Las Solteronas by Claude Mancey - HTML preview

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24 de octubre.

Hay personas a quienes la suerte se complace en jugar malas pasadas. Yese es mi caso...

Creía la paz asegurada enteramente entre la abuela y yo y me preparaba agozar de nuevos días de serena tranquilidad, cuando esta mañana laabuela me dirigió este discurso:

—Hija mía, puedes hacerme justicia...

—No tengo otra intención, abuela.

—Te dejo perfectamente libre para tomar el pulso a tu vocaciónfutura...

Aquí hice un movimiento de cabeza afirmativo.

—Pero estimo que si esos estudios preliminares van a durar diez años...

—¡Adiós!... Estoy cogida.

—...No habrá ya para ti ninguna probabilidad de matrimonio.

—¿Y la señorita Romanot, que acaba de casarse a los treinta y ochoaños?... ¿Y la de Ormont, cuya cuadragésimasexta primavera ha conocidoal fin los triunfos del matrimonio?...

¿Dónde me las dejas?

—Son ejemplos que no hay que seguir. Considero sencillamente esasuniones tardías como asociaciones amistosas y no como matrimonios.

—¡Bah! todo lo que se busca hoy es una asociación amistosa.

—¡Otra vez!—exclamó la abuela con alguna impaciencia.—

¿Soy yo, a miedad, quien debe recordarte las ilusiones de la tuya?... Dios mío, quédesabridas y singulares son esas muchachas...

—No es culpa mía. La desilusión y la singularidad están en el aire quese respira.

—Empiezo a creerlo—replicó la abuela descontenta.—Pero como quierocumplir con mi deber a pesar de todo, quiero verte aceptar dócilmente,al lado de tus estudios sobre las solteronas...

Aquí la abuela se encogió de hombros con expresión de supremo desdén.

—...Un examen atento de las proposiciones de matrimonio que se tepuedan hacer...

—Abuela, me habías prometido...

—Te he prometido no influir en tu resolución definitiva, sí, Magdalena.Lo que no he prometido es dejarte echar a perder tu vida como lo estáshaciendo.

—Abuela—protesté,—soy tan feliz... No trato más que de estar a tulado.

—Sí, ya lo sé, mala nieta... Y eso es lo que no comprendo... A losveinticinco años encontrarse dichosa sin el apoyo de un marido, no esnatural...

—Además, querida abuela, ¿para qué necesito un marido puesto que tetengo a ti?

—¿Para qué?... ¡Ah! Magdalena...

Y la abuela, suspirando fuertemente, me miró con tierna piedad. No mecomprende, es seguro, y yo no la comprendo tampoco.

—He recibido hace un momento—prosiguió la abuela,—una esquela denuestro notario y amigo el señor Boulmet, que me ruega que le reciba alas dos. No me oculta que su visita tiene por objeto un proyecto dematrimonio...

—¡Oh! no, no—exclamé con espanto.—¡Ah! San José...

—He dicho un proyecto y no un matrimonio... Te dejo absolutamente librede resolver lo que te acomode, pero quiero...

La abuela puso en esta palabra toda su energía.

—...Quiero que estés presente en la entrevista. A los veinticinco añosdebe una mujer decidir ella misma su vida... Te prevengo que no tolerarémás que te sustraigas a la menor petición de matrimonio como lo hashecho hasta hoy.

—Pero abuela—repliqué victoriosa,—sabes que no estaré libre a lasdos. La señora de Dumais y Francisca van a venir a buscarme para ir apaseo, de modo...

—Escribe dos letras a Francisca para excusarte—respondió la abuela consu tranquila firmeza de los grandes días.

Cuando la abuela se expresa así no hay más que obedecer, y así lo hice.

A las dos en punto, el señor Boulmet, tieso y atildado como decostumbre, entró en el salón bajo la poco benévola mirada de Celestina,que sospecha evidentemente algo. Habitualmente encuentro muy bien alseñor Boulmet, pero hoy me es sencillamente odioso...

Su cráneo desnudo me parecía el receptáculo de un mundo infinito demalos pensamientos; aquellas dos cositas brillantes que esconde bajo susanteojos de oro despedían para mí fulgores satánicos, y hasta su bigotegris, de aspecto ordinariamente bondadoso, tomó a mis ojos unasignificación agresiva. Hízome estremecer su perfecta levita negraabierta sobre una correcta corbata, y el alto cuello en que el señorBoulmet aprisiona las gracias conquistadoras que le quedan, me parecióuna alusión directa a la dicha del matrimonio.

El señor Boulmet me conoce demasiado bien para no echar de ver que suvisita, o más bien, su objeto, me entusiasmaba poco.

—Ea, Magdalena—me dijo después de los primeros cumplimientos,—noponga usted esa cara tan triste. Qué diablo, un matrimonio no es unentierro...

—Casi—exclamé dando un suspiro.

—Entonces—preguntó el notario volviéndose hacia la abuela,—¿laconversión no se ha verificado?...

—¡Ay!—murmuró la abuela.

—Es muy singular—siguió diciendo el señor Boulmet.—

¿Querrá ustedcreer, señora, que su nieta de usted no es una excepción y que existeesta antipatía por el matrimonio en una gran parte de mi clientela?...Así como las jóvenes sencillas y sin gran instrucción ni dote parecenentusiasmadas por el matrimonio, las dotadas de talento y fortunamanifiestan respecto de él una frialdad significativa.

—Semejante disposición huele a feminismo—dijo la abuela pensandotodavía en la conversación del cura con la de Ribert.

—¡El feminismo!... ¡El feminismo en Aiglemont!—exclamó con horror elSeñor Boulmet.—Me deja usted estupefacto, señora... Después detodo—añadió volviendo a tomar su aspecto profesional,—tengo tan pocotiempo para ocuparme en semejante cuestión, que me dispensará usted sime declaro incompetente.

—Sí, lo comprendo—respondió la abuela.—Pero dígame usted, entrenosotros, ¿qué piensa usted de estas jóvenes de hoy?

—Que son muy viejas para su edad.

—¡Gracias a Dios que encuentro alguien de mi opinión!—

exclamó laabuela triunfante.

—Sí, confieso que estas cuestiones nuevas me confunden un poco ytrastornan también mi estudio... Tenemos menos contratos de matrimonioy, sobre todo, menos buenos contratos...

Es muy deplorable... Sé quehabitamos en un clima templado y que éstos son especiales para lassolteras...

—¿Por qué?—pregunté interesada por mis queridas solteronas.

—Porque la acción del clima influye en el desarrollo de la vida defamilia y en el temperamento personal.

—¿Cómo?—pregunté con emoción y sorpresa.

—Porque las ideas más serias... una naturaleza más fría... y una grandificultad para los cuidados materiales son las causas de estapropensión al celibato.

—¡Gran Dios! hacia los polos eso debe de ser un ideal...

—No—respondió el notario sonriendo por mi ardor.—En los países muyfríos las dificultades de la vida son tales y los rigores del clima tanimplacables, que la gente se casa con entusiasmo por motivos opuestos alos que hacen de los meridionales celosos partidarios del matrimonio.Allí se necesitan los unos a los otros, y la existencia de unasolterona...

—Sería un escándalo—añadió la abuela contenta al ver que había en latierra numerosas personas sensatas.—Pero—

continuó,—no nosextraviemos... Magdalena me ha prometido escuchar cuerdamente laproposición que nos hace usted el honor de trasmitirnos. Cuento con surazón y con sus sentimientos para hacerle comprender que tiene algomucho mejor que hacer que permanecer solterona...

—Evidentemente—exclamó el señor Boulmet.—Una joven tan bonita, taninteligente, tan instruida... Una mujer superior...

—Señor Boulmet—dije en tono de súplica, ofendida por unoscumplimientos que tomaba por una burla.

—Con tan hermoso dote—prosiguió nuestro notario,—sería una lástima...Su boda de usted sería para mí la ocasión de uno de mis mejorescontratos.

Después sacó una cartera, cogió unos papeles y siguió diciendo:

—Vean ustedes la proposición que vengo a comunicarles. Mi colega dePlany en Val me escribe que está encargado por uno de sus clientes deencontrar una joven de buena familia, de 22 a 26

años, bonita, seria,bien educada y perfecta dueña de su casa, que tenga tanto en dote comoen esperanzas...

—¡Oh!—exclamé con indignación.

—¿Qué hay?—me preguntó el notario muy tranquilo.—Acaso la palabraesperanzas... Es el término corriente.

—Sí—respondí mientras sentía en el corazón un agudo dolor,—es eltérmino para hablar de la muerte de las personas queridas... Laesperanza, palabra de alegría y de dicha, se convierte en ciertascircunstancias en sinónima de tristeza y de luto...

Boulmet hizo el gesto vago de un hombre que no puede cambiar nada de lascosas y siguió su relato sin que la abuela hubiese manifestado la menoremoción.

—Decíamos que debe tener, tanto en dote como en esperanzas de cuarentaa sesenta mil pesos; Magdalena me ha parecido que estaba indicada. Los28.600 pesos que tiene de sus padres y los 20.000 que usted le dejará,la ponen en una bonita situación. Sé que para la mayor parte de nuestrosmodernos «Arribistas» no será mucho, pero como el joven en cuestión secontenta, todo está bien. Así, pues...

—¿Y el joven?—preguntó la abuela.

—¡Ah! es verdad; olvidaba hablar del joven... Pues bien; ese caballerome parece perfecto. Hasta ahora ignoro su nombre y sólo sé que es unindustrial del norte del departamento. Linda fábrica de familia, grandesesperanzas, 31 años, bien parecido, buena salud, bien educado,principios religiosos...

—Perfectamente—exclamó la abuela,—queremos ante todo principiosreligiosos...

—Tiene actualmente 40.000 pesos de capital y gana un año con otro decuatro a cinco mil pesos.

—Soberbio—exclamó la abuela encantada.—¡Oh! querido amigo, quéagradecimiento...

—Tiene un automóvil, caballos, coches...

—¡Dios mío! qué hermosa vida puedes hacer... Veamos, responde algo,Magdalena.

—Estoy escuchando y espero...

—¿Qué?

—Saber algo del joven.

—¡Cómo! ¿no sabe usted bastante?—dijo el notario sorprendido.—¿Quémás quiere usted saber?...

—¿Cómo es ese caballero?...

—¡Ah! es muy justo—dijo el notario tomando de su cartera otrosobre.—Vea usted su fotografía...

Y dándosela a la abuela, esperó el resultado del examen.

—No es feo...—exclamó la abuela acercándose y retirándose lafotografía a los ojos para ver sus diversas expresiones.—Me gusta estaexpresión enérgica, esos ojos francamente abiertos, esta boca mediosonriente... Tiene hermosos cabellos... y buen bigote... Sí, no esfeo... Mira, Magdalena.

No eché más que una ojeada a la fotografía, que representaba, en efecto,un buen mozo. Para mí importa tan poco el físico en la cuestión delmatrimonio, que no me fijé gran cosa en las facciones de aquel señor queme ofrecían como pudieran ofrecerme otra cosa.

—Ha comprendido usted mal, caballero—dije al notario devolviéndole sufotografía.—Preguntaba cómo era moralmente ese caballero, el señor X...hasta más amplia información.

—No tiene ningún vicio—afirmó redondamente el notario.—

Si fuesejugador, mujeriego o borracho, mi colega de Plany no me lo recomendaríatan eficazmente.

—Seguramente—apoyó la abuela muy satisfecha.

—¿Constituye, pues, una cualidad el no ser jugador, mujeriego, niborracho?—pregunté.

—No, no, no digo eso; pero, en fin, así se tiene la seguridad de que nohay tacha.

—¿Tiene corazón?—pregunté sencillamente.

—¿Corazón?—dijo el notario sorprendido.—Creo que sí; todo el mundoposee en el pecho una víscera de ese nombre.

—¿Se le conocen sentimientos generosos?...

—Diablo, diablo... Eso no lo sé; lo supongo...

—¿Ha sido bueno con su familia?... ¿Es humano con sus obreros? ¿Seocupa de ellos?...

—¿Cómo diantre quiere usted que yo lo sepa?

—¿Le gusta la música?... ¿Se interesa por la literatura?...

¿Sabehablar?... ¿Es de los que tienen en la boca más que historias de caza ochismes de política?...

—¡Demonio!—exclamó el digno notario.—Esto no es una proposición dematrimonio; es un examen...

—Sí—respondí sonriendo;—es un examen. El matrimonio es cosa bastanteseria para que desee no casarme solamente con una cara y una fábrica. Allado de los hechos exteriores hay muchas cosas pequeñas que revelan a unhombre. Esas cosas pequeñas son las que yo quisiera conocer...

—Precisamente estoy encargado de solicitar el favor de una entrevistay...

—¡Oh! todavía no—respondí con espanto.—No estoy decidida a tomar enconsideración este proyecto, pues no puedo admitir la posibilidad deconfiar mi vida a un desconocido.

—Ya le conocerás y le amarás—dijo la abuela con fuego.

—No, abuela, no te hagas ilusiones—objeté moviendo la cabeza.—Entrealgunas de mi generación y la generalidad de la tuya hay un mundo dedistancia... Vosotras os casabais a ciegas y el amor venía después o novenía. Yo quiero saber con quién me caso. Quisiera conocer a eseelegido, escogerle entre todos y, sobre todo—añadí más bajo,—quisieraamarle antes de casarme, pues después... tendría miedo de que noocurriera tal cosa...

—¡Dios mío! qué niñería en una cabeza de veinticinco años...—gimió laabuela.—¿Comprende usted, amigo, el estado de alma de estas jóvenesinstruidas y razonadoras?

—Puede ser—dijo el notario ligeramente pensativo.—

Magdalena tienealguna razón.

—¿Verdad, caballero?—dije con confianza.—La abuela encuentra extrañoque yo no manifieste gran simpatía por el matrimonio... Le aseguro austed que preferiría mil veces permanecer soltera...

—Es sabido—respondió la abuela en tono seco poniéndose las manos enlos oídos para no oír el resto.

—...Antes que hacer una boda como las que veo todos los días... Noquiero arreglar un negocio, sino asegurar mi dicha.

—Bueno, pero, una entrevista...—propuso el notario.

—Sí—dije con amargura;—una entrevista en la que los dos estaremostiesos y falsos iluminará enormemente mi juicio...

—En fin, di adónde vas a parar—exclamó la abuela violenta.—El usoquiere que las cosas se hagan así...

—El uso sí, abuela—respondí dulcemente,—pero la prudencia...

—¡La prudencia!... ¡Eres tú la que habla de prudencia!... No sabes loque dices... En fin—dijo al señor Boulmet,—dejemos a esta razonadorareflexionar hasta el primero de noviembre. Hasta entonces, usted serátan bueno que tomará los informes complementarios, pues espero queMagdalena consentirá, por darme gusto, en aceptar esta entrevista...Sería una locura el rehusar tal situación...

—Sí—confirmé políticamente al notario,—la situación es tentadora,pero el hombre...

—¡Bah!—respondió bruscamente el notario levantándose paradespedirse.—La situación vale lo que vale el hombre...

—Es cierto—confirmó la abuela con seguridad.—Ese caballero me es muysimpático.

—A mí no—respondí por lo bajo, mientras la abuela daba unos pasos paraacompañar al notario llenándole de testimonios de agradecimiento.

En cuanto desapareció, la abuela se me acercó bruscamente.

—Y bien Magdalena—dijo con ternura,—reflexiona, te lo suplico...Piensa que puedes darme una gran alegría...

Apoyada en la abuela, que me tenía abrazada y bien apretada contra ella,prometí todo lo que ella quiso... Tengo, pues, seis días para descubrirsi quiero o no ver al señor X...

¡Ah! llévese el diablo al señor X... y al notario con él... San José haescuchado demasiado bien a la abuela...