Iba á contestar Nolo con otras pesadas palabras; pero el intrépido Celsode Canzana, temiendo que la disputa llegase á pelea, se apresuró áintervenir.
—Ya que lo veo necesario, Nolo, voy á decirte lo que sé y que según lastrazas nadie ha querido contarte hasta ahora. Esta mañana se presentó enCanzana una gran señora y preguntó por el tío Goro y la tía Felicia.Entró en su casa, habló con ellos y también con Demetria y se fué enseguida. Allí se dice que esta gran señora es la madre de tu rapaza, yque se la lleva para Oviedo ó Gijón. Ahora ya sabes por qué no havenido esta tarde á la romería. Si quieres ir á Canzana puedes hacerlo,y si á la Braña, lo mismo.
De todos modos, los mozos de Entralgo estamossiempre para lo que gustes mandar.
Quedó Nolo suspenso y acortado al escuchar estas palabras. Una grantristeza inundó su corazón y empalidecieron sus mejillas. Apenas pudomurmurar las gracias.
Repuesto un poco, al cabo se despidió de susamigos manifestando que iba derecho á su casa.
Se acostó en la cama, pero no pudo gozar de las dulzuras del reposo.Todas sus ilusiones se huían. Aquel amor profundo, el primero y el únicode su vida, se disipaba como un sueño. Lo que tenazmente se susurrabahacía tiempo y había llegado varias veces á sus oídos resultaba cierto.Demetria no era hija de aldeanos, sino de señores, y señora ella mismapor lo tanto. ¿Cómo se acordaría en las alturas de su nueva posición dela bajeza de aquel aldeano que la amaba? ¡Oh, cuánto la amaba! El pobreNolo daba vueltas en su lecho cual si tuviese espinas.
Por la mañana pensó en comunicar con su madre tan tristes noticias, perono pudo hacerlo. La voz no quiso salir de su garganta; temía echarse állorar como un niño.
Salió á trabajar, pero en vez de hacerlo dejósecaer bajo un árbol, y así se estuvo toda la mañana inmóvil, con los ojosextáticos. Un deseo punzante le acometió, el de ver por última vez áDemetria y despedirse. Quizá no se hubiese marchado aún. Si se habíamarchado, quería ver siquiera aquella casa en que ella respiró ysentarse en la misma tajuela y hablar con los que siempre había tenidopor padres. Comió apresuradamente y salió con disimulo sin decir unapalabra.
Bajó á Villoria. Una vez allí, en vez de tomar el camino real deEntralgo, á la derecha del riachuelo, siguió la margen izquierda, por lafalda de la montaña, á la altura de Canzana.
Tampoco Demetria logró dormir aquella noche. Había pasado todo el díasumida en profunda tristeza, llorando á ratos amargamente, haciendo, sinembargo, penosos esfuerzos por mostrarse serena á fin de no aumentar eldolor de la buena Felicia que estaba inconsolable. Lo que máscontristaba á la zagala era que ésta perdiera aquella confianza maternalpara tratarla y reprenderla. Se mostraba, á par que afligida, un pococonfusa en presencia de la que ya no podía llamar hija.
Esperó con ansia la noche para ver á Nolo, pues no dudaba que éste, nohallándola en la romería, viniese á Canzana. Amargo desengañoexperimentó al observar que se llegaba la hora de irse á dormir sin queel mozo de la Braña llamase á su puerta. Y el mismo punzante deseo que áNolo le acometió á ella: el de despedirse y darle testimonio de suconstante amor.
Al día siguiente toda la mañana empleó en los preparativos de su viaje.Efectuáronse éstos en silencio y tristemente. La casa estaba como sihubiera muerto alguno. Después de comer manifestó que iba á Lorío ádespedirse de Flora; la avergonzaba mucho manifestar su verdaderodesignio. Bajó la calzada de Entralgo, pero antes de trasponer el puentesiguió la margen izquierda del río, pasó por lo cimero de Cerezangos yse dirigió á Villoria.
Los caminos eran de montaña: unas veces senderos en los prados, otras enlos bosques de castaños, otras, en fin, calzadas estrechísimas entreparedillas recubiertas de zarzamora y madreselva. En el recodo de una deestas calzadas se encontró de improviso con Nolo. Ambos quedaronsorprendidos y sonrieron avergonzados sin pronunciar palabra. FuéDemetria quien primero rompió con franqueza el silencio:
—Iba á la Braña, Nolo.
—Y yo á Canzana, Demetria.
—Tenía que hablarte.
—Yo á ti también.
Demetria le miró sorprendida.
—¿Sabes algo?—le preguntó vacilante.
—Sí... Ayer me dijeron lo que había pasado por la mañana en tu casa.
Los dos guardaron silencio. Se habían arrimado á la paredilla, el uno allado del otro.
Demetria arrancó un retoño verde de la zarza y lo deshizoentre los dedos con la mirada fija en el suelo. Nolo con los ojosabatidos igualmente daba golpecitos con su nudoso garrote sobre laspiedras del camino.
—Nunca estuve más descuidada y alegre que ayer por la mañana—profirióal cabo en voz baja la joven.—Había lavado y vestido á mis hermanos ytenía mi ropa extendida sobre la cama para ponérmela cuando volviese dela fuente... Pensaba en la romería... Pensaba en bailar hasta caerrendida... Pensaba en ver á Flora... Cuando bajé la escalera encontré ámi madre llorando. Delante estaba una señora tan alta como yo, seria,con el pelo casi blanco. Llevaba pendientes que relucían como situviesen fuego dentro y en las muñecas unos anillos grandes con piedrasverdes que relucían también... Cuando mi madre me dijo:—Demetria, estaseñora es tu madre; yo no lo soy—pensé que me venía el techo encima.Quedé sin gota de sangre. Después me dijeron que iban á llevarme áOviedo y vestirme de señora...
—¿Y no te alegras de eso?—preguntó Nolo sin levantar los ojos.
—No—respondió secamente la zagala.
Hubo una pausa. Nolo volvió á preguntar tímidamente:
—¿Será por el tío Goro y la tía Felicia? Te han criado como padres y túlos quieres como si lo fuesen...
—Sí, por ellos es... y por ti también—añadió rápidamente y en voz másbaja.
Un estremecimiento sacudió el cuerpo del mozo de la Braña.
—¡Oh, por mí!... ¡Bien te acordarás cuando seas señora y vistas deseda y cuelgues de las orejas pendientes que reluzcan como candelas deeste pobre aldeano que allá en la Braña destripa terrones!
—Calla, Nolo, calla—profirió ella con acento severo.—No me obligues ádecir lo que no debo. Lo que soy ahora lo seré siempre para ti. Yapueden ponerme los vestidos que quieran: debajo de ellos siempre estaráDemetria, la misma rapaza para quien hacías zampoñas y buscabas nidosallá en el monte, la misma que acompañaste en las romerías tantas veces.
El mozo de la Braña escucha estas nobles palabras con alegría y guardasilencio paladeando su sabor delicioso.
—Si en Canzana hubieran querido—añadió la joven después de un rato conacento no exento de amargura—nadie me sacaría de casa.
—¡Qué iban á hacer los pobres, si no son tus padres!—murmuró Nolo.
—Ellos nada, pero dejarme á mí que lo hiciera.
—Bien sabes, Demetria, que eso no puede ser. Ni tenían razón para ello,ni se habrán atrevido á aconsejártelo.
Calló la zagala, comprendiendo que Nolo tenía razón, que su queja erainjustificada.
—De todos modos—profirió después con resolución,—si ahora me marcho,algún día volveré. Nadie me quitará de venir á ver á mis padres... Y sime lo quitan, ya sabré lo que he de hacer.
—¿Cuándo te marchas?
—Mañana. Regalado, el mayordomo de D. Félix, quedó encargado dellevarme.
Acerca del viaje y sus preparativos, de la aflicción de sus padres y desus pequeños hermanos departieron todavía un rato. Ni una palabravolvieron á hablar de sí mismos.
La plática corría lánguida y apagada.Debajo de sus palabras indiferentes se trasparentaba una tristezaprofunda. Ambos tenían la voz levemente enronquecida y temblorosa. Alcabo, después de una larga pausa, Demetria dejó escapar un suspiro ycomo si saliese de un sueño exclamó:
—Bueno, Nolo: es hora ya de separarnos. No sé si tendré tiempo de ir áLorío á despedirme de Flora y volver antes de la noche.
—Sí lo tienes. Mira; el sol está muy alto todavía.
Demetria guardó silencio y permaneció inmóvil mirando por encima de laparedilla á las altas montañas de Mea. Y sin apartar de ellas los ojosprofirió:
—¿Vendrás mañana á despedirme?
—No—respondió el mozo con firmeza.
—Haces bien. ¿Para qué llamar la atención de la gente?
Y después de una pausa añadió tendiéndole la mano:
—Adiós, Nolo, que Dios te proteja como hasta ahora, que proteja á tuspadres y á tus hermanos y al ganado que tenéis en la cuadra.
—Adiós, Demetria. Él te guarde tan buena como eres y te traiga prontopor acá.
Se estrecharon las manos, se miraron con amor á los ojos unos instantesy se apartaron con el corazón desgarrado, pero grandes, serenos como lanaturaleza que los rodeaba, hermosos y castos como dos mármoles de laantigüedad.
—Oye, Demetria—dijo él volviéndose repentinamente.
Demetria también se volvió.
—Toma esos claveles—añadió quitándose la montera y arrancando de ellalos que llevaba prendidos.—Si pasas por la iglesia de Entralgo déjalosá la Virgen del Carmen.
Es nuestra madre y ella nos juntará otra vez.
Tomólos la zagala sin decir una palabra. Ambos se alejaron con pasorápido. Ella lloraba. Él con los ojos secos y la mirada altiva marchabaerguido y arrogante, aunque llevase la muerte en el alma.
En vez de seguir el mismo camino y pasar á Entralgo por el puente delcampo de la Bolera, Demetria bajó al río, lo atravesó por unas grandespiedras pasaderas que debajo de Cerezangos hay y siguió la margenderecha hasta dar pronto en la iglesia de Entralgo. Empujó con manotrémula la puerta y entró. Se hallaba el templo solitario en aquellahora. La zagala se postró ante la sagrada imagen de la Virgen, ysollozando, con palabras fervorosas pidió protección para ella y paraNolo: besó repetidas veces el ramo de claveles que éste le había dado ylo dejó á los pies de la Madre de los desconsolados.
Al salir tropezó cerca del pórtico con la tía Brígida y la tía Jeroma,aquellas venerables hermanas que tuvieron la dicha de dar al mundo alprudente Quino y al pernicioso Bartolo, de fama inmortal. La habíanvisto desde un prado próximo entrar en la iglesia y picada su curiosidadbajaron rápidamente á esperarla. Ambas quedaron fuertemente sorprendidasal hallarla con los ojos enrojecidos por el llanto.
—¡Quién diría, hermosa, al verte con los ojos llorosos, que ha caídosobre ti la bendición de Dios!—exclamó la tía Brígida poniéndole carahalagüeña.—Todos los vecinos estamos alegres más que las pascuas, alver cómo la fortuna te ha entrado por las puertas. Porque no hay ningunoque no te haya estimado por la rapaza más guapa, más limpia, más honradade nuestra parroquia. Tú sola eres la triste, Demetria. ¿Cómo es eso?
—¡Bah! lágrimas de un día—exclamó la tía Jeroma.—Bien se acordará dellorar cuando mañana se vea en Oviedo sentada en un sillón que se hunde,tomando chocolate con bizcochos y con una criada detrás para que leespante las moscas.
Demetria permaneció grave y silenciosa. Las comadres trataron de tirarlede la lengua, pero fué inútil. Sus esfuerzos se estrellaron contra laactitud fría y reservada que siempre había caracterizado á la hija deltío Goro de Canzana.
Despidióse presto y se encaminó velozmente á Lorío. Flora lloróprimero, rió después, volvió á llorar y trató de consolarla. ¡Cuántohabló aquella vivaracha criatura en poco tiempo! Pues aún nopareciéndole bastante resolvió acompañar á su amiga hasta Entralgo,dormir allí y despedirla al día siguiente. Y así se efectuó y no haypara qué decir que durante el camino no cerró la boca. Demetria laescuchaba embelesada y de vez en cuando aplicaba un sonoro beso en susmejillas de rosa.
No fué mucho tampoco lo que pudo dormir la zagala aquella noche. Aguardósin embargo á que su padre la llamase y se vistió como si fuesen áconducirla al suplicio.
Cuando se asomó al corredor vió delante de lacasa á todas sus compañeras, quince ó veinte zagalas de Canzana quehabían resuelto bajar á despedirla. Un torrente de lágrimas se escapó desus ojos. Su padre, el irreprochable Goro, la tomó de la mano y le dijo:
—Paréceme, Demetria, que llegó la hora de decirte algunas palabrasinstruídas; porque la sabiduría, no lo olvides, hija, es la mejorcosecha que un hombre puede recoger. Vale más que el maíz y que el trigoy si es caso vale más que el mismo ganado. Ahora que vas á Oviedo ytratarás con señorones de levita, instrúyete, hija, aprende lo quepuedas, lee por todos los papeles que se te ofrezcan y si se terciaagarra también la pluma. Pero luego que estés bien aprendida nodesprecies á los pobres ignorantes, porque buena desgracia tienen ellos.Además el orgullo no sienta bien á
ningún cristiano. Yo que comí más deuna vez á la mesa con los clérigos te lo puedo certificar. Y el EspírituSanto ha dicho: «Si te ensalzas te humillaré, y si te humillas teensalzaré».
Así habló el hombre más profundo que guardaba entonces el valle deLaviana y quizá las riberas todas del Nalón caudaloso.
—¡Padre, padre! ¿por qué me dice usted eso?—exclamó Demetriaangustiada.
Sin embargo, pronto se llega la hora de partir. La desdichada Feliciano tiene fuerzas para acompañar á su hija y queda en casa exhalandogemidos. Un grupo numeroso de zagalas y en medio de él Demetriadesciende por la calzada de Entralgo. Detrás marchan también algunoshombres que rodean al tío Goro.
En Entralgo los esperaba ya Regalado con los caballos enjaezados.Demetria abraza á todas sus amigas y sube al que tiene las jamugas. Elmayordomo monta en el suyo brioso.
—¡Adiós, adiós!
El tío Goro, pálido como la cera, se acerca todavía á su hija, leestrecha las manos, se las besa y le vierte al oído estas memorablespalabras:
—Aprende, hija, aprende á leer por los papeles, que la persona que nosabe semeja (aunque sea mala comparanza) á un buey.
Luego se retira demudado como si fuera á caer.
¡Adiós, adiós!
XIV
Trabajos y días.
LEGÓ el otoño. Las vegas comenzaron á ponerse amarillas; el ganado bajódel monte; los paisanos se aprestaron á cortar el maíz. Así que locortaron, después de tenerlo algunos días en la vega en pequeñaspirámides que llaman cucas, lo acarrearon á las casas. Reinaba en laaldea gran animación. Chillaban los carros por los caminos; derramábasela gente por las eras; cantaban los mozos en los castañares sacudiendocon sus varas largas el erizado fruto; ahumaban los hogares. Una brisafresca perfumada de trébol y madreselva corría por el campo. Unos ibanal río y con los calzones remangados entraban en él y pescaban conatarraya ó con caña las sabrosas truchas salmonadas, las anguilas ylampreas; otros sacudían los castaños y amontonaban los erizos en uncerco hecho de piedra para que allí se pudran y dejen suelto el fruto;otros aguijaban los bueyes delante del carro; otros fabricaban madreñasdebajo de un hórreo. Las mujeres los ayudaban, y unas veces en las eras,otras en casa amasando y cociendo la borona, otras por fin en el ríolavando su ropa manchada por el polvo y el sudor, riendo y cantandosiempre, esparcían por el valle la alegría. Cuando la noche se llega,los rapaces que apacentan el ganado por las colinas bajan al pueblotañendo silbatos hechos de caña de saúco y las montañas repitendulcemente sus sones acordados. Las fuentes murmuran, los sapos cantan,la brisa se calla y un manto negro recamado de estrellas se extiende alcabo sobre la campiña feliz.
Por la noche solía haber esfoyaza, la faena de descubrir las mazorcasy atarlas en ristras. Cada día acudían los vecinos á casa de uno deellos para ayudarle; generalmente eran los jóvenes. Reunidos en unaestancia mozos y mozas á la luz de un candil pasaban la veladaalegremente bromeando, cantando, requebrándose mientras poco á poco lasdoradas espigas salían de su envoltura y se enristraban para adornardespués los corredores y los hórreos.
Pero Entralgo era celebrado en todo el país por sus bellas, frondosaspomaradas. La fabricación de la sidra era aquí un asunto de capitalinterés. Primero se recoge la manzana de los árboles, y en esta tarea nohay quien aventaje á las zagalas de mi pueblo natal. Nadie desprende conmás cuidado el fruto y lo coloca con delicadeza en su delantal, nidistingue con más fina perspicacia la reineta del repínaldo, el balsaín de la balvona, ni sabe cantar mientras trabaja coplas másdivertidas, ni retoza con tanta gracia, ni ríe de mejor gana, ni muestraal reir unos labios más rojos, unos dientes más blancos.
Regalado preside á esta faena en la gran pomarada de D. Félix porausencia de éste.
Sentado bajo el árbol más copudo, rodeado de hermosasjóvenes y tañendo la flauta con destreza, semeja al dios Pan entre susninfas. Mas á veces deja la flauta abandonada y entonces las ninfas seponen en guardia, porque siempre es con algún fin siniestro. Quiereprobar si la carne de alguna de aquellas manzanitas coloradas es tandulce y sabrosa como parece, y suele encontrarse con un mojicón decuello vuelto ó con algún empellón que le hace dar con sus huesos en elmullido césped. Porque es hora ya de manifestar, aunque con la debidareserva, que el mayordomo de D. Félix había perdido bastante de suprístina fortaleza en el comercio de las bellas, según se aseguraba.Tenía las piernas temblonas y estaba más averiado que un visir.
¡Ea! ya está formado el montón. Se aguarda unos días á que «siente elfruto», y mientras tanto, bárrese el lagar, se revisa y arregla laprensa, la viga, el huso, friéganse los toneles y barricas y se renuevanlos arcos que han perdido. Un grato aroma de manzana madura se esparcepor todo el lugar. Llegado el momento de pisarla, Regalado envía recadoá Nolo de la Braña y Jacinto de Fresnedo, hijos de sus primos Pacho yTelesforo, avisa á algunos inteligentes labradores de Canzana, entreellos al tío Pepón, padre de la hermosa Telva, que ya conocemos, yayudado de Quino, Bartolo y otros mozos de Entralgo se comienzasolemnemente la fabricación de la sidra. Los mozos, empuñando sendosmazos, machacan el fragante fruto en duernos de madera.
Después demachacado se trasporta á la prensa, y cuando hay bastante se oprime.
Mientras dura esta faena no cesan los cánticos y las bromas. El grande,oscuro lagar dormido, despierta y retumba con risas y gritos. Quienmenos ríe y menos grita es el belicoso Bartolo, porque es el que mástrabaja. Si alguien pusiera en duda esta verdad, oígale á él.
—¡Callad, haraganes, callad! No hacéis migaja de labor. Toda la fuerzase os marcha por la boca y no valéis la comida que os dan. Los gritosquedan para las lumbradas y los hígados para el trabajo. ¡Puño! si nofuese por mí, no concluíais de pisar el fruto en ocho días.
Los mozos, en vez de enojarse, reciben con estampidos de risa losdiscursos de Bartolo. Nadie quiere admirar á aquel zagal esforzado, quelo mismo en la paz que en la guerra ostenta su constancia y sufortaleza. Algunos se propasan á embromarle, se burlan de su cerviguilloluciente, de sus caderas un poco derrengadas, de su marcha tortuosa yvacilante. Bartolo calla, porque es tan prudente como intrépido. Perohay uno que lleva su increíble osadía hasta á hacer una clara alusión altonel en qué nuestro héroe estuvo guardado cuando fué perseguido porFirmo de Rivota, y entonces ¡puño!
el hijo de la tía Jeroma salta comoun leopardo de los bosques, levanta su mazo... y habría la deRoncesvalles si no intervienen Regalado, el tío Pepón y otroscaracterizados personajes allí presentes.
Sin embargo, su primo Quino no se muestra aquel día tan ingenioso ylocuaz como otras veces. Es que pesa sobre su espíritu atormentado unagrave preocupación. Había llegado á los veintiséis años y esta edad eraya más que suficiente para tomar estado en un país donde los hombressuelen casarse á los veinte. Empezaba la gente á hacerle cargos yalgunas zagalas le llamaban viejo. Comprendía que se hacía necesarioabandonar aquella vida feliz de mariposa gentil, si no quería ser laburla y el desprecio de sus convecinos. Dos mujeres le amaban en aquelmomento, Telva de Canzana y Eladia de Entralgo. Allá en lasprofundidades de su corazón resolvió casarse con una de ellas, peroilustre siempre por su prudencia, pesaba con escrupuloso cuidado lasventajas de una y otra antes de elegir. Las cualidades personalesestaban á la vista: no había, pues, que preocuparse por ellas. Lo queabsorbía toda su atención é inquietaba su espíritu eran otrascondiciones ocultas y sustanciosas que un mozo tan señalado por suingenio no podía perder de vista. El tío Pepón era un labrador rico, yaunque tenía tres hijos, á los tres los dejaría bien acomodados; todo elvalle lo sabía.
Pero igualmente sabía todo el valle que el tío Pepón,mientras viviera, no soltaría ni un céntimo, ni una cabeza de ganado, niun pañuelo de tierra. Como las patatas, sólo daría el fruto dentro de latierra. En cambio, los tíos de Eladia eran de condición más espléndida.Martinán no cultivaba la tierra, pero había agenciado bastante dinerocon su taberna, compró fincas que tenía arrendadas y ganado que habíadado en parcería. Lo mismo él que su esposa tenían hecho testamento áfavor de su sobrina, según se decía de público. Además Martinán, si nocon palabras claras, de un modo indirecto había hecho saber á nuestrohéroe que si casaba con su sobrina le daría cuatro mil reales en dinero,una pareja de novillas y un prado que poseía camino de Canzana queproducía seis ó siete carros de hierba.
Quino deseaba saber si uniéndose con Telva podría obtener las mismas ómayores ventajas. Decidióse, pues, á hablar con el tío Pepón. Paraefectuarlo se colocó á su lado mientras pisaban la manzana. En unmomento de descanso le dirigió estas palabras afectando ruda franqueza:
—¿Entonces, tío Pepe, me da usted á Telva ó no me la da?
Rascóse Pepón el cogote sin contestar, sacó su petaca mugrienta decuero, tomó una hoja del librillo de papel y la sujetó entre los labiospor una esquina, luego se echó una polvarada de tabaco sobre la granpalma callosa de su mano y ofreció otra á Quino.
Las molieron mejor quelo estaban entre las palmas, liaron los cigarros en silencio, encendióel tío Pepe la yesca después de dar veinte golpes al pedernal con eleslabón, y cuando comenzaron á fumar, sin otros preámbulos le metió elpuño por el vientre al mozo de Entralgo y exclamó riendo:
—¡Vé por ella cuando quieras, pillo!
Quino agradeció la caricia tanto como la gentil respuesta. Una sonrisafeliz y socarrona á la vez se dibujó en sus labios.
—Pero no será de vacío, ¿verdad?
—¡Ah gran tuno, ahí te duele!—profirió Pepón sin dejar de reir ymetiendo de nuevo el puño por el estómago á su futuro yerno, que sedobló como un arco. Luego añadió gravemente:—Eso no se preguntasiquiera, Quino. Yo no soy rico, pero mientras estéis en mi compañía noos faltará la borona y el potaje. Comeréis de lo que haya como nosotros.Y el día que os marchéis, porque la familia os cunda, Telva llevará unajuar de ropa como la primera de la parroquia y tú podrás trabajar ámedias conmigo alguna de las tierras y segar algún prado.
La perspectiva no le pareció muy risueña al industrioso Quino. Apagósela sonrisa que contraía su rostro y quedó más serio que un regidor.Después de dar algunas profundas chupadas al cigarro, signo de intensameditación, preguntó mirando á las vigas del techo:
—¿Y de cuartos, nada?
—Ni un ochavo—respondió Pepón poniéndose más serio que él, sicabe—Telva tiene el dote en la cara.
Hubo una pausa. Quino da otros cuantos chupetones al cigarro.
—Pues Martinán me da cuatro mil reales si caso con Eladia.
—Pues yo no te doy nada—respondió Pepón con firmeza.
—Pues entonces hasta otra, tío Pepe.
—Hasta otra, Quino.
Ambos empuñaron de nuevo los mazos y se pusieron á trabajar sin volver ádirigirse la palabra.
Por la noche hubo esfoyaza en el palacio del capitán. Se efectuaba enuna amplia estancia que había en la parte trasera y que llamaban «elgranero». Regalado, en su cualidad de divinidad campestre, presidiótambién á esta faena agrícola, y más rumboso que los demás vecinos, envez del acostumbrado candil colgó del techo un velón de cuatro mecheros.Reuniéronse casi todos los mozos y mozas de Entralgo.
Vinieron tambiénalgunos de Canzana. Y en cuanto las doradas mazorcas comenzaron ádescubrirse dieron comienzo igualmente los cánticos, las risas, lasbromas y los gritos. Ellas tiraban de las hojas y arrancaban las quesobraban: ellos trenzaban las espigas en largas ristras que subían luegoal desván.
Jacinto se sentó al lado de Flora, que desde hacía ya algunos díasacompañaba á D.ª
Robustiana y la ayudaba en las faenas del otoño. Quinohizo lo mismo al par de Eladia.
Resuelto ya desde aquella tarde á favorde la sobrina de Martinán el pleito que hacía tiempo ardía en su cabeza,festejábala empleando en ello todos los recursos de su claro ingenio.Maestro consumado en el arte de galantear, tenía á la pobre zagalasuspensa de sus discursos artificiosos, confusa y ruborizada.
Algunas otras parejas amarteladas había diseminadas por los rinconesoscuros del recinto. Pero la gran mayoría departía bromeando unas vecesy otras cantaba.
Regalado, espíritu sarcástico, llevaba la voz en todaslas bromas.
—Resuelto estoy de una vez—decía desde su silla con voz compungida—
áarrepentirme del cariño que hasta ahora sentí por una rapaza de estaparroquia. Estoy casado; el cura me regaña; tuve más de un disgusto conla mujer. Creo que harto escándalo di ya y que es hora de echar algunaspaletadas de tierra en la hoguera que me consume... Pero dígolo enverdad, por nada de este mundo quisiera que la rapaza cayera en poder dealgún zorrocloco que no tuviera para mantenerla, que la matara de hambreó le diese mala vida. Por eso he pensado en buscar para ella un mozorico, guapo, valiente, formal y trabajador. ¿Y quién reune en Entralgoestas cualidades?
Nadie más que el mozo que tengo á la vera, mi amigoBartolo. ¡Á ver si hay alguno que le ponga el pie delante en el trabajoni que se atreva á saludarle el hocico en la romería!... Además la tíaJeroma no le dejará marchar de casa sin su porqué; y como la moza eslimpia y honrada, si se tercia también la meterá en casa y los mantendráá cuerpo de rey...
—Vaya, vaya, Regalado, si quiere divertirse llame al gato—interrumpióla tía Jeroma con acritud.
Hay que saber que á ésta le parecía aquel noviazgo cosa ridícula como átodo el mundo, porque aparte la espantable fealdad de Maripepa, su hijocontaba quince años menos; pero tal idea tenía de su juicio y de sugusto que todo era de temer, y vivía sobresaltada desde que á Regaladose le había metido en el magín casarlo con la coja.
Maripepa se había puesto colorada, porque en el fondo no le parecía malpara marido aquel joven derrengado. Bartolo dejaba escapar gruñidos dedisgusto. Cuanto venía de la boca de Regalado le pa