Las Solteronas by Claude Mancey - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

31 de octubre.

Mucho

la

mujer

varía,

Loco quien de ella se fía...

La sabiduría de las naciones habla en este momento por mi boca, sin quemi propia sabiduría la contradiga... Al contrario.

Encuentro tonto el ir así en contra de todo lo que siento; y sinembargo, por complacer a la abuela, primero, y por otro motivo después,acepto la entrevista... Me encojo de hombros por adelantado, pero lohecho hecho está. Resignémonos a la aventura...

Esta mañana, en la Catedral, mientras esperaba mi vez para confesarme yestaba meditando sobre los proyectos de la abuela, preguntándome sidebía confiarme o no a mi confesor, fui distraída de mis pensamientospor un murmullo molesto. Volví discretamente la cabeza para darme cuentade lo que pasaba, y vi con terror que me había colocado justamentedelante de las dos peores lenguas de Aiglemont, dos solteronas,naturalmente.

Confieso que mi amor a las solteras se alía muy bien conun justo conocimiento de los defectos de algunas de ellas. Entre muchosángeles hay algunas víboras. Estaban éstas aguzando sus aguijones acosta del señor cura, del vicario de semana, de cierta capilla malarreglada, etc.

No presté al principio gran atención a lo que se decía tan cerca de mí yme contenté con experimentar una fuerte distracción representándome lafisonomía feliz de mis dos charlatanas. Sus ojos chispeaban ciertamentede malicia bajo los párpados devotamente bajos y la sonrisa de susdelgados labios debía de ser agria. No pude menos de volvermeligeramente para contemplar el delicioso cuadro que mis falsas santasofrecían a las miradas del prójimo... Tan ocupadas estaban con suschismes y tan expertas eran en disimularlos, que no vieron mi movimientoy pude impregnar los ojos a mi gusto en su exquisita hipocresía. Suspalabras me llegaban ahora distintamente:

—¿Quién se confiesa tan largamente?

—La de Bormel.

—Mucho tiene que decir... Mire usted... agita los pies... No parece queestá muy a sus anchas...

—Lo creo... Si confiesa la mitad de lo que tiene de qué acusarse,tendrá para toda la mañana.

—¡Es posible!... Es verdad entonces lo que se dice...

—Vaya si es verdad.

—¿Está usted segura de que el capitán Clarmont?...

—Está todo el día metido en su casa...

Púseme en seguida de rodillas para no oír la continuación de lahistoria, que prometía ser picante aunque poco a propósito para castosoídos. Traté de reanudar el curso de pensamientos más serios, pero mefue imposible... Apenas me había vuelto a sentar el murmullo llegó a mímás fuerte.

Es el cuarto sombrero desde el mes de junio.

—¿De veras?

—Como usted lo oye, querida... Tiene una rosa, otro negro y otroencarnado... El que usted ve es el encarnado... Es indigno de unajoven...

Alcé los ojos para contemplar a mi vez el famoso sombrero indigno, y mevi en la sombra de la capilla el perfil de Francisca Dumais debajo delsombrero incriminado. ¡Pobre Francisca! Era de ella de quien hablaban...

—Con dos mil pesos de dote es vergonzoso ponerse tan maja—siguiódiciendo una de las solteronas en un devoto susurro.

—Sí—respondió la otra,—así es como se llega insensiblemente a laperdición... Esa chica de los Dumais tiene la simiente de las malaspersonas.

Hice un esfuerzo para no oír más y hasta tosí con furor. Las habladorassiguieron impertérritas.

—¿Qué le pasa a la chica de Gardier?... Hace un ruido... Es casiindecente...

—Es que se da importancia—respondió la otra por lo bajo...—

Pienseusted, querida, que el señor Boulmet, el notario, se está ocupando decasarla...

—¿Hace mucho tiempo?

—Me han dicho que estuvo en casa de la señora Sermet, la abuela de estachica, el sábado último... Entró a las dos y salió a las tres y trece...Ya comprende usted...

—¡Digo!... la buena señora estará muy contenta porque se va adesembarazar de su nieta.

—Lo creo... parece que la muchacha le da una guerra... Tiene uncarácter infernal y no hace más que lo que se le antoja...

—No me extraña, porque está muy mal educada.

—Como todas las jóvenes de ahora. ¿Querrá usted creer, amiga mía, queesa chica no quiere casarse?

—¿Es posible?... No me gustan nada tales ideas... ¿Y es seria estafarsante?

—No lo creo.

—Ya decía yo... Habrá probablemente algún oficial bajo cuerda...

Estaba yo tan indignada que me quedé incapaz de todo esfuerzo devoluntad.

¡Cómo!... Yo doy guerra a la abuela, tengo un carácter infernal y, porañadidura, no soy seria... La cosa era fuerte.

Detrás de mí seguía el susurro, pero con pausas. Bien necesitaban tomaraliento... Al cabo de unos instantes las dos buenas almas echaron de verprobablemente que no estaban nada edificantes o se les acabó el asuntode la conversación.

—Querida—dijo una de ellas,—me está usted distrayendo.

—Es verdad—confesó la otra,—y voy a rezar humildemente un diez delrosario para pedir perdón a Dios.

Se puso de rodillas y sentí pasar por mis cabellos su aliento de víbora.Yo también me arrodillé para evitarlo. Estaba furiosa.

En la calma de la capilla apenas iluminada por el resplandor rojizo queentraba por los vidrios, me sentía irritada y nerviosa.

Quería rezar yno podía... En vez de formular actos de contrición no hacía más querepetir:

—Estúpidas, perversas, ridículas... ¡Estas solteronas!...

Mi imaginación excitada no tenía en cuenta el sitio en que estaba; y enla sombra del altar, apenas visible entre los fieles, me parecía verlevantarse la silueta de la abuela que me gritaba:

—Ahí tienes lo que tú serás si te obstinas en tus ideas de celibato...

¡Oh! no, no es así. A Dios gracias, no todas las solteronas tienen ladevoción llena de hiel ni son tan falsas y mordaces. Si hay entre ellasfrutas podridas, no lo están todas, por fortuna, y las hay sanas yagradables de saborear en las relaciones cotidianas... Los pensamientosse agolpaban en mi pobre cerebro y me hacían sufrir. Me preguntaba loque valen a los ojos de Dios las oraciones de esas malas almas... ¿Lasescucha?... ¿Las perdona cuando por toda reparación pasan unas cuentasdel rosario creyendo que eso basta para expiar una calumnia o unamaledicencia?...

index-101_1.png

index-101_2.png

index-101_3.png

index-101_4.png

index-101_5.png

index-101_6.png

index-101_7.png

index-101_8.png

index-101_9.png

index-101_10.png

index-101_11.png

index-101_12.png

index-101_13.png

index-101_14.png

index-101_15.png

index-101_16.png

index-101_17.png

index-101_18.png

index-101_19.png

index-101_20.png

index-101_21.png

index-101_22.png

index-101_23.png

index-101_24.png

index-101_25.png

index-101_26.png

index-101_27.png

index-101_28.png

index-101_29.png

index-101_30.png

index-101_31.png

index-101_32.png

index-101_33.png

index-101_34.png

index-101_35.png

index-101_36.png

index-101_37.png

index-101_38.png

index-101_39.png

index-101_40.png

index-101_41.png

index-101_42.png

index-101_43.png

index-101_44.png

index-101_45.png

index-101_46.png

index-101_47.png

index-101_48.png

index-101_49.png

index-101_50.png

index-101_51.png

index-101_52.png

index-101_53.png

index-101_54.png

index-101_55.png

index-101_56.png

index-101_57.png

index-101_58.png

index-101_59.png

index-101_60.png

index-101_61.png

index-101_62.png

index-101_63.png

index-101_64.png

index-101_65.png

index-101_66.png

index-101_67.png

index-101_68.png

index-101_69.png

index-101_70.png

index-101_71.png

index-101_72.png

index-101_73.png

index-101_74.png

index-101_75.png

index-101_76.png

index-101_77.png

index-101_78.png

index-101_79.png

index-101_80.png

index-101_81.png

index-101_82.png

index-101_83.png

index-101_84.png

index-101_85.png

index-101_86.png

index-101_87.png

index-101_88.png

index-101_89.png

index-101_90.png

index-101_91.png

index-101_92.png

index-101_93.png

index-101_94.png

index-101_95.png

index-101_96.png

index-101_97.png

index-101_98.png

index-101_99.png

index-101_100.png

index-101_101.png

index-101_102.png

index-101_103.png

index-101_104.png

index-101_105.png

index-101_106.png

index-101_107.png

index-101_108.png

index-101_109.png

Empezaba a sentirme muy severa para todas esas faltas y sus autoras,cuando me llegó la vez de confesarme.

Las buenas palabras del cura me repusieron tan pronto como las otras mehabían desequilibrado. Encontré por milagro mi serenidad habitual yperdoné por completo a mis detractoras.

En cuanto entré en casa corrí al cuarto de la abuela y le dije queestaba decidida a hacer lo que ella deseaba. Le di la segunda edición dela conversación de mis charlatanas esperando un gran acceso deindignación, pero no hubo nada de eso. La abuela sonrió con perfectatranquilidad.

—¿Tienes la pretensión, Magdalena, de reformar las cabezas y laslenguas?

—De ningún modo, abuela.

—Entonces, hija mía, ¿qué te importa?

—Me subleva oír hablar mal de todo el mundo... y en la iglesia sobretodo.

—Dios está en todas partes—respondió la abuela,—y ofenderle aquí oallá siempre es ofenderle.

Después, cambiando de conversación, la abuela, muy alegre, me anuncióque corría a casa del notario para darle la buena noticia y pedirlealgunos informes complementarios.

Durante todo el día la abuela mostró una actividad febril y estuvo yendoy viniendo de la casa del padre Tomás a la del notario y viceversa.Aquello era el cuento de nunca acabar. Era tal su gozo, que no se fijóen las cosas que más le chocaban habitualmente. No hizo ningunaobservación a propósito de la chimenea, en la que se veía una capa depolvo que databa de la víspera, y soportó heroicamente el pescadoquemado que Celestina nos sirvió para castigarnos, por tener secretospara ella.

Parece que el padre Tomás está encantado por la felicidad de la abuela,aunque no comprende muy bien las causas de mi repentino cambio deparecer.

—Después de todo—dijo,—una entrevista no compromete a nada...

Como soy absolutamente de su parecer, empiezo a recobrar la libreposesión de mí misma, que me faltaba esta mañana.

Está convenido que el señor Desmaroy, así se llama el pretendiente,vendrá el sábado próximo. Después de mil conferencias y reflexiones, laabuela se ha decidido por una simple entrevista en casa. Con el pretextode ver las antigüedades—el tapiz del comedor, por ejemplo, y no amí,—el notario nos traerá a su protegido. Es la manera más práctica deevitar los comentarios de los habladores, siempre en acecho.

El tapiz dela abuela pasa a los ojos de todos por una maravilla, que los amigos denuestros amigos están en la obligación de venir a admirar. Así todo seránatural para Celestina, y nos evitará una crisis de indignación de suparte, que no dejaría de ocurrir si ella supiera...

Ya la alegría de la abuela le parece sospechosa, y esta tarde, en lamesa, cuando pasó a mi lado para servir el postre, le oí murmurar sottovoce:

—Todos estos misterios huelen a casorio...

Hice como que no comprendía. ¿Para qué?

La imaginación de la abuela tiene alas y anticipa grandemente losacontecimientos. Ya le parece que me está viendo en el altar, al queestá convenido que debe conducirme nuestro primo el comandante Harmel.Yo creí que aquí se detendrían los arreglos futuros, pero nada de eso.Al darme, hace un momento, el beso de la noche, la abuela me hapreguntado muy seria si me gusta más el terciopelo o el raso...

—¿Para qué, abuela?

—Para tu traje, hija mía, para tu traje de boda.

—¡Mi traje de boda!—exclamé con estupor.—Dios mío, todavía no estamosen ese caso.

Ante la cara de contrariedad de la abuela, contuve la risa, pronta aescaparse. La abuela, seguramente no puede imaginar que yo puedadesagradar al señor Desmaroy, y no se le pasa tampoco por la cabeza queyo pueda renunciar a un partido tan soberbio.

—¡Cuarenta mil pesos de capital!... Cuatro o cinco mil debeneficios!... Es el yerno soñado... Positivamente, si yo lo hubieraencargado a mi gusto, no sería de otro modo... ¡Y

sentimientosreligiosos!... ¡Qué suerte tienes, Magdalena!...

Magdalena no dice nada, pero piensa. Todo lo que dice la abuela está muybien. La situación es hermosa, no lo niego, y hasta me gusta mucho...Pero el marido... ¿Me gustará el marido?...