Las Solteronas by Claude Mancey - HTML preview

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28 de octubre.

La abuela afecta una expresión de absoluta seguridad.

Celestina, quesospecha alguna cosa, me mira con lástima, y esta mañana llegó a decirmemientras la abuela estaba en misa:

—No tenga usted miedo, señorita; San Pablo va a sacarla del mal paso.

—¿Qué quieres decir?

—No estoy ciega—respondió mi vieja Celestina, y su cara tomó unaexpresión de astucia tan intensa, que tomé el partido de reír sin pedirotra explicación.

Estoy muy contrariada, y Celestina lo ve muy bien. Paso los días y lasnoches en las más serias reflexiones y no llego a decidir si quiero o nover al señorito X...

Para complacer a la abuela, me siento muy capaz de decir sí, y aceptarla entrevista.

Para complacerme a mí misma, me siento igualmente capaz de gritar no, yno aceptar nada.

Cambio de opinión cada cinco minutos, lo que no es para llegar a unasolución.

Los estudios que he hecho en estos últimos tiempos sobre las solteronas,unidos a la intervención del padre Tomás, me ilustran asombrosamente.Hasta ahora no lograba comprender por qué me era tan indiferente elmatrimonio y, al ver el espanto de la abuela, llegaba a creerme un serdesequilibrado. Ahora estoy tranquila. Veo muy bien que estaindiferencia que yo tomaba por una cosa anormal y alarmante no es másque el resultado de la educación que he recibido y el fruto de unaevolución que todo el mundo echa de ver.

No sé si esto es feminismo; pero, en todo caso, mis reivindicaciones sonmodestas. Quisiera solamente que la sociedad cambiase la manera de casara las jóvenes y la hiciese más conforme con la educación que recibimos.Si se nos educa con cuidado, si se trata de aumentar el número denuestras cualidades y de disminuir el de nuestros defectos, si se nos dauna educación cuidada y una instrucción extensa, si se nos inicia en elculto de la belleza en todas sus formas, si, sobre todo, se nos formauna voluntad y un juicio personales, ¿es para arrojarnos sin másmiramientos en los brazos del primer individuo que pasa?...

Evidentemente, hay en esto una flagrante contradicción.

Para aceptar un matrimonio de este género era necesario que nospreparase a él una educación especial, la de otro tiempo.

Entonces seformaban generalmente «tipos flácidos,» como dice el presidenteRoosevelt, de esos tipos propios para recibir cualquiera impresión. Encuanto se les presentaba un marido, las jóvenes de ese tipo le aceptabancon los ojos cerrados. El mundo, las conveniencias, la familia y larazón querían ese matrimonio, y era imposible resistir a talesargumentos.

Ahora se ha hecho una revolución.

Si hay todavía jóvenes del tipo «flácido,» las hay que han aprendido abastarse a sí mismas y, por consecuencia, a pasarse sin el apoyo de unmarido.

Esas jóvenes, lejos de ser figurantes, según la graciosa expresión delpadre Tomás, se sienten capaces de ocupar en su hogar una categoríaequivalente a la de su futuro marido. Sin pensar en destronarle yconservándole las señales exteriores del respeto conyugal más completo,quieren ser amigas, consejeras, confidentes, y no simples criadassolamente admitidas al honor de remendar los calcetines del señor o depresidir al buen orden de las comidas.

Los

seres

modernos

que

nos

hemos

vuelto,

las

personalidadesperfectamente vivientes que se mueven en nosotras, no pueden ir conentusiasmo al matrimonio tal como le comprenden

las

costumbresprovincianas

estrechas

y

desconfiadas, malévolas, celosas y tiránicas.

Sería, pues, preciso tener la facultad de recibir en nuestra casa aljoven con quien pudiéramos casarnos y llegar así por el conocimiento alamor. Pero esto está terminantemente prohibido.

Recibir jóvenes en unacasa donde hay muchachas sin hermanos, sería exponerse a perder la buenareputación y atraerse toda clase de molestias mezcladas con las másestúpidas observaciones.

Mi asunto, pues, es claro.

Si quiero complacer a la abuela, no tengo más recurso que el flechazo.Ver a un caballero, vislumbrarle tan sólo, y enamorarme de él; esto eslo que necesito...

¡Si yo pudiera sentir y razonar como Francisca y Petra no tendríadificultades!... Pero nunca, jamás podré ver un salvador en un marido.

¿Qué hacer?... ¿Negarme a la entrevista?... La verdad es que me danbuenas ganas...