo del padre, resuelto desde un principio á sacrificar susafecciones personales por su Rey y su fe, aunque sin ahogar por enterola voz de su corazón; la resignación del hijo, dispuesto á la muerte conalegría, porque muere por su Dios y por su patria, nos conmueven yafectan de una manera indecible. El noble mancebo es al fin inmolado;pero convencidos los sitiadores de que el gobernador de la plaza no hade ceder ya, se alejan de los muros de Tarifa. A la escena delsacrificio del joven Guzmán sigue otra, no inferior en belleza. El padredel muerto se esfuerza en demostrar su firmeza, é intenta ocultar á suesposa lo sucedido. Vuelve á su casa como si nada hubiera ocurrido, y sesienta tranquilo á la mesa; pero no prueba manjar alguno, y su dolorreconcentrado estalla al cabo en ardientes lágrimas. Así se anuncia á lamadre la muerte del hijo: el dolor la domina al principio, pero prontose repone, alegrándose de que su hijo sea digno de su padre, y se poneal frente de los soldados para perseguir á los moros, y arrebatarles losrestos de su hijo. Consíguelo, en efecto, y su cadáver es solemnementesepultado al presentarse el Rey, que llega á libertar á Tarifa,reparando en lo posible la injusticia cometida antes contra Guzmán, cuyafidelidad ha sido probada de una manera tan brillante, y que desdeentonces adquiere el sobrenombre del Bueno.
También en Cumplir dos obligaciones y Duquesa de Sajonia, se ensalzael nombre español, aunque el lugar de la acción sea fuera de España. Lahistoria, que le sirve de fundamento, es la misma que nos ha dado áconocer la balada de Stollberg, titulada La arrepentida. Encamínase ála corte imperial de Alemania Don Rodrigo de Mendoza, embajador deFelipe II. Cerca de Viena es acometido por salteadores, y debe sólo lavida á la llegada imprevista de un valeroso caballero alemán, llamado elconde Ricardo. Como le interesa cumplir cuanto antes su misión, por cuyacausa viajaba también de noche, pierde el camino, y se extravía en unparaje despoblado, en donde vaga largo tiempo, hasta que encuentra uncastillo solitario, al cual se dirige, para pasar en él la noche. Entraen el patio, en donde parece que reinan el silencio y la muerte; elcastellano lo recibe serio y sombrío, y lo conduce á un aposentoadornado con negros tapices. Pónese una mesa espléndida, á la cual sesienta el extranjero al lado del castellano; junto á ella se coloca unféretro, y pronto aparece una mujer con velo y vestida de negro, á quiensirve el féretro de mesa, bebiendo en el cráneo de un esqueleto, que lepresenta un criado, vestido también de negro. El español preguntasorprendido la explicación de este suceso; pero el dueño del castilloelude todas sus preguntas, y da las buenas noches á su huésped despuésde indicar á la del velo que se retire. El embajador, admirado de lo queha visto, no puede dormir, y su criado, que es el gracioso, creeencontrarse en un castillo encantado. Mientras hablan los dos, vuelve lamujer misteriosa; laméntase en voz alta; póstrase en tierra ante DonRodrigo, y le ruega que auxilie á la mujer más desdichada del mundo,contándole lo siguiente. Casada joven con el duque de Sajonia, y sindarle motivo alguno de sospecha, ha sido desde un principio víctima desu desconfianza y de sus celos. El Duque la abandonó poco después de sumatrimonio para ir á la guerra, dejando el gobierno en manos de unsobrino suyo. Este, violentamente apasionado de la Duquesa, la habíamolestado hasta el exceso con sus pretensiones, acogidas por ella conjusto desprecio. A la vuelta del Duque, se vengó de ella el desdeñadohaciendo creer á su esposo que la austera dama tenía relacionescriminales con un Paje. El Duque, celoso ya por carácter, da fácilcrédito á esta acusación; ordena matar al Paje, y se refugia con laDuquesa en aquel castillo solitario. Jamás habla con ella, y la obliga ávestir siempre de luto, y á dormir al lado del cadáver embalsamado delPaje; y para avergonzarla más, á comer en el féretro delante de todoslos extranjeros, que visitan el castillo, y á beber en el cráneo de supretendido amante. Don Rodrigo escucha su relación con gran interés,prometiéndole desde luego que probará la verdad de ella en combate legalcon el calumniador; pero de repente es interrumpido el coloquio por lallegada de un importuno, antes de pronunciar la Duquesa el nombre delcalumniador, viéndose obligado el español á continuar su viaje, sinsaberlo, al romper el día. Recíbenle con grandes agasajos en la corteimperial, y aprueban todos su proyecto de defender la inocencia de laDuquesa. Encuentra también en la corte al conde Ricardo, que le habíasalvado la vida poco tiempo antes; contrae con él una estrecha amistad,que se consolida con nuevos favores que le debe, y por el lazo aún másfuerte del amor, que concibe por una hermana del Conde. Envía, mientrastanto, á su criado para averiguar de la Duquesa el nombre delcalumniador de su honra; el mensajero, para penetrar en el aposento delreceloso guardián del castillo, no halla otro medio que deslizarse porel cañón de la chimenea, por donde tiene que volver precipitadamente sinconseguir su objeto, y tan á ciegas como antes. Don Rodrigo, no siendodueño de refrenar su impaciencia, desafía por público pregón al delatorde la Duquesa, sea quien sea. Brilla al fin el día de la lucha; ábrenselas barreras del palenque, y el caballero español espera á su contrario.Preséntase como tal el conde Ricardo. Terrible es el combate, quesuscitan en el pecho de Rodrigo tan opuestos deberes: por una parte, supalabra de caballero, dada á la Duquesa; por otra, la deuda contraídacon su adversario, dos veces salvador de su vida; la amistad que losune, y el amor apasionado que profesa á su hermana. No vacila, sinembargo, en cumplir su palabra: comienza la lid; el Conde es desarmado,y confiesa que ha levantado la calumnia contra la Duquesa por vengarsedel desdén, con que acogiera su amor; pero á consecuencia de esteacontecimiento, el Duque amenaza con su cólera al calumniador vencido, áquien defiende Rodrigo, correspondiendo de esta manera á los favores quele debe.
El drama La desdichada Estefanía se funda en un suceso, que tienealgunos puntos de semejanza con la historia de Ariodante y de Ginebradel Ariosto, pero ocurrido, á lo que parece (puesto que otros poetashablan también de él), en la corte de Alfonso VIII de Castilla. Este Reytrata de casar á su hermana Estefanía con uno de sus vasallos.
Lospretendientes á su mano son el conde Vela y Don Fernán Ruiz de Castro.La Princesa se decide por el ú