La Fontana de Oro by Benito Pérez Galdós - HTML preview

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—¡Ah! Vamos á ver—dijo Paz, entrando en la habitación.

—Empieza á delirar—dijo Salomé, entrando también con Clara.

Lázaro subió pensando en aquel nuevo misterio de la mujer santa.

CAPÍTULO XXXII

#La Fontanilla.#

No encontró á su tío, que aquel día no había parecido por la casa. Sihemos de verle nosotros, tenemos que dirigirnos al naciente club de

La Fontanilla

, donde el buen realista conversaba muy calurosamentecon el Doctrino y con el otro joven llamado Aldama, de quien yatenemos noticia.

Indiquemos la variación que había ocurrido en aquella casa. El poetahabía volado. Por fin consiguió Carrascosa el objeto de sus afanes; lavizcaína se decidió á echar al poeta con todo su bagaje de Gracos, musasy ninfas clásicas. Pudo mucho en la conciencia de la jamona la opinióndel vecindario, que se mostraba cada vez más explícito en cuanto á lassupuestas relaciones entre la semidiosa y su cantor.

Conjeturas podríanhacerse sobre la desaparición del joven, y hay indicios para creer quepocas horas antes de la partida estuvo la patrona hablando muy por lobajo con su huésped.

Ausente el poeta y desocupado el parnasillo, don Gil trajo de la callede las Urosas el baúl, que contenía sus tres casacas, su peluca deltiempo de Esquilache, sus cuatro camisas con chorrera, su capa y suespadín enmohecido, y se instaló donde había estado el autor de LosGracos

. Colgó en la pared un cuadro de familia que representaba laspostrimerías del hombre en diabólicas y extravagantes alegorías, y allíquedó, huésped de su adorada. Creemos oportuno advertir que la causa dela afición de don Gil á la vizcaína era que él tenía conocimiento, porpapeles que tuvo ocasión de ver mientras fué covachuelista, de underecho á ciertas tierras y casas de labor en Oñate, el cual habíarecaído en aquella doña Leoncia sin que ella misma lo supiera. El abatepensaba realizar un buen negocio, ya haciéndose por cualquier medioposeedor del derecho, ya pleiteando por cuenta de ella, con esperanza desacar un buen bocado. Su hambre era tanta como su ingenio, razón por lacual había probabilidad de que saliera adelante con su empresa.Dejémosle allá dedicado á la ardua tarea de conquistar á la semidiosa, yasistamos á la sesión de

La Fontanilla

.

El Doctrino decía á Coletilla:

—Mucho me temo que eso no salga bien: yo cuento con gente decidida;pero el golpe es demasiado terrible, amigo don Elías, y temo que sealborote la opinión pública.

—Si ya la opinión pública se ha presentado contra ellos; si les señalacon execración—observó Elías con mucha vehemencia.—Parece que noconoce usted al pueblo. ¿No ve usted cómo están La Fontana, Lorencini,La Cruz de Malta

y

Los Comuneros

? ¿No ve usted cómo los liberalesexaltados truenan contra los que llaman tibios, es decir, contra los queapoyan al Gobierno y forman la mayoría llamada

sensata

en las Cortes?Pues bien: el pueblo está furioso contra esos tibios; ya usted sabe cómose ha logrado encender esa ira. El pueblo está pidiendo su destrucción,porque cree que es el mejor medio de conseguir la libertad. Cumplamos lavoluntad del pueblo.

Indescriptibles son el sarcasmo y la diabólica malicia con que Coletillapronunciaba estas palabras. Ya comprenderá el lector la marcha quellevaban los planes de aquel viejo demonio del absolutismo. El caminabaseguro hacia su fin: la paciencia, la constancia, la reflexión madura,la astuta discreción le guiaba; era hombre hábil y con facultadportentosa para idear y poner en práctica proyectos como el que le vemosdesarrollar ahora.

—Bien—contestó el Doctrino:—yo convengo en que es preciso hacer esoque usted dice, y ver el modo de que el pueblo bajo satisfaga susangriento deseo. El no sabe lo que quiere ni por qué le quiere. Haadquirido por distintos medios esas ideas, y es preciso llevarle á surealización. Pero me parece que aún no es tiempo, señor don Elías. Loshombres señalados para víctimas conservan aún mucho prestigio. El pueblono les quiere, es cierto, porque al pueblo se le ha extraviado y se leha engañado; pero tienen apoyo en la clase media y en una parte de laaristocracia. Creo que no ha llegado aún el golpe de mano que ustedviene preparando.

—¡Qué niño es usted!—dijo el realista;—¿qué importa que esa gentetenga algún prestigio? ¿Y no significa nada el apoyo de aquella personatan alta … de aquél que todo lo puede? …

—Del Rey, dígalo usted de una vez.

—Ya sabe usted cual es el pensamiento del Rey. Ante el público, ante laEuropa, esos hombres son sus amigos: algunos son sus ministros, otrosson sus consejeros de Estado, otros los diputados que apoyan susdecretos en las Cortes. Aparentemente el Rey les ama; pero en realidadles odia, les detesta. Por ellos se entroniza el sistema constitucional;ellos dan fuerza al liberalismo. Ya veis cómo para acabar con elliberalismo, hay que acabar con ellos.

Esto lo dijo con una resolución tan cínica y tan descarada veracidad,que el mismo Doctrino, que era un infame, sintió cierta repugnancia.

—Pues bien—continuó Coletilla:—toda la execración del atentado caerásobre los liberales exaltados, que son los que lo perpetran; el golpe vaá herir directamente al liberalismo. Se verá que el liberalismo se mataá sí mismo; que los más exaltados de sus secuaces devoran á los másprudentes. ¿Qué ha de hacer la Patria aterrada en presencia de estehorror? Renegar del liberalismo, facilitar el santo propósito del Rey derestablecer el antiguo sistema. El golpe está muy bien preparado: unaparte de los liberales arde en deseo de aniquilar á la otra parte. Elsuicidio del liberalismo es inminente. Favorezcámoslo, impulsémoslo. Talvez mañana será tarde; tal vez, si nos detenemos, puede verificarse unareconciliación, y entonces….

—Reconciliación no: eso es imposible—dijo el Doctrino preocupado.—Losexaltados de la Fontana

y de los otros clubs han llegado ya á unestado de intransigencia tal…. Al pueblo se le ha predicado muchadoctrina de intolerancia y de exterminio para que se detenga en suaspiración. No hay remedio: esos que se oponen en las Cortes y en losclubs á las exageraciones de la libertad, van á ser atropellados porella. No es posible reconciliación; por lo mismo creo que debe y puedeesperarse un poco á ver si esos hombres pierden de una vez la pocapopularidad que les queda.

—Esas cosas se han de hacer con decisión; si no, no se hacen—dijoElías.—Veo que usted no ha nacido para los golpes de circunstancias. Yocreo que esta semana debe verificarse el desenlace de mi plan, y lotendrá, aunque usted no quiera ayudarme.

—Ayudarle á usted, eso sí. Hemos hecho un pacto: usted es el que ha demandar. Aunque disintamos en un punto, no por eso nos separaremos. Yoobedezco, y la responsabilidad del éxito cae sobre mí. Pero en ladesgracia, usted no me ha de abandonar: así lo hemos pactado.

—Eso no: respecto á lo que he dicho á usted, no hay que insistir.

Tendrá lo que desea, más aún.

—Pues no espero más que las órdenes de usted.

—Es indudable—dijo Elías, después de una pausa, que ellos se hanpropuesto marchar de acuerdo y destruir las pequeñas diferencias queentre ellos había. Martínez de la Rosa y Toreno se dan la mano con elministro Feliú y con el mismo Argüelles.

—¿Y qué?

—Que eso es lo que conviene á nuestro plan.

—Excepto Argüelles, todos son muy odiados del pueblo, y no creo queexista hombre alguno á quien más aborrezcan los exaltados que elministro Feliú.

—Pues bien—dijo Coletilla:—yo estoy seguro, segurísimo de que esosque he nombrado, y además Valdés, Álava, García Herreros, el poetaQuintana, el consejero de Estado Bozmediano y otros, se reúnen, no sési de día ó de noche, con todos los ministros y algunos generales. Sinduda tienen algún proyecto entre manos, algún complot, quién sabe sicontra el Rey.

—¿Y no sabe usted dónde se reúnen?

—No lo sé; estoy rabiando por averiguarlo. Figúrese usted qué ocasión.Precisamente son los que … Le diré á usted cómo he sabido que esospájaros se reúnen algunas noches, no sé si todas las noches.

Hacealgunos días estaba Feliú en el cuarto del Rey. No había consejo; estabael conde de T. contando chascarrillos. El Rey se reía mucho, y elministro también para que no le acusaran de irreverente.

Después SuMajestad dijo que quería ver el decreto de la beneficencia que Feliútenía preparado, porque estaba delante el obispo de León, y el Reyquería mostrárselo. Sacó del bolsillo su excelencia el manuscrito, y almismo tiempo se le cayó un papel muy pequeño, sobre el cual Su Majestad,que es más ladino que Merlín, puso inmediatamente el pie. El ministronotó la caída del papel, pero no se dió por entendido. Leyó su decreto,dijo el prelado que no le gustaba, y el Rey que estaba complacidísimo.Grande era su curiosidad por saber si aquel papel decía algointeresante, y apresuró la despedida del ministro. Quedóse solo y mellamó; juntos leímos el papel, que decía: A las diez; van por fin,Argüelles y Calatrava. No falte usted

.

Esto nos aumentó la curiosidad. Mandamos á las diez á una persona quefuera á espiar la salida del ministro de su casa para observar dóndeiba. Pero Feliú no salió; tampoco salieron de la suyas Argüelles niCalatrava, y fué que el maldito, como notó que Su Majestad había puestoel pie sobre el papel, quiso desorientarle y no fué á la cita, avisandoá tiempo á Argüelles y á Calatrava para que no fueran tampoco.

—¿Y después no ha tratado usted de averiguar?

—Sí: á la noche siguiente, fué una persona á casa de Feliú á preguntarpor él, y le dijeron que no estaba.

Quedóse por aquellos alrededores;pero no le vió entrar ni salir en toda la noche. Yo sospechaba queToreno, Martínez de la Rosa, Valdés, Alavá y Bozmediano entraban enaquel cotarro, y después de las diez mandé á sus casas personas quepreguntaran por ellos con cualquier pretexto: ninguno estaba. He sabidoque Quintana, que va al Príncipe con frecuencia, ha salido antes de lasdiez; he sabido que Bozmediano y su hijo, que asistían á la tertulia delmarqués de las Amarillas, se marchaban á eso de las diez los tresjuntos.

Esto se ha repetido varias noches.

—¿Y no se les sigue para saber dónde van?

—Sí; y se ha observado que cada uno entra en su casa: esto lo hacenpara desorientar al que los sigue.

Algunas noches se les ha vistodirigirse á otros sitios; pero nunca se ha notado que todos vayan á unomismo.

Pero ya lo averiguaremos, descuide usted.

—Pues si esa reunión es cierta—dijo el Doctrino,—es un

complot

sinduda: ¡qué ocasión!

—¡Y quería usted dejarla pasar! Es preciso que esa gente aparezca á losojos del pueblo como urdiendo un plan de golpe de Estado contra laConstitución. El pueblo es fácil de engañar.

—El pueblo creerá eso y todo lo que sea preciso.

—Vamos, ¿y qué ha hecho usted esta mañana?—preguntó Coletilla.—¿Hahablado usted á los de Lorencini

?

—Estamos de acuerdo.

—Y los

Comuneros

¿se deciden á marchar con ustedes?

—Ya vió usted lo que dijo el otro día el jefe de los exaltados allí.

Estamos convenidos.

—Bien—dijo Elías.

—Grandes turbas de gente obedecen ciegamente nuestro mandato. Eso buenotienen las ideas exaltadas: que es muy fácil llevar al pueblo al terrenode los hechos, incitándole con ellas. El pueblo se deja llevar, y legusta que le lleven.

—¡Bendita la nación!—dijo Elías con una mirada igual á la del demoniocuando tentó á Jesús;—bendita la nación que tiene un pueblo tanimpresionable y dócil, porque si bien puede extraviarse, puede tambiénservir de instrumento para volver al buen camino, y luego con un sistemade represión el pueblo no volverá á ser impresionado por nadie.

Apenas había pronunciado Coletilla estos terribles aforismos,cuando se sintió ruido en la escalera. Eran algunos jóvenes sociosdel club naciente.

—Escóndase usted ahí—dijo el Doctrino á Coletilla. Estos no lehan de ver.

Escondióse el realista en una alcoba inmediata, y entraron AlfonsoNúñez, Cabanillas y otro que hasta hoy no conocemos, y era Juan Pinilla,gran orador de los

Comuneros

, apóstol de las ideas más disolventes yextravagantes. Estaba ya en autos con el Doctrino; ambos servían áColetilla mediante respetables sumas y la promesa, solemnementeasegurada, de un destino en las Intendencias de Cuba ó Filipinas. Otrosmuchos entraban en el infame complot, y entre ellos una gran parte sininterés, guiados sólo por patriotismo mal entendido, por la ignorancia óla ambición. Estos eran los más desdichados.

—¿Qué hay?—dijo Núñez.—¿Te has convencido ya de que esto no puederetardarse? Mañana será tarde. He tenido ocasión de ver cómo están losánimos perfectamente preparados para nuestro objeto.

Los ministros,los diputados de la fracción

sensata

, son detestados: la tempestadruge sobre sus cabezas. Hay que hacerla estallar. Salvamos lalibertad, ¿sí ó no?

—La salvamos—dijo el Doctrino.—Cuando contamos nuestras filas y vemosque la mayoría de España está con nosotros, ¿no hemos de tenerconfianza?

—Eso mismo digo yo—manifestó Aldama, que en presencia de Coletilla nohablaba nunca; pero sabía recobrar, cuando él no estaba, el uso de sumuletilla.

—¿No ha venido Lázaro?—preguntó el Doctrino á Alfonso.

—No estaba en su casa. Tal vez venga más tarde.

—Esta noche vendrá Jorge Bessieres, el gran republicano francés—dijo Juan Pinilla, comunero y republicano.

Era Pinilla un hombre de gran talla, casi tan corpulento como el barberoCalleja, pero de más claridad en la mollera. Abogado sin pleitos, máspor la violencia é informalidad de su carácter, que por falta detalento; era gran terrorista, y su mayor afán era desempeñar el papel deacusador el día en que la Junta de salud pública decretara el exterminiode una gran porción de ciudadanos, empezando por el Rey. Fernando estabaya sentenciado en los papeles de Pinilla, con otros menos dignos que élde la guillotina. Poco después de este furibundo demagogo, otropersonaje entró en escena.

—¿Quién será?—dijo el Doctrino sintiendo los pasos.—Apuesto á que esel mismo Lobo en persona.

Un hombre alto, flaco y vestido de negro entró en la habitación. Era donJulián Lobo, célebre republicano que después fué faccioso y uno de losmás sanguinarios chacales del absolutismo. No es fácil decir si en laépoca en que lo presentamos era verdadero demagogo ó simplemente unabsolutista disfrazado, como otros muchos. Lo cierto es que hacía alardede las más exageradas opiniones, y sus discursos, pronunciados en

Lorencini

, eran elocuentes y fanáticos. Conspiró mucho con losliberales exaltados contra el gobierno Feliú, y después contra elgobierno de Martínez de la Rosa. Hay quien asegura que tomó parte en lasprimeras facciones con Misas y el Trapense, y es indudable que al fin delos tres años constitucionales se presentó descaradamente con unapartida en Moncayo, donde hizo estragos. Entronizado de nuevo elabsolutismo, se ordenó de mayores (ya lo era de menores antes de 1821);obtuvo el arcedianato de Ciudad-Rodrigo con asiento en el coro deSalamanca, y lo disfrutó muchos años.

—Señores—dijo con mucha solemnidad—albricias: la

Fontana

esnuestra.

—¿Qué hay? Cuente usted—dijeron todos con gran interés.

—Que nos han dejado libre el campo. Los últimos que quedaban delpartido tibio

se han marchado, viendo que la opinión se va trasnosotros. Anoche le han dado una silba horrible. Han acordado marcharsetodos, y el amo del café, Grippini, ha venido á decirme que si queremoscontinuar nosotros las sesiones….

—¿Pues no hemos de continuar? Esta noche misma—dijo Alfonso conentusiasmo.

—Bien por la

Fontana

. La

Fontana

es nuestra—gritó el Doctrino.

—Lo mismo ha pasado en

Lorencini

. Se han marchado esos señores con su

orden

y su

cordura

.

—El campo en nuestro. Convocar á la gente para esta noche.

—¡Todo el mundo á la

Fontanal

!

—A la

Fontana

, á las diez.

En la sesión preparatoria de la

Fontanilla

no ocurrió nada de notable.Los principales cabecillas del complot se dieron cita para unaconferencia secreta que tendría lugar aquella noche en el salón interiorde la Fontana

, á las nueve, y se despidieron para retirarse, quedandoallí Aldama y el Doctrino. Cuando se vieron solos, llamaron á Elías queapareció con cara de júbilo, la cual en aquel hombre era la cara másdiabólica y repulsiva del mundo.

—¿Qué le parece á usted?—dijo el Doctrino.

—Bien, bien.

—Vamos á echar un trago—añadió el joven, tomando de manos de Aldamauna botella que éste habla sacado, no sabemos de dónde, al desaparecerlos compañeros.

—Yo no bebo, no—dijo Elías tomando la botella y echando vino en elvaso de los otros dos.—Yo no bebo.

—Esta noche en la

fontana.

¿Va usted?

—Sí, iré… pues no—respondió Coletilla con mucha ironía.—Yo tambiénsoy liberal.

CAPÍTULO XXXIII

#Las arpías se ponen tristes#.

Mucho le asombró á Lázaro lo que pasó en la casa de la calle de Belén eldía después de su excursión á la plazuela de Afligidos, que fué el díamismo de la sesión que hemos referido. Serían las tres de la tardecuando entró su tío; las dos arpías se abalanzaron hacia él, y con lahiel propia de sus caracteres emponzoñados, le dijeron, disputándose ácuál hablaba primero:

—¡Ah, señor don Elías: no sabe usted lo incomodadas que nos tiene estemozalbete! ¿No sabe usted á qué hora entró anoche? ¿Lo creerá usted? ¡Alas doce!… ¡Qué escándalo! ¡En una casa como ésta, en una casa depaz, de decoro, de virtudes! A las doce entró este caballerito, que sinduda pasó la noche en alguno de esos

clubes

, como dicen, alborotando yaprendiendo todas esas herejías que andan ahora por ahí. ¿Qué le pareceá usted? ¿Pero no se irrita usted, señor don Elías? Y lo peor es queentró haciendo un ruido con esos taconazos … y dando unas voces….Porque como está Paulita tan mala, es el caso que se alteró con el ruidoy quiso salirse de la cama. ¡Ay qué hombre! Crea usted que ya nos tieneconsumidas su sobrinito, señor don Elías, y es preciso que tome usteduna determinación, porque esta casa … ya ve usted … esta casa….

Todo lo dijo casi en su totalidad Paz, aunque á Salomé pertenecieronalgunas palabras. Pero viendo las dos que la filípica no hacía efectoninguno en Coletilla (y esto era lo que asombraba á Lázaro), tomó lapalabra Salomé sola para decir:

—¿Y no sabe usted que este … joven es de los más mal educados que hevisto? Pues el otro día estuvimos en casa de don SilvestreEntrambasaguas, y se portó tan groseramente que nos dió vergüenza de iren su compañía. Luego por la calle andaba con unas carreras… En fin,si usted no se decide á sacarlo de los

clubes

….

(Advertimos, para que el lector no extrañe la singularidad de esteplural, que la dama, para explicarla, aseguraba que no decía

clubs

,por lo mismo que no decía

candils ni fusils

, en lo cual no andaba deltodo descaminada.)

Lázaro sintió impulsos de agarrar por el moño á uno y otro basilisco, ydar allí un ejemplo del vejamen que podía sufrir la aristocraciahistórica en la ilustre familia de los Porreños, pero su indignación secalmó al observar que su tío, lejos de escuchar con ira aquellasacusaciones, se sonrió, y pasándole la mano por el hombro casicariñosamente, si es permitido usar esta palabra, dijo: No se incomoden ustedes por tan poca cosa. Si llegó tarde, fué sin dudaporque tuvo alguna ocupación: eso no tiene nada de particular. Lázaro seporta bien: yo se lo aseguro á ustedes.

—¡Jesús, señor don Elías!—exclamó Salomé como si oyera unaobscenidad.—¡Jesús, señor don Elías: yo esperaba de usted algúnmiramiento para con nosotras!

—Pero, señoras, digo tan sólo que si mi sobrino llegó tarde, fué porquetuvo algo que hacer.

—No esperaba yo de usted semejantes palabras—indicó Paz, poniendolos ojos, la boca y la nariz en la misma disposición compungida que sifuera á llorar.

—No sé en qué podemos nosotras haber faltado—observó Salomé,poniéndose verde y haciendo también un gran esfuerzo para hacer creerque si no lloraba era por no faltar á las conveniencias sociales.—No séen qué podemos nosotras haber faltado para que usted nos diga eso.—Como está una en desgracia…—murmuró Paz bajando la cara para que secreyera que devoraba una humillación.

—Pero, señoras—dijo Coletilla con mucha seriedad,—yo no he agraviadoá ustedes; he disculpado á mi sobrino solamente….

—Como está una en desgracia…—añadió la dama continuando la quejainterrumpida,—ya no se nos guardan ciertas consideraciones, y se nosdesmiente cuando afirmamos una cosa.

—¡Yo, señoras mías!—balbució Elías.—En otro tiempo—dijo Salomé,respirando fuerte y acumulando en la mirada todo el desdén de sucarácter,—en otro tiempo no pasaba así. Cada persona se mantenía en sulugar, y el que estaba obligado á acatarnos, no llegaba nunca hastanosotros sino con el mayor respeto y cortesía. Hoy todo ha cambiado.

—¡Hoy todo ha cambiado! ¡Cómo ha de ser!—exclamó Paz, que después deincalculables esfuerzos consiguió su objeto, el cual consistía en queuna lagrimita rodara por sus mejillas atomatadas.

—Adiós, señor don Elías—dijo Salomé, hecha un veneno porque elrealista no se arrodilló á sus plantas como esperaba.

—Adiós, señor don Elías—repitió Paz, viendo que su lagrimita noablandaba el duro corazón del antiguo mayordomo.

—Pero vengan ustedes acá, señoras…. Las dos volvieron rápidamente.

—Yo estoy confuso; no sé por qué toman ustedes ese tono. No sé en quépuedo haberlas ofendido. ¿Qué he dicho?

—Ha dicho usted lo que no quiero recordar—dijo Paz, limpiándose laconsabida.

—Ha dicho usted que su sobrino se enmendará. ¡Oh! no puedo creer queusted…—exclamó Salomé.—

Adiós, señor don Elías.—Adiós, señor donElías. Se fueron. El fanático volvió pronto de su estupor, y después,dando poca importancia á aquel asunto, se dirigió á su sobrino y dijo:

—Vamos, Lázaro: esta noche se reúnen tus amigos en la

Fontana

. Haygran sesión: no faltes. Yo no me opongo á que cada cual manifieste susopiniones; tú tienes las tuyas: yo las respeto. Sé que tienes talento yquiero que te conozcan. Ve á la Fontana

, ve esta noche.

Lázaro se quedó absorto, y apenas creía que lo dijera aquello el hombreintransigente que tantas recriminaciones le había hecho por sus ideasliberales; pero acostumbrado ya á las cosas raras é inverosímiles, no sepreocupó mucho.

Llegó la hora de comer, y la santa ceremonia del pan de cada día fué tansilenciosa, que aquella casa parecía de duelo. Baste decir que á Salomése le olvidó pasarle los garbanzos á Lázaro, y que este, por no darlugar á un nuevo conflicto, ni los pidió ni los tomó. Tampoco en laración del realista estuvo muy pródiga doña Paz, pues se le olvidóponerle carne, en lo cual aquel grande hombre, que sólo vivía deespíritu, no hizo alto. La otra vieja hizo cuanto en ser humano cabepara dar á entender que no tenía apetito; pero de todos los medios quese conocen para probar tal cosa, dejó de emplear el mejor, que es nocomer. A tanto no llegaron sus esfuerzos. Paz dió algunos suspiros entrebocado y bocado. El único suceso importante que turbó la calma deaquella comida melancólica y callada, fué una ligera disputa suscitadaentre las dos arpías, porque Salomé decía que el estofado se quemó porculpa de Paz, y ésta aseguraba lo contrario. Al concluir, Elías diótregua á sus meditaciones para preguntar:

—Pero ¿no está mejor doña Paulita? ¡Bah! supongo que no será nada.

Salomé se apresuró á llevar á la boca una uva, que tenía entre susdelicados dedos, para poder decir:

—¿Que no será nada? Crea usted que está bastante grave.

Al decir esto, los movimientos de la delgada piel y los huesos angulososde su gaznate indicaron que la uva había pasado.

—¿Pero es cosa de gravedad?—dijo Elías.

—¿Qué, tanto le interesa á usted?—preguntó con mucha hinchazón Maríade la Paz, que sentía renacer en sí todas las fuerzas de su antiguahabilidosa elocuencia de salón.

—¿Pues no me ha de interesar?—dijo Elías sintiendo herido su amorpropio de mayordomo.—Pero voy, si ustedes me permiten, á verla.

—No puede usted ahora, porque está durmiendo.

—La va usted á molestar.

Las dos se sonrieron satisfechas de la humillación que creían arrojarsobre Elías, retirándole momentáneamente su confianza.

—Pues si no puede ser, me retiro.

—Vaya usted con Dios.

—Si se ofrece algo, señoras …—dijo el realista.

Y contra lo que ellas esperaban, el realista se marchó, dejándolas muycontrariadas.

—¡Ay!—exclamó Salomé,—¿será posible?

—¿Qué?—dijo Paz alarmada.

—Que las ideas del día hayan también….

—¿Será posible?…

—¡También él!…

El ámbito del comedor resonó con la vibración de dos suspiros que erandos poemas. Pero ningún suceso grave resultó de aquel singular estado desus caracteres, á no ser que quiera considerarse como tal el granpuntapié que se llevó el perrito Batilo sin motivo serio que loexplicara.

CAPÍTULO XXXIV

#El complot.—Triunfo de Lázaro.#

Lázaro no pudo tampoco aquel día encontrar á Bozmediano. Su deseo dehablarle, de pedirle cuenta de su infamia, de demostrarle la lealtad desu conducta y de castigarle sin lástima ninguna, aumentaba á cada hora.Buscóle con afán, porque ciertos agravios dan una paciencia y unatenacidad que las más grandes empresas inspiran rara vez al hombre.

En la casa le decían constantemente que no estaba; paseaba de largo álargo la calle sin verle aparecer; llegó la noche, y á eso de las diezvió salir á las mismas tres personas de la noche anterior. Eran ellos.Bozmediano, padre é hijo, y el otro militar salieron por una puerta quese abría á un callejón obscuro, y se encaminaron á la plazuela deAfligidos, dando un gran rodeo. Apostóse el joven Otra vez detrás dela esquina de la calle de las Negras, y les vió entrar en la propiacasa. Al poco rato entró otra persona, después tres, después dos; enfin, los mismos de la noche anterior. Reflexionando entonces Lázaro ques