Hitler en Centroamérica by Jacobo Schifter - HTML preview

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XXIII

Susanita no pudo volver a su trabajo ese día y del departamento de Max se dirigió, con todas las fotos y los documentos, a casa de su amigo La Polvera, bruja, maga y arpía. La hechicera era también especie de "abuela" que había sido, en el mundo homosexual, madre y padre sustitutos. El hombre que prefería los pronombres femeninos había aprendido en la selva sobre las artes del amor. Aunque era un "anciano" de casi 70 años, estaba lúcido y coherente. Había trabajado de cocinero en las posadas del siglo anterior y en los primeros "restaurantes" de San José. Ahí había aprendido de los negros y de los indios brebajes que curaban desde las verrugas hasta las penas de amor.

Se decía de ella que había atrapado a un italiano con los propulsores mágicos que le echó en los macarrones. Por muchos años, había laborado en la cocina de diversos campamentos de obreros de la compañía de Minor Keith. Ésta era la constructora del ferrocarril al Atlántico y gestora de una gran fortuna, que posteriormente daría luz a la United Fruit Company. Tres cosas había encontrado, aunque no se acordaba en qué orden, en estos "duros" años de trabajo: las artes ocultas, la explotación obrera y la sodomía.

La Polvera salió de los sofocantes campamentos en la ruta hacia el Atlántico convertido en el homosexual abierto del país. A la vez, en partidario del socialismo y del comunismo y de las artes ocultas. "Fui fundadora del Partido Comunista en 1931”- decía con orgullo. Ahora, casi cincuenta años después, el "sodomita de Barrio México”- como se le conocía en este distrito obrero de San José- estaba retirado. Vivía solo en una pequeña casa y a la vez, dependía de las consultas de los infelices en el amor y de la caridad pública ya que, en esos tiempos, no había pensiones para los trabajadores.

Susanita irrumpió en la pequeña sala de su amiga, sin siquiera tocar la puerta y aprovechando que ésta estaba siempre abierta, costumbre que le quedó de los tiempos de cocinera "para que los picapedreros italianos disfrutaran su postre”- como solía decir.

- ¡Polvorita, polvorita!- vengo hecha leña. Acabo de descubrir que el desleal de Max anda con un sodomita nada menos de la Cancillería. Además, lo he oído de la arpía de Yadira, que es peor que una plaga de ratones. Estoy desconsolada porque el individuo me gusta y no puedo concebir que me haya dejado. ¡Necesito tu poción más fuerte!- pidió a gritos el homosexual.

-Pero mijita, usted me había contado que Max era peligroso. No sé si seré arcaica o no pero en mi tiempo ningún caballero amarraba a su dama a la cama o la tiraba del cabello cuando le daba un beso. Mucho menos darle zurridos en las posaderas. Usted está anonadada con esos tratos. Ahora resulta que también tan camelada como perra en celo. Se lo había advertido: no se meta con fachos. Si le gusta pelear, váyase mejor a Nicaragua en donde están siempre en guerra civil. Pero si va a tener una relación, que sea de amor. Un día va a terminar con el cuello retorcido como pato en restaurante chino- le advirtió la bruja.

-Hay algo más. No sé si le conté, pero creo que él mató a la mulata cuando dejó de servirle y temo que me toque el mismo sino. Un día encontré un puñal con sangre en su maletín y ese día Max había dicho que mataría a los ladrones. Creo que es capaz de eso y mucho más. ¡Temo por mi vida, Polvorita! No sé qué hacer. Estoy destrozada- exclamó y se puso a llorar.

La Polvera era una sodomita sabia. Había aprendido que nadie hacía caso de los consejos y que los brebajes, cuando la mente está confusa, no funcionan. Creyó, para apaciguar los ánimos, más pertinente contar su historia en los campamentos de los obreros italianos. Ahí había aprendido a escoger entre Dios y el diablo. "Como sólo entiende de política cuando se la meten a la fuerza, ponga atención a lo que me pasó. Siéntese en la silla porque es una historia larga y a usted solo le interesa lo luengo cuando está entre las piernas. Le daré agua dulce caliente para que se quede pasiva, como es su costumbre. No abra su boca ya que lo más interesante no es lo que sale sino lo que entra en ella".

"Eran tiempos muy distintos. Mi padre era un agricultor que perdió sus tierras y terminó trabajando para el hombre que se las compró, un señor de apellido Lindo. Mi madre se empleó como cocinera de los nuevos terratenientes porque con el salario no alcanzaba para mis nueve hermanos. Mi hermana menor y yo la acompañábamos en la cocina y ahí aprendí el arte. A pesar de que mi padre me quería en el campo, sentí, desde muy temprano, que ese no era trabajo para mí. Anidaba desde chiquita una atracción hacia las cosas de las mujeres. Llamaba la atención de los jornaleros compañeros de mi familia quienes le decían que tenía un niño "muy risueño y fino" que no parecía suficientemente fuerte para esos menesteres. Sin embargo, me vieron la potencialidad para otros. Un día cuando mi señor padre fue a cobrar a la hacienda, un compañero se aprovechó de mi inocencia. Tenía unos siete años cuando Ramón, uno de los jornaleros, me encerró en el establo de las vacas. Al principio, todo parecía normal. Me dijo que quería enseñarme cómo ordeñarlas. Una vez que aprendí cómo hacerlo me sacó otra cosa que usted se imagina y me pidió que "ahora me toca a mí". Así comenzó nuestra relación que duraría casi cinco años. Nunca en mi casa sospecharon que hacíamos esas cosas”- le explicó La Polvera.

"¿Pero usted sabía entonces que la sodomía era pecado?”- inquirió la intrigada Susanita. "¿No tenía miedo de que la colgaran?”- preguntó. "Si va usted a interrumpirme, no cuento más”- respondió la narradora. "Siga no más, siga no más, estoy cautivada". "No tendría conciencia de que hacía algo malo si no fuera porque se mantenía en silencio.

Muchos jornaleros hacían lo mismo con los chiquillos. Eran tiempos en que las mujeres no consentían, sin compromiso formal, ni a un beso y las que lo hacían, nunca se casaban. Así que sabía que Hugo, mi hermano, tenía sus cosas con Paco, otro amigo de papá y que Carlos, mi hermano mayor, había sido el preferido de mi tío Juan José".

"Perdone que le interrumpa, pero cuénteme cómo era Ramón, no me deje sin esa información”- increpó el escucha.

"Era apuesto, viril, pelo negro y grandes dientes blancos. Tenía un hoyo en la barbilla que lo hacía mirarse muy atractivo y además, ojos de color chocolate que atraían a la gente. Sus manos, recuerdo, eran anchas y podían, decía él, "servir de asiento para las posaderas". Sin embargo, no puedo decir que me gustaba. Era cruel, egoísta y celoso hasta la médula. Si me veía hablando con otro, me daba unas azotainas brutales y no me permitía salir al pueblo. En cuanto a mis sentimientos, era aún muy joven para entenderlos. Hacía lo que hacía sin placer y como obligación, una tarea doméstica más. Cuando cumplí los quince años, para ser exacta, me dijo que se iba a la zona Atlántica a trabajar en la construcción del ferrocarril. Me había conseguido un puesto de asistente en la cocina y le dijo a mi padre que le pagaría por mí un adelanto".

"Bueno, ¿pero dónde era que iban exactamente y cómo era el trabajo?”- volvió a preguntar Susanita. "¡Qué mujer más necia! Ya se lo contaré pero, por ahora, ponga atención”- contestó la bruja.

"Nos tocó el campamento de Las Ánimas que quedaba a 30 millas inglesas de Cartago, en dirección al Atlántico y en el área conocida como el Valle del Reventazón, una zona temida por la selva, las enfermedades tropicales y la lejanía de todo poblado. El campamento era para 146 italianos de los más de 1200 que había ese año. Las habitaciones consistían en grandes casas construidas de madera redonda o labrada, y cubiertas convenientemente de hierro galvanizado o de paja, al estilo de los grandes ranchos del país. Estas grandes casas se dividían en dos secciones, quedando a cada lado una doble serie de camarotes, de un metro de ancho, de los cuales los de abajo están a unos sesenta y cinco centímetros del suelo, y los otros como a un metro de altura sobre los primeros. Cada camarote estaba provisto de una estera de junco, o jergón de paja, fabricados en el país y de la misma clase de los que se expendían en los mercados. Estos camarotes tenían una tabla de fondo. Las cocinas, donde me tocaría laborar, estaban separadas de los camarotes, igual que las habitaciones del jefe y de los otros funcionarios. Según Ramón, nos pagarían un buen sueldo, darían de comer, proveerían médico y tendríamos que trabajar solo 10 horas diarias, seis veces por semana. El salario que me ofrecían era de 5 pesos al día que equivalía a 5 dólares".

-¿Y Ramón qué trabajo tendría?”¿- inquirió Susanita.

"No tuve idea clara de cuáles serían sus funciones”- respondió la hechicera. "Me había dicho que los norteamericanos querían "gente del país" para que vigilaran la buena conducta y trabajo de los italianos. Su papel era de intermediario e informante para la compañía de cualquier incidente, robo o motín. Debía ir de campamento en campamento hasta cubrir los nueve en total. A mí, por cierto, me tocó recibir al grupo de inmigrantes que provenía de Mantua. Venían en el buque Australia y llegaron un día de diciembre de 1887. A su arribo, el gobierno y la compañía tenían que hacer revisión de los trabajadores y dar fe de su estado de salud. Ramón y yo acompañamos al doctor Juan Ulloa, que venía por el gobierno, y al doctor Calnek por la compañía. Como les gritaban en italiano "tutti li”- o sea "todos allí”- para que pudiéramos hacer la revisión médica, la gente los llamaría "tútiles" y así les quedó el apodo a todos los italianos en Costa Rica".

-¿Y qué tenía usted que hacer si de doctora no sabe nada?- cuestionó Susanita.

"Mi papel era de asistir al médico en hacer las anotaciones en el reporte que iba para don Minor Keith, el contratista. Ramón tenía que hacer las compras de comida y de materiales. Sin embargo, él esperaba problemas porque había visto el contrato firmado con ellos en Italia y el que se iba a poner en práctica en Costa Rica. Según Ramón, a los italianos les habían prometido mejores sueldos en Italia de lo que les darían ahora. Allá habían firmado un contrato que establecía un salario que podía ir de 4.20 liras (1 lira equivalía 1.25 pesos y 1 peso era igual a 1 dólar) a 7, según la labor específica del operario. Al llegar a Limón, la compañía estableció una tasa única de 5 liras. También les habían prometido servicios médicos, facilidades de regreso en caso de enfermedad y buena comida, que no se cumpliría a cabalidad. Antes de zarpar, el trato decía que podían tener derecho a los fines de semana de descanso, lo que no se acataría".

Los italianos, consideraba La Polvera, recibían un salario cuatro veces mayor que el promedio de dónde venían (Mantua) pero corrían un grave riesgo "porque si enfermaban, solo percibirían media paga". "No obstante estos problemas anticipados, tenía ese día los ojos puestos en otro lado”- confesó La Polvera.

"Te decía que esperábamos problemas pero no los que enfrentaríamos. Cuando subí al barco, no me esperaba encontrarme con 562 hombres italianos, de 18 a 22 años de edad, en la flor de su juventud, más hermosos de lo que había visto en mi vida. Cuando el doctor Calnek les gritó "tutti li”- los tripulantes empezaron a cumplir con sus órdenes y se desnudaron. La situación con Ramón había sido tan atormentada y tan sin que mi parecer fuera tomado en cuenta, que no sé si me gustaba o no.

Pero esa mañana me di por enterada de mi particular disposición. Uno a uno iban pasando, sin ropa, ante mis ojos, decenas de bellísimos hombres, fornidos, alegres, y dispuestos a emprender una aventura como lo era construir un ferrocarril en el medio de la impenetrable selva. Se detenían ante nosotros y el doctor hacía una minuciosa revisión. Yo, por mi parte, hacía la mía.

"Este es un buen espécimen”- decía el galeno. "Será un padrote de los buenos". De acuerdo con él, los italianos, como los toros que se habían traído recientemente de España, eran buenos sementales. Por mi parte, me decía por dentro: "No hay mujeres a 30 millas inglesas a la redonda, la única vaca disponible es esta humilde servidora".

Los inmigrantes, por su parte, venían de una sociedad en donde la sodomía era más común. El mismo doctor Calnek, que era oriundo de Londres, decía que Italia era el paraíso vacacional de los "sodomitas". Algunos me guiñaban un ojo al mirar en dónde colocaba mi mirada. Otros, pasaban a la par mía y al notar mi excitación, me tocaban el trasero, agarraban una mano o se entumecían. El médico del gobierno, que estaba pendiente de ellos, se reía y me decía inocentemente: "Usted seguro les recuerda a alguna novia".

-¡Ésta es la mejor historia que me has contado! Con sólo pensar en 562 campesinos italianos desnudos y en saludo militar con sus dagas inferiores, me pongo a castañetear de la envidia. Me imagino que hiciste una tragantona”- expresó Susanita. -No fue solo fiesta. Sufrí y aprendí- respondió la narradora.

"Una vez en el campamento, percibí las injusticias de la compañía. Ramón era un soplón que trataba de sacarles el zumo a los pobres trabajadores. No respetó los salarios y pagaba lo mismo a campesinos, canteros o picapedreros y albañiles. La comida era mala y lo puedo afirmar porque yo misma la preparaba. En la mañana, les dábamos únicamente dos bollos de pan, café y dulce. En el almuerzo, 3 bollos de pan y un poco de arroz o frijoles y unas 8 onzas de carne. Lo mismo para la comida. Algunos días el pan estaba rancio, en otros, les dábamos macarrones pero con gusanos. Si me quejaba, Ramón me decía que los moliera. Por los problemas de transporte, había siempre atrasos con los salarios".

-No me hable tanto de economía y cuénteme sobre amores- la interrumpió otra vez

Susanita.

-Los amores y la política no pueden ni deben separarse- replicó La Polvera.

"La vida en el campamento, sin un vecino a la redonda y con solo una "sodomita" en el cuartel, era muy ajetreada. La verdad es que tuve a decenas de esos hombres que llegaban de noche, cuando otros dormían, y tocaban la puerta de mi habitación. Eso sí, siempre que Ramón no estuviera porque de saberlo, me mataría. Traté de ser lo más justa posible y les regalaba más pan o arroz cuando lo necesitaban”- aseguró la bruja.

"Pero no crea -continuó la narración- que todo el campamento dependía de mis servicios. En ciertos bodegones oscuros, los más ardientes se satisfacían con otros que cobraban. Algunos hacían más dinero de estos favores que de picar piedras. Otros vendían opio que mitigaba los dolores del cuerpo y del alma. Ramón estaba metido en todos los negocios sucios del campamento y se robaba mucho del dinero que la compañía le daba para medicinas".

"No es de extrañar - le contó- que pronto los italianos, robustos y fuertes, empezaran a enfermar de paludismo, calenturas y disentería. Había días en que la mitad de los trabajadores estaba en las literas. Sin embargo, los médicos apenas venían una vez al mes. Cuando teníamos medicina, se les daba un tónico ferruginoso hecho con ron que bajaba la calentura. Pero a veces no había y muchos empezaron a morir. Conté treinta muertes en solo nuestro campamento. En vista de que el malestar aumentaba, varios líderes hablaban de hacer una huelga, algo insólito en el país".

"Nunca los trabajadores se habían organizado -aseguró La Polvera con orgullo- y no sabíamos siquiera cómo hacer un paro. Pero Ramón se enteraba de quiénes eran los "cabecillas" y cuando se enfermaban, hacía que las medicinas "desaparecieran". En otras ocasiones, se "presentaba" un problema para el traslado de los enfermos a los tres hospitales y se les dejaba morir en los camarotes.

Para octubre de 1888, la situación era insostenible y se hablaba más y más de una huelga general. "Lucharemos por nuestros derechos y no dejaremos que la compañía nos explote más”- gritaban en italiano. Querían médicos en los campamentos, macarrones en vez de frijoles, vino en lugar de café, los salarios prometidos en Italia, horas extras por la labor en los fines de semana y la posibilidad de regresar a su tierra".

-¿ Pero qué tiene esto que ver con mi situación, no le entiendo?”- se quejaba un fastidiado

Susanita.

-Si me deja terminar, quizás podría- replicó la bruja.

"Ramón no dejaba nuestro campamento porque estaba enterado de que era el más explosivo. Había oído que el líder principal de los inconformes era Giorgio Dimani, un campesino con ideas anarquistas. Me era bien conocido porque fue mi gran amor. Cuando lo vi, hermoso como la estatua de David, me enamoré irremediablemente. Un día le eché hojas machacadas de milenaria que había utilizado para mi baño personal. Cuando miré que se las comía me dije: "Amante perfecto, ven a mí ¡Cómo lo deseo, que sea sellado así!" Esa noche lo tuve en mi habitación".

"En mi tierra, me dijo, también usamos la milenaria para atraer al amor, pero no le echamos tanta como usted". No solo hicimos el amor sino que me contó cómo los trabajadores en Europa se organizaban para luchar contra los explotadores. "Haré una huelga, me dijo, y usted y yo nos casaremos en el río". Pues sería este Adonis al que precisamente Ramón había decidido liquidar. Me había dicho cómo lo haría: "Mataré a ese tútile en un supuesto deslizamiento de piedras". La huelga había sido planeada para el 22 de octubre, que era martes. Ramón pensaba que el lunes en la tarde habría un "alud" en el lugar de trabajo de Giorgio".

Susanita empezó a darse cuenta del paralelo de sus vidas. Sin embargo luchaba contra la idea. "La situación no era idéntica a la suya, porque ella no quiso a Ramón”- le dijo. Sin embargo, escuchó, impávido, el fin de la historia.

"Opté por ir donde Giorgio y pedirle que adelantara la huelga para el domingo 20 de octubre ya que su vida corría peligro. "Lo quieren matar y debe actuar con premura”- le dije. El campesino me miró con ternura y me preguntó cómo lo sabía. Le tuve que confesar que era el mismo Ramón quien planeaba el "accidente". En vez de agradecerme la información, me dijo que estaba preocupado por mí. "¿Qué pasa si Ramón averigua que usted me lo ha contado?" No sabía qué responderle. "Seguro me mata”- le dije.

"Ese viernes por la noche -confesó con malicia la narradora- nos fuimos al río. Llevamos un cirio rojo, aceite vegetal, flores de azahar, raíz de iris en polvo y anís triturado. Escribimos en la vela nuestros nombres y dibujamos un corazón alrededor de ellos, untamos la vela con el aceite y combinamos las hierbas, rodeamos el cirio con un lazo rojo, cuidando que quedara completamente cubierto. Encendimos la vela y nos sumergimos, desnudos, en el río.

Giorgio me dio un beso caliente y me hizo su compañero. Ésa sería la última vez que estuvimos juntos". "Si me matan en la huelga”- me dijo- "escríbale a mi familia por qué morí". "Yo también le pedí: ´Si Ramón me guinda de un palo, rece por mi alma´. "Pero quizás lo más importante que me enseñó esa noche- admitió La Polvera- fue el orgullo de ser lo que era: "Nunca baje la cabeza por ser sodomita, lleve con orgullo lo que usted es porque es algo bueno”- me dijo al oído. "Algún día dirán que fue el amante de Giorgio quien salvó la primera huelga obrera en este país”- me pronosticó.

La Polvera le explicó a su interlocutora que esa huelga sería la primera de los obreros en este país y que serviría de modelo para las que vendrían después en los campamentos de la compañía bananera. De estos sectores surgiría el movimiento obrero costarricense que establecería primero el Partido Reformista y luego, en 1931, el Comunista. Las metas serían mejorar las terribles condiciones de los obreros y luchar por la seguridad social, la libertad sindical, la jornada de 8 horas y el salario mínimo. "Me dejó como regalo - señaló La Polvera con orgullo- "el pensamiento socialista, el ejemplo de cómo organizar una huelga y mi aceptación como sodomita, fuera de un matrimonio tan respetable como el de mi madre". Pero Susanita ardía de la curiosidad.

-No me cuente de política, me muero por saber qué pasó con Giorgio-.

"El domingo, cuando estalló la huelga, Ramón se puso como loco. Alguien había revelado su plan. Buscó a sus amigos e informantes para averiguar el nombre del culpable. Nadie sabía o dijo nada. Sin embargo, cuando entró en mi habitación, encontró un pedazo del cirio rojo con nuestros nombres grabados. También el brebaje de milenaria que había usado para cautivarlo. Yo no supe que él los había hallado. Buscó un veneno para ratas y lo cambió por mi poción de milenaria. Yo misma maté esa noche a mi marido”- confesó en sollozos.

Susanita, al oír el fin de Giorgio, lloraba como una loba en celo.

-No dejés que corra la sangre de gente inocente y mucho menos de los judíos que lo único que hacen es ganarse la vida- remarcó la hechicera.

El escucha no sabía qué decir. "Tal vez espero un milagro que me traiga de regreso a Max”- le comentó a La Polvera.

Ésta, finalmente, le daría las instrucciones para hacerlo. "Vaya al Mercado Central, frente a la tienda de su amigo David, ahí venden los siguientes artículos, cómprelos y haga la siguiente poción: Seis pétalos de rosa, una cucharadita de lavanda, una cucharadita de canela, un pedazo de listón rojo (de unos 3 centímetros), una moneda de 5 centavos, un cuarzo de rosa, 18 centímetros de tela rosa, hilo o estambre verde, hilo y aguja. El viernes, durante la luna creciente, coloque los seis ingredientes en el centro de la tela. Junte las puntas con los dedos y sostenga el saco junto a su corazón. Cante: Venus, reina del amor, divina, obedece, trae a mí aquel amor que me pertenece. Tan perfecto él como yo, juntos estamos destinados a estar y compartir lo bello. Venus, reina del amor, tan llena de calor, a mí sin daño alguno trae a mi amor".

El amante traicionado salió directo al Mercado Central. No había resuelto qué hacer con la historia de su amiga pero estaba convencido de que el hechizo no fallaría. Sintió, sin embargo, una espina en su corazón. "¡Pobre Giorgio! ¡Qué manera horrible de morir!”- se dijo para sí. Una vez que compró los artículos para la pócima, miró que estaba cerca de la tienda de David. A la distancia, se fijó que trataba de vender un calzón a una campesina.

"¿Cómo me va a decir que tiene un hueco, señora, si es más bien una abertura para que respire?”- decía el vendedor. El homosexual sintió una gran ternura y se le hizo un nudo en el corazón. Se acordó de Giorgio, del amor de La Polvera y de todos los pobres que de sus países zarparon. "

¿Podía traicionarlos?". Dio los pasos más difíciles de su vida y se acercó al comerciante: "David, los nazis quieren tomar el poder y terminar con ustedes. ¡Tome estos documentos y fotos que encontré donde Max. Alerte a la comunidad y prepárase para lo peor!".

Una vez que la verdad había sido descubierta, tomó un poco de aire, caminó unos pasos hacia adelante y descargó los ingredientes en el hueco del excusado: "Ahí estarán mejor”- dijo en voz alta.