Hitler en Centroamérica by Jacobo Schifter - HTML preview

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XXV

El gobierno costarricense se había suscrito a la declaración de neutralidad de Panamá de 1939 y participaba como miembro permanente del Comité Interamericano de Neutralidad. En este comité, entre otros acuerdos y recomendaciones que hizo, estaba la prerrogativa de cada país latino de tomar "las medidas para prevenir que sus puertos neutrales sean convertidos en bases de operaciones por los beligerantes". Varios barcos mercantes y de pasajeros de países del Eje fueron sorprendidos, por la guerra, en puertos costarricenses. Cuatro de éstos eran alemanes: Havilland, Wessen, Stella y Eisenach, y uno italiano: el Fella. El Havilland y Wessen partieron para México y fueron confiscados por Inglaterra y el Stella se vendió a Nicaragua. Quedaban, pues, como barcos refugiados, únicamente el Fella y el Eisenach.

Aunque la política estaba escrita en papel, el gobierno de Costa Rica se había hecho de la vista gorda con este tratado. Las embarcaciones no fueron detenidas y las tripulaciones hacían sus negocios normales en el país. Entre estos comercios estaban los de la compañía "importadora" de medicinas de Max Gerffin. Aunque el alemán sabía que debía buscar navíos de naciones "neutrales" para continuar con su negocio, no podía dejar que se encontrara el verdadero cargamento de "medicinas" que su compañía importaba. En el Eisenach, precisamente, tenía guardadas toneladas de cocaína que debía vender. Los barcos y sus tripulaciones, sin embargo, eran fuente de toda clase de problemas para el gobierno. A pesar de que el 13 de junio de 1940, éste anunciaba que "no tolerará el ingreso al interior del país" de los pasajeros de esos buques, esta disposición no fue cumplida. Los ciudadanos de Puntarenas fueron testigos de los contactos permanentes entre funcionarios de la Legación Alemana, aforadores aduaneros y mercaderes del puerto del Pacífico.

El más asiduo era Max. El diplomático tenía que cerciorarse de todos los aspectos del negocio que heredó de Ernest. Uno de ellos era revisar, para no repetir su error anterior con Lady, los pesos de la heroína importada. Él había iniciado, en los últimos años, un esfuerzo para exportar más droga hacia los Estados Unidos y utilizar, ahora, el puerto del Pacífico. Una razón era porque había dejado una estela de muertes en el Atlántico que le deparó acérrimos enemigos. Otra era el intercambio de opio por cocaína que hacía con los japoneses. El transporte de la droga seguía en manos de las compañías navieras alemanas, las que suplían la mercancía en los puertos de exportación, como los de Chile y para los lugares de paso, como Puntarenas. El destino final eran las ciudades de Los Angeles, San Francisco y Nueva York. Pero la mayor tajada de ganancia la proporcionaba el opio y la heroína que venían del Oriente.

De ahí que Puntarenas fuera el mejor puerto para hacer el intercambio de mercancía, sin que mediaran transacciones bancarias. Sin embargo, nunca faltaban individuos que pecaban de listos. En enero de 1941, el alemán había descubierto que un japonés había entregado menos heroína de lo convenido.

La compañía de Max había tratado de hacer desaparecer el cargamento lo más rápido posible. Sin embargo, la premura había servido para que este marinero japonés se quedara con una tajada de la droga. El 4 de enero de 1941 la prensa costarricense informaba que las tripulaciones alemanas habían asesinado, en Puntarenas, a un marino japonés en una riña de bar y que "hubo tolerancia de parte de las autoridades costarricenses pues se permitió a los tripulantes emborracharse". Sin embargo, lo que no informó es que el atentado era por una disputa de drogas ya que los nacionales de estos barcos eran aliados militares. El Diario de Costa Rica apenas lo insinuó al señalar que el puerto se había convertido en "un centro de espionaje y actividades totalitarias" y que "le estamos dando albergue a quienes no merecen sino estar entre criminales".

El asesinato del marinero japonés llamó la atención no solo de la prensa sino también del gobierno inglés. Éste, aparentemente, tenía información de que los buques estaban armados y así lo informó al gobierno de Costa Rica. El Ministro inglés estaba preocupado por la posibilidad de que en caso de que los Estados Unidos entraran en la guerra, estos buques serían usados para bloquear el puerto del Pacífico. Por esto el gobierno británico le solicitó al Presidente de Costa Rica el desarme de ambas naves. Sin embargo, Calderón se declararía impotente para actuar, a menos que "contara con el apoyo material de la única potencia americana capaz de brindarlo". El Presidente le comunicaría a Hornibrook, Ministro norteamericano, que "Costa Rica teme que los barcos bloqueen el puerto y que el gobierno nada pueda hacer al respecto".

El Ministro de los Estados Unidos se mostró imposibilitado, en un principio, para ayudar a los británicos ya que dijo representar a "un país neutral" y no contaba con "instrucciones de mi gobierno". Tampoco podía colaborar con los costarricenses ya que, según Hornibrook, carecía de "instrucciones precisas" del Departamento de Estado. Los Estados Unidos, conscientes del peligro de esta situación, decidieron estudiar en detalle las alternativas de acción militar.

Esa tarde del 26 de febrero tendría, además, la visita de un hombre judío que aseguraba "tener información crítica sobre el papel de los barcos" y el "peligro que representan para el país". El Ministro estaba acostumbrado a que por su oficina pasaran una serie de informantes sobre todo tipo de posibles confabulaciones.

De todos los que llegaron a la Legación de los Estados Unidos, el menos impresionante sería David Sikora. Hornibrook contaba con que ministros, viceministros, oficiales mayores, secretarias, contadores y un sinnúmero de empleados públicos que buscaban dinero extra, una beca para sus hijos, o un mero viaje a su país, llegaran con chismes y revelaciones. "La esposa del Ministro de Economía se ve a solas con el chofer de la Embajada de Japón”- diría Ana Cecilia, la telefonista de los nipones. "He oído esta mañana que Italia tiene preparada una reunión con el Secretario de Relaciones Exteriores de Alemania”- le confesaría el asesor en asuntos de café de la Legación Italiana. "¿Y por qué me lo cuenta a mí?”- preguntaría el diplomático estadounidense. "Porque los italianos son tacaños y usted tal vez sí me ayude a terminar el techo de mi casa". Algunas veces, como lo fue su entrevista con la señora de Döning, recibía buena información. El Ministro había corroborado que había un espía en el gabinete del Presidente y estaba sobre la pista. En la mayoría de los casos, la información era valiosa para escribir una novela pornográfica, pero nada importante en asuntos de política exterior.

Cuando Hornibrook miró a David y observó que entraba con su valija de trapos, de la que por revisión obligatoria en la secretaría sabía su contenido, se imaginó que el hombre vendría con un chisme más. "Seguro me viene a contar que los alemanes están alterando los textiles de los vestidos y que tienen claves secretas en las costuras”- pensó para sí. En el momento en que David le dijo que sabía que Cortés estaba dispuesto a dar un golpe de estado, el Ministro empezó a prestar más atención. No era una noticia pública y pocos la compartían. No obstante, tampoco era algo nuevo para él. Pero más se interesó cuando el comerciante le habló, como se decía en el país, "sin pelos en la lengua".

"Señor Ministro, los judíos estamos muy preocupados por la falta de apoyo de su Legación a nuestra comunidad. Sabemos, y perdone que se lo diga, que el gobierno norteamericano ha brindado financiamiento a don Otilio Ulate y a su periódico antisemita. Entendemos que ese diario es pro aliado pero también es fascista. Creemos que usted no ha hecho lo suficiente para detener, ni la campaña antisemita, ni al gobierno de Calderón que está a punto de expulsarnos del país. Nuestra comunidad está preocupada por los rumores que corren de la suerte de nuestros correligionarios en Europa. El Presidente Roosevelt dice que hace todo lo que está a su alcance por los derechos humanos y que, si no puede hacer más, es porque representa a un país neutral. Pero no me diga que los Estados Unidos no pueden poner presión para que este pequeño país los respete. Nadie cree que su gobierno no tiene cómo ayudarnos".

Después de esta larga alocución, Hornibrook se sintió ofendido. "¿Quién era este pequeño comerciante judío, con pésimo español, que venía a darle instrucciones sobre política exterior?”- se dijo para sí. "Señor Sikora, entiendo el malestar en la comunidad israelita sobre las últimas medidas del Congreso. Sin embargo, nuestro país lucha por defender primero la seguridad nacional de estos países y creemos que, por ahora, la mejor manera de lograrlo es con una absoluta neutralidad. Sin embargo, nuestra Legación hará lo posible para evitar que el Congreso apruebe legislación que viole la libertad de las personas. Más no puedo hacer, en vista de mi difícil situación diplomática. Sin embargo, quiero averiguar quién le ha proporcionado la información sobre ese asunto de Cortés que menciona". Hornibrook llegó al único punto que le interesaba averiguar. Una vez que obtuviera el nombre del soplón, se iría a tomar una buena taza de café.

"Antes de retirarme, señor Ministro, quisiera contarle una pequeña historia. Usted sabe que los judíos hablamos por medio de ellas. No le quitaré mucho tiempo y estoy seguro de que le interesará oírla”- le dijo el comerciante. Hornibrook se irritó porque esto significaría el aplazamiento de su taza de café y tener que soportar, quién sabe por cuánto tiempo, un cuento que, seguramente, no le interesaría. "Espero que no sea muy largo porque tengo una cita importante”- le dijo con fingido semblante de atención. David empezó con una narración de las vicisitudes de la vida de buhonero. Gracias a ella, había podido conocer a una gran cantidad de gente de todas las clases y tipos sociales, muchos de ellos ahora sus amigos. Entre la gente conocida, tenía una amiga, algo particular, que se llamaba Susanita. Esa persona tenía, a la vez, una gran amistad con otra "muy importante" en "cierta" Legación. Pero como la gente cuando se enamora tiene problemas, la relación había terminado "abruptamente".

Hornibrook estaba la mar de aburrido y las indirectas le mortificaban:

-Don David, me parece muy triste su historia y me imagino que sufre por la mala suerte de su amiga, Susanita, ¿pero qué le importa al representante de los Estados Unidos este cuento?”- le preguntó con impaciencia.
-Más de lo que usted cree- respondió David.

Haciendo caso omiso de la interrupción del diplomático, el buhonero prosiguió con la historia. Sin embargo, empezó a concretizarla. Le dijo que la Legación que mencionaba era la alemana, que Susanita era homosexual y que también Max, su pareja. David le dijo que no tenía ningún problema con la orientación sexual de ninguno de ellos, porque un hermano de su mujer lo había sido y se había matado por culpa de su gobierno, lo que era otra historia. Pero la información que Susanita le había brindado "sí me ha disturbado". Dándose cuenta de que el Ministro aún no se entusiasmaba, prefirió ir directamente al grano: "Susanita me ha dado fotografías y documentos que he leído con mucha atención.

He descubierto que Max Gerffin vende drogas y que usa como medio los barcos alemanes, que no dejará que nadie tenga acceso a ellos, y que está en conversaciones con Cortés para dar un golpe de estado. Además, en algunos de los documentos, he observado planes para dar golpes militares".

-¿Pero cómo va a poder ocultar la droga si los barcos están bajo el control del Ejército de Costa Rica?- indagó el diplomático.

-No será difícil, señor Hornibrook. Tengo algunos retratos de asesores del Presidente en pelotas, en medio de orgías con Max.

Para este entonces, Hornibrook tenía la boca abierta y no cabía en la hermosa silla de cuero negro de su flamante oficina. "¿Cómo en pelotas?”- preguntó para convencerse de que hablaban el mismo idioma. "Sí, señor Hornibrook, mire ésta de un allegado de la Secretaría de Relaciones Exteriores en una extraña pose, como si fuera a hacerse un examen de hemorroides y con un objeto no identificado adentro. Piense usted en lo que daría la prensa por una de ellas y el poder que tiene el señor Gerffin sobre docenas de funcionarios del gobierno del señor Calderón. Cualquiera de ellos estaría dispuesto, con tal de que Max no los exponga, a hacer lo que sea".

El Ministro norteamericano no quería más su café y se fue directo para el bar a servirse un Johnny Walker doble. "¿Don David, desea tomar un trago?”- le preguntó. "Deme uno con soda”- por favor.

Por más que quiso, Hornibrook no pudo mirar la foto. Sabía que era la última quizás que le habían tomado a Pepe antes de morir. Para cambiar de tema inquirió sobre Ernest que estaba en plena acción. "Pero éste es Ernest Roehm”- le dijo el diplomático escandalizado. "Se ve bien feo desnudo”- le dijo David con ironía. "Aquí le dejo una de las muchas cartas con planes de guerra para que vea quién es ese señor".

"¿Qué quiere de mí?”- le increpó el Ministro. "Salve al gobierno de Calderón pero haga que termine el apoyo al Comité en Pro de la Nacionalización del Comercio y la campaña anti judía. David no quiso enseñar nada más "hasta que veamos que usted hace lo que tiene que hacer y evita el desastre”- le dijo. El buhonero se tomó el trago de whiskey, se despidió y dejó a un Hornibrook alelado, que se servía otro trago.

El Ministro norteamericano consideró escandalosa la información del comerciante pero nada que tuviera vital importancia para la seguridad de su país. "Estos judíos viven obsesionados con todo tipo de complots”- se dijo para sí. "Mandaré copia de esto más adelante". La foto de su colaborador, José Flores, le dio una gran lástima. El pobre había muerto por su país y así lo informaría a Washington con un memo titulado: "Descubierto espía nuestro por nazis".

Si Hornibrook no le prestó gran atención a la información, algo distinto sucedería en las compañías bananeras. Los obreros no disfrutaban de garantía social alguna y dependían de la buena voluntad de los patronos para sobrevivir a las enfermedades, la inflación, las recesiones y los altibajos en la producción agrícola. Habían hecho intentos, desde mediados del siglo anterior, de mejorar sus condiciones por medio de las sociedades de ayuda mutua. Sin embargo, sería después de la Primera Guerra Mundial en que las ideas más radicales harían su arribo. En 1916 había sido organizado, en Puntarenas, el primer sindicato, formado por artesanos. La primera central obrera, la Confederación General de Trabajadores, de tendencia anarquista, se establecería en 1921 y en ese año, inició la primera huelga nacional en pro de la jornada laboral de ocho horas.

En los años treintas, el movimiento sindical cobraría impulsos gracias a la labor de Miguel Pop y sus compañeros del nuevo Partido Comunista. Los marxistas organizarían a los trabajadores en las zonas bananeras y lucharían por mejores condiciones. En 1934, Miguel ayudó a organizar la huelga general en las zonas bananeras por mejores salarios, condiciones de vida y seguridades mínimas de salud. Entre estas últimas, cosas fundamentales como que la compañía bananera contara con un dispensario médico y sueros antiofídicos para tratar a los cientos de obreros picados por serpientes. La victoria obrera en esta acción aumentaría el prestigio del partido que, para 1940, llegaría a convertirse en la segunda fuerza electoral de importancia en Costa Rica. Calderón había obtenido 93 mil votos y el Partido Comunista, 13 mil.

Miguel había ayudado a consolidar un sindicato fuerte en la zona atlántica de Limón y cosechado una buena relación con el principal líder comunista, Manuel Mora. A sus treinta y pico de años, al sindicalista, hijo de inmigrantes jamaiquinos, fornido, atractivo y con una reputación de ser un fanático comunista, se le conocía por su apoyo a las causas populares. Desde la desaparición misteriosa de su hermano y su compañera hacía unos 10 años, Miguel había quedado como el único varón y responsable de su familia.

A diferencia de su hermano William, de quien las malas lenguas decían que anduvo en malos pasos, Miguel tenía una reputación intachable. Sin embargo, como la gente suele criticar sin razón, se comentaba que el sindicalista solía venerar a un brujo, medio shamán y medio maricón, a quien le decían La Polvera. Sus enemigos lo acusaban de nunca programar una huelga o una manifestación sin consultarlo y que se protegía gracias a sus conjuros maléficos. Él se defendía de las acusaciones en el sentido que desde que su hermano desapareció, sin dejar rastro, había dejado un pesar y un desconsuelo en su familia y una preocupación por la seguridad del único hijo vivo. Su misma madre le recomendaba "los trabajos" de La Polvera: "Ese hombre te da buenos brebajes y nunca ha fallado en pronosticar el mejor tiempo para tus alborotos". Miguel, además, había conocido a este shamán en el Partido Comunista, que lo aceptaba por haber estado tan cerca del primer huelguista italiano en Costa Rica.

El sindicalista solía oír, con gusto, las historias de La Polvera sobre la legendaria y mítica primera huelga de obreros, la de los tútiles. Cuando algunos miembros del partido objetaban que Miguel prestara oídos a un homosexual brujo, lo cual era parte del "opio del pueblo”- él respondía que La Polvera era pieza clave de la infraestructura y, por ende, estratégica en el marxismo científico. Los pobres comunistas se quedaban perplejos con tal afirmación. "¿Cómo puede decir que un maricón es parte de la infraestructura, hombre?”- se quejaban.

-¿No producen los bananos plusvalía?- expresó con seguridad.
-Sí, pero, ¿qué tiene que ver esto?-indagó el amigo de Miguel.
-Pues La Polvera ha cosechado más bananos que ninguna plantación- respondió.

Esta vez, sin embargo, La Polvera no vendría a preparar ningún conjuro mágico. El shamán estaba algo viejo para hacer visitas frecuentes a las plantaciones bananeras y odiaba Limón "porque hace tanto calor que llego más derretida que una pupusa de queso”- según decía. Además, no faltaban hombres que se burlaran de mirar a un travesti viejo y otros que intentaban levantarlo en el camino. Unos le gritaban vulgaridades como: "¡Bruta, es tan fea que seguro nació de una cogida en el terremoto de 1910!" Otros se mofaban de sus grandes senos: "¿Adónde lleva ese par de sandías?" Como tenía que montar a caballo para llegar a la finca en que trabajaba Miguel, se exponía a todo tipo de peligro.

Ese día, un apuesto bananero le había ofrecido llevarla, en su caballo, hasta la región de Limoncito. La Polvera iba montada adelante y el varón empezó a tocarla. "¿Se le perdió algo en mi vestido?”- le preguntó "¿No respeta a una mujer de la edad de ser su abuela?”- dijo indignada. El obrero se hizo el desentendido y en cada hueco en que caían, se aprovechaba para meter mano en el shamán. "Oiga joven”- decía el travestido, "¿por qué no le agarra las tetas a su caballo?" El obrero hacía caso omiso.

-Si mi caballo tuviera esas tetas, iríamos los dos encima- contestó el jinete.

La pobre Polvera no quería admitir que sus senos eran dos rellenos de algodón y llegaría, según le dijo a Miguel, "más cogida que una mata de café". "Pero lo importante es que llegó”- le contestó el sindicalista con una sonrisa de oreja a oreja.

"No he venido a este infierno de visita social”- le dijo con solemnidad. "Estoy preocupada porque ayer estuvo la maricona de Susanita en mi casa, que por cierto te manda muchos saludos y me dijo que siempre recuerda el revolcón que se dieron. Pero no es eso lo importante. Usted sabe lo enamorada que es esa loca. Cuando agarra un buen leño, la maricona queda como atontada. Pues ella anda con un hombre que le ha hecho un desprecio muy grande. Como siempre, vino a buscar un brebaje para ver si lo atrae de vuelta. Pero usted sabe que lo único que ella puede retener es la comida".

"¡Bueno, bueno!”- dijo Miguel que estaba acostumbrado a las historias sin fin de La Polvera, y temía que ésta sería otra más, "¡cuénteme a lo que vino!". "Pues”- continuó el shamán, "esta semana me llegó con un cuento extraño. Me pidió un elixir para un hombre que anda en malos pasos y que quiere conservar. El problema es que él está tratando de dar un golpe de estado a favor de los partidarios de Cortés y si esto sucede, a los obreros nos va a llevar la trampa. Es hora que los comunistas se despierten y busquen cómo apoyar a este gobierno, que aunque malo, no es tan peor como sería uno aliado de los alemanes".

"Pero Polvorita”- dijo Miguel, "recuerde que el Partido Comunista apoya a la Unión Soviética y existe un acuerdo con Alemania. Además, nos hemos opuesto al desmantelamiento que ha hecho ese gobierno del monopolio de la electricidad y la gasolina que fue una "entrega" a las compañías norteamericanas. No necesariamente un gobierno de Cortés nos sería negativo" "Mire Miguel”- contestó La Polvera, "no vine desde tan lejos para que me salga con un domingo siete. A mí no me importan los arreglos en Europa. Una cosa es lo que pase allá y otra lo que nos suceda a los obreros acá. No veo de ninguna forma cómo es que un partido nazi en el poder nos sirva de nada".

Miguel no estaba convencido. Después de todo, ¿cómo se puede confiar en el amante de un homosexual? Podía ser cualquier exageración y provenir de personajes sin importancia, marginados del poder y con ansias de aparentar tenerlo, deseo común entre las minorías y los pobres. Él había oído, también, una larga serie de cuentos de obreros, de bananeros y de artesanos que trataban, a veces, de impresionar con sus "conexiones" y sus "amistades". Cuando se investigaba más a fondo, no había más que un pelo de verdad.

"Seguramente Susanita, que es más fantasiosa que un mago de circo, nunca tuvo la relación con el político”- pensó para sí. Agradeció a La Polvera por su gesto y su dedicación a la causa de los pobres y la invitó a un café en la soda de la compañía. Para hacer algo de conversación, le preguntó quién era el personaje importante del que Susanita obtuvo la información. "Max Gerffin”- respondió el shamán.

Un escalofrío subió por la columna del sindicalista hasta llegar a la frente de la que brotaron gotas de sudor, igual a las heladas que a veces destruían las plantaciones de café. "¿Qué me está diciendo?”- le preguntó sin creerlo. "Max Gerffin, para el que trabajaba su hermano". "Sabe qué, Polvorita”- le respondió el sindicalista, "no es necesario que pida que la lleven a caballo porque voy con usted de vuelta para San José".

Mientras el Congreso de Costa Rica, el 7 de marzo de 1941, aprobaba el reporte de la Comisión Investigadora que recomendaba la expulsión de los judíos, el gobierno norteamericano había llegado a la decisión de apoyar la toma de los barcos de los países del Eje. El Departamento de Estado mandó su "luz verde" el 20 de ese mes: "El día en que el gobierno de Costa Rica tome los barcos, el gobierno norteamericano sería lo suficientemente amable como para hacer que un torpedero suyo llegara casualmente a Puntarenas, esto para dar apoyo moral". Hornibrook, que sospechaba de la Cancillería, no podía confiar la fecha de la toma de los barcos a la Secretaría de Relaciones Exteriores. El Ministro le pidió al Presidente que usaran dos distintas, una que solo el Ejército y el Presidente manejara y otra, para los miembros del gabinete. La fecha definitiva sería el 2 de abril de 1941; la comunicada al Gabinete, el 5 de abril.

Max estaba al tanto de las negociaciones entre los norteamericanos y el gobierno de Costa Rica por medio de Pepe Flores. Sabía que lo habían acusado de tener drogas en los barcos. También que el gobierno buscaría la evidencia y tomaría los buques. Pero la fecha exacta de la incautación que manejaba no era la correcta. Cuando averiguó el día de la acción militar, se dio cuenta que su amigo e informante lo estaba engañando.

"¿Quién proporcionaba los avisos?”- indagó Hornibrook "Es posible que nada menos que la Primera Dama”- le respondió su asistente. "La mujer no era pro alemana pero era posible que hubiera caído en las garras de Max”- agregó. Según Zweig, el 17 de diciembre de 1940, Ivonne de Calderón había proporcionado, involuntariamente, la información acerca del paradero de su familia a los alemanes al indagar, por medio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, acerca de sus condiciones en la ocupada Bélgica.

Ella había enviado la dirección de sus padres al Cónsul de Costa Rica en Hamburgo, quien no tuvo ningún reparo en informar a Berlín. Algo peculiar sería que la esposa del Presidente empezaría a proteger e intimar con individuos a los que el Departamento de Estado "tenía como culpables de asociación e inclinaciones nazis". Podría haber sido que "estaba siendo chantajeada por algunos alemanes en Costa Rica”- como se indicaría después en un documento del Departamento de Estado. Y cuando de chantajistas se hablaba, Max no podía faltar, porque era el principal. Sin embargo, esto era una conjetura y el Departamento de Estado "no estaba convencido de quién era el soplón del gobierno”- señaló el asistente de Hornibrook.

Fuera quien haya sido, Max supo la verdadera fecha del atentado contra sus barcos. Para contrarrestar la acción del gobierno y el rapprochement entre Costa Rica y los Estados Unidos, había que idear un plan no muy complicado. El astuto diplomático orquestó un atentado contra la vida del Presidente. No sería necesario asesinarlo porque los muertos se vuelven mártires y no quería endiosar a Calderón. Su única intención eran unos cuantos balazos en contra del mandatario, suficientes como para hacer un escándalo de primera plana. La reunión semanal de Calderón en la Cancillería, a la que éste asistía sin guardaespaldas, era la mejor ocasión. El pistolero se ubicaría en el Parque España, frondoso lugar con mucha vegetación y árboles donde esconderse, situado frente a la entrada principal.

El grupo más fácil de culpar sería el de los judíos. Eran quienes tenían qué perder con un gobierno que había acordado expulsarlos de Costa Rica. El Partido Nazi escogió a un pistolero, sin ninguna conexión con los alemanes, que dejaría alguna evidencia de que el atentado era una respuesta a la política antisemita. El líder nazi había obtenido información de que David era quien preparaba las cartas de la comunidad judía y le pasaba información a Hornibrook. Max enviaría a un ladronzuelo corriente a robarse algo de su hogar para dejar en la escena del crimen. Si el plan salía como se planeaba, las masas pro Eje se lanzarían a la calle en contra de la causa aliada, se presentaría el caos en las calles, la incautación de los barcos se tendría que cancelar, y se promovería un golpe militar.

"Nada diferente de la manera en que Hitler declaró estado de emergencia al culpar a los comunistas del incendio del Reichstag (Congreso), que él mismo provocó”- pensó Max. Con el ascenso de los "cortesistas" al poder -razonó- Costa Rica se mantendría neutral en la guerra mundial, como lo había hecho con respecto al franquismo, él continuaría con sus negocios y los judíos pagarían muy caro por haberlo delatado.