Hitler en Centroamérica by Jacobo Schifter - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

XIII

En 1921, Carlos Döning, esposo de Yadira, había viajado de Alemania para Costa Rica. Con poco capital y la ayuda de la familia de su esposa, pudo establecer la primera tienda de ropa fina en San José, conocida como La Verónica. Con el auge de la elite cafetalera y la urbanización de la ciudad capital, las ventas habían aumentado durante los primeros años de la década de 1920. Esto hizo posible que en 1928 invirtiera en comprar la panadería de al lado. Carlos no solo traería ropa de Alemania sino que de Francia también. La mercadería tomaba meses en llegar en vista de que era transportada por los barcos de la compañía bananera a Limón.

El comerciante inició, a la vez, un lento coqueteo con los nuevos sectores medios que surgían en el país. Estos grupos, vinculados con oficios estatales o de administración, habían crecido en los últimos años. Por esta razón, el importador empezó a vender ropa "más cómoda”- eufemismo para querer explicar que era barata. Le pidió ayuda a su mujer, Yadira, una costarricense de familia opulenta cafetalera, para que le surtiera el negocio con artículos de clase media. Su esposa, en 1929, se fue a buscar vestidos en los Estados Unidos.

Un vestido entero para caballero importado de Alemania podía costar hasta 200 colones en esa época. La comerciante lograría importar de Nueva York una línea más sencilla y venderlo por 80 colones. Una blusa de mujer francesa de 75 colones la consiguió por 30 en Filadelfia. Fue así como la mujer inició una especie de sucursal de La Verónica. Pero el crecimiento de la demanda la llevaría, en 1930, a abrir una tienda independiente: La más Barata.

A Yadira le gustaba ella misma atender a sus clientes. Una era Gloria, joven que trabajaba de traductora para la compañía bananera. La muchacha ganaba bastante bien, 300 colones mensuales, si tomamos en cuenta que un operario especializado hacía unos 40 colones semanales. Gloria se gastaba todo su dinero en ropa porque a los 24 años se sentía una solterona y tenía los ojos puestos en Mike, el abogado de la compañía. "Los norteamericanos son buenos maridos, decía ella, y no solo se fijan en chiquillas de a quince como nuestros hombres". Con tal de conquistarlo, la traductora lucía los mejores vestidos que podía.

"Yadira, si pudiera, te compro estos dos vestidos que están divinos”- le dijo un día Gloria con dolor. "No me puedo dar el lujo de que Mike no me vea bonita esta semana que es el baile de graduación de mi hermana en el Colegio de Señoritas y lo he invitado para que venga conmigo", alardeó con coquetería.

Pese a sus deseos, Gloria no tenía más que 100 colones para vestirse para esa ocasión, ya que debía invertir en zapatos y en maquillaje que "estaban en los cielos de dispendiosos". Aunque la dueña gustaba mucho de la traductora y la consideraba su amiga, nada podía hacer para complacerla. "Usted sabe lo estricto que es mi marido con las ventas”- le respondía.

Gloria prefirió dejar el dinero para el maquillaje, los zapatos y el perfume "ya que bailaré de mejilla a mejilla con mi gringo y prefiero que me vea bien de cerca”- le respondió con euforia. El baile prometía convertirse en la gran oportunidad de la traductora. Se despidió de la dueña, quien le dijo que la vería en la velada porque una sobrina también se graduaba ese año.

El Sesteo, centro social de San José, lucía radiante esa noche. Era la sala de baile más grande que se había inaugurado en San José. Yadira llegó con el galán de su marido, vestida con un traje exquisito, de seda, negro y perlas. El sombrero de plumas de ganso, que llegaba hasta medio metro de alto, la hacía una de las mujeres más lucidas de la fiesta. Mientras buscaba una mesa dónde sentarse, se topó ¡sorpresa de sorpresas! con su amiga Gloria.

La comerciante no se percató que la muchacha se mostraba perturbada hasta que reparó en que el vestido que llevaba era aún más despampanante que el suyo y, ¡horror de los horrores!, ni siquiera de su tienda. "¿Pero de dónde sacaste este traje tan hermoso?"- preguntó anonadada. Gloria lucía una indumentaria imponente de color verde estampado con margaritas amarillas que llamaba la atención de todo el mundo. Tan linda se veía que su acompañante, según ella misma confesaría, le había propuesto matrimonio esa misma noche. "Este vestido me trajo mucha suerte”- le respondió. "Se lo compré al polaco David, a pagos ya que no me alcanzaba, como usted muy bien sabía”- le dijo con sorna. "Además, el precio fue un regalo".

La hija de don José no podía con la ira. Nunca había oído algo semejante: un traje a pagos. "¿Está la gente loca o qué?”- se dijo por dentro. "¿Quién se va a degradar a hacer cobros?" La mujer no se lo podía explicar. Menos que Gloria, a quien consideraba su amiga, se atreviera a ir a comprar a quién sabe dónde. "¿Quién me dijiste que te lo vendió?”- le preguntó. Cuando Gloria le explicó que David vendía en la calle, la mujer casi cae de espaldas. "¡Esto es el verdadero límite!"- respondió y se fue a sentar con su marido.

-Carlos, ¿no oíste lo que me dijo Gloria? Se fue comprar un vestido a pagos... de polaco"- exclamó furiosa.

-Es la nueva moda en Costa Rica, mujer- le contestó el alemán.

-Pero hombre, debemos hacer algo. ¿Nos vamos a quedar con los brazos cruzados?- respondió despechada.

Ella tenía sus razones para sentirse mal. Su marido era un alemán "guapísimo" pero sin dinero. Necesitó un buen matrimonio para obtener el préstamo inicial y abrir su negocio. La vulnerabilidad se la compensaría con un trato despectivo. "Los ticos son un reguero de holgazanes”- decía ante cualquier contrariedad. Si Yadira fallaba en alguna tarea, Carlos le recriminaba que "parece una india ignorante, ¿es bruta o qué?"

El trato que recibía la mujer en el Club Alemán no era muy diferente. Los amigos de su marido le hacían saber que "su país" era muy atrasado e inculto. "Los costarricenses no leen ni se educan, en Alemania se morirían de hambre”- oía cuando creían que no había un "mestizo" (ticos no del todo blancos) cerca. Yadira había hecho lo posible por "encajar". Cuando los alemanes iniciaron el club nazi, ella asistiría a las reuniones. "¿En qué se diferencia un judío comiendo pasto y una vaca?”- preguntaba a sus compañeros nazis. "En la mirada inteligente de la vaca”- respondía ella misma. Los alemanes se reían a más no poder. Y en medio de las carcajadas, una voz le terciaba, de la misma manera, otro chiste: "¿Qué preguntarían los judíos a Dios cuando les ofreció la Biblia?”- indagó el hombre. "¿Cuánto cuesta?”- respondió él mismo. Atragantándose con sus carcajadas, Yadira reconoció la voz: era nada menos que Max Gerffin, el presidente del Partido Nazi.

La risa no era justamente lo que venía a la mente cuando pensaba en las ventas a crédito de David y sus correligionarios. Para ella, una dama casada con un alemán, representaría algo más que una competencia comercial: sentía que su reputación estaba en juego y que no podía perderla. Si los amigos germanos se daban cuenta de que su almacén sería desplazado por unos miserables judíos, ¿qué dirían de ella?

La noche del baile apenas pudo dormir y, cuando lo hizo, tuvo pesadillas. En una, un grupo de hombres con rabos largos le robaban los trapos de su almacén. Los demonios se parecían a las caricaturas de los judíos que salían en el Diario de Costa Rica. La mujer se despertó empapada en sudor: "¡Tengo que hacer algo!"- exclamó.

Al primero que se le arrimó fue a su primo Luis Gamboa, contador que laboraba en un almacén de importación de vestidos. El hombre le explicaría que las ventas al por menor en San José estaban en ese tiempo en manos de distintas comunidades extranjeras, establecidas con anterioridad, tales como la alemana, italiana, china y especialmente, la libanesa y la española. Los vendedores ambulantes, al no pagar ni patentes ni local propio, entrarían en conflicto irremediable con ellos. Al extender el sistema de crédito al consumidor, estos buhoneros estaban prácticamente revolucionando el sistema local, en perjuicio evidente de los grupos menos innovadores. “Si el dueño de este almacén no hace algo, nadie va a comprarle estos vestidos tan caros”-le confió a su prima que sudaba del sopor y la cólera.

Luis anticipaba algo peor ya que adicionalmente, unos pocos judíos habían empezado sus pequeñas fábricas de ropa con tal de vender masivamente y a precios inferiores. José Zombriski y Jacobo Maimaré, por ejemplo, habían establecido La Industria Nacional de Tejidos, que fabricaba ropa de lana y que para 1936 ocupaba 30 operarios. Manuel y José Estembes producían suéteres y camisas. La Fábrica El Águila, de Morís Rupitín , hacía telas populares. La Sastrería Europea, de Benjamín Caramano, manufacturaba trajes enteros. Jaime Kokol tenía ya su fábrica de abrigos K. & Co. Todas estas empresas tenían como objetivo surtir a las clases populares, los que vestían mal porque no tenían dinero para pagar los altos precios de la mercadería importada. “Si no hacemos algo- querida prima-dijo el contador con una parca sonrisa- los importadores van a quebrar todos”.

Yadira no se quedaría quieta. “No me voy a acomodar –pensó- a las nuevas realidades, sino combatirlas”. Unos días después de la triste fiesta, la cual no disfrutó para nada, llamaría a su tío, Alberto Sánchez, vicepresidente de la Cámara de Comercio. "Tío, ¿cómo es que no han hecho nada acerca de la competencia de los polacos? Si ustedes no los combaten, nos arruinan los negocios". Él reconoció que habían sido negligentes en este campo pero que "en vista del número de quejas”- pensaban protestar ante el gobierno. No obstante, el tío le hizo una advertencia: "Acordate de que tu padre colabora con don Ricardo y siempre ha apoyado la libre inmigración".

La mujer no le dio importancia. "Una cosa es alentar que venga gente cristiana y otra la chusma judía. Papá jamás consentiría eso". Yadira insistió: "Confío en usted tío, porque no podemos tolerar esta plaga". "Sin embargo tengo que alertarte”- le dijo su pariente, "que el Presidente es amigo de los polacos y hasta les compra ropa". "¡Tenía que ser ésa la razón!”- contestaba ella, "ese hombre se ha convertido en una desgracia para el país. Si por mí fuera me lo tumbaba de un golpe de Estado. Apenas pueda le pediré a mi padre que se aleje de este gobierno. Y por cierto, ¿cuánto paga por la ropa?"

Gracias a las presiones de don Alberto, desde mayo de 1931 hasta al menos febrero de 1934, fueron frecuentes las críticas emitidas por este cuerpo empresarial, sin encontrar eco alguno, al parecer, en los círculos gubernamentales. Esto no sería extraño porque el Presidente era un buen amigo de los judíos.

Cuando don Alberto se reunió en febrero de 1936 con el Presidente, este mismo reconocería que había comprado en sus tiendas: "En la sastrería de Feingenblatt me han hecho prendas de vestir. La penúltima cuenta (150 colones) la pagó mi chofer el 12 de marzo de este año y la última, por dos pares de pantalones de caki, la pagué (51.15 colones) por cheque del 4 de este mes". Según el Presidente, los artículos eran más cómodos que en otros negocios y además, los buhoneros hacían algo que los europeos consideraban impropio: "Vendían como no vendían tras sus mostradores los tenderos; es decir, llevaban la mercadería a domicilio, y la daban casi siempre, más barata y a largos plazos".

Al mandatario, liberal de cepa pura, no lo convenció don Alberto con argumentos racistas. Jiménez consideraba que Costa Rica, a diferencia de Argentina o de Estados Unidos, necesitaba inmigrantes: "Nuestras condiciones son distintas. Aquí nos sobran tierras, y nos faltan gentes que con su actividad las hagan valer". Y de los judíos solo cosas buenas creía. Para él era una raza que había dado hombres como "Spinoza, el filósofo, a Heine, el incomparable poeta lírico, a Disraëli, el gran Ministro de la era victoriana, a Ballin, el de la hamburguesa, a Nordau el célebre ministro alemán de posguerra, a Einstein, el matemático...."

Don Alberto empezó a echar humo por dentro. “Este desgraciado tacaño y miserable abogadillo de Cartago- se dijo para sí mientras se despedía de abrazo de don Ricardo- lo han comprado los polacos vendiéndole barato”. Aunque el comerciante juró para sí darle una batalla, después de esa reunión cayó enfermo de un ataque cardiaco. Unos días después, moriría sin realizar su sueño. Yadira, su sobrina y heredera política de las batallas de los comerciantes, prometió no defraudarlo: “Tío querido-le dijo sobre el ataúd cuando echaban la primera pala de tierra- los polacos fueron culpables de su muerte y pagarán a fuego lento por ello”.

Esa misma tarde –cuando todavía estaba fresco don Alberto- la adolorida sobrina convocaba a una reunión de comerciantes. “Vamos a presionar al gobierno –les dijo mientras se secaba una lágrima de cocodrilo- para luchar por el sueño de mi tío”. “El quería una Costa Rica cristiana en donde la mercadería se respete y no se venda a pagos, sino al contado, como la pagó nuestro Señor Jesucristo cuando murió por los pecados de todos nosotros”. Don Paco, un español con mucho humor, la regañó: “Pero Yadira, no use ese ejemplo ya que nuestro Señor duró tres días en la cruz y los amigos de don Ricardo van a decir que eso no fue al contado”. “Bueno, bueno, no entremos en pequeñeces y discutamos a lo que venimos”- replicó la furiosa mujer.

La reunión de comerciantes dio como fruto la contratación de dos abogados, Pepino y Lelino Tacio, quienes se encargarían de presionar para que se nombrara una comisión que prohibiera el comercio polaco. A pesar de los esfuerzos, las varias comisiones nombradas por la Cámara para estudiar "el problema”- conjuntamente con oficiales de la Secretaría de Gobernación, recomendaron básicamente el cobro de patentes a los ambulantes, junto con un impuesto especial que compensara a los que tenían que pagar alquiler.

Yadira sabía que ponerse de acuerdo con los "impuestos”- era reconocer oficialmente el comercio buhonero. De ahí que la mujer –en concierto ahora con decenas de importadores- buscaron otros senderos más torcidos. Llevaron sus quejas en dos direcciones: a los periódicos y directamente a las municipalidades. Su primer ataque fue la acusación pública de que los buhoneros "polacos, checos y rusos eran propagandistas de ideas comunistas" junto con sus artículos baratos.

La misma Yadira se las ingeniaría para acusarlos. Haciéndose pasar por una oficinista, le pidió a David que le mostrara a ella y a un amigo (quien era un periodista del antisemita periódico El Diario de Costa Rica) las telas y los vestidos. Mientras el buhonero sacaba sus trapos, la mujer le hacía señas con el ojo al periodista para que se fijara en los colores. "Mire usted”- le dijo al oído, "¡qué montón de tafetán rojo tiene! Seguro es para hacer banderas comunistas". El periodista intrigado le preguntaría: "¿Pero es la bandera comunista roja con flores de ayote?" "Correcto”- le mintió Yadira, "el ayote es símbolo del Partido".

Como la imputación de comunistas no lograría embaucar al público, los comerciantes iniciaron una campaña sobre la ilegalidad de la migración judía. Se adujo en la prensa antisemita que los judíos habían ingresado con promesas falsas ya que habían prometido trabajar en la agricultura y no como comerciantes. "Nos engañaron”- diría a sus amigos de la soda Palace, centro de reunión de los importadores.

-Los polacos dijeron que iban a trabajar la tierra y se vinieron a vender géneros en San José-señaló la mujer.

-Bueno, eso no es buen argumento-le contestó el italiano Alonso Mariconi, dueño del

Almacén Centauro-nosotros vinimos como agricultores también y terminamos en el comercio.

-Sí, pero ustedes hicieron lo posible para sacar a la comunidad agrícola adelante mientras que ellos ni hicieron el intento.

-Yadira, la acusación suya es fácil de rebatir-replicó el europeo.

Según Alonso, los judíos habían entrado bajo una política abierta de inmigración en la que solo debían presentar mil colones como prueba de que no terminarían siendo una carga para el país. Sin embargo, cuando recibieron las cédulas de residencia muchos indicaron como oficio la agricultura, quizás para complacer a los funcionarios de migración. De esto se aprovecharon los comerciantes para cuestionar su ingreso. "Pero el gobierno encontrará muy fácil aludir que el único requisito de entrada había sido la señal de los mil colones y que el Presidente ni siquiera lo había solicitado ya que lo miró innecesario. Como los inmigrantes habían sido reclamados por sus familiares que habían ingresado antes, él ha dicho que se atuvo a los informes y recomendaciones de valedores que merecían su confianza".

De acuerdo con Alonso, el debate sobre las razones de la inmigración era irrelevante: "Tenemos que obligarlos a que paguen patentes. Eso es el meollo del asunto".

Las presiones de Alonso y otros empezaron a tener su impacto. Éstas lograrían convencer a varias municipalidades para que impusieran nuevas tarifas a los ambulantes. En 1931 las municipalidades de La Unión (Tres Ríos), Cartago y Paraíso habían acordado cobrar 75, 50, y 40 colones por trimestre respectivamente. En Heredia se impuso una tarifa de 50 colones y cuando se trató de imponer una de 400 colones en San José, la Secretaría de Gobernación se opondría.

Pero contarían con oposición en San José, lo que demuestra el apoyo de otros sectores a los judíos. Yadira aducía que la política pro semita respondía únicamente a la posición personal del Presidente. Pero Alonso, por el contrario, creía un error atribuir la protección únicamente al Ejecutivo. Según él, una serie de comerciantes viejos y nuevos veían con buenos ojos la revolución "polaca". Esto lo confirmaría Yadira al visitar el Almacén Pague Menos, cuando trató de convencer a don Otto Odio, el propietario, de que colaborara para imprimir un panfleto contra la "plaga polaca" en el comercio.

-Queremos proteger los negocios establecidos que pagan alquiler y patentes en San José de esta competencia desleal- espetó ella.

-Doña Yadira, me la está poniendo usted algo difícil porque tengo algunos de ellos como clientes. Usted sabe que las ventas han estado malas este año. He tenido que facilitarles ropa para que me le vendan en el campo-respondió don Otto.

-¿Pero no se da cuenta de que si usted les presta mercadería nos va a arruinar a todos los comerciantes cristianos? He perdido un montón de clientes que se han ido a comprarle a los polacos. ¿Cómo podré competir si ellos no pagan alquiler, ni empleados?

-Sinceramente, le tengo que responder que no. A mí me sirve que vendan los huesos a los campesinos y no que se me queden pegados aquí en San José. Tal vez usted debiera hacer lo mismo. Estoy seguro de que tiene artículos que no puede vender. ¿Por qué no se los da a un polaco?

-No puedo creer que usted me esté proponiendo algo así. Es una lástima que pertenezca a la Cámara de Comercio y que a la vez nos traicione como Judas.

¿Quiénes somos "nosotros"?-cuestionó el hombre.

-Pues los cristianos costarricenses, don Otto. Pero a usted pareciera que la religión no le importa.

-No sabía que estábamos hablando de religión, señora Döning. Creí que usted hablaba de negocios y de utilidades.

Alonso le contó a su aliada que el encuentro con don Otto insinuaba que la guerra sería dura. “La prensa oficialista –observó Alonso- informa que no todos los comerciantes están de nuestro lado”. Algunas de las familias o individuos de los grupos tradicionalmente identificados con el movimiento "anti polaco" –agregó- mantienen relaciones de cooperación comercial, y hasta de cordialidad con miembros de la comunidad judía”. “Mientras nosotros demandamos la nacionalización una serie de negociadores comercian con los judíos”- dijo ahora con cólera. “Prueba de ello son los padrinazgos en las solicitudes de ingreso en el país. Muchos libaneses, italianos, españoles y hasta alemanes han solicitado permisos de entrada para amigos o familiares de sus vendedores ambulantes. Entre algunos de los nombres están los grandes importadores del país, como Barzuna, Feoli, Yamuni, Saprissa, Carboni, Fíat, Maury, Terán y otros”-comentaba con Yadira.

“¡Manada de traidores!”- espetó la mujer.

Pese a ciertas derrotas, Yadira y los comerciantes continuaron con las críticas al gobierno y estas fueron calando en el ambiente político nacional.

Frente a las repetidas acusaciones en la prensa, por parte de Yadira, del ingreso ilegal de inmigrantes polacos, Ricardo Jiménez ordenó una serie de investigaciones y controles migratorios. Los judíos respondieron con campos pagados en que decían que "han estado al amparo de las leyes del país y trabajaban honradamente, prestando grandes servicios a las clases pobres en el comercio". Pero la presión de los comerciantes hizo que esto no fuera suficiente para parar el ataque. Para 1934, el Ejecutivo ordenaría una nueva revisión de los papeles de "todos los polacos residentes en Costa Rica". Al parecer, ésta no se hizo en su totalidad ya que el gobierno insistiría en que no había habido una fuerte inmigración, sino "solo el reingreso de varias personas ya residentes". “No obstante- le dijo Yadira a sus compinches cuando se enteró de las acciones oficiales- estamos progresando”.

La mujer se enrojecía de la cólera cuando el periódico oficial señalaba que “era claro que los opositores a sus labores eran los comerciantes que resentían la competencia”. La gente del pueblo, agregaba este artículo, “con pocas excepciones acuerpa a los buhoneros porque se identificaba con ellos y porque agradece sus servicios”. Yadira se daría cuenta que la prensa no mentía cuando se enfrentara con su amiga Gloria.

-Doña Yadira, vengo a pedirte un favor-le dijo la mujer, en medio de la tienda.

-Lo que sea, ¿en qué puedo ayudarte? –dijo la comerciante haciendo cara de santa.

-Desearía que dejés de hacer campaña contra los polacos. Creo que no sabés la difícil situación de ellos y las penurias por las que tienen que pasar. Conozco a varios y te puedo asegurar que no son comunistas, como dice la prensa.

-Seguro que te mandaron a pedir por ellos. ¿Te rebajaron algún vestido?

-No seás tan ingrata. Creí que éramos amigas y no que me vendrías a salir con una cochinada de este tipo. Si vengo a pedirte por ellos es porque conozco que son gente honrada y que no le hacen daño a nadie.

-Pues le hacen mal a Costa Rica y los costarricenses debemos defendernos de ellos y no entregarles nuestro comercio.

-¿Pero quién te ha dicho que el comercio está en manos de los costarricenses? Tu marido no es tico y la mayoría de los comerciantes son españoles, italianos, alemanes o libaneses.

-Pues vos tampoco sos la bandera nacional. ¿No es que te vas a casar con un norteamericano?

-No gracias a vos, que nunca me diste ni un cinco de crédito y que me cobrabas cuatro veces lo que valía cada chuica.

La mujer salió de la tienda, ofuscada. No sabía qué pensar ni de Yadira, su antigua amiga, ni de las cosas que estaba viendo ocurrir en su país.