La Desheredada by Benito Pérez Galdós - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

inaguantable. Está muy huecocon el discurso que pronunció ayer. Es de..., de la Comisión. ¿No sedice así?

JOAQUÍN.—De la Comisión, justo. Todavía no he leído su discurso. (Incorpórase, y del bolsillo de su levita saca un diario.) Es un hatajode necedades soporíferas. Cuando hablaba, no había seis diputados en elsalón, y de estos seis, cinco estaban dormidos. Todos los oradoresversados en administración producen estos efectos de narcótico.

Papámismo, cuando habla de esto, es el puro beleño. Pero ayer era el únicoque logró estar despabilado durante la oración fúnebre—administrativa deSánchez Botín.

ISIDORA.—Pues él dice que apabulló a tu padre.

JOAQUÍN.—¡Qué gracia! Verás. (Amenaza leer.) ISIDORA.—Por Dios, dejo eso.

JOAQUÍN.—Oye qué admirable estilo. (Lee.) «Los señores que se sientanen esos bancos...».

ISIDORA.—¡Por la Virgen Santísima!

JOAQUÍN.—Si esto es muy divertido. (Sigue leyendo.)

«... no quierenacabar de comprender que los que nos sentamos en estos bancos y laComisión...».

ISIDORA.—(Arrebatando el papel de manos de Joaquín.) Si tú leestuvieras oyendo a todas horas...

JOAQUÍN.—Es un bruto que merecía el desprecio si no mereciera elpresidio. Su discurso es el colmo de la sabiduría. Dice que en tiempo depapá eran mayores los escándalos y las irregularidades... Voy a contarteen dos palabras las gradas de Botín.

ISIDORA.—(Tristemente.) ¿Será tarde? (Hace un gorro con el periódicoen que está el discurso de Botín.) JOAQUÍN.—No, querida; es temprano.

ISIDORA.—Paréceme

que

entra

poca

luz,

que

anochece...

JOAQUÍN.—Es que se ha nublado.

ISIDORA.—Mira el reloj.

JOAQUÍN.—No me da la gana.

ISIDORA.—¡Qué horas tan felices si no fueran tan cortas! (Acaba elgorro de papel y se lo pone.) ¿Qué tal?

JOAQUÍN.—(Dando su aprobación expresivamente.)

¡Mona!... Pues tecontaré las gracias de Botín.

ISIDORA.—¡Ay! Esas gracias me han hecho llorar mucho. ¡Si él supiera lasmías!...

JOAQUÍN.—Hace unos quince años Sánchez Botín era un zascandil. Andabapor ahí con un gabán perenne y sucio; pero ya dejaba traslucir susdisposiciones para la intriga; adulaba a todo el mundo, y agenciabacosas de poco valor en las oficinas. Empezó a levantar cabeza,trabajando elecciones por los pueblos del Alto Aragón. Hacía diabluras,resucitaba muertos, enterraba vivos, fabricaba listas, encantaba urnas.Después le colocaron en el Ministerio, y casó con la de Castroponce, quele aportó dos millones. Hízose diputado y gerente del ferrocarril deAlbarracín. Aquí empiezan sus triunfos. Como tiene amistad con elministro y allá se gobiernan bien los dos, hace lo que quiere. Figúrate,la ley autoriza a los Ayuntamientos

para

auxiliar

a

las

Compañías

deferrocarriles con el 80 por 100 de sus bienes propios.

ISIDORA.—(Bostezando.) ¡Qué cosas!

JOAQUÍN.—Tú no entenderás esto. Yo tampoco. Ello es que hay un papel quese llama Inscripciones, el cual está en la Caja de Depósitos. Botín searregla para sacarlo, da una pequeña parte al Ayuntamiento, y con elresto y la subvención van construyendo el ferrocarril sin adelantar unapeseta. El Gobierno les da prórrogas.

ISIDORA.—(Cerrando dulcemente los ojos.) ¡Qué picardía!

JOAQUÍN.—(Con verbosidad.) Pero esta tostada, con ser un negocioinmoral, no es tan atroz como la que resulta de comprar por un pedazo depan los abonarés de los soldados de Cuba, que llegan aquí muertos demiseria, enfermos y con un papel en el bolsillo. El Gobierno no puedepagarles; pero Botín ha reunido millones en esos abonarés, y el mejordía se los admite el Gobierno en pago de un empréstito... Pues en lassubastas no te digo nada. Ahí es donde están las ricas tostadas. Él hacelo que quiere. Es un bajá administrativo, mejor dicho, un sultán quetiene las rentas públicas por serrallo. Se pone de acuerdo con elGobierno, y redacta a su gusto el pliego de condiciones, de manera queno se puede presentar nadie... Pero ¿qué es eso?... (Poniéndole la manoen la frente.) ¿Isidora?... Se ha dormido... ¡Qué hermosa está! ¡Quécuello y hombros tan admirables!... Pura escuela veneciana... ¡Isidora!

ISIDORA.—(Despertando.) Me dormí arrullada por las gracias de Botín.¿Será tarde? Ahora sí que anochece.

JOAQUÍN.—Es que es un chubasco, tonta. El cielo está negro.

ISIDORA.—Es hora de marcharme. Mira el reloj.

JOAQUÍN.—Para que te desengañes. (Mira el reloj.)

¿Ves? Todavía medebes una hora, según lo convenido.

ISIDORA.—¡Una hora! (Con pena.) Sesenta minutos me separan de lapresencia de ese bruto. No le puedo apartar de mi imaginación. Es unapesadilla que me atormenta noche y día. ¡Cuándo despertaré de esehombre!... Me parece que le veo entrar esta noche como todas. «Buenasnoches»—, buenas noches. «¿Dónde has estado? Tú has salido...».

Aquí demi talento para inventar cosas. Yo no he gustado nunca de decirmentiras; pero desde que vivo con él me he adiestrado de tal modo enellas, que las suelto sin pensar; se me ha desarrollado un talento paramentir... Pues te diré.

Entra él; como entienda que he salido sin supermiso.

¡María Santísima! Él gasta en mí su dinero a la calladita; y mecompra cuanto apetezco con tal que no lo luzca, con tal que nadie mevea. Quiere que me ponga guapa para él solo.

Basta que cualquier personame mire para que él se enfade, porque cree que con los ojos se le robaalgo de lo que tiene por suyo. No quiere que me dé a conocer en lacalle, porque no gusta de escándalos, y se asusta de que esto sedescubra.

Dice que aquí no estamos en París, y que es preciso no chocar,no dar motivo a la murmuración, no faltar a las buenas aparienciassociales. Es un egoistón y un hipócrita...

Lo primero que me encarga esque vaya a misa todos los domingos. Dice que conviene no dar mal ejemploal pueblo.

Cuando echa un discurso sobre los buenos principios, que sonla base del orden social, me lo lee con entonación grave..., ¡si leoyeras!, y me dice con toda su alma: «Yo no puedo desmentir estas ideas.Conque mucho cuidado...». En teatros no hay que pensar. Alguna vez mepermite ir de tapadillo, vestida de cualquier modo, y me hace subir alos anfiteatros. Ni aun allí me deja libre, porque le veo atisbándomedesde las butacas y observando si miro o no miro, si hay moros por lacosta, o algún hombre sospechoso cerca de mí... En fin, es un tipoinsufrible. ¡Qué celoso, Dios mío! Si me ve asomada al balcón, ya se lefigura no sé qué. ¡Ah!..., pues lo mejor es que a cada instante me estásacando a relucir su dinero. ¡Qué tonillo toma!

(Remedando voz dehombre.) «Señora, yo me gasto con usted mi dinero, y usted ha de serpara mí...». ¡Para él! Él quisiera que yo fuera un vaso de agua parabeberme de un trago. Quiere absorber mis miradas todas y empaparse enmis pensamientos.

JOAQUÍN.—(Con desprecio.) ¡Zopenco!

ISIDORA.—¡Y cuánto me hace padecer! Si me río, cree que me burlo de él;si estoy seria, dice que no le quiero y que estoy pensando en otro. Sime canso, me llama fría, pedazo de mármol. Me toma cuenta delrespirar, y si doy un suspiro, ¡ay Dios mío!, ya está armada latempestad. ¡Y

cómo me agobia! No sabe lo que es delicadeza. A vecesquiere tenerla, y sus melifluidades me dan asco.

Menos me repugna brutoy celoso que enamorado. Mi tía Encamación dice que es el papamoscas deBurgos injertado en el bobo de Coria. Yo me río de él, no lo puedoremediar.

(Ríe.) Cuidado que es feo, ¿no es verdad? No tiene más quela figura, que es medianilla, aunque ha engordado demasiado. ¿Has vistoaquella cara apelmazada, que parece hecha en barro a puñetazos?

JOAQUÍN.—Pues pocos habrá de más pretensiones.

Dicen que en los escañosdel Congreso está siempre mirándose el pie, porque lo tiene muy pequeño.La verdad es que otro más antipático no ha nacido...

ISIDORA.—Cuando palidece se le pone la cara de un tinte ceniciento quecausa horror. Si se quita las gafas sus ojos son tan feos, tan raros...Te digo que no se le puede mirar, porque los ojos parecen dos huevosduros, todos surcados de venillas rojas. Cuando el bigote se ledesengoma y la barba negra y cana se le desordena, parece un escobillóninglés. (Ríe.) Las manos las tiene bonitas...; sin duda es de contartantos billetes de Banco...

Pues no digo nada de la gracia que me hacecuando se pone a echarme sermones, y a reírse de mi pleito y de minacimiento. Un día por poco le pego... Cuando está por moralizar, medice que si me porto bien haré mi suerte con él; que hay muchos modos deser honrada una mujer, y que yo puedo serlo todavía. (Da un gransuspiro.) «Si quieres llevar una buena vida, me dice, yo te protegeré.Te casarás con un criado mío, que es ni pintado para el caso. (Con granindignación.) Y una vez que estés casada te daré un estanco». ¡Unestanco! (Riendo con estrépito.) Ese animal no sé qué se figura...Habla muy poco de su mujer. Dice que es un ángel; pero que se ha hechomuy mística, y que él, respetando mucho el misticismo, ha tenido quebuscar fuera de su casa lo que en ella no encontraba... No tiene hijos.Una cosa me agrada de él... para que veas que todo no ha de ser malo...Quiere mucho a mi Joaquín, lo acaricia, le cuenta cuentos, lo pone acabalgar sobre sus rodillas, le lleva dulces y juguetes... Esto sólohace que le respete y le estime un poco, ya que no pueda de ningún modoquererle ni estimarle.

JOAQUÍN.—Has hecho de él la gran pintura. No tiene delicadeza niverdadera generosidad, porque lo que te da es para que realces tusatractivos y te ofrezcas más rica y sabrosa a sus insaciablesapetitos... No comprendo estos caracteres. Me parece que son la escoriadel género humano; me parecen hechos con algo puramente material ygrosero que sobró después de hacemos a todos, y que pudo tal vez serdestinado a crear los animales. Pero la mente divina quiso formar latransición del hombre al bruto, y fabricó a Botín.

ISIDORA.—(Riendo.) Es verdad, es verdad. Entre la palabra y elrebuzno, ¿qué hay? Un discurso de Botín.

JOAQUÍN.—¡Bravísimo!... Vamos, cuando me comparo con él... Permíteme queme alabe en presencia de ese bárbaro egoísta. Yo vivo de lo ideal, yosueño, yo deliro y acato la belleza pura, yo tengo arrobos platónicos.En otro tiempo, ¿quién sabe lo que hubiera sido yo? Quizás un D.

JuanTenorio; quizás uno de esos grandes místicos que han escrito cosas tansublimes... Ahora, ¿qué soy? Un desgraciado, por lo mismo que me estorbalo negro en cuestiones de positivismo. Y, sin embargo, yo me congratulode ser como soy. Es verdad que falto a la moral,

¿pero por qué? Porqueno he sabido poner freno a mi fantasía; porque no he podido cerrar ysoldar mi corazón, vaso riquísimo que cuanto más se derrama, más sellena...

He querido a muchas mujeres; he hecho mil disparates; hederrochado una fortuna. ¡Desventajas de la constante aspiración a loinfinito, de esta sed, Isidora, que no se satisface nunca! ¿Ves miscalaveradas? Pues nunca he sido verdaderamente vicioso. ¡Oh!, ¡quiénhubiera sido poeta!...

Derramando mi idealidad en versos, habríaconservado mi ser moral. Pero nunca supe hacer una cuarteta, ni hesabido distinguir a Júpiter de Neptuno... ¿Ves cómo estoy? ¿Ves miruina? Pues mira, tengo la conciencia tranquila. No he despojado anadie. Joaquín Pez pedirá limosna antes que comerciar con el hambre y ladesnudez de un licenciado de Cuba. Yo no puedo ver en la calle un pobresin echar mano al bolsillo; yo no puedo ver una mujer guapa sinprendarme de ella. (Isidora le da un pellizco.) ¡Ay! Será debilidad,será lo que quieras. Yo lo llamo abundantia cordis, opulencia delcorazón. No lo puedo remediar. Soy como una pelota. La mano de lagenerosidad me arroja, y voy a estrellarme en la pared de la belleza...¿Ves lo de mi proyectado viaje a la Habana? Pues se me figura quevolveré de allá tan pobre como estoy aquí. Yo no sirvo para esto. No soycomo mi padre y mis hermanos, que saben Aritmética. Yo no la entiendo.Esa ciencia y yo... no nos hablamos hace tiempo... Yo la he despreciado,¡y ella se venga haciéndome unas perradas!...

ISIDORA.—(Con efusión de amor.) Menos en lo de querer al por mayor,¡cuánto nos parecemos! Yo también veo lo infinito, yo también deliro, yotambién sueño, yo también soy generosa, yo también quisiera tener uncaudal de felicidad tan grande, que pudiera dar a todos y quedarmesiempre muy rica... Mi ideal es ser rica, querer a uno solo y recrearmeyo misma en la firmeza que le tenga.

Mi ideal es que ese sea mi esposo,porque ninguna felicidad comprendo sin honradez. Riqueza, mucha riqueza;una montaña de dinero; luego otra montaña de honradez, y al mismo tiempouna montaña, una cordillera de amor legítimo...; eso es lo que quiero.¡Oh, Dios de mi vida!

(Llevándose las manos a la cabeza.) ¿Llegaráesto a ser verdad?

JOAQUÍN.—¿Pues no ha de llegar a serlo?... Abrázame fuerte.

ISIDORA.—Ahora sí que es tarde. (Alarmándose.) Me voy, me voy.

JOAQUÍN.—Todavía...

ISIDORA.—Sí, ya han encendido el gas. (Mira al techo.) Mira losdibujos que hacen en el techo la sombra de los árboles de la calle y elresplandor de los faroles.

JOAQUÍN.—Sí. Sonó la hora triste. Y ahora, ¿qué día...?

ISIDORA.—¡Ay!, tontín, ¿sabes que no lo puedo decir?

(Arreglándoseaprisa.) Se me figura que nuestro dragón está receloso. Me vigilamucho. Tengo la seguridad de que sospecha algo. El mejor día descubremis gracias...

JOAQUÍN.—No lo creas...

ISIDORA.—¡Ah!, es muy tuno... Sí, yo creo que nos sigue la pista. Estoyviendo que cualquier día regañamos, y le mando a paseo. Sin ir máslejos, mañana habrá cuestión.

¿No es mañana San Isidro?

JOAQUÍN.—Sí.

ISIDORA.—Pues yo deseo ir a la pradera y ver la romería, que nunca hevisto, y él se empeña en que no he de ir... Allá veremos. ¡Dios de mivida, qué tarde!

JOAQUÍN.—¿Y cuándo te veré?

ISIDORA.—Te avisaré con mi padrino, (Despídense con manifestaciones deardiente cariño.)

JOAQUÍN.—Abur, chiquilla.

ISIDORA.— Riquín, adiós. (Al salir.) No me olvides.

JOAQUÍN.—(Solo.)

¡Bendita

sea

ella!

Vale

infinitamente más que yo.

Capítulo VII

Flamenca Cytherea

La unión nefanda de estos dos vocablos, bárbaro el uno, helénico elotro, merece la execración universal; pero no importa. Adelante.

Contraviniendo la voluntad y las amonestaciones claras del Excmo. Sr.(tenía la Gran Cruz) D. Alejandro Sánchez Botín, Isidora fue a lapradera de San Isidro, acompañada de su doncella, de Riquín, de D.José de Relimpio y de Mariano. La prisionera del Sátiro no podíaresistir ya el anhelo de expansión, de correr libremente, de ser dueñade sí misma un día entero, y, principalmente de darse el gusto de ladesobediencia. Haciéndole rabiar gozaba más que divirtiéndose ella. Yase aplacaría el tirano, pronunciando un par de buenos sermones, y si nose aplacaba, mejor.

Estaba cansada de tan grande y molesto estafermo, ybien podía suceder que no haciendo caso de sus insufribles exigenciasllegase a dominarle y someterle. Para fundar este imperio convenía ungolpe de Estado.

Entre su doncella y la peinadora la vistieron de chula rica.

Aquellamañanita de San Isidro, mientras duró el atavío chulesco, todo eraregocijo en la casa, todo risas y alegrías.

Don José andaba a gatassirviendo de caballo a Riquín, ya vestido desde el amanecer de Dios, yMariano cantaba en la cocina rasgueando una guitarra. El vestirse demujer de pueblo, lejos de ofender el orgullo de Isidora, encajaba biendentro de él, porque era en verdad cosa bonita y graciosa que una grandama tuviera el antojo de disfrazarse para presenciar más a su gusto lasfiestas y divertimientos del pueblo. En varias novelas de malos y debuenos autores había visto Isidora caprichos semejantes, y también enuna célebre zarzuela y en una ópera. Si esto pensaba cuando la doncellay peinadora la estaban vistiendo, luego que se vio totalmente ataviada ypudo contemplarse entera en el gran espejo del armario de luna, quedóprendada de sí misma, se miró absorta y se embebeció mirándose, ¡tanatrozmente guapa estaba! El peinado era una obra maestra, gran sinfoníade cabellos, y sus hermosos ojos brillaban al amparo de la frenterameada de sortijillas, como los polluelos del sol anidados en una nube.No le faltaba nada, ni el mantón de Manila, ni el pañuelo de seda en lacabeza, empingorotado como una graciosa mitra, ni el vestido negro degran cola y alto por delante para mostrar un calzado maravilloso, ni losricos anillos, entre los cuales descollaba la indispensable haba de mar.En medio de Madrid surgía, como un esfuerzo de la Naturaleza que amuchos parecería aberración del arte de la forma, la Venus flamenca. DonJosé estaba medio lelo, y si fuera poeta no dejara de cantar en sáficosla novísima encarnación de la huéspeda de Gnido y Pafos.

Salieron gozosos, acomodándose en una carretela que alquiló Isidora...,y a vivir. Llegaron a la pradera. Isidora sentía un regocijo febril ysalvaje. Todo le llamaba la atención, todo era un motivo de gratasorpresa, de asombro y de risa. Su alma revoloteaba en el espacio librede la alegría, cual mariposa acabada de nacer. Almorzaron en unventorrillo. Nunca había comido Isidora cosas tan ricas.

¡Cuánto rieronviendo cómo se atracaba Mariano! Don José compró dos pitos, uno para Riquín y otro para él, y ambos estuvieron pita que te pitarás todo elsanto día. Si hubieran dejado a Isidora hacer su gusto, habría compradolo menos dos docenas de botijos, uno de cada forma. Pero no compró másque cuatro. De todas las fruslerías hizo acopio, y los bolsillos de lapandilla llenáronse de avellanas, piñones, garbanzos torrados,pastelillos y cuanto Dios y la tía Javiera criaron. Nunca como entoncesle saltó el dinero en el bolsillo y le escoció en las manos, pidiéndole,por extraño modo, que lo gastase. Lo gastaba a manos llenas, y sihubiera llevado mil duros, los habría liquidado también.

A los pobressin número les daba lo que salía en la mano. A todos los cojos,estropeados, seres contrahechos y lastimosos, les arrojaba una moneda.Por último, se le antojó también pitar, y compró el más largo, el másfloreado y sonoro de los pitos posibles. Mariano y la doncella tambiénpitaron.

Visitó la ermita y el cementerio, y por último, no queriendo acabar eldía sin experimentar todas las emociones que ofrecía la pradera, visitóuna por una las innobles instalaciones donde se encierran fenómenos paraasombro de los paletos; vio la mujer con barbas, la giganta, la enana,el cordero con seis patas, las serpientes, os ratas tigres provenientesdo Japao, y otras mil rarezas y prodigios. Por dondequiera que pasaba,recibía una ovación.

Preguntaban todos quién era, y oía una algarabíainfinita de requiebros, flores, atrevimientos y galanterías, desde lamás fina a la más grosera. Cuando se retiró estaba embriagada de todomenos de vino, porque apenas lo probara, embriagada de luz, de ruido, deplacer, de sorpresa, de polvo, de gentío, de pitazos, de coches, de ayesde mendigos, de pregones, de blasfemias, de vanidad, de agua del Santo.Cuando llegó a su casa le dolía la cabeza; acordose entonces de Botín, aquien de seguro encontraría, esperándola airado, y entonces cayó un velonegro sobre sus alegrías. Se volvieron obscuras, y andaban dentro deella azoradas, corriéndosele del corazón a los labios y dejándole unsabor amargo en todas las partes de su ser por donde pasaban.

Al subir la escalera, despacio, se representaba en la mente, según sucostumbre, lo que le había de decir Botín y lo que ella había decontestarle. Decididamente le pondría cara de perro; él echaría susermón de costumbre sobre el escándalo, y después se aplacaría. Llegaronjadeantes al piso segundo. Don José, que cargaba a Riquín dormido, ibadetrás pitando todavía.

Entró en la sala y vio luz en el gabinete. Allí estaba sin duda. Pasóadelante y le halló sentado en una butaca fumando. Desde la primeramirada comprendió Isidora que la gresca sería fenomenal. Botín (a quienno describiremos porque Isidora misma lo ha descrito) estaba pálido, concierta hinchazón en las serosidades de su cara lobulosa.

Isidora afectóindiferencia, dejándose caer en el sillón con la pesadez propia de sucansancio. Como entraron también irreflexivamente Relimpio y Mariano,Botín hizo un gesto de expulsión, diciendo: «No quiero aquí a nadie».

«Con permiso...»—balbució D. José.

Quedáronse solos los dos amantes. Isidora, viéndose en el trance dehacer frente a la tempestad y aun de provocarla, ofreció el pito aBotín, diciéndole con sorna:

«Te he feriado. Toma el pito del Santo».

Botín rompió en dos pedazos el tubo de vidrio y lo arrojó al suelo conira.

«Todo ese furor es porque he ido a San Isidro sin tu permiso».

Botín vacilaba. En su alma luchaban la ira y el asombro, o más bien lapasión que despertaba en él la traza chulesca de Isidora. Fuertesrazones había sin duda para que venciera la cólera.

«Mucho

me

enfada—dijo

con

cierta

gravedad

parlamentaria—que haya ustedido sin mi permiso a la romería. Pero hubiera perdonado fácilmente esafalta. Otras no se pueden perdonar... Estoy aquí desde las cuatroesparándola a usted para decirle que se porta conmigo de una manerainfame».

Isidora palideció. Subiendo la escalera había previsto la disputa; peroen esta resultaba una espantable cosa que ella no había previsto.

«De una manera infame—repitió Sánchez Botín—.

Acabemos. Me gustan lascosas claras y los juicios rápidos.

¿Dónde están los pendientes detornillo?

—Aquí están—dijo Isidora llevándose la mano a la oreja.

—¡Mentira! Esos son falsos. Los buenos los ha vendido usted... ¿Y elalfiler, la cadena, el medallón...?

—Esas prendas son mías y puedo disponer de ellas a mi gusto—dijo Isidoraprontamente, dueña ya de sí misma.

—Las ha empeñado usted.

—Las he pignorado—replicó ella con aplomo y burla—, como dicen ustedeslos hombres de negocios.

—Sé por el tapicero que no ha pagado usted las sillas. Y

sin embargo...

—Usted me dio el dinero. Yo preferí emplearlo en otra cosa».

Al decir esto Isidora se puso muy encarnada. Su lengua estaba torpe.

«Se turba usted...

—No me turbo, no»—dijo ella subiéndose de un salto a la cúspide de suorgullo y contemplando desde allí la cólera mezquina de Botín.

Durante la pausa lúgubre que siguió a esta última frase, Isidorarevolvió su mente hacia el origen de aquella escena; consideró convergüenza y despecho que su infidelidad había sido descubierta, y pasórevista a las circunstancias que pudieron haber motivado el taldescubrimiento. ¡Ah!, las indiscreciones de Joaquín Pez, la falta deprudencia...

Bien conocía ella que el viudito no era hombre para guardarsecretos. Sin duda otras mujeres andaban en aquel torpe lío... Pensó enlas prenderas, en las peinadoras, en los chismes y enredos que formaninvisible tela de araña en torno de toda existencia equívoca e inmoral;y la ignominia de un hecho tan poco noble abatió por un instante elorgullo de su alma.

«Hace usted un bonito uso de mi dinero»—dijo Botín.

Isidora iba a contestar lo siguiente: «¿Y para qué me lo da usted?».Pero su conciencia se alborotó, y sintiose llena de perplejidad, quenacía del fiero tumulto y combate en que estaban dentro de ella lacólera, los remordimientos, el orgullo. Buscaba una salida pronta,enérgica, que cortase la disputa, dejando a un lado la cuestión moral.Encontrola en estas palabras:

«Usted me es muy antipático. Déjeme usted en paz.

—¡Y tiene el atrevimiento de despedirme!—exclamó Botín con sarcasmo—.Usted que estaba muerta de miseria cuando yo...».

Isidora sentía que venían llamas a su lengua. No pudo contenerse, yabrasó a Botín con estas palabras:

«Su dinero de usted no basta a pagarme... Valgo yo infinitamentemás...».

Botín, cubriéndose con su calma egoísta y dando a la disputa un girotranquilo, que era como los círculos que hace la serpiente, dijo así:

«No quiero incomodarme. Veremos quién desaloja...

Isidora, he sabidotodo lo que ha pasado. No hay que fiarse de precauciones... Esto seacabó... Usted se lo ha ganado...

Usted pierde más que yo.

—Me está usted mareando. Déjeme usted en paz.

—A eso voy, a dejar a usted en paz. A ver, a ver, las alhajas, todas lasalhajas que he dado a usted y que no estén... pignoradas, váyamelasusted entregando».

Isidora se quitó con nerviosa presteza las sortijas; sacó de una cajitavarios objetos de oro, y todo lo tiró a los pies de Botín.

«Bien, bien—dijo el padre de la patria, no desdeñándose de inclinarsepara recoger lo que estaba por el suelo—.

Ahora quítese usted el mantónde Manila».

Isidora se lo quitó, y haciéndolo como un lío se lo tiró a la cara.

«¿Quiere usted que le entregue todos mis vestidos?

—No es preciso que me los entregue usted—replicó Botín con calma feroz—.Yo me haré cargo de ellos.

Quítese usted el que lleva puesto».

Bien pronto la Cytherea se quedó en enaguas.

«Es lástima que no se lleve usted también mis botas—

dijo Isidorasentándose y apoderándose con verdadera furia de uno de sus pies paradescalzarlo—. Llévelas usted para que las use su señora».

Y se quitó una bota.

«No, no