Me desperté poco antes del mediodía. “Se le llama una forma sin forma, una imagen sin
imagen. Se le llama vago, indeterminado. Si uno va delante de él, no le ve la cara; si le sigue,
no le ve la espalda. Es observando el Tao de los tiempos antiguos como se puede gobernar las
existencias de hoy en día. Si el hombre alcanza a conocer el origen de las cosas antiguas, se
dice que mantiene el hilo del Tao.” Si el cuerpo no trabaja, no necesita respirar demasiado;
entonces la vida alrededor se va poniendo de relieve, se va intensificando hasta que uno lo
mira todo, lo escucha todo, pero no existe, se ha convertido en un trozo de madera que sirve
para cualquier cosa, en un trapo que cuelga de un clavo, en un reflejo que una capa de polvo
empaña. Sale al jardín, se echa al pie de la higuera y se confunde con sus raíces, la hierba
recubre enseguida su cuerpo, su piel se reseca y, a poco, se confunde con la tierra. El ogro
hembra que vive al lado atruena la casa y hace tambalearse los muros con sus bramidos. El
ogro macho que vive con ella replica con gruñidos no menos bestiales que los de su consorte.
Del otro lado, cae en cascada un caudaloso silencio de telarañas y de salas vacías. Yo soy una
minúscula bola de luz que habita el centro de una materia inerte, una masa en hibernación.
¿Vive alguien ahí? Un escritor, trabaja por la noche y duerme durante el día. Los gorriones
arman un revoltijo de mil demonios en el tejado, luego se derraman como un racimo alado por
los aleros y continúan su querella entre las hojas de papel de lija de la higuera. ¿Es un escritor
conocido? ¿Y yo qué voy a saber, si no conozco a ninguno? En el congelador hay una barra
de pan. Lo pongo a descongelar en el microondas. Luego lo corto y lo inserto en la tostadora, lo rocío con aceite y sal. Me doy con él un verdadero banquete crujiente y vuelvo a la cama.
Duermo hasta las seis de la tarde. Salgo por la parte trasera de la casa y allí, donde nadie me
ve, me pongo a leer hasta que anochece. Cuando todo el mundo se mete en las viviendas para
cenar, salgo, me compro un bocadillo y un agua mineral, me lo como en la playa, escuchando
el latín del mar, recreándome en la larga cadencia de sus frases, recibiendo noticias de los más
lejanos rincones del imperio. Ayer, hoy y mañana, todo se confunde en una sola
reminiscencia, en un solo soplo de brisa lunar, en el afilado rejón de plata de una estrella
solitaria. Y vuelvo a casa, mientras todo el mundo mira la tele. Leo en mi despacho hasta la
madrugada. Así, durante tres días. Tres días para bajar a la nada, olvidar en sus aposentos el
nombre que a uno le han puesto y regresar a la superficie del mundo, regenerado.
No obstante, tras ese paréntesis razonable, fue preciso retomar las riendas de la situación,
aunque de otra manera ya. Celebré, en el más absoluto secreto, al abrigo de los pesados
sillares del monasterio templario que había adquirido unos meses atrás, las anunciadas
reuniones, pues lo más urgente era, con toda evidencia, poner al día las cuentas de la empresa;
seguidamente, encauzarla desde el punto de vista financiero y en ese aspecto la conversación
con Ruano confirmó su verdadera relevancia de providencial inspiración. Mis consejeros
entendieron pronto el lenguaje en que les hablaba y abundaron en ideas y recursos. Esa noche
quedaron fundadas las bases de una nueva era para nosotros. Una compleja e
inconmensurable maquinaria de fabricar dinero se puso en marcha casi de inmediato, porque
en nuestros días no admitimos plazos, pues ya hemos olvidado los rudimentos y los socorros
de la espera, lo que no funciona en el acto, es desechado por obsoleto, por eso el circuito del
dinero ya no contempla la fabricación de bienes sino que, como el Ouroboros, la serpiente que
se muerde la cola, tiene que revertirse enseguida en más dinero, para enroscarse de nuevo en
la siguiente espiral y así sucesivamente, hasta acabar en la sequedad estéril de un borujo de
papeles sin valor, porque ése es el signo de nuestros tiempos. Eso no podía durar indefinidamente, claro, pero para nosotros, en ese preciso momento, era como lluvia de mayo
para medrar y tomar con la mayor celeridad posible las posiciones que requería nuestra
ambición y el nuevo peso específico que habíamos adquirido en los últimos días.
Tomadas estas provisiones, no me quedaba sino atender a un cabo suelto que pendía de la
urdidera. Con tal propósito fui un día a la atalaya, a la hora en que suele desayunar el personal
que vive allí. Mefiboshet, ayudado de los demás, sirvió la mesa en la terraza y nos sentamos
todos, en buena hermandad, al frescor de la mañana. Nuestro prioste parecía, sin embargo, un
poco mosqueado. ¿Qué te pasa, Juan? ¡Juan, Juan, aquí el único que me llama Juan eres tú!
Los demás que si Mefiboshet por aquí, que si Mefiboshet por allá, que si Mefiboshet esto, que
si Mefiboshet aquello, tanto es así que hasta la chica rusa cree que me llamo Mefiboshet. ¡A
saber qué quiere decir Mefiboshet en su infernal idioma! Como no dejen de llamarme así, un
día de estos les pongo ácido sulfúrico en el desayuno. Si hubiera sido un hombre honesto, le
habría confesado la responsabilidad abrumadora que me incumbía en ello. Dunia me
recriminó mi obcecada ausencia desde que habíamos llegado. Le repliqué que era, cuanto
menos, prudente, si no necesario, mostrarse discreto, al menos al principio, pero prometí que,
más tarde, la llevaría a visitar los lugares de interés en los alrededores. Luego, en un aparte
con Nicolai, le comenté que, si se encontraba demasiado al estrecho en una sola habitación
con su hermana, no tenía más que decirlo y mandaría que se les comprara un buen
apartamento para los dos. Me repuso que era muy amable de mi parte y me lo agradecía, pero
con el dinero que poseía tras el primer reparto de beneficios, bien podía adquirirlo él mismo.
No, deja más bien ese dinero reposar tranquilo por el momento, yo encontraré el modo de
efectuar una transacción discreta, vosotros no tenéis más que consultar las ofertas de los
periódicos y elegir, eventualmente visitar, el resto lo haremos de otra manera. Quiero que sea,
no obstante, un apartamento soberbio. Al fin y al cabo, si Dunia está aquí, es por culpa
nuestra. Lo menos que podemos hacer es acogerla del mejor modo posible. Entendido. Luego busqué a Milos. Ven, tienes que ponerme al corriente sobre ciertos asuntos. Entramos
en el despacho y nos instalamos cómodamente en los sillones. Dime, ¿dónde nos encontramos
exactamente en relación al caso del príncipe Moshin? Todo está dispuesto para que nos
lancemos al asalto, si verdaderamente crees que nos interesa hacerlo. ¿Por qué no nos iba a
interesar, si el asunto está, como pareces insinuar, a punto de caramelo? No sé, me da la
impresión de que llevamos una velocidad de vértigo, pienso si no sería más sensato, acaso,
afianzar primero nuestras posiciones, dejar que la inmensa polvareda que hemos levantado
caiga y podamos entonces ver más claro. Ese asunto está en otro campo y el viento sopla en la
dirección opuesta. Pero los movimientos….tú mismo has dicho que hay que ser discreto.
Cierto, hay que ser discreto, mas no por ello hay que dejar malograrse las oportunidades, cada
fruto tiene su día para cogerlo, ni más ni menos. Es que esto me huele a asunto de Estado y
dos asuntos de Estado en el mismo mes, me parece excesivo. Explícame primero el punto
exacto en que nos encontramos y luego veremos. El príncipe Moshin trata con unos caballeros
ingleses a través de un intermediario que obedece al nombre de Gedeón Pacheco, a mi modo
de ver se está fraguando un contrato de venta de armas a una escala formidable, difícil de
predecir por el momento. ¿Y qué necesidad tiene ese miembro de la familia real de pasar a
través de este Gedeón Pacheco para firmar un contrato de venta de armas a su país? Acabaría
antes convocando a los mencionados caballeros ingleses, que supongo no son sino altos
cargos de la empresa que fabrica las armas, en un despacho del ministerio de la guerra,
discutiendo las condiciones, luego las aceptaría o las rechazaría y santas pascuas. Eso que
acabas de decir es una ingenuidad. Debes saber que no se firma ningún contrato con ese país,
el cual no constituye, por otra parte, una excepción, a no ser, si acaso, en cuanto a las
proporciones que se manejan, sin que se paguen suculentas comisiones. Convendrás conmigo
en que la discusión de tales pormenores es un asunto privado, en el cual, aunque sólo sea por
delicadeza, no debe implicarse a ninguna institución oficial. Una vez estas cuestiones discutidas y precisadas con todo detalle las modalidades de pago, facturas hinchadas,
servicios que jamás serán prestados, etc.….entonces ya se puede pasar por el ministerio de la
guerra y hasta por el propio palacio real si se tercia. En fin, por el momento no tenemos más
que suposiciones, nada concreto; a pesar de todo, yo pondría la mano en el fuego para afirmar
que se trata de eso. La empresa, probablemente británica, o quizá americana, que está detrás
de esto la desconocemos, así como el tipo de armas en cuestión. El círculo que protege a todos
estos personajes es un anillo de hierro, sin ninguna fisura, excepto, tal vez, una. Dicho
resquicio se llama, presumo, Victoria de la Mata. Así es. ¿Qué más habéis averiguado de ella?
Antes de que os fuerais, advertimos que frecuentaba una especie de gimnasio entreverado con
escuela de danza, enteramente consagrado al bello sexo. El caso es que no acudía a él ni una
sola mujer que tuviera la menor necesidad de hacer ejercicio alguno. Sí, claro, hay que
conservarse… Pero todas mujeres de bandera, es así como decís los españoles ¿no?
Bellísimas en todo caso, sin una sola excepción. Solicitamos pues la colaboración de una
joven de nuestra entera confianza y la enviamos allí. Primero que nada, le revisaron todos los
papeles, como si fuera un control policial. Hasta le pidieron documentos de justificación de
domicilio. Ella prometió que los traería sin falta la próxima vez. Luego la hicieron pasar al
despacho del gerente, que fue quien la admitió personalmente. Durante las primeras semanas,
no hubo sino gimnasia y danza, todo perfectamente normal. A partir de ahí, la danza se iba
haciendo cada vez más sensual y comenzaron a impartirse cursos de cómo caminar por una
pasarela, cómo se efectúan bailes de seducción. Las chicas aceptaron esto como una evolución
natural de la formación. Finalmente la convocaron al despacho del gerente y éste le reveló la
verdadera naturaleza del establecimiento. Se trataba, en efecto, de una escuela de formación
de mujeres de compañía de altísimo lujo, para atender a clientes realmente especiales que
pagaban cantidades fabulosas por servicios de un refinamiento inhabitual. Lo que solicitaban
era verdaderas geishas occidentales. Todo el mundo sabe que por esta ciudad pasan políticos del más alto rango, incluso jefes de Estado, así como los hombres más ricos del planeta. No
tendría que intervenir a menudo, pero con lo poco que lo hiciera podría considerarse rica a la
vuelta de un año. Aparte de que dominaría el arte de la seducción a un nivel tan elevado que
llegaría a convertirse para ella en una magia infalible que pondría el universo entero a sus
pies. Ella, siguiendo las instrucciones que le habíamos dado, repuso que le dieran veinticuatro
horas para pensarlo. Dimitri Tchourbanov, que tal era la gracia del gerente, admitió este
plazo considerándolo una reacción razonable en una muchacha a la que se le pedía renunciara
a la honestidad de una vez por todas. Inmediatamente le pagamos a la chica un largo viaje de
placer mientras tomábamos las disposiciones necesarias para asegurarnos de que no volverían
a inquietarla. E hicimos bien pues, vencido el intervalo convenido, fueron a buscarla
infructuosamente a su propia casa. En realidad, no tuvimos que hacer nada más pues, como te
dije, Evgueni se esfumó de repente junto con sus lugartenientes, entre los que figuraba el
propio Tchourbanov. Éste dejó a cargo de la agencia “El ánfora”, a uno de sus subalternos, a
quien nosotros supimos convencer enseguida de que, privado de protección, le convenía llegar
a un acuerdo mediante el cual se comprometía a pagarnos un tributo y a acceder con toda
libertad a la información que ellos poseen sobre sus clientes, prometiendo utilizarla con
discreción. Eventualmente se nos permitiría recurrir a las chicas para obtener complementos
de la misma. Supongo que no intervendrías personalmente en tales negociaciones. Por
supuesto que no, envié a algunos de mis hombres con los que no necesito tener un trato
directo. De modo que ahora Verónica de la Mata trabaja para nosotros. Exacto. No logro
entender cómo una mujer rica, rica de cuna e incluso de solar noble, tome esa clase de riesgos
por dinero. A mi modo de ver no solamente es por dinero. No me digas que cuando se la
cepilló el enano barrigón, que tuvieron que ponerle un escabel para llegar a la altura
requerida, ella disfrutó con ello. Pienso que sí, tengo la convicción de que algunas mujeres
son capaces de encontrarle morbo a cualquier situación; muy pocos hombres para una aventura, digamos, rápida, aceptarían una oponente que no tuviera algún tipo de atractivo, en
mayor o menor grado. Las mujeres, en cambio, acuerdan un elevado precio al acto mismo de
la entrega y no me estoy refiriendo únicamente al precio en metálico. Algunas damas de la
mejor sociedad se entregan a camioneros, en la cuneta misma de las carreteras, sin tomar
apenas la precaución de ocultarse tras los primeros arbustos, sólo porque esa escena tiene el
formidable morbo del escándalo. Nada que ver con el polvo rutinario que le da en la cama el
marido con las luces apagadas y el gorro de dormir bien encasquetado. Cuanto más
morganática sea la entrega, mejor. Hemos seguido un poco a Verónica, no es que salga de una
cama para entrar en otra, pero durante el mes que habéis estado fuera, lo mismo la ha obtenido
un ejecutivo de la categoría de su marido, tal vez de su círculo íntimo, que un fontanero obeso
que vino a reparar una cañería. Y no sé si no se lo pasó mejor con el segundo que con el
primero, con el cual estuvo simplemente “profesional.” Imagino que también debe excitarles
la imaginación, me refiero a esas damas de compañía, pues ella lo es, las cantidades realmente
exorbitantes que ciertos magnates pagan por pasar unas horas con ellas, supongo que su
autoestima crece y que Dios me perdone pero adivino que muchas de ellas no pueden pasarse
de una dosis frecuente de dicha droga. Con el dinero que ganan se ofrecen caprichos caros,
lencería de lo más fino, joyas sin pasarse pues no pueden llamar la atención del marido y poca
cosa más. Por lo general, el capital que obtienen duerme a pierna suelta en una cuenta de
ahorro. Ninguna de ellas lo necesita para vivir. He estado revisando los ficheros, el noventa
por ciento pertenece a la clase alta. El diez por ciento restante, enteramente a la clase media.
Verónica de la Mata disfraza algunas aportaciones personales a la economía familiar con
donaciones de su padre, sabiendo que entre los dos hombres jamás girará la conversación en
torno al tema crematístico, no al menos en lo concerniente a los gastos domésticos. Así, el
matrimonio lleva un tren de vida fastuoso. Necesitamos que colabore con nosotros en este asunto. Si el dinero no puede ser un
argumento definitivo para con ella, ¿a qué otro podríamos recurrir? Mi opinión es que ese
argumento debería contener una mezcla de ambos temas, a saber, dinero y morbo. ¿Tienes
algún plan? Sí, lo llevo pensando algún tiempo. Verás, hay que poner sobre el tapete una
cantidad suculenta, eso por descontado. Pero luego conviene proceder de un modo que excite
su imaginación, a la par que implique la perennidad de esa fuente, a la vez de recursos y de
cierta clase de placer. He aquí mi plan, el actual gerente de la agencia “El ánfora” la convoca
a su despacho y le dice con toda claridad que gente situada muy por encima de él, manejando
hilos que le mueven personalmente, la ha elegido para una misión especial cuyo contenido él
mismo ignora. Sólo se lo explicarán a ella de viva voz si acepta ciertos requisitos para que
pueda tener lugar dicha cita sin que la personalidad de sus interlocutores quede revelada.
Entonces viene el aspecto rocambolesco de la cosa, al tiempo que necesario, por cierto. La
condición es que un coche vendrá a recogerla, de noche, al estacionamiento interior de la
agencia. Antes de subir al mismo deberá consentir que se le venden los ojos y seguidamente
viajará acostada en el asiento trasero. Debe saber también que la persona o personas con
quienes se entrevistará llevarán el rostro cubierto por una máscara. Cuando se le haga la
proposición, todavía estará a tiempo de rechazarla, prometiendo, eso sí, no divulgarla,
especialmente al principal interesado en ello. Ese encuentro podría tener lugar en el mismo
escenario que el de Ruano.
Por cierto, tu yugoslavo aprendió en poco tiempo a hablar un español impecable. También
Leviatán lo maneja con una pulcritud que envidiarían muchos labriegos de la vieja Castilla y
no parece ser oriundo de ningún país hispánico. Leviatán es cosmopolita y políglota por
necesidad de su oficio. La verdad es que yo te entrego una adaptación bastante personal de las
prestaciones lingüísticas de Milos y de los otros. Aunque hay que reconocer que han hecho
notables progresos desde que, antes de irme a Rusia, cumplí mi amenaza de imponerles un profesor, que luego resultó ser profesora, de castellano; la cual viene regularmente a la atalaya
dos veces por semana.
En fin, le dije a Milos que estaba de acuerdo. Y que lo haríamos así. Podía ponerlo en
marcha de inmediato. Se levantó con parsimonia del butacón, como si le dolieran los huesos,
y salió del despacho. A los pocos minutos le imité.
No había nadie en la terraza. Tomé asiento en el columpio. Se anunciaba uno de esos días
de septiembre que son un estallido permanente de luz, en una atmósfera diáfana. El sol
todavía no había comenzado a calentar. Cerré los ojos para absorber a gusto los nuevos datos
que se hallaban en la antesala de mi mente. Sentí la presencia de alguien y los abrí. Era
Mefiboshet con los periódicos. Se lo agradecí. Tomé distraídamente el primero de ellos y me
puse a hojearlo.
Una nueva sombra sobre el papel me indicó que alguien pasaba por delante de mí. Alcé los
ojos y resulta que era Dunia. Nicolai se ha ido para un asunto importante, me ha dicho. Tal
vez no regrese para comer. Intuí que Verónica de la Mata tenía algo que ver con esa defección
de Nicolai. Todavía nos quedan algunos días de verano, eso si aquí no es verano todo el año.
Podríamos ir a bañarnos a la playa. No era una b