XXI
Una alma engañada es una morrocotuda enemiga. Cuando averiguamos que nuestro amado se cita, a escondidas y repite promesas que fueron más que nuestras, somos capaces de sinrazones. Nuestro ego es un duende pequeñito, dictador intolerante que no admite competencia. Yadira se sentía destrozada hasta los huesos. Esa noche soñó con Max, que se veía más hermoso que nunca y lucía un vestido entero nuevo. La amante, que no creía ni en Freud ni el psicoanálisis, se percató de que el traje representaba a su rival. Mientras su cabeza parecía estallar, tomó una decisión: "¡Ese infeliz no me tratará como a un chuica viejo!"
A la mañana siguiente, tenía lista la revancha. Llamó a su padre y le pidió un pequeño favor: -Papá, ¿puede usted conseguirme una cita con William Hornibrook, el Ministro de la Legación Norteamericana?
-Sí, puedo. Pero, ¿decidiste pasarte de bando?- se burló él- Solo vas a la Legación Alemana y ahora, ¿qué diablos vas a hacer dónde los gringos?
-En la guerra y el amor, contestó, todo es permitido. Además, no fui quien se pasó de bando.
Aunque don José trataría de sonsacarle las razones, su hija se mantuvo incólume: "Hablaré de la guerra, ¿de qué otra cosa?" Sabía que los norteamericanos, ante el saboteo de algunas firmas alemanas a El Diario de Costa Rica, habían decidido financiarlo, porque el periódico era antisemita pero también pro norteamericano, una de esas contradicciones en los países tropicales. Si los estadounidenses podían negociar con los antisemitas, ¿por qué no ella?
Si para su padre la cita sonaba extraña, más lo sería para el diplomático. Hornibrook estaba enterado de que la mujer era simpatizante del Partido Nazi de Costa Rica e instigadora principal de la campaña anti judía. Conocía, además, su relación especial con Max Gerffin, quien figuraba como potencial enemigo de su país. Dos días después, Yadira entraba en la Legación Norteamericana.
-Señor Ministro, gracias por recibirme. Sé que usted es un hombre muy ocupado. Trataré de no quitarle mucho tiempo-dijo la visitante mientras aceptaba sentarse.
-Es un placer que me haya venido a visitar. ¿En qué puedo ayudarle?- le preguntó el diplomático que volvió a su silla.
-Mire don William, estoy muy preocupada. Usted sabe que he trabajado para que se respeten las leyes en Costa Rica y que no se permita la entrada libre a cualquiera. Sin embargo, soy, ante todo, tica. Tengo temor de que nuestro gobierno no sea lo suficientemente firme para resistir las presiones de potencias extranjeras. Usted sabe que el Ministro Alemán, Otto Reinebeck, está en Guatemala, y su representante en el país es Max Gerffin, que también ayuda y labora para el gobierno en asuntos de infraestructura. Aunque he compartido con él, tengo informes de que un tal Pepe Flores le da información sobre secretos de Estado- dijo Yadira mientras hizo una pausa.
-¿Qué evidencia tiene?- preguntó el diplomático, tumbándose, sorprendido, en su sillón de cuero.
-Estoy enterada que Alemania conoce la posición oficial que llevará Costa Rica a la Conferencia de La Habana, la cual usted apoya y que el Ministro Reinebeck está preparando un golpe de estado para terminar con un gobierno que él dice "es un títere" de los Estados Unidos. Si esto no fuera verdad, ¿cómo sabría que en La Habana se piensa impulsar un tratado interamericano contra el nazismo y el principio de no aceptar la transferencia de colonias de países invadidos por Alemania?- preguntó la mujer con una enigmática sonrisa.
Hornibrook se quedó de una pieza. La información era, hasta la fecha, secreta. Pepe conocía la estrategia de La Habana pero no los detalles específicos del acuerdo que se iría a presentar. Él había venido trabajando sepulcralmente con el gobierno de Calderón para que éste se sumara a un frente antifascista. Washington sentía que la posición de neutralidad estadounidense era insostenible. Si por alguna razón, se entraba en la gesta militar europea, el Canal de Panamá, y por consiguiente, Costa Rica, eran de importancia estratégica. Un gobierno tico neutral o simpatizante de los alemanes sería inaceptable. Para ello, el Ministro había establecido varios contratos de mutua ayuda, promovido las conversaciones para arreglar la disputa de límites entre Panamá y Costa Rica, aumentado las cuotas de café en el mercado norteamericano y realizado promesas de ayuda militar. Sin embargo, ahora venían a decirle algo que él sospechaba: los alemanes estaban tramando, por medio de un golpe de Estado, sabotear los planes de una Costa Rica pro aliada.
Hornibrook buscaba, a toda costa, controlar la situación que estaba sucediendo en su despacho.
-Doña Yadira, lo que usted me dice es muy grave. Si es cierto que se planea un golpe de Estado y que existen espías alemanes en el gobierno de Costa Rica, necesitamos comprobarlo. Sin embargo, usted, permita mi atrevimiento, ha estado muy cerca de la política de Alemania y ahora pareciera que no lo está. ¿Cómo puedo confiar?- haría la pregunta clave mientras observaba las manos de la mujer que se mantenían apretadas y firmes.
-Vea don William, le voy a ser muy cristalina. El gobierno de Calderón ha aprobado la expulsión de los judíos. En eso, le soy franca, busqué apoyo de Max y de la Legación Alemana. Sin embargo, ahora quieren más. Resulta que quieren tumbar a Calderón por asuntos internacionales que no me competen. Si tengo que ser consecuente con mis creencias, ¿para qué voy a apoyar un golpe en contra del Doctor que nos ha dado una solución del "problema" judío? Los quiero afuera y punto. Sin embargo, ustedes han tomado decisiones contradictorias también. Sé que han decidido financiar a El Diario de Costa Rica porque aunque don Otilio apoya la expulsión de los judíos, es un aliado de Inglaterra. ¿No es esto tan paradójico como lo mío? Siempre defendemos nuestros intereses primero, ¿no es así?- añadió Yadira mientras observaba la foto del Presidente Roosevelt.
-¿Y cómo podríamos entendernos? Usted sabe que necesito pruebas- insistió el Ministro. -"Digamos" que se las consigo. Y "digamos" que usted se convence de que hay un espía en el gobierno. Y "digamos" que usted se entera de que este espía trama un golpe. Y "digamos" que su país decide que él debe desaparecer- increpó la mujer con un tono de burla.
-"Digamos”- doña Yadira, que para que este funcionario desaparezca, usted me da pruebas contundentes- replicó Hornibrook repitiendo el acento en la repetida palabra. -Me gusta tratar con usted, don William. Espere usted que el Ministro alemán para Centroamérica dé muestras de que tiene información sobre sus planes "secretos" para la Conferencia de la Habana. Yo, por mi parte, me sentaré a esperar un imprevisto, un ligero descuido y ¡pum!, un tiro accidental que no se sabe de dónde salió- dijo la costarricense antes de levantarse y buscar la salida de la oficina.
Al salir la señora Sánchez de Döning, Hornibrook se secó el sudor de la frente. Llamó inmediatamente a su Vicecónsul, Zweig y le dio instrucciones urgentes: "Averigüe todo sobre Max Gerffin y Yadira de Döning". El ministro estaba preocupado porque Pepe, su agente secreto, pasaba información confidencial a los alemanes para hacerlos creer que tenían acceso a los planes de Washington. Sin embargo, lo que la mujer le había revelado no podía haber provenido de Pepe porque era en verdad de máxima seguridad. "Alguien más - pensó- estaba obteniendo información clave en el gobierno tico". De inmediato, le envió un largo cable al Secretario de Estado de su país:
La propaganda alemana aquí ha sido efectiva y ha echado raíces. Los americanos, en este momento, tienen cierto favoritismo, pero el temperamento oscilante del latino puede cambiarlo en un día. Los alemanes han diseminado el mensaje, con éxito, de que Hitler ganará de seguro, y esto ha debilitado nuestra posición diplomática... Tengo el sentimiento desagradable de que algo siniestro se mueve en América Latina, una brisa, un viento, una vuelta a la visión antiimperialista que tuvieron estos países durante el período republicano. Estoy convencido de que esto se debe a la creencia en muchos sectores de que Alemania podría ganar, y que ésta es el único mercado para el café costarricense y, desafortunadamente que los Estados Unidos no están suficientemente preparados para defender el Hemisferio Occidental contra la agresión externa... la posibilidad del derrocamiento del actual gobierno por parte de León Cortés y de sus seguidores alemanes es algo que, en mi opinión, debe mantenerse en la mente del Departamento.
La corroboración de las palabras de Yadira no tardó. El 27 de junio de 1940, Otto Reinebeck, Enviado Extraordinario y Ministro del Reich en Costa Rica, desde su sede en Guatemala, envió una fortísima carta al gobierno de Costa Rica en que lo acusaba de permitir propaganda antialemana. Reinebeck había recibido una carta contra Hitler de un ciudadano costarricense en calidad personal, y sin contemplar ninguna regla diplomática, amenazó al gobierno:
No quisiera dejar de poner en conocimiento de V.E. el escrito adjunto, firmado por José Rafael Morera, que me fue dirigido desde San José de Costa Rica. Si bien su contenido está muy lejos de poder afectarme, sin embargo rinde una triste prueba adicional por el embrutecimiento moral que ha venido a ser corriente, debido a una instigación inescrupulosa contra Alemania, desgraciadamente tolerada por las autoridades estatuales (sic) de esa República.
El diplomático alemán envió una circular el 1 de julio de 1940 a todos los gobiernos de Centroamérica en que les expresaba su punto de vista en contra de posibles mociones desfavorables a Alemania en la Conferencia de La Habana. Admitía conocer y deploraba una posible incautación de barcos de su país estacionados en puertos americanos:
No quisiera dejar de llamar ya ahora la atención de V.E. sobre el hecho que el gobierno del Reich, en caso dado, se vería precisado a considerar la utilización de barcos alemanes, actualmente en puertos americanos, por un estado americano, y sin el consentimiento de Alemania, como una actitud contraria a la neutralidad e incompatible con las relaciones amistosas entre Alemania y las naciones americanas.
Finalmente, el Ministro alemán advirtió, el 1 de julio, que no se debería apoyar medida alguna contraria a los intereses de su país:
Además de esto, estoy encargado de expresar en general la firme esperanza del gobierno del Reich que los trabajos de la Conferencia mencionada, de acuerdo con sus finalidades, se lleven a cabo dentro de una política bien entendida, y que en ella no se tomen resoluciones que directa o indirectamente se dirigieran contra Alemania.
Hornibrook tenía "su evidencia" de que Alemania conocía los acuerdos de antemano y estaba dispuesta a hacer todo lo posible contra Calderón. Alarmado por las presiones alemanas y el conocimiento de que la información se filtraba, llamó al Presidente ese mismo día a la Legación, "para preservar la total confidencialidad". El mandatario no tardaría en llegar. Entraría apesadumbrado y seguro de que algo malo se fraguaba.
-Señor William, gracias por recibirme- señaló un mandatario angustiado por la cita. -Bienvenido don Rafael Ángel, ésta es su casa. Permítame explicarle la razón de mi invitación. Como usted sabe, he estado negociando con don Alberto Echandi, su canciller, detalles sobre la conferencia a realizarse próximamente en La Habana, en que discutiremos asuntos vitales de la seguridad hemisférica. Entre éstos, que con el fin de salvaguardar nuestra neutralidad, no debemos aceptar que Alemania "tome control" de las colonias holandesas y francesas en la región. Habíamos acordado incautar las naves alemanas que, al iniciarse el conflicto bélico, se encontraban en puertos americanos. Sin embargo, muchos de los temas por discutir eran solo conocidos por nuestros gobiernos y se mantuvieron en total secreto. Ahora resulta que el Ministro alemán en Guatemala no solamente los conoce sino que amenaza con represalias. En vista de esta ruptura de la confidencialidad, hemos investigado la posibilidad de que haya informantes en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Una fuente no identificada así lo ha indicado y, peor aún, que el Ministro Alemán ha tomado la decisión de fomentar un golpe de Estado a favor de don León Cortés- explicó el Ministro norteamericano.
Calderón confirmó sus peores temores. El Presidente, aquejado por una paranoia incipiente, comprendía que su país estaba dentro de la "esfera de influencia" de los Estados Unidos y que no podía buscar un aliado mejor para quedarse con el mando. Sin embargo, temía que los grupos pro alemanes y nazis, quienes presionaban para distanciarlo de los estadounidenses, lo derribaran antes de que la ayuda se materializara.
-¿Conoce quién es el informante en la Cancillería?- preguntó el Presidente.
-No lo sé aún. Sin embargo, la persona que me dio la pista me ha dado pruebas de que su información es fidedigna. Tendremos que esperar para averiguar quién es el culpable. Tenemos, si está conmigo en esto, que tender una trampa.
-Totalmente. Pero tengo una gran inquietud. Usted bien sabe la pésima preparación del Ejército de Costa Rica y que además, no cuento con ninguna protección adecuada. Si decidimos hacer una operación "preventiva”- quisiera que usted me apoye con una guardia móvil. Además, necesito un préstamo para estabilizar la economía y reducir la dependencia en Alemania e Italia - solicitó el mandatario.
-En el momento que mi gobierno se dé por satisfecho de la cooperación estratégica del suyo, haré las gestiones del caso- fue la respuesta tajante del norteamericano.
-Usted tendrá inmediatamente pruebas tangibles del compromiso de mi país con la política exterior de nuestro gran aliado. Pierda cuidado- le aseguró Calderón.
El gobierno de Costa Rica no tardaría en dar sus muestras de cooperación. El 5 de julio de 1940 se publicó una nota de la Cancillería en que decía que "Centroamérica mantendría una actitud uniforme en la Conferencia de La Habana". Ese mismo día, Calderón llamó a Hornibrook para informarle de que había escogido como su delegado a la conferencia a Luis Anderson, por su posición "pro norteamericana". Además, el Presidente le envió una nota muy sugestiva:
Deseo que, con este gobierno, sienta usted la libertad de expresar, con franqueza, cualquier punto de vista que tenga con respecto a los asuntos extranjeros y domésticos. Deseo su ayuda y su cooperación. Cualquier sugerencia que haga recibirá la mayor atención en estos momentos críticos que tan tristemente lo necesitan. No se limite, por favor, a que sus observaciones se relacionen con asuntos exteriores.
Hornibrook se apresuró a cumplir sus compromisos. Una semana después le solicitaba al Departamento de Estado ayuda militar para Calderón:
Deseo urgentemente un préstamo o donación del gobierno norteamericano de armas y municiones para su defensa interna (del gobierno de Costa Rica), debido a que lo que existe es viejo y anticuado. El Presidente está sumamente preocupado por las actividades nazis y comunistas.
Ese mismo mes el gobierno norteamericano aprobaba una suma de 8 mil dólares para crear una unidad móvil para la defensa del Presidente. No obstante, la noticia no sería, en todos los sectores, bien recibida. Mientras Calderón se sintió "eufórico" por contar con su milicia privada, los "cortesistas" y los militares consideraron que el Presidente estaba creando una fuerza paramilitar.
Mientras el romance de Calderón y los norteamericanos ingresaba en una fase ardiente, Yadira pensó que sería buena idea ahora distanciar a los grupos comerciantes anti judíos de los nazis y la Legación Alemana. La mujer creía que debía seguir los pasos de Otilio Ulate: antisemita furibundo y aliado de los Estados Unidos. Con don Otilio a su lado, ella ganaría apoyo de otros sectores. Además, tendría a Hornibrook de su parte. Y con respecto a lo que haría con Pepe Flores, se le vino a la cabeza una frase: "Me sentaré a esperar que por mi puerta pase el ataúd de mi enemigo". Visitaría a Max en su casa y presentaría su renuncia al Partido Nazi.
Yadira fue directamente al grano.
-Max, querido, tengo que hablar con vos. Quiero que sepás que no podré seguir asistiendo a las reuniones del Club porque estoy con el Comité en Pro de la Nacionalización del Comercio asegurando que el gobierno haga cumplimiento del decreto del Congreso con respecto a los judíos.
-Pero no veo por qué tienes que separarte de nuestro partido. ¿Acaso no puedes hacer las dos cosas al mismo tiempo? Sabes que te necesitamos y que no queremos que nos abandones- dijo un desconfiado Max.
-Pues cada día menos, pareciera que no hago falta- respondió ella con ironía.
-No es cierto. Sabes que he estado muy ocupado con cosas de la Legación. Además, he preparado informes al gobierno sobre el estado de los puentes y de los caminos- respondió el hombre mientras la miraba fijamente.
-Estoy segura de que has estado abriendo nuevos caminos, pareciera que sos muy bueno en eso- contestó ella mientras se sentaba desvalida.
-No sé lo que me estás hablando- exclamó el varón con nerviosismo.
-Pues de nada. Solo que he oído que uno de los caminos es el del Paso de La Vaca- dijo Yadira acumulando toda la sorna que pudo.
-Te juro que no sé qué insinúas- aseveró Max, mientras sentía en la frente unas gotas frías de sudor.
-Me imagino. Aunque ahora el preferido parece ser el que lleva a la Cancillería. ¿No es así?
-No es lo que piensas. Creo que me estás comparando con tu marido, que sí anda por malas vías.
-Pero no son las de él las que me interesan. No cambiaré de posición con respecto al partido. Prefiero dedicarme al Comité- le dijo con firmeza.
Max no podía esconder su desazón. Yadira quizás sabía demasiado. Intuía peligro y tenía que tener cuidado. No debía dejarla ir antes de averiguar qué tanto sabía. Además, su enojo le provocaba temor y excitación. El peligro le atraía y lo percibía con una terrible claridad. Las indirectas eran estimulantes para su voraz apetito. Una mujer traicionada y celosa, ¡qué bocado irresistible!
-Yadira, si quieres dejar el partido, hazlo, pero no me dejes a mí- le murmuró al oído.
-No te entiendo Max, si me has abandonado estas semanas, ¿qué te importa?- respondió ella mientras lo empujaba con suavidad.
-Me importa, me importa- le susurró mientras se le acercaba otra vez.
-No lo hagás, por favor, no lo hagás. No tengo energía para amar y ser abandonada después. Estoy cansada de ello- suplicó Yadira sin volverlo a empujar.
Las negativas eran para él un cebo en el amor. Los hombres y las mujeres que había poseído siempre empezaban con ellas y era su arte y su placer convertirlas, de una u otra manera, en respuestas positivas. Esta vez, oliendo como un perro los néctares químicos de hormonas perturbadas, se fue lentamente quitando la ropa. Una vez desnudo, se retiró hacia la gran cama blanca con almohadas de satín rojo y negro y se acostó. "Ven a mis brazos”- le ordenó.
La mujer apagó la luz y, una vez más, hizo caso.