Hitler en Centroamérica by Jacobo Schifter - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

X

"¿Señorita, ¿dónde me puedo sentar?"- preguntó la tímida joven cuando entró por vez primera al colegio. Acostumbrada cuando niña a buscar los últimos bancos en la escuela polaca, Elena rastreó las filas de atrás. La maestra de español se quedó conmovida. Pero María del Carmen no estaba para guetos en su aula. "Mi amor, ¿por qué va de última si es la que más necesita las clases de español?”- le indagó. "Es que en Polonia los hebreos nos sentamos ahí”- le dijo señalando el último banco. "Pues aquí en Costa Rica te sientas aquí”- respondió la maestra, indicando la primera fila.

Elena escribiría en su diario que "las maestras eran gente divina". Sabía muy poco español y me acuerdo que un día nos habló en la clase sobre la operación de dividir. No entendía la palabra y entonces se me acercó, cogió un pedazo de tiza y lo quebró delante de mí, con el fin de darme a entender lo que era dividir".

Lo mismo sucedió con el profesor de historia: "Como acababa de llegar al país le dije al maestro que no podía contestar. El hombre me indicó que no haría excepciones y que tenía que hacer el examen. La primera interrogación era sobre tres expresidentes de Costa Rica. Como me vio tan nerviosa, me preguntó: ¿Cómo se llama esta escuela? "Ascensión Esquivel”- le dije. "Pues apúntelo". "¿Y el nombre de la escuela vecina?" "Jesús Jiménez”- respondí. "Pues escríbalo" Así me sopló todas las respuestas".

El sistema educativo costarricense estaba abierto, era cordial y nada anuente a discriminar. El profesor de biología, por ejemplo, les decía que el racismo y el chauvinismo no congeniaban con los países tropicales. Según él, el bosque húmedo mostraba la interacción de una enorme variedad de especies. "Observamos diariamente la cantidad inagotable de bichos raros que comparte la selva. Las ideas de dominio de un grupo sobre otro son ridículas en un sistema que se preserva a costa del triunfo de ninguno". El darwiniano costarricense no creía en la superioridad del más grande. Daba como ejemplo un reptil muy particular que a pesar de su tamaño, se inflaba cuando era perseguido y se transformaba, por unos segundos, en la cabeza de un feroz depredador. "Los que sobreviven no son los más asentados o grandes, sino los que, como esta lagartija, están listos para cambiar de personalidad". Si esto era así, pensaría Elena, los judíos sobrevivirían hasta el fin del mundo.

El menor antisemitismo rompió la tradición del Viejo Mundo y promovió una mayor integración entre judíos y cristianos. Elena empezó, por vez primera, a compartir con las compañeras de colegio. Una de las actividades sociales eran las retretas en el Parque Morazán. Todos los domingos en la mañana, diferentes bandas musicales tocaban en el quiosco de este centro josefino. Algunas eran bastante buenas, como la de Santo Domingo de Heredia que hasta contaba con un director extranjero. Mientras la banda tocaba, existía la posibilidad de tomar un refresco, mirar los autos pasar y también coquetear con los muchachos. Sobra decir que era el lugar ideal para los enamoramientos. Claudia le había dado "el santo" de la pasión de la muchacha por las retretas y Carlos no perdería su tiempo. Cuando se acercó con dos helados y una gran sonrisa, Elena estuvo a punto, como la vez anterior, de salir corriendo. Sin embargo, había llevado a su mascota Adolf, la que al mirar el helado, se le hizo agua el hocico y la jalaba para la dirección contraria. Aprovechando la confusión, el galán no lo permitiría un escape: "¿No es deber de todo judío, según Isaías, ayudar a los paganos a dejar las idolatrías?”- preguntó el galán. "Los cristianos no son paganos porque creen en las leyes noajidas y no necesitan de nuestra guía”- le respondió la joven.

"Sin embargo, si Dios quisiera salvar a un judío que es perseguido por los infieles, haría como con Elías y le mandaría un carro de fuego para que huyera hacia el cielo". La joven no dio el brazo a torcer: "Sin embargo, Elías debía fugarse primero hacia el desierto de Damasco y buscar su sustituto. En mi caso, si me voy, ¿quién hará el almuerzo en mi hogar?"

Después de este intercambio bíblico, ambos se quedaron, nuevamente, alelados mirándose el uno al otro y no pudieron, esta vez, controlar la risa.

El médico compartía una historia similar. Había experimentado un régimen autoritario en el hogar, con un padre religioso incapaz de mostrar amor. Le confesó a Elena que no creía más en la religión organizada y mucho menos en el clero. "Todos los ejércitos -le dijo- traen a sus sacerdotes y capellanes. Todos bendicen sus propias armas e invocan para su "justa causa" la ayuda de Dios. Por lo general, la causa de cada uno es tan justa como la de dos tigres que se encuentran en la selva y se echan uno encima de otro".

Pensaba que "si las oraciones tuviesen efecto, quedaría profundamente decepcionado de la justicia y omnisciencia divinas. "Afortunadamente”- afirmó, "para nuestro buen sentido, no hay tal. Ninguna plegaria de santos -continuó- de piadosos o de inocentes niños, ha desviado una espada ni apartado una bala asesina". Finalmente, "como no es eficaz la oración, excepto como expansión mística o por su sugestión tranquilizadora, tampoco le encuentro sentido a los halagos de Dios, a las "alabanzas" que se ofrecen a diario en sinagogas, iglesias y mezquitas".

A pesar de las dudas, Carlos se había convencido de que el judaísmo tenía algo diferente: "Es la única que diviniza la ética, atribuye origen divino a la moral. No creo que sea incorrecto decir que el judaísmo es la que centra la religión en el hombre, en sus actos, en sus relaciones con los demás. Despojar al tirano de su fingida divinidad, al clero de su pretendida mediación entre el hombre y las fuerzas sobrenaturales- ésas son grandes conquistas hebreas".

La muchacha no estaba tan feliz: "La mayoría de los judíos de hoy no vive como tal y no tiene más que una idea vaga y superficial acerca de la ética. En el Este europeo la Edad Media se ha prolongado hasta el siglo XX, y usted puede ver a gente medieval en algunos grupos, especialmente en su trato hacia las mujeres". "Pero”- agregó la muchacha, "algunos cristianos les hacen compañía y hablan de "hombres" cuando también deberían incluir a las mujeres". Carlos no estaba de acuerdo: "es una forma de hablar que el masculino incluya al femenino". "Una cosa es representar -contestó ella- y otra es apropiar".

La joven no compartía los puntos de vista elitistas: "Usted está acostumbrado a codearse con la gente rica y poderosa. No obstante, existe una gran correlación en estos países entre la idiotez y la aristocracia. La costumbre de usufructuar del trabajo de los pobres estanca la creatividad". Ella añoraba un cambio que eliminara las odiosas diferencias de clase y las injusticias de un capitalismo salvaje. "La clase alta habla siempre de desarrollo y de progreso como si estuvieran al final del camino. No obstante, éste se extiende por siglos y el pueblo sigue igual de pobre, ¿entonces cuánto más tendremos que andar?"

El pretendiente supo respetar las ideas de independencia. Ella no quería ser ama de casa, depender del marido, ni criar hijos. "He visto el poder del dinero, su ausencia y su presencia. Desde que nos vinimos aquí, hemos perdido dignidad y mi padre nos hace sentir mal por cada cinco que nos da. Nosotras éramos pobres en Polonia pero independientes. Ahora, somos empleadas domésticas, sin poder para abrir la boca".

"No creas, respondió el hombre, que no sé lo que hablas. Mi mujer es la que tiene el dinero y la he odiado, por ello, toda la vida. También he sido pobre y sé lo que se siente. Pero vendí mi alma al diablo".

"No se juzgue con tanta dureza, le respondió, todos tenemos que hacer concesiones". Para aliviar la tristeza le recitó, de memoria, el pasaje de Deuteronomio 24: 1: "Cuando alguno tomare mujer, casándose con ella, y sucederá que si ella no le agradare, por él hallado en ella alguna cosa torpe, le podrá escribir carta de repudio y, poniendo ésta en su mano de ella, despedirla de su casa".

Carlos recuperó su humor y le dijo que por lo menos algo bueno había en este embrollo ya que no tenía hijos con ninguna. Según el médico, de ser así, el Deuteronomio 21: 15- 17, lo obligaría a dejarle la herencia al de Yadira: "Cuando un hombre tuviere dos mujeres, la una amada y la otra odiada, y ellas le hubieran parido hijos, así la amada como la odiada, siendo primogénito el hijo de la odiada... entonces será que en el día que hiciere heredar a sus hijos lo que tuviere, no podrá constituir primogénito al hijo de la amada con preferencia de la odiada, el verdadero primogénito... sino que reconocerá al primogénito, hijo de la odiada, dándole una porción doble de todo lo que posea..."

El galeno le contó sobre su periplo al Nuevo Mundo, su vida como agricultor y cómo hizo para sacar su carrera de medicina. Ella le habló de su experiencia como niña-madre en Polonia, el antisemitismo y la terrible orfandad que sentía. "Sé que le costará creerme, pero me arrepiento de haber sido antisemita. No sé qué basura tenía en la cabeza. La verdad es que ahora que lo pienso, es una especie de droga que nos dan. En Alemania, hemos sido los primeros en recibirla de los medios de comunicación de masas; después de nosotros, nadie podrá decir que no conocía su poder de persuasión".

Para romper el silencio que queda cuando se revelan ideas prohibidas, la muchacha sacó una cinta métrica de su cartera. El galeno no tenía la menor idea de lo que pensaba hacer.

Lo puso sobre su cráneo y empezó a medirlo. "¿Qué haces?”- indagó Carlos. "Deseo cerciorarme de que los alemanes tienen un cráneo más grande que los judíos", dijo mientras ponía la cinta. Para no quedar atrás, el hombre le quitó el centímetro y se lo puso en la nariz, haciendo un signo numérico: "Ahora me toca a mí. Verificaré si los judíos tienen una nariz en forma de seis". Pero ni había nariz de seis ni cráneo desproporcionado: los dos eran tan hermosos como la reina Esther y Yonatán.

Los cuatro ojos se miraron. "¿Y qué haremos ahora para terminar con los estereotipos?”- preguntó ella entre risas. Tuvo que contenerse porque la boca carnosa del hombre se humedeció y el color rubio de su cabellera irradiaba luz. Pronto, los labios se le acercaron y los ojos azules se fueron cerrando. Mientras daba el primer beso de su vida, la banda tocaba, las compañeras se codeaban, los helados cayeron al suelo y el perro de Elena hizo, finalmente, fiesta con ellos. Como dice la canción, “cuando el amor llega así de esta manera, uno no se da ni cuenta”.

A partir de ese momento, los dos enamorados iniciaron una relación que contó con obstáculos. El padre de Elena sería, al principio, el más feroz. Para un hombre tradicional, que esperaba alguna redención por los sufrimientos de miles de años, la idea de que su hija se casara con un hombre no judío, era un tormento.

"Si me he aguantado a la bruja de tu madre en vez de casarme con alguna mujer cariñosa, como Emilia, le dijo a su hija, ¿quién te da derecho a romper con la tradición?"

No obstante, David había sido ablandado, como un bistec, por los golpes. Quizá uno de los más decisivos en cambiarlo sería el trato que le dieron a su cuñado. Samuel siempre le cayó bien y lo encontraba inteligente, culto y chistoso. Solían comunicarse cuando se encontraban de viaje y su muerte significó una gran pérdida. Optaron por traerlo de Varsovia y enterrarlo en el cementerio de Dlugosiodlo. Sin embargo, el rabino y los principales del pueblo, no quisieron darle los ritos religiosos.

Cuando los paisanos le sacaron la Biblia para condenarlo por homosexual y suicida y no enterrarlo con los demás familiares, el hombre no toleró la humillación. En una nota al rabino de Dlugosiodlo, David cuestionó la decisión. Su hija conservaba la misiva.

Mi honorable Rabí Hillstein:

Quiero, en nombre de la familia de mi señora, protestar por la decisión suya de condenar a Samuel Brum, fallecido hace dos días, a ser enterrado contiguo a la tapia del cementerio, y no cerca de su familia. Aunque por lo general, la literatura rabínica es adversa al suicidio y considera que el suicida no tendrá parte en el mundo venidero y no se le rinden honores fúnebres completos (Sal. R. 150; Josefo: Guerras III,8-5), existen excepciones. El Midrash (Gen. R.34,13) perdona el suicidio de Saúl y también el de los sacerdotes que se arrojaron al fuego cuando fue incendiado el primer Templo. Sufrir el martirio antes de transgredir las leyes del judaísmo, se convirtió en uno de los altos principios religiosos. Si tomamos en cuenta que mi cuñado se mató por no poder vivir con la persona que quería, éste es un caso también de evitar sufrimientos injustos. Usted me ha respondido que "la homosexualidad" es otro crimen y que la pérdida de otro hombre no justifica la acción de Samuel. Sin embargo, hace interpretaciones antojadizas del verdadero sentido de las supuestas condenas bíblicas a la homosexualidad. Copio aquí los pasajes que usted usa para no darle propio entierro a nuestro familiar:

Levítico 18:22

"No te acuestes con un hombre como si te acostaras con una mujer. Eso es una abominación”.

Levítico 20:13:

"Si alguien se acuesta con varón como se hace con mujer, ambos han cometido abominación (toebah): morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos"

Estos dos pasajes del Levítico (18:22 y 20:13), que condenan el sexo entre hombres "están localizados en el Código de Santidad”- un sector que busca evitar los aspectos contaminantes de los pueblos vecinos. Se inicia precisamente con el capítulo 18 del Levítico, el cual dice: "No sigan las costumbres de Canaán, país al cual voy a llevarlos, ni vivan conforme a sus leyes". Practicar las costumbres de este pueblo será para los judíos una "Toebah”- que significa algo impuro, sucio, pero no algo moralmente incorrecto. Algo impuro consistía en violar las leyes rituales judías. Que algo sea impuro no significa que sea malo. De haber querido catalogarlo como algo moralmente incorrecto, la palabra hebrea correcta hubiera sido "Zimah" en vez de "Toebah".

La condena de las prácticas homosexuales por "impuras" tiene como intención condenar lo exógeno a esta cultura. En otras palabras, se trata de un pecado en contra de la identidad hebrea más que de un acto punible per se. El mismo versículo 24 (Levítico 18:24) que se encuentra seguidamente dice: "No os hagáis impuros con ninguna de estas acciones, pues con ellas se han hecho impuras las naciones que yo voy a arrojar ante vosotros". El hecho de que los judíos consideraran que algunas prácticas gentiles (no judías) no eran buenas o puras no significa que fueran necesariamente pecaminosas o moralmente malas.

Sin embargo, las relaciones homosexuales entre judíos sí están en la misma Biblia. Yonatán se sintió atraído por David y llegó a compartir con él todo lo suyo:

Cuando David acabó de hablar con Saúl, el alma de Yonatán se unió estrechamente con el alma de David, y amóle Yonatán como a su propia vida. Desde aquel día quiso Saúl tenerlo siempre consigo, y no le permitió volverse a casa de su padre. Y contrajeron, entonces, David y Yonatán una grande amistad; pues amaba éste a David como a sí mismo. De aquí es que se quitó Yonatán la túnica que vestía, y diósela a David con otras ropas suyas, hasta su espada y arco y aún el tahalí. (1 Samuel 18: 1-4).

Cuando Yonatán se entera de que su padre tenía el objetivo de matar a David, los dos amigos sostienen una cita secreta y luego se despiden llorosos:

Y así que éste hubo marchado, salió David del sitio en que estaba, que miraba al mediodía, e hizo por tres veces una profunda reverencia a Yonatán, postrándose hasta el suelo, y besándose uno al otro lloraron juntos; pero David mucho más. (I Samuel 20:41-43).

Angustia tengo por ti, hermano mío Yonatán que me fuiste dulce. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres. (II Samuel 1:19:27).

Por todas estas razones, le solicito que el hermano de mi señora reciba el mismo trato que cualquier otro judío.

De usted con todo mi respeto,

David Sikora

Dlugosiodlo, 3 de enero de 1925

David perdió la batalla y el cuñado terminó enterrado frente a la pared del cementerio. Sin embargo, la ira por el trato recibido, inició una ruptura con la tradición. Más aún se acentuaría cuando el hombre llegó al Nuevo Mundo y obtuvo tantos clientes de la comunidad homosexual. Una vez relacionado con ellos, no podía sostener la misma posición de sus compinches. Además, el hombre no podía rechazar un buen argumento. Si aparecía el alma que debatiera sobre el Talmud, el comerciante dejaba hasta la tienda. Hasta la fecha, lógicamente, sus contrincantes habían sido judíos. Pero una mañana de poco movimiento en el mercado, entró un cliente rubio y alemán, que le vino a comprar mercadería. Lo reconoció inmediatamente porque era el que andaba detrás de su hija. El diálogo, al principio, sería tirante:

– Buenos días, señor, he venido a comprar ropa y pedirle un favor- saludó con nervios Carlos, mientras se secaba algo de sudor de la frente. David lo miró y no pudo negar que era un galán imponente, culto y elegante. Sin embargo, prohibido para su pueblo.
– Señor Döning, no me diga que vino a comprar ropa para sus negocios porque no se lo creería jamás- contestó el comerciante mientras hacía que sacudía los calzones que guindaban como pollos de carnicería. ¿En qué puedo servirle?- le preguntó con frialdad.
– Estoy enamorado de Elena y quiero pedirle que no me impida visitarla. Sé que es duro oírlo de alguien como yo, cristiano y casado, pero no puedo controlar lo que siento y estoy dispuesto a todo. Además, quiero pedirle un favor adicional- agregó el ahora más sudoroso pretendiente que se sentía listo para ser colgado como una gallina más.
– ¿Me puede decir qué otra cosa se le ofrece?- replicó el anonadado David ante la frescura del comprador. Pensó que no le bastaba con una hija sino que quizás quería llevarse a las dos.

– Quiero convertirme y que usted sea mi tutor- respondió el pretendiente.

– ¿Alguna otra cosa don Carlos? Quizás se le ofrece mi otra hija, mi mujer, la tienda o mis libros del Talmud- contestó con toda la ironía del mundo.

– Fuera de su hija mayor, me conformo que me preste el Talmud mientras consigo uno solo para mí- respondió con una amplia sonrisa.

– Mire don Carlos, aquí tengo la Torá y lea lo que dice el Deuteronomio 7:3: "Y no emparentarás con ellos; no darás tu hija a su hijo, ni tomarás a su hija para tu hijo" ¿No está claro para usted?- señaló el aprendiz de rabino que esperaba que el pretendiente se esfumara por donde vino.

– Ésa es una lectura don David. Sin embargo, su misma Torá dice que puedo hacer a Elena mía solo con cortarle las uñas y raparle su linda caballera. ¿Usted no querría algo semejante?- contestó el alemán con una sonrisa de pícaro.

– No sé de qué locuras me está hablando. ¿En dónde diablos se leyó usted el pasaje?- comentó David quien caía en su propia trampa.

– Está en el mismo libro del Deuteronomio 21:10-13, que usted acaba de citarme. Permítame y le leo con gusto: "Cuando salieres a la guerra contra tus enemigos, y el señor, tu Dios, los entregare en tu mano, y llevaos de ellos cautivos, y vieres entre los cautivos alguna mujer hermosa, y te enamorares de ella de manera que quisieras tomarla por mujer tuya, entonces la introducirás en tu casa y ella raerá su cabeza y se cortará las uñas, y quitará de sobre sí el vestido de su cautiverio, y se quedará en tu casa, llorando a su padre y a su madre, por todo un mes; y después de esto podrás llegarte a ella y ser marido suyo, y ella será tu mujer". Sé que usted es un lector del rabino Risha y que lee las tosafot que hacen al Talmud. Risha era favorable al proselitismo y consideraba que era misión de los judíos convertir a los que quisieran. Él decía que la redención vendría precedida por los prosélitos adhiriéndose al pueblo judío. Los tosofistas fueron los primeros en decir que la ley exige la aceptación de los conversos. Pues aquí tiene uno- afirmó un más seguro de sí mismo interlocutor.

– Quítele el vestido y yo le corto a usted los veitsim, que son sus huevos- respondió el padre de Elena, ya sin armas para seguir la pelea. Si quiere estudiar la Biblia conmigo está bien, si quiere convertirse, está bien. Si quiere casarse con Elena, tendrá que hacer como Jacobo y esperar unos siete años. Solo así sabré si vale la pena y no creo que los aguante. ¿Pero por qué quiere convertirse?

– Trato hecho- contestó un eufórico pretendiente. Deseo la conversión porque estoy convencido como los jázaros, que la religión judía es la más ética y racional.

– Ahora hágame un favor usted a mí- respondió David. Vaya y le cuenta el acuerdo a la bruja de mi mujer para que nos quedemos los dos sin veitsim- terminó el tendero con una sonrisa.

A pesar de la valentía de los caballeros, ninguno tuvo el coraje de confrontar a Anita, a quien Stalin había desilusionado del comunismo y se tornaba más espiritual. Sin embargo, su animosidad contra la religión continuaba alimentada por don José, el gamonal que compraba en el negocio.

Mientras David y Carlos estudiaban el Talmud a escondidas, la mujer aprovechaba para atender al aristócrata costarricense. "Llegue los jueves en la tarde, don José, que no está mi marido y así podemos atenderlo más tranquilas”- le decía. No obstante, no había hecho nada inapropiado y solo había lanzado una mirada o una sonrisa coqueta. Después de todo, era una señora recatada.

Sin embargo, un evento la empujaría al pecado. Éste empezó el día en que un hombre raro, como Samuel, dejaba un sobre para su esposo. Aprovechando que David estaba en los orinales, no pudo contenerse y abrirlo. Cuando miró la colección de hombres en pelotas, pegó un grito al cielo: "¡David se me hizo feigele!”- lo cual, por suerte, nadie le entendió.

Anita había interpretado que su marido compartía la cama con un tal Susanita y se intercambiaban pornografía de varones. "¡Ese viejo me las va a pagar!”- prometió la mujer.