Hitler en Centroamérica by Jacobo Schifter - HTML preview

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XXVIII

Einstein decía que cada pequeño cambio en la tierra, por insignificante que fuera, tenía un impacto en todo el universo. El cuadro de Claudia no sería la excepción. Max no podía haber permitido que la policía entrara en la casa de un supuesto sicario y descubriera, en el mero dormitorio, una pintura de su madre. Lo primero que debía hacer, ante este percance, era informar a su Embajador de los últimos acontecimientos. No obstante, tuvo que inventar una excusa de última hora, i.e. que Calderón había llegado más temprano de lo esperado. El superior estaba furibundo. Antes de tirarle el teléfono, le ordenó que llamara a los barcos y que diera la orden de quemarlos. "No podemos seguir el plan anterior y no queremos que echen mano de la carga y los documentos”- le gritó con cólera. El cónsul coincidió en que era lo mejor que se podía hacer. Sin embargo, no sospechaba que iniciaba así su fin.

El 31 de marzo las tripulaciones de ambos barcos, avisadas por sus respectivas Legaciones, incendiaron sus naves. Este hecho no pasaría inadvertido por la prensa costarricense. El anti Eje Diario de Costa Rica informaba, en grandes titulares, el primero de abril, de que "pocos minutos antes de ser abordados por parte de las autoridades de Costa Rica, ambos buques fueron incendiados... y todo parece revelar que a bordo se tuvo conocimiento, con muy considerable anticipación, del plan del gobierno de Costa Rica". La Tribuna, órgano cercano al gobierno, tampoco ocultó su preocupación al informar de que se sospechaba que las tripulaciones habían sido avisadas ya que "fueron captadas llamadas misteriosas telegráficas por un navío norteamericano desde frente las costas del Pacífico de Costa Rica y se creía que éstas fueron enviadas por observadores al servicio de los nazis en Costa Rica".

Calderón trató de frenar la campaña en contra de su gobierno cuando hizo declaraciones a la prensa en el sentido de que él tenía "fe" en "todos los militares del gobierno" y negó que se hubiera entorpecido ninguna maniobra o que los capitanes del Fella y del Eisenach tuvieran "previo aviso de lo que se proyectaba". Pero dos días después, el escándalo aumentaría cuando el mismo capitán del Eisenach declaró que fueron "las Legaciones las que dieron órdenes de quemar los barcos de ser tomados por la fuerza" y desvirtuó así todas las declaraciones del Presidente.

Pero no solo heredó el gobierno costarricense un escándalo interno, sino que el internacional prometía agravarse y por eso Calderón trató de que los Estados Unidos lo sacaran del nuevo lío. Aunque Reinebeck se vino a San José para defender a sus nacionales y sus acciones como motivadas por una "legítima defensa”- las tripulaciones de ambos buques fueron internadas en San José y acusadas de graves delitos: incendio, atentado contra la autoridad, el orden y la seguridad públicas. El mismo gobierno insistió en que estos marineros fueran encarcelados. El 25 de abril, el propio Secretario de Estado norteamericano le informó al Presidente de que mantuviera las tripulaciones en la cárcel "porque la libertad de esos individuos en Costa Rica, constituiría una amenaza para la seguridad del país y de las otras repúblicas americanas".

Max, por su parte, organizó a las comunidades alemana e italiana. Su mejor arma era ahora crear el caos. La campaña a favor de los marineros iba desde la promoción de disturbios y la repartición de panfletos en contra del gobierno, hasta el envío de obsequios a las tripulaciones. Uno de estos panfletos, escrito en pésimo español, atacaba la alianza con los Estados Unidos: "Pero la política de sumisión incondicional seguida por casi todos los gobernantes latinoamericanos hacia el Departamento de Estado yanqui...nos dio a entender (a los alemanes) que tarde o temprano, ese Departamento obligaría a estos gobiernillos sumisos a quebrantar (la paz) en contra de la tranquilidad y la hospitalidad de los pequeños pueblos”- decía el documento.

Mientras el régimen de Calderón se enfrentaba a su peor crisis, otros actores hicieron sus partidas. Uno de ellos sería Miguel Pop, quien se había venido con La Polvera para San José. El fornido y atractivo sindicalista de raza negra conocía a Max mejor que a nadie y tenía conocimiento de los negocios que le costaron la vida a su hermano. Cuando se entrevistó, el 30 de marzo, con Manuel Mora, líder del Partido Comunista, para contarle que temía un golpe de Cortés, el hombre no le dio la debida importancia: "No estoy seguro de que Calderón sea nada mejor y que valga la pena apoyarlo”- le contestó. La manipulación y el almacenamiento de artículos, en razón de la guerra, habían aumentado los precios. "Este es un gobierno de los ricos”- le dijo Manuel.

Pero para el 1 de abril, el líder comunista había reconsiderado su posición. La abierta participación nazi en el incendio de los barcos y las manifestaciones contra el gobierno, azuzadas por Max, lo convencieron de que la situación era grave. El dirigente marxista dio su aprobación para que Miguel se entrevistara con representantes del gobierno de Calderón y ofreciera su apoyo "a cambio de beneficios para la clase obrera". Según los comunistas, si el Presidente cambiaba su posición contraria a los trabajadores, el Partido Comunista movilizaría el pueblo a su favor. Mora le dejó muy claro a Miguel que la "negociación" implicaba gestos de buena voluntad. Entre ellos, que Calderón promoviera la legislación social que se conocería con el nombre de "Garantías Sociales" que incluía el salario mínimo, la jornada de ocho horas, el reconocimiento de los sindicatos, el derecho de los trabajadores a una vivienda decente, las condiciones mínimas de higiene y de seguridad, la obligación del Estado de ofrecer una educación gratuita, y la prioridad del trabajador nacional sobre el extranjero.

Una segunda repercusión fue el viraje de la Iglesia Costarricense. Desde finales del siglo anterior, los liberales, al estilo de don José Sánchez, le habían quitado mucho de su poder. El monopolio clerical sobre las tierras baldías y sus impuestos (los diezmos) a los productos agrícolas era interpretado por los liberales como barreras para la acumulación de capitales y por lo tanto, para el desarrollo capitalista. En los años de 1830, el gobierno se apropió de estas tierras para entregarlas a prospectos cafetaleros. El 22 de julio de 1884, se impidió la injerencia del clero en la enseñanza de establecimientos costeados por el Estado, declarándose así la enseñanza laica. El 18 de agosto se le negó el derecho a cobrar por la inhumación de cadáveres. El 1 de setiembre, por decreto ejecutivo, se limitaron, con pocas excepciones, las procesiones de imágenes fuera de los templos. La inclusión del divorcio y el matrimonio civil consolidaron la legislación anticlerical.

Monseñor Sanabria, líder de la Iglesia Católica, con tendencias progresistas, tenía mucho poder que recuperar y sería otro de los que vino en rescate de la Administración Calderón. De la misma manera que los comunistas, los católicos eran enemigos del Estado liberal. El incendio de los buques le dio evidencia de que se venía un golpe militar y que Cortés volvería al poder. "Otra vez un anticlerical”- pensó para sí. Sanabria optó mejor por llamar al Presidente y "pactar" con el gobierno. Su "precio" no era otro que abolir la legislación liberal. Calderón quería el apoyo y asentiría a las demandas clericales. Con tal de ganar otro aliado a su bolsa, optó por convertir el país otra vez en una nación católica.

Sobra decir que la política de Calderón y el Ministro Hornibrook, con la crisis de los buques, se entrelazó. El gobierno norteamericano, con tal de despachar la ayuda militar, exigió un precio moderado: la eliminación del régimen de los más conspicuos simpatizantes nazis. Calderón expulsaría a Karl Bayer de Costa Rica y removería de los puestos del gobierno a Max Gerffin, Alberto Fortuniak y Wilhelm Hannekamp. Hornibrook, satisfecho por ver a estos hombres fuera, explicó a su Departamento de Estado que Calderón lo realizó porque temía que le dieran "un golpe de Estado".

El gobierno norteamericano le hizo saber al de Costa Rica, el 13 de mayo, que había llegado a la "solución del problema" de los navíos. Aconsejó a Calderón que su gobierno debía deportar a estos marineros como personas "non gratas" y embarcarlas en el S.S. Stella Maris, barco norteamericano, con destino a la zona del Canal de Panamá. Una vez ahí, "los Estados Unidos se harían cargo de la situación". Reinebeck, por su parte, que estuvo en Costa Rica desde el 6 de abril hasta el 10 de mayo, hizo saber al Presidente que quería que los marineros fueran enviados al Japón. No deseaba el Embajador alemán que las tripulaciones fueran interrogadas por autoridades estadounidenses. El 16 de mayo, el gobierno norteamericano respondió que "no pondrá ningún obstáculo a que la tripulación parta para Japón en el primer barco de ese país que llegue a Panamá". Costa Rica, satisfecha por la promesa norteamericana, el 20 de mayo declaró una amnistía general para las tripulaciones y las expulsó del país. De esta manera, el régimen de Calderón creyó quedar bien con Dios y con el diablo.

El Ministro Hornibrook se sentía realizado. Redactó su informe semanal al Departamento de Estado y envió toda la documentación que tenía de la visita de David Sikora y de Yadira Döning. El diplomático norteamericano recomendaba que se mantuvieran buenas relaciones con esta mujer y su Comité en Pro de la Nacionalización del Comercio porque los había alertado de un espía en el gobierno de Calderón. Era sumamente importante que los Estados Unidos no molestaran las actividades de esa organización, hasta averiguar quién era el soplón. Después de todo, Yadira y su Comité no habían tenido ninguna participación en los eventos de los últimos días, lo que demostraba su neutralidad en política exterior.

No obstante sus recomendaciones, Hornibrook recibiría, dos días después, una llamada del Departamento de Estado. El tono no era nada diplomático y una voz furiosa del encargado de América Latina, Dwyre, desde Washington le exigió: "Parece que el sol tropical le ha derretido su cerebro. Busque, inmediatamente, al señor Sikora y dígale que queremos el resto de los documentos que tiene en su poder. ¿No se fijó usted en lo que decían ?

-¡Él tiene copia del plan alemán de ataque contra el Canal de Panamá! Si usted quiere quedarse en ese puesto, mueva el culo, imbécil-gritaron desde Washington.

Y el diplomático norteamericano tuvo que moverlo. Esa misma mañana, mandó a buscar al comerciante con la invitación "más cordial" para "un almuerzo". David se sorprendió con la noticia. Se había percatado, cierto tiempo después, de que un intruso había ingresado en su hogar y robado su carné de residencia y un retrato de su hija. Pensó que pudieron haber sido los norteamericanos en busca de la documentación que le había dado Susanita. Pero el hombre pertenecía a un pueblo desconfiado. Su "valija diplomática" estaba en el gallinero. "Muchachas, les había dicho a las aves, hagan sus nidos encima de esta cama" y "no lo comenten". Corrió al gallinero, limpió una que otra cuita y se fue directo para la Legación.

No pudo comer el almuerzo porque el estadounidense había preparado un jamón Virginia, alimento prohibido para un judío. "Le agradezco mucho su invitación pero no puedo aceptarla”- le explicó. "Perdone, no estaba consciente de sus costumbres”- se excusó el diplomático. En vista de que solamente un pedazo de pan se pudo comer, David trató de aligerar la conversación. "¿En qué puedo servirle?”- le dijo al americano. "Usted me contó, señor Sikora, que tenía más documentos que podrían ser de nuestro interés y quería solicitarlos. Deseo informarle que he enviado una carta de protesta por la legislación antijudía”- le explicó el Ministro.

"¿Y quiere que le entregue los documentos?”- indagó el invitado. "Pues era nuestro acuerdo”- trató de recordarle el oficial norteamericano. El comerciante se engulló el último pedazo de pan y abrió la caja para que el diplomático mirara. El Ministro, esta vez, se asomó con toda curiosidad. "¿Ve lo que hay?”- le preguntó. "Sí, tiene bastante. ¿Pero qué hay en ese huevo?”- le dijo el funcionario. Aparentemente, alguna de las gallinas había dejado un recuerdo. "Ese huevo tiene documentos supersecretos”- le contestó. "Pero señor Hornibrook, para que usted tenga acceso a ello, tendrá que hacer algo más que enviar una carta. Quiero, por escrito, con la firma del Presidente, la promesa de que anulará el decreto de la expulsión de los judíos”- le exigió el comerciante polaco.

Al día siguiente, el Ministro norteamericano condicionaba toda la ayuda militar a Costa Rica. Después de explicarle a Calderón la posición del Departamento de Estado, el Ministro no tuvo pelos en la lengua para presionarlo: "No tengo otra opción que decirle, señor Presidente, que mis superiores han puesto en hold la ayuda militar y el préstamo solicitado". El mandatario no tuvo otra opción que firmar la carta y con ésta, suspender la implantación del oprobioso decreto.

Una vez que los documentos llegaron a Washington, el Departamento de Estado rompió todas las promesas. La tripulación alemana tenía no solo los planes para tomar el Canal de Panamá, sino que cientos de planes para sabotear los gobiernos de la región. El gobierno americano, el 28 de mayo, en vez de despachar los marineros a Japón, como había convenido, los mandó para San Francisco. Costa Rica se quejó de que "había prometido que las tripulaciones volverían a sus propios países" y que Washington lo había hecho "faltar a su promesa". Pero la nación del Norte, a pesar de que comprendía la sensibilidad del gobierno costarricense, no podía desprenderse de los secretos. El 5 de agosto, la prensa informaría que los marineros eran "prácticamente prisioneros de los Estados Unidos, internados en Montana y Dakota del Sur".

La reacción alemana no se dejó esperar. El 28 de mayo, el Ministro alemán entabló una fuerte denuncia y amenaza en contra de Costa Rica: "En nombre y por órdenes del gobierno del Reich protesto en toda forma y de la manera más enfática por la expulsión de los marineros alemanes. Al mismo tiempo, he recibido órdenes de poner en conocimiento a su Excelencia de que el gobierno del Reich hará responsable al gobierno de Costa Rica de las consecuencias de esta acción. En vista de la actitud mostrada por el gobierno de Costa Rica en este asunto, se reserva, para el futuro, el gobierno del Reich, tomar las acciones pertinentes”- decía la misiva. Max y Reinebeck dejaron entrever que planeaban una venganza contra el régimen de Calderón. Sin embargo, antes de que pudieran realizarla, los alemanes vieron su poder escaparse de las manos.

La política exterior de Costa Rica se tornó pronorteamericana. El país se negaría, el 3 de agosto de 1941, a clausurar los consulados en los territorios ocupados por Alemania. El Reich había comunicado a Costa Rica y a otros países latinoamericanos que para el primero de setiembre debían volver a solicitar sus credenciales diplomáticas. Pero Calderón, en desafío, le comunicó el 2 de setiembre a Reinebeck que "consideraba que subsisten jurídicamente los gobiernos de las regiones ocupadas por Alemania" y que por esta razón "no juzga el caso cerrar sus consulados en los territorios mencionados porque de otra manera se admitiría el derecho de la conquista al cual este país como todos los del continente americano, es enteramente adverso". El 9 de setiembre, Alemania eliminó los consulados de Costa Rica en los territorios ocupados. Berlín consideró la posición de ese gobierno como "argumento inaceptable" y pidió el retiro de todos los cónsules costarricenses.

Finalmente, el 8 de diciembre, un día después del ataque de Pearl Harbor, y antes de que los mismos Estados Unidos, Costa Rica "de acuerdo con los principios de solidaridad y defensa del hemisferio...hemos declarado hoy a las 11 de la mañana, el estado de guerra entre Costa Rica y Japón”- decía el telegrama enviado a todo el mundo. El 11 de diciembre el régimen tico entró en guerra contra Alemania e Italia. El Congreso de Costa Rica, por su parte, dio la autorización para la declaratoria de guerra y el 10 de diciembre, por 34 votos contra 10, autorizó al Poder Ejecutivo lo que esperaba: la suspensión de las garantías constitucionales.

Una vez en guerra con Alemania, los Estados Unidos variarían su posición de luchar, como lo hicieron antes, por la destitución de oficiales alemanes o fascistoides de los respectivos gobiernos latinos, por la erradicación total de los nazis de la vida política y económica. De acuerdo con el Departamento de Estado, la política se realizaría por medio de un boicot económico en contra de las compañías o de las personas que negociaran con los países del Eje, o que contaran con dueños o socios simpatizantes con su causa. Para ello, se levantaría una Lista Negra y se enviaría el 17 de julio de 1941. La Lista Negra para Costa Rica incluyó, en un principio, 67 nombres y compañías, la que se incrementaría a 200.

El 11 de diciembre de 1941 por decreto ejecutivo número 47 el gobierno obligó a los alemanes, italianos y japoneses a solicitar permisos para movilizarse por el país. El 20 de diciembre, Calderón visitó las instalaciones de un campo de concentración en construcción. El 24 de diciembre se anunciaba a la prensa que se había iniciado el inventario de las propiedades italianas y que se pondrían bajo la custodia de la Legación argentina. Tres días después, el gobierno prohibió, por el decreto número 3, el comercio con los países del Eje. El 7 de enero de 1942, se obligaba a todos los súbditos de esos países a presentar la declaración jurada de sus bienes y propiedades. El 25 de febrero, se publicó la Lista Negra y se anunció que las firmas y propiedades de las personas incluidas, serían controladas por la oficina de coordinación. En mayo de 1942, se inició el cierre de los beneficios de café alemanes y en junio, otras propiedades por un valor de 60 millones de colones. El 28 de junio, el Congreso aprobó la autorización para que el Ejecutivo pudiera expropiar, sin indemnización previa, las propiedades de los ciudadanos de los países del Eje, en manos de la Junta de Custodia.

Pero a pesar de toda esta legislación y política de la Junta, la liquidación del poder económico y político nazi se fue dando con lentitud y se vio obstaculizada tanto por trabas burocráticas, como por los cambios de propiedades que numerosos alemanes e italianos hicieron a última hora. No sería sino hasta el mes de julio de 1942 en que el poder alemán en Costa Rica recibiría su golpe mortal.

Para esta fecha, los sectores aliados con el gobierno: Estados Unidos, los comunistas, la Iglesia y los antifascistas, habían estrechado sus lazos. Calderón dependía de ellos para cada paso. Uno de los acuerdos a que llegaron era que los nazis debían ser expulsados, cosa que se inició el 7 de abril de 1942. Cien de ellos fueron enviados a campos de concentración en los Estados Unidos. Pero para asestar un tiro de gracia, planearon un kristallnacht a la tica.

El 2 de julio de 1942 el barco bananero San Pablo, que se encontraba en Limón, fue sorpresivamente torpedeado por un submarino alemán, ocasionando la muerte de 24 trabajadores costarricenses. La prensa acusó a Alemania: "Anoche el primer ataque del Eje contra Costa Rica". Varios sectores, indignados por el ataque, decidieron hacer una manifestación de protesta. Para el 4 de julio, el Comité de Unificación de las Asociaciones Antitotalitarias, el Comité Sindical de Enlace que incluía a todos los sindicatos del gobierno, el Partido Comunista y el Republicano, decidieron participar.

El gobierno de Calderón y el Partido Comunista tenían otros planes para esta manifestación. Su intención era provocar un ataque a los negocios alemanes, por parte de una muchedumbre descontrolada. Después de incendiarios discursos de Manuel Mora que pidió "mano de hierro para la quinta columna" y de Calderón quien dijo que "no me temblará la mano... para tomar las medidas que falten" la muchedumbre se lanzó al pillaje y al incendio de los negocios. 123 establecimientos fueron saqueados y hubo 76 heridos. El Diario de Costa Rica reconocería que la policía no intervino y que la consigna fue "dejar hacer". Para el 8 de julio, 350 personas fueron identificadas con la causa nazi y detenidas, de las que 100 serían deportadas inmediatamente a los Estados Unidos. El 19 de agosto se cerraron todos los ingenios de café y de azúcar en manos germanas. Al final de la guerra, más de 300 alemanes serían enviados a los campos de detención en los Estados Unidos. El plan nazi de una Costa Rica neutral, había fracasado.

En la misma forma que Max se había salvado de la noche de los cuchillos largos, así lo hizo el Comité de Yadira durante la kristallnacht. Fueron lo suficientemente astutos para no participar en las manifestaciones de los años 1941 y 1942. Esto les ayudaría, después, a dar su gran y última lucha contra los judíos.