Hitler en Centroamérica by Jacobo Schifter - HTML preview

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IX

La Peregrina había sido dividida, como el rey Salomón había querido hacerlo con el infante que disputaban las supuestas madres, en dos cubículos, uno frente al otro: la sección de "caballeros" y la de "damas". Sin embargo, los "departamentos" no eran más que unas cuantas apiñadas cajas de shmates.

Al principio, David envió a su hija Elena a trabajar a la sección de mujeres, pero pronto se dio cuenta de su error. Una fila interminable de campesinos buscaba el departamento de "ellas" con tal de mirar a su hija.

"¿En qué puedo servirle?”- preguntaba Elena. "Deme todos los talladores (sostenes) que tenga para mi mujer”- contestaba un agricultor de Escazú, el pueblo de los brujos en Costa Rica. "¿Y cuál sería su tamaño?”- indagaba la vendedora. "No podría decirle porque no los he vuelto a ver". Un cultivador de chayotes de Naranjo solicitaba un blúmer para su esposa. "¿Lo busca fino o de franela?”- cuestionaba la muchacha. "Véndame, mi cielo, el calzón más grueso que tenga, ojalá de saco de café, para no ver ni un pelo".

Aunque el negocio prosperaba, David se dio cuenta que, a la larga, el acomodamiento no le convenía. La semana siguiente había una cola igual de larga de mujeres que venía a devolver la mercancía. "Mi marido”- decía una mujer, "me compró este tallador tan grande que puedo meter mis dos senos y los de mis cuatro hijas en una copa". Otra campesina devolvía el calzón de franela: "Sudo tanto con esta ropa interior que parezco una vaca incontinente". David, entonces, remitió a Elena a la sección de hombres, a vender pantalones, camisas, calcetines y calzoncillos. Cuando el padre iba para su tratamiento, a ella le tocaba atender a los caballeros.

Las ventas se incrementaron. Los campesinos y los mismos vendedores del Mercado compraban como nunca antes. El carnicero, por ejemplo, no faltaba los viernes para adquirir un nuevo pantalón o una camisa para "lucir el domingo": "Elena- le decía- véndame todo lo que tenga, no me deje sin sus camisas que cada una que me pongo, me hace sentir en la gloria". El vendedor de aguacates compraba calcetines por docenas: "Con éstos no se me molestan los callos de los pies".

Pronto se regó el rumor de que un querubín trabajaba en el Mercado y que hacía, con sus manos, las prendas más soñadas de este valle de lágrimas. Aunque algunos notaban que la ropa era la misma de otras tiendas, otros veían en ella detalles peculiares. "No, no”- decía Paco, el zapatero, "mire el ruedo del pantalón de La Peregrina, tiene una costura perfecta, imposible de imitar". El comerciante de cueros también encontraba "prodigios" en los zapatos de Elena: "Parece el mismo cuero, pero el de esta muchacha dura el doble que los míos". El joyero consideraba que desde que usaba los pañuelos, se le había quitado la alergia: "Ahora que me sueno la nariz con este moquero, se me paró la estornudadera".

Tanta fama adquirió la tienda que un día llegó a visitarlas, y a comprar ropa para los peones, nada menos que don José Sánchez, uno de los hombres más ricos del país. El gamonal era toda una leyenda porque, a pesar de su riqueza, "cuidaba sus cincos" como cualquier mortal. También porque era un hombre que, a sus cincuenta y pico de bien llevados años atraía los corazones de jóvenes y de maduras. El oligarca era un varón alto, de gran porte, bigote y cabello blancos. Su cara era fresca como las lechugas del mercado, con una voz gruesa y enloquecedoramente varonil. Un hoyo en su barba le daba un último toque seductor a su simétrica cara. Sus ojos eran café claros, ligeramente pequeños.

Había formado parte del gobierno de Cleto González Víquez y ahora fungía de asesor personal del Presidente Ricardo Jiménez. Le gustaba comprar barato y no buscar lujos "de los que mi familia un día no tuvo”- como solía decir. El cafetalero era, además, un liberal listo para conocer nuevos mundos. "He venido porque me han dicho que un ángel trabaja en este negocio”- le dijo a la dueña, "pero estaban equivocados, lo que hay es una diva fenicia". La madre no estaba para tanto galanteo. "Lo único fenicio en este local”- respondió Anita, "es la deuda para pagar el alquiler". Don José pensó qué contestar. Estaba acostumbrado a mujeres dóciles, coquetas y amables. Su rostro no mostraba ninguna de estas cualidades, pero, sin embargo, tenía un humor ácido y una mirada indagadora.

-Ay señora, me contaron que los israelitas, por ser el pueblo escogido, serán los primeros en entrar al cielo, así que, ¿para qué preocuparse por la renta?- le lamentó el hombre. -Si es cierto lo que usted dice, entonces la entrada debe estar por detrás, ya que en la tierra, estamos de último y, ¿por qué mejor no se lo dice al dueño del local, quizás así quiera esperar que le pague en el más allá?- contestó Anita, dirigiéndole una mirada penetrante.

Don José se echó a reír como no lo hacía con las féminas que frecuentaba. Esta mujer era irreverente, igual que él, algo deliciosamente nuevo. "Me encantaría que mi esposa y mi hija la conocieran para que dejaran de andar pegadas a las faldas de los curas”- le dijo. "Si yo tuviera su fortuna”- le contestó la comerciante "estaría pegada a la suya". "Eso no lo creo. Soy muy mujeriego, pecado que me reclaman mi esposa y mi hija. Una mujer como usted sería demasiado para mí". "Mejor”- respondió Anita, "para viejos alborotados tengo suficiente con mi marido".

Elena oía ensimismada a los dos agnósticos discutir sobre el opio que era la religión, algo que los uniría por años. Sin embargo, la joven ardía en deseos de saber cómo el gamonal había logrado el capital. La gente de dinero, aparentemente, no había surgido del oro prometido a Colón. Elena había dejado la lectura sobre Costa Rica cuando los españoles no encontraron evidencia del metal por lo que la zona sería una de las más pobres y últimas en ser colonizadas por los españoles. Durante los primeros años del siglo XVI los exploradores se la pasaron buscando el preciado metal y peleándose entre sí para lograr que la Corona les reconociera el derecho a usufructuarlo. No obstante, no habían encontrado el metal.

"Entonces, ¿de dónde surgió su familia, don José, y cómo hicieron la fortuna?”- preguntó finalmente Elena. Anita, preocupada por la indiscreción de su hija, trató de cambiar de tema y mostrarle los pantalones caqui que buscaba. Sin embargo, don José, halagado por el interés de la muchacha, le contaría "con mucho gusto" su historia.

Don José era de la opinión de que los Sánchez participaron de la colonización inicial del país. En 1524, se estableció el primer pueblo en la región cerca del Pacífico, Villa Bruselas, que luego se llamaría Puntarenas, y que sería abandonado en vista de los ataques indígenas y de que Nicaragua prometía, para ese entonces, riquezas más grandes. Según decía un libro de historia en manos de don José, adquirido en una vieja librería en Cartago, entre los fundadores de este poblado estaba "un escudero de apellido Sánchez" que podía haber sido su antepasado. Solo hasta 1564 los españoles se establecerían en el Valle Central, en la ciudad de Cartago, la antigua capital. En la lista de cimentadores de la ciudad aparecía otro Sánchez, de oficio desconocido. Don José trazaba su genealogía hasta ese hombre: "Era de Galicia, de donde venimos".

La colonia de Costa Rica se caracterizaría por la pobreza. Don José contaba que su familia pudo haberse dedicado a la agricultura de subsistencia y a ocupar algunos puestos en el sistema colonial. Sin embargo, no era nada importante "porque la colonia estaba lejos de la Capitanía General de Guatemala, el centro político de la época". Del siglo XVIII don José preserva, sin embargo, una copia de la concesión de tierras de la municipalidad a nombre de Pedro Sánchez, antepasado suyo. Las fincas estaban en Tres Ríos, cuna posterior de su fortuna. "Muchos aducen que la miseria ayudó a crear una mentalidad "retraída" y apartada de la política entre los campesinos orientados a la subsistencia”- le contaría don José. "La mayor igualdad social restó la importancia a la casta militar y a los dictadores: no había necesidad de reprimir a una población socialmente homogénea". Según el oligarca cafetalero, esto ayudaría a fomentar las tradiciones democráticas y el pensamiento liberal de los Sánchez.

"¿Pero de dónde entonces habían surgido los grandes capitales?”- siguió preguntando Elena. Según su interlocutor, no hubo un sistema de grandes haciendas y latifundios como fue el caso de los otros países latinoamericanos. "Mi familia tenía tierras para el cultivo y para satisfacer la demanda interna, pero sin tener algo que exportar, ¿para qué acumularlas?" El poco desarrollo, entonces, promovería una sociedad más justa. Sin embargo, la muchacha averiguaría después en su escuela que la supuesta homogeneidad social del país era más mito que verdad.

El origen de la fortuna Sánchez, continuó el gamonal, ocurriría después de la Independencia. A partir de 1840, el café se convertiría en la principal fuente de acumulación de tierras y de capitales. Uno de los primeros campesinos que se aventuraron con el nuevo producto fue el abuelo de don José, Julio Sánchez. Habiendo conseguido los arbolitos de las embarcaciones inglesas a las que les vendía carne salada, el hombre decidió probar suerte por allá de 1843. En vista de que las tierras de la ciudad de Cartago estaban acaparadas por los cultivos de hortalizas, optó por sembrar unas cuatro hectáreas de café en la región de Tres Ríos, cerca de San José.

Cuando las matas se llenaron de la fruta roja, le pidió a su hermano que las llevara en carreta a Puntarenas, puerto del Pacífico, para venderla a las tripulaciones. En el puerto, terminaron de secar el fruto y lo molieron, como lo había instruido el capitán del barco inglés. Tomaron una muestra de la bebida y les gustó el resultado. También a los mercantes del Monarch, capitaneado por William Le Lacheur, el primer barco que tocó puerto.

Desde este momento, la familia incorporaría el país al mercado inglés por medio de la exportación de café. Para 1900 el café representaría entre un 40% y un 75% de las exportaciones nacionales. Aunque al principio el cultivo democratizó a la sociedad costarricense al permitir a nuevos campesinos como los Sánchez beneficiarse del "boom”- a la postre sería también el principal factor de diferenciación social. Los cafetaleros que exportaban comprarían los beneficios e iniciaron su expansión a costa del productor. En 1860, Julio tenía más de 10 mil hectáreas dedicadas a la siembra del café.

El trato con los ingleses no solo le permitió a los Sánchez establecer una fortuna sino que también "abrir sus mentes". Don José aseguraba que los prestadores ingleses protestantes insistieron en que se reformaran las leyes del país. "No podíamos negociar con comodidad sin tener libertad de culto”- le explicaba a Elena. "Los británicos querían tener su propia iglesia, cementerio y escuelas religiosas. Sin eso, no estarían dispuestos a invertir". No fue nada extraño que los Sánchez apoyaran las reformas liberales, principalmente las de 1888, que establecerían los principios de respeto de culto. Tampoco sería un enigma que la Iglesia Católica los mirara como sus peores enemigos. "Los curas odiaban a nuestra familia porque decían que habíamos abierto las puertas a los herejes. No nos perdonaban que les quitáramos el monopolio de la educación". Don José y los Sánchez, por su parte, se convencieron de que los religiosos eran un obstáculo para el desarrollo: "estaban acostumbrados a vivir de las comunidades, tenían hijos ilegítimos y solo querían su bienestar y mantener a la gente ignorante". Sin embargo, el hombre reconoció que sus "aventuras" habían llevado a su mujer y a su hija a buscar consuelo en ellos.

Para la llegada de Elena a Costa Rica, ya don José y los cafetaleros habían concentrado la tierra tanto o más que en Polonia. La nueva elite cafetalera se organizó y tomó control de la política. Julio, por ejemplo, sabía que su prosperidad dependería de orientar la economía nacional hacia el mercado internacional. En lugar de estimular la autosuficiencia agrícola, creía que era mejor la especialización capitalista. Al mismo tiempo, era necesario contar con una amplia oferta de mano de obra, la cual era escasa.

Lo lograría comprando tierras. Al quitárselas a las comunidades agrícolas cercanas, el empresario tendría a su disposición jornaleros para la siembra, cuidado y recolección del café. Pronto sus tierras se extenderían a lo largo del camino de carretas hacia el Pacífico, cada vez más hacia el Occidente. "Nos vinimos hacia lo que son hoy San José, Heredia y Alajuela porque eran en aquel tiempo la frontera agrícola”- le dijo don Julio a su hijo. Esta expansión promovería la expulsión de miles de campesinos hacia las ciudades.

Gracias al empeño de familias como la de ellos, "Costa Rica sería el primero en Centroamérica en implantar los principios clásicos del liberalismo político" que sirvió, a la vez, para que la nueva clase económica cafetalera impusiera su modelo de desarrollo, según se jactaba don José.

En lo económico, los liberales defendieron el derecho de libre comercio, las puertas abiertas a la inmigración, la privatización de las tierras baldías y eclesiásticas y en lo político, las elecciones, la libertad de culto, de pensamiento y de prensa. Para fines del siglo XIX, el ejército costarricense estaba en franca decadencia. La vida política se caracterizaría entonces por elecciones democráticas, con pocos períodos de excepción. En 1838 tuvo su primer golpe de Estado por parte de Braulio Carrillo, un anticlerical que transformaría las instituciones del país hacia el modelo liberal. Sin embargo, no habría más interrupciones democráticas hasta los años de 1917-1920.

Después de este segundo golpe de Estado, el gobierno se mantendría en manos de presidentes liberales durante los años treintas y cuarentas. Uno de los más queridos por la nación fue Ricardo Jiménez Oreamuno, amigo de don José, quien se sentaría en el sillón presidencial varias veces y autorizaría la inmigración judía.

Para la década de 1920, la familia Sánchez se había convertido en una de las más importantes en el país. Julio había sido electo, en el siglo anterior, diputado y embajador en Inglaterra y, desde ese entonces, sus familiares habían ocupado cargos de ministros, embajadores, gerentes de bancos, y hasta el sillón presidencial. La familia había luchado por los principios liberales que tanto beneficio les dio. El padre de don José, Andrés Sánchez, se había casado con una madrileña, republicana, que también defendía el anticlericalismo y compartía las ideas de la familia. Don José se había unido con una hija de otra de las familias importantes del país, los González Mirto, y establecido nuevas actividades como la exportación de azúcar a Europa, principalmente a Alemania. En 1921, creó una sociedad con la familia Mirkaus, alemana, para comprar ingenios de azúcar y ampliar la exportación a Inglaterra y a los Estados Unidos. De su matrimonio tuvo solo una hija, Yadira, heredera de la gran fortuna.

Don José era un típico liberal costarricense. Creía en la libertad de prensa y de culto, se oponía a la influencia desmedida de la Iglesia Católica y había luchado por coartarla. Consideraba que el país necesitaba progresar por medio de la educación, el capital y la mano de obra extranjera. Su padre fue uno de los precursores de la reforma liberal de 1888 que le quitaría a la Iglesia el monopolio sobre la educación. Esta reforma además, aprobó el matrimonio civil y el divorcio.

Don Andrés estaba convencido de la idea del "progreso" y la necesidad de educar al "pueblo inculto". Debido a su arrogancia, a él y a su generación se les conocería como los del "Olimpo". Estimuló, por consiguiente, la alfabetización por medio de la impresión de miles de cartillas, cuyo objetivo era también promover la ciencia y el nacionalismo. "Los campesinos y artesanos, sin embargo, rechazaron la persecución de sus tradiciones y costumbres (especialmente la medicina popular), resintieron la presentación de sus creencias como supersticiones y se opusieron muchas veces a enviar a sus hijos a la escuela”- explicó el gamonal. Esta insatisfacción social fue aprovechada por la Iglesia que nunca aceptaría la pérdida de su monopolio. Las clases obreras, por su parte, se radicalizarían por las pésimas condiciones laborales. En vista de que el Estado promovía la educación general, muchos de los hijos de los más pobres se volverían contra el sistema que los había "salvado" de la oscuridad. "Las becas estatales”- se quejaba don José, "han sido un semillero de ideas revolucionarias y comunistas. Los muchachos que ayudamos a hacerse profesionales, nos pagarían con una puñalada en la espalda y llegarían a tener una influencia nefasta en la vida política del país".

Para los años de 1930, el Partido Comunista se había convertido en la segunda fuerza electoral del país y amenazaba con terminar con el reinado liberal. "La lucha contra el marxismo y el nacionalismo nos tiene, finalizó el cafetalero, entre dos bandos irreconciliables".

"Gracias a personas como nosotros ustedes pudieron venir”- decía don José. "Siempre quisimos que llegaran gentes con nuevas ideas y capitales para que lo desarrollaran". Según él, la idea de "progreso" estaba asociada con la libre migración. Estaba convencido también de que la democracia era el sistema más adecuado y que la dictadura era el "azote" de los pueblos. Sin embargo opinaba que la ideología liberal es menos polémica cuando todos creen en una misma religión, la población es homogénea y piensa parecido. "¿Pero qué pasaría cuando este consenso se fracturaba y los nuevos inmigrantes no serían todos cristianos, inversionistas o grandes banqueros?”- preguntó Elena. "Pues serían tiempos difíciles”- respondió.

A pesar de todo, los Sánchez no eran progresistas en lo que a las mujeres tocaba. Consideraban importante la educación únicamente para los varones. No se opusieron al gobierno cuando decidió, a fines del siglo pasado, construir el primer centro de estudio para féminas, el Colegio de Señoritas, pero ninguna de las Sánchez, incluso su hija Yadira, tuvo la oportunidad de estudiar una profesión. En vista de que se había cerrado la única universidad, la de Santo Tomás, las familias pudientes mandaban sus hijos a estudiar al extranjero. "No podíamos dejar que nuestras jovencitas vivieran solas en otro país”- le explicaría a Elena. Lo más que consistió fue que Yadira trabajara de secretaria en su compañía, "para que hiciera algo". La muchacha estaba algo "echada a perder" por el lujo al que había estado acostumbrada.

"Creo”- continuó don José, "que fuimos demasiado consentidores con ella y se hizo obcecada, dura y egoísta". A pesar de los muchos prospectos de marido que tuvo, ninguno le llamaba la atención. "Me empecé a preocupar porque Yadira no quería a ningún pretendiente”- decía don José. "No es que nosotros casemos a nuestras hijas como ustedes, sino que las aconsejamos y les presentamos candidatos. Si quieren bien y si no, también".

Pero su hija decía que todos los hombres costarricenses eran mujeriegos igual que su padre y que ella "no toleraría las infidelidades como su madre". Su padre no estaba contento tampoco con el interés apasionado de su hija en asuntos políticos. La joven quería seguir el ejemplo de sus antepasados y destacar en la vida nacional. "Le dije muchas veces”- agregó don José "que eso era cosa de hombres, que el lugar de ella era el hogar. No obstante, era una ávida lectora de los asuntos nacionales aunque, por su poco conocimiento, se dejaba llevar por las emociones".

Según el cafetalero, Yadira se había tornado excesivamente nacionalista y siempre lista a criticar a los mandatarios que querían acercarse a los otros países centroamericanos. "Ella está convencida de que Costa Rica nada tiene en común con los demás países de la región, por ser de gente blanca”- comentó él con ironía.

El gamonal vivía una pequeña guerra civil en su hogar. Las ideas liberales que tanto defendió su familia, habían empezado a ser cuestionadas por los comunistas y los nacionalistas. Los primeros querían terminar con el poder de los cafetaleros y con las condiciones paupérrimas de los trabajadores. Los segundos, querían un estado más fuerte que pusiera en su lugar a las nuevas corrientes socialistas y marxistas. Yadira se había puesto del lado de los que opinaban que la democracia no resolvería los graves problemas de la nación y que ante el auge de los comunistas, el ejército y la Iglesia eran las mejores armas. Su madre, devota cristiana, esperaba que la Iglesia convirtiera a su marido y a su país en "buenos cristianos" y los vacunara contra las nuevas ideologías.

Cuando la muchacha conoció a Carlos, "se le metió entre ojo y ojo que ese era el hombre que quería". "¿Qué fue lo que la interesó tanto en él?”- preguntó Elena.

De acuerdo con don José, el alemán compartía las ideas nacionalistas y racistas. Había sido influido por el pensamiento nazi que prometía terminar con los comunistas y con los inmigrantes extranjeros, preocupaciones comunes en Alemania y en Costa Rica.

"Yadira cree que nuestra nación peligra ante la inmigración nicaragüense. Desde que el país vecino sufre inestabilidad, muchos temen que nos invada o que miles de refugiados se afinquen aquí. Por esta razón, ella está lista para apoyar toda posición nacionalista". Don José, consideraba que esto la había llevado a causas extremistas que no eran del agrado de los señores del Olimpo. "En las agrupaciones de derecha, las mujeres que no invitamos en nuestros partidos, son bienvenidas con el fin de usarlas en nuestra contra”- afirmó con preocupación el gamonal. "Ellas no tienen ni educación formal en política ni saben lo complicado que es dirigir una nación y por eso las embaucan en toda locura que se les ocurra”- sentenció.

Anita tuvo que interrumpir la historia de su comprador. Aunque disfrutaba las conversaciones con don José, no quería que le fueran con cuentos a su marido, quien no le permitía intimar con los clientes. De ahí que envolvió los pantalones para los obreros y le dijo que mejor volviera otro día para terminar la historia.

"Ese hombre”- le dijo a Elena, "está tan bueno que Tsegait zich in moyl".