La Montálvez by José María de Pereda - HTML preview

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VI

* * * * * * * * * * *

Resabios de mis buenos tiempos de doncella pudorosa; algo que quedatodavía en el fondo, entre las cenizas. Pues no pensaba yo que fueratanto como para brotar al primer choque. Y ello es poco, pero molestocuando aparece. Ya se irá apagando también..., porque señales de locontrario no deben de ser. ¡A buen tiempo!... Sin embargo, no meresignaría a que ese pobre hombre me apuntara en su libro verde consuficientes motivos. ¡Vea usted cómo puede haber un grano de arena quecierre el paso a una mujer que nunca se ha detenido delante de unamontaña!... Es raro eso... Pero ¡qué criatura aquélla! Yo he visto algosemejante en el teatro saliendo por escotillón, envuelto en unsudario...

Un espectro. Eso es ella, con su misma lividez y con la mismavoz y el mismo miedo que infunde. Y ¡qué ojos los suyos! Me parecía quecon la mirada me iba sacando todas las ignominias de mi vida paraarrojármelas al rostro entre maldiciones. Y el caso es que este temor metenía sobresaltada. De este ser no me habló Pepe Guzmán. Y será capaz dedecirme, cuando yo se le mencione a él, que es un saco de virtudes; yacaso tenga razón... ¿Cómo habrán podido amalgamarse dos naturalezas tanopuestas entre sí, como la del espectro y la de su marido, para formarun matrimonio ejemplar?... Porque yo vi señales de que aquél lo es. Otrocaso raro... para mí, que no sé leer más que en un libro... Lo que noofrece duda es que hasta en las personas que se creen más despreocupadashay un fondo sensible que llega a lo romántico... Yo lo había observadoen el público que se convierte en fiera en la plaza de toros, y seenternece en el teatro con las dulcedumbres de una comedia ejemplar.Hoy lo he experimentado en mi propia. A poco más que me apuren, meconfieso de todas mis culpas delante de don Santiago Núñez, y arrojo misarreos mundano! a los pies de su mujer... Y ahora casi me asombro deaquella flaqueza. ¡Qué contrastes tan raros!...

¿Cuándo estará en losuyo la pícara condición humana?

Porque tampoco tiene duda que somosmasa dispuesta para todo; y hasta el espectro debe de ser de la mismaopinión, cuando me dijo que «el honor de las hijas depende del buenejemplo de las madres». Me parece que fue esto lo que me dijo. Lorecuerdo bien, porque me dolió muy adentro...

Otro caso raro: somos delmismo parecer el espectro y yo en lo tocante a la educación de loshijos; nos espantan igualmente

los

temores

de

sus

extravíos,

y

usamosprocederes diametralmente opuestos en el modo de vivir. Sin embargo, meparece que aquí la lógica está con ella más que conmigo... y Diostambién... Pero ¿no se ha convenido en que somos «barro frágil», y enque a la edad y a las circunstancias (¡pícaras circunstancias!) hay quedarles lo que les pertenece, y dispensarlas por lo que se llevan de más?Pues he ahí mi caso. Yo vivo como vivo y soy lo que soy, porque no puedoni debo vivir ni ser de otra manera.

Por este lado me arrastran las«circunstancias» y las inclinaciones, obra de ellas; y por este lado medejo arrastrar... hasta donde me lleven. Nada de ello impide que yoreconozca las ventajas que tienen otros caminos sobre este camino mío:bien a la vista está que no cabe punto de comparación entre una madrecomo yo y otra madre de esas que pueden hablar delante de un matrimoniohonrado, sin sonrojarse, de los secretos de su hogar, y ofrecerse a suspropias hijas por modelo de conducta. Yo no puedo hacer nada de esto, ybien sabe Dios las angustias que me ha costado hoy en casa del espectro,y las que me cuesta en la mía a cada hora, desde que vino mi hija aella..., pero ¿qué remedio tiene? El barro y las circunstancias lo pidenasí... y adelante con la vida hasta que no se pueda con ella.

Porfortuna, o por desgracia, no voy sola por estos derroteros.»

Así discurría, sobre poco más o menos, la marquesa de Montálvez doshoras después de salir de casa de don Santiago Núñez, mientras sedesnudaba... para vestirse otra vez con mejores galas, antes desentarse a la mesa, porque aquella noche le correspondía el turno en elReal, cuya temporada había de concluir pronto; con lo que se declaraque había empezado ya la primavera, húmeda y desapacible, por más señas.

Apunto este detalle, porque sólo aguardaba la marquesa a que el tiempo sentara para emprender el viaje a Francia con su hija. Todo lo teníadispuesto y preparado ya para marchar a cualquier hora, y Luz esperabael recado en su colegio. No debía volver a casa ya sino para entrar poruna puerta y salir por otra, como suele decirse.

La marquesa había elegido esa estación del año, porque se prestaba mejorque otra a sus intentos.

No había motivo racional ya para dejar a Luz en Madrid un verano entero,ni su madre podía resignarse a pasarle en la calle del Barquillo, nitampoco a viajar con el estorbo peligroso de su hija; y como a ésta lomismo le importaba entrar en el nuevo colegio con la primavera que conel otoño, la marquesa había preferido la primavera, de la cual pensabahacer algo como prólogo de su excursión de verano; excursión planeada hasta la nimiedad, durante el invierno, con Leticia y con Sagrario, quehabían de representar grandes papeles en ella.

Y llegó el día esperado; y la marquesa recogió su tesoro del esconditede Madrid, y le trasladó al otro escondite que le tenía preparado enFrancia. Y al guardián de allí, casi los mismos encarecimientos yadvertencias que al guardián de acá. No era ya prudente ni posiblesostener a Luz en completa ignorancia de su categoría social; pero, encambio, convenía redoblar el empeño para que desconociera los usos y mássalientes costumbres de la clase. Que se habituara a considerarlossometidos a las reglas generales de la ordinaria vida social; y de estemodo, cuando no pudiera evitarse que los conociera, por sí misma, seríaobra fácil convencerla de que todo lo malo que la sorprendía porinesperado, era excepción de la regla; y con esto bastaba, por depronto. Las demás advertencias, ya lo he dicho, como en Madrid: pocasretóricas, buena moral, escogidas amistades, «el Dios de los pobres» yun buen equilibrio entre la salud del cuerpo y la del alma.

Otravariante que se me olvidaba: no fue tan penosa la despedida de la madreen Francia como lo había sido en Madrid, después de encerrar a su hija.Cuatro años de separación la habían ido acostumbrando a vivir lejos deella con sosiego.

Cumplido este importante negocio, a París con la doncella, con la demarras. Un mes pasó allí. ¿Qué hizo?

Contra su costumbre, está pocoexplícita la marquesa en este pasaje de sus Apuntes: acaso porque lamateria no daba de sí para cosa mejor; quizás por todo lo contrario. Detodas maneras, es de extrañar este laconismo de nuestra heroína, quesabe entretener la pluma en asuntos bien insignificantes, y no se muerdela lengua cuando tiene que declarar faltas enormes. Pero en materia deescrúpulos, ¡hay tantas rarezas incomprensibles!

Quien pudiera sacarnos de la duda era su doncella; pero ni la conozco,ni existe, que yo sepa, la historia de su vida y milagros.

Lo único que hace saber terminantemente la marquesa, es que al acabarsemayo llegó Sagrario a París, según lo convenido entre ambas; que pasaronjuntas quince días en aquella capital, «bien disfrutados» (textual), yque se fueron después a Viena para reunirse con Leticia, según loconvenido también.

Y vean ustedes otra prueba que yo creo tener de que lo de París no seríacosa mayor, por lo mismo que se lo callaba la marquesa, en ladespreocupación con que da cuenta, aunque no minuciosa, de todas lasrestantes aventuras de su viaje desde que se reunieron las tres amigasen la capital de Austria. Allí se pertrecharon, como quien dice, denuevos alientos y propósitos, y de allí salieron para hacer unaverdadera razzia por todo lo más cogolludo de la Europa elegante, unasveces juntas, otras separadas, según

«las circunstancias y lasnecesidades»; pero siempre en cabal inteligencia, como divisionesaguerridas y bien disciplinadas de un mismo ejército. ¿Por qué fue Vienael punto de partida, y no París, verbigracia? ¿Por qué se reunieron lastres aventureras en aquella ciudad austriaca y no en esta francesa? Lamarquesa culpa de esta singularidad, que no la desagradó, a lacaprichosa y siempre impenetrable Leticia.

El hecho es que de allí salieron, como pudieron haber salido de otropunto cualquiera, y que nunca como entonces pudo decirse con mayoresvisos de verdad, que por donde iban no dejaban títere con cabeza. Y yocreo que esto debe entenderse, siquiera en la mayor parte de lasocasiones, en el mejor de los sentidos; quiero decir, en él menoscandente de cuantos quepan en la malicia del lector. Porque, segúnparece, hubo grandes estragos donde no son de temer los de ciertogénero. Los machuchos cancilleres, los estirados diplomáticos, losministros desposeídos, los grandes agitadores expatriados, todo lo másalto, en fin, y lo más serio de las notabilidades europeas que abrevaba en lo selecto de las aguas de nuestro continente, sintió, enmás o en menos, el influjo diabólico del paso de los tres astroserrantes; y es sabido que si no volvieron a Madrid con una reata decelebridades de tal calibre por tiro de su carro triunfal, fue porque nose les puso en el moño la ocurrencia.

De la índole de estos estragos deduzco yo que sólo se trataba, por lascausantes, de una ostentación o alarde de travesura, nada increíble entres mujeres hermosas, sin el freno del escrúpulo y en lo mejor de lavida.

En Ems, ya muy avanzado el verano, se halló la marquesa con Pepe Guzmán.No le gustó el hallazgo cosa maldita.

—A mi paso por Francia—la dijo sin preámbulos—he visto a Luz.

—¡La has visto?—exclamó la marquesa sin poder disimular la impresióndesagradable que éste súbito recuerdo de su hija la produjo en laconciencia.

—La he visto, sí. ¡Qué hermosa, qué angelical está!... Me preguntó sisabía por dónde andabas; si estarías ya en Madrid; si te vería prontoyo...

—Y tú ¿qué la respondiste?

—Yo la respondí..., no lo recuerdo exactamente, porque estaba oyendodesde allí el ruido de tus ligerezas imperdonables, y temía que Luz leoyera también...

—¿Es cierto que le has oído?

—¿Pues de qué le conocería, si no?

—¡Qué temeridades, Dios mío! ¿Por qué hará una estas cosas!—exclamóentonces la dama sinceramente espantada de su propia labor. De pronto setrocó su espanto en ira, y lanzó a la faz de su amigo estas frases:

—¡Y pensar que yo no había nacido para eso!, ¡que estoy en ello porquea ello me han arrastrado contra mi voluntad, y que la única persona queme pide cuentas de mi caída sea la que más fuerte me empujó para caer!

—¿Eso es un cargo para mí?

—Es un cargo para ti, porque no puede ser otra cosa cada grito que mearranca esta herida hecha por tu mano, y que no acaba nunca decicatrizarse.

—¡Ay de ti y de tu hija inocente el día en que esa herida no te duela!

—¿Qué quieres decirme, consejero de Satanás?

—Que no cabe avenencia entre tus inquietudes de madre cariñosa y tus...locuras de mujer mundana; y que tienes que decidirte pronto por lomejor, en la inteligencia de que ambas cosas dentro de ti no han detardar en producir el mismo fruto que si te decidieras por lo más malo.

—¿Qué fruto?

—El que más temes, Nica.... y el que acaso mereces por castigo.

—¡Por castigo!... ¡Y me lo dices con una frescura como si tú no lemerecieras más ejemplar todavía!

—¿Quién sabe si le estoy sufriendo ya!

—¡Tú!

—¿Crees posible que suceda lo que temo sin que resultemos castigadoslos dos?

—¡Siempre egoísta!... Vete, déjame en paz, y que suceda lo que Diosquiera.

—Esto significa que te espanta la verdad, y me alegro de ello.

—Di que me repugna en tus labios, y estarás en lo justo.

—Pero, al fin, siempre será verdad, y conviene que la reconozcas de vezen cuando.

*

Y este fue el único tropiezo que halló la marquesa de Montálvez aquelverano en el ancho, florido y dilatado campo de sus travesuras yregocijos de buen tono.

En París se separó de sus dos amigas; hizo una visita a Luz en surefugio, y gran acopio en ella de excelentes propósitos de enmienda, quese le entibiaron mucho con los aires del amino hacia su casa; y entró enMadrid, en septiembre, tan tranquila y sosegada como si no hubiera rotoun plato durante el verano ni en todos los días de su vida.