La Cuerda del Ahorcado-Últimas Aventuras de Rocambole: El Loco de Bedlam by Pierre Alexis Vizconde de Ponson du Terrail - HTML preview

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—Un secreto que hace algunos años os hubiera colmado de alegría.

—¡Ah!

—Y que ahora va a llenar vuestro corazón de una dolorosa tristeza.

—¡Me espantáis, Tom!

—Milady, prosiguió este, ya os lo he dicho, llego de Australia.

—¿Y qué?

—Allí he encontrado a un hombre que se acordaba de vos...

que pensabaen vos con frecuencia.

—No os comprendo. ¿Quién puede pensar en mí en Australia?... preguntólady Pembleton impasible.

—Un hombre que se llama Walter Bruce.

—Ese nombre me es desconocido, Tom.

—Es posible, milady; pero antes de llevar ese nombre, tenía otro.

—¿Cuál?

—Se llamaba lord William Pembleton.

Lady Pembleton dejó escapar un grito.

Luego, mirando a Tom con estupor:

—¿Estáis loco? le dijo.

—No, milady, gozo de toda mi razón.

—Sin embargo, sabéis muy bien que lord William ha muerto.

—Lo he creído como vos, milady.

—Y yo lo he visto sin vida, Tom.

—No es a lord William a quien habéis visto muerto, milady.

—¿A quién pues?

—A un presidiario llamado Walter Bruce.

—¡Ah! mi pobre Tom! dijo entonces lady Pembleton, veo claramente que eldolor que habéis sentido por la muerte de vuestro noble amo os hatrastornado el cerebro.

—No, milady, yo no tengo trastornado el cerebro; no, no estoy loco.

—Sin embargo.....

—Os lo suplico, milady; dignaos escucharme hasta el fin.

Lady Pembleton pudo apenas reprimir un gesto de impaciencia.

En seguida echó una mirada en su rededor y vio que estaban solos.

Los dos lacayos, viendo que su noble señora hablaba familiarmente conaquel gentleman, se mantenían a respetuosa distancia.

—Sea, dijo en fin, hablad.

—Milady, os lo repito, dijo el antiguo mayordomo, lord William no hamuerto.

Lady Pembleton no respondió.

—¡Oh! prosiguió Tom, ya me creeréis cuando lo sepáis todo.

Y en seguida contó a lady Pembleton todo lo que sabía, todo lo que habíavisto y todo lo que había hecho.

Sin embargo, lady Pembleton le escuchaba con aire de incredulidad.

—¡Ah! exclamó Tom al concluir con acento de triunfo, cuando lo hayáisvisto, será fuerza que me creáis.

—¿Cuándo lo haya visto, decís?

—Sí, milady.

—Pues qué, ¿no está en Australia?

—Ha venido conmigo a Londres.

Lady Pembleton palideció y no pudo ocultar su turbación.

—¡En Londres! exclamó, ¿ese hombre está en Londres?

—Ese hombre que habéis amado.... y que habéis llorado.

—¿Y llegaré a verlo?

—Sí, llegaréis a verlo, milady.

Hablando así, se aproximaban en este momento a una vuelta de la alameda,donde forma un codo el riachuelo, dando origen a otra avenida.

En aquella vuelta había un banco colocado contra un sauce que lo cubríacon su sombra; y en aquel banco estaba sentado un hombre, joven aún,pero cuyo rostro conservaba las huellas de largos sufrimientos.

Al ver aproximarse a lady Pembleton, aquel hombre se levantó vivamente.

—¡Miss Anna! exclamó.

Lady Pembleton se estremeció y fijó en él la vista.

—¡Ahí le tenéis! dijo Tom.

La joven lady dio algunos pasos más y contempló fríamente a WalterBruce.

Y después, volviéndose a Tom, dijo con acento glacial:

—En efecto, amigo mío, este hombre se parece vagamente a lord William,pero no es él. Lord William ha muerto.

Walter Bruce exhaló un grito de dolor y huyó como un insensato.

—¡Oh! ¿por qué he vivido hasta hoy? decía al alejarse, ¡Ya sabía yo queno me reconocería!

XL

DIARIO DE UN LOCO DE BEDLAM.

XXVI

En la City, cerca de San Pablo, hay una calle que llaman Pater-Nosterstreet.

Esta calle es la de los libreros.

Pero estos útiles industriales no forman sin embargo, como podríacreerse, la totalidad de sus habitantes.

Hay allí un poco de todo: muchos libreros, es verdad, pero avecinandocon artesanos y negociantes, con propietarios de poca monta, y conhumildes empleados de comercio.

Hasta se encuentra en Pater-Noster, y por más señas en el número 17, loque se llama en Inglaterra un solícitor.

El solícitor, en Londres, es lo que podríamos llamar unprocurador-abogado.

Como procurador judicial, hace las diligencias de un pleito, y comoabogado lo defiende.

Así el solícitor gana mucho dinero.

En primer lugar se hace pagar muy caro,—y en segundo eterniza lospleitos.

De este modo el litigante que entra rico en su gabinete, sale al fin lasmás veces arruinado.

Pero en cambio tiene la ventaja de haber ganado su pleito.

Como decíamos pues, existía en Londres por esta época, y en el número 17de la calle de Pater-Noster, un solícitor famoso.

Este solícitor era conocido con el nombre de Mister Simouns.

Era un hombre de gran talento y toda la curia inglesa le rendía pleitohomenaje.

Cada una de sus palabras valía por lo menos una guinea, pero tenía elraro mérito, en su cualidad de solícitor, de conducir los negocios alpaso de carga. Los pleitos no se eternizaban en sus manos.

Mister Simouns era un hombre joven aún.

Alto, un poco obeso, con algunos raros cabellos sobre las sienes, y elcráneo enteramente desnudo, el rostro adornado con dos magníficaspatillas, los labios delgados, ojos claros y azules, tez rosada, y ungracioso hoyuelo en la barba.....

Tal era mister Simouns.

Su aspecto era majestuoso, pero reflejaba a la vez una bondad natural yuna franqueza, que no dejaba de atraerle partidarios.

En una ocasión se había atraído sin quererlo el sufragio de susconciudadanos, que intentaron enviarlo a la Cámara de los comunes; peromister Simouns rehusó este honor.

—No soy bastante rico aún, había dicho, para consagrar mi tiempo a losnegocios públicos.

Mr. Simouns, como hemos indicado, conducía a veces un pleito con unarapidez extraordinaria. Los ecos del tribunal de Drury-Lane

conservabanpor

largo

tiempo

los

sonidos

armoniosos de su elocuencia, a la vezpatética y violenta.

Este célebre solícitor acababa de defender a un Irlandés comprometido enlas últimas intentonas del fenianismo, y lo había hecho absolver.

Y lo que había conmovido sobre todo y encantado al pueblo de Londres,era que el pobre Irlandés no tenía una blanca en el bolsillo, y que Mr.Simouns lo había defendido de balde.

Es verdad también que Mr. Simouns, como buen inglés, sabía lo que sehacía llamando la atención sobre su persona.

Ahora bien, una mañana, Mr. Simouns llegaba como de costumbre aPater-Noster.

En Londres, todo hombre de negocios, comerciante, notario o abogado, queha adquirido una regular fortuna, tiene su despacho o gabinete en unacalle populosa y central, pero vive con su familia en el campo.

A alguna distancia de la capital o al menos a dos o tres leguas delcentro, habita por lo común en una linda casita rodeada de jardines,lejos de la mortífera atmósfera de Londres.

Mr. Simouns llegaba pues a su gabinete de Pater-Noster a las once de lamañana, y se volvía al campo a la hora de comer.

En la mañana de que hablamos, acababa de llegar como de costumbre,bajaba de su coche e iba a penetrar en el portal estrecho, oscuro yhúmedo que conducía a su oficina, cuando un hombre, que parecía estarloesperando hacía ya tiempo, dio un paso hacia él y le dijo con cortesía:

—Dispensadme, mister Simouns.

Aquel hombre estaba decentemente vestido.

Mr. Simouns se volvió, lo miró atentamente, y se quedó como dudando porun instante.

Su mirada parecía decir:

—Me parece que conozco a este prójimo. ¿Dónde diablos lo he visto?

—Veo que no os acordáis de mí, mister Simouns, dijo aquel hombre.

—En efecto..... y sin embargo..... me parece...

—Hace cerca de diez años que no nos hemos visto.

—¡Oh! entonces.......

El desconocido no le dejó acabar y prosiguió:

—Yo era ya un cliente de vuestro gabinete, cuando erais aún oficialmayor.

—¿De veras? exclamó Mr. Simouns.

—Yo era mayordomo de lord Pembleton y me llamo Tom.

Venía aquí confrecuencia cuando os ocupabais de los negocios de mi noble amo.

—¡Ah! muy bien, dijo Mr. Simouns, me acuerdo ahora perfectamente. Sí,sí, ahora recuerdo vuestra fisonomía.

—Pues bien, Mr. Simouns, vengo a veros, y desearía hablaros de unnegocio de gravísima importancia.

—En ese caso, subid a mi gabinete.

Y Mr. Simouns entró delante de Tom que le siguió de cerca.

El antiguo mayordomo de Pembleton no volvió a pronunciar una palabra,hasta que se halló instalado en el gabinete particular del solícitor.

—¿Seguís sirviendo siempre a la noble familia Pembleton? le preguntóentonces Mr. Simouns.

—Sí y no, respondió Tom.

Mr. Simouns se quedó mirándolo.

—He dejado el servicio de sir Evandale, pero continúo al lado de lordWilliam.

Como era tan notorio en el Reino Unido que lord William había muerto yque sir Evandale había sucedido a su hermano, Mr. Simouns se quedómirando fijamente a Tom, creyendo que se hallaba con un loco.

Pero Tom hablaba con convicción, y no había el menor indicio de locurani en su mirada, ni en su actitud ni en la inflexión de su voz.

—Dispensadme, dijo Mr. Simouns, es necesario que os expliquéis con másclaridad, amigo mío.

—Eso es lo que voy a hacer, si es que os dignáis escucharme.

—Bien, hablad.

El solícitor es un hombre paciente por costumbre y por deber deprofesión. Positivo ante todo, sabe que en el relato más desordenado ymás oscuro de un cliente, hay siempre un punto claro que puede ser útila la defensa, y que las mejores causas no son muchas veces las másfáciles de explicar.

—Mr. Simouns, dijo entonces Tom, el honorable Mr. Goldery, vuestropredecesor, era muy adicto a lord Evandale Pembleton, el padre de lordWilliam. Era sobre todo un hombre muy honrado, Mr. Goldery.

—Y yo me jacto de ser tan honrado como él, repuso Mr.

Simouns concalma.

—Estoy persuadido de ello, prosiguió Tom, y por eso he venido aconsultaros.

—Está muy bien, os escucho, repitió Mr. Simouns.

Un jurisperito es una especie de confesor; debe decírsele todo y él debesaber oírlo todo.

Tom no pasó nada en silencio.

Contó detalladamente la historia de sir Jorge Pembleton, y el crímenabominable de que se había hecho culpable.

Ese crímen, como ya sabemos, había dado por consecuencia el nacimientode sir Evandale.

Tom refirió pues todo lo que había pasado: los temores de lady Evelina,la infancia de lord William y de su hermano sir Evandale, en fin eldrama misterioso y terrible que había tenido lugar en New-Pembleton, yque había dado por resultado la sustitución del cadáver del presidiarioWalter Bruce a lord William aletargado.

Y luego que hubo concluido, se quedó mirando en silencio a Mr. Simouns.

Este no tardó en contestarle.

—Todo lo que acabáis de decirme, repuso, es verdad sin duda, pero almismo tiempo extremadamente inverosímil. Ahora, admitiendo que yo doyentera fe a ese relato, ¿en qué puedo serviros?

—Podéis sostener las pretensiones de lord William.

—¿Qué pretensiones?

Y Mr. Simouns se sonrió de modo que hizo estremecerse a Tom.

—Paréceme sin embargo, dijo el pobre mayordomo, que es cosa muysencilla. Lord William no ha muerto, y de consiguiente pretende entraren posesión de su nombre, de sus títulos y de su inmensa fortuna.

—Eso es lo que es imposible.

—¿Por qué causa?

—Porque a los ojos de la ley lord William ha muerto y que su acta dedefunción está en regla.

—Pero, ¿y probando la sustitución?.......

—¿Cómo podéis hacerlo?

—¡Toma! contando lo que ha pasado.

Mr. Simouns se encogió de hombros.

—Nadie os creerá, dijo.

—Sin embargo.....

—Una sola persona podría presentar un testimonio de algún valor en estenegocio, prosiguió Mr. Simouns.

—¿Quién es esa persona?

—El teniente de presidio que se hizo cómplice de sir Jorge Pembleton.

—¡Oh! exclamó Tom, yo encontraré a ese hombre.

—Pero dado caso que lo encontréis, no dará ese testimonio.

—¡Fuerza será que lo haga!

Mr. Simouns se encogió de nuevo de hombros.

En fin, después de un momento de reflexión, añadió:

—Ante todo seamos positivos. Escuchadme a vuestra vez, Mr.

Tom.

—Decid, decid, repuso Tom, que parecía lleno de fe en la justicia de sucausa.

XLI

DIARIO DE UN LOCO DE BEDLAM.

XXVII

Mr. Simouns prosiguió de este modo:

—La persona a quien llamáis vuestro amo, y que en rigor, puede muy bienser lord William, ha sido deportado, según decís.....

—Sí, señor, respondió Tom.

—Y hace unos diez años que dejó la Inglaterra, ¿no es así?

—Sobre poco más o menos.

—De consiguiente, puede estar desconocido para todo aquel que no tengainterés en conocerle.

—¡Ay! así es.

—En ese caso, ya veis que si vuestro amo se presenta a lord Evandale,este le volverá la espalda, y que no será recibido mejor sin duda por sunoble esposa.

—Si debo decíroslo todo, exclamó Tom vivamente, sabed que mi amo havisto ya a lady Pembleton.

—¡Ah!

—Y no lo ha reconocido.

—Razón de más, repuso Mr. Simouns, para que aceptéis mis proposiciones.

—Veamos, os escucho.

—Sin que os sea necesario decírmelo, me es fácil adivinar que tantovuestro amo como vos, habéis vuelto de Australia casi sin recursos.

Tom bajó la cabeza y no respondió.

—Lord Evandale es fabulosamente rico. No sería difícil, estoy seguro,de hacerle entrar en una transacción.

—¿De qué transacción queréis hablar? preguntó Tom con cierta violencia.

—De una transacción, replicó Mr. Simouns, como esta por ejemplo: LordWilliam consentiría en conservar el nombre de Walter Bruce y en volver aAustralia.....

—Pero.....

—Y lord Evandale le daría treinta, cuarenta o cincuenta mil libras.....

—¿Estáis loco, Mr. Simouns? dijo Tom fríamente.

—¡Ah! ¿creéis?.....

—Mi amo no renunciará a ninguno de sus derechos.

—¿Quiere ser lord?

—Sí.

—¿Y entrar en la posesión plena y entera de su fortuna?

—Ciertamente.

—Entonces sois vos quien estáis loco, Mr. Tom, y vuestro amo más quevos, dijo el solícitor.

—¡Oh! caballero!...

—Y voy a probároslo, prosiguió Mr. Simouns. Un hombre solamente, ya oslo he dicho, el teniente de presidio Percy, podría dar un testimoniodigno de fe.

—Yo encontraré a ese hombre, ¡os lo juro! dijo Tom.

—Pero, me obligáis a repetirlo, ese hombre se guardará muy bien dedecir la verdad.

—¡Oh! se le obligará....

—Y aun cuando lo hiciese, continuó Mr. Simouns, eso no nos haríaadelantar gran cosa.

—¿Por qué?

—Por la sencilla razón de que el testimonio de un guarda de la chusma,es decir, de un hombre que ocupa una posición tan baja en la escalasocial, no inspira sino una mediana confianza; y os lo repito, añadióMr. Simouns, ese hombre es el único que podría en rigor alguna cosa.

—Yo lo encontraré, dijo de nuevo Tom.

—Ahora, prosiguió diciendo el solícitor, suponiendo que logréisencontrar al teniente Percy y que este consienta en hablar, creéisbuenamente que todo está hecho, ¿no es verdad?

—¡Toma! se me figura.......

—Estáis en un error.

—¿Cómo? exclamó Tom.

—El procurador general no se mezclará en el negocio. Lord Evandale espar del reino, tiene asiento en la Cámara alta, y es necesario, paraperseguirlo, obtener una autorización del Parlamento. ¿Consentirá enello la Cámara? Es poco probable.

En ese caso, no os quedará otra acción contra lord Evandale que elrecurso de un pleito.

Y ya lo sabéis, Mr. Tom, los pleitos cuestan mucho en Inglaterra. Porlo que a mí hace, añadió Mr. Simouns, no me encargaría de emprender ese,sin que se me depositase al menos una caución de diez mil libras.

—¡Diez mil libras! exclamó Tom.

—Lo menos.

—¡Es exagerado!

—No lo creáis, repuso Mr. Simouns: y aun así, no sabré deciros sientraré en mis desembolsos.

—Pero... ¡es inconcebible, que se necesite tanto dinero para obtenerjusticia y adquirir uno lo que le pertenece! exclamó Tom.

—No digo que no, pero así es.

—Pero entonces....

—Entonces vuestro amo hará bien en resignarse y en adoptar el partidoque le queda.

—¿Qué partido?

—El de una transacción.

—¡Jamás! repuso el leal servidor de lord William.

—Como os plazca, dijo Mr. Simouns. Solamente, no echéis en saco rotomis consejos..... tomad vuestras precauciones.......

Tom se quedó mirándolo.

—Lord Evandale, prosiguió Mr. Simouns, se halla en una situación queconsidero como inexpugnable.

—¿Y qué? preguntó Tom.

—Si todo lo que me habéis dicho es verdad, es un hombre pocoescrupuloso.

—Así es.

—Y si tratáis de dar un escándalo, no creo que retroceda ante un nuevocrímen.....

—¡Oh! hay justicia en Inglaterra! exclamó Tom.

Mr. Simouns se encogió de hombros.

Tom dijo entonces levantándose:

—Veo con dolor que me había hecho una ilusión al contar con vuestroapoyo.

—No me juzguéis a la ligera, Mr. Tom, respondió el solícitor; siempre ycuando queráis, me encontraréis a vuestra disposición y a la de lordWilliam, para obligar a lord Evandale a una transacción.

—No queremos transacción de ninguna especie, dijo Tom con altivez. ADios, Mr. Simouns.

—Hasta la vista, Mr. Tom.

Y el solícitor se levantó a su vez y acompañó a Tom hasta la puerta delgabinete.

—Ya nos volveremos a ver, le dijo.

—No lo creo, caballero.

—Y yo estoy seguro.

Tom tomó la puerta precipitadamente, bajó por Pater-Noster, luego porSermon-Lane, y llegó a orillas del Támesis.

Ya allí, se embarcó en el penny-boat de Sprinfields, y pasó a laopuesta márgen, a la entrada del Borough.

Y en fin, al desembarcar en la orilla derecha del río, se dirigió a piehacia una calle que conocen muy bien nuestros lectores, esto es, aAdam-street.

En esta calle era donde vivía Betzy, la mujer de Tom, y en la misma casadonde este había aposentado a lord William, con su esposa y sus hijos, asu vuelta de Australia.

Tom llegó allí desesperado.

En vez de entrar primero en el cuarto de lord William, se fue derecho ala habitación de su mujer.

—¿Y bien? le preguntó esta.

Tom movió la cabeza con desaliento.

—Esas gentes del foro no tienen entrañas, dijo.

Y le contó el resultado de su entrevista con Mr. Simouns.

—Ese hombre tiene razón hasta cierto punto, dijo Betzy; pero yo heconcebido otras esperanzas.

—¡Veamos! exclamó Tom con ansiedad.

—Hace poco, prosiguió Betzy con cierto misterio, he salido un instantepara ir al mercado.

—Bien, dijo Tom.

—Y al volver, me he cruzado en la calle con una mujer que venía a pie,cubierta con un velo espeso, y que parecía buscar alguna cosa.

—¿Y esa mujer?.....

—Tiene el aspecto y el modo de andar de miss Anna.

—¿De lady Pembleton?

—Sí.

Tom se estremeció de pies a cabeza.

—Y no estoy lejos de creer, añadió Betzy, que lo que busca es el mediode ver a lord William.

Y diciendo esto, Betzy se aproximó a la ventana y miró a la calle.

Pero casi al mismo tiempo se volvió de repente y exclamó:

—¡Calla!... por aquí vuelve..... ¡mira!

Tom se acercó vivamente a la ventana y miró a su vez a la calle.

XLII

DIARIO DE UN LOCO DE BEDLAM.

XXVIII

Tom dirigió la vista hacia el punto que le indicaba Betzy.

Veíase allí en efecto una mujer que parecía errar a la ventura, y quecon la cabeza levantada iba examinando todas las casas.

—Sí, dijo Tom, ella es: no te habías engañado.

De pronto aquella mujer pareció decidirse, atravesó la calle, y entróresueltamente en el estrecho portal de la casa.

Entonces Tom dijo a su mujer:

—Espérame, voy a salir a su encuentro.

Y se precipitó por la escalera.

La mujer que subía con paso ligero y Tom que bajaba precipitadamente laescalera, se encontraron en el descanso del segundo piso.

—¿Milady? dijo Tom en voz baja.

Lady Pembleton,—pues era en efecto ella,—se levantó vivamente el velo.

—Os buscaba, dijo.

Y echó temblando una mirada a su rededor, como avergonzada de haberpenetrado en aquel casucho miserable.

Pero sobreponiéndose y haciendo un esfuerzo, se asió al brazo de Tom yle dijo por lo bajo:

—He venido sin que lo sepa lord Evandale.

—¡Ah! exclamó Tom.

—Quisiera ver de nuevo a... la persona que decís ser lord William.

—Aquí vive, repuso Tom.

—¿En esta casa?...

—Mirad, esa es la puerta de su cuarto.

—¿Y..... está..... solo?

—No, señora, dijo Tom; está con su mujer y con sus hijos.

—¿Sus hijos?..... ¿su mujer?.....

Lady Pembleton dijo estas palabras con un acento extraño.

Pero en fin, la emoción que se había apoderado de ella, pareció calmarsesúbitamente.

—Deseo verlo a solas, dijo.

—En ese caso, respondió Tom, podéis subir a mi cuarto, que está en elpiso superior. Betzy y yo saldremos, y en seguida os enviaré a milord.

Lady Pembleton se arrepentía ya seguramente del paso que daba, y hubieradado algo por poderse alejar de allí.

Pero era demasiado tarde.

Tom la ofreció el brazo y la ayudó a subir, y en seguida corrió a avisara lord William.

Este se conmovió en extremo al saber que lady Pembleton venía a verlo, yuna idea consoladora pasó por su imaginación.

—El otro día no ha podido conocerme, se dijo, pero hoy es seguro que mereconocerá.

Sus fuerzas flaqueaban cuando penetró en el aposento donde le esperabasu antigua prometida.

Tom hizo una seña a su mujer y ambos salieron del cuarto.

Lady Pembleton había permanecido en pie y con el velo echado sobre elrostro; pero apenas salieron Tom y Betzy, lo levantó y dio un paso hacialord William.

Ambos se quedaron fijos y se contemplaron un momento en silencio.

Ni uno ni otro se atrevían a hablar.

En fin lady Pembleton hizo un supremo esfuerzo y dijo a media voz:

—He querido, caballero, volver a veros, por razones que comprenderéisbien pronto.

—¡Ah! veo que me reconocéis, milady, dijo lord William.

Ella no respondió a esta aserción y añadió:

—Estamos solos aquí, ¿no es verdad, caballero?

—Absolutamente solos.

—¿Nadie puede oírnos?

—Nadie.

—He querido volveros a ver, prosiguió la joven lady, para ponermeenteramente a vuestro servicio.

—¡Ah! exclamó lord William estremeciéndose.

—Caballero, continuó lady Pembleton, yo he visto a lord William muerto,sin que quedara en mi espíritu la menor duda; y sin embargo vos me decísque existe.

—Soy yo, milady; y al verme, habéis debido convenceros.

—Sea, admitamos que es así.

—¿Qué queréis decir, milady?

—Perdonad, dijo esta humildemente, os suplico que me escuchéis hasta elfin.

—Hablad.

—Os he creído muerto, y Dios sabe cuánto he sufrido y cuánto os hellorado.

Y al decir esto, sus ojos se arrasaron en lágrimas.

—Os he llorado, prosiguió, y durante muchos meses, he rehusado hastaoír hablar de otra unión, pues quería vivir y morir llevando el duelo demi primer amor. Pero mi padre me perseguía sin descanso, lord Evandaleme amaba...... y al fin fatigada, vencida..... bajé la cabeza y obedecía mi padre.

—¿Y luego? dijo lord William.

—Después, acabé por amar al hombre con quien me había casa