VIII
"¡Están comiendo ramas como las vacas!”- fue el grito de Sarita cuando miró a dos individuos deleitarse con la caña de azúcar. La niña no conocía la planta y no comprendía cómo los costarricenses podían comerla. Samuel, el hermano intermedio, por su parte, se había comido un banano con todo y cáscara y la misma Elena había pelado un aguacate para casi quebrarse un diente con la semilla. Ninguno de ellos, estaba acostumbrado a viandas hechas de maíz. Ni conocían verduras como el chayote, el camote, y la yuca. Tampoco consumían frijoles negros, esos granos entre negros y cafés, pastosos con un sabor a tierra mojada, calientes y con un dejo de sabor delicioso a aroma tropical, parte de la dieta de la nueva nación.
En Europa, se alimentaban con papa, frijoles blancos, fideos, arenque, mantequilla, pan y salami. Los productos variaban de acuerdo con la estación: más grasas en el invierno y más productos lácteos en el verano. Pero en un país tropical, los platos del Viejo Mundo se tornaron en muy pesados y debieron ser abandonados.
También algo más importante para los Sikora: la comida kosher, que en el barco no la consiguieron, ni en Costa Rica, porque no había shoijets que sacrificaran los animales. Para esa fecha y debido a casi una década sin carne kosher, los primeros inmigrantes habían abandonado la costumbre.
La joven tuvo, a la vez, que variar su forma de vestir. En la carta que le envió a su amiga Shosha, le contó que "debido a que en Europa se dan las cuatro estaciones y aquí es verano todo el año, la ropa es más ligera. Cuando me puse mis medias largas de hilo que usamos allá contra el frío, la gente se reía porque me veía cómica". La vida social también era distinta. Los paisanos se encontraron, de la noche a la mañana, convertidos en minoría psicológica.
En Polonia, aunque también eran menos que los cristianos, vivían como mayoría urbana. De ahí que en estos shteitels, se impusieran las celebraciones religiosas como centro de la vida cultural y social. Pero en el Nuevo Mundo, la vida social y recreativa pasó a ser secular. Y además, había algo ausente en los shteitels polacos: el cine. Según Elena, el nuevo arte le ayudaría a divertirse y expandir su mente: "El cine vino a ser el punto central de la actividad social. Éste, con sus anuncios luminosos, representaba para mí todo lo festivo. Las luces que se encendían y apagaban me atraían mucho porque en mi pueblo en Polonia no había electricidad".
Pero los cambios no se limitarían a los alimentos o el vestido. El idioma sería uno crucial.
En Polonia, los Sikora hablaban ídish, la lengua de los ashkenazis. Luego, dependiendo de la actividad y la necesidad, se hablaba el polaco. La mayoría de los paisanos lo dominaba a medias porque vivía tan separada, que la comunicación con los polacos era mínima. Pero en el nuevo país, el contacto social fue mucho mayor. Elena, por ejemplo, empezó sus clases con el carnicero del mercado para integrarse, como toda su generación, a las escuelas públicas. La joven, en la misma misiva a su amiga en Polonia, describe cuán rápido tuvo que aprenderlo:
Lo primero que notamos fue que había que aprender el español. Como llegamos cuando estaban por finalizar las clases, mi papá me puso un maestro particular. Pero fue en la escuela donde lo pude aprender de verdad. Recuerdo que la ortografía la logré dominar rápido. En el primer dictado que hizo la maestra, una niña tuvo 70 faltas de ortografía. Cuando la maestra dijo ante todas que una de nosotras había cometido tantos errores, me eché a reír y pensé: ¡qué tonta! Buena sorpresa me llevé al descubrir que había sido yo. Al mes siguiente, en el segundo dictado, solamente cometí solo tres.
Obviamente, sus padres no contaron, por la edad y por no asistir a la escuela, con un español tan rápido y tan bien hablado. Pronto, Elena hablaba el español como su primera lengua y sus padres se quedaban con un cada día más olvidado ídish y un español deficiente. La diferencia tendría repercusiones.
Papá hablaba en ídish con mamá y en español con nosotros. Cuando él hablaba en la lengua local, sentía que le era difícil expresar lo que quería decir. Era su segunda lengua y no la dominaba. A veces creo que muchas cosas que me decían hubiesen tenido un mayor impacto si hubiese hablado naturalmente el castellano. En ciertas ocasiones lo observaba expresándose en ídish y parecía más seguro de sí mismo, más profundo en lo que decía. Me preguntaba: ¿Cuánto no nos habremos conocido por hablar idiomas diferentes?
La joven no solo lo aprendió sin acento, sino que "por arte de magia" el polaco desapareció. Elena le escribió a su compañera del pueblo que "me pasó una cosa curiosa. Como usted sabe, había asistido a la escuela pública polaca y hablaba el idioma a la perfección. Mis padres, como los tuyos, hablaban en ídish. Pues en seis meses de estar aquí, se me olvidó totalmente el polaco. A mediados de este año ya no recuerdo nada". Un factor que hizo difícil la comunicación entre David y su familia fueron los años de separación. Los siete años que se mantuvieron aparte crearon divisiones difíciles de ignorar. Su hija así lo había escrito a su compañera en Polonia:
Papá y yo estuvimos separados varios años. Al llegar nosotros a Costa Rica, tiempo después de que él lo había hecho, empezamos a acostumbrarnos el uno al otro. Yo me había criado sin padre y ahora me era difícil aceptarlo. Fue un comienzo duro, íbamos asimilando las costumbres del lugar y las suyas. Era una convivencia familiar diferente, había un hombre y todo giraba alrededor de él, del humor que podía tener, que casi siempre era malo. La vida era dura y me imagino que eso lo hacía a él serlo. Al principio, la dependencia económica que teníamos con él fue frustrante.
Estas transformaciones incidieron a la vez en la forma de llevar la religión. La joven se percató de que "nuestros padres se volvieron menos estrictos. Dejaron de asistir a la sinagoga los sábados" y eso había sido fundamental para que "yo haga lo mismo". Según ella, la razón para que los paisanos ticos se convirtieran en Mechallel Shabes era económica "porque aquí las tiendas, inclusive la nuestra, se abrían ese día, de siete de la mañana a las diez de la noche”- porque "era el mejor día de ventas". A pesar de que en Dlugosiodlo era lo más "lindo y sagrado”- en Costa Rica, "era un día cualquiera de trabajo. Mi padre iba a la sinagoga, pero la tienda no se debía cerrar".
Pero el puñetazo de su padre le hizo saber, desde su segundo día en el país, que algunas cosas, aparentemente, no cambiarían. "No quiero una apikoiresteh que ande con goym”- le gritó a su hija. "Aquí las cosas parecen distintas pero no tanto como crees. Una cosa es no comer kosher o laborar los sábados por necesidad y otra convertirnos. No voy a tolerar que mi hija deje el judaísmo, no mientras viva".
Su padre interpretaba, como toda su generación, que si los hebreos se casaran con cristianos, desaparecerían. "Mira lo que pasó con los judíos sefarditas que vinieron a este país. Como se unieron en matrimonio con gente de aquí, ahora sus hijos son cristianos y les da vergüenza que sepan su origen hebreo. Lo mismo te pasará a ti si andas con ese hombre que es, para peores, alemán y -¡horror de los horrores!- casado".
La jovencita le dio la razón a su padre. Tenían bastantes problemas para añadir uno más. Le prometió que no saldría con Carlos y le reiteró que así se lo había dicho al caballero. Pero también le dejó saber que no la trataría como una criada: Strasheh micht nit!, le gritó. A Elena, después de vivir en el matriarcado en Polonia, no le gustaba la expectativa de entrar en una dictadura patriarcal. Si su madre se hacía sumisa, la joven no tenía ningún interés en hacer lo mismo. Bastante esfuerzo les había costado mantenerse solas para ahora claudicar por una tienda cerca de los orinales. Después de todo, la gran mejoría en su vida parecía reducirse a vender en un cuchitril de mercado costarricense en lugar de un shteitel polaco.
Mientras la joven atendía a los clientes, aprendía el nuevo idioma, hacía labores domésticas y cuidaba a sus hermanos, el galán alemán no dejaba de acosarla. Escogía los días en que don David andaba donde el médico y buscaba los excusados del Mercado para admirar la belleza de la tendera judía.
La muchacha tampoco ocultaba que le agradaba ser cortejada por un varón tan galán. La misma Anita empezó a sospechar de las visitas a los servicios. "Tojter, ¿no te parece extraño que ese hombre orine tantas veces al día?”- le preguntó. "No, madre, seguro en el trópico la gente mea más". No obstante, la madre no quedó convencida. "No sé hija mía, no me parece normal. Debe ir a revisarse los riñones".
En otras ocasiones, el dueño de la floristería le traía unas rosas rojas a la muchacha. "Aquí le manda un cliente que está agradecido por la buena calidad de la ropa”- le comentaba al guiñarle el ojo. Anita no se lo creía: "¿En qué país del mundo te mandan flores por las compras?”- exclamaba sin entender qué pasaba. "Y si es así, ¿por qué nadie me envía a mí?" "Es que usted vende ropa de mujer y ellas son menos agradecidas”- contestaba la joven.
Un día la joven fue a visitar a su amiga Claudia al Hotel Costa Rica. La pintora quería hacer un retrato adicional. Se sentaron en la cafetería que daba a la calle para cotillear y observar a la gente. La baronesa le contó que había encontrado a su hijo y que las cosas habían salido bien. Estaba más tranquila porque había entregado una información y podido reconciliarse con él. La dama estaba, sin embargo, preocupada por su compañera de travesía.
"¿Cómo te ha ido en el nuevo país?”- le preguntó. Elena le contó sobre los cambios que había tenido que hacer, lo difícil de la nueva vida y las dificultades de adaptarse a un padre autoritario. Mientras conversaban sobre la flora y la fauna nacionales, no percibieron al hombre que se acercaba.
"¡Buenos días! No puedo seguir adelante, dijo en alemán, sin saludar a tan dos maravillosas damas". Mientras la baronesa se volvía para mirar quién las había interrumpido, la muchacha se tornó, por la sorpresa, blanca, roja, amarilla y hasta azul. "Mi nombre es Carlos Döning señora y me encanta encontrar a tan hermosas paisanas degustando un delicioso café". Claudia lo saludó con una sonrisa y lo invitó a sentarse. "Elena, ¿por qué estás tan blanca?”- inquirió una baronesa ignorante de las cosas. "Claudia, perdone mi comportamiento, pero tengo que estar de vuelta en la tienda. Mañana continuaremos con nuestra plática y usted podrá seguir con el cuadro". Antes de que la baronesa pudiera decir ni pío, la joven corrió hacia la Avenida Central.
La decepción en la cara del hombre no admitía dudas. La baronesa no tuvo que investigar para darse cuenta de que estaba loco por la tendera. "Mi querido compatriota, me imagino que se ha metido en un gran lío. Si está interesado en esa joven, tengo que contarle que es hebrea y que no la dejarán salir con usted". "Además, ¿no cree que es muy niña aún para un varón hecho y derecho?"
El invitado tuvo que asentir a las observaciones de la nueva conocida. "Sé que debe ser molesto para usted lo que pasó y le pido que me perdone”- le dijo Carlos. "Conocí a esa muchacha en la calle y desde que la vi, no puedo quitármela de la mente". Sin embargo, quiso pedirle un favor: "Cuénteme lo que sabe de ella, así por lo menos sentiré que la conocí por usted". La mujer sonrió con lástima y miró fijamente los ojos del médico. Eran de un azul absolutamente estático, sin variaciones por los reflejos de la luz. "Sabe una cosa, cuando trato de conocer a un hombre y saber cómo es, me detengo a mirar sus ojos. Si cambian como los de mi anterior marido, salgo corriendo. Pero los suyos, son reflejo de una alma buena".
La baronesa le contó sobre su vida, su viaje, el encuentro con Elena y lo que sabía de ella. "Es una muchacha excelente, tan sabia como una bruja o una médica natural. Sin embargo, no cura con plantas sino con palabras. En mi caso, si fuera hombre, haría lo mismo que usted y no dejaría que me impidieran verla. No obstante, es una joven pobre, sin recursos, totalmente dependiente de un padre necio y conservador".
De ahí la baronesa pasó a tratar un tema aún más espinoso: la persecución de los judíos en Alemania. "Y como están las cosas, continuó la compatriota, no es el mejor momento para que los alemanes socialicen con ellos. Se lo digo yo que tengo una amistad muy cercana con una hebrea y hemos tenido que sufrir atropellos".
Carlos, una vez que la mujer compartiera un secreto, hizo lo suyo. "Mi padre, mi esposa y mi mejor amigo son antisemitas y tengo que confesar que yo hasta hace pocas semanas". "Es algo común en nuestros días, replicó la escucha. Sin embargo, creo sinceramente que el nazismo es un veneno, basado en puras mentiras y que nuestro país se ha vuelto loco". La mujer le explicó que estaba hastiada de la vulgaridad del nazismo, sus ataques furibundos contra la democracia y la intolerancia racial. "Usted y yo tenemos un problema Carlos”- le afirmó, "nos gusta lo opuesto". Él tuvo que coincidir: no quería seguir los pasos de su padre, su intolerancia y su salvajismo familiar. "Él quiere elevar al plano nacional lo que hizo con nosotros en la casa: resolver las cosas a patadas".
"¿Qué puedo hacer?”- preguntó a la mujer con dolor. La baronesa prendió un cigarrillo y tomó un sorbo de café. "Maravillosa esta bebida de Costa Rica”- le comentó. Sin embargo, no había ignorado la consulta.
"Depende de usted. Si lo que busca es una relación superficial, dudo mucho que tenga oportunidad. Si lo que anhela es llegar a conocer a esa joven maravillosa, tiene que hacer su tarea".
Carlos no entendió lo que le decía. "¿De qué asignación me está hablando?" La baronesa volvió a sonreír y a saborear otro sorbo. "Mire joven, le contestó. Si cree que su cristianismo es superior y todo lo que tiene que hacer es "rebajarse" a aceptar a una hebrea y esperar que ella se convierta a la "verdadera" religión, está mal encaminado. A mí me pasó lo mismo y pronto aprendí que las cosas no serían así de fáciles".
Claudia le explicó que detrás de ese hermoso rostro, "había una tradición milenaria, una religión, un código de ética, una experiencia histórica" que él ignoraba. "Pero, ¿no es cierto que los judíos son exclusivos, que no quieren conversos, que su religión y cultura son solo para ellos?”- indagó un angustiado galán. "¡Pamplinas!”- contestó la mujer. "Ésa es la actitud de los padres de Elena, pero no la de todos los judíos".
La dama alemana pidió disculpas para subir a su habitación. Mientras ingresaba en el hotel, Carlos se sentía como el ser más ignorante sobre la tierra. La mujer, pensó para sí, estaba en lo correcto. No podía buscar el amor en la ignorancia, ni como rebeldía contra su familia. Bastantes decisiones equivocadas había tomado por no tener la suficiente fuerza de resistir la corriente. Había abrazado el nazismo para complacer a su padre y a una esposa que no quería para llenar el bolsillo.
Mientras recapacitaba sobre su vida, la mujer volvió, unos diez minutos después, a la mesa. "Tengo algo que regalarle”- le dijo y le entregó un libro en alemán. "¿De qué se trata?”- preguntó con extrañeza. "Es el Oráculo Sibilino”- afirmó Claudia. Era, según ella, una colección de escritos apocalípticos que imitaban los oráculos paganos de la Antigüedad escritos, algunos, por judíos alejandrinos con el objeto de enseñar a la población de habla griega la excelencia de la religión hebrea. "Usted podrá apreciar aquí el error de creer que el judaísmo es una religión particular solo para los hebreos. El Oráculo fue escrito para defender el monoteísmo, enseñar la historia del pueblo, pero más importante que otra cosa, para convertir a los paganos. Indica que en la religión mosaica, existe una tendencia "universalista" antigua de no considerar la fe como la propiedad de un pueblo, sino de toda la humanidad".
La baronesa era una experta en el tema. Estaba convencida de que dos corrientes se habían presentado desde muy temprano: la "universalista" y la "particularista”. La primera había nacido de la evolución de la religión de concebir al dios hebreo como una deidad nacional en una universal. Claudia señalaba que esa visión está presente ya en el profeta Amos, en el 800 A.C., cuando afirmó que Dios no era solo de los israelitas sino de todas las naciones. Con el exilio en Babilonia, en el siglo VI A.C., la tendencia se acentuó porque Jeremías llegó a la conclusión de que los judíos podían adorar a su divinidad fuera del templo y de la tierra de Israel. Esto hizo que naciera la idea de un dios "portátil" que no se limitaba a una región o nación.
Un elemento adicional, prosiguió ella, fue la idea de que Dios castigaba los pecados. Si se aceptaba que existían castigos, en la tierra y en el más allá, se hizo necesario salvar a los idólatras de otros pueblos. Esto llevó a Isaías a establecer los pasos necesarios para la conversión de los gentiles ya que si existe un solo Dios, no puede haber más que solo una religión para toda la humanidad. En el año 516 A.C., Zacarías proclama su programa para la conversión de los paganos. Entre los ritos estaban la circuncisión, la inmersión en agua (bautismo) y la presentación de un sacrificio en el Templo. En tiempos posteriores, los rabinos exigieron la sumisión a la Ley y a sus interpretaciones.
La actividad proselitista judía fue tan importante, insistía la mujer, que llevaría a Mateo a atacarlos: "¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas!, porque rodeáis la mar y la tierra por hacer un prosélito; y cuando fuere hecho, lo hacéis hijo del infierno doble más que vosotros". Según las cifras demográficas, en 586 A.C. solo había 150.000 hebreos mientras que para el primer siglo de la Era Cristiana, habían aumentado a 8 millones.
"La explicación más plausible es el proselitismo”- afirmó Claudia. El rabino Hilel era pro converso. Según la narradora "todo el mundo conoce la historia de aquel extranjero que quiso convertirse al judaísmo a condición de que le explicaran la Torá mientras se sostenía en un solo pie. El severo Shamai, otro rabino, rígido en sus principios, no quiso saber nada de eso y expulsó al futuro prosélito increpándole, porque no era posible así aprender la Torá. Hilel, por el contrario, encontró una solución dándole la célebre respuesta: ´Lo que a ti no te agrade no hagas a tu prójimo. Ésta es la Torá y lo demás son comentarios. Vete y estudia. El sabio ganó la apuesta y se ganó un nuevo hebreo"
La tendencia universalista -añadió la mujer- fue atacada, desde temprano por los "particularistas" que opinaban que los judíos tenían un papel y un convenio especiales con Dios, distintos de los demás mortales. De acuerdo con ellos, los gentiles solo tenían el requisito de practicar las leyes noajidas, otorgadas a Noé, y la misión hebrea, hacer que éstos las aprendieran.
Estas leyes exigían que todos debían prohibir la idolatría, incesto, adulterio, matanzas, profanación del nombre de Dios, injusticia, robos y la crueldad.
Ezra y Nehemías, quienes asumieron como líderes religiosos, una vez de regreso del exilio, en el siglo V. A.C., trajeron de vuelta la posición particularista y nacionalista de una religión para un pueblo.
Sin embargo, siempre perduró, añadió ella, el espíritu abierto porque se insertaron, como protesta, los libros más favorables a la conversión en la Biblia: Rut y Jonás. Ambos subrayan la universalidad de la fe hebrea y la misericordia de Dios, que se extiende a todos los hombres, inclusive los animales; el libro de Rut muestra que la estirpe más noble del pueblo judío, la casa real de David, desciende de una extranjera.
La persecución cristiana, consideraba la baronesa, fue la que cambió las cosas. Para el siglo primero, el 10% de la población del Imperio Romano era judía y los cristianos empezaron a luchar por el alma de los paganos. Al quitar Pablo la exigencia de la circuncisión y de seguir las leyes judías, esta nueva religión hizo más fáciles las conversiones. A la vez, los emperadores romanos empezaron a perseguir a los hebreos.
Domitiano los condenó a muerte; Arriano, en 131 A.C. prohibió la circuncisión y la instrucción pública de la religión judía. Debido a las persecuciones, los rabinos empezaron a advertir a los candidatos que el pueblo estaba perseguido y afligido, las penalidades por la trasgresión de los mandamientos y el motivo de la conversión. La antipatía hacia nuevos prosélitos fue una respuesta lógica a una situación de desventajosa persecución.
Sin embargo, Claudia señaló que hubo muchos que continuaron con las conversiones, como el rabino Rashi y los tosafistas en Francia. Aunque la tendencia hacia el aislamiento, el seguimiento de las leyes y la esperanza de la reivindicación por un nuevo Mesías, pudo ganar "una batalla momentánea" en los guetos judíos, "la historia dirá la última palabra".
Carlos estaba hipnotizado. No podía creer que, por amor, hubiese aprendido lo que sabía. Pero ella lo rebatió. La baronesa buscaba la conversión porque estaba convencida de que la religión judía era mejor. "Nunca he podido aceptar la idea de un pecado original que esté relacionado con la sexualidad”- comentó.
Claudia no compartía la creencia de que el pecado tuvo que ser removido por medio de la muerte del hijo de Dios. Pensaba que existía el libre albedrío y que éste era más fuerte que el mal. "No somos criaturas desvalidas que necesitamos de hijos de Dios para que nos perdonen los pecados. Solo las personas a quienes hemos ofendido pueden hacerlo”- contestó.
"Menos pienso que Dios pueda ser dividido en partes, como sostiene la idea de la trinidad, ni en cielos ni en infiernos, ni en vírgenes, ni en leyes que no puedan ser constantemente revisadas, ni en el cuerpo como casa de la perdición, ni en la abstinencia sexual como algo a emular, ni que la salvación solo pueda darse por una sola religión, ni que con solo arrepentirnos nos perdonan los pecados, ni en casi nada de lo poco que quedó en el cristianismo de las enseñanzas de Jesús".
Claudia decidió que era hora de terminar la clase de religión. "¿Qué piensa hacer Carlos?”- preguntó la compañera de mesa.
"Conseguirme un Talmud”- fue la respuesta.