deese
lado,
empeorándolos
necesariamente del otro. Imponiéndoles el amor aDios, a sus ministros y a sus partidarios y el odio a sus enemigos, erauna fuente de bondad y de maldad a la vez, y, naturalmente más eficaz enlo segundo que en lo primero, perfeccionó los métodos y los instrumentosde martirio, creó el purgatorio y el infierno para torturar a losmuertos y afligir a los vivos, y derramó a torrentes la sangre judía, lamahometana y la cristiana también, por meras diferencias en lainterpretación de los textos o en la práctica de los ritos sagrados. Yel humanismo, que había tenido tan altos exponentes en Epicteto yMarco Aurelio, restringido a los correligionarios, vino a sersubstituido por el sectarismo.
Como sus beneficios debían realizarse en el reino de los cielos, elobjetivo de la moral cristiana era el mejoramiento de los hombres parala vida futura, y con la sumisión de los reyes, los nobles, losvillanos, los siervos y los esclavos, los malvados y los locos, a la leyde Dios y a los mandamientos de la Iglesia, quedaba cumplida su misiónsobrenatural aquí abajo.
Y reducida la ciencia cristiana a la explicación de los hechos y de lascosas del mundo, por los textos sagrados y por la voluntad de Dios,ningún progreso era posible a menos de ocurrir un cambio, y ningúncambio era posible a menos de salir de ese callejón espiritual. Losprimeros que lo intentaron fueron obligados a volver a la Escritura,como Galileo, o excluidos de la sociedad cristiana, terrible cosa en unprincipio, porque importaba la pérdida de todos los beneficios sociales,y que se ha vuelto innocua desde que ha llegado a ser más apetecible lasociedad de los excomulgados que la de los comulgados.
De todos modos, una nueva levadura de pensamiento se había incorporadoal espíritu humano y el proceso de expansión mental, por ella iniciadotuvo que dirigirse a ensanchar la casa espiritual para alojar en ella ala nueva prole porque, fuera de ella, la vida era imposible. A estanecesidad respondió la secesión del protestantismo, rebelado contra laventa de indulgencias
y
la
tiranía
papal,
y
a
la
misma
respondeactualmente el modernismo católico, que encuentra en el Syllabus y enel Index un corset demasiado estrecho para su corpulencia, y que Pío Xha condenado, felizmente, pues, como el protestantismo, valdría sólopara retardar la emancipación de los que, no cabiendo ya con su bagajemental dentro de los credos tradicionales, emigran del estrecho, obscuroy terrorífico hogar materno hacia los vastos, fecundos y luminososdominios del libre pensamiento, como el ave que, una vez completadas susalas, deja el nido y se lanza al espacio y al sol.
Y desde mucho antes de que estuviera construido el racionalismo—lanueva casa espiritual de la humanidad—se había venido diseñando unanueva moral, tendiente a poner las capacidades del hombre "al serviciodel hombre", para la vida presente. No al servicio de "Dios y laPatria", como en las monarquías europeas; no al de "Dio e Popolo", comoen el programa semirreaccionario de Mazzini, sino "con el objeto deformar una unión más perfecta, establecer la justicia, consolidar la pazdoméstica, proveer a la defensa común y asegurar los beneficios de lalibertad para todos", como lo expresa por primera vez el preámbulo de laconstitución de la libre América, sin invocar la protección de nadie,para no quedarle obligado.
Y al creciente influjo de la moral para este mundo, los deberes delcreyente contra los enemigos de Dios empezaron a enfriarse y a ser cadavez más impracticables, cayendo en desuso, progresivamente, la hoguerapara quemar brujas y purificar herejes, la cámara de tortura paraarrancar confesiones y delaciones, la condenación sin pruebas en losdelitos contra Dios, los in pace, las galeras y las lettres decachet, hasta llegar a la tolerancia impuesta por los poderes humanos alos divinos, y continuar después con la libertad de conciencia, por lasupresión de la censura eclesiástica, la secularización de loscementerios, del nacimiento, del matrimonio y de la enseñanza.
El progreso social, indiferente a la moral revelada que se propone elbienestar en el otro mundo por la abstinencia del bienestar en estemundo, es particularmente interesante a la moral humana, que se proponecasi exactamente lo contrario, por cuya razón viene haciendo cesarprogresivamente las iniquidades que aquélla había consentido o creado:la esclavitud, la servidumbre, los fueros, los diezmos y primicias, losprivilegios hereditarios, el despotismo sacerdotal y el derecho divino,y levantando en su lugar el derecho y la justicia humanos que hanobligado a los reyes a complementar la fórmula cristiana del poder: "porla gracia de Dios", con la fórmula racionalista: "por la voluntad delpueblo" y a las iglesias cristianas a ensanchar con un poco de ese"bienestar material", que el fundador consideraba incompatible con la"dicha celestial", el viejo programa de
"bienestar espiritual", que espor lo menos igual en todas las religiones, desde que proviene decreerse, por la posesión de la verdad, en el camino de la salvación,mientras los demás están por la del error en la vía de la perdición,motivo de que todos los creyentes se sientan impulsados por la piedad apropagar sus propias creencias y a suprimir las ajenas, aunque seamatando, si pueden, a los que las profesan, pues lo propio de lasreligiones, dice Hubbard, es que "todos las consideran absurdas, salvoel que las cree"; seudo bienestar que por tantos siglos fue igualmentesuficiente para cristianos, judíos y musulmanes, y que se tornainsuficiente para los primeros en la medida en que el ejerciciocreciente de la razón disminuye la credulidad y ensancha la sensatezhumana.
Y cuando en el curso de la lucha secular del pueblo inglés pararesguardar las personas y los bienes contra los abusos y lasusurpaciones de los reyes, se llegó a establecer que "la casa del hombrees sagrada pudiendo entrar en ella el viento y la lluvia pero nunca elrey", empezó a destacarse una nueva inteligencia de las cosas, distintade la que había creado ese carácter exclusivamente para "la casa deDios" y para sus ministros y sus bienes, exentos de la jurisdicción y delas cargas comunes; tan distinta que viene precisamente subordinando lacasa, los bienes y los ministros del Señor a la ley común, por lasupresión de los derechos de asilo, de justicia propia, y de exención deimpuestos y de cargas públicas, hasta someter a las mismas personassagradas al servicio militar obligatorio; la inteligencia de la cosashumanas que, prescindiendo de las cosas divinas, ha hecho lainviolabilidad del domicilio, de la persona y de los bienes para todoslos hombres, aunque sean herejes, incrédulos o extranjeros, ytransferido las inmunidades personales de los representantes de Dios alos representantes del pueblo; y gracias a la cual "se ha vueltorepugnante a la humanidad el dogma de los castigos eternos que fuepredicado por cerca de 2.000 años".
Donde el nuevo factor de capacidad humana y de amortización de lasrestantes formas de barbarie no pudo surgir o prosperar, no fueron éstasdisminuidas por las formas correlativas de cultura, ni aquélla fueacrecentada, y el siglo de la libertad y de las luces, encontró sinellas a la Rusia, el Austria, la España y la América española, rezagadasen la cultura y en la barbarie específicas de la Edad Media.
Mientras imperaron exclusivamente las civilizaciones cristiana ymahometana en el Mediterráneo, los constructores de iglesias y losconstructores de mezquitas se equivalieron en capacidad y en moralidad,y se contrapesaron por espacio de más de ocho siglos en poder militar ynaval, pero cuando fueron reencontrados los instrumentos perdidos de lacultura grecorromana, nuevas vías quedaron abiertas por ellos a laintelectualidad europea, que empezó a desviarse paulatinamente del canalteológico en que estaba encauzada, y por el Renacimiento artístico yliterario, extendido progresivamente a la astronomía, la alquimia, lafilosofía, la política, las matemáticas, la geografía, la historia, lapedagogía, las ciencias naturales y las ciencias sociales, se llegó pocoa poco, después de quince siglos de concentración del pensamientoeuropeo sobre la revelación cristiana, con desperdicio de todas lasaptitudes excluidas, a esta polifurcación de la energía mental, quepermite el aprovechamiento de todas las capacidades y que llamamos la civilización moderna. Y a medida que al lado de la civilizaciónsupernaturalista que descansa sobre el poder de la oración y de lasreliquias, nacía y crecía la civilización naturalista que descansa sobreel poder de los métodos y de las máquinas, mientras al mismo tiempo lasnaciones musulmanas quedaban rezagadas en la pura civilizaciónreligiosa, y sin venir a menos, sólo por quedarse hoy donde estabanayer, venían siendo cada vez más impotentes contra la fuerza, la riquezay la salud crecientes, de sus iguales de antaño, engrandecidas por lasmaravillosas revelaciones de la ciencia humana que han excedido enrealidades a todas las fantasías de los cuentos orientales.
Y con las ideas y las invenciones que aumentan día por día el caudalobjetivo de la humanidad; con éstas y con las escuelas que másparticularmente aumentan el caudal subjetivo; con la prensa, eltelégrafo, el correo, los ferrocarriles y los vapores que facilitan ladifusión de entrambos, la diferencia de condiciones entre los queaprovechan y los que repudian su parte de beneficios en las materias deutilidad común, crece en proporción geométrica, a favor de los primerosy en contra de los últimos.
En resumen: en la moral pagana, cuyo fin era la glorificación del Estadobajo la angustia permanente del peligro exterior, el individuo teníaobligaciones en favor del Estado pero no tenía derechos contra elEstado; en la moral cristiana, que tiene por fin la glorificación deDios, de su hijo y de la madre de éste, el individuo tiene obligacionespara con Dios y sus allegados, pero no tiene derechos contra Dios, nisiquiera contra sus representantes y delegados, pues, como lo dijo SanPablo, ningún descendiente de la arcilla tiene el derecho de quejarsecontra el Supremo Alfarero, que fue dueño absoluto de hacer del mismobarro un vaso de honor o un vaso de noche. Y por último, en la moral queha proclamado los derechos del hombre y que tiene por fin el bienestarde la especie humana, el individuo tiene deberes para el Estado yderechos contra el Estado.
EL DIABLO EN AMÉRICA
La Argentina de la época de Rosas y la del presente, son dos países
tandistintos
como
la
Turquía
y
la
Francia
contemporáneas. Vélez Sársfield,que vivió en la primera, nos la ha esbozado en dos pinceladas: "Uncaudillo mayor trae a otros caudillos a su jurisdicción y los cuelga enlas plazas públicas.
Establece entonces un sistema de tal esclavitud enaquellos pueblos soberanos, que los más altivos gobernadores sirvenapenas para verdugos... Se vivía entre pavores, y cuando sonaba uncañonazo en Palermo, los hombres que recorrían las calles de esta ciudadse paraban temblando, como si fueran un peso inútil sobre la tierra".
El miedo fue el secreto resorte de las tiranías; el miedo fue elresultado de las supersticiones religiosas de la Sociedad Colonial,encarrilada en la obediencia habitual por el miedo crónico oconsuetudinario a gobernantes de derecho divino, consagrados por eltiempo y por la Iglesia, que cesaron de improviso por la revolución yfueron reemplazados por directores accidentales que se aprovecharon delantiguo espíritu supersticioso. El nuevo poder revolucionario,constituido sobre la inteligencia política indesenvuelta, no resultóequivalente al antiguo y fracasó a poco andar; entonces reapareció laforma consuetudinaria
sin
el
prestigio
tradicional,
que
fue
naturalmentesubstituido por una mayor dosis de terror. El usurpador se vio obligadoa suplir la velocidad adquirida del hecho consentido, que es fuerza deuna especie (y que falta siempre al hecho nuevo cuando no ha cambiado elambiente), por una fuerza complementaria equivalente, de otra especie,que en nuestro caso fue designada con el nombre de
"facultadesextraordinarias". Así el terror crónico, que era bastante para el hechocrónico, se transforma en el terror agudo necesario para el hecho agudo.
Como el terror francés, el terror argentino salió de las circunstanciasprecedentes, continuándolas en diferente forma y medida. "No se suprimesino lo que se reemplaza"; y cuando se reemplaza con otra cosa de lamisma especie, en diferente grado,
"plus ça change, plus c'est la mêmechose".
Fuerza y miedo era el antiguo régimen colonial; más fuerza y más miedofue fatalmente y de ordinario el régimen restaurado por Rosas. Un nuevofactor, y de otra especie, fue introducido después; digo uno porque sóloal influjo de éste han sido posibles los demás, no siendo viables enpueblos ignorantes y retrógrados la inmigración europea, la prensalibre, los ferrocarriles, los telégrafos, etc., etc. Y el másinteresante problema de sociología argentina podrá ser planteado enestos términos: ¿por qué éramos todavía semibárbaros en la primeramitad del siglo pasado, después de 1.500 años de cristianismo forzoso, ysomos ya algo más que semicivilizados con sólo 50 años de instruccióncasi obligatoria?
* * *
Por supuesto, la civilización consiste en la economía de la vida y delos sufrimientos, y en el acrecentamiento correlativo de las amenidadesde la existencia.Aunque la teología no se propuso civilizar a los hombres para estemundo, (como la filosofía, la pedagogía, la política y la higiene), sinopara el otro, los hombres le hubiesen resultado aún involuntariamentecivilizados en éste; pero llevaba en sí misma el impedimento o losresortes inmorales, en una trastienda de monstruosidades ancestrales,bastantes para neutralizar y hasta superar en ocasiones a todos suselementos y sus factores de cultura, aun en sus más altosrepresentantes. Es legítimo suponer que sin la intervención de lafilosofía griega y de la ciencia positiva, la pura civilizacióncristiana se habría mantenido semibárbara y absolutista, como laislámica. Y no es menos seguro que el cristianismo español, tal como fueintroducido en América
por
los
conquistadores,
contenía
más
elementosdiabólicos que divinos, más miedo que amor, más mal que bien, quitando alos hombres toda confianza en sí mismos y haciéndolos esclavos delterror.
Según las teorías modernas, que la experiencia diaria confirma, elindividuo reproduce en compendio la evolución de la especie, de modoque, aun en las naciones civilizadas, todos empezamos la existencia enel estado mental del salvaje adulto, a la vez injusto y vengativo, quesiente necesidades, apetitos, deseos y temores, y no conoce deberes niresponsabilidades; nos es naturalmente más fácil y accesible lo quetenga este carácter y no el opuesto toda vez que la ira, el odio, elterror, el alcohol o las
lesiones
cerebrales
nos
despojan
accidental
opermanentemente de la cultura adquirida y superpuesta,—con tanta mayorfacilidad cuánto más débil o más reciente sea,—
quedamos en la purabarbarie inicial, y asoma el salvaje que está siempre latente en elhombre civilizado.
Consiguientemente, lo que toda religión tiene de primitivo es lo que elniño puede entender y asimilarse inmediatamente; eso es lo concordantecon su intelecto incipiente o primitivo, y en ello se quedará cuandootros factores no lo eleven a mayores aptitudes.
Viceversa, lo que una religión tenga de elevado y propio del más altodesenvolvimiento del espíritu, no podrá comprenderlo; y le pasará porelevación al niño y al pobre de espíritu, como aconteció en elexperimento de los jesuítas, que elaboraron autómatas cristianos en lasMisiones.
"Los chinos agasajan de preferencia a los dioses del mal, dice Beauvoir.Su máxima es: no cuidarse de la divinidad buena, puesto que es buena,pero propiciarse la mala que puede dañar".
Se comprende bien que losdioses de los pueblos salvajes sean siempre malos, si se piensa que sóloen ese carácter son inteligibles o respetables para el niño los de lospueblos civilizados. "Tata Dios", que no tiene juguetes ni caramelos, yque se enoja con los niños malos o desobedientes, y los castiga, no sediferencia del "Cuco" sino en que éste hace siempre el mal, sinnecesidad de enojarse previamente, porque es malo de profesión. También,si Dios no se enojase y no castigase, el niño no le haría pizca de caso.Y si no acostumbrase mandar cataclismos, terremotos, pestes, epidemias,etc., etc., para los remisos, tampoco darían mucho dinero para iglesiaslos creyentes adultos.
"Presentad al salvaje, dice Lecky, la concepción de un ser invisible,para ser adorado sin la ayuda de ninguna representación material, y seráinhábil para entenderla. No tendrá fuerza o realidad palpable para sumente, y por lo tanto no podrá ejercer influencia sobre su vida. Laidolatría es la religión común de los salvajes, simplemente porque es laúnica que sus condiciones intelectuales pueden admitir, y, en una formao en otra, continuará hasta que esas condiciones hayan sido cambiadas".Cuando lo sean, la mente del semisalvaje será un almácigo de seresinvisibles, que más tarde llegarán a ser incomprensibles, para el exsalvaje; es así como el progreso de las luces ha hecho increíble labrujería, y el testo sagrado, "no permitirás que una bruja viva", haquedado recitable, pero impracticable.
Impidiendo o prohibiendo la cultura intelectual y la tolerancia, que esla cultura moral, las iglesias cristianas que llevaban en sí el cielo yel infierno, la civilización y la barbarie, suprimieron lasposibilidades mentales para las partes superiores de sus propiasdoctrinas, y éstas quedaron incomprendidas, en letra muerta, mientraseran letra viva las partes inferiores durante los diez siglos de la eraprecientífica, en los que la civilización cristiana, con infierno ydiablos, brujas, duendes, hechicheros y magos, íncubos, sucubos, silfos,gnomos, etc. con servidumbre, esclavitud y torturas, no se distinguía dela judía o la musulmana sino por su mayor ferocidad.
La música misma la entiende o la desentiende cada uno proporcionalmentea la afinación o a la desafinación de su oído, y cae de su peso quenadie puede comprender y sentir sino lo que esté a su alcanceintelectual y moral; los fundadores de religiones no
han
sido
espírituscomunes,
sino excepcionalmente
superiores, y por ende casi siempreincomprendidos por sus coetáneos, hasta perseguirlos y matarlos.
Una tendencia natural nos lleva a pensar y sentir que todo lo que seaexcelente debe ser creído, propagado y difundido. Pero creer no esentender ni sentir: todo puede ser creído, desde lo absurdo hasta loincomprensible; por eso hay tantas religiones en el espíritu humano comovientos en la atmósfera; pero no todo puede ser entendido y sentido portodos. Una idea grande no puede caber en un espíritu estrecho, ni unsentimiento generoso arraigar en un alma mezquina. Por esto, lacredulidad no puede suplir a la intelectualidad. El creyente de unareligión puede creerla
toda
entera,
pero
sólo
podrá
entender
la
partecorrespondiente a sus entendederas, y sólo ésta entrará a ser componentesubstancial de su espíritu, y se traducirá en sus acciones, quedando lodemás en calidad de simple inquilino verbal, en palabras recitables,pero irrealizables.
* * *
Si bastase creer una doctrina superior para adquirir una capacidadintelectual y moral superior, no habría explicación posible para los1.800 años de barbarie cristiana que han corrido paralelamente al sermónde la Montaña."Detrás de la cruz está el diablo", dice el proverbio; debajo del cieloestá el infierno. El cristianismo eclesiástico, nacido en tiemposbárbaros, con suplicios eternos y dichas perpetuas, y por esto diabólicoy divino a la vez, mitad bárbaro y mitad sublime, es directamenteasimilable hasta por los salvajes en lo que tiene de salvaje; pero en loque tiene de sublime sólo por los espíritus elevados, o por lostemperamentos excepcionalmente buenos, que aparecen aun entre loscompletamente bárbaros.
Se explica así que todo enardecimiento religioso haya sido acompañadosiempre de un recrudecimiento correlativo de barbarie, lo mismo en laEscocia de Knox que en la Suiza de Calvino o en la España de Torquemada.
El desarrollo del espíritu humano en sus diversas faces, durante lacivilización grecorromana, podría ser figurado por un zigzag ascendente,que termina hacia el fin del imperio, eclipsándose hasta desaparecer porcompleto bajo una forma de moralismo que entendía prescindir de todaslas formas de actividad mental que habían prosperado bajo el paganismo;así dio
lugar
al
reflorecimiento
colateral
de
las
supersticionesprimitivas, relegadas por aquéllas al segundo plan, pero no extinguidas.
Es lo que ocurriría hoy mismo si fuesen clausuradas las escuelas ydestruidos los libros, suprimida la prensa y proscritas las formasmodernas del pensamiento. Las formas anteriores, siempre subyacentes,tomarían el lugar vacante, ascendiendo al primer plan; los taumaturgos,las reliquias y las imágines milagrosas desalojarían otra vez a losmédicos; los teólogos a los letrados; el látigo a los métodospedagógicos; y la letra, de nuevo convertida en vehículo de absurdossagrados, volvería a entrar con sangre por las partes traseras deldiscípulo recalcitrante.
Descartado el desinterés por la seguridad o la esperanza de unarecompensa a la virtud, la salvación del mal y de la muerte por medio deceremonias, ritos y palabras mágicas, el mayor de los prodigios no eraviable entonces, como no lo es hoy, en los espíritus instruidos oadiestrados al razonamiento, y era más viable entonces que hoy en losespíritus ingenuos, aclimatados a la causalidad misteriosa corriente.Repudiada por aquéllos fue aceptada por éstos, conjuntamente con lavegetación de supersticiones asiáticas, africanas y europeas, que enolla podrida circulaban en los bajos fondos del imperio romano, y quefueron también admitidas en parte y repudiadas en el resto, del mismomodo que tenemos hoy supersticiones subvencionadas, supersticionestoleradas y supersticiones proscritas por el estado.
No habría sido viable en tal ambiente sin asimilarse alguna parte delmismo que sirviera de puente entre lo viejo y lo nuevo; fue así como unagran parte de las divinidades perversas de la antigüedad, a las que sehabía transferido el terror de los salvajes a lo desconocido,—haciendola carrera de las ostras, que empezaron por ser humilde plato de losdesheredados para terminar en preciado manjar de los pudientes,—hanllegado a ser las columnas maestras en que descansa el poder de laIglesia, de las clases privilegiadas y de las familias reinantes.
Erigida la pobreza de espíritu en virtud cristiana, por ser la condiciónmás favorable a la admisión y a la conservación de la más maravillosaconcepción humana, el descenso del espíritu crítico, así descalificado,fue la consecuencia inmediata, pero no fue suficiente en el comienzo. Lacredulidad natural basta para aceptar a fardo cerrado las creencias denuestros mayores, cuando no se tiene ninguna, y es el mayor obstáculopara abandonarlas cuando se las tiene. La nueva verdad religiosa, pues,tuvo que entrar en el lugar de aquélla por la ancha puerta de lassupersticiones, poniendo allí de guardia a la teología, para impedir elacceso a los nuevos arribantes de la misma o de otra estirpe; y fueprecisamente el portero el que lo echó todo a perder.
El criterio de la verdad sobrenatural, era, entonces como hoy, el hechosobrenatural: el milagro, esto es, el absurdo cumplido,—en teología,como en teosofía, en espiritismo, curanderismo o "christian science". Elmilagro cristiano se realizaba contra el diablo y los dioses paganos quese suponía ser sus representantes; luego, la primera cosa ratificada porel milagro era la preexistencia del diablo, pues sin esto aquellocarecía de razón de ser. Los milagros buenos implicaban los milagrosmalos, como la eficacia de un remedio confirma la existencia de laenfermedad correspondiente; y el diablo cristiano, que era lapersonificación resumen de todas las potencias maléficas, de todos losdioses bárbaros del pasado bárbaro de la humanidad, acoplado desde elprimer momento al sermón de la montaña, pudo causar más de diez siglosde barbarie efectiva, paralelamente a la más elevada moral teórica, y arenglón seguido de la más alta civilización de la antigüedad clásica.
En efecto, en el siglo VII, que señala el "Nadir" del espíritu humano,empieza la preponderancia de las formas ancestrales resurgentes en posde la desaparición del filosofismo, y la tenebrosa onda de infernalismobarbarizante que arranca de esa sima espiritual, oscurece a la EdadMedia, destruyendo vidas y bienes, y retrasando por siglos eldesenvolvimiento de la ciencia positiva y de los sentimientoshumanitarios, porque constituye la base económica del poder de lajerarquía eclesiástica, que es en lo que está el secreto de susexageraciones periódicas y de su duración. Hasta bien adelante del sigloXVIII, las mujeres sucumbieron en la horca o en la hoguera, a decenas demillares en el solo renglón de la brujería, como los hombres por el dela herejía, inhumanidades provenientes de la moral religiosa, y que nocejaron hasta el advenimiento de la moral humana.
* * *
La lucha por la vida suscita en cada especie las calidadescorrespondientes a sus condiciones particulares, reales o imaginarias.Es por lo menos muy dudoso que la condición de asustado del infierno yperseguido por los demonios, haya valido para apartar del mal a loshombres, ya que éstos han sido peores en las épocas en que ha imperadocon más fuerza, y lo son todavía en las regiones y en las capas socialesen que está más difundida. Esa condición comporta modos específicos depensar, sentir y de obrar, variables según su intensidad y eltemperamento personal, desde la limosna a los pobres hasta laconstrucción de templos, desde la simple devoción preservativa hasta elmisticismo y el delirio perseguidor, en que se transforma de suyo eldelirio exacerbado de las persecuciones.En la primera forma, "el santo terror del infierno" cubrió de iglesias,conventos y ermitas el Asia Menor, el Egipto y la Europa; en la segunda,originó las cruzadas y las órdenes de caballería religiosa, engendró laInquisición y los Jesuitas; en fin, suscitó las guerras intercristianas,en las que los perseguidos por los mismos demonios, se perseguían amatarse, por su fe en diferentes preservativos, marcando el momento enque la imbecilidad religiosa llega al clímax en el cristianismo: porqueéste se ha reducido al mínimum y el diabolismo ha llegado al máximum.
"¡Qué malos somos cuando tenemos miedo!", dice Anatole France; y enefecto, los mismos animales domésticos, asustados, pierden ipso facto sumansedumbre, y se tornan aún más peligrosos que en el estado salvaje. Elpeligro, asustando a los tímidos, los vuelve peligrosos, haciendodesalmados y feroces a los humildes; cuando los hombres más galantes yaristocráticos están
enfurecidos
por
el
miedo,
son
también
un
gravísimopeligro recíproco, aun para las mujeres, como ocurrió en el Bazar deCharité, de la calle Jean Goujon, en París. Los peligros teoló