XVIII
En las elecciones de 1940 apareció una nueva figura en la política costarricense: Rafael Ángel Calderón Guardia, un médico de la oligarquía costarricense. Había obtenido el apoyo de la administración de León Cortés (1936-1940), de los grandes cafetaleros y de la Iglesia. Cortés lo impulsó con el fin de evitar otra candidatura de Ricardo Jiménez; la Iglesia para obtener el monopolio como la religión oficial y los cafetaleros, para preservar su dominio. Estas tres fuerzas estuvieron tan fuertemente unidas que únicamente se les opusieron el Partido Comunista y una pequeña alianza regional en la provincia de Guanacaste. Calderón obtendría una abrumadora mayoría del 86% de los votos. Costa Rica parecía continuar con sus gobiernos elitistas.
En mayo de 1940, León Cortés llamó a su amigo Max para que no faltara a la fiesta de inauguración del nuevo Presidente. Aunque se podía hablar de un continuismo político, "nunca se sabe con qué va a salir una nueva administración”- le había dicho. El ex mandatario tenía preocupación de que el país variara su política de absoluta neutralidad con respecto a la guerra europea. Cortés había sido - según sus propias palabras- "neutral" durante la Guerra Civil Española "a pesar de las presiones".
En 1936 se había fundado el Centro Pro República Española y en 1937, la Sociedad Falange Española Tradicionalista, las que hacían campaña cada una para su bando. Miles de personas se lanzaron a la calle para protestar por la neutralidad de Costa Rica: unos a favor de la República y muchos más por Franco. Sin embargo, a diferencia de otras naciones en la región, Costa Rica no rompió con la República Española hasta abril de 1939, una vez que esta última había sido derrotada.
El ex presidente esperaba que Calderón se mantuviera firme ante las presiones norteamericanas, en caso de entrar en guerra y no apoyara a ningún sector en pugna. Después de todo "no podemos”- le diría a Max, "perder el mercado alemán para nuestro café; sería la ruina". El diplomático añadió que Costa Rica tenía grandes comunidades alemanas, italianas y españolas que apoyaban a Hitler y que "sería una locura contrariarlas". El alemán prometió asistir al evento con algunos miembros del Partido Nazi con el fin de "mostrar presencia". En vista de que no podía pedirle a Susanita que lo acompañara, se lo solicitó a Yadira. Carlos había desaparecido del Club y no iba a ningún lado con ella, así que no anticipó problemas.
Yadira corrió a comprarse un vestido para el elegante baile en el Club Unión, centro social de la oligarquía. Estaba tan furiosa con su marido, que optó por ir a buscarlo donde la competencia. La única tienda que traía ropa adecuada, aparte de La Verónica era La Dama Fina, propiedad de Máncer Vignon, un francés radicado en el país. Para sorpresa de su dueño, la esposa de su competidor venía a comprarle.
"Seguro viene a comparar precios”- le susurró Vignon a su asistente, José Carraspero, que no era otro que Susanita. El francés prefirió que José la atendiera, con el fin de "no dar información que pueda usar en contra mía". El vendedor no estaba nada entusiasmado con el arreglo. Su jefe no sospechaba que él tenía aún más secretos.
-Buenos días, ¿me puede atender joven?- preguntó con un dejo de amabilidad Yadira.
- Señora, ¿en qué puedo servirle?
-Necesito el mejor vestido que tenga para ir al baile del Presidente en el Club Unión.
Debo verme divina y además, quiero que sea alemán. ¿Tiene un vestido de ahí?- indagó mientras se fijaba en las perchas.
-Claro que sí, señora. Tenemos varios que nos han llegado de Panamá de la casa de modas Stern de Berlín- le indicó el vendedor mientras le señalaba el lugar de la nueva colección.
-No será de judíos, espero- preguntó, ahora preocupada, Yadira.
-Pues no sé, porque es difícil saber la religión de un traje- respondió con sorna Susanita.
-¡No sea insolente! El vestido no tiene religión pero sí quien lo vende. Además, este precio ningún cristiano lo cobraría. De todas maneras... deme estos dos para probármelos.
El negro con perlas blancas me parece exquisito- expresó de mala gana y se dirigió hacia los vestidores.
Mientras Yadira tanteaba los vestidos, el dependiente no podía ocultar lo mucho que le disturbaba. Sabía, por parte de Max, que tenían "sus cosas" y se la pasaban maquinando contra medio Costa Rica. Su amiga La Polvera, su hechicera y confidente, había leído en un té que tendría una contendiente diabólica. Pero mientras la infidelidad de su amante se canalizara hacia el sexo femenino, Susanita no se complicaba. Su sufrimiento hubiera sido tener a un varón de rival. "Esa tonta no es competencia”- pensó. "No debe hacer otra cosa que abrir las piernas".
-¿Cómo le quedó, señora?- le preguntó del otro lado de la puerta.
-Me gusta el negro, pero el azul con rojo se ve más adecuado para la ocasión. Es el color del Partido Republicano. Me gustaría combinarlo con un sombrero de color blanco. Esta noche quiero que mi Comité en Pro de la Nacionalización del Comercio esté bien representado- contestó Yadira desde dentro del vestidor.
-Con su presencia lo hará brillar- fue la fingida alabanza de Susanita.
-¿Lo cree usted? ¡Qué amable!- contestó Yadira sin creerle.
-Gracias. ¿Y se puede saber qué celebra su comité?- quiso indagar el vendedor.
-El triunfo del Doctor y la derrota de Ricardo Jiménez. El viejo cacreco, sabiendo que no podría contra Calderón, no se atrevió a competir y con eso nos salvamos todos. Como usted sabe, estamos enfrascados en una guerra mundial y en una particular contra los judíos y sus clientes, como don Ricardo. Espero que los negocios como el suyo nos ayuden en la campaña para nacionalizar el comercio- respondió Yadira mientras salía, con el vestido en la mano.
Susanita se ofuscó. "Esta arpía está en complot con Max hasta la coronilla”- pensó para sí, "y ambos esperan que el nuevo gobierno siga la persecución". La mujer no pudo dejar de pensar: "Este muchacho es raro. No parece varón. Debe ser, ¿cómo los llaman ahora?... homosexual".
Max y su acompañante llamaron la atención en el baile. Según Yadira, la gente admiraba su vestido y a su pareja. "Más de una se muere por estar en los brazos del cónsul alemán”- pensó. El caballero de los ojos azules y el bigote negro, por su parte, pensaba que el asistente de don Alberto Echandi, Secretario de Relaciones Exteriores, estaba "para comérselo". Había venido acompañado de Paquita Elizondo y Yadira lo llevó a conocerlo. "Debe pertenecer a nuestro club”- murmuró en voz baja para sí. Sin embargo, su acompañante pudo oírlo: "¿Me decís que Pepe es nazi?"- le preguntó antes de estar frente a la pareja. "No, mujer, estaba pensando en otro club"- respondió Max de mala gana. Los presentaron formalmente y las damas se fueron al tocador y a saludar a varios ministros; Max se aprovechó y se dirigió hacia el asistente.
-Caballero, déjeme darle mis más calurosas felicitaciones por su victoria electoral y nombramiento como asistente de don Alberto- le estrechó la mano y lo miró a los ojos.
-Muchas gracias, ¿nos han presentado?- contestó el sorprendido funcionario tico.
-No en esta vida, lo recordaría. Soy Max Gerffin, de la Legación Alemana- dijo, mientras le estrechaba convenientemente la mano.
-Encantado. Soy José Flores, de la Secretaría de Relaciones Exteriores. ¿Le gusta nuestro país?
-Me encanta, creo que tiene muchas bellezas naturales y además, gente muy hermosa- le indicó con una maliciosa sonrisa.
-Ustedes los alemanes no se quedan atrás. Estuve hace poco en Berlín y conocí la vida nocturna. Me atendieron muy bien y me llevaron a todo tipo de lugares que usted no se imagina- sería la respuesta del diplomático.
-Lo imagino, lo imagino. Siéntese aquí conmigo para tomarnos un trago y le cuento en dónde lo ubico en Berlín- le expresó el alemán al oído y lo condujo del brazo hacia el sillón.
Mientras Max hacía su levante, Paquita se había ido a saludar a unos amigos y Yadira había quedado sola en la fiesta. Buscó inmediatamente a su amiga Elizabeth. La mujer era nada menos que la esposa del Vicepresidente de la República, quien la llevaría con el flamante Primer Mandatario y su señora, Ivonne de Calderón, de nacionalidad belga.
-Señor Presidente, mis felicitaciones por su gran triunfo en las elecciones políticas y en las del amor, ya que su mujer es toda una primera dama- dijo Yadira mientras lo saludaba con una sonrisa.
-Gracias Yadira, es para mí un honor tenerla aquí en esta fiesta. ¿Está su padre con usted?- preguntó el Presidente.
-No, vine con Max Gerffin de la Legación Alemana, que desapareció entre tanta gente. Por cierto, ¿qué planes tiene su gobierno en esta nueva guerra?- indagó con curiosidad.
-Neutralidad absoluta. Ésa no es nuestra y nos mantendremos a la distancia- respondió con seguridad el nuevo mandatario.
-Sin embargo, señor Presidente, esperamos su apoyo para que el país no se llene de gente que hace problemas en todo lado y que nos ha llevado a este conflicto mundial. En esto el comercio nacional está de nuestro lado porque esos individuos han venido a quitárnoslo- agregó la mujer mientras estudiaba la reacción del político.
-No se preocupe Yadira, mi administración respetará la ley, tanto en lo doméstico como en lo internacional. Pondremos en su lugar a estos seres indeseables, que usted menciona, ¿verdad Ivonne?- dijo volviéndose a su esposa.
-Como Primera Dama no debo meterme en política. Pero, ¿me podría decir quiénes son los indeseables?- preguntó con malicia y recelo.
-No vale la pena ni mencionar su nombre para no echar a perder tan linda fiesta, doña
Ivonne- respondió la costarricense con ligera altanería.
-Es que, como belga, no estoy segura de quiénes son- terminó la fría conversación la esposa del presidente.
Yadira prefirió retirarse y dejar la discusión. Hubiera querido que Max la hubiera oído. El Presidente era un aliado, sin lugar a dudas, "pero no esa venenosa Primera Dama extranjera”- se dijo para sí. Buscó a su acompañante por todo lado hasta que lo encontró en gran conversación con el ayudante del Secretario de Relaciones Exteriores. "Max no sabe a veces con quién hablar”- pensó. "¿Qué importancia tiene un pinche asistente cuando debería invertir su tiempo en el Presidente y sus ministros?"
La administración de Calderón Guardia cumpliría con la promesa hecha a Yadira. En primer lugar, preservó la prohibición de la entrada de judíos al país. En su mensaje de toma de posesión, Calderón los atacó veladamente e insinuó su apoyo a la ley de nacionalización del comercio:
El comercio debe ser una empresa de personas arraigadas en el país para evitar concurrencia desleal. No debe, en consecuencia, consentirse el ingreso de extranjeros cuyos fines no sean laborar la tierra, mejorar con industrias o enseñar las artes y las ciencias.
El 28 de mayo de 1940, Francisco Calderón Guardia, hermano del Mandatario y Secretario de Estado, le informó al Ministerio de Relaciones Exteriores que "toda petición de ingreso de nacionales de cualquier país europeo, sin ocupación fija y sin fundamento determinado, ha quedado suspendida". La política de restricciones del nuevo gobierno incluyó negros y chinos. El 27 de agosto de 1940, el Cónsul de Costa Rica en Jamaica informó de que se presentó Linda Keer Clarke a solicitar una visa para Costa Rica y se le "hizo presente la prohibición legal para personas de su raza" por lo que se le rechazó su aplicación a pesar de haber vivido 20 años en Costa Rica. El 20 de junio Francisco Calderón rechazó solicitud de Amasa A. Powel de "raza negra" en Puerto Armuelles. El mismo Calderón, el 24 de septiembre, envió una nota a Enrique Pucci, Cónsul de Costa Rica en Colón, Panamá, en que le recordaba:
...el exacto cumplimiento de la circular del 13 de marzo de 1940, publicada en la Gaceta del 29 de octubre de ese año que dice que la prohibición a que se refiere la ley de 22 de mayo de 1897 comprende no solo a los chinos de nacionalidad, sino que a los de raza también, de modo que aunque nacionalizados en cualquiera de nuestras repúblicas de América, dejan ver en su apariencia solo, que son orientales de origen.
Más adelante, Calderón, irónicamente, acusaría al ex presidente Cortés de haber permitido "...la mayor invasión polaca a Costa Rica... 30% de estos elementos ingresó en forma irregular" e inició inmediatamente un estudio del "problema judío". Con esta acusación, y respondiendo a una interpelación de parte de 120 "comerciantes nacionales" que incluía a Yadira de Döning, el nuevo gobierno, bajo el liderazgo parlamentario del diputado Ricardo Toledo, procedió a establecer una Comisión Investigadora, que desató la peor campaña antisemita en la historia de Costa Rica. El razonamiento por establecer dicha Comisión encontró clara expresión -en términos bastante crudos- en el periódico oficialista, La Tribuna:
Todos los países, menos el nuestro, defienden su comercio... (de la competencia) de gentes trashumantes, sin arraigo en nuestra sociedad, que van por el mundo sin más norte que el de buscar la riqueza allí donde se encuentre, sin importarles un pito ni la nación, ni sus instituciones, ni el pueblo del que viven y del que se ausentan en cualquier momento para ir a plantar su tienda en la latitud en que encuentran más propicia la realización de su sueño de hacer dinero, dinero y más dinero.
Al mismo tiempo, en una caricatura en el mismo periódico se quejaban de que "al pobre comercio no le ayudan ni quitándole la plaga polaca". Una carta publicada por el mismo periódico tenía como título: "Sinagogas de Satanás en Costa Rica". El gobierno anunció que "todos los polacos mayores de 16 años que no se hubiesen presentado ante la mencionada Comisión Investigadora, serían declarados en rebeldía".
La posición de Calderón le ganó el apoyo especialmente de El Diario de Costa Rica, de Otilio Ulate, que publicaba todo artículo antijudío que se le enviara. La edición del 16 de junio de 1940 salió a la calle con grandes titulares con información tendenciosa de la Comisión, como "la mayoría de los polacos que están en el país no poseen sus pasaportes"; y el 7 de julio de ese año una que decía "algunos polacos se declararon en rebeldía contra el llamado de la Comisión Investigadora del Congreso. El 21 de agosto, Calderón recibió apoyo también de grupos fascistas como la Unión Patriótica Costarricense que ante ataques de los judíos contra su política, increpó a sus representantes con toda clase de epítetos y fuertes acusaciones personales. Por último, la Legación Alemana mostró su complacencia en artículo publicado en su boletín informativo, acaso escrito por Yadira, en que pedía la expulsión de estos "garrapatos (sic) del país".
Max Gerffin estaba satisfecho a medias. La nueva administración parecía aún más firme que la anterior en la campaña contra los judíos. Había averiguado "por el correo de las brujas” -que esta vez tenía nombre, Pepe Flores-, que el presidente de la Comisión, José María Llobet, estaba dispuesto a ordenar la expulsión de los judíos de Costa Rica.
El alemán estaba bien informado. En marzo de 1941 el Congreso de Costa Rica acordó imponerle a la comunidad judía, como condición para quedarse, "no trabajar en el comercio, ni en la agricultura, sino dedicarse a industrias nuevas no establecidas en el país y la expulsión de todos los poloneses un año después de concluida la guerra europea". Asimismo la Comisión negó la estadía a varios miles de judíos alemanes y austriacos que estaban de tránsito y habían adquirido una hacienda llamada Tenorio. Al oponerse a esta solicitud, los señores de la Comisión acusaron a los solicitantes de "deshonestidad" y pronosticaron su pronta dedicación al comercio.
Esta decisión tendría un grave efecto en los Sikora. Una de las personas que habían llegado al país para buscar refugio, gracias al dinero que le envió Anita, era nada menos que la prima Fanny. La mujer había logrado obtener una visa temporal para Costa Rica bajo el compromiso de dedicarse a labores de agricultura en la hacienda. Sin embargo, ella -junto con los demás- serían devueltos por el gobierno tico a Europa para terminar en las cámaras de gas.
La campaña antisemita de 1940 estuvo vinculada con el auge del nazismo en Costa Rica. La Legación norteamericana notó el avance de sus planes desde que Francia fue derrotada por Alemania.
La derrota de Francia ha venido, de una manera considerable, debilitando nuestra posición en este país. Un número de costarricenses que eran hasta la fecha proaliados, han ido cambiando de posición y apoyan ahora a Alemania, no porque consideren que esté en lo correcto, sino porque admiran a una nación capaz de lograr tantos triunfos. El latino promedio quiere estar del lado del triunfador y el sentimiento que impera aquí es que Alemania ganará la guerra.
Hablé hoy (Vicecónsul Zweig) con cinco franceses nacidos en Costa Rica quienes estuvieron de acuerdo con el hecho de que existe peligro de que la serie de victorias en Europa causaría que la colonia alemana y sus simpatizantes creen disturbios en San José.
En lo que se refiere a los costarricenses simpatizantes de la causa nazi, hablé hoy (Ministro Hornibrook) con un hombre que me dijo que no confiaba en su hermano, con quien trabaja en un negocio en común, ya que tiene inclinaciones nazis. Me dijo que su hermano manda a sus hijos a la escuela alemana y lo han llevado a creer que una victoria nazi y el control de Alemania de Costa Rica, serían beneficiosos.
Pero el representante del Reich no se contentaba con una simple expulsión de los judíos. Sentía que aunque Calderón prometía más legislación antisemita que Cortés, su política exterior era menos pro alemana. Además, había un hecho que le preocupaba más que cualquiera: la política de Costa Rica hacia las embarcaciones de su país. Si el gobierno de Calderón hacía firme la promesa de incautar los barcos alemanes, el alemán veía amenazada la política exterior de su país y peor aún, la suya personal.
Desde 1939, unos barcos alemanes estaban detenidos en el Puerto del Pacífico, precisamente cuando se dio el período de transición de la administración de Cortés a la de Calderón. Los cargamentos no habían sido autorizados para ingresar en el país y a los buques se les impidió salir del puerto. Algunos comerciantes alemanes trataban de ver cómo despachar la mercancía pero el proceso era lento y burocrático. La misma Yadira había notado que su aliado estaba obsesionado con esos buques y había perdido de vista "las victorias que habían cosechado".
Max empezó a distanciarse del nuevo gobierno y a manifestarle a su aliada que debían tomar "medidas drásticas". Ella había conseguido lo que quería: la expulsión de los judíos. Eso no era nada inconsecuente ya que ninguna otra nación latinoamericana había tomado una medida tan draconiana. La mujer estaba feliz con el nuevo Presidente que "se había atrevido a hacer en pocos meses lo que Cortés no hizo en cuatro años". Cuando el diplomático germano vino con sus quejas, se mostró desanimada: "¿Cómo es que estás en contra del Doctor si tanto me ha ayudado contra los polacos?" "Porque una cosa son tus intereses comerciales y otros los internacionales"-le contestó él. "Si Calderón sigue con su coqueteo con los gringos e ingleses, tiene que caer, tiene que caer".
La directora del Comité se sentía perturbada. El nazi, del que se había enamorado "como una loca”- había hecho amistad con el tal Pepe, de la Secretaría de Relaciones Exteriores y no se fijaba en ella. Cuando se quejaba de que no se veían, él le decía que tenía que salir con el muchacho que le "daba la información del gobierno" y que era una "pieza estratégica". Sin embargo, la mujer no estaba tan convencida de que la "estrategia" fuera solo política.
Pero aquello no tenía nombre para ella. "¿Qué podía haber entre dos hombres viriles?”- pensaba. No lo imaginaba. Una vez le preguntó qué era lo que tanto sabía Pepe. "Mucho. Ayer me contó que Calderón ha tomado la decisión de apoyar a los Estados Unidos en la Conferencia de La Habana y que nos van a quitar los barcos en Puntarenas. Él me ayudará a que este gobierno caiga como un mango maduro y Cortés asuma el poder". "¿Pero qué pasará con los polacos?"- preguntaba incómoda. "De ésos nos encargamos los nazis. Prefiero tener que matarlos que permitir una alianza de Calderón con los malditos gringos" "¿Pero Max, cómo vas a matar a más de mil personas?"- interrogó la mujer. "Unas cuantas bombas en la sinagoga terminarán con la mayoría. Los demás saldrán huyendo para Panamá"-fue su respuesta.
La señora Döning no quedó satisfecha. "Una cosa es echar a los polacos al mar y otra volarlos en pedazos"- pensó para sí. "¿Para qué sacrificar lo logrado por una guerra que al país en nada beneficiaba?" Sin embargo, su curiosidad se dirigía en otra dirección. "La única forma de averiguar si Pepe era un espía o "algo más" era ir donde José, el dependiente de la tienda de modas”- se dijo. "Ese tipo es raro y algo debe saber". Con la excusa de que su traje necesitaba un ajuste, volvió a La Dama Fina.
Encontró a José ocupado en acomodar cajas en los altos estantes de la tienda, pero de inmediato fue al grano.
-José, tengo algo que preguntarle y no quiero me lo tome a mal- le dijo mientras lo miraba a los ojos.
-¿Qué será señora?- ¿en qué puedo ayudarla?- preguntó el asombrado dependiente. -Usted es un varón internacional, educado y fino. Figúrese que tengo un "primo" que dicen por ahí que a veces va a los bares del Paso de la Vaca. También me han dicho que usted asiste. No quiero causarle problemas, ni provocar un mal. Sin embargo, tengo que saber si ha visto a mi "primo" porque sospecho una relación prohibida con un muchacho de la Cancillería- le dijo la mujer con angustia.
-¿Quién es su "primo”- Yadira?- preguntó José, que para entonces estaba frío como el hielo.
-Si le digo, me jura que no lo repetirá. ¿Lo jura por lo más sagrado?- insistió ella.
-Lo juro... si usted me promete que lo mío tampoco.
-Prometido. Se llama Max Gerffin- confesó Yadira.
Susanita quedó paralizado, incapaz de fingir. "¡Oh grandísimo hijo de las mil putas!"- gritó. ¡Max lo había traicionado con otro hombre! El muchacho sintió que quería ir a cortarse las venas y si no tuviera la mirada suplicante de Yadira, se hubiera bañado de sangre sobre los trajes de Berlín, de París y de Nueva York.
¡Se las pagaría, pensó enloquecido, se las pagaría! "¡Sí, sí, lo he visto en los bares!" -contestó cegado de la rabia. Mientras la compradora salía despavorida del local, el vendedor se echó a llorar. Una vez que recuperó las fuerzas, pidió permiso en el trabajo y se fue directo al departamento de Max para confrontarlo.
No estaba ahí. Susanita, de la cólera, optó por buscar evidencia de la nueva relación y hurgó, como todo amante despechado, en las cosas de su pareja. Para su sorpresa, encontró en el armario, envuelto en una bandera nazi, nada menos que parte de la colección de fotografías. Contaba con cientos de hombres desnudos con los que "Max derrochó semen como otros lo hacen con el vino"- pensó. Sin embargo, lo que le llamaría la atención serían las fotos "locales". Susanita reconoció a muchos políticos de la alta sociedad en poses que harían caer las murallas de Jericó.
"¡¿Pero qué es este desastre?!"- se dijo para sí. Entre las fotos, estaban unas recientes del famoso Pepe. "Tiene unas nalgas más fofas que un tamal para Navidad”- pensó. El homosexual echó en el bolso las fotos principales de los hombres ticos que conocía, inclusive la de Pepe con todos los orificios llenos y unos documentos comprometedores, pero que le llamaron la atención por los títulos: "Pepe Flores me informa que Ivonne tiene a toda su familia en Bélgica”- "El Canal de Panamá" y otro que decía "Plan para derrocar a Calderón por el Partido Nazi". "El hurto no lo notará, se dijo, porque ese degenerado tiene miles de fotos y papeles como para llenar un estadio".
Mientras Susanita se robaba las fotos y los documentos de Max, la señora de Döning corría, atontada, por la Avenida Central, hasta llegar a su almacén. "¡Me las pagará, me las pagará!"-gritaba.