La Hora de Leviatán by Alemany - HTML preview

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TERCERA PARTE

I

 

Me desperté poco antes del mediodía. “Se le llama una forma sin forma, una imagen sin

 

imagen. Se le llama vago, indeterminado. Si uno va delante de él, no le ve la cara; si le sigue,

 

no le ve la espalda. Es observando el Tao de los tiempos antiguos como se puede gobernar las

 

existencias de hoy en día. Si el hombre alcanza a conocer el origen de las cosas antiguas, se

 

dice que mantiene el hilo del Tao.” Si el cuerpo no trabaja, no necesita respirar demasiado;

 

entonces la vida alrededor se va poniendo de relieve, se va intensificando hasta que uno lo

 

mira todo, lo escucha todo, pero no existe, se ha convertido en un trozo de madera que sirve

 

para cualquier cosa, en un trapo que cuelga de un clavo, en un reflejo que una capa de polvo

 

empaña. Sale al jardín, se echa al pie de la higuera y se confunde con sus raíces, la hierba

 

recubre enseguida su cuerpo, su piel se reseca y, a poco, se confunde con la tierra. El ogro

 

hembra que vive al lado atruena la casa y hace tambalearse los muros con sus bramidos. El

 

ogro macho que vive con ella replica con gruñidos no menos bestiales que los de su consorte.

 

Del otro lado, cae en cascada un caudaloso silencio de telarañas y de salas vacías. Yo soy una

 

minúscula bola de luz que habita el centro de una materia inerte, una masa en hibernación.

 

¿Vive alguien ahí? Un escritor, trabaja por la noche y duerme durante el día. Los gorriones

 

arman un revoltijo de mil demonios en el tejado, luego se derraman como un racimo alado por

 

los aleros y continúan su querella entre las hojas de papel de lija de la higuera. ¿Es un escritor

 

conocido? ¿Y yo qué voy a saber, si no conozco a ninguno? En el congelador hay una barra

 

de pan. Lo pongo a descongelar en el microondas. Luego lo corto y lo inserto en la tostadora, lo rocío con aceite y sal. Me doy con él un verdadero banquete crujiente y vuelvo a la cama.

 

Duermo hasta las seis de la tarde. Salgo por la parte trasera de la casa y allí, donde nadie me

 

ve, me pongo a leer hasta que anochece. Cuando todo el mundo se mete en las viviendas para

 

cenar, salgo, me compro un bocadillo y un agua mineral, me lo como en la playa, escuchando

 

el latín del mar, recreándome en la larga cadencia de sus frases, recibiendo noticias de los más

 

lejanos rincones del imperio. Ayer, hoy y mañana, todo se confunde en una sola

 

reminiscencia, en un solo soplo de brisa lunar, en el afilado rejón de plata de una estrella

 

solitaria. Y vuelvo a casa, mientras todo el mundo mira la tele. Leo en mi despacho hasta la

 

madrugada. Así, durante tres días. Tres días para bajar a la nada, olvidar en sus aposentos el

 

nombre que a uno le han puesto y regresar a la superficie del mundo, regenerado.

 

No obstante, tras ese paréntesis razonable, fue preciso retomar las riendas de la situación,

 

aunque de otra manera ya. Celebré, en el más absoluto secreto, al abrigo de los pesados

 

sillares del monasterio templario que había adquirido unos meses atrás, las anunciadas

 

reuniones, pues lo más urgente era, con toda evidencia, poner al día las cuentas de la empresa;

 

seguidamente, encauzarla desde el punto de vista financiero y en ese aspecto la conversación

 

con Ruano confirmó su verdadera relevancia de providencial inspiración. Mis consejeros

 

entendieron pronto el lenguaje en que les hablaba y abundaron en ideas y recursos. Esa noche

 

quedaron fundadas las bases de una nueva era para nosotros. Una compleja e

 

inconmensurable maquinaria de fabricar dinero se puso en marcha casi de inmediato, porque

 

en nuestros días no admitimos plazos, pues ya hemos olvidado los rudimentos y los socorros

 

de la espera, lo que no funciona en el acto, es desechado por obsoleto, por eso el circuito del

 

dinero ya no contempla la fabricación de bienes sino que, como el Ouroboros, la serpiente que

 

se muerde la cola, tiene que revertirse enseguida en más dinero, para enroscarse de nuevo en

 

la siguiente espiral y así sucesivamente, hasta acabar en la sequedad estéril de un borujo de

 

papeles sin valor, porque ése es el signo de nuestros tiempos. Eso no podía durar indefinidamente, claro, pero para nosotros, en ese preciso momento, era como lluvia de mayo

 

para medrar y tomar con la mayor celeridad posible las posiciones que requería nuestra

 

ambición y el nuevo peso específico que habíamos adquirido en los últimos días.

 

Tomadas estas provisiones, no me quedaba sino atender a un cabo suelto que pendía de la

 

urdidera. Con tal propósito fui un día a la atalaya, a la hora en que suele desayunar el personal

 

que vive allí. Mefiboshet, ayudado de los demás, sirvió la mesa en la terraza y nos sentamos

 

todos, en buena hermandad, al frescor de la mañana. Nuestro prioste parecía, sin embargo, un

 

poco mosqueado. ¿Qué te pasa, Juan? ¡Juan, Juan, aquí el único que me llama Juan eres tú!

 

Los demás que si Mefiboshet por aquí, que si Mefiboshet por allá, que si Mefiboshet esto, que

 

si Mefiboshet aquello, tanto es así que hasta la chica rusa cree que me llamo Mefiboshet. ¡A

 

saber qué quiere decir Mefiboshet en su infernal idioma! Como no dejen de llamarme así, un

 

día de estos les pongo ácido sulfúrico en el desayuno. Si hubiera sido un hombre honesto, le

 

habría confesado la responsabilidad abrumadora que me incumbía en ello. Dunia me

 

recriminó mi obcecada ausencia desde que habíamos llegado. Le repliqué que era, cuanto

 

menos, prudente, si no necesario, mostrarse discreto, al menos al principio, pero prometí que,

 

más tarde, la llevaría a visitar los lugares de interés en los alrededores. Luego, en un aparte

 

con Nicolai, le comenté que, si se encontraba demasiado al estrecho en una sola habitación

 

con su hermana, no tenía más que decirlo y mandaría que se les comprara un buen

 

apartamento para los dos. Me repuso que era muy amable de mi parte y me lo agradecía, pero

 

con el dinero que poseía tras el primer reparto de beneficios, bien podía adquirirlo él mismo.

 

No, deja más bien ese dinero reposar tranquilo por el momento, yo encontraré el modo de

 

efectuar una transacción discreta, vosotros no tenéis más que consultar las ofertas de los

 

periódicos y elegir, eventualmente visitar, el resto lo haremos de otra manera. Quiero que sea,

 

no obstante, un apartamento soberbio. Al fin y al cabo, si Dunia está aquí, es por culpa

 

nuestra. Lo menos que podemos hacer es acogerla del mejor modo posible. Entendido. Luego busqué a Milos. Ven, tienes que ponerme al corriente sobre ciertos asuntos. Entramos

 

en el despacho y nos instalamos cómodamente en los sillones. Dime, ¿dónde nos encontramos

 

exactamente en relación al caso del príncipe Moshin? Todo está dispuesto para que nos

 

lancemos al asalto, si verdaderamente crees que nos interesa hacerlo. ¿Por qué no nos iba a

 

interesar, si el asunto está, como pareces insinuar, a punto de caramelo? No sé, me da la

 

impresión de que llevamos una velocidad de vértigo, pienso si no sería más sensato, acaso,

 

afianzar primero nuestras posiciones, dejar que la inmensa polvareda que hemos levantado

 

caiga y podamos entonces ver más claro. Ese asunto está en otro campo y el viento sopla en la

 

dirección opuesta. Pero los movimientos….tú mismo has dicho que hay que ser discreto.

 

Cierto, hay que ser discreto, mas no por ello hay que dejar malograrse las oportunidades, cada

 

fruto tiene su día para cogerlo, ni más ni menos. Es que esto me huele a asunto de Estado y

 

dos asuntos de Estado en el mismo mes, me parece excesivo. Explícame primero el punto

 

exacto en que nos encontramos y luego veremos. El príncipe Moshin trata con unos caballeros

 

ingleses a través de un intermediario que obedece al nombre de Gedeón Pacheco, a mi modo

 

de ver se está fraguando un contrato de venta de armas a una escala formidable, difícil de

 

predecir por el momento. ¿Y qué necesidad tiene ese miembro de la familia real de pasar a

 

través de este Gedeón Pacheco para firmar un contrato de venta de armas a su país? Acabaría

 

antes convocando a los mencionados caballeros ingleses, que supongo no son sino altos

 

cargos de la empresa que fabrica las armas, en un despacho del ministerio de la guerra,

 

discutiendo las condiciones, luego las aceptaría o las rechazaría y santas pascuas. Eso que

 

acabas de decir es una ingenuidad. Debes saber que no se firma ningún contrato con ese país,

 

el cual no constituye, por otra parte, una excepción, a no ser, si acaso, en cuanto a las

 

proporciones que se manejan, sin que se paguen suculentas comisiones. Convendrás conmigo

 

en que la discusión de tales pormenores es un asunto privado, en el cual, aunque sólo sea por

 

delicadeza, no debe implicarse a ninguna institución oficial. Una vez estas cuestiones discutidas y precisadas con todo detalle las modalidades de pago, facturas hinchadas,

 

servicios que jamás serán prestados, etc.….entonces ya se puede pasar por el ministerio de la

 

guerra y hasta por el propio palacio real si se tercia. En fin, por el momento no tenemos más

 

que suposiciones, nada concreto; a pesar de todo, yo pondría la mano en el fuego para afirmar

 

que se trata de eso. La empresa, probablemente británica, o quizá americana, que está detrás

 

de esto la desconocemos, así como el tipo de armas en cuestión. El círculo que protege a todos

 

estos personajes es un anillo de hierro, sin ninguna fisura, excepto, tal vez, una. Dicho

 

resquicio se llama, presumo, Victoria de la Mata. Así es. ¿Qué más habéis averiguado de ella?

 

Antes de que os fuerais, advertimos que frecuentaba una especie de gimnasio entreverado con

 

escuela de danza, enteramente consagrado al bello sexo. El caso es que no acudía a él ni una

 

sola mujer que tuviera la menor necesidad de hacer ejercicio alguno. Sí, claro, hay que

 

conservarse… Pero todas mujeres de bandera, es así como decís los españoles ¿no?

 

Bellísimas en todo caso, sin una sola excepción. Solicitamos pues la colaboración de una

 

joven de nuestra entera confianza y la enviamos allí. Primero que nada, le revisaron todos los

 

papeles, como si fuera un control policial. Hasta le pidieron documentos de justificación de

 

domicilio. Ella prometió que los traería sin falta la próxima vez. Luego la hicieron pasar al

 

despacho del gerente, que fue quien la admitió personalmente. Durante las primeras semanas,

 

no hubo sino gimnasia y danza, todo perfectamente normal. A partir de ahí, la danza se iba

 

haciendo cada vez más sensual y comenzaron a impartirse cursos de cómo caminar por una

 

pasarela, cómo se efectúan bailes de seducción. Las chicas aceptaron esto como una evolución

 

natural de la formación. Finalmente la convocaron al despacho del gerente y éste le reveló la

 

verdadera naturaleza del establecimiento. Se trataba, en efecto, de una escuela de formación

 

de mujeres de compañía de altísimo lujo, para atender a clientes realmente especiales que

 

pagaban cantidades fabulosas por servicios de un refinamiento inhabitual. Lo que solicitaban

 

era verdaderas geishas occidentales. Todo el mundo sabe que por esta ciudad pasan políticos del más alto rango, incluso jefes de Estado, así como los hombres más ricos del planeta. No

 

tendría que intervenir a menudo, pero con lo poco que lo hiciera podría considerarse rica a la

 

vuelta de un año. Aparte de que dominaría el arte de la seducción a un nivel tan elevado que

 

llegaría a convertirse para ella en una magia infalible que pondría el universo entero a sus

 

pies. Ella, siguiendo las instrucciones que le habíamos dado, repuso que le dieran veinticuatro

 

horas para pensarlo. Dimitri Tchourbanov, que tal era la gracia del gerente, admitió este

 

plazo considerándolo una reacción razonable en una muchacha a la que se le pedía renunciara

 

a la honestidad de una vez por todas. Inmediatamente le pagamos a la chica un largo viaje de

 

placer mientras tomábamos las disposiciones necesarias para asegurarnos de que no volverían

 

a inquietarla. E hicimos bien pues, vencido el intervalo convenido, fueron a buscarla

 

infructuosamente a su propia casa. En realidad, no tuvimos que hacer nada más pues, como te

 

dije, Evgueni se esfumó de repente junto con sus lugartenientes, entre los que figuraba el

 

propio Tchourbanov. Éste dejó a cargo de la agencia “El ánfora”, a uno de sus subalternos, a

 

quien nosotros supimos convencer enseguida de que, privado de protección, le convenía llegar

 

a un acuerdo mediante el cual se comprometía a pagarnos un tributo y a acceder con toda

 

libertad a la información que ellos poseen sobre sus clientes, prometiendo utilizarla con

 

discreción. Eventualmente se nos permitiría recurrir a las chicas para obtener complementos

 

de la misma. Supongo que no intervendrías personalmente en tales negociaciones. Por

 

supuesto que no, envié a algunos de mis hombres con los que no necesito tener un trato

 

directo. De modo que ahora Verónica de la Mata trabaja para nosotros. Exacto. No logro

 

entender cómo una mujer rica, rica de cuna e incluso de solar noble, tome esa clase de riesgos

 

por dinero. A mi modo de ver no solamente es por dinero. No me digas que cuando se la

 

cepilló el enano barrigón, que tuvieron que ponerle un escabel para llegar a la altura

 

requerida, ella disfrutó con ello. Pienso que sí, tengo la convicción de que algunas mujeres

 

son capaces de encontrarle morbo a cualquier situación; muy pocos hombres para una aventura, digamos, rápida, aceptarían una oponente que no tuviera algún tipo de atractivo, en

 

mayor o menor grado. Las mujeres, en cambio, acuerdan un elevado precio al acto mismo de

 

la entrega y no me estoy refiriendo únicamente al precio en metálico. Algunas damas de la

 

mejor sociedad se entregan a camioneros, en la cuneta misma de las carreteras, sin tomar

 

apenas la precaución de ocultarse tras los primeros arbustos, sólo porque esa escena tiene el

 

formidable morbo del escándalo. Nada que ver con el polvo rutinario que le da en la cama el

 

marido con las luces apagadas y el gorro de dormir bien encasquetado. Cuanto más

 

morganática sea la entrega, mejor. Hemos seguido un poco a Verónica, no es que salga de una

 

cama para entrar en otra, pero durante el mes que habéis estado fuera, lo mismo la ha obtenido

 

un ejecutivo de la categoría de su marido, tal vez de su círculo íntimo, que un fontanero obeso

 

que vino a reparar una cañería. Y no sé si no se lo pasó mejor con el segundo que con el

 

primero, con el cual estuvo simplemente “profesional.” Imagino que también debe excitarles

 

la imaginación, me refiero a esas damas de compañía, pues ella lo es, las cantidades realmente

 

exorbitantes que ciertos magnates pagan por pasar unas horas con ellas, supongo que su

 

autoestima crece y que Dios me perdone pero adivino que muchas de ellas no pueden pasarse

 

de una dosis frecuente de dicha droga. Con el dinero que ganan se ofrecen caprichos caros,

 

lencería de lo más fino, joyas sin pasarse pues no pueden llamar la atención del marido y poca

 

cosa más. Por lo general, el capital que obtienen duerme a pierna suelta en una cuenta de

 

ahorro. Ninguna de ellas lo necesita para vivir. He estado revisando los ficheros, el noventa

 

por ciento pertenece a la clase alta. El diez por ciento restante, enteramente a la clase media.

 

Verónica de la Mata disfraza algunas aportaciones personales a la economía familiar con

 

donaciones de su padre, sabiendo que entre los dos hombres jamás girará la conversación en

 

torno al tema crematístico, no al menos en lo concerniente a los gastos domésticos. Así, el

 

matrimonio lleva un tren de vida fastuoso. Necesitamos que colabore con nosotros en este asunto. Si el dinero no puede ser un

 

argumento definitivo para con ella, ¿a qué otro podríamos recurrir? Mi opinión es que ese

 

argumento debería contener una mezcla de ambos temas, a saber, dinero y morbo. ¿Tienes

 

algún plan? Sí, lo llevo pensando algún tiempo. Verás, hay que poner sobre el tapete una

 

cantidad suculenta, eso por descontado. Pero luego conviene proceder de un modo que excite

 

su imaginación, a la par que implique la perennidad de esa fuente, a la vez de recursos y de

 

cierta clase de placer. He aquí mi plan, el actual gerente de la agencia “El ánfora” la convoca

 

a su despacho y le dice con toda claridad que gente situada muy por encima de él, manejando

 

hilos que le mueven personalmente, la ha elegido para una misión especial cuyo contenido él

 

mismo ignora. Sólo se lo explicarán a ella de viva voz si acepta ciertos requisitos para que

 

pueda tener lugar dicha cita sin que la personalidad de sus interlocutores quede revelada.

 

Entonces viene el aspecto rocambolesco de la cosa, al tiempo que necesario, por cierto. La

 

condición es que un coche vendrá a recogerla, de noche, al estacionamiento interior de la

 

agencia. Antes de subir al mismo deberá consentir que se le venden los ojos y seguidamente

 

viajará acostada en el asiento trasero. Debe saber también que la persona o personas con

 

quienes se entrevistará llevarán el rostro cubierto por una máscara. Cuando se le haga la

 

proposición, todavía estará a tiempo de rechazarla, prometiendo, eso sí, no divulgarla,

 

especialmente al principal interesado en ello. Ese encuentro podría tener lugar en el mismo

 

escenario que el de Ruano.

 

Por cierto, tu yugoslavo aprendió en poco tiempo a hablar un español impecable. También

 

Leviatán lo maneja con una pulcritud que envidiarían muchos labriegos de la vieja Castilla y

 

no parece ser oriundo de ningún país hispánico. Leviatán es cosmopolita y políglota por

 

necesidad de su oficio. La verdad es que yo te entrego una adaptación bastante personal de las

 

prestaciones lingüísticas de Milos y de los otros. Aunque hay que reconocer que han hecho

 

notables progresos desde que, antes de irme a Rusia, cumplí mi amenaza de imponerles un profesor, que luego resultó ser profesora, de castellano; la cual viene regularmente a la atalaya

 

dos veces por semana.

 

En fin, le dije a Milos que estaba de acuerdo. Y que lo haríamos así. Podía ponerlo en

 

marcha de inmediato. Se levantó con parsimonia del butacón, como si le dolieran los huesos,

 

y salió del despacho. A los pocos minutos le imité.

 

No había nadie en la terraza. Tomé asiento en el columpio. Se anunciaba uno de esos días

 

de septiembre que son un estallido permanente de luz, en una atmósfera diáfana. El sol

 

todavía no había comenzado a calentar. Cerré los ojos para absorber a gusto los nuevos datos

 

que se hallaban en la antesala de mi mente. Sentí la presencia de alguien y los abrí. Era

 

Mefiboshet con los periódicos. Se lo agradecí. Tomé distraídamente el primero de ellos y me

 

puse a hojearlo.

 

Una nueva sombra sobre el papel me indicó que alguien pasaba por delante de mí. Alcé los

 

ojos y resulta que era Dunia. Nicolai se ha ido para un asunto importante, me ha dicho. Tal

 

vez no regrese para comer. Intuí que Verónica de la Mata tenía algo que ver con esa defección

 

de Nicolai. Todavía nos quedan algunos días de verano, eso si aquí no es verano todo el año.

 

Podríamos ir a bañarnos a la playa. No era una b